Diferencia entre revisiones de «Biblioteca:Historia de Cuba. La Colonia. Tomo I, Primera Parte Evolución socioeconómica y formación nacional de los orígenes hasta 1867/Las comunidades aborígenes de Cuba»
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=== Organización social y manifestaciones mágico-religiosas === | === Organización social y manifestaciones mágico-religiosas === | ||
(...) | Desde las épocas remotas, el hombre para sobrevivir tuvo necesidad de la compañía de otros. La reproducción de la especie y la supervivencia del grupo dependían del esfuerzo colectivo y de su organización alrededor de un núcleo gentilicio. El protoarcaico de Cuba no es una excepción; sus formas de organización se corresponden con la comunidad gentilicia primitiva, con formas de cooperación simple y una división natural del trabajo por sexos y edades. | ||
Los estudios realizados sobre los medios de trabajo hallados ''in situ'', los aportes de la etnografía comparada y otros elementos del registro arqueológico, así como la aplicación de los medios cibernéticos, permitieron definir características particulares de la comunidad y la familia de los cazadores protoarcaicos.<ref>Estudios estadísticos mediante métodos computarizados realizados en yacimientos arqueológicos de grupos cazadores han permitido comprobar que sitios de características y dimensiones variadas se repiten en tramos consecutivos del curso del río Mayarí. Además, un estudio de las terrazas en que se encuentran ubicados esos residuarios permite suponer que sean isócronos. Jorge Febles, Alexis Rives y Frank García: ''Atlas arqueológico: estudio histórico-social de las comunidades protoarcaicas en la provincia de Holguín''. (En prensa.)</ref> Estos grupos reunían, aproximadamente, de 10 a 25 individuos y se movían a lo largo de las cuencas de los ríos, en un desplazamiento simultáneo de sitios principales y dependientes, hecho que coincide con la cercanía existente entre unos y otros sitios en cada tramo. Ellos tenían zonas de caza, otras para la elaboración de materias primas y para la preparación y cocción de alimentos, y otras para la elaboración de medios de trabajo (talleres). Los sitios se caracterizan por presentar rasgos de homogeneidad que indican una unidad tecnotipológica con una connotación social determinada. Es presumible que la residencia descansase en una filiación de tipo unilineal: matrilocal,<ref>La residencia matrilocal supone la convivencia de marido, mujer y descendientes por línea materna y está relacionada con actividades apropiadoras combinadas. Caza y pesca con hombres y recolección con mujer, o bien actividades apropiadoras con hombre y actividades agrícolas con mujer. Véase: Robín Fox: ''Sistemas de parentesco y matrimonio''. Alianza, Madrid, 1972, p. 80. | |||
En la convivencia clánica tiene aún máximas posibilidades de expresión. Está relacionada con la filiación matrilineal. Se plantea que los grupos cazadores en gran escala poseen una residencia patrilocal, lo cual supone una descendencia patrilineal. Esto último es discutible pues en las comunidades históricas que nos muestra la arqueología la convivencia neolocal puede confundirse con la residencia patrilocal. Además, por las características de las comunidades protoarcaicas de Cuba —conjuntos poco numerosos y economía cazadora atenuada— no parece la solución más adecuada.</ref> a causa de las actividades femeninas de preparación de alimentos asociadas con los útiles de los cazadores, la corta distancia existente entre las estaciones, y el desplazamiento simultáneo de los grupos componentes de la comunidad. Las características de una economía cazadora, atenuadas por la necesidad del incremento de las actividades recolectoras en una región con escasa fauna de grandes dimensiones, debe haber provocado también un mayor equilibrio de sexos y edades en la división natural del trabajo propia de este estadio. | |||
Estas características de los asentamientos, que coinciden con un tipo de residencia afín a la filiación unilineal, hablan de una convivencia clánica en las comunas protoarcaicas, lo cual hace pensar, como es lógico, en el predominio de la relación entre las gens primitivas en la organización social de los grupos cazadores. Esto permite comprender, a su vez, la homogeneidad tecnotipológica del ajuar de piedra tallada de esas comunidades, la existencia en ellas de series de artefactos dentro de las dimensiones y los tipos característicos de los grupos paleolíticos y su permanencia en un hábitat no clásicamente favorable para esa economía. Las estructuras colectivistas de los clanes regirían la confección de los útiles según las tradiciones propias de las sociedades cazadoras. Esta situación debió influir en el mantenimiento de una organización del trabajo típica de cazadores en un medio y ante unos recursos naturales —la fauna— al principio escasamente apropiados e incluso después, con la desaparición de esas condiciones en el transcurso de varios siglos. El cambio tecnotipológico que es apreciable en los ajuares protoarcaicos más tardíos debió imponer a la larga el cambio de la economía cazadora o en caso contrario provocar la desaparición de esos grupos humanos por emigrar a otras islas o por mezcla con grupos humanos de economía mesolítica llegados al archipiélago cubano en los alrededores del 2500 a.n.e. | |||
