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Revisión actual - 16:03 13 oct 2024
Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico | |
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Autor | José Stalin |
Escrito en | Septiembre de 1938 |
Fuente | https://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe1/Stalin%20-%20Obras%20escogidas.pdf |
El materialismo dialéctico es la concepción del Partido marxista-leninista. Llámase materialismo dialéctico porque su modo de abordar los fenómenos de la naturaleza, su método de estudiar estos fenómenos y de concebirlos, es dialéctico y su interpretación de los fenómenos de la naturaleza, su modo de enfocarlos, su teoría, materialista.
El materialismo histórico es la aplicación de los principios del materialismo dialéctico al estudio de la vida social, la aplicación de los principios del materialismo dialéctico a los fenómenos de la vida de la sociedad, al estudio de ésta y de su historia.
Caracterizando su método dialéctico, Marx y Engels se remiten generalmente a Hegel, como el filósofo que formuló los rasgos fundamentales de la dialéctica. Pero esto no quiere decir que la dialéctica de Marx y Engels sea idéntica a la dialéctica hegeliana. En realidad, Marx y Engels solo tomaron de la dialéctica de Hegel su «médula racional», desechando la escoria idealista hegeliana y desarrollando ulteriormente la dialéctica, para darle un carácter científico moderno.
«Mi método dialéctico -dice Marx- no sólo es en su base distinto del método de Hegel, sino que es directamente su reverso. Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo (creador) de lo real que constituye su simple forma externa. Para mí, por el contrario, lo ideal no es más que lo material transpuesto y traducido en la cabeza del hombre.» (C. Marx. Palabras finales a la segunda edición alemana del t. I del «Capital»).
En la caracterización de su materialismo, Marx y Engels se remiten generalmente a Feuerbach, como el filósofo que restauró en sus derechos al materialismo. Pero esto no quiere decir que el materialismo de Marx y Engels sea idéntico al materialismo de Feuerbach. En realidad, Marx y Engels tomaron del materialismo de Feuerbach su «médula» desarrollándola hasta convertirla en la teoría científico-filosófica del materialismo y desechando su escoria idealista y ético-religiosa. Es sabido que Feuerbach, que era en lo fundamental un materialista, se rebelaba contra la palabra materialismo. Engels declaró más de una vez que,
«pese al cimiento materialista, Feuerbach no llegó a desprenderse de las viejas ataduras idealistas» y que «donde el verdadero idealismo de Feuerbach se pone de manifiesto es en su filosofía de la religión y en su ética» (F. Engels, «Ludwig Feuerbach», ed. alemana, 1939, Moscú, págs. 24 y 26).
La palabra dialéctica viene del griego «dialego», que quiere decir diálogo o polémica. Los antiguos entendían por dialéctica el arte de descubrir la verdad poniendo de manifiesto las contradicciones implícitas en la argumentación del adversario y superando estas contradicciones. Algunos filósofos de la antigüedad entendían que el descubrimiento de las contradicciones en el proceso discursivo y el choque de las opiniones contrapuestas era el mejor medio para encontrar la verdad. Este modo dialéctico de pensar que más tarde se hizo extensivo a los fenómenos naturales, se convirtió en el método dialéctico de conocimiento de la naturaleza, consistente en considerar los fenómenos naturales en perpetuo movimiento y cambio, y el desarrollo de la naturaleza como el resultado del desarrollo de las contradicciones existentes en ésta, como el resultado de la acción reciproca de las fuerzas contradictorias en el seno de la naturaleza.
La dialéctica es, en su base, todo lo contrario de la metafísica.
1) El método dialéctico marxista se caracteriza por los siguientes rasgos fundamentales:
a) Por oposición a la metafísica, la dialéctica no considera a la naturaleza como un conglomerado casual de objetos y fenómenos, desligados y aislados unos de otros y sin ninguna relación de dependencia entre sí, sino como un todo articulado y único, en el que los objetos y los fenómenos se hallan orgánicamente vinculados unos a otros, dependen unos de otros y se condicionan los unos a los otros.
Por eso, el método dialéctico entiende que ningún fenómeno de la naturaleza puede ser comprendido, si se le toma aisladamente, sin conexión con los fenómenos que le rodean, pues todo fenómeno tomado de cualquier campo de la naturaleza puede convertirse en un absurdo si se le examina sin conexión con las condiciones que le rodean, desligado de ellas; por el contrario, todo fenómeno puede ser comprendido y explicado si se le examina en su conexión indisoluble con los fenómenos circundantes y condicionado por ellos.
b) Por oposición a la metafísica, la dialéctica no considera a la naturaleza como algo quieto e inmóvil, estancado e inmutable, sino como algo sujeto a perenne movimiento y a cambio constante, como algo que se renueva y se desarrolla incesantemente y donde siempre hay algo que nace y se desarrolla y algo que muere y caduca.
Por eso, el método dialéctico exige que los fenómenos se examinen no sólo desde el punto de vista de sus relaciones mutuas y de su mutuo condicionamiento, sino también desde el punto de vista de su movimiento, de sus cambios y de su desarrollo, desde el punto de vista de su nacimiento y de su muerte.
Lo que interesa, sobre todo al método dialéctico no es lo que en un momento dado parece estable pero comienza ya, a morir, sino lo que nace y se desarrolla aunque en un momento dado parezca inestable, pues lo único que hay insuperable, según él, es lo que se halla en estado de nacimiento y de desarrollo.
«Toda la naturaleza -dice Engels- desde sus partículas más minúsculas hasta sus cuerpos más gigantescos, desde el grano de arena hasta el sol, desde el protozoo (organismo vivo unicelular, J. St.) hasta el hombre, se halla en estado perenne de nacimiento y muerte, en flujo constante, en movimiento y cambio incesante» (Engels, en «Dialéctica de la naturaleza». Obras completas de Marx y Engels, ed. alemana del Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú, tomo especial, 1935, pág. 491). Por eso, la dialéctica -dice Engels- «enfoca las cosas y sus imágenes conceptuales, sustancialmente, en sus conexiones mutuas, en su entronque y concatenación, en su dinámica, en su proceso de génesis y caducidad». (F. Engels, «Anti-íDühring», ed. alemana, Moscú, 1939, pág. 8).
c) Por oposición a la metafísica, la dialéctica no examina el proceso de desarrollo de los fenómenos como un simple proceso de crecimiento, en que los cambios cuantitativos no se traducen en cambios cualitativos, sino como un proceso en que se pasa de los cambios cuantitativos insignificantes y ocultos a los cambios manifiestos, a los cambios radicales, a los cambios cualitativos; en que éstos se producen, no de moda gradual, sino repentina y súbitamente, en forma de saltos de un estado de cosas a otro, y no de un modo casual, sino con arreglo a leyes, como resultado de la acumulación de una serie de cambios cuantitativos inadvertidos y graduales. Por eso, el método dialéctico entiende que el proceso de desarrollo debe concebirse no como movimiento circular, no como una simple repetición del camino ya recorrido, sino como un movimiento progresivo, como un movimiento en línea ascensional, como el tránsito del viejo estado cualitativo a un nuevo estado cualitativo, como el desarrollo de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior.
«La naturaleza -dice Engels- es la piedra de toque de la dialéctica y las modernas ciencias naturales nos brindan como prueba de esto un acervo de datos extraordinariamente copiosos y enriquecido cada día que pasa demostrando con ello que la naturaleza se mueve, en última instancia, por los cauces dialécticos y no por los carriles metafísicos, que no se mueve en la eterna monotonía de un ciclo constantemente repetido, sino que recorre una verdadera historia. Aquí, hay que citar en primer término a Darwin, quién con su prueba de que toda la naturaleza orgánica existente, plantas y animales y entre ellos, como es lógico, el hombre, es el producto de un proceso de desarrollo que dura millones de años, ha asestado a la concepción metafísica de la naturaleza el más rudo golpe» (F. Engels, lug, cít.).
Caracterizando el desarrollo dialéctico como el tránsito de los cambios cuantitativos a los cambios cualitativos, dice Engels:
«En física..., todo cambio es una transformación de cantidad en calidad, una consecuencia del cambio cuantitativo de la masa de movimiento de cualquier forma inherente al cuerpo o que se transmite a éste. Así, por ejemplo, el grado de temperatura del agua no influye para nada, al principio, en su estado líquido; pero, al aumentar o disminuir la temperatura del agua líquida, se llega a un punto en que su estado de cohesión se modifica y el agua se convierte en un caso, en vapor, y en otro caso, en hielo... Así también, para que el hilo de platino de la lámpara eléctrica se encienda, hace falta un mínimo de corriente: todo metal tiene su grado térmico de fusión, y todo líquido, dentro de una determinada presión, su punto fijo de congelación y de ebullición, en la medida en que los medios de que disponemos nos permiten producir la temperatura necesaria; y, finalmente, todo gas tiene su punto crítico, en que bajo una presión y un enfriamiento adecuados se licua en forma de gotas... Las llamadas constantes de la física (los puntos de transición de un estado a otro, J. St.) no son, en la mayor parte de las veces, más que los nombres de los puntos modulares en que la suma o la sustracción cuantitativas (cambios cuantitativos) de movimiento provocan cambios cualitativos en el estado del cuerpo de que se trata, y en que, por tanto, la cantidad se trueca en calidad» (F. Engels, «Dialéctica de la naturaleza», ed. alemana, Moscú, págs. 502-503).
