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Diferencia entre revisiones de «Biblioteca:Historia de Cuba. La Colonia. Tomo I, Primera Parte Evolución socioeconómica y formación nacional de los orígenes hasta 1867/Las comunidades aborígenes de Cuba»

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Las narraciones sobre los aborígenes, su medio ambiente y el encuentro entre cultu­ras con grado tan diverso de desarrollo, han sido, pese a la exageración propia de los colonizadores europeos de la época, que pro­curaban engrandecer sus hazañas, de gran utilidad para la reconstrucción del proceso histórico inicial de la isla.  
Las narraciones sobre los aborígenes, su medio ambiente y el encuentro entre cultu­ras con grado tan diverso de desarrollo, han sido, pese a la exageración propia de los colonizadores europeos de la época, que pro­curaban engrandecer sus hazañas, de gran utilidad para la reconstrucción del proceso histórico inicial de la isla.  


A partir de las informaciones suministra­ das por los cronistas de Indias, los primeros historiadores cubanos solo distinguieron tres grupos aborígenes. El primero era el más numeroso, sus integrantes practicaban la agricultura como medio de subsistencia fundamental y también explotaban, com­plementariamente, otros recursos natura­les, mediante la caza, la pesca y la recolec­ción marina y terrestre. Además, elabora­ban recipientes y otras piezas de barro y sa­bían dar formas especiales a las piedras y a las conchas por medio del desmenuzamien­to en fragmentos y del pulimento. Habita­ban en poblados ubicados en mesetas y cer­canos a fuentes de agua. Fueron denomina­dos taínos.  
A partir de las informaciones suministradas por los cronistas de Indias, los primeros historiadores cubanos solo distinguieron tres grupos aborígenes. El primero era el más numeroso, sus integrantes practicaban la agricultura como medio de subsistencia fundamental y también explotaban, com­plementariamente, otros recursos natura­les, mediante la caza, la pesca y la recolec­ción marina y terrestre. Además, elabora­ban recipientes y otras piezas de barro y sa­bían dar formas especiales a las piedras y a las conchas por medio del desmenuzamien­to en fragmentos y del pulimento. Habita­ban en poblados ubicados en mesetas y cer­canos a fuentes de agua. Fueron denomina­dos taínos.  


Un segundo grupo vivía en las costas. Tenían la pesca como medio fundamental de subsistencia, y como actividades complementarias la caza y la recolección. También sabían tallar la piedra y fabricaban con ella rudimentarios útiles de trabajo, pero no la pulimentaban. Estos fueron llamados ciboneyes.  
Un segundo grupo vivía en las costas. Tenían la pesca como medio fundamental de subsistencia, y como actividades complementarias la caza y la recolección. También sabían tallar la piedra y fabricaban con ella rudimentarios útiles de trabajo, pero no la pulimentaban. Estos fueron llamados ciboneyes.  
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Desde la mitad del siglo XX la arqueología ha ido perfeccionando sus méto­dos particulares de investigación. También ha aplicado novedosas técnicas y metodolo­gías de trabajo de las ciencias naturales. Es­te desarrollo alcanzado le ha permitido au­mentar el conocimiento sobre los hombres de la comunidad primitiva a través de re­construcciones históricas más precisas, en las diferentes regiones del globo terráqueo. Resultados y conclusiones que hasta hace un escaso número de años eran considera­dos válidos, han sido superados y reformulados. Ejemplo de ello es lo referente a la antigüedad del hombre americano. En la tercera década del siglo XX se calculaba en 7 milenios; en los años 30 investigadores osados la estimaban entre 11 y 13 milenios. La respuesta científica contemporánea es que la presencia del hombre en América da­ta de 40 a 50 milenios.  
Desde la mitad del siglo XX la arqueología ha ido perfeccionando sus méto­dos particulares de investigación. También ha aplicado novedosas técnicas y metodolo­gías de trabajo de las ciencias naturales. Es­te desarrollo alcanzado le ha permitido au­mentar el conocimiento sobre los hombres de la comunidad primitiva a través de re­construcciones históricas más precisas, en las diferentes regiones del globo terráqueo. Resultados y conclusiones que hasta hace un escaso número de años eran considera­dos válidos, han sido superados y reformulados. Ejemplo de ello es lo referente a la antigüedad del hombre americano. En la tercera década del siglo XX se calculaba en 7 milenios; en los años 30 investigadores osados la estimaban entre 11 y 13 milenios. La respuesta científica contemporánea es que la presencia del hombre en América da­ta de 40 a 50 milenios.  


Algo similar ocurre con la antigüedad del hombre en Cuba, y con la datación de sus medios de trabajo, en particular lo relativo a las industrias de la piedra tallada. La anti­güedad de los aborígenes cubanos se ha ido aumentando gradualmente. En 1966 se esti­maba, aproximadamente, en 3 000 años; en 1970 en algo más de 4 000 y actualmente se ubica en unos 10 000. En cuanto a las indus­trias de la piedra tallada en la isla, puede afirmarse que con anterioridad a 1966 estas no habían sido estudiadas de modo siste­mático. Tampoco se utilizaban para su in­vestigación los métodos tecnológicos y ti­pológicos estadísticos, la traceología expe­rimental y la computación, como se hace actualmente. El avance de las ciencias ha permitido cambiar conceptos sobre el origen y desarrollo socioeconómico alcanzado por las diferentes culturas que poblaron nuestro archipiélago.  
Algo similar ocurre con la antigüedad del hombre en Cuba, y con la datación de sus medios de trabajo, en particular lo relativo a las industrias de la piedra tallada. La anti­güedad de los aborígenes cubanos se ha ido aumentando gradualmente. En 1966 se estimaba, aproximadamente, en 3 000 años; en 1970 en algo más de 4 000 y actualmente se ubica en unos 10 000. En cuanto a las indus­trias de la piedra tallada en la isla, puede afirmarse que con anterioridad a 1966 estas no habían sido estudiadas de modo sistemático. Tampoco se utilizaban para su in­vestigación los métodos tecnológicos y ti­pológicos estadísticos, la traceología experimental y la computación, como se hace actualmente. El avance de las ciencias ha permitido cambiar conceptos sobre el origen y desarrollo socioeconómico alcanzado por las diferentes culturas que poblaron nuestro archipiélago.  


La isla de Cuba se halla estrechamente vinculada con el Caribe y los territorios limítrofes, según han demostrado las inves­tigaciones arqueológicas. Los elementos aportados por el estudio de las diversas tra­diciones en la elaboración de artefactos líti­cos —piedra tallada y pulimentada—, de concha, de cerámica, de hueso, etc., así co­mo por los sistemas específicos de explota­ción racional de los nichos arqueológicos de las culturas aborígenes, han permitido seguir las huellas de estas culturas en el tiempo y en el espacio.  
La isla de Cuba se halla estrechamente vinculada con el Caribe y los territorios limítrofes, según han demostrado las inves­tigaciones arqueológicas. Los elementos aportados por el estudio de las diversas tra­diciones en la elaboración de artefactos líti­cos —piedra tallada y pulimentada—, de concha, de cerámica, de hueso, etc., así co­mo por los sistemas específicos de explota­ción racional de los nichos arqueológicos de las culturas aborígenes, han permitido seguir las huellas de estas culturas en el tiempo y en el espacio.  
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Los grupos humanos que vivieron en el archipiélago cubano en épocas diferentes, con igual o distinto nivel de desarrollo socioeconómico, incluso provenientes tal vez de variados rincones del Nuevo Mundo, no pueden ser considerados como partícipes de un mismo etnos. Esto solo es posible en aquellos casos en que los procesos de transculturación generaran modalidades cultu­rales nuevas, en territorios específicos de una tribu, unidad a que se determina el et­nos en la comunidad primitiva.  
Los grupos humanos que vivieron en el archipiélago cubano en épocas diferentes, con igual o distinto nivel de desarrollo socioeconómico, incluso provenientes tal vez de variados rincones del Nuevo Mundo, no pueden ser considerados como partícipes de un mismo etnos. Esto solo es posible en aquellos casos en que los procesos de transculturación generaran modalidades cultu­rales nuevas, en territorios específicos de una tribu, unidad a que se determina el et­nos en la comunidad primitiva.  


En relación con los pueblos agricultores esta perspectiva cambia, pues estos poseen comunidad de lengua, de cultura, de raza —el tronco aruaco—, y de creencias, aunque en estos casos es necesario analizar la situa­ción específica de las tribus. La confedera­ción de cacicazgos reconocida en Santo Do­mingo, por ejemplo, cumplía con el requisi­to de la unidad política organizativa del et­nos, pero esta probablemente no existía en las Antillas Mayores ni en Cuba. Las dife­rencias tipológicas entre los ajuares de los diferentes asentamientos en las Antillas: cerámica ostionoide, meillacoide, chicoide, y en Cuba los ajuares de las variantes culturales Baní, Jagua y otras, argumenta­ rían también contra la inclusión de estos grupos humanos en el mismo etnos. No es posible considerar como de una misma tri­bu las mencionadas variantes de las comu­nidades agricultoras en Cuba, ubicadas en distintas regiones del país, alejadas unas de otras. Igualmente las diferencias entre los agricultores del este de Santo Domingo y los de Cuba representan un caso para anali­zar.  
En relación con los pueblos agricultores esta perspectiva cambia, pues estos poseen comunidad de lengua, de cultura, de raza —el tronco aruaco—, y de creencias, aunque en estos casos es necesario analizar la situa­ción específica de las tribus. La confedera­ción de cacicazgos reconocida en Santo Do­mingo, por ejemplo, cumplía con el requisi­to de la unidad política organizativa del et­nos, pero esta probablemente no existía en las Antillas Mayores ni en Cuba. Las dife­rencias tipológicas entre los ajuares de los diferentes asentamientos en las Antillas: cerámica ostionoide, meillacoide, chicoide, y en Cuba los ajuares de las variantes culturales Baní, Jagua y otras, argumentarían también contra la inclusión de estos grupos humanos en el mismo etnos. No es posible considerar como de una misma tri­bu las mencionadas variantes de las comu­nidades agricultoras en Cuba, ubicadas en distintas regiones del país, alejadas unas de otras. Igualmente las diferencias entre los agricultores del este de Santo Domingo y los de Cuba representan un caso para anali­zar.  


El problema de la unidad cultural del área antillana en la época precolombina es necesario remitirlo, no al nivel de comuni­dad étnica sino más bien al nivel de comu­nidad lingüística, en este caso como refe­rencia al tronco aruaco originario de los grupos agricultores. La existencia de uno o varios etnos entre los grupos agricultores asentados en las Antillas Mayores en el mo­mento del contacto entre el Nuevo y el Viejo Mundo, es un aspecto sobre el que no se ha dicho aún la última palabra.
El problema de la unidad cultural del área antillana en la época precolombina es necesario remitirlo, no al nivel de comuni­dad étnica sino más bien al nivel de comu­nidad lingüística, en este caso como refe­rencia al tronco aruaco originario de los grupos agricultores. La existencia de uno o varios etnos entre los grupos agricultores asentados en las Antillas Mayores en el mo­mento del contacto entre el Nuevo y el Viejo Mundo, es un aspecto sobre el que no se ha dicho aún la última palabra.

Revisión actual - 04:02 22 ago 2024


La presencia del hombre en Cuba es mucho más antigua de lo que se estimaba hasta hace algunas décadas. Diez mil años antes de que Cristóbal Colón arribase a sus costas, el 28 de octubre de 1492, ya habían llegado a ellas los primeros pobladores. Cuando los españoles desembarcaron en la isla, de es­tas primeras culturas solo quedaban huellas diseminadas, que la ciencia arqueológica tardaría más de cuatro centurias en descu­brir. Por esta razón ni el Gran Almirante, ni posteriormente los cronistas de Indias pu­dieron referirse a nuestros primeros pobla­dores. Sin embargo, sí pudieron escribir so­bre los hombres que habitaban el territorio al momento de su llegada, pues estos correspondían a asentamientos muy posterio­res. Por sus vividos relatos sobre estas gen­tes y sus costumbres se destacaron, entre otros cronistas, fray Bartolomé de las Casas y Román Pané.

Las narraciones sobre los aborígenes, su medio ambiente y el encuentro entre cultu­ras con grado tan diverso de desarrollo, han sido, pese a la exageración propia de los colonizadores europeos de la época, que pro­curaban engrandecer sus hazañas, de gran utilidad para la reconstrucción del proceso histórico inicial de la isla.

A partir de las informaciones suministradas por los cronistas de Indias, los primeros historiadores cubanos solo distinguieron tres grupos aborígenes. El primero era el más numeroso, sus integrantes practicaban la agricultura como medio de subsistencia fundamental y también explotaban, com­plementariamente, otros recursos natura­les, mediante la caza, la pesca y la recolec­ción marina y terrestre. Además, elabora­ban recipientes y otras piezas de barro y sa­bían dar formas especiales a las piedras y a las conchas por medio del desmenuzamien­to en fragmentos y del pulimento. Habita­ban en poblados ubicados en mesetas y cer­canos a fuentes de agua. Fueron denomina­dos taínos.

Un segundo grupo vivía en las costas. Tenían la pesca como medio fundamental de subsistencia, y como actividades complementarias la caza y la recolección. También sabían tallar la piedra y fabricaban con ella rudimentarios útiles de trabajo, pero no la pulimentaban. Estos fueron llamados ciboneyes.

El tercero era el más atrasado y el menos numeroso. Habitaban en cuevas, no se entendían con los restantes grupos y solo eran capaces de fabricar toscos artefactos de concha y emplear guijarros; vivían de la re­colección, caza y pesca. A estos se les deno­minó guanahatabeyes.

El desarrollo alcanzado en la actualidad por la arqueología y la etnografía permite realizar un estudio científico de las culturas aborígenes y lograr una reconstrucción his­tórica más acertada.

Desde la mitad del siglo XX la arqueología ha ido perfeccionando sus méto­dos particulares de investigación. También ha aplicado novedosas técnicas y metodolo­gías de trabajo de las ciencias naturales. Es­te desarrollo alcanzado le ha permitido au­mentar el conocimiento sobre los hombres de la comunidad primitiva a través de re­construcciones históricas más precisas, en las diferentes regiones del globo terráqueo. Resultados y conclusiones que hasta hace un escaso número de años eran considera­dos válidos, han sido superados y reformulados. Ejemplo de ello es lo referente a la antigüedad del hombre americano. En la tercera década del siglo XX se calculaba en 7 milenios; en los años 30 investigadores osados la estimaban entre 11 y 13 milenios. La respuesta científica contemporánea es que la presencia del hombre en América da­ta de 40 a 50 milenios.

Algo similar ocurre con la antigüedad del hombre en Cuba, y con la datación de sus medios de trabajo, en particular lo relativo a las industrias de la piedra tallada. La anti­güedad de los aborígenes cubanos se ha ido aumentando gradualmente. En 1966 se estimaba, aproximadamente, en 3 000 años; en 1970 en algo más de 4 000 y actualmente se ubica en unos 10 000. En cuanto a las indus­trias de la piedra tallada en la isla, puede afirmarse que con anterioridad a 1966 estas no habían sido estudiadas de modo sistemático. Tampoco se utilizaban para su in­vestigación los métodos tecnológicos y ti­pológicos estadísticos, la traceología experimental y la computación, como se hace actualmente. El avance de las ciencias ha permitido cambiar conceptos sobre el origen y desarrollo socioeconómico alcanzado por las diferentes culturas que poblaron nuestro archipiélago.

La isla de Cuba se halla estrechamente vinculada con el Caribe y los territorios limítrofes, según han demostrado las inves­tigaciones arqueológicas. Los elementos aportados por el estudio de las diversas tra­diciones en la elaboración de artefactos líti­cos —piedra tallada y pulimentada—, de concha, de cerámica, de hueso, etc., así co­mo por los sistemas específicos de explota­ción racional de los nichos arqueológicos de las culturas aborígenes, han permitido seguir las huellas de estas culturas en el tiempo y en el espacio.

Por otra parte, nuevos descubrimientos relativos a la geografía, el clima, la flora, la fauna y los sucesivos cambios en el nivel del mar del área antillana han contribuido, jun­to con los elementos anteriores, a dilucidar las vías seguidas para el poblamiento de Cu­ba en las distintas épocas y la interrelación hombre-medio, reflejada en las diferentes especies animales y vegetales que existie­ron y sucumbieron en los diversos perío­dos.

Para estas investigaciones resulta muy importante la aplicación de la nueva visión del etnos, tanto en lo relativo a las comuni­dades aborígenes de Cuba, como en lo refe­rido a las que habitaban el área antillana.

El etnos o comunidad étnica es un organismo que ocupa un territorio, le corres­ponde una comunidad de lengua, rasgos co­munes de cultura y modo de vida, comuni­dad de religión o creencias y unidad social o cruce de componentes, determinantes de una combinación que rebasa los elementos que antes se distinguían. Estos aspectos de­ben ser considerados objetivamente de acuerdo con las circunstancias, pues el surgimiento del etnos y de su autoconciencia no se integran en la aglomeración de sus as­pectos componentes.

Los grupos humanos que vivieron en el archipiélago cubano en épocas diferentes, con igual o distinto nivel de desarrollo socioeconómico, incluso provenientes tal vez de variados rincones del Nuevo Mundo, no pueden ser considerados como partícipes de un mismo etnos. Esto solo es posible en aquellos casos en que los procesos de transculturación generaran modalidades cultu­rales nuevas, en territorios específicos de una tribu, unidad a que se determina el et­nos en la comunidad primitiva.

En relación con los pueblos agricultores esta perspectiva cambia, pues estos poseen comunidad de lengua, de cultura, de raza —el tronco aruaco—, y de creencias, aunque en estos casos es necesario analizar la situa­ción específica de las tribus. La confedera­ción de cacicazgos reconocida en Santo Do­mingo, por ejemplo, cumplía con el requisi­to de la unidad política organizativa del et­nos, pero esta probablemente no existía en las Antillas Mayores ni en Cuba. Las dife­rencias tipológicas entre los ajuares de los diferentes asentamientos en las Antillas: cerámica ostionoide, meillacoide, chicoide, y en Cuba los ajuares de las variantes culturales Baní, Jagua y otras, argumentarían también contra la inclusión de estos grupos humanos en el mismo etnos. No es posible considerar como de una misma tri­bu las mencionadas variantes de las comu­nidades agricultoras en Cuba, ubicadas en distintas regiones del país, alejadas unas de otras. Igualmente las diferencias entre los agricultores del este de Santo Domingo y los de Cuba representan un caso para anali­zar.

