Menú alternativo
Menú alternativo personal
No has accedido
Tu dirección IP será visible si haces alguna edición

Diferencia entre revisiones de «Biblioteca:Historia de Cuba. Nivel Medio Superior/La Revolución de 1868»

De ProleWiki, la enciclopedia proletaria
(Imágenes pendientes)
 
mSin resumen de edición
Línea 1: Línea 1:
{{LibroCSS}}
== Causas e inicios de la revolución ==
== Causas e inicios de la revolución ==
En los años sesenta del siglo XIX Cuba y Puerto Rico eran las dos únicas colonias que le quedaban a España en el continente americano. Esta nación no se caracterizaba por un amplio desarrollo económico-social dentro de los marcos del capitalismo europeo, sobre todo si se la compara con Gran Bretaña o Francia. De ahí que España aplicase en sus colonias un sistema de explotación anticuado que frenaba el posible desarrollo de las mismas, con el objetivo de extraer de ellas los recursos —en dinero, en bienes materiales— que le eran necesarios para su sostenimiento. Los excesivos impuestos, que alcanzaban la increíble cifra de 100 diferentes, la opresión política (los cubanos eran considerados como habitantes de una colonia), la falta de libertad de expresión, la existencia de un opresivo sistema esclavista de producción, y la ausencia casi absoluta de servicios de salud (un cubano promedio vivía solo 45 años) y de educación (la cifra de analfabetos era superior al 75 % del total de habitantes) caracterizaban la vida del pueblo cubano, que, en 1867, ya estaba en su mayoría decidido a quitarse de encima "cuanto de negro la opresión encierra",<ref>José Martí: ''Poesía Completa'', Edición Crítica, 2 t., t. II, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1993, pp. 10-11.</ref> según un hermoso verso de José Martí, en su soneto ''10 de Octubre''.  
En los años sesenta del siglo XIX Cuba y Puerto Rico eran las dos únicas colonias que le quedaban a España en el continente americano. Esta nación no se caracterizaba por un amplio desarrollo económico-social dentro de los marcos del capitalismo europeo, sobre todo si se la compara con Gran Bretaña o Francia. De ahí que España aplicase en sus colonias un sistema de explotación anticuado que frenaba el posible desarrollo de las mismas, con el objetivo de extraer de ellas los recursos —en dinero, en bienes materiales— que le eran necesarios para su sostenimiento. Los excesivos impuestos, que alcanzaban la increíble cifra de 100 diferentes, la opresión política (los cubanos eran considerados como habitantes de una colonia), la falta de libertad de expresión, la existencia de un opresivo sistema esclavista de producción, y la ausencia casi absoluta de servicios de salud (un cubano promedio vivía solo 45 años) y de educación (la cifra de analfabetos era superior al 75 % del total de habitantes) caracterizaban la vida del pueblo cubano, que, en 1867, ya estaba en su mayoría decidido a quitarse de encima "cuanto de negro la opresión encierra",<ref>José Martí: ''Poesía Completa'', Edición Crítica, 2 t., t. II, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1993, pp. 10-11.</ref> según un hermoso verso de José Martí, en su soneto ''10 de Octubre''.  

Revisión del 22:54 16 ago 2024


Causas e inicios de la revolución

En los años sesenta del siglo XIX Cuba y Puerto Rico eran las dos únicas colonias que le quedaban a España en el continente americano. Esta nación no se caracterizaba por un amplio desarrollo económico-social dentro de los marcos del capitalismo europeo, sobre todo si se la compara con Gran Bretaña o Francia. De ahí que España aplicase en sus colonias un sistema de explotación anticuado que frenaba el posible desarrollo de las mismas, con el objetivo de extraer de ellas los recursos —en dinero, en bienes materiales— que le eran necesarios para su sostenimiento. Los excesivos impuestos, que alcanzaban la increíble cifra de 100 diferentes, la opresión política (los cubanos eran considerados como habitantes de una colonia), la falta de libertad de expresión, la existencia de un opresivo sistema esclavista de producción, y la ausencia casi absoluta de servicios de salud (un cubano promedio vivía solo 45 años) y de educación (la cifra de analfabetos era superior al 75 % del total de habitantes) caracterizaban la vida del pueblo cubano, que, en 1867, ya estaba en su mayoría decidido a quitarse de encima "cuanto de negro la opresión encierra",[1] según un hermoso verso de José Martí, en su soneto 10 de Octubre.