Y más adelante, pasando a la química, Engels prosigue:
«Podríamos decir que la química es la ciencia de los cambios cualitativos de los cuerpos por efecto de los cambios producidos en su composición cuantitativa. Y esto lo sabía ya el mismo Hegel... Basta fijarse en el oxígeno: si combinamos, para formar una molécula, tres átomos en vez de dos, que es lo corriente, produciremos ozono, cuerpo que se distingue de un modo muy definido del oxígeno normal, tanto por su olor como por sus efectos. Y no digamos de las diversas proporciones en que el oxígeno se combina con el nitrógeno o con el azufre, y cada una de las cuales produce un cuerpo cualitativamente distinto de todos los demás» (Obra cit., pág. 503).
Por último, criticando a Dühring que colma de injurias a Hegel -sin perjuicio de tomar de él, a la chita callando, la conocida tesis de que el tránsito del reino de lo insensible al reino de las sensaciones, del mundo inorgánico al mundo de la vida orgánica, representa un salto a un nuevo estado- Engels dice:
«Es, en absoluto, la línea modular hegeliana de las proporciones de medida, en que el simple aumento o la simple disminución cuantitativa producen al llegar a un determinado punto nodular, un salto cualitativo, como ocurre, por ejemplo, con el agua puesta a calentar o a enfriar, donde el punto de ebullición y el punto de congelación son los nódulos en que -bajo una presión normal- se produce el salto a un nuevo estado de cohesión, es decir, en que la cantidad se trueca en calidad» (F. Engels, «Antí-Dühríng», ed. alemana, pág. 31).
d) Por oposición a la metafísica, la dialéctica parte del criterio de que los objetos y los fenómenos de la naturaleza llevan siempre contradicciones internas, pues todos ellos tienen su lado positivo y su lado negativo, su pasado y su futuro, su lado de caducidad y su lado de desarrollo; del criterio de que la lucha entre estos lados contrapuestos, la lucha entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que agoniza y lo que nace, entre lo que caduca y lo que se desarrolla, forma el contenido interno del proceso de desarrollo, el contenido interno de la transformación de los cambios cuantitativos en cambios cualitativos. Por eso, el método dialéctico entiende que el proceso de desarrollo de lo inferior a lo superior no discurre a modo de un proceso de desenvolvimiento armónico de los fenómenos, sino poniendo siempre de relieve las contradicciones inherentes a los objetos y a los fenómenos, en un proceso de «lucha» entre las tendencias contrapuestas que actúan sobre la base de aquellas contradicciones.
«Dialéctica, en sentido estricto, es -dice Lenin- el estudio de las contradicciones contenidas en la esencia misma de los objetos» (Lenin, «Cuadernos filosóficos», pág. 263).
Y más adelante:
«El desarrollo es la «lucha» de los contrarios» (Lenin, t. XIII, pág. 301, ed, rusa).
Tales son, brevemente expuestos, los rasgos fundamentales del método dialéctico marxista.
No es difícil comprender cuán enorme es la importancia que la difusión de los principios del método dialéctico tienen para el estudio de la vida social y de la historia de la sociedad y qué importancia tan enorme encierra la aplicación de estos principios a la historia de la sociedad y a la actuación práctica del Partido del proletariado.
Si en el mundo no existen fenómenos aislados, si todos los fenómenos están vinculados entre sí y se condicionan unos a otros es evidente que todo régimen social y todo movimiento social que aparece en la historia debe ser considerado, no desde el punto de vista de la «justicia eterna» o de cualquier otra idea preconcebida, que es lo que suelen hacer los historiadores, sino desde el punto de vista de las condiciones que han engendrado este régimen y este movimiento sociales, y a los cuales se hallan vinculados.
Dentro de las condiciones modernas, el régimen de la esclavitud es un absurdo y una necedad contraria a la lógica. En cambio, dentro de las condiciones de disgregación del régimen del comunismo primitivo, el régimen de esclavitud era fenómeno perfectamente lógico y natural, ya que representaba un progreso en comparación con el comunismo primitivo.
La reivindicación de la República democrático-burguesa dentro de las condiciones del zarismo y de la sociedad burguesa, por ejemplo en la Rusia de 1905, era una reivindicación perfectamente lógica, acertada y revolucionaria, pues la República burguesa representaba, en aquel tiempo, un progreso. En cambio, dentro de nuestras condiciones actuales en la URSS, la reivindicación de la República democrático-burguesa sería absurda y contrarrevolucionaria, ya que, comparada con la Republica Soviética, la República burguesa significa un paso atrás.
Todo depende, pues, de las condiciones, del lugar y del tiempo.
Es evidente que, sin abordar desde este punto de vista histórico los fenómenos sociales, no podría existir ni desarrollarse la ciencia de la historia, puesto que este modo de abordar los fenómenos es el único que impide a la ciencia histórica convertirse en un caos de sucesos fortuitos y en un montón de los más absurdos errores.
Continuemos. Si el mundo se halla en incesante movimiento y desarrollo y si la ley de este desarrollo es la extinción de lo viejo y el fortalecimiento de lo nuevo, es evidente que ya no puede haber ningún régimen social «inconmovible», ni pueden existir los «principios eternos» de la propiedad privada y la explotación, ni las «ideas eternas» de sumisión de los campesinos a los terratenientes y de los obreros a los capitalistas.
Esto quiere decir que el régimen capitalista puede ser sustituido por el régimen socialista, del mismo modo que, en su día, el régimen capitalista sustituyó al régimen feudal.
Esto quiere decir que hay que orientarse, no hacia aquellas capas de la sociedad que han llegado ya al término de su desarrollo, aunque en el momento presente constituyan la fuerza predominante, sino hacía aquellas otras que se están desarrollando, que tienen porvenir, aunque no sean las fuerzas predominantes en el momento actual.
En la década del 80 del siglo pasado, en la época de lucha de los marxistas contra los populistas, el proletariado constituía, en Rusia, una minoría insignificante, en comparación con los campesinos individuales que formaban la inmensa mayoría de la población. Pero el proletariado se estaba desarrollando como clase, mientras que los campesinos, como clase, se disgregaban. Precisamente por esto, porque el proletariado se estaba desarrollando como clase, los marxistas se orientaron hacia él. Y no se equivocaron, puesto que, como es sabido, el proletariado se convirtió, andando el tiempo, de una fuerza de escasa importancia en una fuerza histórica y política de primer orden.
Esto quiere decir que en política, para no equivocarse, hay que mirar hacia adelante y no hacia atrás.
Continuemos. Si el tránsito de los lentos cambios cuantitativos a los rápidos y súbitos cambios cualitativos constituye una ley del desarrollo, es evidente que las transformaciones revolucionarias llevadas a cabo por las clases oprimidas representan un fenómeno absolutamente natural e inevitable.
Esto quiere decir que el paso del capitalismo al socialismo y la liberación de la clase obrera del yugo capitalista no puede realizarse por medio de cambios lentos, por medio de reformas, sino sólo mediante la transformación cualitativa del régimen capitalista, es decir, mediante la revolución.
Esto quiere decir que en política, para no equivocarse, hay que ser revolucionario y no reformista.
Continuemos. Si el proceso de desarrollo es un proceso de revelación de contradicciones internas, un proceso de choques entre fuerzas contrapuestas sobre la base de estas contradicciones y con el fin de superarlas, es evidente que la lucha de clases del proletariado constituye un fenómeno perfectamente natural e inevitable.
Esto quiere decir que lo que hay que hacer no es disimular las contradicciones del régimen capitalista, sino ponerlas al desnudo y desplegarlas en toda su extensión, no es amortiguar la lucha de clases, sino llevarla a cabo hasta el fin.
Esto quiere decir que en política para no equivocarse, hay que mantener una política proletaria, de clase, intransigente, y no una política reformista, de armonía de intereses entre el proletariado y la burguesía, una política oportunista de «integración» del capitalismo en el socialismo.
En esto consiste el método dialéctico marxista, aplicado a la vida social y a la historia de la sociedad.
Por lo que se refiere al materialismo filosófico marxista, es en su base lo opuesto al idealismo filosófico.
