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Diferencia entre revisiones de «Biblioteca:Historia de Cuba. Nivel Medio Superior/Capítulo 2: Las luchas contra el dominio colonial español (1868-1898)»

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b) Al evocar una causa fundamental que llevó al fracaso a la Guerra de los Diez Años, dijo: "Porque nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos".
b) Al evocar una causa fundamental que llevó al fracaso a la Guerra de los Diez Años, dijo: "Porque nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos".


c) Y como tarea imprescindible de los preparativos de la lucha revolucionaria que se avecinaba dejó bien claro que había que “ir poniendo en la mano tal firmeza que no volvamos a dejar caer la espada".
c) Y como tarea imprescindible de los preparativos de la lucha revolucionaria que se avecinaba dejó bien claro que había que "ir poniendo en la mano tal firmeza que no volvamos a dejar caer la espada".


A partir de los conocimientos estudiados en tu libro de texto, argumenta con dos elementos probatorios cada una de estas tres ideas contenidas en los incisos a, b y c.
A partir de los conocimientos estudiados en tu libro de texto, argumenta con dos elementos probatorios cada una de estas tres ideas contenidas en los incisos a, b y c.


'''3.''' En su digno escrito “Vindicación de Cuba” (1889), José Martí expresó:<blockquote>"[...] estamos atravesando aquel período de reposo turbulento, lleno de gérmenes de revuelta".</blockquote>Escribe tus comentarios sobre esta afirmación.
'''3.''' En su digno escrito "Vindicación de Cuba" (1889), José Martí expresó:<blockquote>"[...] estamos atravesando aquel período de reposo turbulento, lleno de gérmenes de revuelta".</blockquote>Escribe tus comentarios sobre esta afirmación.