Sin ser tan grandes como en otros países de Latinoamérica, en Cuba había diferencias regionales notables entre un Occidente —que puede ser considerado como integrado por las provincias actuales de Pinar del Río, La Habana, Ciudad de La Habana, Matanzas y Cienfuegos— en el que preponderaba la plantación esclavista, y un Centro-Oriente —Villa Clara, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila, Camagüey, Las Tunas, Holguín, Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo— en el que, salvo algunos enclaves azucareros o cafetaleros, preponderaban las haciendas ganaderas y los cultivos agrícolas tradicionales. La sociedad cubana estaba compuesta por múltiples clases y sectores que iban desde el grupo de los poderosos y muy ricos esclavistas hasta los desposeídos esclavos, con otros fuertes grupos en el medio del espectro social, tales como los intelectuales, el campesinado libre, la pequeña burguesía urbana y el naciente proletariado. La siguiente tabla ofrece una idea de cómo se distribuía regionalmente la población, en lo referente a la composición racial:

(Fuente: Instituto de Historia de Cuba: "Noticias estadísticas de la isla de Cuba en 1862", Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1868-1898, Ed. Política, La Habana, p. 549. La tabla ha sido elaborada por el profesor Oscar Loyola Vega)
Occidente Centro-Oriente Total
Bancos 399 426 330 531 729 957
Negros libres 84 364 137 053 221 417
Chinos y otros 27 545 7 248 34 793
Emancipados 3 190 1 331 4 521
Esclavos 230 764 137 786 368 550
Totales 745 289 613 949 1 359 238

La creación por la Metrópoli de un nuevo impuesto surgido en los marcos de la Junta de Información celebrada en Madrid en 1866-1867, que comenzaría a cobrarse en 1867, fue un elemento importante que desató en la región oriental las ansias independentistas reprimidas. Los bayameses Francisco Vicente Aguilera y Pedro Figueredo, "Perucho", dieron los primeros pasos para la organización de una conspiración que con rapidez entró en contacto con grupos similares que surgieron en jurisdicciones vecinas, en particular con Vicente García en Las Tunas, Donato Mármol en Jiguaní y Carlos Manuel de Céspedes en Manzanillo. También se supo que en la ciudad de Puerto Príncipe había independentistas dispuestos a alzarse en armas, entre los que descollaba Salvador Cisneros Betancourt. En la región de Las Villas, cuya figura fundamental era Miguel Jerónimo Gutiérrez, y en el Occidente, los trabajos conspirativos estaban poco avanzados. Los nombres mencionados pertenecen todos al sector que inicialmente impulsó la batalla anticolonial: el ala radical y patriótica de los terratenientes centro-orientales, secundados por el campesinado libre y los intelectuales con proyecciones revolucionarias. A ellos se sumarían la pequeña burguesía urbana y los esclavos que fueran liberados.

Como puede observarse, el proceso organizativo de la lucha anticolonial, desde su misma arrancada, estuvo dividido en diferentes centros regionales, lo que impidió lograr la imprescindible unidad revolucionaria. Para tratar de resolver este problema se efectuaron, a mediados del año 1868, varias reuniones con delegados de diferentes regiones en fincas de la jurisdicción de Las Tunas, que no pudieron ponerse de acuerdo en cuanto a la fecha de iniciar el levantamiento armado. La energía de los manzanilleros, encabezados por el abogado Carlos Manuel de Céspedes (fig. 2.1), que tuvo la clara percepción de que era preciso no dilatar el alzamiento y aprovechar la difícil situación política española, apoyados por los tuneros, determinó el inicio del proceso revolucionario cubano el 10 de Octubre de 1868. Comenzaba así la Guerra de los Diez Años.

El alzamiento de Céspedes en su ingenio Demajagua inaugura, en la historia nacional, el empleo de la vía de la lucha armada para alcanzar la independencia. Al amanecer de ese día, rodeado por terratenientes y esclavos (entre ellos los suyos, a los que había liberado), Céspedes dio a conocer un escrito que ha recibido el nombre de Manifiesto del Diez de Octubre. El siguiente párrafo es ilustrativo de su contenido:

Nosotros consagramos estos dos venerables principios: nosotros creemos que todos los hombres somos iguales, amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias; respetamos las vidas y propiedades de todos los ciudadanos pacíficos, aunque sean los mismos españoles, residentes en este territorio; admiramos el sufragio universal que asegura la soberanía del pueblo; deseamos la emancipación, gradual y bajo indemnización, de la esclavitud [...][2]

Independencia absoluta y deseo de abolición se hallaban presentes desde los comienzos. Para garantizar la unidad en torno a su alzamiento, Céspedes centralizó la dirección revolucionaria en su persona unificando las funciones militares y las civiles, criterio que no sería compartido por sus compañeros de otras regiones, en particular los camagüeyanos. El día 11, una escaramuza en el poblado de Yara entre los inexpertos cubanos y una tropa española casi disuelve el grupo inicial de alzados apoyado por Aguilera, Figueredo y Mármol, el jefe oriental tomó a Bayamo el 20 de octubre, con lo que pudo así disponer de un centro con funciones de capital. Los mambises (nombre despectivo que España dio a los cubanos, y que estos con orgullo aceptaron) comenzaron a multiplicarse por todas las zonas orientales, y llegaron a sumar cerca de 2000 combatientes a fines del propio octubre. Entre estos luchadores se encontraban grandes figuras de la historia nacional, tales como Bartolomé Masó, Guillermo Moncada, Flor Crombet y José Maceo, y sobre todo, Máximo Gómez, Antonio Maceo y Calixto García.