2) El materialismo filosófico marxista se caracteriza por los siguientes rasgos fundamentales:
a) En oposición al idealismo, que considera al mundo como la encarnación de la «idea absoluta», del «espíritu universal», de la «conciencia», el materialismo filosófico de Marx parte del criterio de que el mundo es, por su naturaleza, algo material; de que los múltiples y variados fenómenos del mundo constituyen diversas formas y modalidades de la materia en movimiento; de que los vínculos mutuos y las relaciones de interdependencia entre los fenómenos, que el método dialéctico pone de relieve, son las leyes determinadas con arreglo a las cuales se desarrolla la materia en movimiento; de que el mundo se desarrolla con arreglo a las leyes que rigen el movimiento de la materia, sin necesidad de ningún «espíritu universal».
«La concepción materialista del mundo -dice Engels- significa sencillamente concebir la naturaleza tal y como es, sin ninguna clase de aditamentos extraños» (F. Engels, «Ludwig Feuerbach». Apéndice, ed. alemana, pág. 60).
Refiriéndose a la concepción materialista de un filósofo de la antigüedad, Heráclito, según el cual «el mundo, que es la unidad de todo lo existente, no ha sido creado por ningún dios ni por ningún hombre sino que ha sido, es y será eternamente un fuego vivo que se enciende y se apaga con arreglo a las leyes determinadas», dice Lenin: «He aquí una excelente definición de los principios del materialismo dialéctico» (Lenin, «Cuadernos filosóficos», pág. 318). b) En oposición al idealismo, el cual afirma que sólo nuestra conciencia tiene una existencia real y que el mundo material, el ser, la naturaleza, sólo existe en nuestra conciencia, en nuestras sensaciones, en nuestras percepciones, en nuestros conceptos, el materialismo filosófico marxista parte del criterio de que la materia, la naturaleza, el ser, son una realidad objetiva, existen fuera de nuestra conciencia e independientemente de ella, de que la materia es lo primario, ya que constituye la fuente de la que se derivan las sensaciones, las percepciones y la conciencia; y la conciencia lo secundario, lo derivado, ya que es la imagen refleja de la materia, la imagen refleja del ser; el materialismo filosófico marxista parte del criterio de que el pensamiento es un producto de la materia que ha llegado a un alto grado de perfección en su desarrollo, y más concretamente, un producto del cerebro, y éste el órgano del pensamiento, y de que, por tanto, no cabe, a menos decaer en un craso error, separar el pensamiento de la materia.
«El problema de la relación entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza es -dice Engels- el problema supremo de toda la filosofía... Los filósofos se dividían en dos grandes campos, según la contestación que diesen a esta pregunta. Los que afirmaban el carácter primario del espíritu frente a la naturaleza... formaban el campo del idealismo. Los otros, los que reputaban la naturaleza como lo primario, figuraban en las diversas escuelas del materialismo» (F. Engels, obra citada, págs. 16-17).
Y más adelante:
«El mundo material y perceptible por los sentidos, del que formamos parte también los hombres, es el único mundo real... Nuestra conciencia y nuestro pensamiento, por más suprasensibles que parezcan, son el producto de un órgano material, corporal: el cerebro. La materia no es un producto del espíritu, y el espíritu mismo no es más que el producto supremo de la materia» (F. Engels, obra citada, pág, 20).
Refiriéndose al problema de la materia y el pensamiento, manifiesta Marx:
«�No es posible separar el pensamiento de la materia pensante. La materia es el sujeto de todos los cambios» (Marx-Engels, Obras Completas, t. III, ed. alemana, Moscú, pág. 305).
Caracterizando el materialismo filosófico marxista, dice Lenin:
«El materialismo en general reconoce la existencia real y objetiva del ser (la materia), independiente de la conciencia, de las sensaciones de la experiencia... La conciencia... no es más que un reflejo del ser, en el mejor de los casos su reflejo aproximadamente exacto (adecuado, ideal en cuanto a precisión)» (Lenin, t. XVIII, págs. 266-267).
Y en otros pasajes:
«Es materia lo que, actuando sobre nuestros órganos sensoriales, produce las sensaciones; la materia es la realidad objetiva, que las sensaciones nos transmiten... La materia, la naturaleza, el ser, lo físico, es lo primario; el espíritu, la conciencia, las sensaciones, lo psíquico, lo secundario» (Obra citada, págs. 119-120).
- «El cuadro del mundo es el cuadro de cómo se mueve y cómo «piensa la materia» (Obra citada, pág. 288).
- «El cerebro es el órgano del pensamiento» (Obra citada, pág. 125).
c) En oposición al idealismo, que discute la posibilidad de conocer el mundo y las leyes por que se rige, que no cree en la veracidad de nuestros conocimientos, que no reconoce la verdad objetiva y entiende que el mundo está lleno de «cosas en sí», que jamás podrán, ser conocidas por la ciencia, el materialismo filosófico marxista parte del principio de que el mundo y las leyes por que se rige son perfectamente cognoscibles, de que nuestros conocimientos acerca de las leyes de la naturaleza, comprobados por la experiencia, por la práctica, son conocimientos veraces, que tienen el valor de verdades objetivas, de que en el mundo no hay cosas incognoscibles, sino simplemente aún no conocidas, pero que la ciencia y la experiencia se encargarán de relevar y de dar a conocer. Criticando la tesis de Kant y de otros idealistas acerca de la incognoscibilidad del mundo y de las «cosas en sí» incognoscibles y defendiendo la consabida tesis del materialismo acerca de la veracidad de nuestros conocimientos, escribe Engels:
«La refutación más contundente de estas manías, como de todas las demás manías filosóficas, es la práctica, o sea el experimento y la industria. Si podemos demostrar la exactitud de nuestro modo de concebir un proceso natural reproduciéndolo nosotros mismos, creándolo como resultado de sus mismas condiciones, y si además, lo ponemos al servicio de nuestros propios fines, daremos al traste con la «cosa en sí» inasequible de Kant. Las sustancias químicas producidas en el mundo animal y vegetal siguieron siendo «cosas en sí» hasta que la química orgánica comenzó a producirlas unas tras otras; con ello, la «cosa en sí» se convirtió en una cosa para nosotros, como, por ejemplo, la materia colorante de la rubia, la alizarina, que hoy ya no se extrae de la raíz de aquella planta, sino que se obtiene de alquitrán de hulla, procedimiento mucho más barato y más sencillo. El sistema solar de Copérnico fue durante trescientos años una hipótesis, por la que se podía apostar cien, mil, diez mil contra uno, pero, a pesar de todo, una hipótesis, hasta que Leverier con los datos tomados de este sistema no sólo demostró que debía necesariamente existir un planeta desconocido hasta entonces, sino que, además, determinó mediante cálculos, el lugar en que este planeta tenía que encontrarse en el firmamento, y cuando después Galle descubrió efectivamente este planeta, el sistema de Copérnico quedó demostrado» (F. Engels, «Ludwig Feuerbach», ed. alem., Moscú, pág. 18).
Acusando a Bogdánov, Basárov, Yushkévich y otros partidarios de Mach de fideísmo (teoría reaccionaria que prefiere la fe a la ciencia) y defendiendo la consabida tesis del materialismo de que nuestros conocimientos científicos acerca de las leyes por las que se rige la naturaleza son conocimientos veraces y de que las leyes de la ciencia constituyen verdades objetivas, dice Lenin:
«El fideísmo moderno no rechaza, ni mucho menos, la ciencia; lo único que rechaza son las «pretensiones desmesuradas» de la ciencia, y concretamente, sus pretensiones de verdad objetiva. Si existe una verdad objetiva (como entienden los materialistas) y si las ciencias naturales, reflejando el mundo exterior en la «experiencia» del hombre, son las únicas que pueden darnos esa verdad objetiva, todo fideísmo queda refutado incontrovertiblemente» (Lenin, t. XIII, pág. 102, ed. rusa).
Tales son, brevemente expuestos, los rasgos característicos del materialismo filosófico marxista.
Fácil es comprender la importancia tan enorme que tiene la aplicación de los principios del materialismo filosófico al estudio de la vida social, al estudio de la historia de la sociedad, la importancia tan enorme que tiene el aplicar estos principios a la historia de la sociedad y a la actuación práctica del Partido del proletariado.
Si la conexión entre los fenómenos de la naturaleza y su interdependencia representan las leyes por las que se rige el desarrollo de la naturaleza, de esto se deduce que la conexión e interdependencia de los fenómenos de la vida social representan también no algo fortuito, sino las leyes por las que se rige el desarrollo de la sociedad.
Esto quiere decir que la vida social y la historia de la sociedad ya no son un conglomerado de hechos «fortuitos», pues la historia de la sociedad se convierte en el desarrollo de la sociedad con arreglo a sus leyes determinadas y el estudio de la historia de la sociedad adquiere categoría de ciencia.