En las comunas protoarcaicas la división natural del trabajo debió tener sus particularidades, pues el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas permitiría una distribución de actividades por sexos y edades de carácter relativo. Las actividades cazadoras serían masculinas y la recolección femenina, pero habría cooperación en otras tareas extractivas y de elaboración de materias primas. La presencia en los residuarios de artefactos de sílex de tipología semejante y dimensiones distintas, hace pensar en la equiparación de sexos y edades en esas faenas. Su matrilocalidad debió estar condicionada en buena medida por una permanencia de los individuos en las casas o áreas de campamento de sus propios clanes (natolocalidad), por la cercanía de estos. O sea, que las alianzas mediante el matrimonio por grupos debieron tener un carácter más bien efímero. La cooperación simple en el trabajo, en aquellos asentamientos nómadas que se desplazaban simultáneamente, matizaría formas de trabajo y alianzas matrimoniales mediadas por el gregarismo. | |||
Las condiciones climáticas de su territorio de origen y el conocimiento de la preparación de pieles de animales con herramientas de piedra tallada (raspadores y raederas) probablemente influyeron para que los protoarcaicos trasmitieran a sus descendientes el uso de pieles de animales para protegerse, en ciertas épocas del año, del frío y la humedad de Cuba. También debieron usar adornos corporales como amuletos para preservar la vida, obtener buena caza, y otras manifestaciones de sus creencias mágico-religiosas, más que por su carácter estético. Las evidencias halladas en este aspecto son exiguas y solo se ha encontrado un colmillo de foca tropical con perforación bicónica en un extremo, en el residuario de farallones de Seboruco. También es probable que se pintaran el cuerpo, pero solo se han hallado escasas porciones de colorantes minerales, ocre rojo y ocre amarillento pardo, en dos sitios. | |||
Los protoarcaicos tenían indudablemente ideas animistas y cosmogónicas. La práctica de enterrar a los muertos y colocar ofrendas hace suponer que quisieron garantizar en la otra vida la mejor situación a los fallecidos. Buscaban la explicación a los fenómenos de la naturaleza y la vida y es probable que entre el 5000 y el 3000 a.n.e., tuvieran un lugar dedicado a estas prácticas. En farallones de Seboruco se han encontrado varios entierros asociados con ofrendas líticas y uno de ellos, de una niña de 13 años aproximadamente, con los huesos teñidos con ocre rojo, así como porciones de este colorante mineral y de ocre amarillo pardo. También se han hallado cinco pictogramas en la cueva de los Cañones, tres de carácter abstracto, uno zoomorfo y el último de carácter naturalista figurativo; todos fueron ejecutados en color negro y están situados en la pared izquierda de la espelunca. | |||
En Cuba la mayoría de los dibujos parietales de carácter abstracto se adjudican a comunidades ubicadas en el mesolítico, fase transicional en la cual el arte naturalista se halla en vías de transformación hacia la abstracción. Sin embargo, es probable que los cazadores paleolíticos, y en particular la cultura denominada Seboruco, poseyeran un arte de carácter naturalista más acorde con el período en que vivían. | |||
El pictograma naturalista figurativo puede interpretarse como la imagen de un hacha o maza enmangada con un carácter simbólico; su ubicación en la parte más profunda de la cueva debió estar, probablemente, asociada con cultos de iniciación, practicados por las sociedades ágrafas tradicionales. Los conocimientos actuales permiten concluir que este pictograma corresponde a comunidades paleolíticas ubicadas en la fase media mientras que los restantes probablemente corresponden a otras comunidades de la fase tardía, tal vez en sus inicios. | |||
== Etapa de la economía de apropiación: las comunidades mesolíticas == |
Revisión del 16:47 12 ago 2024
La presencia del hombre en Cuba es mucho más antigua de lo que se estimaba hasta hace algunas décadas. Diez mil años antes de que Cristóbal Colón arribase a sus costas, el 28 de octubre de 1492, ya habían llegado a ellas los primeros pobladores. Cuando los españoles desembarcaron en la isla, de estas primeras culturas solo quedaban huellas diseminadas, que la ciencia arqueológica tardaría más de cuatro centurias en descubrir. Por esta razón ni el Gran Almirante, ni posteriormente los cronistas de Indias pudieron referirse a nuestros primeros pobladores. Sin embargo, sí pudieron escribir sobre los hombres que habitaban el territorio al momento de su llegada, pues estos correspondían a asentamientos muy posteriores. Por sus vividos relatos sobre estas gentes y sus costumbres se destacaron, entre otros cronistas, fray Bartolomé de las Casas y Román Pané.
Las narraciones sobre los aborígenes, su medio ambiente y el encuentro entre culturas con grado tan diverso de desarrollo, han sido, pese a la exageración propia de los colonizadores europeos de la época, que procuraban engrandecer sus hazañas, de gran utilidad para la reconstrucción del proceso histórico inicial de la isla.
A partir de las informaciones suministra das por los cronistas de Indias, los primeros historiadores cubanos solo distinguieron tres grupos aborígenes. El primero era el más numeroso, sus integrantes practicaban la agricultura como medio de subsistencia fundamental y también explotaban, complementariamente, otros recursos naturales, mediante la caza, la pesca y la recolección marina y terrestre. Además, elaboraban recipientes y otras piezas de barro y sabían dar formas especiales a las piedras y a las conchas por medio del desmenuzamiento en fragmentos y del pulimento. Habitaban en poblados ubicados en mesetas y cercanos a fuentes de agua. Fueron denominados taínos.
Un segundo grupo vivía en las costas. Tenían la pesca como medio fundamental de subsistencia, y como actividades complementarias la caza y la recolección. También sabían tallar la piedra y fabricaban con ella rudimentarios útiles de trabajo, pero no la pulimentaban. Estos fueron llamados ciboneyes.
El tercero era el más atrasado y el menos numeroso. Habitaban en cuevas, no se entendían con los restantes grupos y solo eran capaces de fabricar toscos artefactos de concha y emplear guijarros; vivían de la recolección, caza y pesca. A estos se les denominó guanahatabeyes.