Una vez en Bayamo, el jefe revolucionario tomó medidas sucesivas que pretendían viabilizar el funcionamiento de la revolución, tales como reestructurar el órgano local de gobierno, el Cabildo, dando entrada en él a un negro y a un trabajador manual, con lo que la revolución expresó su carácter democrático; crear el primer periódico mambí, llamado El Cubano Libre; otorgar grados militares a los jefes de partidas; impulsar el establecimiento de leyes nuevas, diferentes a las españolas; organizar los mandos militares en la región oriental; y escribir a los gobernantes de muchas naciones para solicitar el apoyo imprescindible a la independencia cubana. De especial trascendencia resulta el hecho —que tuvo lugar el mismo 20 de octubre— de la escritura de la letra del Himno Nacional por el compositor y poeta Perucho Figueredo (fig. 2.2), cuya música ya había sido compuesta anteriormente, y que con celeridad aprendieron todos los combatientes.

Noviembre trajo un acontecimiento de relieve: el día 4, en Las Clavellinas, se alzaron los camagüeyanos. Sin embargo, los patriotas de esta zona, con criterios diferentes en aspectos organizativos a los promulgados por Céspedes, constituyeron un gobierno que separaba el mando civil del militar y subordinaba el segundo al primero. Ciertas discrepancias internas provocaron el 26 de noviembre, en la reunión de Las Minas, la elección de un órgano de poder compuesto por tres personas, el Comité Revolucionario del Camagüey, de gran radicalidad ideológica, en el que figuraba un joven excepcional: Ignacio Agramonte (fig. 2.3), que demostró en esta reunión su elevado patriotismo al combatir con energía los intentos no independentistas de algunos de los presentes, encabezados por el hacendado Napoleón Arango.

En la zona oriental, el 4 de noviembre marcó el principal éxito militar de la revolución en sus primeros momentos: el combate de Tienda del Pino, cerca de Baire, capitaneado por Máximo Gómez, en el que el machete como arma ofensiva desempeñó un papel fundamental. Debe decirse que Gómez, quien no había nacido en Cuba sino en Santo Domingo, es el supremo ejemplo de muchos latinoamericanos que decidieron ayudar a Cuba, y morir por ella si fuera preciso, entre los cuales hubo mexicanos, dominicanos, portorriqueños, venezolanos, colombianos, peruanos y chilenos. También se convirtieron en mambises jóvenes estadounidenses, canadienses, franceses, italianos, polacos, chinos y, por supuesto, africanos esclavos provenientes de múltiples regiones. El ejército anticolonialista cubano tuvo además entre sus integrantes a gran cantidad de españoles deseosos de liberar a la Perla de las Antillas. No pocos de estos extranjeros ascendieron al grado de general, y ocuparon altas responsabilidades en la guerra independentista.

Muy distinta fue la actitud del aparato colonialista español. El capitán general Francisco Lersundi (monárquico recalcitrante aun en momentos en que la monarquía había sido expulsada del gobierno español) fue sustituido por Domingo Dulce, militar anciano que ya había estado en Cuba, y quien trató de implantar tibias reformas para sofocar la revolución. Entre sus medidas estuvo enviar comisiones de paz a la manigua, para que los luchadores abandonaran el combate. La intransigencia mambisa no lo permitió. Los sectores más reaccionarios del aparato colonialista en La Habana impulsaron la creación de los cuerpos de Voluntarios, compuestos por jóvenes españoles de muy humilde condición que trabajaban en Cuba, sin instrucción militar especializada, y que llegaron a ser, en cada ciudad y pueblo del país, un azote represivo contra todo aquel que no fuese seguidor ciego de la intransigencia colonialista. A lo largo de la guerra, la actitud del gobierno español fue siempre lograr la victoria sobre la base de masacrar a civiles y a mambises, sin respetar las vidas ni tan siquiera de los niños y las mujeres. España jamás se planteó la posibilidad de otorgar la libertad a la Isla que ella misma había poblado.