El problema de la unidad cultural del área antillana en la época precolombina es necesario remitirlo, no al nivel de comuni­dad étnica sino más bien al nivel de comu­nidad lingüística, en este caso como refe­rencia al tronco aruaco originario de los grupos agricultores. La existencia de uno o varios etnos entre los grupos agricultores asentados en las Antillas Mayores en el mo­mento del contacto entre el Nuevo y el Viejo Mundo, es un aspecto sobre el que no se ha dicho aún la última palabra.

Para los colonizadores todas las comuni­dades aborígenes poseían una organización política y de distribución del trabajo simi­lar; sin embargo, el estudio de estos aspec­tos ha revelado la existencia de particulari­dades en la jerarquización económica y política, especialmente en lo relativo a las comunidades neolíticas (también llamadas agroalfareras en Cuba).

Con respecto a la cuantía de la población aborigen en el momento de la conquista, solía expresarse que existían entre 60 000 y 100 000 habitantes en el archipiélago, pero estas cifras necesitan ser revisadas a la luz de los conocimientos actuales. El número de sitios conocidos y las áreas de implanta­ción de las comunidades ofrecen un monto poblacional superior a los 200 000 indivi­duos.

Desde el primer cuarto del siglo XX, las comunidades de Cuba han sido clasificadas a través de diversos esquemas o periodizaciones básicas: por culturas, grupos cultura­les, complejos y etapas de desarrollo so­cioeconómico. Se han empleado diferentes términos de tipo etnológico y convencio­nal, generados tanto por investigadores na­cionales como extranjeros. Paralelamente a estas clasificaciones, las etapas de de­sarrollo económico de los aborígenes de Cuba se han equiparado con las denomina­ciones usadas en América: Paleoindio, Mesoindio y Neoindio, a partir de la existencia de una tipología de carácter arqueológico que se corresponde con un determinado ni­vel de desarrollo socioeconómico, sin que esto implique su equiparación cronológica con etapas o períodos similares en otras re­giones del globo terráqueo. También se compara con las dos etapas fundamentales de la Comunidad Primitiva: economía de apropiación y economía de producción.

De esta forma las comunidades aboríge­nes de Cuba pueden ser enmarcadas en el contexto de las caribeñas desde una etapa cercana al octavo milenio a.n.e.

Cuba en el contexto caribeño. Paisaje y poblamiento

La historia de Cuba está, de modo gene­ral, indisolublemente ligada a la de Améri­ca desde sus etapas más tempranas. Su te­rritorio, ubicado a la entrada del golfo de México, tiene aproximadamente 110 922 km2,[1] y ha sido lugar de asentamiento y tránsito de diversas culturas de ambas Américas y de las Antillas.

Para comprender mejor la etapa inicial de su proceso histórico resulta necesario tener un conocimiento elemental del paisaje y de los cambios ocurridos en él a partir de las transformaciones climáticas y de la forma­ción del territorio donde estas culturas se asentaron.

Se ha comprobado que hace aproximada­mente 18 000 años se produjo una máxima intensidad glacial al congelarse los casque­tes polares. Esta provocó el descenso del ni­vel del mar aproximadamente en 100 me­tros por debajo del actual. Unos 10 000 años después, la situación comenzó a variar pau­latinamente y el nivel se incrementó, hasta alcanzar unos 18 metros por debajo del ac­tual.

Como resultado de estos cambios climá­ticos, y en un período estimado entre 13 000 y 8 000 años atrás, con respecto a la actuali­dad, se formó una gran isla que ocupó todo lo que es hoy el Gran Banco de Bahamas. Esta medía 610 km de sudeste a noroeste, y 390 km de este a oeste y distaba alrededor de 70 km de la costa floridana. Sesenta kiló­metros al norte de esa isla se encontraba otra más pequeña que ocupaba lo que se co­noce hoy como Pequeño Banco de Baha­mas, incluidas las islas de Gran Bahamas y Gran Ábaco. Sus dimensiones eran de 240 km de sudeste a noroeste y 90 km de norte a sur.

En este período las costas de Cuba tam­bién sufrieron alteraciones. La costa norte, desde la península de Hicacos hasta el norte de Nuevitas, había emergido y con ella la cayería de las actuales bahías de Cárdenas, Santa Clara y Buenavista, así como Cayo Coco, Cayo Romano y otros, que penetra­ban aproximadamente 35 km en el Canal Viejo de Bahamas. De este modo, la distan­cia entre Cuba y la isla del Gran Banco de Bahamas era de solo 18 km.

En igual período las costas de Honduras y Nicaragua también habían emergido, por lo que penetraron en el mar unos 45 km. Para­lelamente, desde sus costas orientales hasta las de Jamaica, habían surgido unas 25 islas de tamaño apreciable, las cuales formaban una especie de puente entre ambos territo­rios. La mayor distancia entre estas islas era de 70 km.

En el Holoceno temprano, es decir, entre 7 000 y 5 000 años atrás, se produjo un calen­tamiento general en la Tierra que se conoce como Óptimo Climático. Los casquetes polares se derritieron, el nivel del mar subió rápidamente unos tres metros por encima del mar actual y todas las áreas que habían emergido quedaron nuevamente cubiertas por las aguas. Posteriormente se han suce­dido períodos de enfriamiento y de calenta­miento, pero ninguno de ellos ha ocasiona­do cambios sustanciales en la configura­ción del territorio que nos rodea.[2]

Las condiciones climáticas no solo in­ fluyeron en la configuración de estos territorios sino también en los cambios ocurri­dos en la flora y la fauna.

Durante este largo período también se sucedieron diversas migraciones hacia Cu­ba y, desde luego, el desarrollo de sus cultu­ras en el archipiélago.

Corrientes de poblamiento

Las corrientes migratorias que poblaron el archipiélago fueron varias y se produje­ron en etapas muy diversas y distanciadas.

Los pobladores más tempranos llegaron a Cuba hace aproximadamente 10 000 años, en el 8000 a.n.e. En esa época la escasa dis­tancia entre las áreas continentales y el archipiélago cubano permitió que grupos de cazadores paleolíticos —en Cuba también se les denomina protoarcaicos—, provenientes del territorio continental del norte, pasaran a la gran isla del archipiélago de las Bahamas, y después a Cuba, donde encon­traron condiciones climáticas favorables y animales relativamente grandes que les proporcionaron vestuario y alimentación.

Por esta época habitaban las costas de Cuba y las Antillas la foca tropical (Monachus tropicalis) y el manatí (Trichechus manatus), que abundaba en la desembocadura de los ríos y en los esteros cenagosos; el pe­rezoso gigante (Megalognus rodens), así co­mo otros animales más pequeños entre los cuales se destacaban el nesophonte (Nesophontes major) y el almiquí (Solenodon cubanus), especies diversas de jutías (Capromys sp.), ofidios, saurios y aves.

Una segunda corriente migratoria se produjo hace aproximadamente 4 500 años. Procedían de Venezuela, Nicaragua y Hon­duras. Sus integrantes se asentaron en la ciénaga de Zapata, la península de Guanahacabibes y la Isla de la Juventud (Isla de Pinos). Su estadio de desarrollo se corres­pondía con el mesolítico temprano. A su llegada, los grandes animales que habían servido de sustento a los cazadores paleolí­ticos se hallaban en extinción, sin embargo, proliferaban los animales pequeños, así co­mo una rica fauna característica de las re­giones cenagosas y de manglar: moluscos, crustáceos y aves. Estos hombres se dedica­ron a la pesca de plataforma, así como a la captura y la recolección litoral.

A partir del 500 a.n.e., llegan a Cuba tres tipos diferentes de pobladores, uno de ellos compuesto por comunidades mesolíticas tardías (también llamadas en Cuba protoagricultoras) procedentes de la península de la Florida y del valle del Mississippi. Estas llegaron a los bajos fondos de la bahía de Santa Clara, se asentaron en diversos lugares de la costa norte de Matanzas y desde allí se extendieron hacia el este y el oeste.

El otro grupo estaba integrado por comunidades neolíticas (en Cuba también se les denomina agricultores-ceramistas) del tronco étnico aruaco que, procedentes de la isla La Española, se asentaron en la región oriental, especialmente en Banes, en el si­ glo VI de nuestra era. Trajeron consigo va­rios cultígenos importantes como el maíz (Zea mays), la yuca amarga (Manihot esculenta) y el tabaco (Nicotiana tabacum).

Siglos más tarde, en las primeras décadas del siglo XV d.n.e., otros grupos neolíticos, oriundos del mismo tronco aruaco y procedentes de las mismas áreas, arribaron a la región de Maisí, en el extremo más oriental de Cuba. Su desarrollo económico-social fue truncado por la llegada de los europeos. Estos grupos de población, asentados en el territorio del archipiélago cubano, dieron lugar a diferentes culturas, cuyos rasgos esenciales serán sintetizados en este capítulo.

Etapa de la economía de apropiación: las comunidades paleolíticas

Dentro de la etapa de economía de apropiación de las comunidades aborígenes de Cuba, el período paleolítico ocupa un lapso mayor. Los primeros grupos de cazadores paleolíticos, denominados aquí protoarcaicos, arribaron a Cuba probablemente nave­gando en balsas construidas con troncos fuertemente amarrados con cintas hechas de cuero curtido, o en canoas rústicas. Procedían del territorio continental del norte, en particular de culturas del oeste de Nor­teamérica, representadas por la tradición lítica del oeste, según reflejan las caracterís­ticas de los medios de trabajo elaborados en piedra tallada descubiertos y estudiados en ambas regiones.[3] Se desplazaron desde sus lugares de origen hasta la costa este del continente y desde allí, a través de la gran isla del archipiélago de las Bahamas hacia Cu­ba, y se asentaron primeramente en las cuencas de los ríos Mayarí y Levisa, en la actual provincia de Holguín, lugar donde vivieron hasta el 2500 a.n.e.

Entre los años 8000 y 5000 a.n.e., estos grupos, principalmente los que se movían por la cuenca media del río Mayarí, comen­zaron su desplazamiento hacia La Españo­la; algunos de los que permanecieron en Cuba perecieron en la lucha por la obten­ción de recursos alimenticios, mientras que otros, entre los años 5000 y 3000 a.n.e. re­montaron los dos grandes ríos y penetraron hasta el nacimiento de estos en la Sierra Cristal. Allí se asentaron en distintos lugares como, por ejemplo, las márgenes del río Naranjo, donde la caza menor era abundan­te, y desarrollaron otras técnicas de elabo­ración de útiles de trabajo de piedra tallada, como las puntas de proyectil de impacto —tanto de lanza como de dardo— para la caza de pequeños animales, también in­crementaron la recolección terrestre y fluvial.

Entre los años 3000 y 2500 a.n.e., los gru­pos protoarcaicos que quedaban se asenta­ron en lugares relativamente cercanos a la costa como las cuevas y abrigos rocosos de farallones de Seboruco, los farallones de Levisa, la cueva de Santa Rita, donde co­menzaron gradualmente a explotar el lito­ral para obtener recursos subsistenciales complementarios de la caza. Ello se refleja en los cambios que se producen en la elabo­ración de medios de trabajo, fundamentalmente en los de piedra tallada y de conchas de moluscos marinos univalvos, exhuma­dos en las excavaciones arqueológicas jun­to con restos alimentarios de recolección y captura. De esta forma iniciaron el proceso de tránsito hacia una economía de pescado­res-recolectores sobre la base de la evolu­ción cultural y el contacto con otros grupos humanos conocedores de la explotación de los recursos del litoral.

Sus contactos con otros grupos culturales en el territorio mencionado fueron pocos y tardíos, mientras que en otras regiones ex­ternas fueron menores.[4]

Fuera de Cuba, se asentaron primera­mente en el oeste de La Española, actual República de Haití (residuarios Courí, Ca­baret, y otros). Más tarde se dirigieron a la Cordillera Central, en la actual República Dominicana (residuarios Mordán, El Por­venir y otros).

También en la isla de Antigua y en otras de las Antillas Menores, se han encontrado talleres con útiles de trabajo de piedra talla­da con características tecnológicas y tipoló­gicas similares a aquellas de los protoarcai­cos de Cuba y La Española.

Estos cazadores paleolíticos desarrolla­ron su vida a cielo abierto y solo utilizaron las cuevas eventualmente. Sus restantes si­tios de habitación han sido localizados en las márgenes de los ríos. En ellos disponían de áreas para elaborar sus medios de trabajo líticos y de madera, preparar alimentos, y construir sus refugios temporales para abri­garse del viento y la lluvia. Estos debieron consistir en paredes hechas con finas ramas y troncos ajustados por medio de cintas de cuero curtido, de bejucos (fibras vegetales), o de la corteza de algunos árboles, cubiertas de hojas de palmáceas y convenientemente inclinadas sobre troncos verticales, en la parte desde donde, generalmente, soplaba el viento. Cada refugio tenía una sola pared.

Durante sus actividades de caza, recolección y reconocimiento del medio fueron seleccionando, como paraderos habituales, aquellos lugares que les ofrecían mayores ventajas por poseer materias primas de sílex, de rocas tenaces, una rica fauna y una abundante flora.[5]

Los hombres protoarcaicos tendrían los rasgos característicos del indio americano de origen mongoloide: caras anchas, pómulos prominentes, estatura media y cráneo sin deformación artificial, con una capaci­dad craneana promedio de 1 345 centíme­tros cúbicos.[6]

Dominaban el fuego y conocían las técnicas de la talla del sílex para confeccionar sus útiles de trabajo. Estas eran herramientas[7] de tres clases fundamentales: para la caza y la defensa personal y del colectivo; para la preparación de alimentos y pieles, y para trabajar la madera (embarcaciones, refu­gios temporales, viviendas). También fabri­caban otros artefactos que utilizaban para complementar la caza y la defensa.[8]

En Cuba encontraron un tipo de sílex con características físico-químicas y naturales diferentes a las otras variedades del conti­nente.[9]

Para la caza y la defensa elaboraron pun­tas de lanzas y de dardos, las cuales enmangaban en ástiles de madera. Unas eran de penetración, para la caza de grandes anima­les costeros, como la foca tropical y el ma­natí, y de tierra adentro, como el perezoso gigante, mientras que otras eran de impac­to, para animales pequeños, como las varie­dades de jutías, edentados, ofidios e insectí­voros.[10] Para preparar los productos de la caza —descuartizar y desollar animales, cor­tar carne, tendones y otras tareas— usaban como cuchillos las láminas y lascas filosas de sílex, así como raspadores y raederas pa­ra tratar el cuero de los animales. Para tra­bajar la madera desarrollaron una notable variedad de herramientas masivas para de­rribar troncos de árboles y ramas de diver­sos grosores y dureza, y alisar las ramas, cu­ñas para rajar, raspadores, cepillos y cuchillos para astillar. Además, rectificadores de ástiles de madera y denticulados para se­ rrar, y ya a finales de la fase media aparecen los buriles para hacer incisiones y cortar por fricción.

Resulta indudable que construían balsas de troncos o canoas, prueba de esto es su llegada por mar a Cuba y las masivas herra­mientas de piedra tallada encontradas, principalmente en lugares relativamente cercanos a la bahía de Nipe, y en las estriba­ciones de la Sierra Cristal. Había sitios de preparación para la navegación costera o para remontarse por los grandes ríos y tras­ladarse por aquellos afluentes que lo permi­tieran, y lugares de renovación o repara­ción de embarcaciones para regresar río abajo.

Organización social y manifestaciones mágico-religiosas

Desde las épocas remotas, el hombre pa­ra sobrevivir tuvo necesidad de la compañía de otros. La reproducción de la especie y la supervivencia del grupo dependían del es­fuerzo colectivo y de su organización alre­dedor de un núcleo gentilicio. El protoarcaico de Cuba no es una excepción; sus for­mas de organización se corresponden con la comunidad gentilicia primitiva, con for­mas de cooperación simple y una división natural del trabajo por sexos y edades.

Los estudios realizados sobre los medios de trabajo hallados in situ, los aportes de la etnografía comparada y otros elementos del registro arqueológico, así como la aplica­ción de los medios cibernéticos, permitie­ron definir características particulares de la comunidad y la familia de los cazadores protoarcaicos.[11] Estos grupos reunían, aproximadamente, de 10 a 25 individuos y se movían a lo largo de las cuencas de los ríos, en un desplazamiento simultáneo de sitios principales y dependientes, hecho que coincide con la cercanía existente entre unos y otros sitios en cada tramo. Ellos te­nían zonas de caza, otras para la elabora­ción de materias primas y para la prepara­ción y cocción de alimentos, y otras para la elaboración de medios de trabajo (talleres). Los sitios se caracterizan por presentar ras­gos de homogeneidad que indican una uni­dad tecnotipológica con una connotación social determinada. Es presumible que la residencia descansase en una filiación de ti­po unilineal: matrilocal,[12] a causa de las ac­tividades femeninas de preparación de ali­mentos asociadas con los útiles de los cazadores, la corta distancia existente entre las estaciones, y el desplazamiento simultáneo de los grupos componentes de la comuni­dad. Las características de una economía cazadora, atenuadas por la necesidad del in­cremento de las actividades recolectoras en una región con escasa fauna de grandes di­mensiones, debe haber provocado también un mayor equilibrio de sexos y edades en la división natural del trabajo propia de este estadio.

Estas características de los asentamien­tos, que coinciden con un tipo de residencia afín a la filiación unilineal, hablan de una convivencia clánica en las comunas protoarcaicas, lo cual hace pensar, como es ló­gico, en el predominio de la relación entre las gens primitivas en la organización social de los grupos cazadores. Esto permite com­prender, a su vez, la homogeneidad tecnoti­pológica del ajuar de piedra tallada de esas comunidades, la existencia en ellas de se­ries de artefactos dentro de las dimensiones y los tipos característicos de los grupos pa­leolíticos y su permanencia en un hábitat no clásicamente favorable para esa econo­mía. Las estructuras colectivistas de los clanes regirían la confección de los útiles se­gún las tradiciones propias de las sociedades cazadoras. Esta situación debió influir en el mantenimiento de una organización del trabajo típica de cazadores en un medio y ante unos recursos naturales —la fauna— al principio escasamente apropiados e incluso después, con la desaparición de esas condi­ciones en el transcurso de varios siglos. El cambio tecnotipológico que es apreciable en los ajuares protoarcaicos más tardíos de­bió imponer a la larga el cambio de la eco­nomía cazadora o en caso contrario provo­car la desaparición de esos grupos humanos por emigrar a otras islas o por mezcla con grupos humanos de economía mesolítica llegados al archipiélago cubano en los alre­dedores del 2500 a.n.e.

