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Revisión del 23:22 21 sep 2024

El Materialismo Histórico
AutorFyodor Vasilyevich Konstantinov
TipoLibro
Primera publicación1951
Editora empleadaEditorial Grijalbo
Lugar de la presente ediciónCiudad de México
Año de la presente edición1966
ISBN968-419-269-X
TraductorWenceslao Roces
Fuentehttps://archive.org/details/konstantinov.-el-materialismo-historico-ocr-1957/mode/1up

Prólogo a la segunda edición rusa

Prólogo a la segunda edición rusa

La primera edición del libro que ofrecemos a la consideración del lector vió la luz en 1951. Los doscientos mil ejemplares que se tiraron de la obra se agotaron rápidamente. Ello atestiguaba la creciente necesidad de un manual de estudio en el que se expusieran sistemáticamente los fundamentos del materialismo histórico, de la ciencia marxista de las leyes generales de desarrollo de la sociedad.

La primera edición del libro fué sometida a la crítica de prensa y a discusiones especiales en las cátedras de las escuelas superiores de humanidades y en reuniones de profesores de filosofía marxista y de los fundamentos del marxismo, en las que tomaron parte, además, historiadores, economistas y juristas.

En esta segunda edición de la obra, los autores han procurado tener en cuenta todos los valiosos y acertados juicios críticos y observaciones apuntados en los artículos aparecidos sobre la primera edición y en las reuniones de profesores y personal científico. En algunos de aquellos juicios se expresó la conveniencia científica y pedagógica de modificar la estructura del libro, precisar más la exposición en torno a algunos problemas y reducir la extensión de la obra, sin atentar a la claridad del texto, de tal modo que ésta fuera asequible para todos los lectores. Hemos procurado tener en cuenta estos deseos y, en consonancia con ellos, se ha reducido el número de capítulos y el volumen de la obra.

Los autores, a la par que ponen de manifiesto la acción de las leyes sociológicas generales, han procurado mostrar en cada capítulo el carácter peculiar de las leyes y fuerzas motrices inherentes a la sociedad socialista, en la que no existen ya relaciones de producción antagónicas y en la que no se dan la anarquía de la producción, el antagonismo de clases ni la opresión de las naciones. El estudio general de estas leyes y fuerzas motrices peculiares de la sociedad socialista se contiene en los capítulos XI y XII: "Las fuerzas motrices del desarrollo de la sociedad socialista" y "Las leyes del paso del socialismo al comunismo".

El presente libro sobre El materialismo histórico ha sido escrito por un grupo de autores del Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S. Los capítulos I, II, III, IX y X, los cuatro primeros apartados del capítulo VI y los tres primeros del capítulo XI fueron redactados por F. V. Konstantinov, miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S. El capítulo V, los apartados 5 a 9 del VI y el apartado 4 del capítulo XI los escribió el doctor en Ciencias filosóficas G. E. Gleserman. Los capítulos IV y VIII son obra del profesor Kammari, miembro correspondiente e la Academia de Ciencias de la U.R.S.S. El capítulo VII ha sido redactado por el profesor G. M. Gak, y el capítulo XII por el doctor en Ciencias filosóficas T. A. Stepanian.

La experiencia de la redacción de otros libros didácticos y manuales sobre diversas disciplinas científicas demuestra que esta clase de libros van plasmándose, mejorándose y perfeccionándose a lo largo de los años, de edición en edición. Al preparar la segunda de esta obra como manual para la enseñanza y el estudio, los autores han procurado corregir los defectos, las insuficiencias y algunos errores contenidos en la primera.

Rogamos a los lectores que envíen sus observaciones críticas en la presente edición de la obra al Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S (Voljonka 14, Moscú).

Los autores


Moscú, marzo de 1954

La cienca del materialismo histórico


Capítulo I. La ciencia del materialismo histórico

1. Objeto del materialismo histórico.

Toda ciencia tiene su objeto propio de investigación. La Economía política, por ejemplo, estudia las leyes que rigen el desarrollo de las relaciones sociales de producción, es decir, de las relaciones económicas; la ciencia jurídica recae sobre el desarrollo de determinadas formas históricas del Estado y el derecho; la lingüística estudia el lenguaje como fenómeno social específico, las leyes de su desarrollo, su función en la vida social, etc. Pues bien, ¿cuál es el objeto sobre que versa el materialismo histórico?

El materialismo histórico es la ciencia de las leyes generales que rigen el desarrollo de la sociedad. Las ciencias sociales más arriba citadas (la Economía política, la ciencia jurídica, la lingüística) estudian el desarrollo de ciertos aspectos de la vida social por separado, de determinadas manifestaciones y modalidades de las relaciones sociales. A diferencia de estas ciencias, el materialismo histórico versa sobre las leyes del desarrollo de la sociedad en su conjunto sobre las relaciones mutuas entre todos los aspectos de la vida social. Da respuesta a las preguntas de qué es lo que determina el carácter del régimen social, de cómo se halla condicionado el desarrollo de la sociedad, de cómo se pasa de un régimen social a otro, por ejemplo, del capitalismo al socialismo.

El materialismo histórico investiga las leyes generales del proceso histórico, y esto es lo que distingue su propósito del de las ciencias sociales especiales y del que persigue la historia política, la cual está llamada también a estudiar todos los aspectos de la historia de la sociedad, pero en sus manifestaciones concretas y en su sucesión cronológica, en los distintos países y a lo largo de las distintas épocas.

El materialismo histórico da la única solución certera, científica, a los problemas teóricos y metodológicos más generales, más cardinales, de la ciencia social, sin cuyo esclarecimiento sería imposible explicar acertadamente el desarrollo de la vida social en su conjunto o el de cualquiera de sus aspectos por separado.

En la vida social, nos encontramos con fenómenos económicos, políticos e ideológicos. ¿Existen entre ellos algunos nexos, y cuál es su carácter? ¿Hay, en medio de la abigarrada, multiforme, compleja y contradictoria sucesión de los acontecimientos históricos, en todo el curso del desarrollo de la sociedad, algún nexo interno y necesario, alguna sujeción a leyes o, por el contrario, debemos admitir que en la vida social, a diferencia de lo que ocurre en la naturaleza, reinan el azar, el caos y la arbitrariedad? He aquí uno de los problemas cardinales que nos plantea la ciencia de la sociedad.

La humanidad ha recorrido una larga y compleja trayectoria, que va desde el régimen de la comunidad primitiva, pasando por la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo, hasta el socialismo, instaurado ya en la sexta parte del planeta, en la U.R.S.S., y en vías de construcción en los países de democracia popular. Pues bien, ¿cuáles son las fuerzas motrices fundamentales de esta trayectoria progresiva?

La solución científica a estos problemas la ofrece por vez primera el materialismo histórico, la teoría que señala el camino hacia el conocimiento de la historia de la sociedad como un proceso único regido por leyes, considerado en toda su multiformidad y en sus contradicciones, y que nos permite llegar a comprender certeramente el presente y a prever el futuro.

El materialismo histórico constituye una teoría científica coherente y armónica, que explica el desarrollo de la sociedad, el paso de un régimen social a otro. Es, además, el único método científico, certero, para estudiar todos los fenómenos sociales y la historia de cada país de por sí y de los pueblos en su conjunto. El materialismo histórico suministra el método científico para el estudio de todas las ramas de la ciencia social. El economista, el jurista, el investigador del arte, el historiador, no podrán orientarse por entre la multiformidad de los fenómenos de la vida social, en medio de la maraña de los sucesos de la historia, más que apoyándose en la teoría y en el método del materialismo histórico; sólo así alcanzarán a descubrir las leyes históricas que prevalecen sobre lo casual, descubrirán el todo detrás de las partes, el bosque que los árboles ocultan. El materialismo histórico brinda al investigador el hilo conductor de sus indagaciones, que le permite avanzar libre y conscientemente por entre el embrollado laberinto de los hechos históricos.

El materialismo histórico, la ciencia de las leyes generales de desarrollo de la sociedad, forma parte integrante del marxismo-leninismo, es el fundamento científico-histórico sobre que descansa el comunismo, la base teórica de la política, la estrategia y la táctica de la clase obrera y de su vanguardia revolucionaria, el Partido comunista. El materialismo histórico no es un esquema, no es un conjunto de tesis o principios abstractos que baste con aprenderse de memoria; es, por el contrario, una teoría social perennemente viva y en constante desarrollo creador y, a la par con ello, un método para el conocimiento de la vida social y una guía para la acción.

Para poder participar conscientemente en la gran lucha histórica por la paz, la democracia y el comunismo, hay que conocer las causas reales y las fuerzas motrices de los acontecimientos históricos, hay que conocer las leyes del desarrollo social. El materialismo histórico nos enseña las leyes generales del desarrollo de la sociedad y nos permite orientarnos certeramente en medio de los acontecimientos históricos que van sucediendo, comprender su sentido, percatarnos claramente de la orientación del desarrollo social, tener una perspectiva histórica.

2. La creación del materialismo histórico, la más grandiosa revolución operada en la ciencia.

El materialismo histórico nació en la década del cuarenta del siglo XIX. Fué creado por Marx y Engels, grandes sabios y pensadores, maestros y guías de la clase obrera. La aparición del materialismo dialéctico e histórico representó la más grandiosa revolución operada en la ciencia.

El materialismo histórico, como el marxismo en general, no podía surgir en cualquier momento ni bajo cualesquiera condiciones. Nació con arreglo a leyes, al calor de las necesidades del desarrollo de la vida material de la sociedad y como resultado de toda la trayectoria anterior de la ciencia, incluyendo la filosofía. ¿Cuáles fueron las condiciones históricas que condujeron al nacimiento del marxismo?

En primer lugar, a mediados del siglo XIX, alcanzaron un alto grado de intensidad las contradicciones del capitalismo. Testimonio de ello era, no sólo las crisis periódicas industriales de superproducción en los países capitalistas, sino también la agudización de la lucha de clases. Las fuerzas productivas de la sociedad capitalista entraban en contradicción con las relaciones de producción del capitalismo y las exigencias cada vez más apremiantes del desarrollo de la vida material de la sociedad reclamaban la abolición de las relaciones capitalistas de producción y su sustitución por las relaciones de producción socialistas.

En segundo lugar, con le régimen capitalista de producción surgió también la nueva clase de vanguardia, el proletariado. En los años cuarenta del siglo XIX, apareció en la palestra histórica el proletariado como poderosa fuerza política de vanguardia.

Mientras que bajo el feudalismo las relaciones de clase se ocultaban bajo el manto de las relaciones corporativas, el capitalismo vino a simplificar las relaciones de clase y a ponerlas al desnudo. La lucha de clases hacíase cada vez más patente, y ello permitía ver científicamente en esta lucha la fuerza motriz de la historia y explicar cómo las clases y la lucha ente ellas condicionan el régimen económico de la sociedad. Federico Engels escribía: "Mientras que en todos los períodos anteriores la investigación de estas causas propulsoras de la historia era punto menos que imposible —por lo compleja y velada que era la trabazón de aquellas causas con sus efectos—, en la actualidad esta trabazón está ya lo suficientemente simplificada para que el enigma pueda descifrarse. Desde la implantación de la gran industria, es decir, por lo menos desde la paz europea de 1815, ya para nadie en Inglaterra era un secreto que allí la lucha política giraba toda en torno a las pretensiones de dominación de dos clases: la aristocracia terrateniente (landed aristocracy) y la burguesía (middle class). En Francia se hizo patente este mismo hecho con el retorno de los Borbones; los historiadores del período de la Restauración, desde Thierry hasta Guizot, Mignet, y Thiers, lo proclaman constantemente como el hecho que da la clave para entender la historia de Francia desde la Edad Media. Y desde 1830, en ambos países se reconoce como tercer beligerante, en la lucha por el Poder, a la clase obrera, al proletariado. Las condiciones se habían simplificado hast tal punto, que había que cerrar intencionalmente los ojos para no ver en la lucha de estas tres grandes clases y en el choque de sus intereses la fuerza propulsora de la historia moderna, por lo menos en los dos países más avanzados".[1]

Las exigencias materiales cada vez más apremiantes del paso de la sociedad del capitalismo al socialismo, las exigencias de la lucha de clases del proletariado, hicieron nacer el marxismo. Pero ¿por qué la cuna del marxismo, y en particular del materialismo histórico, fué precisamente la Alemania de la década del cuarenta del siglo XIX? Porque la revolución democrático-burguesa que en aquel tiempo estaba gestándose en Alemania hubo de pasar por las contradicciones del capitalismo en una fase más alta que la que había conocido el proceso análogo de la revolución en Inglaterra y Francia. La Alemania de mediados del siglo XIX era un país bastante más maduro desde el punto de vista del capitalismo que la Inglaterra del siglo XVII y la Francia del XVIII. En Alemania, habíase formado ya un proletariado que aspiraba legítimamente a desempeñar un papel histórico independiente en la lucha de clases y en la revolución que avanzaba. Las tareas que el proletariado de Alemania tenía ante sí reclamaban insistentemente el planteamiento y la solución de los problemas de la teoría y la táctica revolucionarias, el esclarecimiento del papel histórico de la clase obrera tanto en la revolución burguesa como en la revolución socialista,. Y a ello se debió precisamente el que Alemania fuese la cuna del materialismo histórico y del marxismo en general y el que los guías del proletariado alemán, Marx y Engels, se revelasen como los creadores de la ciencia social.