Para los camagüeyanos, el mes de diciembre trajo, el día 27, un gran refuerzo, con el desembarco por La Guanaja de la goleta Galvanic, capitaneada por el general Manuel de Quesada e integrada por muchos jóvenes del Occidente, no pocos de ellos amigos de Agramonte, que apoyaron los criterios organizativos de la región, y que con el tiempo ocuparían posiciones destacadas en el aparato civil revolucionario. En Oriente lo más significativo fue la promulgación por Céspedes, también el día 27, de un decreto que daba pasos discretos en la senda de la abolición de la esclavitud.

Llegado el año 1869, España dispuso que Blas Villate, conde de Valmaseda y jefe de operaciones, marchase sobre Bayamo para recuperarla. Este militar, famoso por sus criterios anticubanos, avanzó sobre la villa a través de una campaña conocida como Creciente de Valmaseda. Los inexpertos cubanos trataron de impedir la pérdida de su capital, pero fueron duramente derrotados en El Salado. Antes de perder Bayamo, el 12 de enero los mambises y los bayameses decidieron quemarla, cosa que hicieron, comenzando el incendio por la casa del presidente Céspedes por orden de este intransigente mambí. El gobierno insurrecto debería ahora recorrer trashumante la zona de las montañas sudorientales. Y no pocos jefes mambises, como Donato Mármol, exigieron de Céspedes que entrase en contacto con los camagüeyanos para unificar la revolución, en entrevista efectuada entre ambos en Tacajó, el propio mes de enero.

Ya en febrero, la lucha anticolonialista recibió el refuerzo del alzamiento villareño, efectuado en San Gil, cerca de Manicaragua, el día 6. La región villareña, por su importancia económica, su cercanía a la zona azucarera de Matanzas y la abundancia de centros urbanos, no era demasiado favorable para el combate por un grupo mambí sin experiencia, que después de varias contingencias tomó la decisión de trasladarse hacia el oriente insular, radicándose en Camagüey. Los mambises de esta región efectuaron el propio mes una nueva reestructuración del aparato de dirección, que pasó a llamarse Asamblea de Representantes del Centro integrada por 5 miembros, la que promovió un decreto de abolición de la esclavitud el día 26, e inició contactos con Céspedes para unir los diferentes grupos insurrectos.

Debe hacerse hincapié en que la principal región socioeconómica cubana, el Occidente, no logró materializar plenamente un alzamiento independentista. Múltiples factores explican tal situación, de entre los cuales se destacan la existencia en ella del centro del poder colonial, La Habana; la persecución sanguinaria de los voluntarios a todo lo relacionado con la independencia; la heterogeneidad de los sectores poblacionales; la actitud no patriótica de los grandes esclavistas cubanos, temerosos de un cambio radical en la sociedad, quienes paralizaron los intentos anticolonialistas de ciertos grupos; el miedo a una abolición rápida de la esclavitud. Los esclavistas, hostigados por los voluntarios, emigraron en gran número a los Estados Unidos, usurpando allí la representación de la revolución, mientras trataban de obtener una avenencia con España que fuese conveniente a sus intereses económicos. Representantes típicos de esta tendencia fueron José Morales Lemus y Miguel Aldama. Sin embargo, entre los adolescentes y los jóvenes del Occidente sí existió un fortísimo interés por la independencia nacional, que se ejemplifica con la figura de José Martí, quien comenzó desde aquellos tiempos a expresar sus primeros y argumentados criterios anticolonialistas en sus escritos iniciales.

El 4 de abril Valmaseda dio a conocer una proclama de "guerra a muerte", que establecía severísimas penas —entre ellas, la de muerte— para los civiles que ayudasen a los revolucionarios, de cualquier edad y sexo, e inclusive para aquellos campesinos que no permaneciesen en sus fincas o poblados. El 15 se hizo público un decreto por el que se embargaban las propiedades a todo sospechoso de ser "infidente", vale decir, simpatizante con la independencia, y que iba dirigido a lograr que los terratenientes cubanos se desvincularan de la lucha anticolonial. A todas luces, hacía mucha falta lograr la unidad de los grupos alzados y presentar un frente común fuertemente estructurado contra la metrópoli. A esto se dedicaron los mambises en marzo de 1869.

Desarrollo y radicalización del proceso revolucionario

La Asamblea de Guáimaro fue convocada para los días 10 y 11 de abril de 1869, con el objetivo de unificar los tres grandes grupos de combatientes. A ella concurrieron 15 delegados, cuatro por Oriente, cinco por Camagüey y seis por Las Villas, que acordaron una constitución muy avanzada para la época. Se estableció la República de Cuba, con un gobierno conformado por un presidente (poder Ejecutivo), una cámara de representantes (poder Legislativo) y un poder Judicial. El miedo a una dictadura en la manigua presente en los civilistas camagüeyanos y sus aliados villareños hizo que el Ejecutivo quedase subordinado al Legislativo, que a la par que lo elegía podía deponerlo, y que el mando militar, con un general en jefe al frente, también dependiese de la cámara, si bien debía rendir cuentas de su actuación al presidente. Esta estructura implicó dos consecuencias importantes, muy relacionadas. Por un lado, la cámara emergió como el máximo poder revolucionario, con un férreo control sobre todos los aspectos de la vida republicana; por el otro, los órganos que debían tomar decisiones rápidas, el Ejecutivo y los militares, estaban limitados en su accionar, al depender de los criterios del grupo legislador. Rápidamente se sentirían los efectos de un aparato de gobierno no adecuado para una guerra anticolonial.