En las comunas protoarcaicas la división natural del trabajo debió tener sus particularidades, pues el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas permitiría una distribución de actividades por sexos y eda­des de carácter relativo. Las actividades ca­zadoras serían masculinas y la recolección femenina, pero habría cooperación en otras tareas extractivas y de elaboración de mate­rias primas. La presencia en los residuarios de artefactos de sílex de tipología semejante y dimensiones distintas, hace pensar en la equiparación de sexos y edades en esas faenas. Su matrilocalidad debió estar con­dicionada en buena medida por una permanencia de los individuos en las casas o áreas de campamento de sus propios clanes (natolocalidad), por la cercanía de estos. O sea, que las alianzas mediante el matrimonio por grupos debieron tener un carácter más bien efímero. La cooperación simple en el trabajo, en aquellos asentamientos nóma­das que se desplazaban simultáneamente, matizaría formas de trabajo y alianzas ma­trimoniales mediadas por el gregarismo.

Las condiciones climáticas de su territo­rio de origen y el conocimiento de la prepa­ración de pieles de animales con herramientas de piedra tallada (raspadores y rae­deras) probablemente influyeron para que los protoarcaicos trasmitieran a sus descen­dientes el uso de pieles de animales para protegerse, en ciertas épocas del año, del frío y la humedad de Cuba. También debieron usar adornos corporales como amuletos para preservar la vida, obtener buena caza, y otras manifestaciones de sus creencias mágico-religiosas, más que por su carácter estético. Las evidencias halladas en este as­pecto son exiguas y solo se ha encontrado un colmillo de foca tropical con perforación bicónica en un extremo, en el residuario de farallones de Seboruco. También es proba­ble que se pintaran el cuerpo, pero solo se han hallado escasas porciones de coloran­tes minerales, ocre rojo y ocre amarillento pardo, en dos sitios.

Los protoarcaicos tenían indudablemen­te ideas animistas y cosmogónicas. La práctica de enterrar a los muertos y colocar ofrendas hace suponer que quisieron garan­tizar en la otra vida la mejor situación a los fallecidos. Buscaban la explicación a los fe­nómenos de la naturaleza y la vida y es pro­bable que entre el 5000 y el 3000 a.n.e., tu­vieran un lugar dedicado a estas prácticas. En farallones de Seboruco se han encontra­do varios entierros asociados con ofrendas líticas y uno de ellos, de una niña de 13 años aproximadamente, con los huesos teñidos con ocre rojo, así como porciones de este colorante mineral y de ocre amarillo pardo. También se han hallado cinco pictogramas en la cueva de los Cañones, tres de carácter abstracto, uno zoomorfo y el último de ca­rácter naturalista figurativo; todos fueron ejecutados en color negro y están situados en la pared izquierda de la espelunca.

En Cuba la mayoría de los dibujos parie­tales de carácter abstracto se adjudican a comunidades ubicadas en el mesolítico, fase transicional en la cual el arte naturalista se halla en vías de transformación hacia la abs­tracción. Sin embargo, es probable que los cazadores paleolíticos, y en particular la cultura denominada Seboruco, poseyeran un arte de carácter naturalista más acorde con el período en que vivían.

El pictograma naturalista figurativo pue­de interpretarse como la imagen de un ha­cha o maza enmangada con un carácter simbólico; su ubicación en la parte más pro­funda de la cueva debió estar, probable­mente, asociada con cultos de iniciación, practicados por las sociedades ágrafas tradi­cionales. Los conocimientos actuales per­miten concluir que este pictograma corres­ponde a comunidades paleolíticas ubicadas en la fase media mientras que los restantes probablemente corresponden a otras co­munidades de la fase tardía, tal vez en sus inicios.

Etapa de la economía de apropiación: las comunidades mesolíticas

Las culturas mesolíticas de Cuba se corresponden con la fase final de la etapa de la economía apropiadora, de las comunidades aborígenes. Llegan al territorio aproximadamente en el 2500 a.n.e., y se caracterizan por una economía basada, principalmente, en la pesca y la recolección. En su etapa fi­nal, a partir del año 500 a.n.e., se inicia un proceso que en Cuba se ha denominado protoagricultor, en el cual surge de forma gradual la "domesticación" de plantas sil­vestres y la fabricación de cerámica.

La complejidad de este período histórico radica en la presencia simultánea de diversas culturas, cada una de las cuales manifiesta rasgos particulares en su desarrollo socioeconómico adquirido, bien por evolu­ción propia, bien a través del intercambio cultural con otros grupos.

Las culturas mesolíticas han sido nombradas y clasificadas de modo diverso por investigadores nacionales y extranjeros.[13] En esta obra se adopta la denominación convencional de cultura mesolítica, organi­zando los diversos grupos de acuerdo con su antigüedad y características dentro de las fases temprana, media y tardía. La tempra­na se inició en el año 2500 a.n.e., la media en el año 1000 a.n.e., y la tardía en el 500 a.n.e.

La primera fase se inicia cuando comen­zaron a llegar a Cuba hombres que practica­ban la pesca y la recolección litoral como medio principal de subsistencia. Su origen sudamericano y su tradición canoera, les permitieron desplazarse por mar desde sus espacios habitacionales, a lo largo de las costas de Venezuela, Colombia, Nicaragua y Honduras y a través del Caribe medio. Trajeron consigo técnicas para la elabora­ción de medios de trabajo a partir de las conchas de los grandes moluscos univalvos que habitan en las aguas caribeñas.[14] Se asentaron, fundamentalmente, en la parte occidental del archipiélago, en áreas de la Isla de la Juventud, de la península de Guanahacabibes y de la ciénaga de Zapata. Des­de estos sitios se desplazaron por regiones cercanas, hasta mediados del primer mile­nio a.n.e., en que llegaron a la zona oriental del archipiélago. Algunos grupos se mantu­vieron aislados en el occidente hasta la lle­gada de los españoles.

Los grupos tempranos del mesolítico también se extendieron por las restantes Antillas Mayores y por las Bahamas, pero se desconoce si penetraron en Jamaica. En es­tos lugares dejaron evidencias similares a las de Cuba, principalmente en lo relacio­nado con la industria de la concha.

En Cuba establecieron sus lugares de habitación tanto en cuevas y abrigos rocosos como a cielo abierto. Algunos penetraron hacia el interior del territorio —aproximada­ mente unos cinco kilómetros—, pero la mayor parte mantuvieron su ubicación en zonas de la costa. Los sitios del interior se caracterizan por ser pequeños, mientras que los aledaños al mar eran de mayor ta­maño, esto se debió fundamentalmente al desplazamiento de las comunidades en busca de sustento en los diferentes perío­dos estacionales y a su posterior regreso al lugar de residencia principal.

Los sitios mayores de asentamiento tie­nen forma elipsoidal, mientras que los pe­queños son circulares o irregulares; de ellos se deduce la probable forma y disposición de sus viviendas. Las rectangulares podían albergar de 40 a 60 personas y las circulares solo entre cinco y diez individuos.[15]

Los sitios siempre se establecían en luga­res cercanos a fuentes de agua potable.

Las características naturales de la pesca de plataforma y de la recolección litoral, en las costas norte y sur de la península de Guanahacabibes, muy cercanas, influyeron en estos individuos que establecieron allí el mayor cúmulo de sus lugares de habitación en el archipiélago cubano. Se alimentaban con los recursos del mar y de él obtenían la materia prima para elaborar sus útiles de trabajo. Enterraban a sus muertos en los propios sitios de habitación, tanto en cue­vas como a cielo abierto, excepto en Guanahacabibes, a causa de que en las cuevas estaban las reservas de agua potable.

Estos hombres, al igual que los protoarcaicos, poseían los rasgos somáticos propios del indio americano: estatura media y cráneos con órbitas cuadradas y ancho espacio interorbital. Sus piezas dentarias muestran un marcado desgaste en las mesetas por el gran consumo de moluscos y crustáceos, con partículas de concha adheridas, a causa del esfuerzo de extraer el animal.

En esta etapa, los pescadores-recolecto­res mesolíticos iniciaron sus migraciones hacia otras regiones de Cuba, principal­mente la costa sur de la antigua provincia de Camagüey y la cuenca del río Cauto, en Oriente.

Aproximadamente en el 500 d.n.e., algu­nas de estas comunidades comenzaron a desaparecer gradualmente, otras fueron absorbidas por comunidades aruacas y algu­nas emigraron hacia La Española, donde se asentaron y entraron en contacto con las culturas paleolíticas tardías y mesolíticas tempranas que allí habitaban.[16] La mayoría de estas comunidades se ubicaron principalmente en lugares al aire libre en las cos­tas cenagosas y de manglares, donde explotaban productivamente los recursos econó­micos que estas poseían. Un grupo menor se movió hacia cuevas y abrigos rocosos cerca­nos a la costa y de tierra adentro, con recursos de agua potable en lugares aledaños. Conti­nuaron construyendo sus viviendas de for­mas rectangulares y circulares y con las mis­mas capacidades. Por lo general las ubicaban en zonas altas, pero algunas veces, en dependencia de las particularidades de las maris­mas, las edificaban sobre troncos, a fin de pro­tegerse de animales grandes y peligrosos, co­mo los cocodrilos. Estas viviendas son cono­cidas con el nombre de palafitos.

Sus rasgos somáticos eran similares a los de sus antepasados y también mantenían las costumbres funerarias, al enterrar a sus muertos en los lugares de habitación.

Las comunidades tardías del mesolítico vivían en Cuba en el 500 a.n.e. Aunque no ha podido delimitarse aún el lugar exacto de su procedencia, estudios sistemáticos de los artefactos de sílex que utilizaban indu­cen a pensar en un poblamiento a partir de algunos sitios del oeste de la península de la Florida. En estos lugares aparecen artefac­tos de sílex de factura similar a la de los si­tios de Cuba ubicados en la costa norte de La Habana, Matanzas y Villa Clara. Otros yacimientos localizados en las provincias orientales[17] y en diversas regiones del ar­ chipiélago presentan, en cambio, una in­dustria de sílex con características propias. Muestran también diferencias respecto a la cerámica que aparece en estos contextos, que es burda y posee escasos trazos incisos en los sitios más antiguos; mientras que en los recientes presentan decoraciones con fi­guras geométricas y en alguna medida res­tos de pintura roja.

Las comunidades mesolíticas tardías sobrevivieron hasta la llegada de los españo­les. A pesar de haber sido encontrados escasos restos óseos de estos grupos, se conoce que no practicaban la deformación cranea­na y que sus integrantes eran de baja estatu­ra y tenían los caracteres propios del grupo mongoloide.

En los sitios ocupados por ellos aparecen, de forma reiterada, ajuares correspondien­tes a las culturas mesolíticas medias, lo cual permite derivar que estas pudiesen haber tenido diversas vías de acceso al archipiéla­go o que fuesen el resultado de una evolución interna de los conjuntos humanos que las precedieron en el tiempo, y que se pro­dujera un proceso de transculturación entre grupos de similar nivel de desarrollo e in­cluso, circunstancialmente, con grupos de un mayor nivel. Este proceso es difícil de discernir a causa de su índole diacrónica.

Los residuarios de estos grupos se encuentran a lo largo de toda la isla, en las cos­tas, tierra adentro e incluso en algunas zo­nas altas de las provincias centrales y orien­tales. Pese a la diferencia entre los lugares de habitación — solapas, sitios al aire libre y lugares asociados a zonas de manglares—, todos ellos tienen en común su cercanía a las corrientes fluviales. Muestran una tendencia a ubicarse en localidades alejadas de las costas, lo cual resulta significativo te­niendo en cuenta las amplias posibilidades de explotación que brinda el ambiente ma­rino a las economías apropiadoras.

En otras regiones del Caribe han sido reportados yacimientos de esta fase. En la costa sudeste de la República Dominicana han sido ubicados los sitios de El Caimito, en la carretera de Santo Domingo a Viña del Mar y el Musiépedro, en San Rafael de Yuma.

Economía y formas de vida

Las comunidades mesolíticas tempranas trajeron consigo un conjunto de técnicas para elaborar sus medios de trabajo y sus adornos corporales que aplicaron y desarro­llaron en las condiciones del archipiélago cubano. Fue su principal materia prima la concha de los grandes moluscos univalvos como los cobos (Strombus sp.; Cassis sp. y Xancus sp.). Dominaban la rotura y la frac­tura por percusión, la abrasión y el corte por fricción.[18] Su ajuar abarcaba puntas de lan­zas y dardos, cuchillos, raspadores, perforadores, hachas, anzuelos, picos de mano enmangables y gubias.[19] A diferencia de los protoarcaicos, las comunidades mesolíticas tempranas no desarrollaron notablemente una industria de piedra tallada, solo usaban pequeñas lascas filosas para cortar carne o como rústicos ta­jadores[20] que servían para derribar árboles o cortar ramas. Entre otros instrumentos líticos solo utilizaban guijarros como martillos y majadores-percutores para la confec­ción de herramientas de concha y para la trituración de alimentos y colorantes mine­rales. También debieron elaborar canoas, medio de transporte fundamental en una economía de pesca, ahuecando con fuego grandes troncos de árboles y usando la gu­bia enmangada, y remos, ástiles de dardos, lanzas y garrotes.

Sus medios de subsistencia principales eran la pesca de plataforma y la recolección litoral; como complemento cazaban pequeños animales —jutías e iguanas, por ejem­plo—, y recolectaban tierra adentro frutillas, bayas y raíces comestibles. En el período fi­nal de esta fase comenzaron a perfeccionar sus artes de pesca con la fabricación de agu­jas de hueso de pescado que usaban para te­jer redes. También empleaban el fuego para ablandar los moluscos marinos y conservar la carne de pescado y de tortuga.

A fines de esta fase comenzaron a reali­zar un movimiento migratorio hacia el cen­tro y oriente del país, y se asentaron en zo­nas cenagosas.

Las comunidades mesolíticas medias utilizaron otras técnicas para desarrollar la pesca y la recolección, así como las actividades complementarias de la caza relacio­nadas con las características existentes en las zonas pantanosas y de manglares que entonces habitaban.

Gradualmente fueron mejorando sus for­mas de procurarse el sustento al construir trampas y redes, y aumentar sus conocimientos sobre la flora, la fauna y el ambien­te geográfico, con lo que lograron su mejor aprovechamiento económico. Diversifica­ron sus instrumentos de trabajo a fin de rea­lizar sus actividades de una forma más efi­caz. Los útiles hechos con las conchas de los grandes moluscos se mantuvieron con poca variación, pero en los anzuelos desa­rrollaron una variedad conocida por atragantador y la gubia fue parcialmente modificada al alisarles los bordes laterales y dis­minuir su tamaño, lo que dio por resultado una variedad que se conoce como gubia de dedo y las puntas del Strombus sp., comenzaron a ser más pequeñas. La concha de la Melongena melongena se utilizó para fabri­car picos de mano a la vez que el molusco como alimento en algunos lugares de la cuenca del Cauto. En esta etapa las técnicas de la talla del sílex evolucionaron hacia formas más pe­queñas. Estos individuos obtenían útiles de trabajo a partir del fraccionamiento de las lascas, con las cuales confeccionaban perfo­radores y puntas de proyectil pequeñas poco terminadas.[21] También revolucionaron la tecnología lítica al introducir el desme­nuzamiento en fragmentos y el pulimento para confeccionar algunos medios de traba­jo y, en primer lugar, objetos de uso mágico-religioso cuidadosamente elaborados.[22]

Paralelamente desarrollaron la utiliza­ción de la madera en sus viviendas, canoas, trampas, ástiles para dardos y lanzas, garrotes, etcétera.

Sus actividades principales se encaminaban a la pesca de plataforma y la recolec­ción litoral. Explotaron provechosamente la zona pantanosa y los bajos fondos de la costa sur de Camagüey y del golfo de Guacanayabo. En algunas etapas se dedicaban a la recolección y a la caza de pequeños ani­males como jutías, ofidios, aves y quelonios de agua dulce.

Los ajuares de las comunidades mesolíti­cas tardías permiten apreciar un proceso de desarrollo de los instrumentos de producción que se manifiesta tanto en los artefac­tos elaborados a partir de la concha, como en aquellos hechos con la piedra, en la fa­bricación de la cerámica y en la mejor utili­zación de los recursos naturales del medio en que se desenvolvían.[23]

En esta etapa los útiles de sílex muestran el surgimiento de nuevas técnicas de talla y cambios tipológicos relacionados con el auge de instrumentos complejos, por ejemplo, las micropuntas de sílex son apropiadas, por su pequeñez y simetría, para ser utilizadas en el extremo de un ástil que podía ser accionado mediante un arco y una cuerda, y también mediante una lanzadera, o una cerbatana, aunque estos últimos casos no eran frecuentes en las Antillas.

Este instrumento complejo multiplicaba sensiblemente la actividad cazadora. Por otra parte, los microperforadores enmangados permitían una labor más eficiente en cuanto a la perforación de algunos materia­les duros como, por ejemplo, los colgantes líticos y las cuentas de conchas, y en lo rela­cionado con las labores de precisión en la madera. Pequeñas lascas y simples restos de lascas de sílex, articuladas en piezas de madera, facilitaban la tarea de desforesta­ción para la práctica de la horticultura.

En los yacimientos de estos grupos aparecen instrumentos elaborados con mate­riales rocosos de gran tenacidad, por ejem­plo, los majadores, percutores y pulidores. La maceración de los productos vegetales debió incrementarse con estos útiles que deben haber sido usados para el procesa­miento de semillas o de frutos de las plantas silvestres domesticadas.

También se han encontrado hachas, en­tre ellas las petaloides,[24] que resultaban muy eficaces en la tumba y tala de los mon­tes para el cultivo de roza. No se descarta la posibilidad de que estos artefactos perte­nezcan a otras culturas más desarrolladas.

Los objetos de concha están más diversificados, las técnicas empleadas en su fabricación son más desarrolladas. Existe incluso la posibilidad de que se hayan utilizado para ser engastados en artefactos más com­plejos.[25]

La cerámica evidencia las características propias de la alfarería temprana, tanto des­de el punto de vista tecnológico en lo referido a su confección, como en lo relativo a su morfología, al adoptar la forma de boles de los recipientes vegetales.[26] Estas cuestiones permiten derivar que el surgimiento de la cerámica se produjo en esta fase. Desde lue­go, existe también la posibilidad de que la hayan adquirido a través del contacto con otros grupos humanos. Su utilización reite­rada muestra, en tal caso, que el nivel de de­sarrollo alcanzado por estas comunidades había propiciado la asimilación.

Los recipientes destinados a la cocción de los alimentos, al acarreamiento de líqui­dos y de productos vegetales, debieron posibilitar un mejoramiento en la alimenta­ción de esos grupos humanos.

La escasa muestra conservada de los trabajos en madera de los aborígenes cubanos cuenta con algunas piezas que provienen de las áreas de asentamiento de las comunida­des mesolíticas tardías.[27] De un lugar cerca­no al sitio cayo Jorajuría, en Matanzas, se extrajo la única canoa aborigen hallada has­ta el presente en el archipiélago.[28] Las ca­noas debieron desempeñar un importante papel en la transportación de las comunida­des itinerantes. Diversas familias, reunidas en los llamados grupos forrajeros, debieron moverse en canoas a través del curso de los ríos y por la plataforma en busca de alimen­tos y de materias primas.