Esto quiere decir que la actuación práctica del Partido del proletariado debe basarse, no en los buenos deseos de las «ilustres personalidades», no en los postulados de la «razón», de la «moral universal» etc., sino en las leyes determinadas del desarrollo de la sociedad y en el estudio de éstas.
Prosigamos. Si el mundo es cognoscible y nuestros conocimientos acerca de las leyes que rigen el desarrollo de la naturaleza son conocimientos veraces, que tienen el valor de verdades objetivas, esto quiere decir que también la vida social, el desarrollo de la sociedad, son susceptibles de ser conocidos; y que los datos que nos brinda la ciencia sobre las leyes del desarrollo de la sociedad son datos veraces, que tienen el valor de verdades objetivas.
Esto quiere decir que la ciencia que estudia la historia de la sociedad puede adquirir, pese a toda la complejidad de los fenómenos de la vida social, la misma precisión que la biología, por ejemplo, ofreciéndonos la posibilidad de dar una aplicación práctica a las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad.
Esto quiere decir que, en su actuación práctica, el Partido del proletariado debe guiarse, no por estos o los otros motivos fortuitos, sino por las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad y por las conclusiones prácticas que de ellas se derivan.
Esto quiere decir que el socialismo deja de ser un sueño acerca de un futuro mejor de la humanidad para convertirse en una ciencia.
Esto quiere decir que el enlace entre la ciencia y la actuación práctica, entre la teoría y la práctica, su unidad, debe ser la estrella polar que guíe al Partido del proletariado.
Prosigamos. Si la naturaleza, el ser, el mundo material son lo primario, y la conciencia, el pensamiento, lo secundario, lo derivado, si el mundo material constituye la realidad objetiva, que existe independientemente de la conciencia del hombre, y la conciencia es la imagen refleja de esta realidad objetiva, de aquí se deduce que la vida material de la sociedad, el ser social, es también lo primario y su vida espiritual, lo secundario, lo derivado; que la vida material de la sociedad es la realidad objetiva, que existe independientemente de la voluntad de los hombres, y la vida espiritual de la sociedad el reflejo de esta realidad objetiva, el reflejo del ser.
Esto quiere decir que la fuente donde se forma la vida espiritual de la sociedad, la fuente de la que emanan las ideas sociales, las teorías sociales, las concepciones y las instituciones políticas hay que buscarlas, no en estas mismas ideas, teorías, concepciones e instituciones políticas, sino en las condiciones de la vida material de la sociedad, en el ser social, del cual son reflejo estas ideas, teorías, concepciones, etc.
Esto quiere decir que, si en los diversos períodos de la historia de la sociedad nos encontramos con diversas ideas, teorías, concepciones sociales e instituciones políticas; si bajo el régimen de la esclavitud observamos unas ideas, teorías y concepciones sociales, unas instituciones políticas, bajo el feudalismo otras y otras distintas bajo el capitalismo, la explicación de esto no reside en la «naturaleza», en la «propiedad» de las ideas, teorías, concepciones e instituciones políticas mismas, sino en las distintas condiciones de la vida material de la sociedad dentro de los diversos períodos del desarrollo social.
Según sean las condiciones de existencia de la sociedad, las condiciones en que se desenvuelve su vida material, así son sus ideas, sus teorías, sus concepciones e instituciones políticas.
En relación con esto, dice Marx:
«No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es el que determina su conciencia». (Carlos Marx, Obras escogidas, t. I, pág. 359, ed. alemana, Moscú, 1934).
Esto quiere decir que, en política, para no equivocarse y no convertirse en una colección de vacuos soñadores, el Partido del proletariado debe tomar, como punto de partida para su actuación, no los «principios» abstractos de la «razón humana», sino las condiciones concretas de la vida material de la sociedad, que constituyen la fuerza decisiva del desarrollo social, no los buenos deseos de los «grandes hombres», sino las exigencias reales impuestas por el desarrollo de la vida material de la sociedad.
El fracaso de los utopistas, incluyendo entre ellos, los populistas, los anarquistas y los socialrevolucionarios, se explica, entre otras razones, porque no reconocían la importancia primordial de las condiciones de vida material de la sociedad en cuanto al desarrollo de ésta, y, cayendo en el idealismo, erigían su actuación práctica, no sobre las exigencias del desarrollo de la vida material de la sociedad, sino, independientemente de ellas y en contra de ellas, sobre «planes ideales» y «proyectos universales», desligados de la vida real de la sociedad.
La fuerza y la vitalidad del marxismo-leninismo estriban precisamente en que toma como base para su actuación práctica las exigencias del desarrollo de la vida material de la sociedad, sin desligarse jamás de la vida real de ésta.
Sin embargo, de las palabras de Marx no se desprende que las ideas y las teorías sociales, las concepciones y las instituciones políticas no tengan importancia alguna en la vida de la sociedad, que no ejerzan de rechazo una influencia sobre el ser social, sobre el desarrollo de las condiciones materiales de la vida de la sociedad. Hasta ahora, nos hemos venido refiriendo únicamente al origen de las ideas y teorías sociales y de las concepciones e instituciones políticas, a su nacimiento, al hecho de que la vida espiritual de la sociedad es el reflejo de las condiciones de su vida material. En lo tocante a la importancia de las ideas y teorías sociales y de las concepciones e instituciones políticas, en lo tocante al papel que desempeñan en la historia, el materialismo histórico no sólo no niega, sino que, por el contrario, subraya la importancia de papel y la significación que les corresponde en la vida y en la historia de la sociedad.
Pero hay diferentes ideas y teorías sociales. Hay ideas y teorías viejas, que han cumplido ya su misión y que sirven a los intereses de fuerzas sociales caducas. Su papel consiste en frenar el desarrollo de la sociedad, su marcha progresiva y; hay ideas y teorías nuevas, avanzadas, que sirven a los intereses de las fuerzas de vanguardia de la sociedad. El papel de éstas consiste en facilitar el desarrollo de la sociedad, su marcha progresiva, siendo su importancia tanto más grande cuanto mayor es la exactitud con que responden a las exigencias del desarrollo de la vida material de la sociedad.
Las nuevas ideas y teorías sociales sólo surgen después que el desarrollo de la vida material de la sociedad plantea a ésta nuevas tareas. Pero después de surgir, se convierten en una fuerza de la mayor importancia, que facilita la ejecución de estas nuevas tareas planteadas por el desarrollo de la vida material de la sociedad, que facilita los progresos de ésta. Es aquí, precisamente, donde se acusa la formidable importancia organizadora, movilizadora y transformadora de las nuevas ideas, de las nuevas teorías y de las nuevas concepciones políticas, de las nuevas instituciones políticas.
Las nuevas ideas y teorías sociales surgen precisamente porque son necesarias para la sociedad, porque sin su labor organizadora, movilizadora y transformadora es imposible llevar a cabo las tareas ya maduras que plantea el desarrollo de la vida material de la sociedad y que están ya en sazón de ser cumplidas. Y como surgen sobre la base de las nuevas tareas planteadas por el desarrollo de la vida material de la sociedad, las nuevas ideas y teorías sociales se abren paso, se convierten en patrimonio de las masas populares, movilizan y organizan a éstas contra las fuerzas sociales caducas, facilitando así el derrocamiento de estas fuerzas sociales caducas que frenan el desarrollo de la vida material de la sociedad.
He aquí cómo las ideas y las teorías sociales, las instituciones políticas, que brotan sobre la base de las tareas ya maduras para su solución planteadas por el desarrollo de la vida material de la sociedad, por el desarrollo del ser social, actúan luego, a su vez, sobre este ser social, sobre la vida material de la sociedad, creando las condiciones necesarias para llevar a término la ejecución de las tareas ya maduras de la vida material de la sociedad y hacer posible su desarrollo ulterior.
En relación con esto, dice Marx:
«La teoría se convierte en una fuerza material tan pronto como prende en las masas» (Carlos Marx y Federico Engels, Obras completas, t. 1, pág. 614, ed. alem.).
Esto quiere decir que para poder influir sobre las condiciones de la vida material de la sociedad y acelerar su desarrollo, acelerar su mejoramiento, el Partido del proletariado tiene que apoyarse en una teoría social, en una idea social que refleje certeramente las exigencias del desarrollo de la vida material de la sociedad y que, gracias a ello, sea capaz de poner en movimiento a las grandes masas del pueblo, de movilizarlas y organizar con ellas el gran ejército del Partido proletario, presto a aplastar las fuerzas reaccionarias y allanar el camino a las fuerzas avanzadas de la sociedad.