No es, en modo alguno, un hecho casual, sino que, por el contrario, responde a sus leyes, el que los creadores de la ciencia de la sociedad fuesen los ideólogos de la clase obrera. La explicación de ello está en que, mientras el descubrimiento de las leyes de la naturaleza se desliza, en general, sin grandes obstáculos, ya que no choca con los intereses de las clases reaccionarias, la cosa es muy distinta cuando se trata del descubrimiento de las leyes del desarrollo de la sociedad, pues muchas de estas leyes se enfrentan con los intereses de las fuerzas de la reacción. Esto explica por qué las fuerzas reaccionarias oponen una furiosa resistencia al descubrimiento y, más todavía, a la aplicación de las leyes del desarrollo social que chocan con sus intereses.

Sólo la clase avanzada, personificada por sus ideólogos, aquella clase que no se halla interesada en perpetuar el régimen social viejo y caduco, que mira audazmente al porvenir, puede ser la iniciadora y abanderada del descubrimiento de las leyes del desarrollo de la sociedad. La ciencia social sólo podían crearla y la crearon los ideólogos del proletariado, de la clase consecuentemente revolucionaria, revolucionaria hasta el fin, interesada en acabar con todas las formas de explotación del hombre por el hombre. Esto explica por qué la auténtica ciencia de las leyes del desarrollo de la sociedad no podía ser creada por los ideólogos de la burguesía, y menos aún por los de la esclavitud o el feudalismo.

La comparación entre los resultados del desarrollo de las ciencias naturales y de la ciencia de la sociedad, en el momento en que apareció el marxismo, confirma plenamente lo que acabamos de decir. No cabe duda de que las ciencias naturales, a mediados del siglo XIX, habían alcanzado enormes éxitos. La ciencia había ido desalojando al idealismo y a la religión de un campo tras otro, en los dominios de las ciencias naturales. El materialismo filosófico de los siglos XVII y XVIII, basándose en los datos de las ciencias naturales, brindaba una explicación materialista de la naturaleza, partiendo de la naturaleza misma.

En cambio, en las ciencias sociales, históricas, hasta que vino Marx, siguió prevaleciendo de un modo absoluto el idealismo. Sin hablar del idealismo filosófico y de la religión imperantes en la sociedad capitalista, hasta los pensadores que en su tiempo ocupaban una posición avanzada, como los materialistas ingleses y franceses de los siglos XVII y XVIII o el materialista alemán de los años cuarenta del siglo XIX, Ludwig Feuerbach, seguía abrazando los puntos de vista del idealismo, cuando se trataba de explicar los fenómenos de la vida social, la historia de la sociedad. Teólogos y filósofos idealistas, sociólogos e historiadores burgueses, todos los ideólogos de la aristocracia feudal y de la grande y la pequeña burguesía, veían en la conciencia, la razón, las ideas políticas, morales, religiosas y las demás ideas y principios, la fuerza motriz fundamental y determinante en el desarrollo de la sociedad.

En la naturaleza actúan, como es sabido, las fuerzas ciegas y elementales. En la sociedad actúan los hombres, dotados de razón, de conciencia y de voluntad. De este hecho extraen los idealistas una conclusión falsa, al afirmar que mientras que en la naturaleza rigen las leyes y la necesidad, en la historia de la sociedad impera, por el contrario, al parecer, el libre arbitrio del hombre; si los cambios del día y la noche, el transcurso del tiempo; las alteraciones del clima y otros fenómenos de la naturaleza no dependen de la voluntad y la conciencia de los hombres, en cambio los acontecimientos de la historia se determinan, según este modo de concebir, por la actividad consciente y la voluntad de los individuos, de los personajes históricos, de los caudillos, los héroes, los generales, los gobernantes y los reyes. Son las ideas, a juicio de los ideólogos burgueses, las que gobiernan el curso de la historia.

A los ojos de los historiadores y sociólogos idealistas, la historia de la sociedad humana se tornaba en una cadena de sucesos contingentes, en un caos de errores, de violencias irracionales y aberraciones. Estos ideólogos veían en épocas históricas enteras, por ejemplo en la Edad Media, el resultado del extravío de la razón, la consecuencia del odio y la superstición de los hombres, o el fruto de las torpes costumbres de las gentes o de la ceguera del legislador. En vez de explicar las ideas sociales, las concepciones y teorías políticas y las instituciones sociales a la luz del desarrollo de las condiciones materiales de vida de la sociedad, los idealistas exponen toda la historia de la sociedad partiendo de la conciencia de los hombres, de su ideas y teorías filosóficas, políticas, etc. Los idealistas consideran que no es la existencia social, que no es la vida material de la sociedad lo que engendra una determinada conciencia social, sino, por el contrario, la conciencia social la que alumbra y condiciona de por sí la vida social, la existencia social.

Para poder crear una concepción científica de la historia, de la vida social, era necesario someter al idealismo a una crítica a fondo, en todos y cada uno de sus aspectos, y expulsarlo de su último refugio, es decir, del campo de la historia. Y esto fue, en efecto, lo que hicieron Marx y Engels.

Los vicios radicales de la concepción idealista de la vida social, de la historia, consisten en lo siguiente.

En primer lugar, los historiadores y sociólogos idealistas, al estudiar la historia, la vida social, se fijan solamente en los motivos ideales que guían la actividad de los hombres, sin pararse a investigar qué es lo que engendra y determina estos motivos. Los idealistas se detienen, por tanto, en la apariencia de los fenómenos de la vida social, en la superficie del proceso histórico, sin penetrar en su esencia, sin descubrir las causas materiales profundas de los fenómenos estudiados.

En segundo lugar, los idealistas contraponen metafísicamente la sociedad a la naturaleza, como si entre una y otra mediara un abismo. Ignoran el hecho de que la sociedad, aunque tenga sus características propias, es, sin embargo, parte de la naturaleza, de que los fenómenos sociales, como los de la naturaleza, se hallan sometidos a la acción de leyes objetivas, que no dependen de la conciencia ni de la voluntad de los hombres.

Los historiadores y los sociólogos, hasta Marx, veían y exponían solamente los nexos fortuitos, externos, entre los acontecimientos históricos, entre los fenómenos sociales. En el mejor de los casos, alcanzaban a trazar un cuadro de determinados aspectos del proceso histórico, a reunir una serie de datos y hechos sueltos, inconexos, pero sin llegar a ofrecer nunca una auténtica ciencia de la sociedad y de las leyes de su desarrollo.

En tercer lugar, la sociología y la historiografía premarxistas caracterizábanse por ignorar el papel decisivo de las masas populares en la historia, reduciendo la historia de la sociedad a la historia de los grandes hombres, los emperadores, los reyes y los caudillos. Los idealistas adoptaban ante las masas, ante el pueblo, una actitud de desprecio; las consideraban como una "materia" pasiva, sumisa, inerte, a la que infundía vida y movimiento, según ellos, la acción del "espíritu", de las ideas, la acción de las grandes personalidades.

Las falaces concepciones idealistas de la sociedad y de la historia mantenidas en vigor hasta la aparición del materialismo histórico obedecían a la situación de clase, a la limitación de los horizontes de clase de los sociólogos e historiadores. Los ideólogos burgueses, expresando los intereses de su clase, desorientan a las masas por medio de sus ardides idealistas. Pintan un cuadro deformado de la vida social, una imagen invertida de la realidad, de la miseria y las calamidades en que se debaten los trabajadores de los países capitalistas.

Manifestándose en contra de la lucha de clase del proletariado por cambiar las condiciones económicas y políticas de vida de la sociedad, los idealistas se esfuerzan en sembrar la creencia ilusoria de que es posible llegar a cambiar estas condiciones de vida por medio del propio perfeccionamiento moral del hombre. El idealismo sirve a las clases explotadoras, al condenar a la pasividad política a las fuerzas progresivas de la sociedad, a los trabajadores, a la clase obrera. La crítica demoledora del idealismo en todos y cada uno de sus aspectos era, pues, condición necesaria para llevar a cabo la revolución operada en la ciencia por Marx y Engels.

Los ideólogos de la burguesía no podían llegar a crear una auténtica ciencia de la sociedad. No obstante, y bajo la influencia del curso de los acontecimientos históricos, bajo la acción de los hechos históricos, los más profundos y perspicaces entre ellos viéronse obligados a adoptar una actitud crítica ante las concepciones simplistas y superficiales de los idealistas subjetivos. Los pensadores burgueses más avanzados y los socialistas utópicos de los siglos XVIII, y XIX expresaron una serie de tesis e hipótesis científicas en que podían apoyarse y se apoyaron Marx y Engels. Así, por ejemplo, Helvecio, el materialista de la Ilustración francesa del siglo XVIII, formuló la tesis de la importancia del medio circundante y de las circunstancias de lugar y tiempo en la educación del hombre. Rousseau expresó la conjetura genial de la influencia ejercida por las herramientas de hierro y la agricultura en los orígenes de la desigualdad entre los hombres. El socialista utópico Saint-Simon explicó la revolución francesa del siglo XVIII como resultado de la lucha de clases del tercer estado contra la nobleza feudal. Algunos historiadores franceses e ingleses del primer cuarto del siglo XIX, estudiando los acontecimientos de la época del feudalismo, la revolución inglesa del siglo XVII y la francesa del XVIII, intentaron explicados desde el punto de vista de la lucha de clases. Adam Smith y Ricardo trataron de analizar los fundamentos económicos de la división de clases reinante en la sociedad burguesa. El filósofo idealista alemán Hegel intentó exponer la historia de la humanidad como un proceso necesario, de desarrollo, progresivo y contradictorio, basado, según él, en el desarrollo de un "espíritu universal", fruto de su propia lucubración. Hegel suplantaba el nexo real entre los fenómenos históricos por un nexo sacado de su propia cabeza, extraído del arsenal de su propia filosofía, con lo cual mistificaba las leyes reales de la historia. No debe desconocerse, sin embargo, que este filósofo sometió a crítica las concepciones subjetivas en torno a la historia y se esforzó por descubrir bajo los acontecimientos históricos causas más profundas que las simples ideas, los designios y la voluntad de estas o las otras personalidades históricas.

Examinando el complejo proceso, sujeto a leyes, de la aparición de la ciencia social, escribe V. I. Lenin:

"Teniendo en cuenta que esta ciencia fue construida, en primer lugar, por los economistas clásicos, al descubrir la ley del valor y la fundamental división de la sociedad en clases; que fue enriquecida, además, y en relación con ello, por los pensadores ilustrados del siglos XVIII, mediante la lucha contra el feudalismo y el clericalismo, y que fue impulsada, pese a sus concepciones reaccionarias, por los historiadores y filósofos de comienzos del siglo XIX, esclareciendo todavía más el problema de la lucha de clases, desarrollando el método dialéctico y aplicándolo o comenzando a aplicarlo a la vida social, podemos decir que el marxismo, que avanzó con paso de gigante por este camino, representa el más alto desarrollo de toda la ciencia histórica, económica y filosófica de Europa".[2]

Hasta qué punto la creación de La concepción materialista de la historia respondía a las crecientes exigencias de la realidad lo demuestra el hecho de que los pensadores avanzados de Rusia de mediados del siglo XIX, los demócratas revolucionarios Belinski, Herzen, Chernichevski y Dobroliubov, diesen, sin contacto alguno con Marx y Engels, pasos importantes hacia la elaboración de esta teoría. Dichos pensadores aportaron, en efecto, puntos de vista muy importantes orientados ya hacia la creación de la nueva ciencia social. Plantearon el problema de las leyes que rigen el proceso histórico y criticaron el subjetivismo y el voluntarismo, avanzando hasta la certera formulación de problemas como el del papel de las masas populares y de la personalidad en la historia, ofreciendo una explicación materialista de diversos aspectos de la vida social, poniendo de manifiesto el carácter de clase de la filosofía, la literatura y el arte y esforzándose por esclarecer las ideas de los hombres a base de sus condiciones de vida. Subrayaron cómo la vida social cambia y se desarrolla a través de las contradicciones y la lucha entre las diversas fuerzas sociales, por medio de la revolución. No obstante, aun siendo materialistas en su explicación de la naturaleza, estos pensadores revolucionarios rusos seguían siendo, de un modo general y en su conjunto, idealistas en cuanto al modo de explicar la vida social, pese a sus atisbos geniales sueltos y a sus certeras tesis aisladas. Según ellos, el curso de la historia determiná base en última instancia por el progreso de la ciencia, por la difusión de la cultura entre el pueblo. Eran, en realidad, ideólogos de los campesinos revolucionarios, y ello no los colocaba en el camino de crear la ciencia de las leyes que presiden el desarrollo de la sociedad.

El materialismo histórico sólo podía crearse destruyendo el idealismo bajo todas sus formas y sobreponiéndose, al mismo tiempo, a la limitación de horizontes, a la unilateralidad, a la inconsecuencia y la actitud contemplativa del viejo materialismo premarxista, para construir una forma más alta y consecuentemente científica de materialismo, o sea el materialismo dialéctico. Y ésta fue, cabalmente, la gran obra llevada a cabo por Marx y Engels mediante la síntesis de todas las conquistas de las ciencias naturales y de la experiencia histórica universal de la humanidad, principalmente de la experiencia revolucionaria del proletariado.

Para crear el materialismo dialéctico, Marx y Engels se apoyaron en el viejo materialismo, especialmente en el materialismo de los franceses del siglo XVIII y de Feuerbach manteniendo en pie lo medular de estas doctrinas, o sea la solución materialista del problema de las relaciones entre el espíritu y la naturaleza, entre la conciencia y la materia. Marx y Engels, desarrollando los postulados del viejo materialismo, crearon una nueva teoría filosófica, el materialismo dialéctico, la concepción científica del mundo del partido marxista de la clase obrera. Marx y Engels crearon la dialéctica materialista, directamente opuesta a la dialéctica idealista de Hegel, extrayendo de ella la médula racional que en la dialéctica hegeliana se escondía bajo una envoltura mística. La dialéctica materialista, el método científico del marxismo, es crítica y revolucionaria hasta sus últimas consecuencias.