A causa de la índole itinerante de su economía, sus viviendas debieron tener un carácter efímero, casas de madera y hojas de palmáceas, tal vez sin paredes, como es cos­tumbre de algunas comunidades sudameri­canas. La presencia de pesos de redes de pesca en los yacimientos muestra que sa­bían tejer algún tipo de fibra vegetal, por lo cual es posible que durmieran en una espe­cie de hamaca colgada entre las varas de las viviendas, aunque no puede descartarse que se acomodasen en jergones de hierba seca en el suelo o en tarimas de madera, tal como hacen otros pueblos de cultura tradi­cional.

Las casas de los campamentos de grupos forrajeros debieron ser más pequeñas y alcanzar una dimensión mayor aquellas en que se reunía toda la comunidad o que esta­ban ubicadas en las estaciones de los caza­dores o pescadores, por la composición numérica de estos grupos.

Las cavernas y solapas pudieron utilizar­se como paraderos eventuales, aunque las evidencias encontradas muestran su relación con creencias mágicas y prácticas cere­moniales.

Además de la pesca en los ríos y en el mar, y la caza en áreas establecidas de acuerdo con el ciclo estacional, facilitadas en esta etapa por el uso de redes y trampas, practicaban la recolección en los períodos de florecimiento de las plantas y es posible que en esta etapa hubiesen domesticado al­gunas plantas e incluso algunos animales, cuestión que se aborda en trabajos recien­tes.[29]

Organización social

Las comunidades mesolíticas de Cuba en sus diferentes fases de desarrollo debieron sustentarse sobre la base de relaciones gentilicias establecidas a partir del derecho materno y de la división del trabajo por sexos y edades. No obstante, el aprovechamiento sucesivo y más elevado del medio ambiente por parte de estas comunidades, acorde con cada una de sus etapas de desarrollo, debió imprimir particularidades internas a la organización gentilicia en cada una de ellas.

Las comunidades mesolíticas de la fase temprana fueron creando sistemas de asentamiento para la explotación del medio sobre la base de sitios de cabecera y paraderos dependientes de ellos. Las ubicadas en la península de Guanahacabibes, donde la distancia de la costa norte a la sur es relati­vamente pequeña, tenían los paraderos en la periferia de los sitios de cabecera. Parece evidente la relación de asentamientos saté­lites respecto al sitio base, posiblemente desprendimientos estacionales de grupos dependientes de la comuna con algún pro­pósito concreto de apropiación. Esto hace pensar en la existencia de una residencia acorde con la filiación unilineal y la convi­vencia clánica, posiblemente matrilocal. Este tipo de residencia debió diferir signifi­cativamente de aquellas de sus predeceso­res protoarcaicos, a causa de las posibilida­des de la economía mesolítica, con su ex­plotación más intensiva del territorio y, por tanto, un nomadismo estacional más ajus­tado y sistemático. Habría mayor defini­ción de las alianzas matrimoniales en de­pendencia de la natolocalidad —los conjuntos de sitios se encuentran más distantes entre sí que en las comunidades protoarcaicas—. Estos aspectos debieron ser la causa y a la vez consecuencia de una división de ta­reas más contrastante por sexos y edades y por tanto una mayor profundización en la división del trabajo. La comuna logra mayor capacidad de enfrentamiento en dis­tintos medio ambientes por el desarrollo de sus fuerzas productivas y la flexibilidad de sus instituciones clánicas y familiares.

La paulatina ubicación de los asenta­mientos tierra adentro a partir de la fase media, induce a pensar en desprendimien­tos de la comunidad por períodos más lar­gos. Este fraccionamiento se produce por familias estables e implicaba una residencia neolocal[30] durante buena parte del ciclo es­tacional; de no haber sido así se hubiera afectado la reproducción generacional. En estas circunstancias la flexibilidad de la co­muna se evidenciaba, precisamente, en que estos desprendimientos implicaban la convivencia no clánica durante largos períodos de tiempo y por lo tanto, el progresivo predominio de la comunidad en sí misma con respecto a la organización gentilicia tradi­cional.[31]

En la fase tardía la ubicación espacial en el entorno de los ríos permite suponer ci­clos económicos más extensos y dinámicos, lo cual debió incidir en el papel de los gru­pos forrajeros, organizados en familias in­terclánicas, capaces de garantizar la repro­ducción generacional. Otros grupos, de pro­pósito concreto —pescadores, cazadores y recolectores— se integraban en épocas es­pecíficas del año a partir de campamentos base. Ello posibilita pensar en la existencia, durante buena parte del año, de una resi­dencia también neolocal, lo que debió ha­ber creado una situación que en sí misma implicaba el detrimento de las relaciones gentilicias. La uniformidad de las pequeñas dimensiones de la cerámica y su carácter utilitario, así como el análisis de los ajuares de sílex, se corresponden con un grupo más reducido. Al parecer, el desarrollo de estas comunidades flexibilizó los lazos gentili­cios y comunales y permitió la adaptación a nuevos y más complejos ambientes.

Los hallazgos arqueológicos en los campamentos base —mayoritariamente costeros—, permiten suponer que en estos la residencia familiar debió ser gentilicia, con las características de la filiación unilineal de esta etapa. Los grupos de propósito concre­to realizaban las actividades económicas fundamentales, posiblemente a partir de la organización clánica. Cada clan, parte, o grupo de ellos, ostentaría el privilegio de determinada actividad apropiadora. Las ac­tividades de elaboración de materias pri­mas también estarían regidas por estos cá­nones, pero sobre la base de una división de sexos y edades las mujeres confeccionarían la cerámica, mientras los hombres tallarían el sílex, etc. En las actividades apropiadoras también debió existir una división del tra­bajo por sexos y edades, ya que eran activi­dades pescadoras y cazadoras, por una par­te, y recolectoras por otra.

En las épocas del año poco propicias para la pesca y la caza marinas, los grupos forraje­ros se desprendían del núcleo social matriz por un buen número de meses. Correspon­dían a las mujeres las actividades relaciona­das con la recolección y aquellas más cerca­nas al hogar capaces de permitir el cuidado de los hijos.

En esta fase debió producirse la domesticación de las plantas y de los animales por la flexibilidad y la eficiencia económica de esos grupos, se accedía, de esa forma, a una nueva división del trabajo, en la cual las mujeres se ocuparían de las tareas agrícolas mientras que los hombres continuarían ocupándose de las actividades apropiadoras fundamentales.

La jefatura de estas comunidades se basaba, esencialmente, en las funciones, la edad, la experiencia y el prestigio, y debió estar estrechamente vinculada a los conte­nidos mágico-religiosos, fuertemente im­bricados con las actividades productivas.

Las comunidades mesolíticas medias hablaban una lengua que debió tener conexio­nes con la aruaca, ya que en las crónicas de finales del siglo XV se dice que a los intér­pretes aruacos que acompañaban a Colón les era comprensible el lenguaje de estos hombres.

Manifestaciones mágico-religiosas

Las manifestaciones mágico-religiosas de las comunidades mesolíticas, apenas pueden diferenciarse entre sí en las diferen­tes fases, a causa del carácter reiterativo de la asociación de los útiles y de la dificultad para establecer la identidad de los dibujos rupestres, petroglifos y restos de las cultu­ras hallados en el subsuelo.

Es posible pensar en la utilización de solapas y cavernas para sus ritos funerarios relacionados con el culto a los antepasados y posiblemente vinculados con las creencias totémicas.

En el culto a los muertos se expresaba la complejidad de sus creencias sobre una vi­da después de la muerte. Las comunidades mesolíticas tempranas en ocasiones sepul­taban a sus muertos más de una vez, orien­taban el cráneo de estos hacia el este, y en la mayoría de los casos usaban como ofrenda los adornos, las armas y los útiles de trabajo. Tenían la costumbre de cubrir los cadáveres con polvo de ocre rojo o depositarlos so­bre una capa de conchas de moluscos uni­valvos nacarados. También hacían entie­rros colectivos e inhumaban junto a sus lu­gares de habitación.

Los enterramientos de la etapa media eran colectivos. Los cuerpos se colocaban alrededor de un personaje central, con un rango jerárquico en las ofrendas. También se han encontrado enterramientos por pa­rejas lo cual concuerda con las formas de residencia neolocal. Los entierros se efectua­ban en diferentes formas, en posición fetal, decúbito supino y decúbito prono, la orientación del cráneo se mantenía hacia el este.

Entre las ofrendas se relacionan collares de cuentas hechas con vértebras de pesca­do, discos de concha, dientes de tiburón, colgantes líticos y de concha, cucharones y gladiolitos, esferolitias y las piedras cordi­formes. Los primeros se han relacionado con cierta relevancia del muerto y los se­gundos con la edad. Todos concuerdan con las estructuras sociales que se han inferido para esas comunidades e incluso con el ca­rácter colectivo de los entierros, posible re­flejo de los lazos gentilicios y comunales.

Además del culto a los muertos estos hombres manifestaron también sus con­cepciones mágico-religiosas por medio de la expresión artística en dibujos parietales realizados en negro y rojo.[32]

En localidades cercanas a algunos asentamientos mesolíticos tardíos han sido encontrados dibujos rupestres abstractos realizados con colorantes vegetales y minerales. Otros objetos hallados ofrecen eviden­cias de que se adornaban el cuerpo, posiblemente para las ceremonias religiosas rela­cionadas con la caza o la pesca.

En cayo Jorajuría, costa norte de Matan­zas, fueron encontrados objetos de madera decorados con dibujos geométricos. También se han localizado bolas de madera en punta del Macao, en la costa norte de La Habana. Súmase a ello el hallazgo de pendientes de conchas en algunos sitios. En Arroyo del Palo, Mayarí, Holguín, se en­contró una flauta confeccionada a partir de un hueso de ave. Otro instrumento similar fue encontrado en la costa norte de La Ha­bana, elaborado a partir de un hueso de mamífero.[33]

Una vida espiritual que refleja cierto gra­do de desarrollo, sugiere la existencia en es­tas comunidades de una economía que, si bien no rebasaba aún los marcos esenciales de las actividades apropiadoras, les permitía cierta disponibilidad de tiempo, al me­nos a algunos miembros de las comunida­des, para emplearlo en este tipo de activida­des no fundamentales.

Las actividades cotidianas de estos hombres debieron estar matizadas por una concepción mágica del universo que representaba normas a seguir y prohibiciones que cumplir. Sus pictografías debieron tener la intención de influenciar en las actividades económicas de su ciclo estacional, o marcas topográficas relacionadas con los conocimientos empíricos de esas actividades. Al­gunos útiles confeccionados en madera son símbolo de sus creencias. Las prácticas fu­nerarias, a las cuales nos hemos referido con anterioridad, debieron implicar un pro­fundo contenido mágico, animista[34] y totémico, y propiciar la confección expresa de determinados objetos con ese propósito. Sus ceremonias de iniciación y de propiciación de condiciones favorables para las actividades económicas, debieron matizarse con una música lograda a partir, fundamen­talmente, de instrumentos de viento y per­cusión.

Etapa de la economía productora de las comunidades neolíticas

La etapa de la economía productora comienza en Cuba alrededor del año 500 d.n.e. y se extiende hasta la llegada de los españoles al archipiélago. Se caracteriza por el inicio de la utilización de técnicas agrícolas de cierto desarrollo, de prácticas alfareras de antigua tradición y por la elabo­ración de instrumentos de trabajo propios del neolítico. La etapa consta de dos fases: una temprana, que comprende del 500 al 1000 y una tardía, del 1000 al 1500 de nues­tra era. Los criterios acerca de las comuni­dades tempranas se han supuesto válidos tradicionalmente para la fase tardía por el hecho de considerarles a ambas una unidad etnolingüística de origen aruaco y contarse con escasos sitios de la fase tardía, ubicados en la región más oriental de la isla. Muchas de las características de las comunidades tempranas resultan comunes para las co­munidades tardías, por lo cual se opta por dar a ambas un tratamiento común, hacien­do la referencia a cada caso cuando sea oportuno.

Las comunidades neolíticas de Cuba (agricultores-ceramistas) poseían gran homogeneidad lingüística y cultural, aunque es posible constatar algunas particularidades en áreas geográficas específicas. Comenzaron a llegar a Cuba alrededor del año 500 de nues­tra era, provenientes de La Española, y perte­necían al tronco aruaco oriundo de la Améri­ca del Sur, específicamente de localidades ubicadas en las márgenes del Orinoco, en lo que es hoy la república de Venezuela. Varios estilos cerámicos determinados por las inves­tigaciones arqueológicas permiten seguir las rutas migratorias de estos hombres desde la zona continental hasta las Antillas Mayores.[35]

Los sitios neolíticos se ubican en Cuba en las localidades más disímiles, de acuerdo con el proceso paulatino de su asentamien­to desde las zonas orientales a las occiden­tales, generalmente junto a los ríos, lagunas y áreas cenagosas, en los cuales podían aprovechar los recursos de la flora y de la fauna asociados con esos ambientes acuáti­cos, así como encontrar suelos apropiados para las labores agrícolas. Se ha argumenta­do que el nivel pluviométrico y la tempera­tura de las distintas regiones del archipiéla­go influyeron en los asentamientos de los grupos agricultores a causa de los requeri­mientos climáticos del principal cultígeno desarrollado por aquellas comunidades: la yuca amarga.[36] Algunos arqueólogos estiman, no obstante, que asentamientos de grupos agricultores pueden ser hallados aún en localidades occidentales del archi­piélago.[37]

Los investigadores han clasificado los si­tios de habitación de las comunidades agricultoras de acuerdo con su potencial arqueológico en sitios de primera, segunda y tercera magnitud. Ello concuerda, de ma­nera general, con lo que plantean los cro­nistas de Indias acerca de los tipos de pobla­dos aborígenes que existían en las Antillas Mayores.[38] Los resultados de los estudios más recientes difieren de estas crónicas en lo relativo a la estructura de esos poblados y la ubicación de las plazas ceremoniales. También han sido halladas por los arqueó­logos cuevas sepulcrales en las que, aparen­temente, lanzaban los cadáveres, y cuevas mágico-ceremoniales con petroglifos, pic­tografías y otros elementos propios de ri­tuales funerarios más complejos. Igual­mente han aparecido entierros fuera de las cuevas, incluso en los residuarios que en la mayoría de los casos poseen ofrendas de va­sijas de cerámica, restos de alimentos y otros útiles de sus ajuares.

El estudio antropológico de gran número de restos óseos de aquellos hombres ha per­mitido conocer fehacientemente sus caracteres físicos. Eran de baja estatura —1,58 m para los individuos masculinos y 1,48 para los femeninos—, lo cual coincide con las ca­racterísticas de los pueblos aruacos que vi­ven actualmente en el norte de Colombia, Venezuela y las Guayanas. Poseían los ras­gos faciales de la raza mongoloide americana, a la cual pertenecían,[39] y tenían la cos­tumbre de deformarse el cráneo. Esto lo realizaban, según relatos del padre Bartolo­mé de Las Casas, y de Gonzalo Fernández de Oviedo, mediante la aplicación de una tablilla en la frente, amarrada a la base pos­terior del cráneo de los niños recién nacidos. Esta se mantenía durante la primera infancia. Poseían los conocimientos suficien­tes sobre las pocas consecuencias de este procedimiento para la salud física y mental de los individuos.[40] Tal práctica la realiza­ban en todos los miembros de las comuni­dades, por lo que era un rasgo físico-cultu­ral muy generalizado en aquellos pueblos. Hay indicios de que los aborígenes agricul­tores hablaban una sola lengua y de que es­ta pertenecía a la gran familia aruaca suda­mericana en una modalidad que ha dado en llamarse aruaco insular.[41] Si el problema de la falta de unidad política de los cacicazgos en Cuba, las diferencias regionales de esti­los cerámicos y de contexto arqueológico conspiran contra la consideración de una unidad étnica para todos estos grupos, la lengua común, los rasgos raciales, los carac­teres generales de su cultura material y la difusión de la deformación del cráneo argu­mentan a favor de esa unidad que al menos debe considerarse al nivel de comunidad lingüística.

Economía y formas de vida

Sus medios de trabajo fundamentales fueron los útiles confeccionados en rocas básicas y ultrabásicas. Se han encontrado numerosos majadores, percutores y espe­cialmente hachas petaloides, que consti­tuyen un salto cualitativo en la tecnología de producción primitiva. Los artefactos líticos modificados sobre la base de las técni­cas sucesivas del lascado, desmenuzamien­to en fragmentos y pulimentación, permi­ten utilizar de manera óptima la mayor tenacidad de dichos materiales. Ello posibili­tó el desarrollo de una serie de actividades nuevas y de gran productividad, por ejemplo, la tumba de monte y otras formas de deforestación necesarias para los trabajos agrícolas.

Paralelamente se desarrollan en esta eta­pa otros artefactos más especializados he­chos con estos materiales, como los buriles pulidos y una notable diversificación de ob­jetos de adorno o mágico-religiosos consis­tentes en cuentas, colgantes, idolillos y otros que muestran el auge de técnicas de precisión en las labores con los materiales duros en general. Aunque el desarrollo de parte de estas técnicas debe de haberse pro­ducido en Cuba, en su esencia ellas formaban parte del equipo material de las comu­nidades neolíticas antes de su arribo a las Antillas Mayores.

En esta etapa continúan confeccionándo­se artefactos de sílex tallado, pero estos apa­recen en conjuntos exiguos y destinados fundamentalmente a labores domésticas, como la preparación de alimentos y algunos aspectos tecnológicos del trabajo de precisión en materiales de piedra, concha, hueso y madera, generalmente incluidos en ins­trumentos complejos. También son incrustados en dispositivos de madera para ser utilizados como raspadores de productos vegetales (guayos). Se mantienen las técnicas de confección y las funciones realizadas con los artefactos de concha en épocas pre­cedentes, pero estos se desarrollan más y, sobre todo, parten de una correlación labo­ral distinta dentro del conjunto de activida­des características de la economía productora.[42]

En las crónicas se hacen referencias indirectas a la utilización de materiales de hue­so y dientes de pescado en los extremos de las azagayas y puntas de flechas.[43] La ar­queología muestra también la confección de espátulas vómicas, adminículos para provocar el vómito con fines mágico-medicinales, construidos con huesos de manatí; cuentas de vértebras de pescado con las cuales se confeccionaban grandes collares; idolillos de hueso, etc.; pero las condicio­nes climáticas del trópico hacen que los materiales óseos no se conserven mucho tiem­po en el lecho terrestre.