También en Guáimaro se aprobó como enseña nacional la actual bandera cubana, así como la forma actual del escudo nacional; el artículo 24 de la Constitución establecía que "todos los habitantes de la República son enteramente libres",[3] lo que representó un fuerte golpe al sistema esclavista. Carlos Manuel de Céspedes fue electo presidente de la República, Salvador Cisneros presidente de la Cámara, y Manuel de Quesada general en jefe. La constitución, redactada por Agramonte y Antonio Zambrana, entró inmediatamente en vigencia. Los legisladores mambises transformaron el obsoleto aparato legal español y sentaron las bases de las normas jurídicas cubanas hasta la contemporaneidad. La mujer cubana, plenamente integrada a la batalla por la independencia, se hizo sentir en Guáimaro cuando Ana Betancourt, mambisa camagüeyana esposa de Ignacio Mora, exhortó a los legisladores a igualar los derechos de la mujer con los del hombre, en la república por venir, en acto celebrado a poca distancia de donde los representantes trabajaban.

En los meses siguientes los luchadores anticolonialistas adquirieron cada vez más una sólida experiencia combativa, y comenzaron a destacarse líderes militares de excepción, tales como Gómez, Agramonte y Vicente García. La grandeza de Céspedes lo hizo rechazar (vetar) un Reglamento de Libertos propugnado por los legisladores, que cortaba la libertad del negro, si bien este fue aprobado. Y las grietas en la unidad empezaron a manifestarse cuando, por criterios de índole subjetiva, fue depuesto de su cargo Manuel de Quesada en diciembre de 1869, en el Horcón de Najasa, al solicitar Quesada de los legisladores una mayor libertad de acción para el aparato militar. Este patriota fue designado por Céspedes para un cargo en la emigración, en Estados Unidos; su llegada a dicho país provocó la división de los emigrados en dos grupos: sus seguidores, o "quesadistas", y los vinculados a Aldama, o "aldamistas". La unidad revolucionaria en el exterior también comenzó a agrietarse.

Tanto el gobierno de Céspedes como los patriotas que residían en Norteamérica esperaban que los dirigentes de esta nación, si no apoyaban la independencia de Cuba, se mantuvieran neutrales. Por el contrario, la política del Ejecutivo estadounidense a lo largo de la Revolución del 68 fue obstaculizar la lucha anticolonial antillana e impedir así la creación del estado nacional cubano. El presidente Ulises Grant y sus secretarios de despacho suministraban información a España sobre las actividades de los mambises; prohibieron la propaganda en favor de Cuba; establecieron severas penas contra las expediciones revolucionarias; vendieron cañoneras a España para la vigilancia de las costas cubanas; expresaron de manera reiterada su apoyo al gobierno español; negaron su colaboración en un plan auspiciado por el presidente de Colombia para, entre toda América, comprarle a Madrid la libertad de la Isla; y condenaron la participación de jóvenes estadounidenses en la lucha que se libraba en la Antilla. Cuba española, hasta que pudiera definirse su destino futuro, con amplios beneficios para Estados Unidos, fue la actitud asumida por el gobierno de ese país en el período 1869-1878. Dicha actitud contrasta con las simpatías del pueblo norteamericano hacia la revolución cubana, cuyo mayor ejemplo fue el joven Henry Reeve, apodado El Inglesito, que con los grados de general mambí cayó combatiendo en la extrema vanguardia en Yaguaramas, el 4 de agosto de 1876.

Hechos importantes del período, que marcan la radicalización de la revolución fueron la definitiva abolición de la esclavitud, en diciembre de 1870; el inicio de la invasión a Guantánamo en julio de 1871, dirigida por Gómez, con Maceo y Moncada de segundos, para incorporar a esta jurisdicción a la lucha anticolonial y en la que se liberaron cientos de esclavos, destruyéndose la riqueza cafetalera de la zona; y el rescate de Julio Sanguily efectuado por Agramonte el 8 de octubre del propio año, que demostró el sentido de la amistad del héroe camagüeyano, y sus capacidades como líder militar. Tales capacidades se concretaron en la organización de un cuerpo de caballería que se haría famosa en la Revolución del 68. Por la parte española se destaca el fusilamiento de los estudiantes de medicina, el 27 de noviembre, acto de salvajismo colonialista contra jóvenes no vinculados al mambisado, y que fueron víctimas del control que los voluntarios ejercían sobre la dirección española en Cuba (fig. 2.4).