Marx y Engels extendieron las tesis del materialismo dialéctico al conocimiento de la sociedad, las aplicaron al estudio de la vida social, a la explicación de la historia de la sociedad, y crearon así el materialismo histórico. La extensión de las tesis del materialismo dialéctico al conocimiento de la sociedad permitió resolver acertadamente el fundamental problema de la ciencia social: el problema de las relaciones entre el ser social (es decir, la vida material de la sociedad y, ante todo, sus relaciones económicas) y la conciencia social, e hizo posible el esclarecimiento de la historia como un proceso rigurosamente sujeto a leyes.

Por oposición a todas las doctrinas idealistas, que explican el ser social por la conciencia social, el materialismo histórico explica la conciencia social por el ser social, por las condiciones materiales de vida de la sociedad. La existencia social determina la conciencia social: tal es el principio fundamental, la piedra angular del materialismo histórico. El modo dialéctico-materialista de abordar el estudio de la sociedad permite comprender los fenómenos sociales en sus nexos internos y en su interdependencia, en su dinámica y desarrollo contradictorios. El materialismo histórico permite comprender la historia de la humanidad como un proceso de desarrollo progresivo y de avance, que va desde las formas más bajas de la sociedad hasta las más altas, a través de una serie de contradicciones que surgen y se resuelven por medio de la lucha de las fuerzas sociales nuevas y avanzadas contra las fuerzas viejas, reaccionarias y caducas, por medio de las revoluciones sociales.

La creación del materialismo histórico por Marx y Engels fue la más grandiosa conquista del pensamiento científico, una verdadera revolución operada en la ciencia, en la comprensión de la historia de la sociedad. En el famoso "Prólogo" a su libro Contribución a la crítica de la Economía política caracteriza el propio Marx, de un modo genial, las tesis fundamentales del materialismo histórico. He aquí sus palabras:

"En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se erige una superestructura política y jurídica y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social el que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad sé propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización"[3]

3. Las leyes del desarrollo de la sociedad y su carácter objetivo.

Mientras los historiadores y los sociólogos buscaban la fundamental causa del desarrollo social en los cambios de las ideas y la actuación de tales o cuales personalidades destacadas, no fue posible descubrir la sujeción a leyes, los nexos internos necesarios, en el desarrollo de la vida social: la historia discurría, a los ojos de estos sociólogos e historiadores, simplemente como la manifestación de innumerables aspiraciones y acciones humanas, que se entrelazaban y chocaban las unas con las otras; en una palabra, como la manifestación de incontables contingencias. Pero la ciencia es enemiga del azar: la misión de la ciencia reside en descubrir por debajo de las innumerables manifestaciones fortuitas reales y aparentes los necesarios nexos internos, las leyes por las que se rigen los fenómenos.

Los pensadores de la Ilustración del siglo XVIII veían en el feudalismo una aberración histórica, un movimiento de retroceso con respecto a la antigüedad, porque abordaban el estudio del feudalismo de un modo metafísico, y no dialéctico, considerando el régimen feudal sin la menor conexión con las condiciones históricas objetivas que lo habían engendrado. Desde el punto de vista de las condiciones de Francia en el siglo XVIII o de las de Rusia en el XIX, el régimen de la servidumbre feudal era un régimen extemporáneo antinatural, "irracional". Pero, dentro de las condiciones de la Edad Media, para los pueblos de toda Europa, al igual que para otros pueblos del mundo, que se encontraban en esta fase de desarrollo, el feudalismo fue un régimen necesario, sujeto a leyes, progresivo y, por tanto, "racional".

Los sociólogos y políticos burgueses declararon fortuito y antinatural un acontecimiento tan sujeto a leyes y tan necesario desde el punto de vista histórico como la Gran Revolución Socialista de Octubre en Rusia. ¿En qué se basaban para negar la sujeción de este acontecimiento a leyes? Sencillamente, en que esta revolución y el régimen social y estatal socialista soviético instaurado por ella contradecían los intereses de la burguesía y los conceptos de sus ideólogos acerca del régimen "normal" y "natural" de la sociedad.

Acontecimientos tan adecuados a leyes como el triunfo de la revolución antiimperialista y antifeudal en China o como la instauración del régimen de democracia popular en una serie de países de Europa son considerados por los prohombres reaccionarios de los países capitalistas, incluyendo entre ellos a los dirigentes socialistas de derecha, como fenómenos "anormales", antinaturales. ¿Por qué? Sencillamente, porque estos grandes acontecimientos históricos han venido a descargar un nuevo golpe demoledor sobre el imperialismo y anuncian el hundimiento del régimen capitalista en todos los países. La causa de esta actitud hay que buscarla en la miopía de clase de los ideólogos de la burguesía, en su miedo al próximo hundimiento de todo el sistema capitalista y al triunfo del socialismo, en los intereses de clase de la burguesía, que se esfuerza por mantener a toda costa su dominación y por desacreditar y menoscabar la significación de todo lo nuevo, progresivo y revolucionario. Pero, por mucho que los ideólogos de la reacción imperialista se enfurezcan ante tales acontecimientos, el hundimiento del capitalismo y el triunfo del socialismo son algo tan inevitable y tan sujeto a leyes como el hecho de que tras la noche viene el amanecer y el invierno es seguido por la primavera y el verano.

El materialismo histórico nos enseña a considerar todo fenómeno social en relación con las condiciones en que ha surgido. Todo depende de las condiciones, del lugar y del tiempo.

"Todo el espíritu del marxismo, todo este sistema, exige que cada situación se considere a) solamente desde el punto de vista histórico; b) solamente en relación con otras; c) solamente en relación con la experiencia concreta de la historia".[4]

Sólo abordando los fenómenos sociales de un modo concreto, de un modo histórico, es posible comprender los nexos internos necesarios, las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad.

Los nexos entre los fenómenos son multiformes. Hay nexos externos, aislados, fortuitos, y hay nexos internos, generales y necesarios, constantes, reiterados, esenciales. Las leyes de la naturaleza y las leyes del desarrollo de la sociedad descubiertas por la ciencia expresan los nexos internos, necesarios, generales, reiterados y relativamente constantes y las relaciones de interdependencia entre los fenómenos, nexos y relaciones que brotan de la esencia misma, de la naturaleza de los fenómenos y procesos de que se trata.

Así, por ejemplo, la existencia en la sociedad capitalista de dos clases antagónicas y hostiles entre sí —el proletariado y la burguesía— y la lucha entre ellas, no constituye un fenómeno casual, sino necesario, inevitable, que responde a la propia esencia, a la naturaleza misma del régimen capitalista de producción. Es una ley del desarrollo del capitalismo. Del mismo modo que de la esencia, de la naturaleza del régimen socialista de producción se deriva la inexistencia en la sociedad socialista de clases hostiles entre sí. Las relaciones de amistad entre la clase obrera y los campesinos son una ley del desarrollo de la sociedad socialista.

La historia demuestra que la aparición y el desarrollo de los procesos sociales no están determinados por los nexos casuales, externos, entre estos fenómenos, sino por sus nexos internos y necesarios. Los movimientos de liberación nacional, las revoluciones sociales, la lucha de clases, las guerras, los cambios de unas formaciones sociales por otras, no son en modo alguno fenómenos casuales, como trata de presentarlos la sociología burguesa, sino fenómenos rigurosamente regidos por leyes y que responden al desarrollo de las condiciones de la vida material de la sociedad.

El capitalismo no desplazó al feudalismo de un modo casual, sino por un cambio necesario, sujeto a leyes. Su aparición fué impuesta necesariamente por determinadas condiciones materiales, por las condiciones del desarrollo económico. Del mismo modo que el socialismo no desplaza hoy al capitalismo de un modo casual, sino con arreglo a leyes, de un modo necesario.

La sociedad, tal como la consideran los sociólogos burgueses, constituye una suma mecánica de individuos. Pero esta concepción es falsa. La sociedad es el producto de las relaciones mutuas entre los hombres, un determinado sistema de relaciones entre los hombres y, principalmente, de sus relaciones de producción, que forman el fundamento de la sociedad, la base de ésta. Entre los fenómenos de la vida social existen nexos orgánicos. Estos nexos internos, necesarios, permanentes y el condicionamiento de los fenómenos de la vida social constituyen la sujeción a leyes de la vida social, la sujeción a leyes del desarrollo de la sociedad.

Las leyes del desarrollo social (al igual que las leyes de la naturaleza) expresan los nexos reales, objetivos, entre los fenómenos, nexos que existen independientemente de la voluntad y la conciencia de los hombres. Hasta ahora, hasta el socialismo, estas leyes actuaban principalmente de un modo espontáneo, como las leyes naturales. Así, por ejemplo, la ley del valor, en las sociedades en que los productos del trabajo revisten la forma de mercancías, actúa independientemente de que los hombres quieran o no quieran tenerla en cuenta. Bajo el capitalismo, la ley del valor, como las demás leyes económicas, ejerce su acción como una fuerza elemental.

El materialismo histórico considera el desarrollo social como un proceso histórico- natural. Lo cual significa, en primer lugar, que el desarrollo social es un desarrollo necesario, sujeto a leyes. Y, en segundo lugar, que las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad tienen una existencia real, objetiva, independiente de la voluntad y de la conciencia, y determinan la conciencia y la voluntad, así como también la vida social y la acción de los hombres. Los hombres no pueden abolir, destruir ni transformar las leyes de la naturaleza, ni tampoco las leyes del desarrollo de la sociedad. "Los hombres pueden descubrir estas leyes, llegar a conocerlas, estudiarlas, tomarlas en consideración al actuar y aprovecharlas en interés de la sociedad; pero no pueden modificarlas sin abolirlas. Y aún menos pueden formar o crear nuevas leyes de la ciencia".[5]

Ya se trate de la sociedad capitalista, cuyo desarrollo económico discurre de un modo espontáneo, o de la sociedad socialista, que se desarrolla con arreglo a un plan, el desarrollo se opera en ambos casos bajo la acción de leyes objetivas, independientes de la voluntad y la conciencia de los hombres. Así, por ejemplo, el carácter objetivo de las leyes económicas de la sociedad capitalista se deja sentir en las crisis periódicas de producción del capitalismo y en el desarrollo, el ahondamiento y la agudización de todas las contradicciones inherentes a este régimen. Los capitalistas querrían que todo fuese prosperidad, que no hubiese crisis, que no se agudizasen las contradicciones, pero estos fenómenos responden a una ley objetiva de la sociedad capitalista, ley independiente de su voluntad.

Para llevar a cabo la revolución socialista y construir el socialismo, la clase obrera de Rusia, bajo la dirección del Partido Comunista, se apoyó en leyes objetivas: en la ley económica de la obligada correspondencia de las relaciones de producción con el carácter de las fuerzas productivas y en las demás leyes del desarrollo económico, así como también en las leyes de la lucha de clases y de la revolución.

El conocimiento de las leyes objetivas permite prever los rumbos del desarrollo y actuar fructíferamente, con éxito, en interés de la sociedad.

Negar las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad es caer en el idealismo y equivale a renunciar a la ciencia social. Negar las leyes objetivas de los fenómenos sociales equivale, asimismo, a renunciar a la posibilidad de prever el curso de los acontecimientos, a negar la posibilidad de influir en la marcha de éstos sobre la base de la previsión científica, a negar la posibilidad de gobernar el curso de los acontecimientos mediante el dominio de las leyes de la ciencia.

La ignorancia de las leyes sociales por el hombre no queda nunca impune. Quien actúa en contra de las leyes objetivas, en contra de la orientación objetiva del desarrollo histórico, no alcanza sus fines y sale, a la postre, derrotado. Esa suerte corrieron en Rusia los mencheviques y social-revolucionarios, por empeñarse en negar la necesidad de la revolución proletaria y de la dictadura del proletariado. Y así les ocurrió a los trotskistas, por negar la posibilidad del triunfo del socialismo en la U.R.S.S. Por eso sufrieron un descalabro los imperialistas norteamericanos, ingleses, franceses y sus adláteres, en los años de 1918 a 1920, quienes se proponían estrangular a la Rusia Soviética. Y esa fué también la suerte que corrió el hitlerismo, cuando se empeñó en esclavizar o destruir a la Unión Soviética y en instaurar la dominación mundial de la Alemania fascista. Corno sufrirá inevitablemente un descalabro la política de aquellos círculos imperialistas que ambicionan implantar su dominación sobre el mundo y volver atrás la rueda de la historia.

La fuerza de los partidos marxistas estriba en que, en su actividad práctica, en la lucha por el comunismo, se basan en las leyes del desarrollo social, en el conocimiento de estas leyes y en su consciente utilización, al servicio de los intereses del pueblo.

Las leyes del desarrollo de la sociedad, al igual que las leyes de la naturaleza, expresan una relativa constancia en las relaciones entre los fenómenos, aquello que se repite con una cierta regularidad, con una necesaria consecuencia, en presencia de las condiciones objetivas dadas. La existencia de determinadas causas engendra inevitablemente determinados efectos. Por ejemplo, un determinado régimen económico produce necesariamente determinados fenómenos. El régimen económico capitalista engendra inevitablemente las crisis económicas, el paro forzoso, la miseria de las masas, las guerras. Para acabar con los efectos, es necesario acabar con las causas que los engendran. Para acabar con el paro forzoso, con la miseria de las masas, con la crisis de superproducción y las guerras imperialistas, hay que acabar con el capitalismo.