El desarrollo alcanzado en la actualidad por la arqueología y la etnografía permite realizar un estudio científico de las culturas aborígenes y lograr una reconstrucción histórica más acertada.
Desde la mitad del siglo XX la arqueología ha ido perfeccionando sus métodos particulares de investigación. También ha aplicado novedosas técnicas y metodologías de trabajo de las ciencias naturales. Este desarrollo alcanzado le ha permitido aumentar el conocimiento sobre los hombres de la comunidad primitiva a través de reconstrucciones históricas más precisas, en las diferentes regiones del globo terráqueo. Resultados y conclusiones que hasta hace un escaso número de años eran considerados válidos, han sido superados y reformulados. Ejemplo de ello es lo referente a la antigüedad del hombre americano. En la tercera década del siglo XX se calculaba en 7 milenios; en los años 30 investigadores osados la estimaban entre 11 y 13 milenios. La respuesta científica contemporánea es que la presencia del hombre en América data de 40 a 50 milenios.
Algo similar ocurre con la antigüedad del hombre en Cuba, y con la datación de sus medios de trabajo, en particular lo relativo a las industrias de la piedra tallada. La antigüedad de los aborígenes cubanos se ha ido aumentando gradualmente. En 1966 se estimaba, aproximadamente, en 3 000 años; en 1970 en algo más de 4 000 y actualmente se ubica en unos 10 000. En cuanto a las industrias de la piedra tallada en la isla, puede afirmarse que con anterioridad a 1966 estas no habían sido estudiadas de modo sistemático. Tampoco se utilizaban para su investigación los métodos tecnológicos y tipológicos estadísticos, la traceología experimental y la computación, como se hace actualmente. El avance de las ciencias ha permitido cambiar conceptos sobre el origen y desarrollo socioeconómico alcanzado por las diferentes culturas que poblaron nuestro archipiélago.
La isla de Cuba se halla estrechamente vinculada con el Caribe y los territorios limítrofes, según han demostrado las investigaciones arqueológicas. Los elementos aportados por el estudio de las diversas tradiciones en la elaboración de artefactos líticos —piedra tallada y pulimentada—, de concha, de cerámica, de hueso, etc., así como por los sistemas específicos de explotación racional de los nichos arqueológicos de las culturas aborígenes, han permitido seguir las huellas de estas culturas en el tiempo y en el espacio.
Por otra parte, nuevos descubrimientos relativos a la geografía, el clima, la flora, la fauna y los sucesivos cambios en el nivel del mar del área antillana han contribuido, junto con los elementos anteriores, a dilucidar las vías seguidas para el poblamiento de Cuba en las distintas épocas y la interrelación hombre-medio, reflejada en las diferentes especies animales y vegetales que existieron y sucumbieron en los diversos períodos.
Para estas investigaciones resulta muy importante la aplicación de la nueva visión del etnos, tanto en lo relativo a las comunidades aborígenes de Cuba, como en lo referido a las que habitaban el área antillana.
El etnos o comunidad étnica es un organismo que ocupa un territorio, le corresponde una comunidad de lengua, rasgos comunes de cultura y modo de vida, comunidad de religión o creencias y unidad social o cruce de componentes, determinantes de una combinación que rebasa los elementos que antes se distinguían. Estos aspectos deben ser considerados objetivamente de acuerdo con las circunstancias, pues el surgimiento del etnos y de su autoconciencia no se integran en la aglomeración de sus aspectos componentes.
Los grupos humanos que vivieron en el archipiélago cubano en épocas diferentes, con igual o distinto nivel de desarrollo socioeconómico, incluso provenientes tal vez de variados rincones del Nuevo Mundo, no pueden ser considerados como partícipes de un mismo etnos. Esto solo es posible en aquellos casos en que los procesos de transculturación generaran modalidades culturales nuevas, en territorios específicos de una tribu, unidad a que se determina el etnos en la comunidad primitiva.
En relación con los pueblos agricultores esta perspectiva cambia, pues estos poseen comunidad de lengua, de cultura, de raza —el tronco aruaco—, y de creencias, aunque en estos casos es necesario analizar la situación específica de las tribus. La confederación de cacicazgos reconocida en Santo Domingo, por ejemplo, cumplía con el requisito de la unidad política organizativa del etnos, pero esta probablemente no existía en las Antillas Mayores ni en Cuba. Las diferencias tipológicas entre los ajuares de los diferentes asentamientos en las Antillas: cerámica ostionoide, meillacoide, chicoide, y en Cuba los ajuares de las variantes culturales Baní, Jagua y otras, argumenta rían también contra la inclusión de estos grupos humanos en el mismo etnos. No es posible considerar como de una misma tribu las mencionadas variantes de las comunidades agricultoras en Cuba, ubicadas en distintas regiones del país, alejadas unas de otras. Igualmente las diferencias entre los agricultores del este de Santo Domingo y los de Cuba representan un caso para analizar.
El problema de la unidad cultural del área antillana en la época precolombina es necesario remitirlo, no al nivel de comunidad étnica sino más bien al nivel de comunidad lingüística, en este caso como referencia al tronco aruaco originario de los grupos agricultores. La existencia de uno o varios etnos entre los grupos agricultores asentados en las Antillas Mayores en el momento del contacto entre el Nuevo y el Viejo Mundo, es un aspecto sobre el que no se ha dicho aún la última palabra.