Para los revolucionarios fue un golpe irremediable la muerte en combate de Agramonte, ocurrida el 11 de mayo de 1873 en Jimaguayú. El Mayor, como le decían sus seguidores, dejó un vacío muy difícil de llenar por sus excepcionales virtudes cívicas, sus capacidades militares y su lucha en favor de la unidad. José Martí lo definió como "un diamante con alma de beso", expresión que lo retrata a maravilla. Su cargo al frente del Camagüey fue ocupado por Máximo Gómez, quien valoró altamente la organización de la región. La muerte del líder portoprincipeño facilitó que algunos criterios subjetivos presentes en la manigua se concretaran en la deposición del presidente Céspedes, hecho ocurrido en Bijagual, el 27 de octubre de 1873. Salvador Cisneros asumió la presidencia de la República. La deposición de Céspedes fue un gigantesco golpe a la unidad de la Revolución Cubana, no ya tan solo por lo inmerecida, sino por los extraordinarios méritos históricos del Padre de la Patria, la principal figura de la gesta del 68. Retirado a San Lorenzo en las montañas orientales, solo, sin escolta, perseguido por los españoles, cayó en desigual combate el 27 de febrero de 1874, "como un sol de fuego que se hunde en el abismo", según bellísima frase de un escritor y coronel mambí que lo conoció, Manuel Sanguily.

Una vez en Camagüey, Gómez se dedicó a aprovechar la disposición combativa de sus tropas para organizar la Invasión a Occidente. Sin embargo España, al tanto de los movimientos cubanos, lo obligó a combatir muy rudamente en los campos agramontinos, en las más grandes batallas de la guerra, tales como La Sacra (9 de noviembre de 1873), Palo Seco (2 de diciembre de 1873 ), El Naranjo-Mojacasabe (11-12 de febrero de 1874) y sobre todo, Las Guásimas (15-19 de marzo de 1874). Esta última dejó como saldo un número no precisado de entre 500 a 1 100 bajas españolas. Tales victorias provocaron un gasto muy grande de recursos bélicos, lo que determinó a Gómez a posponer el inicio de la Invasión. Los éxitos militares en Camagüey se empañaron el 4 de septiembre con la caída en manos españolas de Calixto García en San Antonio de Baja, en la zona de Oriente, quien se disparó un tiro antes de ser hecho prisionero, a pesar de lo cual no falleció. El mando supremo de la región oriental quedaría, a partir de la fecha señalada, en situación precaria.

En enero de 1875 comenzó la Invasión a Las Villas. Gómez no pudo llevar de segundo jefe a Maceo, porque los villareños se negaron a que los dirigiera un militar de otra región. La Invasión tenía tres objetivos fundamentales: extender la guerra a Occidente; destruir toda la riqueza que le daba ganancias a España, es decir, aplicar la política mambisa de la "tea incendiaria"; y liberar a los esclavos del territorio. Para llegar a Las Villas, el jefe invasor y su tropa debieron atravesar la Trocha de Júcaro a Morón, sistema de fortificaciones españolas que iba desde el norte hasta el sur, y cuyo objetivo era impedir la extensión de la guerra. El cruce de la Trocha se efectuó sin problemas, con un herido: el propio Máximo Gómez.

Al llegar a la zona villareña, integrada por seis jurisdicciones (dos al norte, una en el centro y tres al sur) los invasores comenzaron a quemar cuanta caña encontraban, destruir las vías férreas para incomunicar al enemigo y rechazar las tropas colonialistas, que en gran número España había concentrado allí. El poderío de Madrid pareció tambalearse. Más de 80 ingenios fueron destruidos, y el ejército invasor se desplazó a marchas aceleradas hacia el occidente villareño. Pero a mediados de ese mismo año, los problemas internos de la Revolución se hicieron presentes con notable fuerza.