Los sociólogos e historiadores burgueses de la segunda mitad del siglo XIX y del XX —entre los que podemos citar a H. Rickert, W. Windelband, Max Weber, E. Meyer y H. Schultz, Bertrand Russell, C. Federn y G. Trevelyan en Inglaterra, y John Dewey, E. Bogardus y E. Ross en los Estados Unidos— negaban y niegan con fastidiosa insistencia la vigencia de leyes objetivas en la historia. Contraponen, de un modo metafísico e idealista, los acontecimientos histórico-sociales a los fenómenos de la naturaleza y afirman que mientras que éstos se repiten de un modo regular, los fenómenos sociales tienen un carácter específico e individual, que los sustrae a toda posibilidad de repetición. Las guerras greco-persas, la batalla de Austerlitz o la de Poltava, nos dicen estos sociólogos e historiadores, sucedieron una vez y no volverán a repetirse; de donde llegan a la conclusión de que no es posible hablar, en este campo, de leyes, toda vez que las leyes la expresión de algo general, de algo que se repite, de lo que sucede siempre y en todas partes, con una determinada secuencia.[6]

Los intentos de los sociólogos e historiadores burgueses de contraponer la sociedad a la naturaleza, con el fin de sostener la concepción idealista de la historia y de "fundamentar" la negación de las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad, son totalmente anticientíficos y reaccionarios. La sociedad constituye el eslabón más alto en la cadena general del desarrollo del mundo material. Es una parte específica del mundo material, con sus leyes propias y peculiares de desarrollo. Pero, aunque los fenómenos sociales tengan características cualitativas que los distinguen de los fenómenos de la naturaleza, se hallan sujetos también a leyes objetivas.

Tampoco en la naturaleza, como en la sociedad, existe una identidad absoluta entre los fenómenos. No encontraremos dos hojas de un árbol o dos animales de la misma especie absolutamente idénticos entre sí. Lo cual no impide que el naturalista los incluya en una determinada especie vegetal o animal. Lo mismo ocurre en la sociedad. Es claro que el capitalismo se ha desarrollado en los Estados Unidos con modalidades distintas que en Inglaterra, y en el Japón de un modo hasta cierto punto distinto que en Francia; cada país posee ciertos rasgos propios y peculiares, ciertas características, que responden a las diferentes condiciones históricas de su desarrollo. Pero, pese a estas características y peculiaridades, hay entre ellos, fundamental y radicalmente, algo general que justifica el que se los reduzca conjuntamente a una sola formación económico-social, a saber: la capitalista.

La sociedad capitalista no ha surgido simultáneamente en los diversos países. Pero, al aparecer la burguesía, en todas partes, en todos los países se desplegó una lucha de clases entre la burguesía y la nobleza por el Poder político. Y en los países capitalistas más importantes, esta lucha de clases dio cima a la revolución antifeudal. Así sucedió en Inglaterra en el siglo XVII, en Francia en el XVIII y en Alemania en 1848. Cada una de estas revoluciones presenta rasgos peculiares que no se repiten. Pero todas ellas fueron revoluciones antifeudales, burguesas.

Dondequiera que surge el capitalismo crece inevitablemente la riqueza en uno de los polos y la miseria en el otro y se desarrolla inevitablemente la lucha de clase del proletariado contra la burguesía. Tal es la ley del capitalismo. Dondequiera que se agudizan las contradicciones entre el proletariado y la burguesía aumenta la influencia de las ideas del marxismo-leninismo, la influencia de los partidos marxistas, entre la clase obrera. "No se trata aquí del grado de desarrollo, más alto o más bajo, que alcanzan los antagonismos sociales engendrados por las leyes naturales de la producción capitalista. Se trata de las leyes mismas, de las tendencias mismas, que actúan y se imponen con una necesidad férrea".[7]

El marxismo enseña que los países económica y políticamente más desarrollados muestran a los países menos desarrollados la imagen de su futuro. En nuestra época, la U.R.S.S. y los países de democracia popular revelan el futuro de todos los países capitalista del mundo.

Por consiguiente, la reiteración, como uno de los rasgos más importantes de la acción de toda ley, incluyendo las leyes histórico-sociales, no se da solamente en la naturaleza, sino también en la vida social.

¿Quiere esto decir que no se den en la sociedad fenómenos irrepetibles, únicos, individuales? Claro está que no. Aristóteles es irrepetible. El arte griego antiguo, basado en la mitología, es irrepetible. Pero, por muy individuales y peculiares que sean, también la filosofía de Aristóteles y el arte griego antiguo se hallan sujetos a la acción de las leyes de desarrollo de la sociedad. Las concepciones filosóficas y político—sociales de Aristóteles fueron engendradas por las condiciones de su tiempo, por las relaciones sociales de su época. Y otro tanto podemos decir del arte griego antiguo, cuyas ideas fueron tomadas del arsenal ideológico de la mitología de la antigua Grecia: jamás habría podido surgir ese arte, digamos, en el siglo del vapor y la electricidad.

Vemos, pues, que, pese a la peculiaridad de los fenómenos histórico-sociales, comparados con los fenómenos naturales, también en la sociedad y en la historia, lo mismo que en la naturaleza, los fenómenos se hallan sujetos a leyes objetivas.

Los sociólogos, historiadores y publicistas burgueses niegan las leyes objetivas de la historia de la sociedad por miedo a la implacable necesidad histórica. ¿Cómo podrían los ideólogos de la burguesía reconocer la necesidad histórica del hundimiento del capitalismo y del triunfo del socialismo? Sus sofismas, encaminados a la negación de las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad, no persiguen otro fin que socavar la convicción de la clase obrera en el triunfo del socialismo, la convicción de que es posible prever el curso de los acontecimientos y transformar conscientemente la sociedad.

Pero si es inadmisible contraponer de un modo absoluto la sociedad a la naturaleza, como hacen los metafísicos y los idealistas, no es menos inadmisible identificar mecánicamente los fenómenos de la naturaleza y los de la sociedad. Y la sociología burguesa tan pronto contrapone metafísicamente la sociedad a la naturaleza como identifica, a la inversa, las leyes del desarrollo social con las leyes del desarrollo de la naturaleza, buscando la respuesta a los problemas sociales, históricos, en la naturaleza biológica del hombre, supuestamente invariable y eterna. Mientras que las teorías subjetivistas intentan aislar la sociedad de la naturaleza, abrir un abismo entre ellas, las teorías biológicas u otras teorías naturalistas tratan de identificar los fenómenos sociales con los naturales, con los fenómenos biológicos, físicos, mecánicos, de trasplantar a la sociedad las leyes de la biología, de la física y de la mecánica. Aspiran, con ello, a justificar el capitalismo y a presentar todas sus lacras y todos sus vicios —la miseria de los trabajadores, el paro forzoso, etc.— como el resultado inevitable de las leyes eternas de la naturaleza.

En la sociología y en la economía política burguesas reaccionarias de nuestro tiempo se hallan muy difundidas las doctrinas del llamado darwinismo social, del racismo y del neomalthusianismo. El darwinismo social trasplanta mecánicamente a la sociedad la fórmula darwinista de la "lucha por la existencia". Los darwinistas sociales y los racistas llaman "lucha por la existencia" a las guerras imperialistas y al yugo colonial y explican como resultado de una ley natural, biológica, la lucha de las razas "superiores" contra las "inferiores". Estas disparatadas y seudocientíficas teorías reaccionarias están tan alejadas de la ciencia como el cielo de la tierra.

Criticando a uno de los sostenedores de las teorías biológicas, Fr. A. Lange, autor de un libro sobre El problema obrero, escribía irónicamente Marx:

"El señor Lange ha hecho un gran descubrimiento. Según él, toda la historia puede reducirse a una gran ley natural. Esta ley naturales la frase (pues la fórmula darwinista se convierte, al aplicarla así, en una simple frase) de la struggle for life, la "luchar por la existencia", y el contenido de esta frase no es otro que la ley maltusiana de la población o, mejor dicho, de la superpoblación. Por tanto, en vez de analizar la struggle for life, tal como se presenta históricamente bajo formas sociales diferentes, no se encuentra nada mejor que encajar toda lucha concreta en la frase de la struggle for life y trasponer esta frase a la fantasía maltusiana de la población. Hay que reconocer que se trata de un método muy convincente para encubrir una ignorancia científica y una pereza mental verdaderamente enfáticas y grandilocuentes".[8]

La dinámica de la sociedad se halla sujeta a sus propias leyes, que no pueden reducirse a las leyes de la naturaleza. Los animales se encuentran ya dispuestos con lo que la naturaleza ha producido sin participación suya, y se aprovechan de ello. El hombre, por medio de su trabajo, transforma la naturaleza, la somete a su poder, produce lo que la naturaleza misma no crea. Los animales, en la lucha con la naturaleza que los rodea, se valen solamente de sus órganos naturales, mientras que el hombre utiliza instrumentos de producción que él mismo se encarga de crear. El desarrollo de los animales se reduce al de sus órganos naturales; en cambio, el de la sociedad humana se halla vinculado, ante todo, al desarrollo de las fuerzas productivas.

Por eso no es posible trasplantar a la sociedad las leyes de la naturaleza, aplicar a los fenómenos de la vida social los conceptos de la física y la biología, como han tratado de hacerlo, por ejemplo, Augusto Comte o Herbert Spencer y, siguiendo sus huellas, otros positivistas, idealistas y mecanicistas (entre ellos, A. A. Bogdánov).

El marxismo desenmascara como métodos reaccionarios y anticientíficos, encaminados a falsificar la ciencia de la sociedad, todos los intentos dirigidos a trasplantar al campo de las ciencias sociales los conceptos de las ciencias naturales. Lenin subrayaba que, "con ayuda de estos conceptos, no es posible realizar ninguna investigación de los fenómenos sociales, esclarecer de ningún modo el método de las ciencias sociales. Nada más fácil que poner el rótulo de "energético" o "biológico—sociológico" a fenómenos como las crisis, las revoluciones, la lucha de clases, etc., pero nada tampoco más estéril, más escolástico, más muerto, que semejante actividad"[9]

Estas dislocaciones escolásticas y reaccionarias, como las que encontramos en Spencer y en sus partidarios, lo mismo que en Bogdánov y en sus secuaces, proponíanse tergiversar la verdadera base material objetiva del desarrollo de la sociedad, que no es otra que el modo de producción de sus bienes materiales. El marxismo-leninismo ha echado por tierra tales teorías, poniendo de manifiesto su carácter anticientífico y reaccionario.

Al descubrir la base concreta del desarrollo social en el desarrollo de la producción de los bienes materiales necesarios para la vida de los hombres, Marx estableció el concepto de formación económico-social. La formación económico-social es una determinada fase de desarrollo de la sociedad que se caracteriza por su modo propio de producción y, consiguientemente, por relaciones de producción históricamente determinadas y por las relaciones políticas, ideológicas, etc., que surgen a base de ellas. Las relaciones de producción no agotan toda la riqueza de las relaciones sociales, pero son la base económica sobre la que surge la supraestructura a que esa base da vida y que se halla condicionada por ella, es decir, las concepciones políticas, jurídicas, morales, religiosas, artísticas y filosóficas, y las instituciones congruentes con ellas. El modo de producción determina el carácter y la estructura de toda formación económico-social.

La historia conoce cinco tipos de formaciones económico-sociales: el régimen de la comunidad primitiva, la sociedad esclavista, la feudal, la capitalista y la comunista, cuya primera fase, el socialismo, ha sido instaurada ya en la U.R.S.S.

Las leyes de desarrollo de la sociedad tienen un carácter histórico: entre ellas, unas se dan en todas las formaciones sociales, otras son propias de las formaciones antagónicas y otras, por último, son leyes de tipo específico, que sólo aparecen en determinadas formaciones económico-sociales.

"En su desarrollo económico, las diversas formaciones sociales —escribe J. V. Stalin— no sólo se subordinan a sus leyes económicas específicas, sino también a las leyes económicas comunes a todas las formaciones, por ejemplo, a leyes como la ley de la unidad de las fuerzas productivas y las relaciones de producción en una producción social única, como la ley de las relaciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, en el proceso de desarrollo de todas las formaciones sociales. Por consiguiente, las formaciones sociales no sólo están separadas entre sí por sus leyes económicas y específicas, sino ligadas entre sí por leyes económicas comunes a todas ellas".[10]

Entre las leyes más generales que rigen para todas las fases del desarrollo social, para todas las formaciones sociales, se cuentan, por ejemplo, las siguientes leyes sociológicas:

la ley de la acción determinante de la existencia social sobre la conciencia social;

la ley de la acción determinante del modo de producción de los bienes materiales sobre la estructura y el desarrollo de la sociedad;

la ley económica de la obligada correspondencia de las relaciones de producción con el carácter y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas;

la ley de la acción determinante de la base económica sobre la supraestructura social;

la ley de las revoluciones sociales en el paso de una formación social a otra, y algunas más.

Las leyes sociológicas más generales rigen para todas las fases del desarrollo social; lo único que cambia es su forma de manifestarse en las diferentes formas sociales, por virtud de las condiciones sociales en que actúan dentro de cada formación. Estas leyes generales se revelan mediante el análisis científico de las condiciones y relaciones generales que caracterizan la existencia y el desarrollo de todas las formaciones económico-sociales en general que desfilan a lo largo de la historia. A base de estas condiciones generales surgen y se manifiestan, en efecto, las leyes más generales de desarrollo de la sociedad.

Otras leyes, por ejemplo la de la lucha de clases, son propias y específicas de aquellas sociedades en que existen clases antagónicas. Estas leyes no rigieron durante los miles de años de existencia del régimen de la comunidad primitiva y dejan de regir al desaparecer las clases.