El fracaso de los «economistas» y de los mencheviques se explica, entre otras razones, por el hecho de que no reconocían la importancia movilizadora, organizadora y transformadora de la teoría de vanguardia, de la idea de vanguardia, y cayendo en un materialismo vulgar, reducían su papel casi a la nada, y consiguientemente condenaban al Partido a la pasividad, a vivir vegetando.
La fuerza y la vitalidad del marxismo-leninismo estriban en que éste se apoya en una teoría de vanguardia, que refleja certeramente las exigencias del desarrollo de la vida material de la sociedad, en que eleva la teoría a la altura que le corresponde y considera su deber utilizar íntegramente su fuerza de movilización, de organización y de transformación.
Así es como resuelve el materialismo histórico el problema de las relaciones entre el ser social y la conciencia social, entre las condiciones de desarrollo de la vida material y el desarrollo de la vida espiritual de la sociedad.
3) El materialismo histórico.
Resta sólo por contestar a esta pregunta:
¿Qué se entiende, desde el punto de vista del materialismo histórico, por «condiciones de vida material de la sociedad», que son las que determinan, en última instancia, la fisonomía de la sociedad, sus ideas, sus concepciones, instituciones políticas, etc.?
¿Cuáles son, en realidad, esas «condiciones de vida material de la sociedad», cuáles son sus rasgos característicos? Es indudable que en este concepto de «condiciones de vida material de la sociedad» entra, ante todo, la naturaleza que, rodea a la sociedad, el medio geográfico, que es una de las condiciones necesarias y constantes de la vida material de la sociedad y que, naturalmente, influye en el desarrollo de ésta. ¿Cuál es el papel del medio geográfico en el desarrollo de la sociedad? ¿No será, acaso, el medio geográfico el factor fundamental que determina la fisonomía de la sociedad, el carácter del régimen social de los hombres, la transición de un régimen a otro?
El materialismo histórico contesta negativamente a esta pregunta.
El medio geográfico es, indiscutiblemente, una de las condiciones constantes y necesarias del desarrollo de la sociedad e influye, naturalmente, en él, acelerándolo o amortiguándolo. Pero esta influencia no es determinante, ya que los cambios y el desarrollo de la sociedad se producen con una rapidez incomparablemente mayor que los que afectan al medio geográfico. En el transcurso de tres mil años, Europa vió transmontar uno tras otro tres regímenes sociales: el del comunismo primitivo, el de la esclavitud y el régimen feudal, y en la parte oriental de Europa, en la URSS, también trasmontaron cuatro. Pues bien, durante este tiempo las condiciones geográficas de Europa o no sufrieron cambio alguno, o, si sufrieron alguno, fue tan leve que la Geografía no cree que merece la pena registrarlo. Ya se comprende que sea así. Para que el medio geográfico experimente cambios de cierta importancia, hacen falta millones de años, mientras que en unos pocos cientos o un par de miles de años pueden producirse incluso cambios de la mayor importancia en el régimen social.
De aquí se desprende que el medio geográfico no puede ser la causa fundamental, la causa determinante del desarrollo social, pues lo que permanece casi invariable a través de decenas de miles de años no puede ser la causa fundamental a que obedezca el desarrollo de lo que en el espacio de unos cuantos cientos de años experimenta cambios radicales.
Asimismo, es indudable que el crecimiento de la población, la mayor o menor densidad de población es un factor que forma también parte del concepto de las «condiciones materiales de vida de la sociedad», ya que entre estas condiciones materiales se cuenta como elemento necesario el hombre, y es imposible la vida material de la sociedad sin un determinado mínimo de seres humanos. ¿No será, acaso, el desarrollo de la población el factor cardinal que determina el carácter del régimen social en que viven los hombres?
El materialismo histórico contesta negativamente también a esta pregunta.
Es indudable que el crecimiento de la población influye en el desarrollo de la sociedad, facilitando o entorpeciendo este desarrollo, pero no puede ser el factor cardinal a que obedece, ni su influencia sobre el desarrollo de la sociedad puede tener un carácter determinante, ya que el crecimiento de la población de por sí no nos ofrece la clave para explicar por qué un régimen social dado es sustituido precisamente por un determinado régimen nuevo y no por otro, por qué el régimen del comunismo primitivo fue sustituido precisamente por el régimen de la esclavitud, el régimen esclavista por el régimen feudal y éste por el burgués, y no por otros cualesquiera.
Si el crecimiento de la población fuese el factor determinante del desarrollo social, a una mayor densidad de población tendría que corresponder forzosamente, en la práctica, un tipo proporcionalmente más elevado de régimen social. Pero, en realidad, no ocurre así. La densidad de la población de China es cuatro veces mayor que la de los Estados Unidos, a pesar de lo cual los Estados Unidos ocupan un lugar más elevado que China en lo que al desarrollo social se refiere, pues mientras que en China sigue imperando el régimen semifeudal, los Estados Unidos hace ya mucho tiempo que han llegado a la fase culminante del desarrollo del capitalismo. La densidad de población de Bélgica es 19 veces mayor que la de los Estados Unidos y 26 veces mayor que la de la URSS, y sin embargo, Norteamérica sobrepasa a Bélgica en lo tocante a su desarrollo social, y la URSS le lleva de ventaja toda una época histórica, pues mientras que en Bélgica impera el régimen capitalista, la URSS ha liquidado ya el capitalismo e instaurado el régimen socialista.
De aquí se desprende que el crecimiento de la población no es ni puede ser el factor cardinal en el desarrollo de la sociedad, el factor determinante del carácter del régimen social, de la fisonomía de la sociedad.
a) ¿Cuál es, pues, dentro del sistema de las condiciones de vida material de la sociedad, el factor cardinal que determina la fisonomía de aquélla, el carácter del régimen social, el paso de la sociedad de un régimen a otro?
Este factor es, según el materialismo histórico, el modo de obtención de los medios de vida necesarios para la existencia del hombre, el modo de producción de los bienes materiales: del alimento, del vestido, del calzado, de la vivienda, del combustible, de los instrumentos de producción, etc., necesarios para que la sociedad pueda vivir y desarrollarse.
Para vivir, el hombre necesita alimentos, vestido, calzado, vivienda, combustible, etc.; para tener estos bienes materiales, ha de producirlos, y para poder producirlos necesita disponer de instrumentos de producción, con ayuda de los cuales se consigue el alimento, se fabrica el vestido, el calzado, se construye la vivienda, se obtiene el combustible, etc.; necesita saber producir estos instrumentos y servirse de ellos.
Instrumentos de producción con ayuda de los cuales se producen los bienes materiales, y hombres que los manejan y efectúan la producción de los bienes materiales, por tener una cierta experiencia productiva y hábitos de trabajo: tales son los elementos que, en conjunto, forman las fuerzas productivas de la sociedad.
Pero las fuerzas productivas no son más que uno de los aspectos de la producción, uno de los aspectos del modo de producción, el aspecto que refleja la relación entre el hombre y los objetos y fuerzas de la naturaleza empleados para la producción de los bienes materiales. El otro aspecto de la producción, el otro aspecto del modo de producción, lo constituyen las relaciones de unos hombres con otros dentro del proceso de la producción, las relaciones de producción entre los hombres. Los hombres no luchan con la naturaleza y no la utilizan para la producción de bienes materiales aisladamente, desligados unos de otros, sino juntos, en grupos, en sociedades. Por eso, la producción es siempre y bajo condiciones cualesquiera una producción social. Al efectuar la producción de los bienes materiales, los hombres establecen entre sí, dentro de la producción, tales o cuales relaciones mutuas, tales o cuales relaciones de producción. Estas relaciones pueden ser relaciones de colaboración y ayuda mutua entre hombres libres de toda explotación, pueden ser relaciones de dominio y subordinación o pueden ser, por último, relaciones de transición entre una forma de relaciones de producción y otra, pero, cualquiera que sea su carácter, las relaciones de producción constituyen siempre y en todos los regímenes un elemento tan necesario de la producción como las mismas fuerzas productivas de la sociedad.
«En la producción -dice Marx- los hombres no actúan solamente sobre la naturaleza, sino que actúan también los unos sobre los otros. No pueden producir sin asociarse de un cierto modo, para actuar en común y establecer un intercambio de actividades. Para producir, los hombres contraen determinados vínculos y relaciones, y a través de estos vínculos y relaciones sociales, y sólo a través de ellos, es como se relacionan con la naturaleza y como se efectúa la producción» (C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, t. I, pág. 261, ed. alemana)
Consiguientemente, la producción, el modo de producción, no abarca solamente las fuerzas productivas de la sociedad, sino también las relaciones de producción entre los hombres, siendo, por tanto, la forma en que toma cuerpo la unidad de ambas dentro del proceso de la producción de bienes materiales.
b) La primera característica de la producción es que jamás se estanca en un punto durante un largo período, sino que cambia y se desarrolla constantemente, con la particularidad de que estos cambios ocurridos en el modo de producción provocan inevitablemente el cambio de todo el régimen social, de las ideas sociales, de las concepciones e instituciones políticas, provocan la reorganización de todo el sistema social y político. En las diversas fases de desarrollo, el hombre emplea diversos modos de producción o, para decirlo en términos más vulgares, mantiene distinto género de vida. Bajo el régimen del comunismo primitivo, el modo de producción empleado es distinto que bajo la esclavitud, bajo el régimen de la esclavitud es distinto que bajo el feudalismo, etc. Y, en consonancia con esto, varían también el régimen social de los hombres, su vida espiritual, sus concepciones, sus instituciones políticas.