Lo mismo ocurre con la conservación de la madera en el clima de los trópicos, pero, gracias a las noticias de los cronistas de In­dias y algunos hallazgos de excepción, en Cuba y las Antillas, se posee una visión más amplia de la utilización de este material por los aborígenes agricultores. Con madera confeccionaban sus casas, que eran funda­mentalmente circulares (caneyes): una ar­mazón de varas unidas en la parte superior y cubiertas con hojas de palmáceas en forma de campanas, según relatos de los cronistas. También las hacían rectangulares (bohíos), aunque excepcionalmente destinados a ca­ciques y hombres principales. Las casas tenían en su parte superior un tiro de aire para la salida del humo de los hogares. Otra construcción auxiliar era la barbacoa, que era utilizada para almacenar alimentos y otros objetos. Los cronistas apuntan las grandes dimensiones de los caneyes donde vivirían varias familias o algún clan o fami­lia extensa; pero las dimensiones debieron variar de acuerdo con el tipo y la magnitud del asentamiento. Estudios recientes de los sitios arqueológicos de esta etapa parecen probar que las plazas en los pueblos (ba­teyes) no eran cerradas y que en ciertos casos la distribución de las casas no era orde­nada. Algunas noticias de las crónicas tam­bién coinciden en este planteamiento.[44]

La arqueología y las fuentes escritas muestran otros objetos asociados con la vi­da cotidiana o con aspectos ceremoniales de esta. Los dujos, especie de asientos de madera, bajos con figuras zoomorfas, labra­dos y con incrustaciones de concha y lami­nillas de guanín,[45] eran atributos de los ca­ciques; bandejas con laboriosas decoracio­nes talladas pudieron tener algún conteni­do ceremonial unido a su carácter utilitario; además confeccionaban diversos recipien­tes en este material: una urna funeraria de alrededor de un metro de longitud con de­coración antropomorfa fue considerada por los arqueólogos, durante mucho tiempo, como el ídolo del tabaco, aunque tal vez es­te contenido pudiera estar asociado a esa pieza como parece indicar su morfología.

Las macanas, especie de espadas de ma­dera, eran utilizadas como armas defensi­vas. Multitud de otros útiles domésticos y personales debieron ser confeccionados en madera por los aborígenes neolíticos, pero fueron destruidos por las condiciones climáticas al paso del tiempo.

En el plano laboral la coa o palo cavador con punta aguzada y endurecida al fuego fue un útil muy importante para estas comunidades, además, han sido hallados re­mos de pala ancha y brazo corto (najes) con decoraciones incisas, utilizados para impulsar las canoas. Este último artefacto tuvo una importancia extraordinaria para estos hombres. En esas embarcaciones atravesa­ban de isla en isla el mar Caribe en sus mi­graciones, actividades pesqueras, guerras e intercambios. Las había de diversos tama­ños, desde las que podían transportar dece­nas de tripulantes hasta las que eran guia­das por uno o dos hombres. Avíos de pesca, azagayas, trampas y cercados para peces eran confeccionados igualmente en made­ra, caña y fibras vegetales.

En el interior de las casas colgaban las hamacas en que dormían. Estas eran hechas de algodón u otras fibras vegetales. También se tejían naguas, que eran una especie de faldas atadas a la cintura y que cubrían solo la parte anterior del cuerpo, usadas por las mujeres; su largo tenía que ver con el status social de la persona. Unas bandas te­jidas se ajustaban en los brazos y las piernas de hombres y mujeres, al parecer con un propósito estético relacionado con sus ni­veles sociales. Las redes de pesca eran teji­das en algodón u otras fibras vegetales. Un medio de trabajo muy necesario, el sibucán, destinado a exprimir la masa de la yuca rayada para extraerle el ácido prúsico (sus­tancia tóxica), se tejía con fibras vegetales, en forma de manga cerrada por un extremo. Eran duchos en la confección de esteras y en las labores de cestería. Al hilo o cordel de fibras vegetales le llamaban cabuya.

El proceso de confección de la cerámica alcanzó un desarrollo notable entre los antillanos neolíticos. El barro se seleccionaba de acuerdo con sus características de plasti­cidad y la presencia de algún componente mineral que actuase como desgrasante para impedir la fractura. En muchas ocasiones los minerales triturados eran agrupados a la masa. El método para levantar las vasijas era el acordelado,[46] pues se desconocía el torno alfarero; las paredes externas e inter­nas se alisaban con un útil confeccionado en yagua o posiblemente con fragmentos del fruto de la güira. Los hornos eran abier­tos y raramente se aplicaban colorantes, sal­vo las tonalidades que daba la propia coc­ción a los recipientes. Se confeccionaban vasijas de diversos tamaños y formas circu­lares, naviculares, botellas y platos que re­presentaban un aspecto importante de sus medios de trabajo para cocer los alimentos, almacenar o transportar líquidos y granos. Las vasijas eran decoradas con incisiones, aplicaciones y modelado. Uno de los obje­tos más característicos de los aborígenes agricultores, fabricados en cerámica, era el burén, especie de disco de barro cocido en que tostaban al fuego la masa de yuca raya­da con objeto de confeccionar el casabe. Al­gunas de estas piezas de barro muestran grabados y decoraciones que se reproducían como impronta en la masa de casabe. En algunos sitios arqueológicos aparecen sellos fabricados en cerámica destinados posiblemente a realizar marcas en el cuero, tejidos y otras superficies.

El uso del fuego desempeñó un papel importante en las industrias y las actividades económicas de las comunidades neolíticas. Los aruacos de las Antillas acostumbraban a encender el fuego valiéndose de dos fragmentos alargados de madera unidos paralelamente, entre los cuales se insertaba, perpendicularmente, otra madera en forma de vara que se hacía girar con las manos sobre su eje longitudinal. Con el fuego obtenido de las chispas que se originaban, cocían sus alimentos, entre ellos el casabe, que consti­tuyó uno de los principales medios de acu­mulación de excedentes de aquellos pue­blos. El fuego también era utilizado en la construcción de las canoas mediante el ahuecamiento del tronco de los árboles y, sobre todo, en la preparación de los campos para la agricultura.

Agricultura y actividades apropiadoras

El tránsito de una economía apropiadora a una productora de alimentos ocurre, precisamente, a partir del surgimiento y desarrollo de la agricultura y la ganadería, esta última escasamente ejemplificada en Amé­rica. La arqueología y la etnografía suministran pruebas del desarrollo de economías productoras, en culturas arqueológicas y en sociedades tradicionales que no conocieron la agricultura ni la ganadería, e igualmente la existencia de otras que conocieron una agricultura incipiente y, sin embargo, no fueron capaces de rebasar el nomadismo cíclico estacional. No obstante, no hay du­das que el carácter irreversible de la econo­mía productora de alimentos está relacionado directamente con el surgimiento de las prácticas agrícolas desarrolladas. En este sentido las comunidades neolíticas asen­tadas en Cuba habían alcanzado un nivel tecnológico que les permitía gran flexibili­dad productiva en su interrelación con el medio ambiente. Estos hombres conocían diferentes sistemas agrícolas que aplicaron de acuerdo con circunstancias ecológicas concretas.

El cultivo de roza era uno de los más simples y consistía en la tumba, roza o desforestación y quema de monte para el cultivo, y el traslado a otros territorios tras la disminución de las posibilidades productivas de las tierras. Practicaban el cultivo en terre­nos cársicos con escasa capa vegetal, limita­da a bolsones en el "diente de perro" (lapiez). El cultivo de montones, más produc­tivo que los anteriores, consistía en la erec­ción de montículos de tierra de un metro de alto con las coas o palos cavadores.[47] Los es­quejes de la yuca sembrados en la cima de los montones fructificaban en un período aproximado de nueve meses, pero estas raí­ces podían quedarse bajo tierra hasta tres años, a modo de reserva. Es de suponer que la siembra en camellones y el reposo de la tierra para su recuperación se utilizaban en los núcleos de población más antiguamente asentados. En sitios arqueológicos de Bara­coa, específicamente, se han encontrado los llamados cercados térreos o muros, que consisten en porciones de terreno apisona­do y delimitado por desniveles del propio material terrígeno. Estos han sido interpre­tados como posibles plazas ceremoniales y uno de ellos como una construcción desti­nada al embalse de agua con vistas al rega­dío.[48] Además de la yuca amarga, los aborí­genes cultivaban frijoles, ajíes, boniatos, maíz, tabaco, etcétera.

El advenimiento de la economía produc­tora ha implicado en todo el mundo, un au­mento demográfico en las poblaciones neolíticas, lo que se ha reflejado en la apari­ción de numerosos sitios arqueológicos y monumentos funerarios de esta etapa. Las Antillas no son una excepción en este as­pecto y el poblamiento por grupos agricul­tores en las centurias, previo a la llegada de los españoles, superaba con creces los asen­tamientos de las culturas anteriores. En es­te crecimiento demográfico tuvo un papel fundamental el auge alcanzado por las co­munidades neolíticas con respecto a sus predecesores mesolíticos y paleolíticos y no la búsqueda de nuevas tierras por el agota­miento del suelo.

Estudios etnográficos de grupos de cultu­ra tradicional han demostrado que el enyerbamiento de los campos que sobreviene después del desmonte y la siembra, es un problema de más difícil solución para los agricultores nómadas de Sudamérica que el agotamiento del suelo.[49] La atención de los cultivos y el deshierbe son actividades in­tensivas a las cuales a los grupos itinerantes les era difícil dedicar tiempo y fuerza de tra­bajo.

El desarrollo de las fuerzas productivas de las comunidades neolíticas de Cuba po­sibilitó la expansión a prácticamente todo tipo de medio ambiente a través del asenta­miento gradual. Las comunidades de esta etapa conocían las técnicas agrícolas antes de su llegada al archipiélago. En el momen­to de su arribo los asentamientos debieron, por lógica, estar asociados a los medios más favorables para las actividades apropiadoras —en las costas y las desembocaduras de los ríos— y la técnica usada debió ser aque­lla que les permitiera alcanzar el mejor aprovechamiento de las tierras vírgenes: el cultivo de roza. Sin embargo, el nivel de de­sarrollo de estas comunidades posibilitó el cultivo y atención oportunos de los campos y el desarrollo de una eficiente economía de emergencia: el cultivo de roza atenuado (por las actividades apropiadoras).[50] En eta­pas subsiguientes se produjo el asentamien­to hacia tierra adentro —o en general hacia las zonas más productivas desde el punto de vista agrícola— y, por tanto, se crearon las condiciones para la introducción de culti­vos más productivos, acordes con el mayor dominio del medio y con condiciones so­ciales más estables. Desde estos asenta­mientos se produjeron a su vez nuevos pro­cesos de expansión.[51] Paralelamente a estos tuvo lugar la llegada de nuevas comunida­des neolíticas procedentes de otras islas que desarrollaron su sistema de asentamiento a partir de mecanismos similares. Estos agricultores llegaron a seleccionar hasta el tipo de suelo más favorable para los cultivos, según muestran estudios realiza­dos al respecto en sitios de las provincias orientales.[52]

Las actividades apropiadoras tuvieron una importancia notable para las comunidades agricultoras como complemento de la producción agrícola. Desarrollaban la pesca en la plataforma y en los ríos y lagu­nas con la utilización de técnicas muy productivas; para ello empleaban canoas, re­des, anzuelos de concha y de espinas de pescados y la sugerente utilización del guaycán o pez pega, que parece haber teni­do un valor de señuelo mágico;[53] conocían también el uso de venenos vegetales para la captura masiva de peces en ríos y lagunas, y habían articulado complejos sistemas de cercados en las costas y desembocaduras de los ríos, para la conservación de peces y quelonios, que constituían verdaderos criaderos de diversas especies. Fueron muy comentados por los españoles a su llegada a las Antillas los criaderos de lisas o lisetas. También era utilizado el método llamado cuabear. Este consistía en la captura noc­turna de peces en los ríos mediante su encandilamiento con mechones encen­didos.

En los residuarios de estas comunidades aparecen numerosos restos de mamíferos roedores (Capromys sp.), que eran cazados con la ayuda de perros amaestrados, lo cual resultaba más productivo que los métodos usados por sus predecesores paleolíticos y mesolíticos. Todo parece indicar que junto con la domesticación del perro mudo y de las aves, también habían logrado mantener en cautiverio a las jutías. Estos métodos, en conjunto, rebasaban la esencia de las activi­dades apropiadoras. La recolección de mo­luscos marinos y terrestres con el propósito de obtener alimentos y materias primas pa­ra una parte de sus útiles de trabajo, era una actividad importante de estos grupos hu­manos. Capturaban o cazaban quelonios marinos y fluviales, el manatí, iguanas y cangrejos, entre otras especies. La recolección de raíces, frutos y otros productos vegetales debió ser igualmente intensiva, ca­paz de satisfacer muchas necesidades de su alimentación y de sus labores industriales, como la fabricación de cestas y tejidos. Las crónicas señalan que los aborígenes de Cu­ba no cultivaban el algodón, sino que lo co­lectaban de plantas silvestres.[54] Otro tanto ocurría, según los cronistas, con las frutas como la guayaba, la piña, etc. La lectura crí­tica de esos textos permite derivar que la presencia de los frutales en las áreas de asentamientos de los agricultores neolíti­cos, entre sus aldeas y sus campos de cultivo, no es un hecho casual. Por otra parte, la productividad de estas plantas —que había contribuido al desarrollo de creencias y prácticas mágico-religiosas—, como la guayaba o la güira, hace pensar que fuesen plantas domesticadas y traídas de otras tie­rras. La güira, por ejemplo, es una de las pri­meras plantas que el hombre domesticó en América para su utilización eventual como alimento o por sus propiedades medicina­les, y fundamentalmente para el empleo de su fruto en la elaboración de recipientes o como flotadores de redes. Resulta difícil aceptar que plantas de algodón silvestre fuesen lo suficientemente productivas para su utilización con vistas a la confección de tejidos. El algodón y otras fibras vegetales debieron ser también plantas domesticadas utilizadas sistemáticamente por los aborí­genes agricultores, aunque no eran cose­chadas en parcelas.

La planta del tabaco fue muy utilizada por los nativos de las Antillas. Estos fuma­ban las hojas enrolladas, posiblemente co­mo inhalación estimulante, para espantar los insectos, en sahumerios mágicos y en el rito de la Cohoba. Según los cronistas era aspirada en polvos por la nariz mediante un artefacto de madera o hueso apropiado para ello.[55]

La influencia de las comunidades aborígenes en el medio geográfico antillano fue un hecho que tuvo mayor relevancia de lo que generalmente suele atribuírsele. La ac­ción de los grupos de economía mesolítica, poseedores de una horticultura itinerante, había ejercido su influencia, aproximada­mente durante un milenio, sobre la flora del archipiélago, cuando se produjo el arri­bo de los agricultores. El cultivo de roza empleado en Cuba por comunidades mesolíticas de la fase tardía y neolíticas, así co­mo la paulatina utilización de sistemas más productivos por estos últimos, fue mode­lando el paisaje en las zonas de mayor habi­tación y desplazamiento de las comunida­des aborígenes. A tal punto llegó esa in­fluencia que parece haber incidido en el surgimiento de algunas áreas de sabanas, como consecuencia de sus actividades pro­ductivas. Numerosas plantas debieron ser introducidas por el hombre en las Antillas y específicamente en Cuba, como parte de sus conocimientos técnicos relacionados con la producción agrícola, a la par que en los mismos procesos de asentamientos debió producirse la modificación y difusión de plantas oriundas del archipiélago me­diante la selección artificial por el hombre. La toponimia y, sobre todo, la fitonimia del país, recogen numerosos términos de plan­tas de gran utilidad para la alimentación, la medicina y las labores productivas, que po­seen el sello de las culturas aborígenes que habitaron el archipiélago.

Organización social

La organización social de las comunidades neolíticas estaba basada en relaciones gentilicias de cierto nivel de desarrollo. El dinamismo de las actividades estacionales, característico de las comunidades de eco­nomía apropiadora, ha sido sustituido en esta etapa por la sedentarización de comu­nas interrelacionadas en un sistema de ex­plotación intensiva del territorio. El de­sarrollo de las fuerzas productivas en las co­munidades agricultoras posibilitó el surgi­miento de sistemas intensivos de asenta­mientos, de acuerdo con el nivel alcanzado por el proceso de expansión en determina­das regiones del archipiélago. En las cróni­cas se hallan noticias de asentamientos de grupos agricultores en distintas áreas con funciones complementarias de nuevo tipo, pero no es hasta fecha reciente que un estudio arqueológico ha abordado este proble­ma de manera integral, en un área geográfico-cultural específica de comunidades agricultoras ubicada en el centro-sur de Cuba.[56] A partir de este estudio es posible delimitar la existencia real de relaciones entre sitios arqueológicos costeros y de tie­rra adentro que constituyeron un sistema de asentamientos complejo, en una etapa del proceso de ocupación del territorio. Por él puede lograrse una aproximación a las relaciones gentilicias y de producción que ellas implican.