Para los colonizadores todas las comunidades aborígenes poseían una organización política y de distribución del trabajo similar; sin embargo, el estudio de estos aspectos ha revelado la existencia de particularidades en la jerarquización económica y política, especialmente en lo relativo a las comunidades neolíticas (también llamadas agroalfareras en Cuba).
Con respecto a la cuantía de la población aborigen en el momento de la conquista, solía expresarse que existían entre 60 000 y 100 000 habitantes en el archipiélago, pero estas cifras necesitan ser revisadas a la luz de los conocimientos actuales. El número de sitios conocidos y las áreas de implantación de las comunidades ofrecen un monto poblacional superior a los 200 000 individuos.
Desde el primer cuarto del siglo XX, las comunidades de Cuba han sido clasificadas a través de diversos esquemas o periodizaciones básicas: por culturas, grupos culturales, complejos y etapas de desarrollo socioeconómico. Se han empleado diferentes términos de tipo etnológico y convencional, generados tanto por investigadores nacionales como extranjeros. Paralelamente a estas clasificaciones, las etapas de desarrollo económico de los aborígenes de Cuba se han equiparado con las denominaciones usadas en América: Paleoindio, Mesoindio y Neoindio, a partir de la existencia de una tipología de carácter arqueológico que se corresponde con un determinado nivel de desarrollo socioeconómico, sin que esto implique su equiparación cronológica con etapas o períodos similares en otras regiones del globo terráqueo. También se compara con las dos etapas fundamentales de la Comunidad Primitiva: economía de apropiación y economía de producción.
De esta forma las comunidades aborígenes de Cuba pueden ser enmarcadas en el contexto de las caribeñas desde una etapa cercana al octavo milenio a.n.e.
Cuba en el contexto caribeño. Paisaje y poblamiento
La historia de Cuba está, de modo general, indisolublemente ligada a la de América desde sus etapas más tempranas. Su territorio, ubicado a la entrada del golfo de México, tiene aproximadamente 110 922 km2,[1] y ha sido lugar de asentamiento y tránsito de diversas culturas de ambas Américas y de las Antillas.
Para comprender mejor la etapa inicial de su proceso histórico resulta necesario tener un conocimiento elemental del paisaje y de los cambios ocurridos en él a partir de las transformaciones climáticas y de la formación del territorio donde estas culturas se asentaron.
Se ha comprobado que hace aproximadamente 18 000 años se produjo una máxima intensidad glacial al congelarse los casquetes polares. Esta provocó el descenso del nivel del mar aproximadamente en 100 metros por debajo del actual. Unos 10 000 años después, la situación comenzó a variar paulatinamente y el nivel se incrementó, hasta alcanzar unos 18 metros por debajo del actual.
Como resultado de estos cambios climáticos, y en un período estimado entre 13 000 y 8 000 años atrás, con respecto a la actualidad, se formó una gran isla que ocupó todo lo que es hoy el Gran Banco de Bahamas. Esta medía 610 km de sudeste a noroeste, y 390 km de este a oeste y distaba alrededor de 70 km de la costa floridana. Sesenta kilómetros al norte de esa isla se encontraba otra más pequeña que ocupaba lo que se conoce hoy como Pequeño Banco de Bahamas, incluidas las islas de Gran Bahamas y Gran Ábaco. Sus dimensiones eran de 240 km de sudeste a noroeste y 90 km de norte a sur.
En este período las costas de Cuba también sufrieron alteraciones. La costa norte, desde la península de Hicacos hasta el norte de Nuevitas, había emergido y con ella la cayería de las actuales bahías de Cárdenas, Santa Clara y Buenavista, así como Cayo Coco, Cayo Romano y otros, que penetraban aproximadamente 35 km en el Canal Viejo de Bahamas. De este modo, la distancia entre Cuba y la isla del Gran Banco de Bahamas era de solo 18 km.
En igual período las costas de Honduras y Nicaragua también habían emergido, por lo que penetraron en el mar unos 45 km. Paralelamente, desde sus costas orientales hasta las de Jamaica, habían surgido unas 25 islas de tamaño apreciable, las cuales formaban una especie de puente entre ambos territorios. La mayor distancia entre estas islas era de 70 km.
En el Holoceno temprano, es decir, entre 7 000 y 5 000 años atrás, se produjo un calentamiento general en la Tierra que se conoce como Óptimo Climático. Los casquetes polares se derritieron, el nivel del mar subió rápidamente unos tres metros por encima del mar actual y todas las áreas que habían emergido quedaron nuevamente cubiertas por las aguas. Posteriormente se han sucedido períodos de enfriamiento y de calentamiento, pero ninguno de ellos ha ocasionado cambios sustanciales en la configuración del territorio que nos rodea.[2]
Las condiciones climáticas no solo in fluyeron en la configuración de estos territorios sino también en los cambios ocurridos en la flora y la fauna.
Durante este largo período también se sucedieron diversas migraciones hacia Cuba y, desde luego, el desarrollo de sus culturas en el archipiélago.
Corrientes de poblamiento
Las corrientes migratorias que poblaron el archipiélago fueron varias y se produjeron en etapas muy diversas y distanciadas.
Los pobladores más tempranos llegaron a Cuba hace aproximadamente 10 000 años, en el 8000 a.n.e. En esa época la escasa distancia entre las áreas continentales y el archipiélago cubano permitió que grupos de cazadores paleolíticos —en Cuba también se les denomina protoarcaicos—, provenientes del territorio continental del norte, pasaran a la gran isla del archipiélago de las Bahamas, y después a Cuba, donde encontraron condiciones climáticas favorables y animales relativamente grandes que les proporcionaron vestuario y alimentación.