Las tropas seleccionadas para reforzar el contingente invasor, gran parte de los amigos y familiares de Carlos Manuel de Céspedes, y muchos oficiales y soldados de Vicente García reunidos en Lagunas de Varona, el 26 de abril de 1875 elevaron a la Cámara un escrito conminatorio en el que se exigían demandas de reformulación constitucional, separación de Cisneros de la presidencia y reestructuración de la vida civil y militar. Algunas de estas demandas tenían cierta lógica, demostrada por la vida cotidiana. Pero el momento escogido para hacerlas —más bien, para imponerlas— fue nefasto, en tanto la tarea prioritaria de la Revolución era reforzar la Invasión. El Ejecutivo y la Cámara no tuvieron la energía suficiente para imponerse a los sediciosos, y solicitaron de Gómez que regresase de Las Villas a conversar con Vicente García. La entrevista, efectuada en Loma de Sevilla el 25 de julio, resultó una transacción. Cisneros dejó la presidencia en manos de Juan Bautista Spotorno (que se haría famoso por promulgar un decreto de gran radicalidad patriótica que condenaba a muerte a los emisarios o propugnadores de una paz que no implicara la independencia) y este la traspasó en 1876 a Tomás Estrada Palma. Los insubordinados no fueron sancionados. La unidad revolucionaria recibió, con los sucesos descritos, un golpe demoledor, en tanto un grupo militar impuso sus criterios al gobierno de la República. Y la campaña invasora se paralizaría.

Otros hechos de gran magnitud lesionarían con increíble fuerza la precaria unidad entre los revolucionarios. Uno de ellos, ocurrido en octubre de 1876 afectó a Máximo Gómez, que fue expulsado de Las Villas por los jefes regionales encabezados por Carlos Roloff, negados a una dirección que no fuese villareña. Gómez regresó a Camagüey con el ánimo desolado. Otro viene dado por la negativa de Vicente García a asumir el mando de la zona villareña, en sustitución de Gómez. García y su tropa, en Santa Rita, dieron a conocer el 11 de mayo de 1877, un escrito que nuevamente exigía reformas, en instantes en que la revolución necesitaba apretar en fuerte haz a todos sus integrantes, dada la débil unidad que se percibía en aquellos momentos. El combate anticolonial en Las Villas no fue restablecido, y los soldados que comandaba García regresaron a Las Tunas. Debe también decirse que Limbano Sánchez, oficial holguinero muy vinculado a Vicente García, trató de enfrentarse a Antonio Maceo y desconocer la jefatura de este. Mientras tanto, algunas figuras de la propia región constituyeron un llamado "Cantón de Holguín" segregado del territorio de la República, intento que terminara con la presentación a España de sus promotores.

Como puede comprenderse por los elementos vistos con anterioridad, la unidad revolucionaria había sufrido golpes irremediables. Si a ello se unen la fuerte dosis de subjetivismo presente en algunas figuras; la débil organización revolucionaria inicial; las concepciones localistas o regionalistas de ciertos líderes; la poca efectividad de la estructura gubernamental establecida en Guáimaro; las indisciplinas; las divisiones entre los emigrados; el apoyo casi nulo en recursos recibidos desde el exterior; las trabas impuestas por el gobierno de los Estados Unidos; la muerte de figuras fundamentales como Céspedes y Agramonte; el no haber podido extender la guerra a Occidente; el desgaste lógico después de nueve años de combate, entre muchos aspectos, se entiende que la Revolución, a finales de 1877, se encontraba agonizando.

El Zanjón y Baraguá

El militar español Arsenio Martínez Campos, conocido en su país por el sobrenombre de El Pacificador (por haber terminado con algunos levantamientos contra el poder central de la monarquía en la Península) llegó a Cuba como jefe de operaciones del ejército colonialista, a la par que como capitán general. Para la estabilidad política española, era imprescindible sofocar la rebelión de los mambises. Conocedor de la guerra, pues ya había estado en ella, se propuso terminarla mediante la combinación de disposiciones de carácter militar novedosas y la implantación de medidas tendentes a lograr que los mambises abandonasen la lucha, con respeto para sus vidas. En momentos en que la unidad de los cubanos mostraba sus mayores grietas, la energía y la capacidad militares de Martínez Campos fueron muy provechosas para España.

Desgastados internamente los combatientes cubanos, a fines del 77 atravesaron otra circunstancia desfavorable: el presidente Tomás Estrada Palma cayó en manos españolas en octubre, en la zona de Tasajeras, y fue enviado a un presidio norteño en España. Lo sustituyó Francisco Javier de Céspedes, hermano del Iniciador, y a este le siguió en el cargo con celeridad Vicente García. En las filas de los luchadores, fuesen civiles o militares, el agotamiento, la falta de recursos y la ausencia de un verdadero líder se hacían sentir. De ahí que se derogase el Decreto Spotorno para facilitar las conversaciones de paz con el jefe español, sobre bases no independentistas, sin consultar con el presidente. Con el beneplácito de Martínez Campos se acordó una tregua, prolongada más tarde, lo que desembocó en la disolución de la Cámara (que no hizo esfuerzos por frenar la situación que se avecinaba); en una rara consulta con las tropas allí establecidas, para ver si deseaban o no seguir combatiendo; y en la elección de un Comité que firmase el acuerdo definitivo con Martínez Campos. Dicha firma se efectuó el 10 de febrero de 1878 en una finca llamada El Zanjón. Ambas partes sobrentendieron que con tal convenio entre España y Cuba terminaba la Guerra de los Diez Años.