'''4.''' Escribe un párrafo en el que valores la justeza histórica y la significación que para la unidad revolucionaria tienen los juicios martianos sobre los hombres del 68 contenidos en el discurso del Apóstol el 10 de octubre de 1891:<blockquote>[...] Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre, y se trocaron en padres de nuestro pueblo [...] aquéllos son carne nuestra, y entrañas y orgullo nuestros, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón, y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia, y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencia y ternura. ¡Y todo el que sirvió, es sagrado! [...] ¡A todos los valientes, salud, y salud cien veces, aunque se hayan empequeñecido o equivocado! [...] Amamos, con todos sus pecados posibles, a los que, en la hora de arriesgarse o de temer, se fueron tras el honor, yarey al aire.</blockquote>'''5.''' Elabora una llave cuyo título sea: Elementos que evidencian la labor organizativa e ideológica desarrollada por José Martí para la preparación de la Revolución de 1895.
'''4.''' Escribe un párrafo en el que valores la justeza histórica y la significación que para la unidad revolucionaria tienen los juicios martianos sobre los hombres del 68 contenidos en el discurso del Apóstol el 10 de octubre de 1891:<blockquote>[...] Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre, y se trocaron en padres de nuestro pueblo [...] aquéllos son carne nuestra, y entrañas y orgullo nuestros, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón, y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia, y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencia y ternura. ¡Y todo el que sirvió, es sagrado! [...] ¡A todos los valientes, salud, y salud cien veces, aunque se hayan empequeñecido o equivocado! [...] Amamos, con todos sus pecados posibles, a los que, en la hora de arriesgarse o de temer, se fueron tras el honor, yarey al aire.</blockquote>'''5.''' Elabora una llave cuyo título sea: Elementos que evidencian la labor organizativa e ideológica desarrollada por José Martí para la preparación de la Revolución de 1895.
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'''11.''' Redacta un breve texto a partir de la siguiente idea de José Martí expresada en su memorable trabajo sobre el maestro Manuel Barranco:<blockquote>"[...] vino la tregua necesaria, para que la libertad fatigada recobrase las fuerzas [...]"</blockquote>'''12.''' ¿Por qué al período 1878-1895 se le denomina, tregua fecunda y también reposo turbulento? Utiliza tres elementos probatorios en tu explicación.
'''11.''' Redacta un breve texto a partir de la siguiente idea de José Martí expresada en su memorable trabajo sobre el maestro Manuel Barranco:<blockquote>"[...] vino la tregua necesaria, para que la libertad fatigada recobrase las fuerzas [...]"</blockquote>'''12.''' ¿Por qué al período 1878-1895 se le denomina, tregua fecunda y también reposo turbulento? Utiliza tres elementos probatorios en tu explicación.
=== 2.3 La Revolución de 1895 ===
==== 2.3.1 El reinicio de la lucha por la liberación nacional. Organización civil y militar ====
La ardua tarea de José Martí para anudar la unidad revolucionaria dentro de los viejos combatientes de guerras anteriores comenzó a dar sus frutos a través del Partido Revolucionario Cubano. De ahí que el Maestro, de común acuerdo con el ''Generalísimo'', Máximo Gómez, iniciase en la segunda mitad de 1894 la organización definitiva de la lucha anticolonial. Las concepciones de ambos se pueden resumir, de manera sencilla, como sigue a continuación: el plan de alzamiento implicaba la conjunción de factores internos y de factores externos. Por factores internos debe entenderse levantamientos armados simultáneos en la mayor cantidad de lugares posibles; un exhaustivo análisis de las condiciones existentes en Cuba demostró que esto era factible en las provincias de La Habana, Matanzas, Las Villas y Oriente. El factor externo debe interpretarse en el sentido de enviar a la Isla tres expediciones simultáneas, que trajesen a ella los jefes militares principales, a la par que reforzasen los alzamientos ya señalados. La guerra se extendería a Camagüey y Pinar del Río con la mayor celeridad posible.
Como se ha explicado, a pesar del secreto en que dicho plan trató de mantenerse, el incorrecto proceder de uno de los comprometidos hizo que las autoridades estadounidenses se enterasen del mismo, y apoyando plenamente a España se incautasen de los barcos, del armamento y de los recursos militares acopiados con tanto esfuerzo, en enero de 1895. Martí, con su energía característica, no se desesperó, y autorizó, como delegado del PRC, el inicio de la revolución cubana en el mes de febrero. Esto se plasmó en la Orden de Alzamiento firmada por él, por el coronel José María Rodríguez (Mayía) a nombre de Máximo Gómez y por el comandante Enrique Collazo, representante de los mambises en Cuba, el 29 de enero de 1895. Los futuros insurrectos en la Isla, merced a las consultas hechas por Juan Gualberto Gómez, acordaron la fecha del 24 de febrero como inicio de la insurrección armada. "[...] la emigración entusiasta y compacta tiene hoy la voluntad y capacidad de contribuir a que la guerra sea activa y breve",<ref>José Martí: "Orden de Alzamiento", ''Obras Escogidas en tres tomos'', t. III, pp. 470-472.</ref> escribiría el Apóstol en la orden de alzamiento.
El inicio del combate en Cuba tampoco se comportó como fue organizado. El jefe del alzamiento en La Habana, Julio Sanguily, fue sorprendido por el gobierno español el día 24 y cayó preso. Juan Gualberto Gómez, alzado en Ibarra, zona matancera, fue víctima de una desconexión que impidió apoyarlo, por lo que debió presentarse a las autoridades colonialistas, que lo enviaron a los presidios españoles africanos. Francisco Carrillo, en Las Villas, no se levantó en armas esperando la orden específica de Máximo Gómez. En Oriente, sin embargo, los alzamientos fueron múltiples, divididos en dos grandes grupos, uno en la zona más oriental bajo la dirección suprema de Guillermo Moncada y con varios jefes regionales, y otro en la parte occidental, animado por Bartolomé Masó. Lugares como La Lombriz, La Confianza, El Cobre, El Caney, Hatibonico, Jiguaní y Calicito, se convirtieron en nombres famosos. El levantamiento más conocido dio su nombre a la gloriosa fecha: "Grito de Baire". Pocos días después, el general Moncada, gravemente enfermo de tuberculosis, fallecería en la manigua.
Como toda revolución anticolonialista, la cubana estuvo conformada por un gran frente patriótico integrado por muy diversas clases y sectores sociales, de los cuales eran fundamentales los campesinos (blancos y negros), la pequeña burguesía urbana y rural, y los intelectuales revolucionarios. En la emigración, desempeñaron un papel fundamental los obreros. Ni la burguesía productora para la exportación o para el mercado interno, ni la burguesía comercial se situaron del lado de los insurrectos que luchaban por transformar la sociedad insular. Fueron los grupos más explotados los que se comprometieron con la expulsión del colonialismo español de Cuba. La burguesía en la Isla no asumió una actuación nacionalista.
Debe decirse que la actitud del Partido Autonomista, desde los comienzos del nuevo movimiento independentista (después de algunas discusiones internas), fue la de apoyar a España y al régimen colonial condenando los alzamientos, en espera de supuestas reformas que Madrid introduciría en Cuba. En su afán por sofocar la lucha armada, los autonomistas llegaron a enviar una comisión al general Masó para convencerlo de que depusiese las armas, comisión encabezada por el antiguo mambí Juan Bautista Spotorno. La energía patriótica de Masó dio al traste con los esfuerzos contrarios a la revolución del autonomismo que, no obstante, permaneció hasta el final de sus días como partido político apoyando al régimen madrileño, y sus integrantes hicieron manifestaciones públicas de regocijo cuando caían en combate destacadas figuras del campo revolucionario.
Una vez tomadas las disposiciones iniciales, Martí se trasladó a la República Dominicana junto a Máximo Gómez. Ambos jefes, valorando la existencia de la Revolución en la manigua, decidieron que era imprescindible incorporarse a ella. Antes redactaron un documento fundamental, el "Manifiesto de Montecristi", el 25 de marzo. Este escrito no solo explica al mundo las razones que tienen los cubanos para expulsar a España de la mayor de las Antillas, sino que sienta pautas determinantes para comprender la revolución. En él se declara que la guerra no es contra el español, sino contra el colonialismo; que la misma debe de ser "sana y vigorosa", que no está hecha para llevar al poder a un grupo particular, sino para independizar a Cuba; que no es una guerra de razas; que en el futuro patrio, el español tendrá un lugar al lado del cubano; que en ella se sentarán las bases de formas autóctonas de gobierno; y que se evitarán los errores de luchas pasadas. El Manifiesto constituye una cabal expresión del grado de madurez revolucionaria a la que había llegado Martí, y del apoyo sin reservas que le ofrecía constantemente Gómez. La sincera amistad entre ambos es prueba indudable de la unidad revolucionaria conseguida.
Desde Costa Rica, nación en donde residían Antonio Maceo y sus amigos y familiares más cercanos, Flor Crombet, de acuerdo con Martí y Gómez, organizó la expedición que conduciría a sus compañeros a playas cubanas. La expedición de la goleta ''Honor'' desembarcó el primero de abril por Duaba, zona del extremo oriental, y sus integrantes se dispersaron por los montes circundantes para eludir la fortísima persecución española. En los momentos iniciales de la lucha, hubo otra baja importante: el general Flor Crombet. Una vez en Cuba, Maceo asumió el mando de la región oriental.
Martí y Gómez, después de muchas vicisitudes, lograron pasar de la República Dominicana a Haití y eludir la persecución de los espías españoles. A bordo del ''Nordstram'', en la noche borrascosa del 11 de abril llegaron a la Isla por Playita de Cajobabo, actual provincia de Guantánamo. Cuando por fin encontraron campesinos vinculados con la Revolución, los dos jefes se dedicaron a emitir diferentes circulares y órdenes que normaban la lucha anticolonial, y comenzaron a avanzar por la antigua provincia de Oriente en dirección a Camagüey, no sin antes, en un consejo de jefes, designar a Martí como mayor general del Ejército Mambí. Durante su estancia en Cuba, el Apóstol escribió un diario ("De Cabo Haitiano a Dos Ríos") que revela tanto el estado del combate en las primeras semanas, como la sensibilidad martiana ante la naturaleza, la amistad, la tierra patria.
La reunión de los tres grandes jefes revolucionarios, Martí, Gómez y Maceo, tuvo lugar en La Mejorana, el 5 de mayo. Allí se analizaron los diferentes criterios en cuanto a la estructura definitiva del combate anticolonial (los de Maceo, por un lado, y los de Martí y Gómez, por otro), así como la creación de un gobierno civil, y probablemente la necesidad de la invasión a Occidente. Pocos días más tarde la Revolución del 95 tuvo una pérdida invaluable: el 19 de mayo, en Dos Ríos, caía en combate José Martí. Su muerte resultó catastrófica para los destinos de Cuba. El Apóstol ya había llegado, en la maduración de su ideario político, a profundas reflexiones sobre los verdaderos intereses de Estados Unidos hacia América Latina, lo que dejó plasmado en la carta inconclusa del 18 de mayo a su amigo mexicano Manuel Mercado. <blockquote>'''De la carta de José Martí a Manuel Mercado el 18 de mayo de 1895'''
[...] ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.
José Martí: "Carta a Manuel Mercado", Obras Completas, t. 4, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, p. 167. </blockquote>Gómez, que había llegado a quererlo entrañablemente, expresó: "¡Qué guerra esta! Pensaba yo por la noche; que al lado de un instante de ligero placer, aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento [...]"<ref>Máximo Gómez: ''Diario de campaña'', p. 285.</ref> Con la muerte del Maestro, se perdía al ideólogo popular más radical del siglo XIX en Latinoamérica, y al estratega fundamental de la Revolución Cubana. Ahora tocaba a sus compañeros, Gómez y Maceo, crecerse ante tan terrible realidad.
Y así lo hicieron. Maceo quedaría en la provincia para desplegar la Campaña de Oriente, efectuada hasta octubre de 1895. Los principales hitos de la misma fueron los combates de Jobito (15 de mayo), Peralejo (13 de julio) y Sao del Indio (31 de agosto) que constituyeron grandes victorias del Titán de Bronce. A su vez, Gómez llegó a territorio camagüeyano el 6 de junio, donde fue recibido por Salvador Cisneros Betancourt y un minúsculo grupo de jóvenes, y empezó con rapidez a foguear tropas bisoñas mediante su Campaña Circular, en torno a la capital provincial. En esta murió en combate el general Francisco Borrero, combatiente del 68. Altagracia, el 14 de junio; la toma de San Jerónimo, el 22 del propio mes; y el ataque a Cascorro, el 5 de julio, fueron momentos relevantes. El arribo en julio de la expedición Sánchez-Roloff por el sur de Las Villas consolidó el proceso de combate, y amplió notablemente el territorio insurrecto. Una vez llegado agosto, el general en jefe se dedicó a crear las condiciones necesarias para que se efectuase una asamblea que diese paso a una constitución, y por ende, a un régimen republicano en la manigua.
Esta Asamblea se efectuó en el mes de septiembre de 1895 en Jimaguayú, potrero camagüeyano. A ella concurrieron representantes de todas las regiones cubanas, que como es lógico, eran portadores de muy diversas tendencias. El patriotismo se impuso, y la ley suprema —acordada la Constitución de Jimaguayú— trató de reflejar las necesidades de una guerra anticolonial, a la vez que recogía los principios fundamentales del independentismo cubano. Se estableció como sistema gubernamental un Consejo de Gobierno compuesto por seis personas, con funciones ejecutivas y legislativas, y un aparato militar con un general en jefe al frente, en apariencia independiente del órgano civil, que no debería intervenir en las operaciones militares. Salvador Cisneros fue electo presidente del Consejo, Bartolomé Masó sería el vicepresidente, y Gómez y Maceo fueron ratificados en sus cargos de general en jefe y Lugarteniente por la Asamblea.
Tomás Estrada Palma fue designado delegado plenipotenciario en el exterior, con lo que se cometió un grave error, pues este mambí, a la muerte de Martí, había sido electo Delegado del PRC. Así Estrada unía funciones puramente administrativas con la supervisión y orientación ideológica del trabajo con los emigrados. Rápidamente, el maestro bayamés haría usos simultáneos de sus diversas funciones, según los intereses del grupo conservador de emigrados al cual representaba. Bajo su dirección, el PRC perdió las cualidades ideológicas que lo caracterizaron en los tiempos martianos, y se nutrió de figuras apenas salidas del autonomismo o de proyecciones poco radicales dentro del espectro revolucionario. La sección Puerto Rico (fundamental para Martí) fue poco atendida, y el periódico ''Patria'' comenzó a publicar noticias y debates de alto vuelo intelectual, innecesarios en los marcos de una prensa patriótica anticolonial.
==== 2.3.2 Desarrollo de la Revolución ====
El paso siguiente de los revolucionarios sería extender la lucha a las zonas que aun no combatían, es decir, realizar la Invasión a Occidente. El 22 de octubre salió la columna comandada por Maceo desde Mangos de Baraguá, mientras Gómez pasaría a Las Villas directamente desde Camagüey. A diferencia de la invasión de 1875, con sus tres objetivos, esta nueva invasión debía, fundamentalmente, cumplir dos: ampliar el teatro de operaciones militares (extender la guerra) y destruir toda la riqueza que, al pagar impuestos, le proporcionaba ganancias a España, es decir, aplicar la tea incendiaria. Enrique Loynaz y Dositeo Aguilera compusieron la letra y la música del Himno Invasor. El 30 de noviembre, revistando las tropas, Gómez diría: "Yo le auguro a Martínez Campos un fracaso cabal, que ya empezó para él en la sabana de Peralejo, pronóstico que habrá de cumplirse al llegar los invasores a las puertas de La Habana, con la bandera victoria, entre el fuego rojizo del incendio y el estrépito de la fusilería".<ref>Máximo Gómez: "Arenga al ejército invasor del 30 de noviembre de 1895", en Emilio Roig: ''Ideario Cubano II. Máximo Gómez'', Cuadernos de Historia Habanera no. 7, La Habana, 1936, pp. 45-46.</ref>
Los mambises realizaron con la Invasión la campaña militar más fuerte de todo el combate contra el colonialismo en Latinoamérica. Apenas 4 000 insurrectos se enfrentaron a más de 100 000 soldados regulares de España, en un territorio repleto de pueblos y ciudades, de caminos y fincas bien custodiadas, y de solo 105 000 km 2 de extensión. No se podía permanecer dos días en el mismo campamento. Avanzar hacia el Occidente, sin detenerse jamás, era la consigna militar impartida por Gómez. Avanzar quemando, destruyendo la riqueza que sostenía a Madrid. Hubo días en que el mambisado, después de agotador combate, caminaban muchas leguas sin ingerir apenas alimentos,<ref>La legua era una medida de extensión territorial que provenía del medioevo español. En el sistema métrico decimal, equivalía aproximadamente a cuatro kilómetros.</ref> siempre perseguidos por el ejército enemigo. En solo 90 días los soldados cubanos lograron llegar a Mantua, en Pinar del Río, en donde se levantó un acta demostrativa del éxito obtenido (fig. 2.14).