Un modelo mínimo del sistema de asentamientos de las comunidades neolíticas de Cuba, derivado de esos resultados, implica la existencia de un sitio (poblado) de tierra adentro —o de zonas apropiadas para la agricultura— y otros asentamientos costeros —o de alto índice de actividad apropiadora—. En cada uno de estos poblados debieron existir relaciones de prescripción matrimo­nial y prohibiciones exogámicas entre los clanes representados en cada localidad. La sedentarización provoca la convivencia clánica y, por tanto, un aumento de la impor­tancia de estas instituciones en la comunidad. Estas relaciones debieron existir tam­bién de forma generalizada entre los clanes de los diferentes poblados, es decir, no solo en aquellos clanes que detentaban la jefatu­ra del poblado, sino en todos. De esta forma se garantizaría el intercambio dinámico de materias primas y alimentos obtenidos en zonas distantes entre sí, en lo relativo al producto de las actividades apropiadoras, puesto que en cada poblado se hacía el casabe, según prueba la presencia de burenes en ellos. Esas relaciones parentales garantiza­rían, además, las prestaciones familiares de trabajo cooperativo entre los clanes o casas familiares existentes en cada poblado y los pobladores cercanos pertenecientes al mis­mo sistema de asentamientos. Entre los grupos agricultores, como se deduce de las noticias de los cronistas, existían relaciones de filiación matrilineal, pero la residencia era patrilocal. Ello entraña la presencia de formas transicionales, pues los conoci­mientos etnográficos contemporáneos plantean que la residencia patrilocal impli­ca el tránsito a la filiación patrilineal como garantía de la ostentación de las prerrogati­vas por vía masculina. En un sistema transicional como este, las prestaciones familia­res en trabajo de los jóvenes estarían deter­minadas por el reclamo de la residencia ayúnculolocal temporal de estos en el clan de la familia de la madre.[57] En los clanes pa­triarcales o en las familias extensas, los yer­nos y sus hijos o los hijos de la nuera —con la terminología que corresponda según el ca­so—, cumplen con prestaciones de trabajo, mayormente en las tareas relacionadas con las prácticas agrícolas que requieren de esa cooperación en la atención de los campos y el deshierbe, actividades fundamentales para garantizar la productividad de la cose­cha.[58]

En la etapa productora la economía estacional es superada por la vida sedentaria, pero la economía apropiadora y la misma agricultura se practica estacionalmente, conforme a las leyes de la naturaleza. En el periodo óptimo de los recursos naturales de caza, pesca y recolección, las comunas o los clanes, unidades mayores, garantizarían el desarrollo de las actividades pesqueras, cazadoras o recolectoras de acuerdo con las características de cada hábitat y conforme a la ubicación y características de sus miembros o los miembros de clanes afines. En los períodos difíciles las actividades apropiadoras diversas se mantenían en las familias que integraban los clanes. Estos debían ase­gurar la cooperación de sus miembros y pa­rientes en las actividades agrícolas funda­mentales de la comunidad, mientras que las familias garantizaban el trabajo y la cooperación de los parientes en las labores agríco­las complementarias. Los cronistas señalan que la ayuda que el labrador recibía depen­día de las posibilidades de su familia y que algo similar ocurría respecto a las activida­des apropiadoras.[59]

Existe confusión en las observaciones de los cronistas con respecto al escaso sobran­te de la producción que lograban los aborí­genes agricultores de Cuba así como sobre el poco sentido comercial de estos y, sin embargo, su dedicación del tiempo libre a "mercadear é trocar unas cosas por otras".[60] Esa supuesta contradicción demuestra que la acumulación de excedentes a nivel tribal incide en el intercambio intertribal y el in­tercambio interclánico, aunque se desarro­llan por vertientes opuestas. Por una parte existía el intercambio de excedentes entre tribus, como resultado de objetos y produc­tos ofrendados en primicias u otras fechas significativas que eran una especie de potlach,[61] por el prestigio que implicaba para el donador la cesión del objeto; y por otra, el intercambio clánico familiar que desempeñaba un papel no de trueque de sobrantes, sino de redistribución de bienes mediante el cual gran parte de los miembros de la comuna tenían acceso a un espectro de objetos y materias primas más amplio.

La tierra debió ser, como señalan las crónicas y se infiere del bajo nivel de desarrollo general de las fuerzas productivas, un bien común, aunque los clanes y las familias ostentaban ciertas prerrogativas sobre zonas o especies favorables a la apropiación y sobre un área para el cultivo de plantas. La pro­piedad de los medios de trabajo era perso­nal y en algunos casos la fabricación de es­tos y de otros bienes era un derecho clánico, familiar o de grupos de sexo. Las obligacio­nes de los familiares pertenecientes al clan o casa que sustentaba la jefatura del pobla­do, han sido generalizadas por algunos his­toriadores como relaciones tributarias a los jefes o caciques,[62] cuando debieron ser par­te de las prestaciones familiares propias de ese clan o casa, pues era una regla para to­dos los clanes o familias de la comunidad. Cada clan debió mantener relaciones de alianza matrimonial con otro u otros clanes del poblado y con clanes de otro u otros po­blados, a partir de las cuales se establecían las relaciones de obligación familiares para el intercambio de bienes y de cooperación en el trabajo; mecanismo gentilicio y comu­nal que funcionaba en condiciones simila­res para los clanes principales de los pobla­dos en lo relativo al intercambio y la coope­ración, y posiblemente en cuanto a las res­ponsabilidades comunales que se desprendían del status de jefatura y devenían víncu­los de subordinación tribal o intertribal.

Estas ideas permiten comprender más cabalmente la esencia de las "responsabili­dades sociales" a que se referían los cronis­tas para las Antillas, interpretadas por unos como elementos de una sociedad de funcio­nes y por otros como clases sociales; lo cual supondría, en ambos casos, un proceso de desintegración de las comunidades primiti­vas y la aparición de explotados y explotadores, ya fuese por vía del surgimiento de las clases o a través de la institución seño­rial; cuestiones que no concuerdan con la realidad paleoetnográfica concreta, que se infiere de las evidencias arqueológicas. Los misteriosos naborías,[63] sirvientes explotados para algunos historiadores, encuentran una explicación apropiada a partir del status personal de algunos integrantes del grupo en un sistema de obligaciones característico de la sociedad de prestigio, que estaba basado en lazos gentilicios y constituía un hecho transitorio que ocurría solo una parte del año y únicamente durante una etapa de la vida; las obligaciones familiares en forma de cooperación en el trabajo tenían lugar durante la niñez y la juventud de los miem­bros de la comuna, a través de las prestacio­nes ayúnculolocales. Con la adultez, el ma­trimonio y las nuevas responsabilidades en la división del trabajo, cesaban esas respon­sabilidades. En las obligaciones de tipo patrilocal sí estaban implicadas las prestacio­nes de individuos casados y de los hijos de estos. Otro tanto puede decirse de los baquías (guerreros), aunque el tipo de presta­ción variara de objeto, y la edad y el tiempo de su realización fuesen diferentes.

Las jefaturas comunales, asentadas sobre los lazos rigurosamente prescriptos por los vínculos gentilicios, dan la oportunidad de entender la existencia de los nitaínos y del cacique, que pueden ser analizados a partir de una realidad etnográfica comprensible. Cada clan poseía una persona o personas que detentaban la máxima autoridad, sobre la base de la consanguinidad, la edad, la ex­periencia y el prestigio, por lo que les co­rresponde, apropiadamente, una definición de status. El carácter principal de un clan o clanes en un poblado, vinculado con los de­más por lazos de alianza y consanguinidad, permitía que la autoridad fuese ejercida por un jefe o jefes. Esta se erigía en última ins­tancia sobre esos lazos. Tales mecanismos condicionaban las jefaturas de poblados y tribus y estaban sustentados también por una mitología y un ritual que los identifica­ba con las leyendas heroicas y con los ante­pasados. Los cronistas se refieren explícita­mente a este tipo de hechos:

"Porque con la continuación de tales cantos no se les olvidaban las hazañas y acaecimientos que han pasado y estos tales cantos les quedan en la memoria en lugar de libros de su acuerdo, y por esta razón recitan las genealogías de sus caciques y reyes o seño­res".[64]

Las mismas referencias de los cronistas sobre la forma en que se establecía la suce­sión de los caciques dejaban entrever una complejidad notable, vinculada con los la­zos consanguíneos y de alianza —con el pre­dominio de los primeros—, lo que se corresponde con un sistema de sucesión tradicio­nal que pretende, como propósito principal, la preservación de la organización gentilicia y, en segundo término, la conservación de la herencia en una genealogía determinada.

Tal vez los behíques o hechiceros, por sus actividades de curanderos, magos, di­rectores del ceremonial y por poseer otras facultades, así como por su presencia, prácticamente universal, en las sociedades tra­dicionales, no han sido punto focal de las discusiones sobre el carácter de los perso­najes de las comunas neolíticas antillanas; sin embargo, estos hombres detentaban su status de por vida, desempeñaban su actividad eminentemente como función social y su sucesión se realizaba por dotes o aprendizajes al margen de los vínculos de sangre. Eran, por tanto, un exponente de la trans­formación de los lazos gentilicios en las co­munidades neolíticas de Cuba.

En las observaciones realizadas por los cronistas de Indias sobre las comunidades aborígenes antillanas es posible apreciar algunos elementos que parecen indicar síntomas de desintegración en las relaciones gentilicias. Estas se refieren, fundamentalmente, a los indios agricultores del este de La Española; las menciones a categorías so­ciales en relación con Cuba son mucho más simples que para los asentamientos domi­nicanos. Los caciques de Cuba parecen ha­ber sido jefes de tribus. Quizás entre aque­llas comunidades neolíticas tardías que mantenían lazos estrechos con las de La Es­pañola, algunos de los elementos de la desintegración estuvieran presentes, pero la arqueología no autoriza, por el momento, a considerar tales datos como evidencias.[65]

Las investigaciones actuales sobre las comunidades agricultoras del archipiélago muestran algunos aspectos que sí coinciden con las noticias de las crónicas en lo relacio­nado con la división del trabajo por sexos y edades. En las actividades apropiadoras —caza y pesca— participaban los hombres; y las mujeres y niños en la recolección. Algu­nas tareas relacionadas con las labores agrí­colas eran desempeñadas por los hombres, por ejemplo: la tumba de monte, el laboreo y la siembra de los campos, mientras que las mujeres se ocupaban de las cosechas. Ta­reas intensivas que requerían de cierta par­ticipación del trabajo cooperativo de los naborías eran la tumba de monte —tala, desfo­restación y quema—, el deshierbe y otras.

La fabricación del casabe estaba en ma­nos femeninas y consistía en el rayado de la yuca, que se hacía a mano con la ayuda de los guayos; la extracción del zumo veneno­so de la yuca amarga por medio del cibucán —la masa se introducía dentro de la manga, que se comprimía con la ayuda de un adita­mento y se dejaba escurrir. Esta sustancia líquida después se cocía al fuego para eva­porar el agente tóxico y se utilizaba entonces como condimento—. Finalmente, se co­cía la masa rayada y hecha tortas, en los bu­renes de barro.

Formaban parte de las tareas femeninas, igualmente, la confección de la cerámica y de los tejidos de algodón y otras fibras vegetales. Las demás labores industriales eran desempeñadas por los hombres: elabora­ción de instrumentos de trabajo de piedra, concha, hueso y madera; tejido de las redes de pesca; la fabricación de trampas y la construcción de cercados para la conserva­ción de animales en cautiverio. La confec­ción de objetos de connotación mágico-religiosa se atribuye también a los hombres. Las actividades domésticas estaban distri­buidas de la manera siguiente: los hombres se dedicaban a la educación de los más jóve­nes en el trabajo y la guerra, mientras las mujeres adultas lo hacían en las faenas con las más jóvenes. La mujer realizaba las ta­reas más cercanas al hogar.

Las noticias de las crónicas hacen refe­rencia a la práctica de la poligamia y del ritual funerario Sati —entierro de las mujeres con el esposo—, para los caciques.[66] Esto no ha sido comprobado arqueológicamente en Cuba, y pudieron ser prácticas de las socie­dades taínas más desarrolladas del Cibao (región de La Española) donde la ascenden­cia hubiese evolucionado hacia la patrilinealidad.

La división del trabajo estaba relacionada con los clanes de casas de familias típicas de las comunidades neolíticas antillanas, pero en este nivel evolutivo de las sociedades se desarrollan instituciones desligadas de los vínculos de sangre que debieron desempe­ñar un papel muy importante en las comunidades neolíticas de Cuba,[67] aunque el he­cho no se haya investigado suficientemen­te. No obstante, en el Diario de navegación de Cristóbal Colón se recoge una noticia que parece referirse a la existencia, entre los indocubanos, de sociedades (agrupacio­nes) de hombres y mujeres. Dos españoles enviados por el Almirante al interior del país —en el norte de las actuales provincias orientales—, fueron recibidos con muestras de respeto en un poblado de aborígenes agricultores de acuerdo con sus costumbres sociales más representativas, de la manera siguiente: "...ellos todos se asentaron en el suelo en derredor de ellos (...) Después sa­liéronse los hombres y entraron las mujeres y asentáronse de la misma manera en derre­dor de ellos..."[68]

Un aspecto de sumo interés es el referido a la organización política de las comunida­des neolíticas de Cuba. El mapa de los caci­cazgos del archipiélago, elaborado en el si­glo pasado sobre la base de notas dispersas existentes en las crónicas y su relación con la toponimia regional de ascendencia aruaca, posee un valor científico relativo a la luz de los conocimientos actuales, aunque ha sido utilizado en otras épocas por los histo­riadores y aún hoy por algunos aficionados a la ciencia, dedicados a las historias loca­les. Los estudios de regiones arqueológicas en el archipiélago permiten derivar una concepción acertada sobre la organización gentilicia de las comunidades neolíticas de Cuba, la cual no es posible limitar al asenta­miento de comunidades aisladas. Las interrelaciones detectadas, pueden ser interpretadas como vínculos intercomunales no necesariamente representativos de agrupaciones confederativas. Tampoco quiere decir ello que no pudieran existir procesos de centralización capaces de determinar el surgimiento de relaciones de subordina­ción entre algunas zonas, pero esta circuns­tancia no implica la existencia de una con­federación de cacicazgos, ni la generaliza­ción de la presencia de estos en Cuba. El ni­vel de desarrollo de las fuerzas productivas de las comunidades agricultoras indocubanas, que puede inferirse de las evidencias arqueológicas, muestra rasgos culturales cuya homogeneidad y rigidez son propios de la organización gentilicia, en la etapa de apogeo de la comunidad primitiva.

Manifestaciones mágico-religiosas

Las comunidades neolíticas de Cuba te­nían creencias relacionadas con el culto a los antepasados de ascendencia gentilicia, aunque esos "parientes" no tuviesen ya, predominantemente, formas de animales.[69] El ceremonial de contenido tribal, como es el caso de los bailes o areítos que periódica­mente celebraban, no niega la esencia gen­tilicia de sus creencias, puesto que los cla­nes o gens eran las células básicas de la tri­bu en la comunidad primitiva. Pese a que en el estadio en que se encontraban los pue­blos agricultores de Cuba ya la existencia de las casas familiares parece una evidencia de la evolución de las instituciones clánicas, estas mantienen durante mucho tiem­po su influencia en muchas esferas de la vida.

Como parte de estas creencias, sus costumbres funerarias muestran entierros con ofrendas de cerámicas, restos de animales, instrumentos y abalorios, lo que prueba además su convicción de la continuidad de la vida después de la muerte. Los cadáveres aparecen en cavernas y en entierros cerca­nos a los residuarios. En ocasiones da la im­presión que los restos fueron lanzados simplemente al interior de las grutas y en otras hay evidencias de prácticas funerarias com­plejas en esos lugares. Guardaban cráneos y huesos de familiares en sus casas o los lleva­ban consigo. Los mitos señalan complica­das creencias de tipo animistas y se refieren al regreso de los muertos al mundo de los vivos transmigrados en murciélagos o en formas corpóreas, solamente identificables por la ausencia de ombligo.

Los behíques hacían prácticas adivinato­rias, de exorcismo de los espíritus y de las enfermedades. Estos individuos eran los encargados de confirmar la presencia de los espíritus que se manifestaban en objetos naturales y de construir los ídolos (cemíes) en esas ocasiones.

Los mitos que se refieren a personajes-ídolos (los cemíes), relatan que estos man­tenían una conducta humana: se acostaban con las mujeres de los caciques, temían al fuego y necesitaban alimentos —la yuca para vivir, pero también poseían aptitudes extraordinarias, por ejemplo dominaban, para bien o para mal, las fuerzas de la natu­raleza. Algunos mostraron una conducta de rechazo a la conquista española.[70] Otros mi­tos presentan a los héroes culturales —los gemelos— y el surgimiento de la humanidad, que imaginaban en forma de una emergencia del seno de la tierra. Creían, no obstante, en otras deidades de carácter más general que representaban una especie de cosmovisión del mundo. Los hombres del neolítico en Cuba enterraban piedras e ídolos para favorecer las cosechas y fabricaban muñequitas (figurinas) de barro con los ca­racteres sexuales muy marcados, posible­mente destinadas a cultos relacionados con la fertilidad.

En los poblados se celebraban ceremo­nias periódicamente, pues la vida en esa etapa de desarrollo estaba muy constreñida por los mecanismos mágico-religiosos. La ceremonia de la Cohoba, con la ingestión de polvos alucinógenos, era utilizada en las asambleas y a la hora de la toma de decisio­nes importantes para el colectivo. Los caci­ques, los principales y el behíque se senta­ban en los dujos y absorbían los polvos.

Los aborígenes neolíticos acostumbra­ban a pintarse el cuerpo con colorantes mi­nerales — ocre, rojo y amarillo— y vegetales, como la bija. Los hombres se embijaban pa­ra la guerra. En las cuevas de Cuba han sido hallados numerosos dibujos rupestres en color negro en que aparecen trazos abstrac­tos y geométricos, así como figuras huma­nas y de animales, en muchos casos referi­das al período de la conquista.

En los encuentros intertribales se ejecu­taba un ritual de recibimiento y agasajo con ingestión de alimentos, como ocurrió a la llegada de los españoles. Cada persona ves­tía determinados atuendos, y llevaba pintu­ras o abalorios de acuerdo con su status o su pertenencia clánica: naguas, brazaletes, adornos de plumas, caratonas de concha y objetos de oro, entre otros. Se celebraban juegos de pelota llamados batos con bolas de resina que saltaban de manera notable. Dos bandos, alineados frente a frente, se lanzaban la pelota tratando de impedir que cayese al suelo sin utilizar las manos. La golpeaban con la cadera, las nalgas, la espal­da, la cabeza o los pies. Este juego pudo te­ner un contenido agro-astronómico como en las culturas mesoamericanas, pero las características de los bandos de jugadores —hombres contra mujeres, casadas contra vírgenes y hombres contra hombres, posi­blemente clanes contra clanes o grupos de propósito concreto— hacen pensar, además, en una especie de juego ritual de equilibrio de los distintos componentes sociales de la tribu. En los areítos se danzaba durante ho­ras y se cantaban letanías referentes a sus hazañas y genealogías, al son de sus instru­mentos musicales,[71] a manera de un gran escape de energías sociales, con el propósi­to de apologetizar sus instituciones tribales y su ideología mágico-religiosa.

Las evidencias arqueológicas y los mitos muestran un arte enmarcado en profundos moldes mágico-religiosos, cuya ejecución parece haber estado limitada a los behíques, jefes y algunos clanes o grupos en es­pecial. Esto se expresó en los ídolos de ma­dera, concha, hueso y piedra de caracteres determinados, asociados tal vez al culto a los cemíes. Y un arte menos apegado a esos moldes rígidos, que se manifestó en las va­riadas formas geométricas con que eran de­corados los bordes de los recipientes cerá­micos, así como en las asas moldeadas e in­cisas con figuras zoomorfas y antropomor­fas.[72] Todo ello quizás como resultado del tránsito del predominio de los cultos cláni­cos a las prácticas asociadas con las nuevas formas colectivas que se gestaron en el pro­pio seno de la comunidad primitiva.