La lucha de clases pasa, además, por diversas fases de desarrollo histórico, en consonancia con el desarrollo y los cambios de los modos de producción. La lucha de clase del proletariado moderno se distingue, naturalmente, de la lucha de clase de los esclavos y de los campesinos feudales, tanto en lo que se refiere a sus objetivos como en cuanto a sus formas y a sus medios. Pero la lucha de clases es ley objetiva y fuerza motriz de desarrollo en todas las formas antagónicas de la sociedad, en particular en la sociedad burguesa y también en el período de transición del capitalismo al socialismo.

Entre las leyes específicas propias y específicas de cada formación social por separado tenemos, por ejemplo, la ley económica fundamental del capitalismo, la ley económica fundamental de la sociedad socialista, etc.

Muchos sociólogos y economistas burgueses erigen en leyes eternas e invariables las leyes históricamente limitadas de la sociedad burguesa. Ello responde a su falaz concepción de la sociedad capitalista como un régimen supuestamente natural, invariable y eterno, como el único régimen posible. Uno de los más grandes méritos de Marx y Engels es el haber puesto de relieve el carácter históricamente transitorio de la formación económico-social capitalista y de las leyes que en ella rigen.

El triunfo del socialismo en la U.R.S.S. ha hecho que en la nueva sociedad, junto a la vigencia de las leyes comunes a todas las formaciones, se afirmen nuevas leyes específicas y nuevas fuerzas motrices del desarrollo, propias y exclusivas de la sociedad socialista. Lo cual ha venido a confirmar la importantísima tesis del materialismo histórico de que cada formación económico-social, además de regirse por las leyes generales del desarrollo de la sociedad, vigentes para toda la historia de la sociedad en su conjunto, posee sus leyes propias de nacimiento y desarrollo, peculiares y exclusivas de ella.

4. Las leyes históricas y la actividad consciente del hombre. Libertad y necesidad.

Los críticos burgueses del marxismo afirman que el reconocimiento de las leyes objetivas y de la necesidad histórica conduce inevitablemente al fatalismo, a la negación de la actividad consciente del hombre. Los sociólogos burgueses intentan "convencer" al marxismo de inconsecuencia, de incurrir en contradicciones lógicas internas. Dicen que los marxistas reconocen la necesidad histórica del socialismo, pero organizan a la par con ello el partido de la revolución social, encargado de asegurar la implantación del régimen socialista. Según ellos, hay que optar por una de dos cosas: o por la necesidad histórica o por la acción revolucionaria.

El sociólogo burgués inglés Carl Federn, en un libro titulado La concepción materialista de la historia, repitiendo argumentos del neokantiano alemán Stammler, escribe: "Si el socialismo estuviese llamado a implantarse con sujeción a leyes, no sería necesario reclamarlo. Si el socialismo fuese realmente la siguiente fase inevitable en la evolución de la sociedad, no habría necesidad de una teoría socialista y, menos aún, de un partido socialista. Nada justificaría la existencia de un partido llamado a implantar la primavera y el verano".

No es difícil darse cuenta de que quienes así critican al marxismo tergiversan deliberadamente los términos del problema, mezclando y confundiendo procesos distintos. El advenimiento de la primavera y el verano no depende de la acción del hombre. Las estaciones del año se sucedían ya antes de existir la humanidad. En cambio, los acontecimientos históricos serían inconcebibles sin la participación del hombre, sin la acción de éste. La necesidad histórica no se impone al margen de la acción del hombre, sino por medio de ella.

La necesidad del cambio de régimen social, por ejemplo del régimen capitalista, significa que las condiciones mismas de su vida impulsan inevitablemente a las masas y con fuerza cada vez mayor a medida que transcurre el tiempo a luchar por la instauración del nuevo régimen. En el curso del desarrollo social, van cambiando las condiciones de la vida material de los hombres. Estos cambios hacen que el orden social, cuando sobrevive a su tiempo, resulte insostenible. Y entonces surge en las clases avanzadas, de un modo más o menos claro, la conciencia de que es necesario acabar con el viejo régimen e instaurar otro nuevo, basado en las condiciones materiales que han ido madurando a favor de él en el seno de la vieja sociedad.

Cuanto más se extienda en las masas la conciencia de la necesidad de acabar con el régimen capitalista, cuanto más enérgica sea la lucha encaminada a sustituirlo por otro régimen social nuevo y más alto, cuanto mayor sea el grado de cohesión y de organización de las masas, más rápidamente se producirá este cambio.

El reconocimiento de la necesidad histórica, de las leyes objetivas del desarrollo social, nada tiene que ver con el quietismo, con la pasividad, como falazmente afirman los críticos burgueses del materialismo histórico. Por el contrario, es precisamente la teoría social marxista, que considera el desarrollo social como un proceso rigurosamente sujeto a leyes, la que pone en movimiento histórico a la clase obrera, la que pone en pie a las fuerzas progresivas, movilizándolas y organizándolas para el cumplimiento consciente de su misión histórica creadora, para la lucha por la destrucción del capitalismo y la construcción del comunismo, a base de la aplicación consciente de las leyes conocidas.

El materialismo histórico es enemigo tanto del subjetivismo y el voluntarismo de los idealistas, que conduce en la práctica, en la política, al aventurerismo, como del materialismo vulgar, de la teoría de la espontaneidad, que condena a la clase obrera y a las fuerzas avanzadas de la sociedad a una actitud pasiva, a esperar que todo se desarrolle por sí mismo, a la manera como tras el invierno viene la primavera. El materialismo vulgar, al considerar la necesidad histórica de un modo abstracto, desvinculada de la acción de las masas populares, de la lucha de clases, condena a las masas a someterse servilmente a las leyes objetivas, convierte las leyes de la historia en fetiches, predica la pasividad. Este punto de vista guarda cierta relación con el fatalismo, cuyo principio es el de que "las cosas son así y no pueden cambiarse", y con la concepción religiosa según la cual "todo ha sido previsto y establecido por la divina providencia".

El materialismo histórico enseña que las leyes del desarrollo de la sociedad son leyes objetivas, que los hombres no pueden crear, modificar o abolir estas leyes, pero sí pueden tener conciencia de ellas, descubrirlas y aplicarlas con conocimiento de causa en interés de la sociedad y, de este modo dominadas, someter la acción de dichas leyes a su poder, hacerse dueños de ellas.

El materialismo histórico ha demostrado, y la experiencia histórica lo confirma plenamente, que la sociedad humana, pese a toda su complejidad, es susceptible de ser conocida, que es posible conocer y asimilarse conscientemente las leyes que rigen el desarrollo social. Los datos de la ciencia marxista acerca de las leyes del desarrollo de la sociedad son auténticos conocimientos, que encierran la significación de verdades objetivas. La ciencia de estas leyes, la ciencia de la historia de la sociedad, puede llegar a ser y es una ciencia tan exacta como la biología, por ejemplo. Los partidos comunistas, dominando esta ciencia, pueden aplicar y aplican con éxito las leyes del desarrollo social, en interés de los trabajadores y para la lucha revolucionaria contra el capitalismo, para la edificación de la sociedad comunista.

Cuando la clase obrera no está dirigida todavía por su partido marxista y, como consecuencia de ello, aún no conoce las leyes del desarrollo social, su movimiento presenta un carácter espontáneo, sufre con frecuencia derrotas, cae bajo la influencia de la ideología y la política burguesas, se mueve en las tinieblas. Otra cosa sucede cuando la clase obrera es dirigida por el partido marxista, cuando se halla pertrechada con el conocimiento de las leyes de la lucha de clases contra el capitalismo, pues esto la lleva por el camino más corto y con los menores sacrificios hacia su meta hacia el socialismo. Así lo ha demostrado la lucha victoriosa de la clase obrera rusa, el triunfo del socialismo en la U.R.S.S.

Con el paso del capitalismo al socialismo, se da el salto del reino de la necesidad ciega al reino de la libertad. Lo cual no debe interpretarse en el sentido de que el socialismo venga a "abolir" la vigencia de las leyes objetivas, la necesidad histórica. No, semejante cosa sería imposible. Las leyes objetivas regirán siempre, determinarán siempre el desarrollo social. Lo que ocurre es que, hasta el triunfo del socialismo, las leyes de la sociedad actuaban, en lo fundamental, de un modo ciego, espontáneo y, frecuentemente, con una fuerza destructora. Bajo el socialismo, en cambio, los hombres utilizan conscientemente las leyes del desarrollo social.

La necesidad es ciega mientras no se la conoce. La libertad es la conciencia de la necesidad y la posibilidad de someter la acción de ésta a los fines de los hombres. "La libertad no reside, pues, en una soñada independencia de las leyes naturales —escribe Engels—, sino en la conciencia de estas leyes y en la posibilidad que lleva aparejada de proyectarlas racionalmente sobre determinados fines".[11] Lo cual puede aplicarse, no sólo a las leyes de la naturaleza, sino también a las leyes del desarrollo social.

"Las fuerzas activas de la sociedad obran, mientras no las conocemos y contamos con ellas, exactamente lo mismo que las fuerzas de la naturaleza: de un modo ciego, violento, perturbador. Pero, una vez conocidas, tan pronto como hemos sabido comprender su acción, su tendencia y sus efectos, está en nuestras manos el supeditarlas cada vez más de lleno a nuestra voluntad y alcanzar por medio de ellas los fines propuestos. Tal es lo que ocurre, muy señaladamente, con las gigantescas fuerzas modernas de la producción. Tan pronto como penetremos en su verdadero carácter, esas fuerzas, puestas en manos de los productores asociados, se convertirán de demonios tiránicos en sumisos servidores. Es la misma diferencia que hay entre el poder maléfico de la electricidad en la tormenta y el poder benéfico de la fuerza eléctrica subyugada en el telégrafo y en el arco voltaico; la diferencia que hay entre el incendio destructor y el fuego puesto al servicio del hombre".[12]

Bajo el socialismo, el desarrollo de la producción y de toda la sociedad deja de tener un carácter elemental. El desarrollo de la producción social y de toda la sociedad socialista se halla sometido a los planes generales del Estado y a la política, científicamente establecida, del Partido Comunista y el Estado socialista. Los planes de la economía nacional del Estado socialista y la política del Partido Comunista se basan en la conciencia de las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad y, principalmente, de las leyes económicas.

Como vemos, también en la sociedad socialista rigen leyes objetivas. También bajo el socialismo, la nueva generación de hombres que surge a la vida se encuentra ya con fuerzas productivas y relaciones de producción existentes, no creadas por ellos. Para poder seguir desarrollando estas fuerzas productivas, cada nueva generación tiene que partir de lo que han creado ya las generaciones que la han precedido. Cada nuevo paso en el desarrollo de la sociedad se halla determinado por el nivel ya alcanzado en la producción socialista y en la productividad del trabajo. Así, la sociedad socialista no puede saltar de golpe y porrazo, a su antojo y por obra de la voluntad de los hombres, de la primera a la segunda fase del comunismo. El paso gradual al comunismo depende, en último resultado, del incremento de las fuerzas productivas y del consiguiente desarrollo de las relaciones de producción. Y el desarrollo de la producción socialista no se opera espontáneamente, sino que se regula por la acción consciente de la sociedad; a base del conocimiento de las leyes económicas objetivas.

Nunca hasta hoy, en la historia de la sociedad, ha desempeñado un papel tan importante y tan decisivo, tan movilizador, organizador y transformador, como bajo las condiciones de la sociedad socialista, la acción consciente de los hombres, de las ideas avanzadas y las instituciones políticas. El paso gradual del socialismo al comunismo lo asegura el trabajo creador de las masas populares, dirigidas, orientadas y organizadas por la acción del Estado socialista y del Partido comunista, por su política, basada en el conocimiento científico de las leyes objetivas del desarrollo social, de las leyes de la edificación del comunismo y en la aplicación consciente y audaz de estas leyes.

La práctica es el único criterio auténtico para contrastar la veracidad de una teoría. El triunfo de la Gran Revolución de Octubre, de la revolución socialista y la construcción del socialismo en la U.R.S.S., la instauración y el fortalecimiento del régimen de democracia popular en una serie de países de la Europa central y sudoriental y de Asia, constituyen el más grandioso triunfo y la confirmación práctica del materialismo histórico y del marxismo en general. Y, al mismo tiempo, el desarrollo de la sociedad en la época contemporánea ofrece la base para el ulterior desarrollo creador del materialismo histórico y de toda la teoría marxista.

5. El espíritu de partido del materialismo histórico y su carácter creador.

Los sociólogos burgueses no se cansan de ensalzar lo que llaman la objetividad de la ciencia, situada, según nos dicen, "al margen de las clases" y "por encima de los partidos". Ellos no pueden, naturalmente, reconocer abiertamente el carácter partidista burgués de su "ciencia", pues eso equivaldría a reconocer sin tapujos que sirve a la minoría explotadora de la sociedad en contra de la mayoría trabajadora. Pero el triunfo del socialismo en la U.R.S.S., los éxitos de la construcción del socialismo en los países de democracia popular de Europa, el triunfo de la revolución popular en China y la agudización de las contradicciones de clase entre el proletariado y la burguesía, en los países capitalistas, y entre el campo del socialismo y el campo del imperialismo, obligan a los sociólogos burgueses y a los dirigentes de los socialistas de derecha a manifestarse abiertamente en favor del capitalismo y en contra del socialismo, Con lo cual estos ideólogos de la burguesía ponen al descubierto a los ojos de todos su pretendida "objetividad" y demuestran bien a las claras que son incapaces de dar un solo paso como no sea en interés de la burguesía y del capitalismo.