De entre los muchos encuentros militares habidos entre cubanos y españoles a lo largo de la Invasión, merecen destacarse los siguientes: el combate de Iguará, el 3 de diciembre; el combate de Mal Tiempo, el 15 de diciembre; el de Coliseo, el 23 de diciembre; el llamado Lazo de la Invasión, en Matanzas-Las Villas, el propio mes, maniobra dirigida a engañar al alto mando militar español; y el combate de Calimete, el 29 de diciembre. A comienzos de enero de 1896, los mambises ya estaban en La Habana. Aquí, de común acuerdo los máximos jefes militares del pueblo cubano, analizando las perspectivas de la lucha, se decidió que Maceo pasase a Pinar del Río a culminar la invasión, y que Gómez permaneciese en La Habana, donde desplegó su genial campaña militar conocida como ''La Lanzadera''. La invasión demostró la solidez del independentismo del soldado mambí, así como la fabulosa capacidad militar de sus jefes principales.
Arsenio Martínez Campos, capitán general español, en la imposibilidad de sofocar la revolución debido a las acciones militares exitosas de Gómez y Maceo reiteró su petición de relevo, que ya había solicitado a raíz de su derrota en Peralejo, el 13 de julio del año anterior, y recomendó a Valeriano Weyler como sustituto. Este llegó a Cuba ya entrado 1896 con una consigna titulada ''A sangre, fuego y exterminio'', e implantó un nuevo procedimiento políticomilitar que ha sido llamado de "reconcentración", por el cual todos los habitantes rurales eran concentrados en zonas urbanas, con lo que se pretendía evitar el apoyo que los campesinos daban a los mambises. La reconcentración fue muy dura para los cubanos. El campesinado, falto de ayuda en los pueblos a donde lo llevaron, comenzó a fallecer de manera masiva, lo que potenció al máximo las epidemias urbanas en las condiciones de pésima salud de aquellos tiempos. Por otra parte, como los sembrados eran destruidos, y los animales sacrificados o incautados, el hambre y la miseria hicieron su aparición con fuerza notable. El genocidio que representó la reconcentración implicó una enorme baja de la natalidad, que se haría sentir en el siglo XX . Cálculos conservadores estiman que cerca de 150 000 personas fallecieron en el período 1896-1898 como consecuencia de la reconcentración, pero tal política no logró que los combatientes anticolonialistas abandonaran la lucha; antes bien, muchos jóvenes campesinos, en lugar de ir a morir reconcentrados en pueblos, se incorporaron al ejército mambí.
La culminación de la Invasión a Occidente exacerbó ciertas contradicciones que desde tiempo atrás se presentaban entre el Consejo de Gobierno y el aparato militar, especialmente el general en jefe. El órgano civil revolucionario, celoso en alguna medida de los éxitos del ejército (máxima representación de las ansias populares independentistas y de las proyecciones político-ideológicas de mayor radicalidad dentro del mambisado) empezó a tomar disposiciones que afectaban los derechos militares, y que no eran consecuentes con acuerdos establecidos a raíz de la creación de la República. Así se permitió el comercio con el enemigo, lo que estaba tajantemente prohibido por Gómez; se distrajeron tropas que debían ser empleadas en reforzar a los invasores en combates innecesarios, de poco éxito militar; se autorizó, haciendo caso a solicitudes de Estrada Palma (en consonancia con sus funciones en la emigración), la molienda a fincas azucareras de prominentes miembros de la burguesía, poco identificados con la independencia; y se llegó a otorgar grados militares sin el permiso y la firma del jefe correspondiente, tal y como normaba la Ley de Organización Militar. A esto habría que agregar los problemas derivados de los enfrentamientos entre el Consejo y el general José Maceo, en el Departamento Oriental, y que habían llevado a dicho general a presentar su renuncia.
Ante estas atribuciones indebidas, que no solo afectaban la jurisdicción militar, sino que atentaban contra la verticalidad ideológica de la Revolución, Gómez reaccionó, como era de esperar, de manera airada. Escribió cartas muy duras al Consejo, en particular al secretario del interior, impidió la molienda, y anuló los grados militares no concedidos de acuerdo con los estatutos que regían en el ejército. El Consejo consideró que el viejo general se extralimitaba en sus funciones, y decidió deponerlo de su cargo. A su vez, el jefe de los mambises, cansado de aquella situación nada provechosa para la revolución, creyó conveniente presentar su renuncia. Por ello, después de informar a Maceo de lo que pensaba hacer, abandonó su región para trasladarse a los predios del aparato civil insurrecto.
El lugarteniente, alarmado ante los acontecimientos descritos, salió de Pinar del Río rumbo a La Habana, atravesó la Trocha de Mariel a Majana, paralizó la Campaña de Occidente que venía desplegando, y en un combate contra fuerzas españolas, encontró la muerte el 7 de diciembre de 1896 en San Pedro. Con él falleció Francisco Gómez Toro, hijo varón mayor del Generalísimo. Su muerte dejó un lugar imposible de ser llenado, por su prestigio, sus excepcionales capacidades militares, y su radicalidad ideológica. El ejército mambí perdió con él al "primero de sus generales", según expresión de Gómez.<ref>Máximo Gómez: "Orden general sobre la muerte de Antonio Maceo, del 28 de diciembre de 1896", en Emilio Roig: ''Ideario Cubano II. Máximo Gómez'', p. 63.</ref> Y su falta se hizo sentir en los tiempos posteriores. Aun cuando su muerte fue, después de la de Martí, la de mayor importancia para la Revolución, a los casi dos años de combate otros generales muy valiosos también habían desaparecido. Descontando a Moncada y Crombet, ya mencionados, debe señalarse que José Maceo había muerto en Loma del Gato y Serafín Sánchez en el Paso de las Damas, ambos en 1896. La desaparición de Antonio Maceo trajo el ascenso a lugarteniente general del ejército libertador del mayor general Calixto García Íñiguez, de amplia experiencia militar y antigüedad dentro del aparato bélico mambí (fig. 2.15).
Fig. 2.15 Serafín Sánchez Valdivia
Tanto el Consejo de gobierno como el general en jefe, ante la cruenta noticia de la muerte de Maceo depusieron sus criterios para mantener la unidad revolucionaria, en momentos imprescindibles. Si bien el entendimiento no fue absoluto, el interés de liberar a la patria se impuso, facilitando que el Consejo no depusiese al general, y que este retirase su renuncia. Solo, como él expresó, sin muchos de sus compañeros del 68, el supremo jefe mambí se propuso evitar la bala que según el gobierno español le estaba destinada, para llevar a cabo la tarea a la que había dedicado su vida: independizar a Cuba.
Es necesario destacar que la burguesía en Cuba, grandemente asustada por los éxitos del mambisado, en particular por la invasión, mantuvo su apoyo a España, mientras maniobraba cerca de los círculos de poder de los Estados Unidos solicitando de estos la intervención en la contienda cubano-española. Al mismo tiempo, deseosos de estar en el carro de los triunfadores, no pocos jóvenes profesionales salieron de las filas del autonomismo y se integraron a la Revolución, en la que fueron acreedores a grados militares de importancia, sin transformar apenas sus concepciones político-ideológicas. Cierto número de ellos se convertirían, en momentos posteriores, en promotores y colaboradores de los intereses norteamericanos expansionistas, tanto a finales del siglo XIX como en las primeras décadas del XX , aprovechando su participación en la guerra mambisa.
Con su conocimiento exhaustivo de las regiones cubanas, Máximo Gómez se ubicó, desde los inicios de 1897, en la zona de La Reforma (actuales provincias de Sancti Spíritus y Ciego de Ávila), para desarrollar una de sus más brillantes campañas. En la selección de la zona influyó el hecho de su ubicación en el centro de la Isla, lo que permitía al jefe mambí disponer de tres cuerpos de ejército al este, y tres al oeste. Militarmente conocida con el nombre de Campaña de La Reforma, consistió en desgastar la mayor cantidad posible de soldados españoles con la menor cantidad de insurrectos cubanos. Dejándose perseguir a través de los pantanos de la zona, el general en jefe obligó a las tropas colonialistas a caerle detrás a un grupo mambí que siempre se le escurría, mientras los mosquitos, la lluvia, la falta de sueño y reposo aniquilaban al ejército español. Al cabo de varios meses, España presentaba alrededor de 40000 bajas, frente a poquísimas cubanas. En una entrevista, Gómez confesó que sus mejores generales eran junio, julio y agosto, en clara referencia a los estragos que la estación de lluvia en el verano hacía en las tropas ibéricas.
Por su parte Calixto García, con el apoyo de valiosos generales de antigua y nueva promoción tales como Agustín Cebreco, Luis de Feria Garayalde y Mario García Menocal, desplegó la Campaña de Oriente a todo lo largo del año 97. García se destacó por su gran capacidad en el empleo de la artillería, y sobre todo, en la toma de pueblos y ciudades, a los cuales ponía sitio. Su dominio sobre los caminos que enlazaban los diferentes agrupamientos urbanos orientales garantizaban la seguridad en el traslado de las tropas insurrectas, a la par que impedía los contactos e intercambios militares de los españoles.
Debe señalarse que desde el punto de vista militar la Revolución se encontraba en 1897 en las condiciones de una guerra de desgaste. En el Occidente, España mantenía en cierta medida la ofensiva, mientras en el Centro-Oriente los mambises poseían mayor fuerza. Esto equilibraba la situación bélica, y hacía difícil prever el final de la contienda. Por lógica, y por razones históricas, la correlación de fuerzas se rompería, en mayor o menor tiempo, a favor de los mambises, quienes luchaban por un ideal —crear el estado nacional— sin recursos, sin armamentos, y apenas sin provisiones; mientras el soldado español había venido a Cuba a pelear obligado por las quintas (reclutamientos) que se hacían en la Península. A España se le iba acabando el crédito económico que le facilitaban otras naciones de Europa, a lo cual deben unirse las protestas de la sociedad española (en particular, las madres) por la cantidad de muertos que costaba la inútil guerra de Cuba. Escasez de recursos y resistencia mambisa se darían la mano, con perspectiva histórica, para que el triunfo definitivo fuera de los insurrectos cubanos. Pero en 1897, según los criterios del propio Máximo Gómez, la guerra de desgaste se imponía.
Para cumplimentar uno de los artículos de la Constitución de Jimaguayú, en el mes de septiembre de 1897 se convocó a una asamblea que tendría por objetivo principal redactar una nueva constitución. Tal reunión se efectuó en octubre del propio año, en La Yaya, Camagüey, y en ella se aprobó la Constitución de igual nombre. Esta constitución reflejó dos aspectos fundamentales. Por una parte, algunos de sus artículos iban dirigidos a que el aparato civil revolucionario pudiese controlar e intervenir en las decisiones militares (lo que revela la presencia de criterios muy semejantes a los sostenidos por la estructura gubernativa en los años 95 y 96), y por la otra, una lectura cuidadosa del texto aprobado pone de manifiesto la incertidumbre de los legisladores ante los sucesos de los últimos tiempos, referidos a las presiones que el gobierno norteamericano ya había empezado a hacer sobre la monarquía española, en relación con la guerra de Cuba. Bartolomé Masó fue electo presidente del Consejo de Gobierno y Domingo Méndez Capote ocupó el cargo de vicepresidente. La constitución, en aquellos momentos tan difíciles, no hace referencia al cargo de general en jefe (fig. 2.16).
Fig. 2.16 Bartolomé Masó
Grover Cleveland, presidente norteamericano, mantuvo la tradicional política de apoyo a España durante los primeros meses de la guerra. Pero el éxito de la invasión, que implicaba la posibilidad de que Cuba se independizase rápidamente, y la seguridad obtenida de Gran Bretaña de que esta nación no defendería el dominio español sobre la Isla, hicieron que los círculos de poder estadounidenses, en 1896, comenzaran a presionar a Madrid para encontrar soluciones favorables a sus intereses expansionistas. Debe señalarse que dentro del Congreso del Norte los criterios en relación con el futuro de Cuba eran divergentes. La llegada al poder a principios de 1897 de William McKinley, representante de las más agresivas tendencias, aceleraría las presiones.
Los periódicos norteamericanos, deseosos de aumentar sus tiradas, aprovecharon los efectos en la Isla de la reconcentración para exigir la intervención de su gobierno en la guerra entre Cuba y España, con el pretexto de "ayudar" al sufrido pueblo cubano; con esta actitud, reforzaron la labor de los grupos expansionistas, a lo que debe unirse la real simpatía que el simple ciudadano norteamericano sentía por la lucha anticolonial cubana. Con la prensa y la nación de su parte, el gobierno de McKinley exigió de España en el mes de septiembre el cese de la reconcentración y la implantación de un régimen autonómico en Cuba. El gobierno de la Península, en actitud contemporizadora, anunció el fin de la reconcentración, relevó a Weyler y lo sustituyó con Ramón Blanco y declaró que en 1898 la autonomía sería realidad. Se trató así de evitar una guerra entre las dos naciones. Los combatientes anticolonialistas en Cuba empezaron a darse cuenta de que intereses extranjeros muy poderosos podían mediatizar la anhelada independencia, sin que por ello dejaran de enfrentar con éxito al ejército español. El año 97 terminó con tales incertidumbres.
==== 2.3.3 Intervención del gobierno norteamericano en la contienda cubano-española ====
España, para cumplimentar lo prometido, implantó en Cuba un régimen autonómico a partir de 1898. Tal gobierno se inscribe dentro de los esfuerzos de Madrid por evitar la guerra con los Estados Unidos, no en los presupuestos políticos españoles sobre cómo gobernar a la colonia. Una Constitución poco avanzada, una Cámara de Representantes, un Consejo de Administración y varias secretarías eran los pilares de la nueva situación, en la que primaba, por supuesto, el capitán general designado siempre por la monarquía. Las funciones del gobierno eran en realidad pocas, como que no estaba concebido en sí para gobernar. El Partido Autonomista, con un mínimo de discusión interna, se prestó a semejante juego, al entender que era un paso de avance en el autogobierno insular y participó en las menguadas elecciones que se llevaron a cabo. José María Gálvez, abogado y hacendado, resultó electo presidente, si bien el equipo gubernamental era animado por el ideólogo Rafael Montoro. Los integristas, por supuesto, no tuvieron asiento en el gobierno, al que combatieron rudamente desde mucho antes de su proclamación.
Tanto el supremo órgano civil revolucionario —el Consejo de Gobierno— como el ejército mambí con su general en jefe al frente, repudiaron enérgicamente la autonomía. No cabe duda de que en las condiciones históricas cubanas de 1898, después de tres años de fieros combates, la solución idónea a los problemas nacionales solo podía ser la independencia absoluta. Miles de mártires así lo reclamaban. Los mambises, de manera abrumadora, rechazaron una autonomía fuera de tiempo y lugar, que no era la culminación de sus afanes a lo largo ya de treinta arduos años. Máximo Gómez, con su proverbial energía, condenó todo intento de acercamiento de los autonomistas a las estructuras de la Revolución para "promover" su solución antirrevolucionaria. Y declaró que el combate continuaría hasta expulsar a España de Cuba e implantar una república que barriera con las lacras seculares del colonialismo. Para el pueblo cubano, considerado de manera global, un régimen autonómico no podía equipararse con la independencia anhelada por Céspedes y Martí.
El gobierno norteamericano debió esperar mejores momentos para desencadenar una guerra contra España. Los elementos más recalcitrantes del integrismo español en La Habana se lo proporcionaron. En efecto, varias decenas de voluntarios, soldados y beneficiarios del sistema colonial salieron en una pequeña manifestación por las calles de la ciudad vieja dando vivas a Weyler, gritando ofensas a Blanco y repudiando la autonomía. Cualquier habanero sabría que con ello no se establecía una situación de inseguridad en la capital, acostumbrada desde antaño a las voces insultantes del peor integrismo. Pero el cónsul norteamericano, Fitzhugh Lee, aprovechó al máximo la oportunidad y cablegrafió a su gobierno que era imprescindible el envío a la Isla de un acorazado que protegiera las vidas y las propiedades de los residentes estadounidenses, ya que la autonomía había fracasado. Fueron los propios españoles de La Habana, en su sector más recalcitrante, los que de esta manera viabilizaron una posible intervención norteamericana. El Ejecutivo del Norte decidió enviar a la capital antillana al ''Maine'', barco muy bien pertrechado, que llegó a la misma a fines de enero de 1898.
La noche del 15 de febrero el ''Maine'' explotó en la bahía, lo que representó la muerte instantánea de alrededor de 266 hombres. Tanto España como los Estados Unidos se inculparon mutuamente por la explosión, sin que se lograse una conclusión definitiva. De hecho, el desastre benefició a los norteños, cuyo presidente solicitó del Congreso la autorización necesaria para declarar la guerra, tal y como estipulaba la legislación del país. McKinley, con la solicitud, no pretendía reconocer el estado de beligerancia del pueblo cubano. Antes bien, lo que los círculos de poder expansionistas deseaban era tener las manos libres para, sin cortapisas, diseñar el destino futuro de Cuba en función de sus intereses particulares, sin tomar en cuenta los criterios del mambisado mediante sus órganos representativos. Estrada Palma, desde la delegación del PRC, sí se hallaba muy al tanto de los acontecimientos, en no pocos de los cuales tuvo una participación destacada, que se alejaba de los firmes criterios de Martí relativos a no establecer compromisos con un vecino tan poderoso.