Según sea el modo de producción existente en una sociedad, así es también, fundamentalmente, esta misma sociedad y así son sus ideas y sus teorías, sus concepciones e instituciones políticas.
O, para decirlo en términos más vulgares, según vive el hombre, así piensa.
Esto significa que la historia del desarrollo de la sociedad es, ante todo, la historia del desarrollo de la producción, la historia de los modos de producción que se suceden unos a otros a lo largo de los siglos, la historia del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción entre los hombres.
Esto quiere decir que la historia del desarrollo de la sociedad es, al mismo tiempo, la historia de los propios productores de bienes materiales, la historia de las masas trabajadoras, que son las fuerzas fundamentales del proceso de producción y las que llevan a cabo la producción de los bienes materiales necesarios para la existencia de la sociedad.
Esto quiere decir que la ciencia histórica, si pretende ser una verdadera ciencia, no debe seguir reduciendo la historia del desarrollo social a los actos de los reyes y de los caudillos militares, a los actos de los «conquistadores» y «avasalladores» de Estados, sino que debe ocuparse ante todo de la historia de los productores de los bienes materiales, de la historia de las masas trabajadoras, de la historia de los pueblos.
Esto quiere decir que la clave para el estudio de las leyes de la historia de la sociedad no hay que buscarla en las cabezas de los hombres, en las ideas y concepciones de la sociedad, sino en el modo de producción aplicado por la sociedad en cada uno de sus períodos históricos, es decir, en la economía de la sociedad.
Esto quiere decir que la tarea primordial de la ciencia histórica es el estudio y el descubrimiento de las leyes de la producción, de las leyes del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción, de las leyes del desarrollo económico de la sociedad.
Esto quiere decir que el Partido del proletariado, para ser un verdadero partido, debe, ante todo, conocer las leyes del desarrollo de la producción, las leyes del desarrollo económico de la sociedad.
Esto quiere decir que en política, para no equivocarse, el Partido del proletariado debe, ante todo, tanto en lo que se refiere a la formación de su programa como en lo que atañe a su actuación práctica, arrancar de las leyes del desarrollo de la producción, de las leyes del desarrollo económico de la sociedad.
c) La segunda característica de la producción consiste en que sus cambios y su desarrollo arrancan siempre de los cambios y del desarrollo de las fuerzas productivas, y, ante todo, de los que afectan a los instrumentos de producción. Las fuerzas productivas son, por lo tanto, el elemento más dinámico y más revolucionario de la producción. Al principio, cambian y se desarrollan las fuerzas productivas de la sociedad y luego, en dependencia con estos cambios y en consonancia con ellos, cambian las relaciones de producción entre los hombres, sus relaciones económicas. Sin embargo, esto no quiere decir que las relaciones de producción no influyan sobre el desarrollo de las fuerzas productivas y que éstas no dependan de aquéllas. Las relaciones de producción, aunque su desarrollo dependa del desarrollo de las fuerzas productivas, actúan a su vez sobre el desarrollo de éstas, acelerándolo o amortiguándolo. A este propósito conviene advertir que las relaciones de producción no pueden quedarse por un tiempo demasiado largo rezagadas de las fuerzas productivas al crecer éstas, ni hallarse en contradicción con ellas, ya que las fuerzas productivas sólo pueden desarrollarse plenamente cuando las relaciones de producción están en armonía con el carácter y el estado de dichas fuerzas productivas y dan curso libre al desarrollo de éstas. Por eso, por muy rezagadas que las relaciones de producción se queden con respecto al desarrollo de las fuerzas productivas, tienen necesariamente que ponerse y se ponen realmente -más tarde o más temprano- en armonía con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y con el carácter de éstas. En otro caso, nos encontraríamos ante una ruptura radical de la unidad entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción dentro del sistema de ésta, ante un descoyuntamiento de la producción en bloque, ante una crisis de producción, ante la destrucción de las fuerzas productivas.
Un ejemplo de desarmonía entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas, un ejemplo de conflicto entre ambos factores, lo tenemos en las crisis económicas de los países capitalistas, donde la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción está en la violenta discordancia con el carácter social del proceso de producción, con el carácter de las fuerzas productivas. Resultado de esta discordancia son las crisis económicas, que conducen a la destrucción de las fuerzas productivas: y esta discordancia constituye, de por sí, la base económica de la revolución social, cuya misión consiste en destruir las relaciones de producción existentes y crear otras nuevas, que correspondan al carácter de las fuerzas productivas.
Por el contrario, el ejemplo de una armonía completa entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas nos lo ofrece la economía socialista de la URSS, donde la propiedad social sobre los medios de producción concuerda plenamente con el carácter social del proceso de la producción y donde, por tanto, no existen crisis económicas, ni se producen casos de destrucción de las fuerzas productivas.
Por consiguiente, las fuerzas productivas no son solamente el elemento más dinámico y más revolucionario de la producción, sino que son, además, el elemento determinante de su desarrollo.
Según sean las fuerzas productivas, así tienen que ser también las relaciones de producción.
Si el estado de las fuerzas productivas responde a la pregunta de con qué instrumentos de producción crean los hombres los bienes materiales que les son necesarios, el estado de las relaciones de producción responde ya a otra pregunta: ¿en poder de quién están los medios de producción (la tierra, los bosques, las aguas, el subsuelo, las materias primas, las herramientas y los edificios dedicados a la producción, las vías y los medios de comunicación, etc.), a disposición de quién se hallan los medios de producción: a disposición de toda la sociedad, o a disposición de determinados individuos, grupos o clases que los emplean para explotar a otros individuos, grupos o clases?
He aquí un cuadro esquemático del desarrollo de las fuerzas productivas desde los tiempos primitivos hasta nuestros días. Desde las herramientas de piedra sin pulimentar se pasa al arco y las flechas y, en relación con esto, de la caza como sistema de vida a la domesticación de animales y a la ganadería primitiva; de las herramientas de piedra se pasa a las herramientas de metal (el hacha de hierro, el arado con reja de hierro, etc.) y, en consonancia con esto, al cultivo de las plantas y a la agricultura; viene luego el mejoramiento progresivo de las herramientas metálicas para la elaboración de materiales, se pasa a la fragua de fuelle y a la alfarería y, en consonancia con esto, se desarrollan los oficios artesanos, se desglosan estos oficios de la agricultura, se desarrolla la producción independiente de los artesanos y, más tarde, la manufactura; de los instrumentos artesanos de producción se pasa a la máquina, y la producción artesana y manufacturera se transforma en la industria mecánica, y, por último, se pasa al sistema de máquinas y aparece la gran industria mecánica moderna: tal es, en líneas generales y no completas, ni mucho menos, el cuadro del desarrollo de las fuerzas productivas sociales a lo largo de la historia de la humanidad. Además, como es lógico, el desarrollo y perfeccionamiento de los instrumentos de producción corren a cargo de hombres relacionados con la producción y no se realizan con independencia de éstos: por tanto, a la par con los cambios y el desarrollo de los instrumentos de producción, cambian y se desarrollan también los hombres, como el elemento más importante que son de las fuerzas productivas, cambian y se desarrollan su experiencia en punto a la producción, sus hábitos de trabajo y su habilidad para el empleo de los instrumentos de producción.
En consonancia con los cambios y el desarrollo experimentado por las fuerzas productivas de la sociedad en el curso de la historia, cambian también y se desarrollan las relaciones de producción entre los hombres, sus relaciones económicas.
La historia conoce cinco tipos fundamentales de relaciones de producción: el comunismo primitivo, la esclavitud, el feudalismo, el capitalismo y el socialismo.
Bajo el régimen del comunismo primitivo, la base de las relaciones de producción es la propiedad social sobre los medios de producción. Esto, en sustancia, corresponde al carácter de las fuerzas productivas durante este período. Las herramientas de piedra y el arco y las flechas, que aparecen más tarde, excluían la posibilidad de luchar aisladamente contra las fuerzas de la naturaleza y contra las bestias feroces. Si no querían morir de hambre, ser devorados por las fieras o sucumbir a manos de las tribus vecinas, los hombres de aquella época veíanse obligados a trabajar en común, y así era como recogían los frutos en el bosque, como organizaban la pesca, como construían sus viviendas, etc. El trabajo en común condujo a la propiedad en común sobre los instrumentos de producción, al igual que sobre los productos de la producción. Aún no había surgido la idea de la propiedad privada sobre los medios de producción, exceptuando la propiedad personal de ciertas herramientas que al mismo tiempo que herramientas de trabajo eran armas de defensa contra las bestias feroces. No existía aún explotación, no existían clases.