Por esta época habitaban las costas de Cuba y las Antillas la foca tropical (Monachus tropicalis) y el manatí (Trichechus manatus), que abundaba en la desembocadura de los ríos y en los esteros cenagosos; el perezoso gigante (Megalognus rodens), así como otros animales más pequeños entre los cuales se destacaban el nesophonte (Nesophontes major) y el almiquí (Solenodon cubanus), especies diversas de jutías (Capromys sp.), ofidios, saurios y aves.
Una segunda corriente migratoria se produjo hace aproximadamente 4 500 años. Procedían de Venezuela, Nicaragua y Honduras. Sus integrantes se asentaron en la ciénaga de Zapata, la península de Guanahacabibes y la Isla de la Juventud (Isla de Pinos). Su estadio de desarrollo se correspondía con el mesolítico temprano. A su llegada, los grandes animales que habían servido de sustento a los cazadores paleolíticos se hallaban en extinción, sin embargo, proliferaban los animales pequeños, así como una rica fauna característica de las regiones cenagosas y de manglar: moluscos, crustáceos y aves. Estos hombres se dedicaron a la pesca de plataforma, así como a la captura y la recolección litoral.
A partir del 500 a.n.e., llegan a Cuba tres tipos diferentes de pobladores, uno de ellos compuesto por comunidades mesolíticas tardías (también llamadas en Cuba protoagricultoras) procedentes de la península de la Florida y del valle del Mississippi. Estas llegaron a los bajos fondos de la bahía de Santa Clara, se asentaron en diversos lugares de la costa norte de Matanzas y desde allí se extendieron hacia el este y el oeste.
El otro grupo estaba integrado por comunidades neolíticas (en Cuba también se les denomina agricultores-ceramistas) del tronco étnico aruaco que, procedentes de la isla La Española, se asentaron en la región oriental, especialmente en Banes, en el si glo VI de nuestra era. Trajeron consigo varios cultígenos importantes como el maíz (Zea mays), la yuca amarga (Manihot esculenta) y el tabaco (Nicotiana tabacum).
Siglos más tarde, en las primeras décadas del siglo XV d.n.e., otros grupos neolíticos, oriundos del mismo tronco aruaco y procedentes de las mismas áreas, arribaron a la región de Maisí, en el extremo más oriental de Cuba. Su desarrollo económico-social fue truncado por la llegada de los europeos. Estos grupos de población, asentados en el territorio del archipiélago cubano, dieron lugar a diferentes culturas, cuyos rasgos esenciales serán sintetizados en este capítulo.
Etapa de la economía de apropiación: las comunidades paleolíticas
Dentro de la etapa de economía de apropiación de las comunidades aborígenes de Cuba, el período paleolítico ocupa un lapso mayor. Los primeros grupos de cazadores paleolíticos, denominados aquí protoarcaicos, arribaron a Cuba probablemente navegando en balsas construidas con troncos fuertemente amarrados con cintas hechas de cuero curtido, o en canoas rústicas. Procedían del territorio continental del norte, en particular de culturas del oeste de Norteamérica, representadas por la tradición lítica del oeste, según reflejan las características de los medios de trabajo elaborados en piedra tallada descubiertos y estudiados en ambas regiones.[3] Se desplazaron desde sus lugares de origen hasta la costa este del continente y desde allí, a través de la gran isla del archipiélago de las Bahamas hacia Cuba, y se asentaron primeramente en las cuencas de los ríos Mayarí y Levisa, en la actual provincia de Holguín, lugar donde vivieron hasta el 2500 a.n.e.
Entre los años 8000 y 5000 a.n.e., estos grupos, principalmente los que se movían por la cuenca media del río Mayarí, comenzaron su desplazamiento hacia La Española; algunos de los que permanecieron en Cuba perecieron en la lucha por la obtención de recursos alimenticios, mientras que otros, entre los años 5000 y 3000 a.n.e. remontaron los dos grandes ríos y penetraron hasta el nacimiento de estos en la Sierra Cristal. Allí se asentaron en distintos lugares como, por ejemplo, las márgenes del río Naranjo, donde la caza menor era abundante, y desarrollaron otras técnicas de elaboración de útiles de trabajo de piedra tallada, como las puntas de proyectil de impacto —tanto de lanza como de dardo— para la caza de pequeños animales, también incrementaron la recolección terrestre y fluvial.
Entre los años 3000 y 2500 a.n.e., los grupos protoarcaicos que quedaban se asentaron en lugares relativamente cercanos a la costa como las cuevas y abrigos rocosos de farallones de Seboruco, los farallones de Levisa, la cueva de Santa Rita, donde comenzaron gradualmente a explotar el litoral para obtener recursos subsistenciales complementarios de la caza. Ello se refleja en los cambios que se producen en la elaboración de medios de trabajo, fundamentalmente en los de piedra tallada y de conchas de moluscos marinos univalvos, exhumados en las excavaciones arqueológicas junto con restos alimentarios de recolección y captura. De esta forma iniciaron el proceso de tránsito hacia una economía de pescadores-recolectores sobre la base de la evolución cultural y el contacto con otros grupos humanos conocedores de la explotación de los recursos del litoral.