De común acuerdo los representantes y los senadores norteamericanos, el 18 de abril aprobaron la Resolución Conjunta, que facultaba al Ejecutivo para declarar la guerra a España y proceder en consecuencia. Esta Resolución no era la que McKinley esperaba, ya que limitaba las posibles maniobras del expansionismo estadounidense. Su primer artículo declaraba que "el pueblo de la isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente".<ref>Hortensia Pichardo: "Resolución Conjunta", ''Documentos para la Historia de Cuba'', t. I, pp. 508-510.</ref> Una declaración tal resulta sorprendente si no se conoce que Estrada Palma, en labores de cabildeo cerca de los congresistas, había ofrecido bonos que se pagarían en la futura república cubana a aquellos de los legisladores que votaran un documento en apariencia favorable a la independencia, lo que se completó a través del artículo 4, que expresaba que los Estados Unidos no tenían interés en conservar a Cuba, ni ejercer soberanía sobre ella. Debe comprenderse que si bien el documento descrito no fue la máxima expresión de las ambiciones del gobierno del Norte, las maniobras de Estrada Palma —sin consultar a la dirección revolucionaria en la Isla— eran una negación ético-ideológica del programa martiano, dado que se pretendía obtener la independencia a través de una transacción nada patriótica, y no por el esfuerzo propio de los mambises. Junto a esto, la república de Cuba iba a nacer con una deuda internacional considerable, que de todas formas la ataría al poderoso país vecino.
William Shafter fue designado como máximo jefe del ejército norteamericano en Cuba, con tropas que superaban los 16 000 hombres, entre soldados y oficiales. Previamente, su gobierno había entrado en contacto con el lugarteniente Calixto García para desembarcar en Oriente por la zona de Siboney, al sur de la provincia, sin que esto implicase comunicar tal operación bélica a Bartolomé Masó o a Máximo Gómez. El desembarco se efectuó el 20 de junio, y fue garantizado distrayendo tropas enemigas por el excelente grupo de generales cubanos que dirigía Calixto, entre los cuales se encontraban Agustín Cebreco, José Manuel Capote, Luis de Feria, Jesús Sablón (Rabí), Carlos González Clavel, Carlos García Vélez y Demetrio Castillo. El decisivo apoyo que las tropas cubanas dieron al ejército norteamericano, con su excelente combatividad militar y su conocimiento profundo del teatro de operaciones, fue reconocido por muchos de los altos oficiales del Norte en escritos y cartas personales.
Los mambises diseñaron el cerco a la capital provincial, Santiago de Cuba, para lo cual fueron tomando los pequeños pueblos que se encontraban en los caminos de acceso a ella, como fueron El Caney, El Cobre y la loma de San Juan. El gobierno español ordenó a Pascual Cervera, jefe de la débil escuadra naval que se encontraba en la bahía santiaguera que saliese al mar Caribe, orden inaudita que solo se explica por el interés español en perder la guerra frente a los norteamericanos, y no frente a los cubanos. La flota de Washington destruyó con celeridad los maltrechos buques españoles, en lo que se ha dado en llamar la batalla Naval de Santiago. Poco después, sin aprovisionamientos, sin marina, ante la inutilidad de un combate totalmente desproporcionado y aun bajo los efectos de un fortísimo bombardeo del ejército contrario, los militares de la península aceptaban la rendición el día 16 de julio. Santiago pasaba a manos estadounidenses. <blockquote>De la carta de José Martí a Manuel Mercado el 18 de mayo de 1895 en la que le habla de la entrevista que le hizo Eugene Bryson, periodista del ''New York Herald'' :
Bryson me contó su conversación con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender éste que sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos.
José Martí: "Carta a Manuel Mercado", ''Obras Completas'', t. 4, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, p. 167. </blockquote>Alrededor de mil muertos tuvieron los tres ejércitos en los acontecimientos militares relacionados con la batalla naval y el cerco a Santiago. Los soldados cubanos, muchos menos que los de las otras dos partes, murieron en cifra cercana a 100, la más alta de la contienda. Las capacidades tácticas de los oficiales mambises permitieron el despliegue y el desarrollo exitoso de la campaña, en momentos en que el clima —pleno verano— agobiaba a los soldados del Norte, quienes no estaban acostumbrados a una guerra como la que en Cuba se libraba. En situaciones en que el alto mando estadounidense valoraba abandonar determinada posición, la energía, el valor y la decisión de liberar a Cuba de los mambises garantizaba la permanencia. Y en no pocos casos, los cubanos eran los primeros en salir al combate.
Calixto García y los mambises que lo rodeaban no pudieron entrar en Santiago y celebrar allí la merecida victoria. El alto mando norteamericano, siguiendo instrucciones que le llegaron de Washington, prohibió que las tropas cubanas entraran en la vieja ciudad, con el pretexto de evitar represalias y venganzas. Esto motivó una digna respuesta de Calixto en carta a William Shafter, en la que el general mambí precisaba muy bien la calidad ético-patriótica de sus soldados, y el sentido del deber y la responsabilidad de los cubanos. La actitud del gobierno del Norte revela claramente los móviles de la intervención en la guerra del pueblo antillano, y sus intereses en relación con Cuba. Nuestra patria no fue el único teatro de operaciones, ya que los intereses expansionistas de los círculos de poder económico-políticos de Washington extendieron las operaciones militares a la hermana isla de Puerto Rico y al archipiélago de las Filipinas en la lejana Asia.
De la misma manera, no solo se mantuvo a españoles integristas en sus cargos dentro de la ciudad sino que fueron designados miembros del partido autonomista para las responsabilidades a cumplimentar. Los revolucionarios antillanos fueron así marginados de la celebración de la victoria por la que tanto habían luchado.
Al mes siguiente, el 12 de agosto, se firmó el cese al fuego entre España y los Estados Unidos, lo que implicó tácitamente, sin contar con el ejército mambí, el fin de las operaciones militares. Siguiendo su política, el Ejecutivo norteamericano dispuso la entrega de raciones alimentarias a los combatientes ibéricos, mientras los cubanos continuaron librados a su propia suerte, en circunstancias cada vez más difíciles. La escasez y el hambre se enseñorearon del ejército libertador. <blockquote>El general Young, subordinado del mayor general Shafter, dijo sobre los mambises el 8 de octubre de 1898:
Los insurgentes son una banda de degenerados, absolutamente carentes de honor y gratitud. Son tan capaces de autogobernarse como los salvajes de África.
Javier Figuero y Carlos G. Santa Cecilia: ''La España del Desastre'', Plaza y Janés Editores, S. A., Barcelona, 1997, p. 293. </blockquote>En octubre del año 1898, y para dar cumplimiento a uno de los artículos de la constitución de La Yaya, el aparato civil de la Revolución convocó a una asamblea que se conoce como Asamblea de Santa Cruz del Sur, por el poblado camagüeyano en que se efectuó. Esta asamblea, que sustituiría al Consejo de Gobierno, pretendía hacerse cargo de la dirección suprema del pueblo cubano, y su objetivo primordial era defender la independencia absoluta frente a los acontecimientos que se avizoraban. Sus integrantes, en gran medida, fueron notables representantes de la tradición de lucha de los mambises. Pero también dentro de ella tuvieron cabida figuras susceptibles de convertirse en auxiliares del poder norteamericano, lo que se haría ostensible al año siguiente. La Asamblea, sucesivamente, se trasladó a Marianao (en la provincia de La Habana) y posteriormente al barrio de El Cerro, nombre con el que es más conocida.
París, la capital de Francia, fue la ciudad en que se firmó el cese definitivo de la guerra entre España y los Estados Unidos, el 10 de diciembre. A esta reunión, a la firma del Tratado de París, no fueron invitados los combatientes cubanos, ignorados una vez más por los dirigentes del Norte. El gobierno estadounidense, como vencedor, impuso la entrega no ya tan solo de Cuba, sino además, de Puerto Rico y Filipinas, posesiones españolas de antaño, a más de otros pequeños enclaves de valor estratégico. La suerte futura de la patria de Martí era imprecisa: ni libre ni independiente, al decir de Máximo Gómez. Para colmo de males, Estrada Palma, el 20 de diciembre, promulgó una Circular a todos los interesados mediante la cual se declaraba disuelto el Partido Revolucionario Cubano. Los Estados Unidos, tratando de soslayar la Resolución Conjunta, implantarían a partir del primero de enero de 1899 un régimen interventor, hasta tanto sus diversas tendencias políticas determinasen lo que les era más conveniente en relación con Cuba.
Ante los cubanos independentistas se abría ahora un período mucho más complejo, que auguraba ser de incesante batallar ideológico por la soberanía nacional. Era, ante todo, imprescindible la comprensión de que Cuba no podía ser anexada a la gran potencia vecina. La unidad entre los revolucionarios antillanos se imponía, para hacer frente a las ambiciones extranjeras. La tradición combativa del pueblo cubano, la cultura nacional generada durante más de cien años, y la firme decisión de constituirse en un estado nacional independiente, se tendrían que dar la mano para que la bandera de la estrella solitaria no pudiese ser arrinconada. Jamás podría serlo. "Nuestros muertos, alzando los brazos, ¡la sabrán defender todavía!<ref>Bonifacio Byrne: "Mi bandera", ''Flor de la guerra. Poesía'', Selección y prólogo de Julio Sánchez Chang, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 2000, p. 63.</ref>
==== 2.3.4 La mujer en la lucha por la independencia ====
El independentismo cubano puede sentirse realmente orgulloso de la participación femenina en su génesis y en su devenir, en la segunda mitad del siglo XIX . La mujer, integrante fundamental de la sociedad cubana, hizo suyas las ansias libertadoras de la nación, y desempeñó un rol trascendente en la batalla por la creación de la patria común. No se trata aquí de reducir la actuación femenina a citar algunos ejemplos connotados de la terrible situación por la que atravesaron las mambisas. De lo que se trata es de entender que, en la realidad histórica de la segunda mitad del siglo XIX , un movimiento nacional-liberador implicaba, para los habitantes no masculinos, cambiar radicalmente los hábitos, costumbres y modos de vida, por algo tan diferente como lanzarse a los montes intrincados del centro-oriente cubano, primero durante diez años, y, en los noventa, durante casi cuatro, convirtiéndose en soldados de la revolución y manteniendo, al mismo tiempo, la responsabilidad de velar por la sobrevivencia de los hijos, no ya tan solo pequeños sino, en muchísimos casos, nacidos en la manigua. Esto no constituía, en lo más mínimo, un papel "de retaguardia"; antes bien, se convertía en la garantía de la posibilidad de que el hombre, con las armas en la mano, combatiese al enemigo colonialista. No pocas de las principales batallas y combates que tuvieron lugar en los campos de Cuba Libre terminaban para los hombres con la derrota de las tropas españolas o el abandono por estas del territorio insurrecto. A esa hora comenzaba el trabajo patriótico de la mujer, en sus funciones de enfermera, madre, cocinera, lavandera, maestra y tantas otras ocupaciones imprescindibles para la prosecución de la labor revolucionaria.
En la emigración, en la diáspora que comienza a partir de 1869, la situación de la mujer fuera de Cuba no fue menos dramática. Es preciso entender que, en aquellos momentos, el trabajo femenino, salvo excepción, y la preparación de la mujer para asumirlo, apenas comenzaban en Latinoamérica. Una tradición de siglos y el poco avance de la formación económico-social capitalista, destinaban al sector femenino a permanecer dentro del hogar, sin posibilidades de una adecuada realización personal. Cuando la cubana debió salir de las condiciones en que habitualmente se había desenvuelto su vida, el choque con el mundo circundante se hizo brutal, máxime si se tiene en cuenta que los hombres, en su gigantesca mayoría se han quedado combatiendo en la manigua. La mujer debió entonces enfrentar el sostenimiento de los hijos y ancianos a su cargo, más el suyo propio; mantenerse muy al tanto de lo que acontece en la patria común; sortear la vigilancia española, que la perseguía en su calidad de cubana y mambisa; debió, en una palabra, sacar adelante a su familia, sin imaginar siquiera por cuánto tiempo. Según su extracción de clase y su preparación, la cubana fue cantante, maestra, cocinera, criada, costurera, planchadora, obrera cigarrera, jornalera agrícola y muchas otras cosas, en función de un sacrificio para el cual no había sido preparada en su infancia. A fuerza de coraje y patriotismo, la mujer de Cuba sentó una tradición de sacrificio y amor por su nación que llega a la contemporaneidad.
Mariana Grajales (fig. 2.17), Bernarda Toro, María Cabrales, Ana de Quesada, Lucía Íñiguez, Ana Betancourt, Amalia Simoni, Matilde Simoni, Ana Kindelán, Ángela Quirós, Dominga Moncada, María Josefa Pina, Luz Vázquez, Adriana del Castillo, Candelaria Figueredo, Clemencia Gómez, Isabel Rubio, Mercedes Varona, Rosa Castellanos, Manuela Cancino, Antonia Romero, María Escobar, Inocencia Martínez, Evangelina Cossío, Magdalena Peñarredonda, Isabel Valdivia, Adela Azcuy (capitana del Ejército Libertador) y Mercedes Sirvén (comandante) ejemplifican a esa pléyade de mujeres que abandonaron hogar, comodidades, seguridad familiar, para entregar lo mejor de sí a la redención de la patria sin exigir nada a cambio. Muchas fueron olvidadas; de ninguna se ocuparía la república instaurada en 1902; sus nombres ocupan un lugar muy inferior al que merecen en el panteón nacional. Pero su ejemplo permanece por más de cien años. La mujer cubana, en su doble función de ser social y generadora de vida, se convirtió a sí misma, en medio de los terribles avatares del proceso de liberación anticolonial, en portadora y trasmisora de la autoconciencia nacional, vale decir, del sentido de pertenencia y asunción consciente de la cubanía. Respondiendo a las necesidades históricas, la mujer en su condición de cubana y de mambisa, constituye el más hermoso ejemplo de la inquebrantable decisión de un pueblo de alcanzar su libertad.
Fig. 2.17 Mariana Grajales
==== Actividades para el estudio independiente ====
'''1.''' ¿En qué consistió el Plan de Fernandina?
'''2.''' Localiza en el mapa de los acontecimientos principales de la Revolución del 95 dónde quedan Duaba y Playita de Cajobabo. Encuentra ahora La Mejorana. ¿Qué opinas del recorrido de Martí por la provincia de Oriente?
'''3.''' Compara el gobierno establecido en la Constitución de Jimaguayú con el implantado en la Constitución de Guáimaro. ¿Cuál y por qué te parece más acorde con las condiciones de una guerra anticolonial?
'''4.''' ¿En qué campaña militar de Máximo Gómez te hubiera gustado participar? Explica las razones de tu selección.
'''5.''' Investiga hechos y nombres de patriotas que participaron en la Revolución de 1895 en tu localidad.
'''6.''' ¿En qué consistió la Reconcentración que implantó Valeriano Weyler?
'''7.''' Escribe en tu cuaderno tres consecuencias que para la Revolución tuvo la muerte en combate de Antonio Maceo.
'''8.''' A tu juicio, ¿cuál fue el acontecimiento más importante del año 1897? Argumenta tu respuesta con dos elementos.
'''9.''' ¿Qué intereses tenía el gobierno de Estados Unidos para intervenir en la guerra entre Cuba y España?
'''10.''' Los mandos norteamericanos desconocieron desde el inicio hasta el final de la guerra de 1898 a las autoridades cubanas y tuvieron, además, una actitud despreciativa hacia los mambises. Argumenta esta afirmación con tres ejemplos.
'''11.''' Ya has estudiado en su conjunto el período de la historia de Cuba comprendido entre 1868 y 1898. ¿Qué valoración histórica puedes hacer de El Generalísimo, Máximo Gómez? Emplea no menos de cinco elementos en tu valoración.
'''12.''' Redacta una composición de tres párrafos sobre la importancia que tiene la unidad revolucionaria en todos los procesos de enfrentamiento al enemigo de una nación.
'''13.''' ¿Te atreves a señalar tres elementos comunes en la vida y la trayectoria históricas de Carlos Manuel de Céspedes y José Martí?
'''14.''' "Morir por la patria es vivir", dice la letra de nuestro Himno Nacional. Menciona los nombres de cinco patriotas que hicieran realidad tan hermosa afirmación.
'''15.''' Escribe una valoración sobre el papel de la mujer en las luchas por la independencia.
=== 2.4 Panorama de la cultura, la ciencia y la educación en Cuba durante la segunda mitad del siglo XIX<ref>La redacción de este epígrafe ha tenido como fuentes fundamentales de información: María del Carmen Barcia: "La sociedad cubana en el ocaso colonial", ''Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1868-1898'', Instituto de Historia de Cuba, Ed. Política, La Habana, 1996 y Oscar Loyola Vega: "La cultura, los intelectuales y la liberación nacional", ''Historia de Cuba 1492-1898. Formación y liberación de la nación'', Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 2001.</ref> ===