Bajo el régimen de la esclavitud, la base de las relaciones de producción es la propiedad del esclavista sobre los medios de producción, así como también sobre los mismos productores, los esclavos, a quienes el esclavista podía vender, comprar y matar como ganado. Estas relaciones de producción se hallan, fundamentalmente, en consonancia con el estado de las fuerzas productivas durante este período. Ahora, en vez de las herramientas de piedra, el hombre dispone ya de herramientas de metal. En vez de aquella mísera economía primitiva basada en la caza y que no conocía ni la ganadería ni la agricultura, aparecen la ganadería, la agricultura, los oficios artesanos y la división del trabajo entre estas diversas ramas de producción; aparecen la posibilidad de efectuar un intercambio de productos entre los distintos individuos y las distintas sociedades y la posibilidad de acumular riquezas en manos de unas cuantas personas; se produce, en efecto, una acumulación de medios de producción en manos de una minoría y surge la posibilidad de que esta minoría sojuzgue a la mayoría y convierta a sus componentes en esclavos. Ya no existe el trabajo libre y en común de todos los miembros de la sociedad dentro del proceso de la producción, sino que impera el trabajo forzado de los esclavos, explotados por los esclavistas, que no trabajan. No existen, tampoco, por tanto, propiedad social sobre los medios de producción ni sobre los productos. La propiedad social es sustituida por la propiedad privada. El esclavista es el primero y fundamental propietario con plenitud de derechos.
Ricos y pobres, explotadores y explotados, hombres con plenitud de derechos y hombres privados totalmente de derechos; una furiosa lucha de clases entre unos y otros: tal es el cuadro que presenta el régimen de la esclavitud.
Bajo el régimen feudal, la base de las relaciones de producción es la propiedad del señor feudal sobre los medios de producción y su propiedad parcial sobre los productores, sobre los siervos, a quienes ya no puede matar, pero a quienes sí puede comprar y vender. A la par con la propiedad feudal existe la propiedad individual del campesino y el artesano sobre los instrumentos de producción y sobre su economía privada, basada en el trabajo personal. Estas relaciones de producción se hallan, fundamentalmente, en consonancia con el estado de las fuerzas productivas durante este período. El perfeccionamiento progresivo de la fundición y elaboración del hierro, la difusión del arado de hierro y el telar, los progresos de la agricultura, de la horticultura, de la viticultura y de la fabricación del aceite, la aparición de las primeras manufacturas junto a los talleres de artesanos: tales son los rasgos característicos del estado de las fuerzas productivas durante este período.
Las nuevas fuerzas productivas exigen que se deje al trabajador cierta iniciativa en la producción, que sienta cierta inclinación al trabajo y se halle interesado en él. Por eso, el señor feudal prescinde de los esclavos, que no sienten ningún interés por su trabajo ni ponen en él la menor iniciativa, y prefiere entendérselas con los siervos, que tienen su propia economía y sus herramientas propias y se hallan interesados por el trabajo en cierto grado, en la medida necesaria para trabajar la tierra y pagar al señor en especie, con una parte de la cosecha.
Durante este período, la propiedad privada hace nuevos progresos. La explotación sigue siendo casi tan rapaz como bajo la esclavitud, aunque un poco suavizada. La lucha de clases entre los explotadores y los explotados es el rasgo fundamental del feudalismo.
Bajo el régimen capitalista, la base de las relaciones de producción es la propiedad capitalista sobre los medios de producción y la inexistencia de propiedad sobre los productores, obreros asalariados, a quienes el capitalista no puede matar ni vender, pues se hallan exentos de los vínculos de sujeción personal, pero que carecen de medios de producción, por lo cual, para no morirse de hambre, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo al capitalista y a doblar la cerviz al yugo de la explotación. A la par con la propiedad capitalista sobre los medios de producción, existe y se halla en los primeros tiempos muy generalizada la propiedad privada del campesino y del artesano, libres de la servidumbre, sobre sus medios de producción, propiedad privada que está basada en el trabajo personal. En lugar de los talleres de los artesanos y las manufacturas, surgen las grandes fábricas y empresas dotadas de maquinaria. En lugar de las haciendas de los nobles, cultivadas con los primitivos instrumentos campesinos de producción, aparecen las grandes explotaciones agrícolas capitalistas, montadas a base de la técnica agraria y dotadas de maquinaria agrícola.
Las nuevas fuerzas productivas exigen trabajadores más cultos y más despiertos que los siervos, mantenidos en el embrutecimiento y la ignorancia: trabajadores capaces de entender y manejar las máquinas. Por eso, los capitalistas prefieren tratar con obreros asalariados, libres de las cadenas de la servidumbre y lo suficientemente cultos para saber manejar la maquinaria.
Pero, después de desarrollar las fuerzas productivas en proporciones gigantescas, el capitalismo se enreda en contradicciones insolubles para él. Al producir cada vez más mercancías y hacer bajar cada vez más sus precios, el capitalismo agudiza la competencia, arruina a una masa de pequeños y medianos propietarios, los convierte en proletarios y rebaja su poder adquisitivo, con lo cual se hace imposible la venta de las mercancías producidas. Al dilatar la producción y concentrar en enormes fábricas y empresas industriales a millones de obreros, el capitalismo da al proceso de producción un carácter social y va minando con ello su propia base, ya que el carácter social del proceso de producción reclama la propiedad social sobre los medios de producción, mientras que la propiedad sobre los medios de producción sigue siendo una propiedad privada capitalista, incompatible con el carácter social que el proceso de producción presenta.
Estas contradicciones irreductibles entre el carácter de las fuerzas productivas y las relaciones de producción se manifiestan en las crisis periódicas de superproducción, en que los capitalistas, no encontrando compradores solventes, como consecuencia del empobrecimiento de la masa de la población, provocado por ellos mismos, se ven obligados a quemar los productos, a destruir las mercancías elaboradas, a paralizar la producción y a devastar las fuerzas productivas y en que millones de seres se ven condenados al paro forzoso y al hambre, no porque escaseen las mercancías, sino por todo lo contrario: por haberse producido en exceso.
Esto quiere decir que las relaciones capitalistas de producción ya no están en consonancia con el estado de las fuerzas productivas de la sociedad, sino que se hallan en irreductible contradicción con ellas.
Esto quiere decir que el capitalismo lleva en su entraña la revolución, una revolución que está llamada a suplantar la actual propiedad capitalista sobre los medios de producción por la propiedad socialista.
Esto quiere decir que el rasgo fundamental del régimen capitalista es la más encarnizada lucha de clases entre explotadores y explotados.
Bajo el régimen socialista, que hasta hoy sólo es una realidad en la URSS, la base de las relaciones de producción es la propiedad social sobre los medios de producción. Aquí, ya no hay explotadores ni explotados. Los productos creados se distribuyen con arreglo al trabajo, según el principio de «el que no trabaja, no come». Las relaciones mutuas entre los hombres dentro del proceso de producción tienen el carácter de relaciones de colaboración fraternal y de mutua ayuda socialista entre trabajadores libres de toda explotación. Las relaciones de producción se hallan en plena consonancia con el estado de las fuerzas productivas, pues el carácter social del proceso de producción es refrendado por la propiedad social sobre los medios de producción.
Por eso la producción socialista de la URSS no conoce las crisis periódicas de superproducción ni los absurdos que éstas acarrean.
Por eso, en la URSS, las fuerzas productivas se desarrollan con ritmo acelerado, ya que las relaciones de producción, al hallarse en consonancia con dichas fuerzas productivas, abren amplio cauce a este desarrollo.
Tal es el cuadro que presenta el desarrollo de las relaciones de producción entre los hombres, en el curso de la historia de la humanidad.
Tal es la relación de dependencia en que el desarrollo de las relaciones de producción se halla con respecto a desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, y en primer término con respecto al desarrollo de los instrumentos de producción, relación de dependencia por virtud de la cual los cambios y el desarrollo que experimentan las fuerzas productivas se traducen, más tarde o más temprano, en los cambios y el desarrollo congruentes de las relaciones de producción.