Las comunidades aborígenes de Cuba en el ambiente americano a la llegada de los europeos

Como se ha podido apreciar en el de­sarrollo del capítulo, las fases iniciales de los procesos de ocupación y asentamiento de las comunidades primitivas se relacio­nan con la división étnica y la expansión te­rritorial, y las tardías con los procesos de unificación y transculturación. Estas etapas se asocian generalmente con una concien­cia étnica caracterizada por el etnocentrismo y la agresividad en el primer caso, y por la autoconciencia erigida sobre una mayor complejidad de las relaciones gentilicias, con énfasis en la genealogía y con actitudes propicias para la convivencia pacífica, en el segundo. Las características de las fases ini­ciales de ocupación y asentamiento, condi­cionan las premisas para la utilización de armas en las acciones bélicas, debido al desarrollo de artefactos complejos como el ar­co y la flecha, las tiraderas, etcétera, propios de la economía apropiadora. Los rasgos de las fases finales, por el contrario, se caracterizan por el predominio de las actividades productoras de alimentos: la agricultura, la domesticación de animales de pequeño ta­maño —incluso en las Antillas— y las activi­dades apropiadoras sistemáticas tenían un rendimiento notable, esto contribuyó a mermar la utilización generalizada de los mencionados artefactos complejos, aunque no los desconocieran. Las diferencias su­brayadas entre las fases iniciales de expansión y asentamiento y las finales de asentamiento y unificación, se relacionan con actitudes político-étnicas correspondientes a un estadio coyuntural y no constituyen una confrontación étnico-cultural de carácter básico. Los aspectos señalados son criterios que resulta indispensable sopesar a la hora de enjuiciar objetivamente las condiciones históricas de las Antillas y de América en el período de contacto sobre la base del grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas pro­ductivas y el tipo de relaciones de produc­ción que las caracterizaron.

Al arribo de los hispanos a las Antillas las comunidades aborígenes predominantes en el archipiélago cubano eran los agricultores neolíticos de origen aruaco. Estas co­munidades, en diferentes épocas, habían iniciado procesos de asentamiento en el te­rritorio a partir de La Española y tal vez de otras islas antillanas, e incluso, en los mo­mentos finales, desde asentamientos ubica­dos en las zonas orientales de Cuba hacia las occidentales, razón por la cual se halla­ban distribuidas en distintas áreas que constituían núcleos de disímil densidad poblacional.

Sobre la base de los cálculos realizados por Juan Pérez de la Riva a partir del área de implantación[73] y la utilización crítica de los residuarios conocidos en la actualidad, es posible suponer que el monto demográfico de la población aborigen de Cuba oscilara alrededor de los 200 000 habitantes.[74]

En relación con el monto poblacional de los sitios conocidos por áreas y contrastaciones arqueológicas que pueden ser comprobadas en algunas de estas, especialmente en el centrosur de las provincias de Cienfuegos y Sancti Spíritus,[75] es posible suponer que en zonas como Banes, Jagua, quizás en Ciego de Ávila y Camagüey, y con menos probabilidad en Baracoa, el sur de las provincias orientales y en el norte de Matanzas, ocurrían procesos de unificación étnica como resultado de asentamientos antiguos. En los sitios de menor monto poblacional posiblemente tenían lugar proce­sos de asentamiento iniciales, tal vez por ello en la región del sudoeste de la isla hayan ocurrido, según las crónicas, brotes bélicos tempranos. El hecho de la rebeldía de Hatuey, supuestamente llegado hacía pocos años a Cuba, pudiera enmarcarse en un caso de inmigración y proceso inicial de asentamiento, mal interpretado a la luz de las tradiciones aborígenes.

En las provincias más occidentales son también conocidos actos de belicosidad temprana, y quizás el traslado de la villa de La Habana hacia el norte, al cual se hará re­ferencia en el capítulo II, estuvo relaciona­do con la agresividad de procesos de expan­sión tardíos que probablemente ocurrían en el sur de esta provincia, como parecen probar los sitios neolíticos que han venido descubriéndose en esta área en los últimos tiempos.

Sobre el tan comentado problema de los ciboneyes que, según los cronistas, no eran esclavos, pero debían trabajar para los taínos, es posible que se tratase de asentamientos mesolíticos que desarrollaban eco­nomías productoras y fueron integrados en procesos de unificación con los grupos aruacos por sus posibilidades internas de transculturación. No tiene sentido el subyugamiento de grupos apropiadores por los grupos neolíticos aruacos, debido al ba­jo nivel de desarrollo general de unos y otros. El contacto entre los neolíticos arua­cos y los mesolíticos en proceso de neolitización pudo tener una naturaleza agresiva en las fases iniciales de asentamiento de los aruacos y un carácter de integración posteriormente, aunque las diferencias étnicas de base pudieran determinar algunas limi­taciones en los derechos gentilicios. Por ejemplo, en la concertación de alianzas ma­trimoniales con clanes dominantes, lo que originaría cierta dependencia en ese plano, pero probablemente igualdad de deberes parentales en las prestaciones de trabajo respecto a otros clanes de poblados arua­cos, con los que sí podrían establecerse re­laciones de alianza. El nivel interno de de­sarrollo de las fuerzas productivas sería la causa última de la posibilidad de desarrollo de los procesos de transculturación.

Los grupos apropiadores que ocupaban las cayerías, el extremo occidental de la isla y otras áreas intrincadas, pudieron ser sobrevivientes de las comunidades mesolíticas o tratarse de comunidades en proceso de neolitización que habían sido empujadas hacia zonas marginales por los asentamien­tos aruacos. Las referencias históricas sobre estos grupos, tanto respecto a Cuba como al occidente de La Española, los califican de salvajes que vivían solo de actividades apropiadoras, pero estas noticias pudieron provenir de calificativos etnocentristas de los aruacos, que definían de esa manera a todo etnos ajeno al propio y supuestamente infe­rior en la escala humana.

Las evidencias arqueológicas sobre las comunidades agricultoras que habitaban en Cuba no demuestran que estas hubieran re­basado el estadio de la comunidad primiti­va, aunque, al parecer, en algunos casos existían condiciones materiales que po­drían facilitar en el futuro el proceso de des­composición de esas sociedades. Los gru­pos marginados que desarrollaban una eco­nomía apropiadora original o forzada por las emigraciones aruacas, se encontraban en una etapa de tránsito hacia la revolución agrícola, como indican las evidencias arqueológicas. En las comunidades neolíticas en que se desarrollaban procesos de unifi­cación, la reacción bélica contra la conquis­ta se produce tardíamente; tras la desestabi­lización de las sociedades gentilicias, las co­munidades en proceso de expansión contribuyen a su propio exterminio temprano a causa de su actitud beligerante. Los grupos marginados a zonas donde desarrollaban una economía apropiadora, responden a la colonización con más marginación y su hostilidad es aprovechada años después como justificación para "cazarlos" y hacerlos esclavos.

La situación de las comunidades aboríge­nes de Cuba en el momento del encuentro entre el Viejo y el Nuevo Mundo, permite tener una visión acerca de las circunstan­cias en que se desarrollan estos hechos. En las Antillas Menores, grupos neolíticos en el proceso de expansión territorial propio de las fases iniciales de asentamiento, con sus consecuencias de exacerbación de la autoconciencia étnica, mantenían una acti­tud agresiva contra las comunidades en pro­ceso de unificación, la que los enfrenta de primera mano con los europeos, a los cuales estas mismas características les facilitan so­meterlos a la esclavitud. En las Antillas Mayores y las Bahamas, al parecer, predo­minaban los procesos de unificación y, por tanto, los contactos iniciales con los hispanos, a pesar de las actitudes de descontrol de estos —hechos del Fuerte de la Navidad y la matanza de Caonao—, se desenvuelven por vías pacíficas o de poca resistencia a la desestabilización, al principio, y las actitu­des de rebeldía, como regla general, se pro­ducen posteriormente a la desestabiliza­ción de sus sociedades y organizaciones ca­cicales. En el este de La Española y el oeste de Puerto Rico los procesos de unificación habían alcanzado niveles jamás vistos en las Antillas, como señalan las crónicas y prue­ba la arqueología en general y las construc­ciones megalíticas en particular.

Las comunidades agricultoras de las An­tillas en que predominaban los procesos de unificación étnica, se hallaban aún en el régimen de la comunidad primitiva, aunque, al igual que en Cuba, en algunos casos exis­tían condiciones objetivas para el inicio de la descomposición de esa sociedad. En las mencionadas regiones de La Española y Borinquen (Puerto Rico), sin embargo, ele­mentos de descomposición se hallaban ya presentes como resultado de complejos procesos de subordinación de cacicazgos que habían logrado cierto nivel de confede­ración.

En el continente, las regiones mesoamericanas y andinas representaban el de­sarrollo de sociedades de clase erigidas so­bre procesos de centralización más comple­jos que los ocurridos en las Antillas Mayo­res. Estos implicaban grandes procesos de unificación, pero tenían un carácter pluriétnico. En México, si bien se dieron sorpresas victoriosas, como la que ocasionó la Noche Triste, y resistencias prolongadas como la de Tenochtitlán, un puñado de españoles desmembró un imperio. Los tlaxcaltecas, que luchan primero fieramente contra los soldados de Cortés, lo acompañan después en el sitio de México. En Perú, Pizarro y sus hombres se apoyan en luchas intestinas pa­ra destronar a los incas. En otras zonas de América existían comunidades neolíticas en proceso de expansión y unificación aún dentro del régimen de la comunidad primi­tiva o en procesos incipientes de desarrollo de las clases. En dependencia de estos fac­tores se producen en unos u otros casos ac­titudes de rebeldía más o menos destaca­das, más o menos tardías. Los grupos mesolíticos que se hallaban en fase de de­sarrollo de las prácticas hortícolas y, en me­nor medida, en fase apropiadora pura, se encontraban ya en situación de marginación a causa del empuje de comunidades neolíticas y sociedades clasistas, y esa mis­ma actitud es la que mantienen con el colo­nizador, hasta tal punto que constituyen el tipo de comunidad que ha pervivido en América hasta la época contemporánea en las condiciones más próximas a los mode­los ancestrales.

La resistencia a la colonización no de­pendió directamente de hechos como el ca­rácter pacífico o la destreza en las armas de determinados grupos humanos. Estos as­pectos, que sí influyeron circunstancialmente en los casos de resistencia contra los invasores, dependían de los procesos de ex­pansión y unificación y, aunque no directa­mente, del nivel de desarrollo socioeconó­mico. Las sociedades clasistas del continen­te, a pesar de su mayor desarrollo y organi­zación militar, no hacen una mayor y más prolongada resistencia a los europeos. Mu­chas veces la rebeldía de grupos de un nivel de desarrollo comunalista o de hombres desarraigados como consecuencia de la destrucción de los imperios andino y mesoamericanos, tuvo un éxito mayor en las gue­rras de resistencia contra el colonialismo.