La producción espiritual de un pueblo que no había cejado en el empeño de conquistar su independencia fue expresión de la voluntad de reflejar su propia identidad. Si bien no se puede negar que en artistas y autores existieron influencias de otros países, escuelas y estilos, poco a poco, en buena parte de aquella vanguardia artística, literaria y científica, lo cubano marcaría la esencia de sus obras. A la generalidad de los creadores que aportaron en todas las ramas del conocimiento, pudiera decirse que les caracterizó, en lo esencial, aquel rumbo que trazó José Martí en su luminoso ensayo "Nuestra América" cuando sentenció: <blockquote>"[...] Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas".<ref>José Martí: "Nuestra América", ''Obras Escogidas en tres tomos'', p. 483.</ref></blockquote>La segunda mitad del siglo XIX cubano está marcada por tres décadas de lucha por la independencia nacional. Este proceso, sin duda, deja una huella en nuestra cultura a través de la literatura de campaña, basada en testimonios o evocaciones de aquellos años heroicos, por hombres que formaron parte activa de la contienda armada o fueron testigos de primera línea en los acontecimientos sobre los que escribieron y legaron una preciosa información a las generaciones posteriores, aun cuando alguno de ellos abandonara las filas del independentismo. Son ejemplos de esta época: Antonio Zambrana con su obra ''La República de Cuba'' en 1873; Fermín Valdés Domínguez con ''Los Voluntarios de La Habana en el acontecimiento de los estudiantes de medicina'' en 1873; Máximo Gómez con su ''Convenio del Zanjón'' en 1878; Manuel de la Cruz con ''Episodios de la Revolución Cubana'' en 1890, Ramón Roa con ''A pie y descalzo'' en 1890; Serafín Sánchez con ''Los poetas de la guerra'', en 1893 y ''Héroes Humildes'' en 1894; Enrique Collazo con ''Desde Yara hasta el Zanjón'', en 1893; Fernando Figueredo Socarrás, con sus conferencias históricas a partir de 1884, compiladas después en el libro ''La Revolución de Yara'' y, por supuesto "La República Española ante la Revolución Cubana" de 1873 y la "Lectura en Steck Hall" en 1880, escritas por José Martí, aportes que, entre otros, alimentaron los ideales patrióticos de los cubanos y dejaron para la posteridad un cuerpo de ideas que preservaron la memoria histórica. Estas páginas, escritas por protagonistas de la historia, han pasado la severa prueba del tiempo, quien las ha convertido en textos clásicos, cualesquiera sean los nuevos matices de interpretación que puedan suscitar a medida que pasan los años y la ciencia histórica contribuya a perfeccionar saberes.
No se olvide que los hombres que constituyeron la vanguardia de la Revolución Cubana fueron también hombres de sensibilidad y motivaciones culturales, como son los ejemplos de Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Perucho Figueredo, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Miguel Jerónimo Gutiérrez, Serafín Sánchez, Manuel Sanguily, Juan Gualberto Gómez, y José Martí, entre otros.
Pasaron 30 tremendos años de lucha y como saldo, en el alma cubana quedó el recuerdo de la epopeya, de los héroes, de los caídos; quedó la historia y la leyenda que acompañarían para siempre a cada relevo de generaciones.
Por otra parte, la música tiene su más significativo representante en el compositor y pianista Ignacio Cervantes, con una extensa obra de aliento nacionalista, dentro de la cual se destacan sus memorables Danzas Cubanas, muchas de ellas realizadas en el exilio. Destacan también Laureano Fuentes y José White, este último autor de ''La bella cubana'' (1853), así como los violinistas de prestigio mundial, que llenaron de gloria el nombre de Cuba, como Claudio Brindis de Salas y Rafael Díaz Albertini.
La canción trovadoresca nace en Santiago de Cuba con la obra de José ''Pepe'' Sánchez y Sindo Garay; mientras que ''La Bayamesa'', con música de Céspedes y letra de Fornaris, realizada antes de 1868, se transformaría con posterioridad en canción patriótica.
Las expresiones del complejo de la rumba, creadas por los negros y mulatos más humildes, se tocan y se bailan en fiestas populares y son portadoras de una religiosidad sincrética en un camino del desarrollo cultural en el que la síntesis y el mestizaje dan auténtica personalidad a lo cubano. Fue la música una de las manifestaciones culturales que expresó lo popular de manera más lograda.
El teatro fue una de las expresiones culturales. Fue famoso el teatro Tacón donde se representaron obras y zarzuelas y donde actuó Sara Bernhardt en 1887; el Albizu, donde se representó en 1895 una obra emblemática del llamado género chico, ''La verbena de la paloma'', la que había sido estrenada en el Teatro Apolo de Madrid un año antes. El Payret, inaugurado en 1877 y restaurado en la década de 1890 llegó a tener capacidad para 3 000 espectadores, por lo que fue el mayor teatro de La Habana. El teatro Irijoa —que en el siglo XX sería llamado Teatro Martí— con capacidad para 1 200 espectadores, fue famoso por sus representaciones de los bufos cubanos.
Con su picaresca expresión la guaracha se desarrolla fundamentalmente dentro del teatro bufo, que tuvo en 1868 importante sede en el teatro Cervantes, padre del Alhambra. Una memorable actuación de los bufos con trágicas consecuencias tuvo lugar en el teatro Villanueva, el 22 de enero de 1869. Se representaba la obra, ''Perro huevero, aunque le quemen el hocico'', que no era de contenido político. Sin embargo, cuando en la puesta en escena uno de los actores dijo el parlamento siguiente: "No tiene vergüenza ni buena ni mala, el que no diga conmigo: ¡Viva la tierra que produce la caña!", en el público se produjo una reacción con vítores a Cuba libre, lo que dio lugar a la brutal represión por parte de los Voluntarios con un triste saldo de muertos y heridos. A partir de ese incidente se prohibió este tipo de teatro que resurgiría después del Pacto del Zanjón. El teatro bufo, aportó críticas sociales desde los personajes vernáculos típicos del negro, el gallego, la mulata, el guajiro o el chino. Por su parte, el teatro Alhambra, inaugurado en 1890, se caracterizó por presentar obras solo para hombres.
La literatura fue portadora de costumbrismo y de crítica social. En el primer caso, ''Leonela'' de Nicolás Heredia y en el segundo ''Sofía'' y ''La familia Unzuazu'' de Martín Morúa Delgado donde se aborda el problema de la discriminación social y en ''Mi tío el empleado'' de Ramón Meza que critica la sociedad de la época. Prestigian la literatura cubana en este período, entre otros, Enrique Piñeyro, Aniceto Valdivia, Nicolás Heredia, Ramón de Armas y Cárdenas, Cirilo Villaverde y José Martí.
La poesía estuvo representada de forma brillante, entre otros creadores, por Bonifacio Byrne, los hermanos Carlos Pío y Federico Uhrbach, Luisa Pérez de Zambrana, Juana Borrero, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Mercedes Matamoros, José Joaquín Palma, Julián del Casal y José Martí.
En la pintura predomina la tendencia academicista; incluye géneros como el retrato, el paisaje, temas históricos, mitológicos y bíblicos. Esteban Chartrand es el primero que pinta el campo cubano del natural aunque sin tomar mucho en consideración las características de la luz y la vegetación propias de la Isla; por su parte, Valentín Sanz Carta, de origen canario, capta y refleja, de forma más lograda, la luz del país. Miguel Melero, con ''El rapto de Dayanira'' ganó el concurso que le permitió obtener la dirección de la Academia San Alejandro. Melero es, además, retratista, como Guillermo Collazo, quien se dedica a pintar de forma excelente a damas de la aristocracia; en este sentido, su obra La siesta es una muestra significativa como documento social al que le imprime cierto hálito romántico.
Ya casi a las puertas del siglo XX Armando Menocal aporta impresionantes escenas de contenido histórico y Leopoldo Romañach pasa a la historia como un auténtico maestro del color.
Víctor Patricio de Landaluze, español e integrista, dominó muy bien el grabado en el que dejó cientos de escenas en las que caricaturizaba a los cubanos y captó los rasgos formales de personajes nacionales típicos.
La litografía, muy ligada a la industria tabacalera constituye una bella expresión de escenas costumbristas y alegorías.
En el movimiento de grabadores se destaca también Eduardo Laplante, autor, junto a Justo Germán Cantero del ''Libro de los Ingenios'', publicado en 1858, así como de la serie ''Isla de Cuba pintoresca'', en autoría con Eduardo Barañano desde 1856, la cual incluye vistas panorámicas de siete ciudades de Cuba.
En la escultura descuellan figuras como Miguel Melero, ya mencionado en la pintura, y a quien se debe una efigie de Santo Tomás en la capilla del Cementerio Cristóbal Colón; Guillermina Lázaro, que es la primera mujer dedicada al arte escultórico, también cultivó la pintura y José de Vilalta Saavedra, el más destacado escultor, autor de ''Las virtudes'' (fig. 2.18) (tres hermosas estatuas que representan las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad) que se encuentran en el pórtico del Cementerio Cristóbal Colón; también son de su autoría la estatua de Francisco de Albear (1893) y la estatua de José Martí que se instaló en el Parque Central de La Habana a inicios del siglo XX.
Fig. 2.18 Escultura de Vilalta Saavedra, ''Las virtudes''
En la arquitectura impera el neoclasicismo, que se expande por toda la Isla. Es la época en que se construyen los teatros La Caridad de Santa Clara, el Sauto de Matanzas, el Terry de Cienfuegos (fig. 2.19), el Principal de Camagüey, así como algunos hospitales y escuelas. Se aprecian ciertos avances en el urbanismo: Aparece la calzada. En La Habana, se desarrollan barrios como El Cerro y se inicia la construcción de las primeras casas de madera de la calle Línea (llamada así por la línea del ferrocarril) en El Vedado.
Fig. 2.19 Teatro Terry de Cienfuegos
La oratoria aportó brillantes exponentes con el autonomista Rafael Montoro y, desde las filas independentistas, con José Martí y Manuel Sanguily. Los discursos constituyen fuentes fundamentales para el estudio de nuestra historia, la política y para la comprensión de la evolución de los estilos en un arte que siempre pondrá a prueba la cultura y las bellas maneras de decir de quien comunica ideas mediante la palabra oral.
El periodismo alcanza notables niveles, de manera marcada a partir de 1878, inicio de un interesante período de apertura dentro del ''status'' colonial en el que proliferaron publicaciones de diversa índole. Decenas de periódicos circularon en la capital y en el resto de la Isla. Dos símbolos ideológicos diametralmente opuestos en la historia de la prensa en Cuba serían el ''Diario de La Marina'', representante del integrismo y las más reaccionarias ideas colonialistas y ''El Cubano Libre'' portador de la palabra impresa mambisa desde el campo de batalla. ''Patria'', fundado por José Martí, quien escribía importantes artículos, fue un bastión de las ideas patrióticas, sobre todo en el proceso preparatorio de la Revolución de 1895.
Juan Gualberto Gómez dirige el periódico ''La Fraternidad'' y Úrsula Coimbra lo hace en la revista ''Minerva''. Ambas publicaciones no solo defienden la cultura cubana, sino con ella y desde ella, el derecho de negros y mulatos a participar en la vida nacional frente a injustas discriminaciones.
Revistas de primera calidad por la hondura de sus escritos son ''Hojas Literarias'' bajo la dirección de Manuel Sanguily, ''La Revista Cubana'' de Enrique José Varona y la ''Revista de Cuba'', de José Antonio Cortina.
En 1889 vería la luz la primera revista dirigida a los niños latinoamericanos: ''La Edad de Oro'', escrita por José Martí, la cual constituye, aún en nuestros días, un tesoro de educación en valores.
El ensayo, desde diversas posiciones ideológicas, muestra magníficas credenciales con los escritos de Enrique José Varona, Rafael Montoro, José Manuel Cortina, Raimundo Cabrera, Calixto Bernal, Rafael María de Labra, Nicolás Azcárate y José Martí, nombre este último que es una presencia constante en la producción cultural.
La educación pública estuvo orientada desde los intereses oficiales, a tratar de alejar a los cubanos de las ideas independentistas, mantener el inmovilismo y legitimar la condición colonial a través de planes de estudio, programas y métodos de enseñanza y educación retrógrados destinados a formar sujetos dóciles, en cuya formación predominaba lo rutinario y lo memorístico. Pero, la lección de la vida cotidiana del país, las tradiciones patrióticas que se habían gestado en la lucha por la independencia y estaban de alguna manera en la familia cubana, no le permitieron a la educación colonialista obtener los frutos esperados. A contrapelo de aquella educación oficial, en esta segunda mitad del siglo XIX se ponen en evidencia los frutos de la obra educativa de ilustres pedagogos de la primera mitad del siglo, como es el caso de José de la Luz y Caballero, el "silencioso fundador" como le llamara Martí, cuyas enseñanzas patrióticas y morales influyeron en cubanos que fueron sus alumnos o habían cursado estudios en escuelas que estuvieron dirigidas por aquel gran maestro. Un ejemplo de estos alumnos que llegaron a ser figuras destacadas de la revolución y/o de la intelectualidad progresista fueron: Francisco Vicente Aguilera, Pedro Figueredo, Ignacio Agramonte, Manuel Sanguily, Antonio Zambrana, Luis de Ayesterán, José Guiteras, Juan Clemente Zenea, Antonio Angulo y Enrique Piñeyro, entre otros.<ref>Jorge Ibarra: ''Varela, el Precursor. Un estudio de época'', Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 2004, p. 243.</ref>
Existieron también escuelas privadas, que por lo regular propiciaban una educación de más calidad que la escuela pública y era usual que las familias de buena posición económica enviaran a estudiar a sus hijos a los Estados Unidos y a Europa. Es de destacar la labor de instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País que estimulaban el desarrollo cultural y la divulgación de las investigaciones. No faltó tampoco la proyección de educadores de avanzada que frente a la adversidad pugnaban por métodos modernos de enseñanza, como son los casos, entre otros, de los hermanos Pedro José y Eusebio Guiteras, Enrique José Varona, Manuel Valdés Rodríguez, María Luisa Dolz y Arango, esta última con una destacada labor pedagógica ya entrado el siglo XX . En el año 1884, el Primer Congreso Pedagógico efectuado en Matanzas, abogó porque se convirtiese al maestro en "educador de hombres y no en entrenador de papagayos".<ref>Instituto de Historia de Cuba: ''Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1868-1898'', p. 311.</ref>
La Real Orden del 7 de diciembre de 1880 autorizaba a establecer un Instituto de Segunda Enseñanza (preuniversitario) en cada capital de las seis provincias de Cuba. A esa enseñanza se refirió de manera muy crítica el eminente pedagogo cubano Enrique José Varona (fig. 2.20), quien decía en 1886:
Fig. 2.20 Enrique José Varona <blockquote>Mala es nuestra enseñanza primaria, deficiente de un modo lastimoso la superior, pero buenas si se comparan con la segunda enseñanza. Esta es pésima en la forma, pésima en el espíritu, pésima en el conjunto [...] En cuanto a la manera de profesar las asignaturas unas están totalmente descuidadas como las matemáticas, otras se enseñan según se hubiera podido hacer a mediados del siglo anterior, por ejemplo la historia y la mal llamada filosofía [...]<ref>Ídem.</ref></blockquote>A pesar de aquel deficiente sistema educacional colonialista, se destacaron prominentes científicos cubanos, la mayoría de los cuales habían estudiado en universidades europeas y norteamericanas. Con sentido creador, con pensamiento independiente, consagrados a la investigación, marcaron pautas en diferentes ramas del conocimiento. En las Ciencias Naturales se destaca Felipe Poey (fig. 2.21), a quien se debe el primer ''Tratado de Mineralogía'', escrito en 1872, el primer ''Catálogo de fósiles cubanos'' publicado en 1876 y la ''Ictiología cubana'' premiada en la Exposición de Amsterdam en 1883; a Felipe Poey se debe también una ''Geografía Universal'' en la que rompió con el eurocentrismo. Álvaro Reinoso, por su parte, trazó pautas en las ciencias agrícolas. En la meteorología sobresalen Andrés Poey, director del Observatorio Físico-Meteorológico de La Habana, así como el sacerdote jesuíta español Benito Viñes del Observatorio del Colegio de Belén, quienes realizaron aportes al conocimiento de los huracanes.
Fig. 2.21 Felipe Poey Aloy
Gran prestigio tuvieron las publicaciones de ciencias médicas como la ''Crónica Médico Quirúrgica'', revista mensual a partir de 1875 y la ''Revista de Medicina y Cirugía'' de La Habana fundada en 1896 por el doctor José Antonio Presno. La primera transfusión de sangre exitosa fue realizada por el doctor Claudio Delgado en 1880; en 1882, el doctor Francisco Cabrera Saavedra realizó la primera ovariotomía; en 1887; a solo dos años de fundado el Instituto Pasteur en París, los médicos cubanos Diego Tamayo y el doctor San Martín iniciaron en el país la fabricación de la vacuna contra la rabia en el laboratorio del doctor Juan Santos Fernández. Entre 1880 y 1890 el doctor Tomás Coronado estudió las fiebres palúdicas; en 1895 la difteria comenzó a ser tratada con el suero preparado por el médico Luis Martín y para 1897 el doctor Juan F. Dávalos hizo el primer diagnóstico bacteriológico de dicha enfermedad. El doctor Joaquín Albarrán hizo notables aportes a los estudios nefrológicos. Su obra, ''Los tumores de la vejiga'', fue premiada por el Instituto de Francia. Carlos J. Finlay (fig. 2.22) descubrió que el agente transmisor de la mortífera fiebre amarilla era el mosquito ''culex'' (conocido en la actualidad como ''aedes aegypti''). La contribución del doctor Finlay salvó la vida de cientos de miles de personas que habitaban en las zonas tropicales; el descubrimiento realizado por este ilustre camagüeyano trascendió las fronteras de Cuba y propició un aporte a la ciencia médica a nivel mundial.
Fig. 2.22 Carlos J. Finlay
Hasta aquí, algunos ejemplos del panorama cultural, ejemplos que como muchos otros, también forman parte de una historia de la que los cubanos se pueden sentir orgullosos.
De la continuidad de esa historia, de sus aspiraciones, logros y frustraciones, se tratará en el capítulo siguiente.
===== Actividades para el estudio independiente =====
'''1.''' ¿Qué significación histórica tiene la presencia de hombres cultos como figuras sobresalientes de la Revolución Cubana?
'''2.''' Durante la segunda mitad del siglo XIX se evidencia la labor creadora de los cubanos en la cultura artística y literaria, en la ciencia y en la educación. Argumenta con cuatro elementos probatorios esta afirmación.
'''3.''' ¿Por qué podemos afirmar que José Martí es figura cimera de nuestra cultura? Utiliza cuatro elementos probatorios en tu respuesta.