Sus contactos con otros grupos culturales en el territorio mencionado fueron pocos y tardíos, mientras que en otras regiones externas fueron menores.[4]
Fuera de Cuba, se asentaron primeramente en el oeste de La Española, actual República de Haití (residuarios Courí, Cabaret, y otros). Más tarde se dirigieron a la Cordillera Central, en la actual República Dominicana (residuarios Mordán, El Porvenir y otros).
También en la isla de Antigua y en otras de las Antillas Menores, se han encontrado talleres con útiles de trabajo de piedra tallada con características tecnológicas y tipológicas similares a aquellas de los protoarcaicos de Cuba y La Española.
Estos cazadores paleolíticos desarrollaron su vida a cielo abierto y solo utilizaron las cuevas eventualmente. Sus restantes sitios de habitación han sido localizados en las márgenes de los ríos. En ellos disponían de áreas para elaborar sus medios de trabajo líticos y de madera, preparar alimentos, y construir sus refugios temporales para abrigarse del viento y la lluvia. Estos debieron consistir en paredes hechas con finas ramas y troncos ajustados por medio de cintas de cuero curtido, de bejucos (fibras vegetales), o de la corteza de algunos árboles, cubiertas de hojas de palmáceas y convenientemente inclinadas sobre troncos verticales, en la parte desde donde, generalmente, soplaba el viento. Cada refugio tenía una sola pared.
Durante sus actividades de caza, recolección y reconocimiento del medio fueron seleccionando, como paraderos habituales, aquellos lugares que les ofrecían mayores ventajas por poseer materias primas de sílex, de rocas tenaces, una rica fauna y una abundante flora.[5]
Los hombres protoarcaicos tendrían los rasgos característicos del indio americano de origen mongoloide: caras anchas, pómulos prominentes, estatura media y cráneo sin deformación artificial, con una capacidad craneana promedio de 1 345 centímetros cúbicos.[6]
Dominaban el fuego y conocían las técnicas de la talla del sílex para confeccionar sus útiles de trabajo. Estas eran herramientas[7] de tres clases fundamentales: para la caza y la defensa personal y del colectivo; para la preparación de alimentos y pieles, y para trabajar la madera (embarcaciones, refugios temporales, viviendas). También fabricaban otros artefactos que utilizaban para complementar la caza y la defensa.[8]
En Cuba encontraron un tipo de sílex con características físico-químicas y naturales diferentes a las otras variedades del continente.[9]
Para la caza y la defensa elaboraron puntas de lanzas y de dardos, las cuales enmangaban en ástiles de madera. Unas eran de penetración, para la caza de grandes animales costeros, como la foca tropical y el manatí, y de tierra adentro, como el perezoso gigante, mientras que otras eran de impacto, para animales pequeños, como las variedades de jutías, edentados, ofidios e insectívoros.[10] Para preparar los productos de la caza —descuartizar y desollar animales, cortar carne, tendones y otras tareas— usaban como cuchillos las láminas y lascas filosas de sílex, así como raspadores y raederas para tratar el cuero de los animales. Para trabajar la madera desarrollaron una notable variedad de herramientas masivas para derribar troncos de árboles y ramas de diversos grosores y dureza, y alisar las ramas, cuñas para rajar, raspadores, cepillos y cuchillos para astillar. Además, rectificadores de ástiles de madera y denticulados para se rrar, y ya a finales de la fase media aparecen los buriles para hacer incisiones y cortar por fricción.
Resulta indudable que construían balsas de troncos o canoas, prueba de esto es su llegada por mar a Cuba y las masivas herramientas de piedra tallada encontradas, principalmente en lugares relativamente cercanos a la bahía de Nipe, y en las estribaciones de la Sierra Cristal. Había sitios de preparación para la navegación costera o para remontarse por los grandes ríos y trasladarse por aquellos afluentes que lo permitieran, y lugares de renovación o reparación de embarcaciones para regresar río abajo.
Organización social y manifestaciones mágico-religiosas
Desde las épocas remotas, el hombre para sobrevivir tuvo necesidad de la compañía de otros. La reproducción de la especie y la supervivencia del grupo dependían del esfuerzo colectivo y de su organización alrededor de un núcleo gentilicio. El protoarcaico de Cuba no es una excepción; sus formas de organización se corresponden con la comunidad gentilicia primitiva, con formas de cooperación simple y una división natural del trabajo por sexos y edades.
Los estudios realizados sobre los medios de trabajo hallados in situ, los aportes de la etnografía comparada y otros elementos del registro arqueológico, así como la aplicación de los medios cibernéticos, permitieron definir características particulares de la comunidad y la familia de los cazadores protoarcaicos.[11] Estos grupos reunían, aproximadamente, de 10 a 25 individuos y se movían a lo largo de las cuencas de los ríos, en un desplazamiento simultáneo de sitios principales y dependientes, hecho que coincide con la cercanía existente entre unos y otros sitios en cada tramo. Ellos tenían zonas de caza, otras para la elaboración de materias primas y para la preparación y cocción de alimentos, y otras para la elaboración de medios de trabajo (talleres). Los sitios se caracterizan por presentar rasgos de homogeneidad que indican una unidad tecnotipológica con una connotación social determinada. Es presumible que la residencia descansase en una filiación de tipo unilineal: matrilocal,[12] a causa de las actividades femeninas de preparación de alimentos asociadas con los útiles de los cazadores, la corta distancia existente entre las estaciones, y el desplazamiento simultáneo de los grupos componentes de la comunidad. Las características de una economía cazadora, atenuadas por la necesidad del incremento de las actividades recolectoras en una región con escasa fauna de grandes dimensiones, debe haber provocado también un mayor equilibrio de sexos y edades en la división natural del trabajo propia de este estadio.