Marx, Engels, Lenin y Stalin jamás ocultaron el espíritu de partido del marxismo-leninismo. Y, desde el primer momento, crearon y desarrollaron el materialismo histórico como una ciencia profundamente de partido como el fundamento teórico del comunismo y el arma teórica de la clase obrera y de su Partido Comunista. Marx, Engels, Lenin y Stalin, y el Partido Comunista de la Unión Soviética, han librado siempre una lucha intransigente e implacable contra todos los enemigos del marxismo, contra cualquiera desviación del marxismo, por pequeña que ella sea, a favor del idealismo o del materialismo vulgar. Detrás de los subterfugios verbales, de los sofismas y la escolástica de los enemigos del marxismo, han descubierto siempre claramente la lucha de los partidos en la filosofía, lucha que expresa, en última instancia, la tendencia, la ideología y los intereses de las clases enemigas en el seno de la sociedad. "La novísima filosofía —escribía Lenin— está tan penetrada del espíritu de partido como la de hace dos mil años. En realidad —una realidad velada por nuevos rótulos seudocientíficos y charlatanescos, o bajo una mediocre no pertenencia a ningún partido—, los dos partidos en lucha son el materialismo y el idealismo".[13]

La marcha del desarrollo histórico contradice a los intereses fundamentales de la moderna burguesía. Y la burguesía y sus ideólogos se dan cada vez más clara cuenta de ello; por eso, movidos por sus intereses egoístas y en el empeño de apuntalar el tambaleante capitalismo, deforman descaradamente la realidad, involucran los hechos. El partidismo burgués conduce al subjetivismo y a la arbitrariedad en la ciencia histórica y en la sociología, a la deformación de los hechos, a la renuncia al rigor científico.

Por el contrario, el espíritu proletario de partido, las ideas comunistas, aseguran la más profunda y la más objetiva, la más desapasionada y completa comprensión de la realidad y de las leyes de la vida social. Pues sólo la clase obrera, cuyos intereses coinciden con el curso objetivo del desarrollo histórico y que es la clase consecuentemente revolucionaria, se halla interesada en el conocimiento objetivo, es decir, veraz, de los hechos. He ahí por qué la cientificidad y el espíritu comunista de partido coinciden plenamente.

Marx, Engels, Lenin y Stalin han defendido siempre el materialismo consecuente, el único que puede proporcionarnos un conocimiento veraz, el más exacto y el más profundo, tanto de la naturaleza como de la vida social, de la historia de la sociedad. Oponiendo al objetivismo burgués de un Struve el materialismo marxista, escribía Lenin:

"El objetivista nos habla de la necesidad de un determinado proceso histórico; el materialista registra con exactitud una determinada formación económico-social y las relaciones antagónicas engendradas por ella. El objetivista, mostrándonos la necesidad de una determinada serie de hechos, se expone siempre a abrazar el punto de vista de la apología de estos hechos; el materialista descubre las contradicciones de clase y determina con ello su propio punto de vista. El objetivista habla de las "tendencias históricas inexorables"; el materialista habla de la clase que "regenta" el orden económico de que se trata, creando las formas de resistencia de las otras clases. De este modo, el materialista es, de una parte, más consecuente que el objetivista y mantiene su objetivismo de un modo más profundo y más completo que éste. No se limita a señalar la necesidad del proceso, sino que explica qué formación económico-social concreta da contenido a ese proceso y qué clase concreta determina esa necesidad... De otra parte, el materialismo lleva consigo, por decirlo así, una actitud de partido y obliga a situarse, en cualquier enjuiciamiento de los acontecimientos, abierta y directamente en el punto de vista de un determinado grupo social”.[14]

En las condiciones actuales, en que el mundo se halla dividido en dos campos —el campo de la paz, la democracia y el socialismo, encabezado por la Unión Soviética, y el campo de la reacción imperialista—, el espíritu proletario, comunista, de partido y los intereses de la auténtica ciencia exigen que al estudiar los fenómenos sociales, se los enfoque desde el punto de vista de la lucha de los trabajadores por la paz, la democracia y el comunismo.

El materialismo histórico permite a los partidos marxistas arrancar todas las caretas con que tratan de ocultar su faz los enemigos de la clase obrera, los enemigos de la paz, la democracia y el socialismo, para poner al desnudo, por debajo del ropaje fraseológico, de la escolástica "sociológica" seudocientífica, los verdaderos intereses y las miras egoístas de la burguesía.

La unidad de la ciencia y de la acción práctica, la conexión de la teoría y la práctica, es la estrella polar de todos los partidos marxistas. En esto reside su gran superioridad sobre sus enemigos. La ciencia marxista-leninista de las leyes del desarrollo social, el materialismo histórico, permite comprender, no sólo lo que sucede hoy, sino también lo que ocurrirá mañana, permite prever científicamente la marcha de los acontecimientos, la dirección en que éstos habrán de desarrollarse, y actuar, así, de una manera fecunda y cabal.

De la ciencia marxista-leninista de la sociedad extraen los partidos comunistas la certeza del triunfo del trabajo sobre El Capital, la necesaria claridad de perspectivas; en ella encuentran el arma teórica para la lucha por la liberación de los trabajadores de toda explotación y opresión, por el triunfo del comunismo.

La grandeza de los descubrimientos científicos de Marx, Engels, Lenin y Stalin, la grandeza del partido marxista, basado en el materialismo histórico, consiste en haber hecho despertar, en haber infundido conciencia, en haber organizado y puesto en movimiento a la nueva fuerza histórica gigantesca, vanguardia de todos los trabajadores y oprimidos, a la clase obrera, llamada a encabezar el derrocamiento del capitalismo y la edificación del comunismo en todos los países. El proletariado revolucionario, aliado a los campesinos trabajadores y bajo la dirección de los partidos comunistas, pertrechados con el marxismo, ha triunfado en la U.R.S.S. y en los países de democracia popular.

El materialismo histórico, como el marxismo en general, constituyen una teoría científica y un método de conocimiento científico y de acción revolucionaria. La teoría científica y el método no pueden permanecer estacionarios, tienen necesariamente que desarrollarse y enriquecerse con los nuevos descubrimientos, las concepciones generales y las conclusiones extraídas de la nueva situación, de las nuevas condiciones de la vida social, que inevitablemente van surgiendo en el proceso de desarrollo ininterrumpido de la sociedad. La ciencia marxista se desarrolla incesantemente. Y en este desarrollo y enriquecimiento consiste precisamente el carácter creador del marxismo y, en particular, del materialismo histórico.

Al igual que el materialismo filosófico, que cobra nuevas modalidades con cada descubrimiento aportado por, la época, incluso en el campo de la historia natural (sin hablar de la historia de la humanidad), el materialismo histórico no permanece invariable, sino que se desarrolla y se enriquece con la nueva experiencia de la lucha de clases y de la construcción del comunismo. Los grandes acontecimientos histórico-mundiales de nuestra época, la acción de las nuevas leyes del desarrollo social encuentran su expresión y su síntesis científicas en las decisiones del Partido Comunista de la Unión Soviética y en los geniales trabajos de Lenin y Stalin. y estas síntesis representan una nueva y más alta etapa en el desarrollo del marxismo en general y del materialismo histórico en particular.

Para formarse un juicio completo y cabal de la gran obra realizada por Lenin en el desarrollo del materialismo histórico, hay que tener presente que entre la época de Marx y Engels y la de Lenin medió el período de dominación de la Segunda Internacional sobre el movimiento obrero, el período del revisionismo y el oportunismo.

En los años noventa del siglo XIX, el marxismo triunfó decididamente en el movimiento obrero sobre las diferentes teorías del socialismo premarxista, así como también sobre la abigarrada mezcolanza de tendencias idealistas en la filosofía, la sociología y la historiografía. Hasta los enemigos de la clase obrera se pusieron, en vista de ello, a coquetear con el marxismo, haciendo juegos malabares y adornándose con la terminología marxista, pero teniendo buen cuidado en castrar al marxismo de lo fundamental, a saber: de la teoría de la revolución socialista y de la dictadura del proletariado. Exponente de esta especie de epidemia extendida por aquel entonces entre los intelectuales burgueses fué el llamado socialismo de cátedra (Sombart y otros en Alemania, Struve, Bulgakov y los "marxistas legales" en Rusia). Esta corriente burguesa, que reconocía de palabra la doctrina económica y las concepciones histórico—sociales de Marx, las desvirtuaba en su raíz, para adaptar el marxismo a los gustos y las conveniencias de la burguesía. El desarrollo social, concebido a la manera de los "socialistas de cátedra", en un proceso liso y llano, evolutivo elemental, de sustitución de unas formas políticas por otras. Estos señores descartan del proceso histórico la lucha de clases y la iniciativa histórica revolucionaria de las masas, como algo "anormal", "morboso", "contrario a ley". El espíritu del fatalismo del objetivismo burgués empapa la médula misma de las concepciones de los "socialistas de cátedra".

Reflejo de las influencias de la burguesía sobre el movimiento obrero fueron el bernsteinianismo en Alemania y el "economismo" y el menchevismo en Rusia, tendencias encaminadas a revisar el marxismo y enemigas de él. Los revisionistas alemanes, rusos y de otros países manifestábanse en contra de los fundamentos científico-filosóficos del marxismo, en contra del materialismo dialéctico, al igual que en contra de sus fundamentos científico-históricos, en contra del materialismo histórico. Estos enemigos del marxismo veían en la dialéctica marxista una filosofía hegeliana y rompían los nexos entre la teoría de Marx y sus fundamentos filosóficos, contenidos en el materialismo dialéctico. La lucha de los revisionistas contra la dialéctica materialista era, al mismo tiempo, la lucha contra la esencia revolucionaria de la teoría social de Marx.

Marchando a la zaga de Bernstein y de su tristemente célebre consigna: "el movimiento lo es todo, la meta no significa nada", los revisionistas alemanes y rusos del marxismo comenzaron a predicar la teoría de la espontaneidad en el movimiento obrero. En vez de impulsar la acción revolucionaria consciente de las masas proletarias, que son las que crean activamente la historia, bajo la dirección de su vanguardia, el partido marxista, los oportunistas predicaban la renuncia a la teoría revolucionaria, a la misión revolucionaria del partido, a la dirección consciente del movimiento obrero hacia su meta final, la renuncia a la lucha por la dictadura del proletariado y por el socialismo.

Esta falsificación del marxismo no tenía otra mira que desarmar y desorientar al, proletariado, precisamente en la época en que el capitalismo se convertía en el imperialismo, entraba en la fase de su desarrollo declinante, en que la revolución proletaria se colocaba a la orden del día y en que el derrocamiento del capitalismo y la victoria del socialismo comenzaban a depender del grado de conciencia socialista, del grado de organización, cohesión y actividad revolucionaria del proletariado.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX, la clase obrera de Rusia tenía ante sí las tareas más revolucionarias. Esto explica por qué pesaba de un modo preferente sobre los marxistas rusos, encabezados por Lenin, la misión de seguir elaborando la teoría revolucionaria, y en particular el materialismo histórico. Y por qué Rusia se convirtió en la cuna del leninismo, el marxismo de la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias.

En la lucha por la teoría, la estrategia y la táctica de la clase obrera, los marxistas rusos, dirigidos por Lenin, hubieron de librar una intensa lucha teórica contra las tendencias ideológicas hostiles al marxismo. Lucha que fué necesario sostener en dos frentes: en uno, contra el subjetivismo de los populistas, los social-revolucionarios, los anarquistas, los trotskistas, los "otsovistas", con su voluntarismo teórico y su aventurerismo político; en el otro, contra la teoría oportunista de la espontaneidad en el movimiento obrero, contra la idea mendaz de la evolución pacífica del capitalismo hacia el socialismo, contra la teoría del automatismo, que tiende a rebajar la acción transformadora revolucionaria, creadora y consciente del Partido Comunista y de las masas de la clase obrera.

En la lucha contra las teorías subjetivistas y voluntaristas burguesas y pequeñoburguesas, Lenin, apoyándose en los nuevos elementos y en los nuevos hechos y acontecimientos históricos de su tiempo, defendió y desarrolló los principios del materialismo histórico acerca del carácter objetivo de las leyes del desarrollo social, acerca de la necesidad de tener en cuenta juiciosamente las condiciones objetivas y la correlación de las fuerzas de clase en cada etapa de desarrollo de la lucha de clases y las condiciones reales de la vida material, como las fuerzas determinantes del desarrollo de la sociedad.