=== Notas y referencias ===
=== Notas y referencias ===

Revisión actual - 20:15 25 sep 2024


2.1 La Revolución de 1868

2.1.1 Causas e inicios de la revolución

En los años sesenta del siglo XIX Cuba y Puerto Rico eran las dos únicas colonias que le quedaban a España en el continente americano. Esta nación no se caracterizaba por un amplio desarrollo económico-social dentro de los marcos del capitalismo europeo, sobre todo si se la compara con Gran Bretaña o Francia. De ahí que España aplicase en sus colonias un sistema de explotación anticuado que frenaba el posible desarrollo de las mismas, con el objetivo de extraer de ellas los recursos —en dinero, en bienes materiales— que le eran necesarios para su sostenimiento. Los excesivos impuestos, que alcanzaban la increíble cifra de 100 diferentes, la opresión política (los cubanos eran considerados como habitantes de una colonia), la falta de libertad de expresión, la existencia de un opresivo sistema esclavista de producción, y la ausencia casi absoluta de servicios de salud (un cubano promedio vivía solo 45 años) y de educación (la cifra de analfabetos era superior al 75 % del total de habitantes) caracterizaban la vida del pueblo cubano, que, en 1867, ya estaba en su mayoría decidido a quitarse de encima "cuanto de negro la opresión encierra",[1] según un hermoso verso de José Martí, en su soneto 10 de Octubre.

Sin ser tan grandes como en otros países de Latinoamérica, en Cuba había diferencias regionales notables entre un Occidente —que puede ser considerado como integrado por las provincias actuales de Pinar del Río, La Habana, Ciudad de La Habana, Matanzas y Cienfuegos— en el que preponderaba la plantación esclavista, y un Centro-Oriente —Villa Clara, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila, Camagüey, Las Tunas, Holguín, Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo— en el que, salvo algunos enclaves azucareros o cafetaleros, preponderaban las haciendas ganaderas y los cultivos agrícolas tradicionales. La sociedad cubana estaba compuesta por múltiples clases y sectores que iban desde el grupo de los poderosos y muy ricos esclavistas hasta los desposeídos esclavos, con otros fuertes grupos en el medio del espectro social, tales como los intelectuales, el campesinado libre, la pequeña burguesía urbana y el naciente proletariado. La siguiente tabla ofrece una idea de cómo se distribuía regionalmente la población, en lo referente a la composición racial:

(Fuente: Instituto de Historia de Cuba: "Noticias estadísticas de la isla de Cuba en 1862", Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1868-1898, Ed. Política, La Habana, p. 549. La tabla ha sido elaborada por el profesor Oscar Loyola Vega)
Occidente Centro-Oriente Total
Bancos 399 426 330 531 729 957
Negros libres 84 364 137 053 221 417
Chinos y otros 27 545 7 248 34 793
Emancipados 3 190 1 331 4 521
Esclavos 230 764 137 786 368 550
Totales 745 289 613 949 1 359 238

La creación por la Metrópoli de un nuevo impuesto surgido en los marcos de la Junta de Información celebrada en Madrid en 1866-1867, que comenzaría a cobrarse en 1867, fue un elemento importante que desató en la región oriental las ansias independentistas reprimidas. Los bayameses Francisco Vicente Aguilera y Pedro Figueredo, "Perucho", dieron los primeros pasos para la organización de una conspiración que con rapidez entró en contacto con grupos similares que surgieron en jurisdicciones vecinas, en particular con Vicente García en Las Tunas, Donato Mármol en Jiguaní y Carlos Manuel de Céspedes en Manzanillo. También se supo que en la ciudad de Puerto Príncipe había independentistas dispuestos a alzarse en armas, entre los que descollaba Salvador Cisneros Betancourt. En la región de Las Villas, cuya figura fundamental era Miguel Jerónimo Gutiérrez, y en el Occidente, los trabajos conspirativos estaban poco avanzados. Los nombres mencionados pertenecen todos al sector que inicialmente impulsó la batalla anticolonial: el ala radical y patriótica de los terratenientes centro-orientales, secundados por el campesinado libre y los intelectuales con proyecciones revolucionarias. A ellos se sumarían la pequeña burguesía urbana y los esclavos que fueran liberados.

Como puede observarse, el proceso organizativo de la lucha anticolonial, desde su misma arrancada, estuvo dividido en diferentes centros regionales, lo que impidió lograr la imprescindible unidad revolucionaria. Para tratar de resolver este problema se efectuaron, a mediados del año 1868, varias reuniones con delegados de diferentes regiones en fincas de la jurisdicción de Las Tunas, que no pudieron ponerse de acuerdo en cuanto a la fecha de iniciar el levantamiento armado. La energía de los manzanilleros, encabezados por el abogado Carlos Manuel de Céspedes (fig. 2.1), que tuvo la clara percepción de que era preciso no dilatar el alzamiento y aprovechar la difícil situación política española, apoyados por los tuneros, determinó el inicio del proceso revolucionario cubano el 10 de Octubre de 1868. Comenzaba así la Guerra de los Diez Años.