Estas características de los asentamientos, que coinciden con un tipo de residencia afín a la filiación unilineal, hablan de una convivencia clánica en las comunas protoarcaicas, lo cual hace pensar, como es lógico, en el predominio de la relación entre las gens primitivas en la organización social de los grupos cazadores. Esto permite comprender, a su vez, la homogeneidad tecnotipológica del ajuar de piedra tallada de esas comunidades, la existencia en ellas de series de artefactos dentro de las dimensiones y los tipos característicos de los grupos paleolíticos y su permanencia en un hábitat no clásicamente favorable para esa economía. Las estructuras colectivistas de los clanes regirían la confección de los útiles según las tradiciones propias de las sociedades cazadoras. Esta situación debió influir en el mantenimiento de una organización del trabajo típica de cazadores en un medio y ante unos recursos naturales —la fauna— al principio escasamente apropiados e incluso después, con la desaparición de esas condiciones en el transcurso de varios siglos. El cambio tecnotipológico que es apreciable en los ajuares protoarcaicos más tardíos debió imponer a la larga el cambio de la economía cazadora o en caso contrario provocar la desaparición de esos grupos humanos por emigrar a otras islas o por mezcla con grupos humanos de economía mesolítica llegados al archipiélago cubano en los alrededores del 2500 a.n.e.
En las comunas protoarcaicas la división natural del trabajo debió tener sus particularidades, pues el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas permitiría una distribución de actividades por sexos y edades de carácter relativo. Las actividades cazadoras serían masculinas y la recolección femenina, pero habría cooperación en otras tareas extractivas y de elaboración de materias primas. La presencia en los residuarios de artefactos de sílex de tipología semejante y dimensiones distintas, hace pensar en la equiparación de sexos y edades en esas faenas. Su matrilocalidad debió estar condicionada en buena medida por una permanencia de los individuos en las casas o áreas de campamento de sus propios clanes (natolocalidad), por la cercanía de estos. O sea, que las alianzas mediante el matrimonio por grupos debieron tener un carácter más bien efímero. La cooperación simple en el trabajo, en aquellos asentamientos nómadas que se desplazaban simultáneamente, matizaría formas de trabajo y alianzas matrimoniales mediadas por el gregarismo.
Las condiciones climáticas de su territorio de origen y el conocimiento de la preparación de pieles de animales con herramientas de piedra tallada (raspadores y raederas) probablemente influyeron para que los protoarcaicos trasmitieran a sus descendientes el uso de pieles de animales para protegerse, en ciertas épocas del año, del frío y la humedad de Cuba. También debieron usar adornos corporales como amuletos para preservar la vida, obtener buena caza, y otras manifestaciones de sus creencias mágico-religiosas, más que por su carácter estético. Las evidencias halladas en este aspecto son exiguas y solo se ha encontrado un colmillo de foca tropical con perforación bicónica en un extremo, en el residuario de farallones de Seboruco. También es probable que se pintaran el cuerpo, pero solo se han hallado escasas porciones de colorantes minerales, ocre rojo y ocre amarillento pardo, en dos sitios.
Los protoarcaicos tenían indudablemente ideas animistas y cosmogónicas. La práctica de enterrar a los muertos y colocar ofrendas hace suponer que quisieron garantizar en la otra vida la mejor situación a los fallecidos. Buscaban la explicación a los fenómenos de la naturaleza y la vida y es probable que entre el 5000 y el 3000 a.n.e., tuvieran un lugar dedicado a estas prácticas. En farallones de Seboruco se han encontrado varios entierros asociados con ofrendas líticas y uno de ellos, de una niña de 13 años aproximadamente, con los huesos teñidos con ocre rojo, así como porciones de este colorante mineral y de ocre amarillo pardo. También se han hallado cinco pictogramas en la cueva de los Cañones, tres de carácter abstracto, uno zoomorfo y el último de carácter naturalista figurativo; todos fueron ejecutados en color negro y están situados en la pared izquierda de la espelunca.
En Cuba la mayoría de los dibujos parietales de carácter abstracto se adjudican a comunidades ubicadas en el mesolítico, fase transicional en la cual el arte naturalista se halla en vías de transformación hacia la abstracción. Sin embargo, es probable que los cazadores paleolíticos, y en particular la cultura denominada Seboruco, poseyeran un arte de carácter naturalista más acorde con el período en que vivían.
El pictograma naturalista figurativo puede interpretarse como la imagen de un hacha o maza enmangada con un carácter simbólico; su ubicación en la parte más profunda de la cueva debió estar, probablemente, asociada con cultos de iniciación, practicados por las sociedades ágrafas tradicionales. Los conocimientos actuales permiten concluir que este pictograma corresponde a comunidades paleolíticas ubicadas en la fase media mientras que los restantes probablemente corresponden a otras comunidades de la fase tardía, tal vez en sus inicios.
Etapa de la economía de apropiación: las comunidades mesolíticas
- ↑ Esta cifra será la utilizada en todos los capítulos para los cálculos que la necesiten. Se incluye la cayería.
- ↑ Ernesto Tabío: Introducción a la arqueología de las Antillas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1988, pp. 14-24.
- ↑ Jorge Febles: El protoarcaico de Cuba: distribución espacial, tecnología y tipología de sus industrias de la piedra tallada. (En prensa.)