En su lucha contra la teoría de la espontaneidad de los "economistas", los mencheviques y demás oportunistas, Lenin, defendiendo los fundamentos filosóficos, dialéctico-materialistas, de la teoría social de Marx, concentró su atención en la solución de problemas del materialismo histórico como el de la fundamentación en todos sus aspectos de la acción revolucionaria y la iniciativa histórica de las masas populares, el esclarecimiento del papel del factor subjetivo en la historia, del papel de la conciencia y la organización socialista del proletariado, la función de las ideas avanzadas, y en particular de la teoría marxista, el cometido de las instituciones políticas y de otras instituciones sociales progresivas en el desarrollo de la sociedad, y muy especialmente la grandiosa misión del partido marxista del proletariado y del Estado proletario. En su artículo Contra el boicot, caracterizando la superioridad, la vitalidad y la fuerza del materialismo histórico, escribía Lenin:

"El marxismo se distingue de todas las demás teorías socialistas en que sabe combinar de un modo notable una perfecta cordura científica en el análisis de la situación objetiva de las cosas y del curso objetivo de la evolución con el más decidido reconocimiento de la importancia de la energía revolucionaria, de la potencialidad revolucionaria creadora, de la iniciativa revolucionaria de las masas, así como también, por supuesto, de las personalidades sueltas, grupos, organizaciones y partidos capaces de sondear y establecer los nexos con unas u otras clases".[15]

Sintetizando la nueva experiencia histórica, la experiencia del movimiento obrero internacional en la época del imperialismo y, sobre todo, la experiencia de la clase obrera rusa y del Partido Comunista de la Unión Soviética, experiencia verdaderamente excepcional por su riqueza y por su importancia histórica internacional, Lenin enriqueció creadoramente el materialismo histórico, lo impulsó y lo desarrolló , lo elevó a una etapa nueva y superior. Lenin descubrió las nuevas leyes que rigen el desarrollo del capitalismo en la época imperialista, lo que le permitió crear y fundamentar en todos sus aspectos la nueva teoría de la revolución socialista: la doctrina de la transformación gradual de la revolución democrático burguesa en revolución socialista, la doctrina de la hegemonía del proletariado en la revolución, la de los aliados del proletariado y la de la posibilidad de que el socialismo comenzara triunfando en un solo país, por separado. En los geniales trabajos de Lenin y de su discípulo y continuador de su obra Stalin, encontró el materialismo histórico un desarrollo extensivo a todos sus aspectos, en estrecha relación con las tareas de la clase obrera en la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias, en la época del triunfo del socialismo en la sexta parte de la tierra. En estos trabajos se contiene la teoría del desarrollo de la sociedad socialista soviética y se exponen las leyes y fuerzas motrices de su desarrollo, las leyes y las condiciones del paso gradual del socialismo al comunismo. Ni un solo problema del materialismo histórico dejó de ser estudiado y desarrollado en los trabajos de Lenin, Stalin y sus colaboradores.

El materialismo histórico tiene más de cien años de vida. Ha sido probado en el fuego de grandes combates de clases, en la lucha de los trabajadores por la paz, la democracia y el socialismo. Ha sido y es el arma teórica segura de los partidos marxistas que encabezan la lucha de los trabajadores, de las masas oprimidas y explotadas, contra el imperialismo. Basándose en la teoría del materialismo histórico, el Partido comunista de la U.R.S.S. y su Comité Central dirigen con éxito la solución de los grandes problemas de la edificación del comunismo, llevada a cabo por el pueblo soviético. El materialismo histórico demuestra científicamente que todos los caminos de la humanidad conducen hoy al comunismo.

6. La bancarrota de la sociología burguesa.

Al cobrar la lucha de clases del proletariado formas amenazadoras para el capitalismo y la burguesía —escribe Marx—, sonó la campana funeral de la economía científica burguesa. "Ya no se trataba de si tal o cual teorema era verdadero o falso, sino de si era beneficioso o funesto, cómodo o molesto para él" [para el capitalismo], "de si infringía o no las ordenanzas de policía. Los investigadores desinteresados fueron sustituidos por espadachines a sueldo, los estudios científicos imparciales dejaron el puesto a la conciencia turbia y a las perversas intenciones de la apologética".[16]

Estas palabras pueden aplicarse en su integridad a toda la sociología burguesa contemporánea. Los sociólogos burgueses de la época actual —incluyendo entre ellos a los del campo de los socialistas de derecha— son unos lamentables sofistas y sicofantes, servidores de la clase capitalista, enemigos jurados de la clase obrera y del socialismo.

Todas las teorías sociológicas burguesas en boga se proponen como meta fundamental y tienen por principal contenido la defensa del capitalismo y de la política imperialista de la burguesía en su lucha contra la clase obrera revolucionaria y las demás fuerzas avanzadas de nuestro tiempo, contra los países del socialismo y la democracia popular. El sentido político y teórico fundamental de todos los tratados "teóricos" de los "sabios" burgueses se reduce a negar que sea una ley de la historia el desarrollo progresivo de la sociedad, a empeñarse en demostrar que el capitalismo es un régimen inmutable y eterno, a justificar los más grandes crímenes del capitalismo, las guerras imperialistas y la opresión colonial, a predicar, el odio contra la humanidad, el exclusivismo nacional y de raza, la mística y otras formas de oscurantismo, a defender la barbarie fascista y otras fechorías de la reacción imperialista.

Podríamos señalar, como ejemplo de la más cínica justificación de las tropelías del imperialismo, las numerosas doctrinas racistas y neomaltusianas en boga hoy y que tratan de justificar y de razonar "teóricamente" la opresión nacional-colonial de los pueblos.

Todo el régimen capitalista, y en particular el del capitalismo monopolista o imperialismo, se basa en la desigualdad nacional y en la opresión de los pueblos. La ideología burguesa imperante en la sociedad capitalista se halla empapada de ideas de exclusivismo racial y nacional. Los sociólogos racistas de la burguesía reaccionaria Liapush, Gobineau, Letourneau, H. S. Chamberlain, Ammon, Woltmann, Gumplowicz y otros, en la segunda mitad del siglo XIX, y todo el tropel de sus continuadores contemporáneos en los EE.UU., Inglaterra, Alemania, Francia y el Japón, aspiraban y siguen aspirando a demostrar que los pueblos del mundo se dividen en razas "superiores" e "inferiores". Según los partidarios del racismo, la clave para la comprensión de las vicisitudes históricas de los pueblos hay que buscarla en las características "raciales" de los pueblos y las naciones.

¿A qué se debe el que muchos pueblos de Asia y África se hallen a un nivel de desarrollo técnico—económico inferior al de los pueblos de Europa y Norteamérica? Según los racistas, a las condiciones raciales de unos y otros pueblos. Unos pueblos son, según ellos, por factores de raza, incapaces de alcanzar un desarrollo económico, político y cultural independiente, lo que vale tanto como decir que la propia naturaleza los condena a la situación de esclavos coloniales. En cambio, otros están llamados a dominar, gracias a las cualidades de raza que, según los racistas, les son inherentes. Los fascistas alemanes sostenían que Alemania, es decir, la burguesía alemana, estaba destinada por obra de la naturaleza a ser la dueña y señora del mundo entero. Los racistas anglo-sajones (de los Estados Unidos e Inglaterra), por su parte, entienden que es la burguesía de las naciones de habla inglesa la llamada a dominar sobre todos los pueblos.

La fuerza motriz de la historia, según los racistas, no es la lucha de clases, sino la "lucha de razas". La ley perenne de la humanidad, según estas teorías, es la "lucha por la existencia" de unas razas contra otras, una guerra a muerte entre ellas.

Hace ya mucho tiempo que el marxismo—leninismo ha echado por tierra estos desvaríos de los sociólogos burgueses reaccionarios. La historia demuestra que pueblos (como, por ejemplo, los de China y la India) clasificados por los racistas entre las razas "inferiores" supieron crear culturas muy avanzadas cuando todavía los antecesores de los ingleses, norteamericanos, alemanes, franceses y japoneses no habían salido del estado de barbarie.

El atraso actual de los pueblos coloniales no se debe a causas biológicas, a la "inferioridad racial" inventada por los imperialistas, sino a la opresión del imperialismo y a la dominación de las relaciones feudales y capitalistas. Habiéndose liberado del yugo de los señores feudales y de los imperialistas extranjeros e instaurado su República popular, el gran pueblo chino ha comenzado a desarrollar con ritmo acelerado una economía y una cultura avanzadas. El pueblo chino muestra al mundo, actualmente, portentos de capacidad histórica creadora de nuevas formas de vida social. Y ahí tenemos también el caso de toda una serie de pueblos de Rusia, como los yakutes, los buriatos, los kasajos, los bahkires, los tadchikes y las pequeñas nacionalidades del norte, que, bajo el régimen zarista, no sólo vivían oprimidos, sino que se hallaban condenados a desaparecer. Pues bien, bajo las condiciones del socialismo, estos pueblos conocen un florecimiento nunca visto en la historia. Todo lo cual viene a echar por tierra irremediablemente las reaccionarias teorías del racismo.

Las teorías del exclusivismo racial y nacional son anticientíficas y archirreaccionarias. Están tomadas del arsenal de los ideólogos de la sociedad esclavista antigua y no persiguen otro fin que el de justificar la opresión de clase en el seno de los países capitalistas, la política imperialista de los anexionistas guerreros y la opresión nacional-colonial, lo mismo que en la sociedad esclavista servían para justificar la esclavitud.

Una teoría muy extendida entre la burguesía es la del reaccionario neomaltusianismo. El fundador de esta teoría fué un cura y economista reaccionario inglés llamado Malthus. Según él, la fuente del paro forzoso y de la miseria de las masas reside, no en el régimen social del capitalismo, sino en el acelerado crecimiento de la población. Malthus proclamó la "ley" según la cual la población crece en progresión geométrica, al paso que los medios de subsistencia aumentan solamente en progresión aritmética. "Ley" inventada por él para justificar la existencia del capitalismo y que trataba de hacer pasar por una ley natural.

Marx, en El Capital, sometió a una crítica demoledora la ignominiosa teoría maltusiana, demostrando, en primer lugar, que no existe tal ley biológica de crecimiento de la población y, en segundo lugar, que las fuerzas productivas y la producción de medios de sustento aumentan más rápidamente que la población, dejando muy atrás al ritmo de desarrollo de ésta; lo que ocurre es que, en virtud del carácter antagónico del régimen capitalista de producción, las riquezas producidas se las apropian quienes no producen, quienes no trabajan, mientras que quienes trabajan y producen todos los bienes de la vida se hallan condenados a la miseria y al hambre.

La teoría maltusiana, pulverizada por Marx, es elevada de nuevo sobre el pavés, actualmente, por los economistas y sociólogos reaccionarios, con el fin de justificar las contradicciones y las lacras del capitalismo. Los neomaltusianos de los Estados Unidos, como Pendell, Cook y otros, tratan de demostrar la necesidad de reducir de un modo tajante la población de todo el planeta. Los neomaltusianos norteamericanos predicen que hay que lanzarse a la "reducción", es decir, al exterminio de la población de los países de Asia y África, y también de los de Europa.

Los neomaltusianos ingleses Bertrand Russell y otros, al igual que sus cofrades norteamericanos, ven la fuente de la crisis del capitalismo, del paro forzoso y la miseria de las masas, en el "excesivo" crecimiento de la población. Russell (en su libro titulado Nuevas esperanzas para un mundo que cambia) señala la "amenaza" que representa, según él, el crecimiento de la población de la U.R.S.S., de los países de democracia popular y de los países de Asia en general, y preconiza la guerra de exterminio contra estos países y los mé todos coactivos de reducción de la población, de la natalidad.

El neomaltusianismo no descansa sobre el menor fundamento científico. Esta teoría, absurda del principio al fin, se da la mano con el racismo y sirve, en manos de la burguesía, para fines imperialistas, para justificar la guerra atómica y bacteriológica. Teorías como ésta atestiguan la total bancarrota política y moral de la burguesía. Los neomaltusianos, al clamar por el exterminio de los pueblos de las colonias y de otros países, se encargan de poner al desnudo el fondo salvajemente imperialista de su ideología.

La mejor refutación de la teoría neomaltusiana la tenemos en el hecho de que el crecimiento anual de la población de la U.R.S.S. exceda de tres millones, sin que ello conduzca, en el país del socialismo, al paro forzoso, a la miseria, a las guerras ni a los otros males característicos del capitalismo.

La fuente de la miseria de los trabajadores no está en el crecimiento de la población, sino en el propio régimen capitalista. La burguesía y sus ideólogos tratan de eximir al capitalismo de toda responsabilidad por el paro forzoso, la miseria de las masas y las guerras, atribuyendo estos hechos a supuestas "leyes" naturales. Y no menos falaz, infundada y anticientífica es la tercera de las teorías naturalistas preconizadas por el idealismo: la llamada tendencia geográfica de la sociología.

En la época del imperialismo, la teoría geográfica del desarrollo de la sociedad es sostenida por los políticos, los ideólogos y los círculos gobernantes de los países capitalistas. En la Alemania hitleriana, esta seudociencia fué elevada, bajo el nombre de "geopolítica", al rango de teoría del Estado y puesta al servicio de la política imperialista y de anexión del fascismo. El geopolítico Haushofer y otros intentaron justificar "científicamente" los desvaríos anexionistas imperialistas, los insensatos planes de "dominación mundial" y la guerra desencadenada por los hitlerianos bajo la consigna del "espacio vital" para la raza "superior" de los alemanes, y una propaganda parecida sostenían los imperialistas japoneses, tratando de justificar su política de anexiones en Asia y en la cuenca del Océano Pacífico.

Algunos ideólogos del imperialismo norteamericano tratan, actualmente, de "fundamentar" las absurdas pretensiones de dominación mundial de los círculos gobernantes de los Estados Unidos con argumentos racistas y geográficos.

Los geopolíticos norteamericanos se empeñan en rehacer el mapa del mundo. Sostienen que las fronteras de los Estados Unidos y sus intereses vitales se hallan en el Elba, en Turquía, en el Irán, en Taiwán, en Pakistán y en el Japón.

A los fines de justificación de la política imperialista sirve también esa tendencia idealista de la sociología burguesa que ve el factor fundamental y decisivo del desarrollo de la sociedad y de la política en la técnica y en la violencia imperialista basada en ella. Es la tendencia a que a veces se da el nombre de "sociología atómica". La "sociología atómica", lo mismo que el neomaltusianismo y la geopolítica, tienen partidarios entre los influyentes círculos imperialistas de los Estados Unidos e Inglaterra. La conversión en fetiche de la técnica en general, y en particular de la técnica de guerra y de la bomba atómica y de la fuerza armada basada en ellas, relegando a segundo plano el factor determinante del régimen económico y el papel decisivo de las masas populares en la historia, es el rasgo característico de esta reaccionaria teoría sociológica burguesa.