«El uso y la creación de medios de trabajo[1] -dice Marx-, aunque en germen son ya inherentes a ciertas especies animales, caracterizan el proceso de trabajo específicamente humano, razón por la cual Franklin define al hombre como un animal que fabrica instrumentos. Y así como la estructura de los restos fósiles de huesos tiene una gran importancia para reconstruir la organización de especies animales desaparecidas, los vestigios de los antiguos medios de trabajo nos sirven para apreciar formaciones económicas de la sociedad ya desaparecidas. Lo que distingue a las épocas económicas unas de otras no es lo que se produce, sino cómo se produce... Los medios de trabajo no son solamente el barómetro del desarrollo de la fuerza de trabajo del hombre sino también el exponente de las relaciones sociales en que se trabaja» (C. Marx, «El Capital», t. I, pág. 189).
Y en otros pasajes:
«Las relaciones sociales están íntimamente vinculadas a las fuerzas productivas. Al adquirir nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian de modo de producción y al cambiar el modo de producción, la manera de ganarse la vida, cambian todas las relaciones sociales. El molino movido a brazo nos da la sociedad de los señores (feudales, J. St.), el molino de vapor, la sociedad de los capitalistas industriales» (C. Marx, «Miseria de la Filosofía», ed. alem., Moscú, 1939, pág. 71). «Existe un movimiento constante de incremento de las fuerzas productivas, de destrucción de las relaciones sociales y de formación de las ideas; lo único inmutable es la abstracción del movimiento» (Obra cit., pág. 72).
Caracterizando el materialismo histórico, tal como se formula en el «Manifiesto del Partido Comunista», dice Engels:
«La producción económica y la estructura social que de ella se deriva necesariamente en cada época histórica, constituyen la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de esa época... Por tanto, toda la historia de la sociedad, desde la disolución del régimen primitivo de la propiedad comunal sobre el suelo, ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social... Ahora, esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que le explota y le oprime (la burguesía), sin emancipar al mismo tiempo para siempre a la sociedad entera de la explotación, la opresión y la lucha de clases... » (Prólogo de Engels a la edición alemana de 1883, «Manifiesto del Partido Comunista»).
d) La tercera característica de la producción consiste en que las nuevas fuerzas productivas y las relaciones de producción congruentes con ella no surgen desligadas del viejo régimen, después de desaparecer éste, sino que se forman en el seno de él; se forman no como fruto de la acción premeditada y consciente del hombre, sino de un modo espontáneo, inconsciente, e independientemente de la voluntad de los hombres. Se forma de un modo espontáneo e independientemente de la voluntad de los hombres, por dos razones.
En primer lugar, porque los hombres no son libres para elegir tal o cual modo de producción, pues cada nueva generación, al entrar en la vida, se encuentra ya con un sistema establecido de fuerzas productivas y relaciones de producción, como fruto del trabajo de las pasadas generaciones, en vista de lo cual, si quiere tener la posibilidad de producir bienes materiales, no tiene, en los primeros tiempos, más remedio que aceptar el estado de cosas con que se encuentra dentro del campo de la producción y adaptarse a él.
En segundo lugar, porque, cuando perfecciona este o el otro instrumento de producción, este o el otro elemento de las fuerzas productivas, el hombre no sabe, no comprende, ni se le ocurre siquiera pensar en ello, qué consecuencias sociales puede acarrear su innovación, sino que piensa única y exclusivamente en su interés inmediato, en facilitar su trabajo y en obtener algún provecho inmediato y tangible para sí.
Cuando algunos de los miembros de la sociedad comunista primitiva empezaron a sustituir, paulatinamente y tanteando el terreno, las herramientas de piedra por las de hierro, ignoraban, naturalmente, y no paraban mientes en ello, que consecuencias sociales había de tener esta innovación, no sabían ni comprendían que el paso a las herramientas metálicas significaba un cambio radical en la producción, cambio que en fin de cuentas conduciría al régimen de la esclavitud: lo único que a ellos les interesaba era facilitar el trabajo y conseguir un provecho inmediato y sensible; su actuación consciente se limitaba al estrecho marco de esta ventaja tangible, de carácter personal.
Cuando dentro del período del régimen feudal, la joven burguesía europea comenzó a organizar, junto a los pequeños talleres gremiales de los artesanos, las grandes empresas manufactureras, imprimiendo con ello un avance a las fuerzas productivas de la sociedad, no sabía, naturalmente, ni paraba mientes en ello, qué consecuencias sociales había de acarrear esta innovación: no sabía ni comprendía que esta «pequeña» innovación conduciría a una reagrupación tal de las fuerzas sociales, que necesariamente desembocaría en la revolución, la cual iría dirigida contra el poder real, cuyas mercedes apreciaba tanto, y contra la nobleza, cuyo rango soñaban con escalar no pocos de sus mejores representantes; lo único que le preocupaba era abaratar la producción de mercancías, lanzar una cantidad mayor de artículos a los mercados de Asia y de la América recién descubierta, y obtener mayores ganancias; su actuación consciente se limitaba al estrecho marco de esta finalidad tangible.
Cuando los capitalistas rusos, juntamente con los capitalistas extranjeros, introdujeron en Rusia de un modo intensivo la moderna industria mecánica, dejando intacto el zarismo y entregando a los campesinos a la voracidad de los terratenientes, no sabían, naturalmente, ni paraban mientes en ello, qué consecuencias sociales había de acarrear este importante incremento de las fuerzas productivas: no sabían ni comprendían que este importante salto que se daba en el campo de las fuerzas productivas de la sociedad conduciría a una reagrupación tal de las fuerzas sociales, que daría al proletariado la posibilidad de unir con él a los campesinos y de llevar a cabo la revolución socialista victoriosa; lo único que ellos querían era incrementar hasta el máximo la producción industrial, dominar el gigantesco mercado interior del país, convertirse en monopolistas y sacar mayores ganancias de la economía nacional: la conciencia con que realizaban aquel acto no iba más allá del horizonte empírico y estrecho de sus intereses personales.
En relación con esto, dice Marx:
«En la producción social de su vida, (es decir en la producción de los bienes materiales necesarios para la vida de los hombres, J. St.), los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes[2] de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales» (Carlos Marx, Obras escogidas, t. I).
Esto significa, sin embargo, que los cambios ocurridos en las relaciones de producción y el paso de las viejas relaciones de producción a otras nuevas discurran lisa y llanamente, sin conflictos ni conmociones. Por el contrario, estos cambios revisten generalmente la forma de un derrocamiento revolucionario de las viejas relaciones de producción para dar paso a la instauración de otras nuevas. Hasta llegar a un cierto período, el desarrollo de las fuerzas productivas y los cambios que se operan en el campo de las relaciones de producción discurren de un modo espontáneo, independientemente de la voluntad de los hombres. Pero sólo hasta un determinado momento, hasta el momento en que las fuerzas productivas que surgen y se desarrollan logran madurar cumplidamente. Una vez que las nuevas fuerzas productivas están en sazón, las relaciones de producción existentes y sus representantes, las clases dominantes, se convierten en ese obstáculo «insuperable» que sólo puede eliminarse por medio de la actuación consciente de las nuevas clases, por medio de la acción violenta de estas clases, por medio de la revolución. Aquí se destaca con gran nitidez el papel inmenso de las nuevas ideas sociales, de las nuevas instituciones políticas, del nuevo Poder político, llamados a liquidar por la fuerza a las viejas relaciones de producción. Sobre la base del conflicto entre las nuevas fuerzas productivas y las viejas relaciones de producción, sobre la base de las nuevas exigencias económicas de la sociedad surgen nuevas ideas sociales; estas nuevas ideas organizan y movilizan a las masas, las masas se funden en un nuevo ejército político, crean un nuevo Poder revolucionario y utilizan este Poder para liquidar por la fuerza el viejo régimen establecido en el campo de las relaciones de producción y refrendar el régimen nuevo. El proceso espontáneo de desarrollo deja el puesto a la acción consciente del hombre, el desarrollo pacífico a la transformación violenta, la evolución a la revolución.
«En la lucha contra la burguesía -dice Marx-, el proletariado se constituye indefectiblemente en clase..., mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, destruye por la fuerza las viejas relaciones de producción» («Manifiesto del Partido Comunista»).
Y en otro lugar:
«El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía de todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible las fuerzas productivas» (Obra cit.). «La violencia es la partera de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva» (Marx, «El Capital», t. II, pág. 788).
He aquí en qué términos formulaba Marx, con trazos geniales, la esencia del materialismo histórico, en el memorable «prólogo» escrito en 1859 para su famoso libro «Contribución a la crítica de la Economía Política»:
«En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona en general el proceso social, político y espiritual de la vida. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es el que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando las condiciones materiales para su realización» (C. Marx, Obras escogidas, t, I, págs. 359-360, ed. alem.).
Tal es la concepción del materialismo marxista, en su aplicación a la vida social, en su aplicación a la historia de la sociedad.
Tales son los rasgos fundamentales del materialismo dialéctico y del materialismo histórico.