De los contenidos del Pacto (o Convenio) de El Zanjón debe señalarse que el de mayor relevancia para los mambises era el reconocimiento de la libertad a los antiguos esclavos y colonos chinos miembros del ejército anticolonial. Aparte de esto, se otorgaban a Cuba algunas libertades (de reunión, expresión, asociación, etc.) que luego resultaron imposibles de aplicar puesto que ya habían sido suprimidas en Puerto Rico. Se estipuló además que lo pactado era válido para toda Cuba, y por tanto, el cese al fuego era obligatorio para todos los mambises.

En esto se equivocó el jefe español. En la zona más oriental de Cuba, los mambises dirigidos por Antonio Maceo se negaron a aceptar una paz sin independencia absoluta y abolición de la esclavitud, decisión que se basaba, entre otros elementos, en sus éxitos militares recientes, sus capacidades combativas no mermadas, la protección que brindaba la agreste zona en la que operaban, y el hecho de no haber sufrido los embates de múltiples sediciones militares. Por eso solicitaron de Martínez Campos una entrevista para expresarle sus opiniones contrarias al Pacto. Dicha entrevista se efectuó el 15 de marzo de 1878, en Mangos de Baraguá. En ella, Maceo demostró la madurez patriótica que había alcanzado, y los luchadores anticolonialistas decidieron continuar el combate apenas ocho días después (fig. 2.5). Antes de abandonar a Cuba rumbo a Jamaica, Máximo Gómez fue a despedirse de sus antiguos subalternos, y pasó toda una noche explicándole a Maceo los últimos acontecimientos de meses anteriores.

Aun cuando se hicieron serios esfuerzos por sumar a otros grupos mambises orientales a continuar la lucha, esto no fue logrado a cabalidad. Solo un grupo notable de seguidores de Vicente García se integró a los soldados de Maceo. Los protestantes de Baraguá acordaron una Constitución diferente a la de Guáimaro, en la que el aparato militar no resultaba encerrado en la estructura civil, y eligieron un Gobierno provisional (integrado solo por militares de alta graduación) encabezado por el mayor general Manuel de Jesús Calvar, alzado desde el 10 de octubre. La concentración de tropas que en la zona realizó España, unida a la falta de recursos, determinó que la lucha no pudiera proseguir, no sin antes acordar los revolucionarios que Maceo no se acogiera al Pacto, para lo cual, con su anuencia, lo sacaron de Cuba. En junio de 1878, los últimos alzados de aquella zona abandonaron la manigua. La Protesta de Baraguá ha quedado en la historia nacional como un fiel testimonio de la firme decisión de los cubanos de hacer libre a la patria; sentó pauta como referente moral para futuros empeños en la lucha por la independencia; fue expresión de la intransigencia revolucionaria; demostró la capacidad de líder de Antonio Maceo y ratificó que los principios patrióticos no son negociables.

La Revolución del 68 no logró su objetivo fundamental, independizar a Cuba. Sin embargo, su importancia histórica es excepcional. Ella sintetizó las ansias patrióticas de los cubanos; ayudó grandemente a consolidar el sentimiento nacional; dio un acelerado paso en la abolición definitiva de la esclavitud; permitió avanzar en la integración de blancos y negros; dotó al país de dos símbolos fundamentales, la bandera y el himno; aportó la forma actual del escudo nacional; demostró a los revolucionarios que los intereses de los círculos de poder de los Estados Unidos eran contrapuestos con los de la independencia nacional cubana; preparó a cientos de cuadros militares y civiles para empeños futuros; con su rosario de mártires, sentó las bases de un patrimonio histórico diferente al español, de singular belleza; legó a la cultura nacional una fuente de inspiración de enorme trascendencia y una literatura de sólida hermosura, llamada "de campaña"; y demostró que, con una más sólida preparación y una muy firme unidad revolucionaria, el pueblo cubano lograría, en momentos posteriores, expulsar el colonialismo español de la mayor de las Antillas. Por las razones expuestas, y por muchas otras, la Guerra de los Diez Años constituye un hito fundamental dentro de las luchas por la independencia y la plena soberanía nacionales.

  1. José Martí: Poesía Completa, Edición Crítica, 2 t., t. II, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1993, pp. 10-11.
  2. Carlos Manuel de Céspedes: "Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la isla de Cuba", en Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, 5 t., t. I, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, pp. 358-363.
  3. Hortensia Pichardo: "Constitución de Guáimaro", Documentos para la Historia de Cuba, t. I, pp. 376-380.