La técnica ejerce, sin duda, una influencia inmensa en la vida social, pero solamente en relación con los hombres. La técnica sin los hombres, sin las masas trabajadoras, es un factor muerto. Por muy destructora que sea la fuerza de la bomba atómica, no hay que perder de vista, en primer lugar, que ya los Estados Unidos no tienen el monopolio de ella y, en segundo lugar, que los pueblos son más fuertes que todas las bombas atómicas.

Siguen extendiéndose todavía hoy entre los sociólogos e historiadores burgueses las tendencias idealistas subjetivas de la psicología, el voluntarismo, etc., tendencias que niegan todas las leyes objetivas del desarrollo económico de la sociedad, tratando de reducir la historia de ésta a los actos de las grandes personalidades, de los magnates del capital, etc. Tal es la esencia de las ideas sociológicas del positivismo, del pragmatismo, de la semántica, del personalismo y de toda otra serie de tendencias de la filosofía burguesa. Estas escuelas sociológicas buscan la causa fundamental del desarrollo de la sociedad en la actividad de los hombres eminentes, de los gobernantes y los generales, en el "libre arbitrio" o en tales o cuales ideas y principios políticos, en la mentalidad de los hombres, y no pocas veces se inclinan directamente a la superstición religiosa, buscando la explicación de los fenómenos sociales en la voluntad divina.

Rasgo característico de toda la sociología burguesa de nuestro tiempo es el extremo eclecticismo, la contradicción interna. Pese a la abundancia de tendencias de la sociología burguesa, todas ellas tienen como exponente común el idealismo en la explicación de la historia de la sociedad, la negación de las leyes reales, objetivas, de su desarrollo, el empeño por reducir estos fenómenos a la conciencia, a la política y a la voluntad de los gobiernos, a los personajes políticos, como si aquí se encerrara la fuerza fundamental y determinante de la historia, de la vida social. Aunque muchas tendencias de la sociología burguesa (el racismo, la geopolítica, el neomaltusianismo, la teoría de la educación y de la técnica como la fuerza fundamental del desarrollo histórico, etc.) se disfrazan bajo un ropaje naturalista para presentarse de un modo más plausible ante la ciencia, no debe olvidarse que se trata de diversas modalidades del idealismo. El idealismo, batido y desalojado de sus posiciones por el marxismo, intenta levantar cabeza bajo nuevas formas, pero su esencia sigue siendo la misma; las diversas modalidades de la sociología burguesa distan tanto de la ciencia como el cielo de la tierra.

El extremado reaccionarismo, el eclecticismo, la carencia de principios y el odio son los rasgos característicos de los sociólogos burgueses contemporáneos y de la sociología burguesa en general. Los sociólogos burgueses no se proponen descubrir la acción real de las leyes y las fuerzas motrices del desarrollo social, sino negar la posibilidad de llegar a comprender la acción de las leyes sociales y la existencia misma de estas leyes.

Uno de los más prestigiosos historiadores ingleses, Trevelyan, se lamenta de que la vida humana sea insuficiente para llegar a comprender todos los hechos relacionados con la historia de la sociedad. Mientras no estemos en condiciones de conocer todos los hechos, la historia, dice, no podrá ser considerada como una ciencia. Es el mismo pensamiento que expresa otro "venerable" historiador inglés, Toynbee. Se expresa aquí la impotencia de los historiadores idealistas, embrollados entre los incontables hechos históricos, y el miedo a situarse ante la tarea de encontrar el nexo interno en que los acontecimientos se hallan engarzados. Los ideólogos de la burguesía actual sienten aversión a las leyes objetivas, sencillamente porque éstas anuncian a su clase el hundimiento inevitable que la aguarda.

Este mismo miedo empapa todo el libro, más arriba citado, del agnóstico y neokantiano inglés, enemigo del marxismo, Carl Federn, La concepción materialista de la historia (1939). "Si pudiésemos abarcar todos los hechos existentes y llegar a comprender todos los nexos causales en el presente y en el pasado —lo cual requeriría la razón divina—, estaríamos en condiciones de explicar todos los acontecimientos del pasado y de prever el futuro. Pero nuestro intelecto se halla demasiado poco desarrollado para ello; sólo podemos abarcar con la mente un número limitado de hechos y no alcanzamos a explicarnos ni siquiera lo que ha sucedido". Federn considera como simples ficciones, como vacuas palabras, conceptos científicos como los de "feudalismo", "capitalismo", "socialismo", "revolución", "leyes históricas", etc., y reduce la misión de la sociologíaa una descripción escueta de hechos, cayendo con ello en el más trivial subjetivismo.

Los mismos puntos de vista del subjetivismo son compartidos por gran parte de los sociólogos norteamericanos: John Dewey, E. Ross, E. Bó gardus, H. Bekker: por no citar a más, pertenecen todos a la llamada escuela semántica, encabezada por Chase y otros.

La desintegración de la sociología y la historiografía burguesas ha llegado al punto de que los más celosos defensores del idealismo subjetivo (B. Croce, R. Aron, R. Collingweod, Ch. Bird y otros) nieguen, no ya la objetividad de las leyes de la historia, sino incluso la objetividad del proceso histórico mismo y de los hechos históricos. Al negar la objetividad del pasado histórico, afirman que el proceso histórico lo crea la conciencia del historiador, que todos los hechos de la historia son fruto del "pensamiento histórico".

La tendencia reaccionaria y el subjetivismo de la sociología burguesa contemporánea se manifiestan en la negación del sentido progresivo, de los avances del proceso histórico. Los sociólogos e historiadores burgueses reaccionarios niegan que el progreso sea una ley del desarrollo de la sociedad. Reflejan con ello el miedo de la burguesía reaccionaria a la inevitable sustitución del capitalismo por un régimen social más alto, el socialismo.

La sociología burguesa trata de ocultar a las masas populares las lacras y las contradicciones del capitalismo. Para los sociólogos burgueses, la fuente de la crisis y la precariedad del capitalismo debe buscarse, no en el régimen capitalista de producción, sino en el desarrollo de la técnica, en la difusión del marxismo, en el crecimiento de la población, en la pérdida de "los valores espirituales de vigencia general", como los llama el sociólogo norteamericano Endgel.

La decadencia y degeneración de la sociología burguesa las revelan los propios títulos de muchas de sus obras. He aquí, por ejemplo, los de algunos libros de filosofía publicados últimamente en los Estados Unidos: Los Mesías y su misión civilizadora, por W. Watlis; La Iglesia y el progreso social, por M. Bowen; La Providencia y la Historia, por W. P. Kasserly, y por ahí adelante.

La sociología burguesa ha sido derrotada en toda la línea y se halla en total bancarrota, como una seudociencia reaccionaria de los pies a la cabeza. Bancarrota que se ven obligados a reconocer hasta sus propios corifeos. Poco antes de morir, escribía J. Dewey, en su libro Los problemas del hombre: "Hace unos quince años, digamos, ni las gentes más sagaces habrían podido prever el curso de los acontecimientos. Los hombres de una amplia concepción del mundo que acariciaban alguna esperanza han podido convencerse de que la marcha real de las cosas se desarrolla en dirección contraria".

No; a los ideólogos de la burguesía no les es dado prever la marcha de los acontecimientos. Ya lo decía el gran Lenin: "... No es posible calcular de un modo certero, cuando se marcha hacia la catástrofe".[17]

Ya en 1914, desenmascarando las concepciones positivistas de P. Struve, y sus ataques contra el marxismo, Lenin había descubierto genialmente los rasgos fundamentales de la bancarrota y el marasmo de la sociología burguesa: la desesperación en cuanto a la posibilidad de comprender el presente, la renuncia a la ciencia y a toda generalización, el empeño de eludir las leyes del desarrollo histórico, de descartar las leyes de la ciencia y suplantarlas por las leyes de la religión, la escolástica muerta y moribunda del escepticismo burgués en boga: todo ello es el fruto del miedo de la burguesía al hundimiento inevitable del capitalismo y de su obstinación en demostrar la imposibilidad del socialismo.[18]

Los ideólogos de la burguesía se empeñan en presentar la creciente crisis de todo el sistema del capitalismo y los incontenibles avances del movimiento comunista como "el ocaso de Europa", "el ocaso de la cultura". Los sociólogos burgueses tratan de mostrar el hundimiento del régimen capitalista agonizante como el hundimiento de toda cultura, y hablan de las "sombras del crepúsculo", del "derrumbamiento de las esperanzas". Incapaces de comprender y de explicar lo que ante sus ojos está sucediendo, recurren cada vez más a las analogías con el pasado. Se alzan ante su mirada las sombras y los fantasmas de la caída de la antigua Roma. El teórico del partido laborista inglés Harold Laski, en su libro La fe, la razón y la civilización (1944), copiando una idea del reaccionario Spengler, escribía que el mundo actual se estremece hasta en sus más profundos fundamentos: "Nuestros valores se hunden, casi lo mismo que en el ocaso del imperio romano. Las conquistas científicas, el progreso material, el inmenso ensanchamiento del horizonte, en relación con el desarrollo de nuestros conocimientos: todo ello en su conjunto no evoca ya en nosotros el sentimiento de confianza en el futuro".

Los servidores de la burguesía, Laski y otros como él, tratan de desviar a las masas trabajadoras del camino de la solución revolucionaria de los problemas históricos ya maduros para ser resueltos. Su mira, como la de toda la sociología burguesa, no es otra que salvar al capitalismo de su hundimiento, desorientar a las masas trabajadoras, apartarlas de la lucha revolucionaria contra el capitalismo agonizante.

Por oposición a la sociología burguesa, el materialismo histórico suministra el conocimiento de las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad y señala a las masas trabajadoras el único camino certero, revolucionario, para resolver los problemas históricos que aguardan su solución. De todas las teorías sociológicas, sólo el materialismo histórico ha afrontado victoriosamente la prueba de la realidad, ha sido contrastado por la experiencia histórica universal. El curso de la historia, en los cien años largos que lleva de existencia el marxismo, ha venido a confirmar plenamente la veracidad de esta doctrina. La aplicación de este método a la investigación de los nuevos hechos, de los nuevos fenómenos sociales de la época contemporánea y a la dirección de la lucha revolucionaria de los trabajadores, se ha visto coronada por los más brillantes éxitos.

El triunfo del socialismo en la U.R.S.S., el ahondamiento y la agudización de la crisis general del capitalismo, la bancarrota de la ideología burguesa, los avances del movimiento de liberación de las masas oprimidas y explotadas, el constante crecimiento del número de militantes de los partidos marxistas y el fortalecimiento incesante de la influencia de la ideología marxista sobre las masas populares, la victoria de la democracia popular en una serie de países de Europa y Asia: todo ha venido a confirmar palmariamente los geniales pronósticos de los fundadores del marxismo-leninismo, pronósticos basados en las leyes formuladas por el materialismo histórico.

RESUMEN

El materialismo histórico es la ciencia de la sociedad, de las leyes generales de su desarrollo, la única teoría y el único método exactos de concepción de los fenómenos sociales y de dirección de la práctica revolucionaria. La creación del materialismo histórico por Marx y Engels vino a revolucionar la concepción de la historia, convirtiendo en una ciencia el estudio de la sociedad. El desarrollo de la sociedad con arreglo a leyes puede ahora ser plenamente comprendido y utilizado en interés de la propia sociedad. Por oposición al idealismo, que niega las leyes del desarrollo social, el materialismo histórico pone de manifiesto las leyes objetivas a que se ajusta el desarrollo de la sociedad.

Gracias al materialismo histórico, que sirve de fundamento histórico-científico al marxismo, la teoría del socialismo se ha convertido de una utopía en una ciencia. El Partido comunista, para la elaboración de su programa, de su estrategia y su táctica, para toda su acción, se basa en las leyes objetivas que rigen el desarrollo de la sociedad.

El materialismo histórico es una teoría creadora, que se desarrolla a base de sintetizar toda la experiencia social. El nexo indisoluble entre la teoría y la práctica es la fuente de que manan la veracidad, la fuerza y la invencibilidad del materialismo histórico.

  1. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, 1952, t. II, p. 366.
  2. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XX, pág. 184
  3. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, ed. cit., t. I, págs. 332—333
  4. V. I. Lenin, Obras completas. ed. rusa, t. XXXV, pág. 200.
  5. J. Stalin, Problemas económicos del socialismo en la U.R.S.S., Ediciones "Nuestro Tiempo", México, 1952, pág. 4.
  6. El historiador alemán Eduard Meyer escribe: "Hace mucho que vengo ocupándome del estudio de la Historia y nunca he encontrado una sola ley histórica, ni sé tampoco de nadie que la haya descubierto"
  7. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, ed. cit., t. I, pág. 417—418.
  8. Marx-Engels, Ausgewälte Briefe, Zurich, 1934, pág. 164.
  9. V. I. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XIV, pág. 314.
  10. J. Stalin, Problemas económicos del socialismo en la U.R.S.S., ed. cit., pág. 67.
  11. F. Engels, Anti-Dühring, trad. esp. de W. Roces, Madrid, 1932, pág. 113.
  12. Obra cit., pág. 306
  13. V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, trad. esp., Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú. 1948, pág. 415.
  14. V. I. Lenin. Obras completas. ed. rusa, t. I, págs. 380-381.
  15. V. I. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XIII, págs. 21-22.
  16. C. Marx, El Capital, Palabras finales a la 2ª edición, trad. española de W. Roces, México, 1945, tomo 1, pág. 13.
  17. V. I. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XXXIII, pág. 128.
  18. V. I. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XX, págs. 179, 182, 185.