Notas

  1. Esta cifra será la utilizada en todos los capítulos para los cálculos que la necesiten. Se incluye la cayería.
  2. Ernesto Tabío: Introducción a la arqueología de las Antillas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1988, pp. 14-24.
  3. Jorge Febles: El protoarcaico de Cuba: distribución espacial, tecnología y tipología de sus industrias de la piedra tallada. (En prensa.)
  4. Los residuarios protoarcaicos descubiertos y estudiados en las cuencas mencionadas son 52. Los hallazgos aislados de estos cazadores en otros territorios de Cuba son esporádicos y los constituyen medios de trabajo de piedra tallada: una gran punta de sílex de 18 centímetros de longitud en el sitio mesolítico playa de Damajayabo, sur de Santiago de Cuba, y un buril de una sola cicatriz en el residuario mesolítico de cueva Funche, en la península de Guanahacabibes. Estos elementos aislados no significan necesariamente un contacto, ya que pueden haber sido recogidos por otros aborígenes en épocas posteriores para reutilizarlos.
  5. Es muy poco lo llegado a nosotros de estas comunidades cazadoras, a pesar de exploraciones sistemáticas y excavaciones rigurosamente controladas, así como un trabajo cuidadoso de laboratorio. Solamente en tres residuarios se han descubierto restos dietarios, pero en todos (52) están presentes las herramientas de pie­dra tallada, las cuales se cuentan por miles. Por los métodos de tecnología y tipología estadística, y traceología experimental se han podido hacer recons­trucciones del proceso productivo con la determina­ción de los tipos de herramientas y sus funciones.
  6. Solamente en el residuario farallones de Seboruco han sido hallados restos humanos del protoarcaico, pero en cantidad limitada. Los fechados absolutos de los restos se corresponden con los finales de la fase media (5000-3000 a.n.e).
  7. El término herramientas empleado aquí, es una deno­inación genérica usada por los arqueólogos mundialmente para designar los medios de trabajo de sílex, otras rocas, concha, hueso, hasta madera en los casos de artefactos complejos como los perforadores de arcos y otros. Se les llama tools en inglés; outilsn en francés; orudia en ruso, etcétera. También para denominar los tipos específicos de me­dios de trabajo de los aborígenes, se usan convencionalmente nombres de las herramientas actuales, como buriles, cuchillos, taladros, raederas, azuelas, ha­chas, y otras.
  8. Las herramientas fundamentales de los cazadores paleolíticos eran: raspadores en lascas gruesas; grandes láminas y cuchillos retocados; muescas clactonienses; grandes y variadas puntas de proyectil (de lanza y de dardo, ya sean de penetración o de impacto); gran­des herramientas en lascas, principalmente las tajade­ras; lascas con muescas clactonienses, todas las herramientas de núcleo y las cuñas o piezas esquiriadas, es­tas últimas masivas. Las espigas más usuales de las puntas de proyectil son: aquellas poco destacadas por retoques abruptos o semiabruptos en uno o dos bor­des junto a la base; aquellas con retoque semiaplanado ventral, y las que poseen grandes muescas en uno o dos bordes y lascados profundos en la superficie dor­sal junto a la base. Los percutores especializados para la talla de herramientas masivas son de dos tipos fun­damentales: cilindroides y cubiformes, ambos ligera­mente aplanados y con pesos que van de 1 a 2 kilogramos y de 2 a 4 kilogramos, que utilizaban generalmen­te por un solo lado y un solo extremo aunque hay ex­cepciones que tienen huellas de percusión longitudi­nales en los dos lados.
  9. En la cuenca del Mayarí, sobre todo en la margen izquierda (oeste), hay cientos de miles de guijarros y cantos rodados de silicita tipo Mayarí de variadas dimensiones y formas, corteza carmelita o roja con to­nos variados de estos colores. Sus propiedades los ha­cen particularmente diferente de otras variedades de sílex del propio territorio insular, de América, de Eurasia, es decir que no facilita retoques superficiales fi­nos como en las puntas foliáceas de Norteamérica (Clovis, Folsom, Sandia), ni un lascado regular en muchos casos.
  10. Febles y Rives han descubierto y comprobado que las puntas de lanza y dardo de penetración de los caza­dores protoarcaicos son más abundantes en los resi­duarios cercanos a la costa, mientras que las de impac­to son más frecuentes en los de tierra adentro. Véase: Jorge Febles y Alexis Rives: "Las puntas de lanza y de dardo del protoarcaico de Cuba. Funcionalidad y dis­tribución espacial". (En prensa.)
  11. Estudios estadísticos mediante métodos computarizados realizados en yacimientos arqueológicos de grupos cazadores han permitido comprobar que sitios de características y dimensiones variadas se repiten en tramos consecutivos del curso del río Mayarí. Ade­más, un estudio de las terrazas en que se encuentran ubicados esos residuarios permite suponer que sean isócronos. Jorge Febles, Alexis Rives y Frank García: Atlas arqueológico: estudio histórico-social de las co­munidades protoarcaicas en la provincia de Holguín. (En prensa.)
  12. La residencia matrilocal supone la convivencia de marido, mujer y descendientes por línea materna y es­tá relacionada con actividades apropiadoras combina­das. Caza y pesca con hombres y recolección con mu­jer, o bien actividades apropiadoras con hombre y ac­tividades agrícolas con mujer. Véase: Robín Fox: Sis­temas de parentesco y matrimonio. Alianza, Madrid, 1972, p. 80. En la convivencia clánica tiene aún máximas posibilidades de expresión. Está relacionada con la filiación matrilineal. Se plantea que los grupos cazadores en gran escala poseen una residencia patrilocal, lo cual supone una descendencia patrilineal. Esto último es discutible pues en las comunidades históricas que nos muestra la arqueología la convivencia neolocal puede confundirse con la residencia patrilocal. Además, por las características de las comunidades protoarcaicas de Cuba —conjuntos poco numerosos y economía ca­zadora atenuada— no parece la solución más adecua­da.
  13. El arcaico es el nombre genérico dado en Cuba a las comunidades aborígenes preagroalfareras con una economía basada fundamentalmente en la pesca y la recolección (mesolíticas). Las denominaciones em­pleadas han sido: ciboney, en 1921 y 1942; auanabey (temprano) y guanajatabey (tardío), en 1943; guanahatabey (temprano) y ciboney (tardío), en 1945 y 1963; complejo I (temprano) y complejo II (tardío), en 1951; ciboney Guayabo Blanco (temprano) y ciboney Cayo Redondo (tardío), en 1966; preagroalfarero, en 1979; cultura de cuevas Funche; cultura Cayo Redondo; complejo Canímar-Aguas Verdes; industria de El Carnero; industria del Guayabo Blanco, en 1975.
  14. En la costa nordeste de Venezuela se han encontrado artefactos de las industrias de la concha similares a los de comunidades mesolíticas tempranas de Cuba, en­tre ellos: gubias (artefacto diagnóstico), vasijas, marti­llos, cuentas. Los residuarios presentan una cronolo­gía de tres y cinco milenios atrás; estos elementos son únicos en las Antillas Mayores.
  15. Los mayores residuarios excavados se encuentran en el valle de San Juan, Pinar del Río, con 50 metros de longitud en el eje mayor de la elipse; los de cueva Fun­che y cueva de la Pintura, ambos en la península de Guanahacabibes, con 40 y 50 metros respectivamente; cueva La Tomasa en la costa norte de La Habana, con 40 metros.
  16. Las exploraciones y excavaciones realizadas en Haití desde finales de la década del 30 por investigadores norteamericanos, como F. Rainey (1941) e I. Rouse (1941), muestran muchos elementos del patrón habitacional —asentamientos en manglares y zonas pantanosas— y de las fuerzas productivas —medios de traba­jo de piedra tallada, piedra pulimentada como artefac­tos superestructurales y una industria de la concha con artefactos elaborados con la concha de los gran­des moluscos univalvos—de las comunidades mesolí­ticas de Cuba. No hay otros lugares en el Caribe con piezas diagnósticas típicas del mesolítico como las de Cuba.
  17. El descubrimiento, en la década de 1960, del sitio arqueológico Arroyo del Palo, en Mayarí, Holguín centró el interés de arqueólogos e historiadores sobre la aparición de evidencias cerámicas en contextos arqueológicos preagroalfareros. El caso fue apreciado como una cultura diferente de las conocidas, pues la cerámica de dimensiones pequeñas y comparable con los estilos meillacoide u ostionoide se presentaba sin burenes en aquel lugar y en otro sitio ubicado en la localidad de Mejías, en el municipio de Cueto. Ernesto Tabío y Estrella Rey: Prehistoria de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1979, pp. 102-104. La ausencia de este artefacto relacionado directamente con el cultivo y procesamiento de la variedad amarga de la yuca, provocó la duda acerca del carácter agricultor de este grupo humano, aunque se consideró la posibilidad de prácticas agrícolas que no estuvieran relacionadas con el procesamiento industrial del casabe en los últimos estratos de los asentamientos. Estos ceramios carecían o poseían pocos motivos de orna­mentación, muy simples, y tampoco aparecían asocia­dos con burenes. A partir de la década de 1970, con los trabajos del arqueólogo cubano Jorge Febles ("Estudio comparativo de los artefactos de piedra tallada de los sitios arqueológicos Aguas Verdes, Baracoa y Playitas, Matanzas, Cuba", 1979) se comprobó la existencia de ajuares de sílex de características particula­res en los residuarios mencionados. Se trata de una in­dustria de piedra tallada de dimensiones microlíticas y características específicas en cuanto a la técnica de talla y a la frecuencia de aparición de los tipos de artefactos.
  18. Los trabajos del arqueólogo cubano Ramón Dacal: Artefactos de concha en las comunidades aborigénes cubanas. Museo Antropológico Montané, Universidad de La Habana, 1978, demuestran evidentemente la diversidad de medios de trabajo de las industrias de la concha de las comunidades aborígenes de Cuba.
  19. Artefacto de concha usado para cavar la tierra, sacar raíces y desbastar madera, entre otras funciones. Se elabora a partir de la última vuelta de la columela con el canal basal y posee en el borde de trabajo un filo biselado cóncavo.
  20. Las industrias de Guayabo Blanco y de cueva Funche, señaladas por Kozlowski, son un ejemplo del poco desarrollo en estos medios de trabajo de los mesolíticos tempranos del archipiélago cubano. Janusz K. Kozlowski: Las industrias de la piedra tallada de Cuba en el contexto del Caribe. Serie Arqueológica, No. 5, Academia de Ciencias de Cuba, La Habana, 1975, p. 4.
  21. Las industrias de la piedra tallada de estas comunidades, como por ejemplo: Victoria 1, sur de Camagüey, El Mango (por sinonimia playa del Mango). El Carnero, Jutía, entre otros, indican la evolución positiva que alcanzaron en la fase media los mesolíticos.
  22. Las esferolitias, gladiolitos, discos líticos con perforación bicónica central, y las piedras acorazonadas son un ejemplo notable en el arte de dar forma a las piedras. Estos elementos han sido exhumados indistintamente en todos los sitios mesolíticos medios (sitios habitacionales o enterrorios) del archipiélago cubano. Hasta el momento no han sido descubiertos en otras áreas del Caribe, con excepción de Haití, en La Española.
  23. Esto ha hecho pensar que los sitios con ajuar, esencialmente de concha, son más tempranos que aquellos en que predomina la piedra modificada, o que am­bos casos sean diferentes modalidades de una misma cultura arqueológica asociada a distintos medios ambientes. En atención a los fechados existentes sobre los asentamientos mesolíticos y la correlación estratigráfica de varios casos, es necesario aceptar aún la su­cesión cronológica señalada sobre los tipos de ajuares con una y otra característica.
  24. Reciben este nombre por su forma, similar al pétalo de una flor.
  25. Pedro Godo: Industria de la concha y de la piedra no lascada del sitio arqueológico mesolítico Victoria I, sur de Camagüey. Editorial Academia, La Habana, 1988 y J. Febles: Ob. cit., p. 26.
  26. Aida Martínez: Prospección arqueológica inicial de la costa nororiental de La Habana. Consideraciones generales. Reporte de Investigación No. 5. Instituto de Cien­cias Sociales, 1986.
  27. René Herrera Fritot: Exploración arqueológica inicial en cayo Jorajuría. Matanzas. Academia de Ciencias de Cuba. Departamento de Antropología, La Habana, 1970, p. 4, y A. Martínez: Ob. cit.
  28. Josefina Ortega: "Canoa monoxila aborigen encontrada en el sitio arqueológico cayo Jorajuria, Matan­zas", p. 10.
  29. A. P. Córdova y Oscar Arredondo: "Análisis de restos dietarios del sitio arqueológico El Mango, Río Cauto, Granma". Anuario de Arqueología. Centro de Arqueología y Etnología, 1988, pp. 111-132.
  30. Neolocal: de la pareja que constituye un nuevo grupo residencial. R. Fox: Ob. Cit., p. 80.
  31. Véase: Enrique Alonso e Hilario Carmenate: Censo arqueológico de Pinar del Río. Academia de Ciencias de Pinar del Río, 1986, p. 25.
  32. Las manifestaciones pictóricas de estos hombres en las cuevas de Punta del Este, en la Isla de la Juventud, son una expresión artística que no coincide con la lógica formal del desarrollo del arte en los mesolíticos tempranos. Una de las cuevas tiene más de 100 pictogramas con motivos abstractos complejos en colores rojo y negro, basados en círculos concéntricos de co­lor rojo en unos casos y alternos rojos y negros en otros. El motivo central es de un metro de diámetro compuesto con círculos perfectos de color rojo y ne­gro alternos: en su parte inferior hay otros círculos pe­queños y flechas que indican hacia el este.
  33. Aida Martínez: Ob. cit., p. 40.
  34. Fernando Ortiz supuso a las esferolitias una connotación animista, por la relación de las dimensiones de estos arqueolitos con las edades de los cadáveres con que aparecen asociadas. F. Ortiz: Las cuatro culturas indias de Cuba. Publicaciones del Instituto lnteramericano de Historia Municipal e Institucional, La Habana, 1943.
  35. La serie cerámica más temprana que aparece en las Antillas es la salacoide, originaria del sitio Saladero en las márgenes del Orinoco; es delgada, con boles en forma de campana invertida y diseños blancos sobre rojo. Otra serie temprana es la barrancoide, gruesa, con boles de paredes verticales y diseños modelados incisos. Estos aspectos van a reflejarse en los estilos posteriores. Alrededor de los años 500 y 1000 d.n.e. se observa una variante de la serie salacoide en Puerto Rico, es la serie ostionoide, que se extiende a las de­más Antillas Mayores. Casi simultáneamente co­mienza a producirse la serie cerámica meillacoide en la zona oriental de La Española; presenta una superfi­cie áspera con incisiones geométricas y asas aplicadas. Tiene una influencia temprana en Cuba, en el sitio Arroyo del Palo, Mayarí, Holguín, una localidad mesolítica tardía. Esta y otra serie que surge también en la parte oriental de La Española, la chicoide conti­núan la tradición salacoide-ostionoide. La serie chi­coide se basa en las asas modeladas incisas y la decora­ción sobre la base de la incisión y diseños semejantes a la barrancoide. Este estilo se produce aproximada­mente en el año 1000 d.n.e. Se considera que su in­fluencia en Cuba se manifiesta fundamentalmente en la zona más oriental de la isla, y coincide con los asentamientos de mayor desarrollo cultural de las comunidades agricultoras. En Cuba, las series originales se desarrollan en lo que se consideró hace algunas décadas los estilos Baní y Pueblo Viejo, identificados más tarde con las culturas Subtaína y Taina respectivamente, se reconocen en la actualidad diversas variantes culturales sobre las cua­les existen criterios divergentes. Ramón Dacal y Ma­nuel Rivero de la Calle: Arqueología aborigen de Cuba. Editorial Gente Nueva, La Habana, 1986, pp. 135-138; E. Tabío: Ob. cit., pp. 53-57. Para algunos arqueólogos la serie ostionoide, de acuerdo con recientes investigaciones, no se trata de una variante salacoide, sino de un desarrollo agroalfarero antillano. Luis Chanlatte: "Cultura ostionoide: un desarrollo agroalfarero antillano".
  36. E. Tabío: Arqueología, agricultura aborigen antillana. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989, p. 67.
  37. R. Dacal y M. Rivero de la Calle: Ob. cit., pp. 153-154.
  38. Juan Jardines y Elena Guarch: "Los poblados aborígenes agroalfareros cubanos. Sus características forma­les y construcción", Revista de Historia No. 3, Año 2. Sección de Investigaciones Históricas del PCC. Provincia de Holguín, 1987, pp. 51-58.
  39. R. Dacal y M. Rivero de la Calle: Ob. cit., pp. 124-126.
  40. Ibídem. El tipo de deformación utilizada ha sido denominada fronto-occipital tabular-oblicua.
  41. Sergio Valdés Bernal: Visión lingüística de las Antillas y las Lucayas en tiempo de la conquista europea. Anuario de Literatura y Lingüistica, No. 17, (s.f.), p. 35.
  42. Tómanse como ejemplo los instrumentos naturales que constituían los guijarros colectados en el lecho de los ríos y utilizados como percutores, majadores o pu­lidores, que tenían como función principal, en los si­tios de economía paleolítica, la labor de talla de los artefactos de sílex. En los sitios mesolíticos la labor de maceración de productos vegetales y en los sitios neolíticos una labor esencialmente de mantenimiento —elaboración de materias primas— asociadas a la confección de útiles de concha, de sílex y de rocas básicas, mediante las técnicas de talla, desmenuzamiento en fragmentos y la pulimentación. Véase: Alexis Rives y Lourdes Domínguez: Ajuares líticos de las comunidades agroalfareras del sur de las provincias de Cienfuegos y Sancti Spíritus. (Inédito.)
  43. Fray Bartolomé de las Casas: Apologética historia. En: Historia de las Indias. Imprenta M. Ginertá, Ma­drid, 1876, t. V, pp. 493-494.
  44. J. Jardines y E. Guarch: Ob. cit., p. 8.
  45. Los guanines eran adornos de oro que usaban los caciques y personas principales. Se fabricaban machacando el oro en láminas en aleación con otros materiales. Las referencias de los cronistas acerca de la existencia de objetos de oro entre los aborígenes había sido estimada dudosa por los arqueólogos, hasta la aparición de algunas piezas de ese material en el área de las Antillas. En Cuba, el hallazgo de un ídolo de oro en la localidad de Banes, provincia de Holguín, durante la época prerrevolucionaria, suscitó diversas opiniones de arqueólogos e historiadores, hasta que se argumentó que la pieza era oriunda de Colombia y que estaba confeccionada con una técnica desconocida en las Antillas: la cera perdida. Véase: Manuel Rivero de la Calle: Las culturas aborígenes de Cuba. El reciente descubrimiento de un gran cementerio aborigen en la localidad de Chorro de Maíta, en Holguín, y la aparición en él de varias piezas de oro ha reabierto la discusión. J. M. Guarch y otros: "Investigaciones preliminares en el sitio Chorro de Maíta". Revista de Ciencias Sociales, pp. 51-58.
  46. Técnica de elaboración de ceramios mediante la superposición de tiras de barro.
  47. E. Tabío: Ob. cit., p. 52.
  48. J. M. Guarch: El Taíno de Cuba. Ensayo de reconstrucción etnohistórica. Academia de Ciencias de Cuba, La Habana, 1978, p. 45.
  49. Gustavo Triana: Los puinales del Inirida. Instituto de Ciencias Naturales, Bogotá, 1985, pp. 47-60.
  50. Estudios de seriación de materiales arqueológicos en Santo Domingo demostraron que comunidades neolíticas con una agricultura desarrollada al emigrar a una nueva área habían adoptado una economía apropiada más intensiva, posiblemente como contrapartida del cultivo de roza. Marcio Veloz: "Medio ambien­te y adaptación humana en la prehistoria de Santo Domingo". Universidad Autónoma de Santo Domingo, República Dominicana, colección Historia y Sociedad, Vol. 2, 1976, p. 35. Este debe haber constituido un procedimiento de los grupos agricultores.
  51. La seriación cerámica de un número considerable de sitios arqueológicos ubicados en las actuales provincias de Guantánamo, Holguín y Las Tunas mostró un movimiento espacial de las comunidades hacia el oeste, que debió constituir un proceso de expansión de los grupos agricultores en esa dirección. Nilecta Castellanos y Milton Pino: "Estudios histórico-sociales de las comunidades aborígenes del norte de las provincias de Holguín, Guantánamo y Las Tunas". (Manuscrito.)
  52. J. M. Guarch: "Influencia de los factores del suelo y la vegetación sobre el desarrollo de la agricultura de los aborígenes de Cuba". (En ruso.) Editorial Nauka, Novosibirsk, 1966, pp. 57-66.
  53. A. Rives: "Los caracaracoles: base material y superestructura en la mitología indo-antillana". Instituto de Ciencias Históricas, Academia de Ciencias, La Habana, 1986.
  54. Cristóbal Colón: Diario de Navegación. Comisión Cubana de la UNESCO, La Habana, 1961, p. 59.
  55. Estudios paleoetnográficos relativamente recientes han logrado un concenso entre los arqueólogos antillanos acerca de que la planta utilizada por los grupos agricultores de las Antillas en el rito de la Cohoba fue realmente la Pitademia peregrinma, de gran poder alucinógeno, y no precisamente el tabaco, aunque algunos piensan que pudiera haberse utilizado mezclado con esta. Mas, en uno como en otro caso, debió tratar­se de plantas domesticadas por el hombre y traidas por este a las Antillas. Ambas plantas son oriundas de Sudamérica.
  56. Los estudios permitieron comprobar la existencia de una unidad estilística arqueológica, en los planos cronológico y corológico, entre asentamientos costeros y de tierra adentro; tendencia estilística que se mani­fiesta especialmente en los ajuares cerámicos, líticos y de concha, y expresa un desarrollo artístico determi­nado, pero que se manifiesta muy apegado a los rígi­dos moldes tradicionales. Los trabajos arqueológicos posibilitaron comprobar también la existencia de un intercambio de materias primas y productos de las actividades apropiadoras y productivas entre las áreas. Diferentes intensidades de la producción agrícola entre asentamientos fue posible conocerlas gracias al estudio de los burenes —número y dimensiones—. El estudio de estos y de los demás recipientes cerámicos permitió una aproxi­mación a la complejidad gentilicia de unos y otros asentamientos. Otros registros arqueológicos permi­tieron hallar diferencias significativas dentro de los poblados o aldeas. Tales inferencias arqueológicas, a partir de las evidencias materiales y los hábitats, dan la posibilidad de postular en el seno de estas comuni­dades neolíticas la existencia de relaciones inter e intracomunales que puedan ser interpretadas como un sistema de asentamientos de cierta complejidad. L. Domínguez: "Estudio histórico-social de las comu­nidades aborígenes agroalfareras del centro-sur de Cuba". (En prensa.)
  57. Ayúnculolocal: la regla de residencia por la cual un muchacho debe volver al poblado del hermano de la madre. R. Fox: Ob. cit., p. 100.
  58. Ibídem, pp. 91-112.
  59. María Nelsa Trincado: Introducción a la protohistoria de Cuba. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1984, pp. 18-19.
  60. Gonzalo Fernández de Oviedo: Historia general y natural de las Indias. Editorial Guadarrama, Asunción del Paraguay, 1944, t. 1, p. 252.
  61. El potlach es una especie de fiesta periódica de los indios de la costa oeste de Norteamérica, en la que se es­tablecen cambios y se hacen donaciones de bienes sobre la base de la reciprocidad, los status, etc. C. Cone: Guía para el estudio de la antropología cultural. Fondo de Cultura Económica, México, 1977, pp. 104-107. Se hace una inferencia sobre los taínos acerca de la forma de la entrega del excedente de la producción para el intercambio comunal que no debió estar regido por la coacción o el interés.
  62. Francisco Moscoso: Tribu y clases sociales en el Cari­be antiguo. Universidad Central del Este, República Dominicana, 1986, pp. 383 y ss.
  63. Las referencias de los naborías, controvertibles en extremo, los tachan de sirvientes en La Española por haber "presentado los platos" en las comidas que los jefes ofrecían a los españoles, cuando ello podría caber perfectamente dentro de la cooperación familiar. En Cuba se les ha asociado con una supuesta esclavitud o servidumbre de los ciboneyes a los taínos. Este caso, que debe reflejar algún hecho histórico cierto, pro­ducto del contacto entre las comunidades neolíticas y mesolíticas, debió tratarse primero, en el caso de tener cierta magnitud, de una subordinación comunal paralela a un fenómeno de transculturación que sería analizable dentro de los posibles procesos de centralización que pudieron haber ocurrido en el archipiélago; y segundo, de una captura por guerras que, dado el nivel de las fuerzas productivas y la orga­nización gentilicia, puede ser asimilado como un sta­tus excepción I en dicha organización —incluso tal vez de las prestaciones de trabajo cooperativo propias de los naborías—, pero sin afectar necesariamente la esencia de esta.
  64. G. Fernández de Oviedo: Ob. cit., p. 233.
  65. Ibídem, pp. 342 y ss.
  66. M. N. Trincado: Ob. cit., p. 56.
  67. E. Tabío y E. Rey: Prehistoria de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1979, p. 164.
  68. Cristóbal Colón: Ob. cit., p. 84.
  69. En materiales líticos, de concha, hueso y madera, las comunidades fabricaron un número notable de objetos de uso personal y social, de contenido mágico-re­ligioso, en que se destaca la figura humana o elementos relacionados con esta; rasgos vinculados probablemente con el período en que se encontraban aque­llas sociedades: la revolución neolítica, como reflejo del aumento del control del hombre sobre los recursos alimenticios.
  70. José Juan Arrom: Mitología y artes prehispánicas de las Antillas. Editorial Siglo XX, México, 1975, p. 41.
  71. En los mencionados areítos se utilizarían instrumentos musicales de percusión como el tambor mayohuacán —elaborado con un tronco de árbol ahuecado—, las olivas sonoras, las maracas —de madera o güira—, instrumentos de viento como la flauta y otros; es de suponer que los areítos estuvieran acompañados por una música similar a la de los grupos actuales de arua­cos sudamericanos.
  72. R. Dacal y L. Domínguez: "El arle agroalfarero de Cuba". Revolución y Cultura. No. 4, La Habana, 1988, pp. 32-37.
  73. Juan Pérez de la Riva: "Desaparición de la población indígena cubana", p. 67.
  74. Estos cálculos son preliminares y aproximativos. La culminación del censo arqueológico y el atlas arqueológico nacional, en los quinquenios 1991-1995 y 1996-2000, respectivamente, permitirá una aproxima­ción más objetiva a este problema.
  75. L. Domínguez: "Arqueología del centro-sur de Cuba". (En prensa.)