- ↑ Los residuarios protoarcaicos descubiertos y estudiados en las cuencas mencionadas son 52. Los hallazgos aislados de estos cazadores en otros territorios de Cuba son esporádicos y los constituyen medios de trabajo de piedra tallada: una gran punta de sílex de 18 centímetros de longitud en el sitio mesolítico playa de Damajayabo, sur de Santiago de Cuba, y un buril de una sola cicatriz en el residuario mesolítico de cueva Funche, en la península de Guanahacabibes. Estos elementos aislados no significan necesariamente un contacto, ya que pueden haber sido recogidos por otros aborígenes en épocas posteriores para reutilizarlos.
- ↑ Es muy poco lo llegado a nosotros de estas comunidades cazadoras, a pesar de exploraciones sistemáticas y excavaciones rigurosamente controladas, así como un trabajo cuidadoso de laboratorio. Solamente en tres residuarios se han descubierto restos dietarios, pero en todos (52) están presentes las herramientas de piedra tallada, las cuales se cuentan por miles. Por los métodos de tecnología y tipología estadística, y traceología experimental se han podido hacer reconstrucciones del proceso productivo con la determinación de los tipos de herramientas y sus funciones.
- ↑ Solamente en el residuario farallones de Seboruco han sido hallados restos humanos del protoarcaico, pero en cantidad limitada. Los fechados absolutos de los restos se corresponden con los finales de la fase media (5000-3000 a.n.e).
- ↑ El término herramientas empleado aquí, es una denoinación genérica usada por los arqueólogos mundialmente para designar los medios de trabajo de sílex, otras rocas, concha, hueso, hasta madera en los casos de artefactos complejos como los perforadores de arcos y otros. Se les llama tools en inglés; outilsn en francés; orudia en ruso, etcétera. También para denominar los tipos específicos de medios de trabajo de los aborígenes, se usan convencionalmente nombres de las herramientas actuales, como buriles, cuchillos, taladros, raederas, azuelas, hachas, y otras.
- ↑ Las herramientas fundamentales de los cazadores paleolíticos eran: raspadores en lascas gruesas; grandes láminas y cuchillos retocados; muescas clactonienses; grandes y variadas puntas de proyectil (de lanza y de dardo, ya sean de penetración o de impacto); grandes herramientas en lascas, principalmente las tajaderas; lascas con muescas clactonienses, todas las herramientas de núcleo y las cuñas o piezas esquiriadas, estas últimas masivas. Las espigas más usuales de las puntas de proyectil son: aquellas poco destacadas por retoques abruptos o semiabruptos en uno o dos bordes junto a la base; aquellas con retoque semiaplanado ventral, y las que poseen grandes muescas en uno o dos bordes y lascados profundos en la superficie dorsal junto a la base. Los percutores especializados para la talla de herramientas masivas son de dos tipos fundamentales: cilindroides y cubiformes, ambos ligeramente aplanados y con pesos que van de 1 a 2 kilogramos y de 2 a 4 kilogramos, que utilizaban generalmente por un solo lado y un solo extremo aunque hay excepciones que tienen huellas de percusión longitudinales en los dos lados.
- ↑ En la cuenca del Mayarí, sobre todo en la margen izquierda (oeste), hay cientos de miles de guijarros y cantos rodados de silicita tipo Mayarí de variadas dimensiones y formas, corteza carmelita o roja con tonos variados de estos colores. Sus propiedades los hacen particularmente diferente de otras variedades de sílex del propio territorio insular, de América, de Eurasia, es decir que no facilita retoques superficiales finos como en las puntas foliáceas de Norteamérica (Clovis, Folsom, Sandia), ni un lascado regular en muchos casos.
- ↑ Febles y Rives han descubierto y comprobado que las puntas de lanza y dardo de penetración de los cazadores protoarcaicos son más abundantes en los residuarios cercanos a la costa, mientras que las de impacto son más frecuentes en los de tierra adentro. Véase: Jorge Febles y Alexis Rives: "Las puntas de lanza y de dardo del protoarcaico de Cuba. Funcionalidad y distribución espacial". (En prensa.)
- ↑ Estudios estadísticos mediante métodos computarizados realizados en yacimientos arqueológicos de grupos cazadores han permitido comprobar que sitios de características y dimensiones variadas se repiten en tramos consecutivos del curso del río Mayarí. Además, un estudio de las terrazas en que se encuentran ubicados esos residuarios permite suponer que sean isócronos. Jorge Febles, Alexis Rives y Frank García: Atlas arqueológico: estudio histórico-social de las comunidades protoarcaicas en la provincia de Holguín. (En prensa.)
- ↑ La residencia matrilocal supone la convivencia de marido, mujer y descendientes por línea materna y está relacionada con actividades apropiadoras combinadas. Caza y pesca con hombres y recolección con mujer, o bien actividades apropiadoras con hombre y actividades agrícolas con mujer. Véase: Robín Fox: Sistemas de parentesco y matrimonio. Alianza, Madrid, 1972, p. 80. En la convivencia clánica tiene aún máximas posibilidades de expresión. Está relacionada con la filiación matrilineal. Se plantea que los grupos cazadores en gran escala poseen una residencia patrilocal, lo cual supone una descendencia patrilineal. Esto último es discutible pues en las comunidades históricas que nos muestra la arqueología la convivencia neolocal puede confundirse con la residencia patrilocal. Además, por las características de las comunidades protoarcaicas de Cuba —conjuntos poco numerosos y economía cazadora atenuada— no parece la solución más adecuada.