El alzamiento de Céspedes en su ingenio Demajagua inaugura, en la historia nacional, el empleo de la vía de la lucha armada para alcanzar la independencia. Al amanecer de ese día, rodeado por terratenientes y esclavos (entre ellos los suyos, a los que había liberado), Céspedes dio a conocer un escrito que ha recibido el nombre de Manifiesto del Diez de Octubre. El siguiente párrafo es ilustrativo de su contenido:

Nosotros consagramos estos dos venerables principios: nosotros creemos que todos los hombres somos iguales, amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias; respetamos las vidas y propiedades de todos los ciudadanos pacíficos, aunque sean los mismos españoles, residentes en este territorio; admiramos el sufragio universal que asegura la soberanía del pueblo; deseamos la emancipación, gradual y bajo indemnización, de la esclavitud [...][2]

Independencia absoluta y deseo de abolición se hallaban presentes desde los comienzos. Para garantizar la unidad en torno a su alzamiento, Céspedes centralizó la dirección revolucionaria en su persona unificando las funciones militares y las civiles, criterio que no sería compartido por sus compañeros de otras regiones, en particular los camagüeyanos. El día 11, una escaramuza en el poblado de Yara entre los inexpertos cubanos y una tropa española casi disuelve el grupo inicial de alzados apoyado por Aguilera, Figueredo y Mármol, el jefe oriental tomó a Bayamo el 20 de octubre, con lo que pudo así disponer de un centro con funciones de capital. Los mambises (nombre despectivo que España dio a los cubanos, y que estos con orgullo aceptaron) comenzaron a multiplicarse por todas las zonas orientales, y llegaron a sumar cerca de 2000 combatientes a fines del propio octubre. Entre estos luchadores se encontraban grandes figuras de la historia nacional, tales como Bartolomé Masó, Guillermo Moncada, Flor Crombet y José Maceo, y sobre todo, Máximo Gómez, Antonio Maceo y Calixto García.

Una vez en Bayamo, el jefe revolucionario tomó medidas sucesivas que pretendían viabilizar el funcionamiento de la revolución, tales como reestructurar el órgano local de gobierno, el Cabildo, dando entrada en él a un negro y a un trabajador manual, con lo que la revolución expresó su carácter democrático; crear el primer periódico mambí, llamado El Cubano Libre; otorgar grados militares a los jefes de partidas; impulsar el establecimiento de leyes nuevas, diferentes a las españolas; organizar los mandos militares en la región oriental; y escribir a los gobernantes de muchas naciones para solicitar el apoyo imprescindible a la independencia cubana. De especial trascendencia resulta el hecho —que tuvo lugar el mismo 20 de octubre— de la escritura de la letra del Himno Nacional por el compositor y poeta Perucho Figueredo (fig. 2.2), cuya música ya había sido compuesta anteriormente, y que con celeridad aprendieron todos los combatientes.

Noviembre trajo un acontecimiento de relieve: el día 4, en Las Clavellinas, se alzaron los camagüeyanos. Sin embargo, los patriotas de esta zona, con criterios diferentes en aspectos organizativos a los promulgados por Céspedes, constituyeron un gobierno que separaba el mando civil del militar y subordinaba el segundo al primero. Ciertas discrepancias internas provocaron el 26 de noviembre, en la reunión de Las Minas, la elección de un órgano de poder compuesto por tres personas, el Comité Revolucionario del Camagüey, de gran radicalidad ideológica, en el que figuraba un joven excepcional: Ignacio Agramonte (fig. 2.3), que demostró en esta reunión su elevado patriotismo al combatir con energía los intentos no independentistas de algunos de los presentes, encabezados por el hacendado Napoleón Arango.

En la zona oriental, el 4 de noviembre marcó el principal éxito militar de la revolución en sus primeros momentos: el combate de Tienda del Pino, cerca de Baire, capitaneado por Máximo Gómez, en el que el machete como arma ofensiva desempeñó un papel fundamental. Debe decirse que Gómez, quien no había nacido en Cuba sino en Santo Domingo, es el supremo ejemplo de muchos latinoamericanos que decidieron ayudar a Cuba, y morir por ella si fuera preciso, entre los cuales hubo mexicanos, dominicanos, portorriqueños, venezolanos, colombianos, peruanos y chilenos. También se convirtieron en mambises jóvenes estadounidenses, canadienses, franceses, italianos, polacos, chinos y, por supuesto, africanos esclavos provenientes de múltiples regiones. El ejército anticolonialista cubano tuvo además entre sus integrantes a gran cantidad de españoles deseosos de liberar a la Perla de las Antillas. No pocos de estos extranjeros ascendieron al grado de general, y ocuparon altas responsabilidades en la guerra independentista.

Muy distinta fue la actitud del aparato colonialista español. El capitán general Francisco Lersundi (monárquico recalcitrante aun en momentos en que la monarquía había sido expulsada del gobierno español) fue sustituido por Domingo Dulce, militar anciano que ya había estado en Cuba, y quien trató de implantar tibias reformas para sofocar la revolución. Entre sus medidas estuvo enviar comisiones de paz a la manigua, para que los luchadores abandonaran el combate. La intransigencia mambisa no lo permitió. Los sectores más reaccionarios del aparato colonialista en La Habana impulsaron la creación de los cuerpos de Voluntarios, compuestos por jóvenes españoles de muy humilde condición que trabajaban en Cuba, sin instrucción militar especializada, y que llegaron a ser, en cada ciudad y pueblo del país, un azote represivo contra todo aquel que no fuese seguidor ciego de la intransigencia colonialista. A lo largo de la guerra, la actitud del gobierno español fue siempre lograr la victoria sobre la base de masacrar a civiles y a mambises, sin respetar las vidas ni tan siquiera de los niños y las mujeres. España jamás se planteó la posibilidad de otorgar la libertad a la Isla que ella misma había poblado.

Para los camagüeyanos, el mes de diciembre trajo, el día 27, un gran refuerzo, con el desembarco por La Guanaja de la goleta Galvanic, capitaneada por el general Manuel de Quesada e integrada por muchos jóvenes del Occidente, no pocos de ellos amigos de Agramonte, que apoyaron los criterios organizativos de la región, y que con el tiempo ocuparían posiciones destacadas en el aparato civil revolucionario. En Oriente lo más significativo fue la promulgación por Céspedes, también el día 27, de un decreto que daba pasos discretos en la senda de la abolición de la esclavitud.

Llegado el año 1869, España dispuso que Blas Villate, conde de Valmaseda y jefe de operaciones, marchase sobre Bayamo para recuperarla. Este militar, famoso por sus criterios anticubanos, avanzó sobre la villa a través de una campaña conocida como Creciente de Valmaseda. Los inexpertos cubanos trataron de impedir la pérdida de su capital, pero fueron duramente derrotados en El Salado. Antes de perder Bayamo, el 12 de enero los mambises y los bayameses decidieron quemarla, cosa que hicieron, comenzando el incendio por la casa del presidente Céspedes por orden de este intransigente mambí. El gobierno insurrecto debería ahora recorrer trashumante la zona de las montañas sudorientales. Y no pocos jefes mambises, como Donato Mármol, exigieron de Céspedes que entrase en contacto con los camagüeyanos para unificar la revolución, en entrevista efectuada entre ambos en Tacajó, el propio mes de enero.

Ya en febrero, la lucha anticolonialista recibió el refuerzo del alzamiento villareño, efectuado en San Gil, cerca de Manicaragua, el día 6. La región villareña, por su importancia económica, su cercanía a la zona azucarera de Matanzas y la abundancia de centros urbanos, no era demasiado favorable para el combate por un grupo mambí sin experiencia, que después de varias contingencias tomó la decisión de trasladarse hacia el oriente insular, radicándose en Camagüey. Los mambises de esta región efectuaron el propio mes una nueva reestructuración del aparato de dirección, que pasó a llamarse Asamblea de Representantes del Centro integrada por 5 miembros, la que promovió un decreto de abolición de la esclavitud el día 26, e inició contactos con Céspedes para unir los diferentes grupos insurrectos.

Debe hacerse hincapié en que la principal región socioeconómica cubana, el Occidente, no logró materializar plenamente un alzamiento independentista. Múltiples factores explican tal situación, de entre los cuales se destacan la existencia en ella del centro del poder colonial, La Habana; la persecución sanguinaria de los voluntarios a todo lo relacionado con la independencia; la heterogeneidad de los sectores poblacionales; la actitud no patriótica de los grandes esclavistas cubanos, temerosos de un cambio radical en la sociedad, quienes paralizaron los intentos anticolonialistas de ciertos grupos; el miedo a una abolición rápida de la esclavitud. Los esclavistas, hostigados por los voluntarios, emigraron en gran número a los Estados Unidos, usurpando allí la representación de la revolución, mientras trataban de obtener una avenencia con España que fuese conveniente a sus intereses económicos. Representantes típicos de esta tendencia fueron José Morales Lemus y Miguel Aldama. Sin embargo, entre los adolescentes y los jóvenes del Occidente sí existió un fortísimo interés por la independencia nacional, que se ejemplifica con la figura de José Martí, quien comenzó desde aquellos tiempos a expresar sus primeros y argumentados criterios anticolonialistas en sus escritos iniciales.

El 4 de abril Valmaseda dio a conocer una proclama de "guerra a muerte", que establecía severísimas penas —entre ellas, la de muerte— para los civiles que ayudasen a los revolucionarios, de cualquier edad y sexo, e inclusive para aquellos campesinos que no permaneciesen en sus fincas o poblados. El 15 se hizo público un decreto por el que se embargaban las propiedades a todo sospechoso de ser "infidente", vale decir, simpatizante con la independencia, y que iba dirigido a lograr que los terratenientes cubanos se desvincularan de la lucha anticolonial. A todas luces, hacía mucha falta lograr la unidad de los grupos alzados y presentar un frente común fuertemente estructurado contra la metrópoli. A esto se dedicaron los mambises en marzo de 1869.

2.1.2 Desarrollo y radicalización del proceso revolucionario

La Asamblea de Guáimaro fue convocada para los días 10 y 11 de abril de 1869, con el objetivo de unificar los tres grandes grupos de combatientes. A ella concurrieron 15 delegados, cuatro por Oriente, cinco por Camagüey y seis por Las Villas, que acordaron una constitución muy avanzada para la época. Se estableció la República de Cuba, con un gobierno conformado por un presidente (poder Ejecutivo), una cámara de representantes (poder Legislativo) y un poder Judicial. El miedo a una dictadura en la manigua presente en los civilistas camagüeyanos y sus aliados villareños hizo que el Ejecutivo quedase subordinado al Legislativo, que a la par que lo elegía podía deponerlo, y que el mando militar, con un general en jefe al frente, también dependiese de la cámara, si bien debía rendir cuentas de su actuación al presidente. Esta estructura implicó dos consecuencias importantes, muy relacionadas. Por un lado, la cámara emergió como el máximo poder revolucionario, con un férreo control sobre todos los aspectos de la vida republicana; por el otro, los órganos que debían tomar decisiones rápidas, el Ejecutivo y los militares, estaban limitados en su accionar, al depender de los criterios del grupo legislador. Rápidamente se sentirían los efectos de un aparato de gobierno no adecuado para una guerra anticolonial.

También en Guáimaro se aprobó como enseña nacional la actual bandera cubana, así como la forma actual del escudo nacional; el artículo 24 de la Constitución establecía que "todos los habitantes de la República son enteramente libres",[3] lo que representó un fuerte golpe al sistema esclavista. Carlos Manuel de Céspedes fue electo presidente de la República, Salvador Cisneros presidente de la Cámara, y Manuel de Quesada general en jefe. La constitución, redactada por Agramonte y Antonio Zambrana, entró inmediatamente en vigencia. Los legisladores mambises transformaron el obsoleto aparato legal español y sentaron las bases de las normas jurídicas cubanas hasta la contemporaneidad. La mujer cubana, plenamente integrada a la batalla por la independencia, se hizo sentir en Guáimaro cuando Ana Betancourt, mambisa camagüeyana esposa de Ignacio Mora, exhortó a los legisladores a igualar los derechos de la mujer con los del hombre, en la república por venir, en acto celebrado a poca distancia de donde los representantes trabajaban.

En los meses siguientes los luchadores anticolonialistas adquirieron cada vez más una sólida experiencia combativa, y comenzaron a destacarse líderes militares de excepción, tales como Gómez, Agramonte y Vicente García. La grandeza de Céspedes lo hizo rechazar (vetar) un Reglamento de Libertos propugnado por los legisladores, que cortaba la libertad del negro, si bien este fue aprobado. Y las grietas en la unidad empezaron a manifestarse cuando, por criterios de índole subjetiva, fue depuesto de su cargo Manuel de Quesada en diciembre de 1869, en el Horcón de Najasa, al solicitar Quesada de los legisladores una mayor libertad de acción para el aparato militar. Este patriota fue designado por Céspedes para un cargo en la emigración, en Estados Unidos; su llegada a dicho país provocó la división de los emigrados en dos grupos: sus seguidores, o "quesadistas", y los vinculados a Aldama, o "aldamistas". La unidad revolucionaria en el exterior también comenzó a agrietarse.

Tanto el gobierno de Céspedes como los patriotas que residían en Norteamérica esperaban que los dirigentes de esta nación, si no apoyaban la independencia de Cuba, se mantuvieran neutrales. Por el contrario, la política del Ejecutivo estadounidense a lo largo de la Revolución del 68 fue obstaculizar la lucha anticolonial antillana e impedir así la creación del estado nacional cubano. El presidente Ulises Grant y sus secretarios de despacho suministraban información a España sobre las actividades de los mambises; prohibieron la propaganda en favor de Cuba; establecieron severas penas contra las expediciones revolucionarias; vendieron cañoneras a España para la vigilancia de las costas cubanas; expresaron de manera reiterada su apoyo al gobierno español; negaron su colaboración en un plan auspiciado por el presidente de Colombia para, entre toda América, comprarle a Madrid la libertad de la Isla; y condenaron la participación de jóvenes estadounidenses en la lucha que se libraba en la Antilla. Cuba española, hasta que pudiera definirse su destino futuro, con amplios beneficios para Estados Unidos, fue la actitud asumida por el gobierno de ese país en el período 1869-1878. Dicha actitud contrasta con las simpatías del pueblo norteamericano hacia la revolución cubana, cuyo mayor ejemplo fue el joven Henry Reeve, apodado El Inglesito, que con los grados de general mambí cayó combatiendo en la extrema vanguardia en Yaguaramas, el 4 de agosto de 1876.

Hechos importantes del período, que marcan la radicalización de la revolución fueron la definitiva abolición de la esclavitud, en diciembre de 1870; el inicio de la invasión a Guantánamo en julio de 1871, dirigida por Gómez, con Maceo y Moncada de segundos, para incorporar a esta jurisdicción a la lucha anticolonial y en la que se liberaron cientos de esclavos, destruyéndose la riqueza cafetalera de la zona; y el rescate de Julio Sanguily efectuado por Agramonte el 8 de octubre del propio año, que demostró el sentido de la amistad del héroe camagüeyano, y sus capacidades como líder militar. Tales capacidades se concretaron en la organización de un cuerpo de caballería que se haría famosa en la Revolución del 68. Por la parte española se destaca el fusilamiento de los estudiantes de medicina, el 27 de noviembre, acto de salvajismo colonialista contra jóvenes no vinculados al mambisado, y que fueron víctimas del control que los voluntarios ejercían sobre la dirección española en Cuba (fig. 2.4).

Para los revolucionarios fue un golpe irremediable la muerte en combate de Agramonte, ocurrida el 11 de mayo de 1873 en Jimaguayú. El Mayor, como le decían sus seguidores, dejó un vacío muy difícil de llenar por sus excepcionales virtudes cívicas, sus capacidades militares y su lucha en favor de la unidad. José Martí lo definió como "un diamante con alma de beso", expresión que lo retrata a maravilla. Su cargo al frente del Camagüey fue ocupado por Máximo Gómez, quien valoró altamente la organización de la región. La muerte del líder portoprincipeño facilitó que algunos criterios subjetivos presentes en la manigua se concretaran en la deposición del presidente Céspedes, hecho ocurrido en Bijagual, el 27 de octubre de 1873. Salvador Cisneros asumió la presidencia de la República. La deposición de Céspedes fue un gigantesco golpe a la unidad de la Revolución Cubana, no ya tan solo por lo inmerecida, sino por los extraordinarios méritos históricos del Padre de la Patria, la principal figura de la gesta del 68. Retirado a San Lorenzo en las montañas orientales, solo, sin escolta, perseguido por los españoles, cayó en desigual combate el 27 de febrero de 1874, "como un sol de fuego que se hunde en el abismo", según bellísima frase de un escritor y coronel mambí que lo conoció, Manuel Sanguily.

Una vez en Camagüey, Gómez se dedicó a aprovechar la disposición combativa de sus tropas para organizar la Invasión a Occidente. Sin embargo España, al tanto de los movimientos cubanos, lo obligó a combatir muy rudamente en los campos agramontinos, en las más grandes batallas de la guerra, tales como La Sacra (9 de noviembre de 1873), Palo Seco (2 de diciembre de 1873 ), El Naranjo-Mojacasabe (11-12 de febrero de 1874) y sobre todo, Las Guásimas (15-19 de marzo de 1874). Esta última dejó como saldo un número no precisado de entre 500 a 1 100 bajas españolas. Tales victorias provocaron un gasto muy grande de recursos bélicos, lo que determinó a Gómez a posponer el inicio de la Invasión. Los éxitos militares en Camagüey se empañaron el 4 de septiembre con la caída en manos españolas de Calixto García en San Antonio de Baja, en la zona de Oriente, quien se disparó un tiro antes de ser hecho prisionero, a pesar de lo cual no falleció. El mando supremo de la región oriental quedaría, a partir de la fecha señalada, en situación precaria.

En enero de 1875 comenzó la Invasión a Las Villas. Gómez no pudo llevar de segundo jefe a Maceo, porque los villareños se negaron a que los dirigiera un militar de otra región. La Invasión tenía tres objetivos fundamentales: extender la guerra a Occidente; destruir toda la riqueza que le daba ganancias a España, es decir, aplicar la política mambisa de la "tea incendiaria"; y liberar a los esclavos del territorio. Para llegar a Las Villas, el jefe invasor y su tropa debieron atravesar la Trocha de Júcaro a Morón, sistema de fortificaciones españolas que iba desde el norte hasta el sur, y cuyo objetivo era impedir la extensión de la guerra. El cruce de la Trocha se efectuó sin problemas, con un herido: el propio Máximo Gómez.

Al llegar a la zona villareña, integrada por seis jurisdicciones (dos al norte, una en el centro y tres al sur) los invasores comenzaron a quemar cuanta caña encontraban, destruir las vías férreas para incomunicar al enemigo y rechazar las tropas colonialistas, que en gran número España había concentrado allí. El poderío de Madrid pareció tambalearse. Más de 80 ingenios fueron destruidos, y el ejército invasor se desplazó a marchas aceleradas hacia el occidente villareño. Pero a mediados de ese mismo año, los problemas internos de la Revolución se hicieron presentes con notable fuerza.

Las tropas seleccionadas para reforzar el contingente invasor, gran parte de los amigos y familiares de Carlos Manuel de Céspedes, y muchos oficiales y soldados de Vicente García reunidos en Lagunas de Varona, el 26 de abril de 1875 elevaron a la Cámara un escrito conminatorio en el que se exigían demandas de reformulación constitucional, separación de Cisneros de la presidencia y reestructuración de la vida civil y militar. Algunas de estas demandas tenían cierta lógica, demostrada por la vida cotidiana. Pero el momento escogido para hacerlas —más bien, para imponerlas— fue nefasto, en tanto la tarea prioritaria de la Revolución era reforzar la Invasión. El Ejecutivo y la Cámara no tuvieron la energía suficiente para imponerse a los sediciosos, y solicitaron de Gómez que regresase de Las Villas a conversar con Vicente García. La entrevista, efectuada en Loma de Sevilla el 25 de julio, resultó una transacción. Cisneros dejó la presidencia en manos de Juan Bautista Spotorno (que se haría famoso por promulgar un decreto de gran radicalidad patriótica que condenaba a muerte a los emisarios o propugnadores de una paz que no implicara la independencia) y este la traspasó en 1876 a Tomás Estrada Palma. Los insubordinados no fueron sancionados. La unidad revolucionaria recibió, con los sucesos descritos, un golpe demoledor, en tanto un grupo militar impuso sus criterios al gobierno de la República. Y la campaña invasora se paralizaría.

Otros hechos de gran magnitud lesionarían con increíble fuerza la precaria unidad entre los revolucionarios. Uno de ellos, ocurrido en octubre de 1876 afectó a Máximo Gómez, que fue expulsado de Las Villas por los jefes regionales encabezados por Carlos Roloff, negados a una dirección que no fuese villareña. Gómez regresó a Camagüey con el ánimo desolado. Otro viene dado por la negativa de Vicente García a asumir el mando de la zona villareña, en sustitución de Gómez. García y su tropa, en Santa Rita, dieron a conocer el 11 de mayo de 1877, un escrito que nuevamente exigía reformas, en instantes en que la revolución necesitaba apretar en fuerte haz a todos sus integrantes, dada la débil unidad que se percibía en aquellos momentos. El combate anticolonial en Las Villas no fue restablecido, y los soldados que comandaba García regresaron a Las Tunas. Debe también decirse que Limbano Sánchez, oficial holguinero muy vinculado a Vicente García, trató de enfrentarse a Antonio Maceo y desconocer la jefatura de este. Mientras tanto, algunas figuras de la propia región constituyeron un llamado "Cantón de Holguín" segregado del territorio de la República, intento que terminara con la presentación a España de sus promotores.

Como puede comprenderse por los elementos vistos con anterioridad, la unidad revolucionaria había sufrido golpes irremediables. Si a ello se unen la fuerte dosis de subjetivismo presente en algunas figuras; la débil organización revolucionaria inicial; las concepciones localistas o regionalistas de ciertos líderes; la poca efectividad de la estructura gubernamental establecida en Guáimaro; las indisciplinas; las divisiones entre los emigrados; el apoyo casi nulo en recursos recibidos desde el exterior; las trabas impuestas por el gobierno de los Estados Unidos; la muerte de figuras fundamentales como Céspedes y Agramonte; el no haber podido extender la guerra a Occidente; el desgaste lógico después de nueve años de combate, entre muchos aspectos, se entiende que la Revolución, a finales de 1877, se encontraba agonizando.

2.1.3 El Zanjón y Baraguá

El militar español Arsenio Martínez Campos, conocido en su país por el sobrenombre de El Pacificador (por haber terminado con algunos levantamientos contra el poder central de la monarquía en la Península) llegó a Cuba como jefe de operaciones del ejército colonialista, a la par que como capitán general. Para la estabilidad política española, era imprescindible sofocar la rebelión de los mambises. Conocedor de la guerra, pues ya había estado en ella, se propuso terminarla mediante la combinación de disposiciones de carácter militar novedosas y la implantación de medidas tendentes a lograr que los mambises abandonasen la lucha, con respeto para sus vidas. En momentos en que la unidad de los cubanos mostraba sus mayores grietas, la energía y la capacidad militares de Martínez Campos fueron muy provechosas para España.

Desgastados internamente los combatientes cubanos, a fines del 77 atravesaron otra circunstancia desfavorable: el presidente Tomás Estrada Palma cayó en manos españolas en octubre, en la zona de Tasajeras, y fue enviado a un presidio norteño en España. Lo sustituyó Francisco Javier de Céspedes, hermano del Iniciador, y a este le siguió en el cargo con celeridad Vicente García. En las filas de los luchadores, fuesen civiles o militares, el agotamiento, la falta de recursos y la ausencia de un verdadero líder se hacían sentir. De ahí que se derogase el Decreto Spotorno para facilitar las conversaciones de paz con el jefe español, sobre bases no independentistas, sin consultar con el presidente. Con el beneplácito de Martínez Campos se acordó una tregua, prolongada más tarde, lo que desembocó en la disolución de la Cámara (que no hizo esfuerzos por frenar la situación que se avecinaba); en una rara consulta con las tropas allí establecidas, para ver si deseaban o no seguir combatiendo; y en la elección de un Comité que firmase el acuerdo definitivo con Martínez Campos. Dicha firma se efectuó el 10 de febrero de 1878 en una finca llamada El Zanjón. Ambas partes sobrentendieron que con tal convenio entre España y Cuba terminaba la Guerra de los Diez Años.

De los contenidos del Pacto (o Convenio) de El Zanjón debe señalarse que el de mayor relevancia para los mambises era el reconocimiento de la libertad a los antiguos esclavos y colonos chinos miembros del ejército anticolonial. Aparte de esto, se otorgaban a Cuba algunas libertades (de reunión, expresión, asociación, etc.) que luego resultaron imposibles de aplicar puesto que ya habían sido suprimidas en Puerto Rico. Se estipuló además que lo pactado era válido para toda Cuba, y por tanto, el cese al fuego era obligatorio para todos los mambises.

En esto se equivocó el jefe español. En la zona más oriental de Cuba, los mambises dirigidos por Antonio Maceo se negaron a aceptar una paz sin independencia absoluta y abolición de la esclavitud, decisión que se basaba, entre otros elementos, en sus éxitos militares recientes, sus capacidades combativas no mermadas, la protección que brindaba la agreste zona en la que operaban, y el hecho de no haber sufrido los embates de múltiples sediciones militares. Por eso solicitaron de Martínez Campos una entrevista para expresarle sus opiniones contrarias al Pacto. Dicha entrevista se efectuó el 15 de marzo de 1878, en Mangos de Baraguá. En ella, Maceo demostró la madurez patriótica que había alcanzado, y los luchadores anticolonialistas decidieron continuar el combate apenas ocho días después (fig. 2.5). Antes de abandonar a Cuba rumbo a Jamaica, Máximo Gómez fue a despedirse de sus antiguos subalternos, y pasó toda una noche explicándole a Maceo los últimos acontecimientos de meses anteriores.

Aun cuando se hicieron serios esfuerzos por sumar a otros grupos mambises orientales a continuar la lucha, esto no fue logrado a cabalidad. Solo un grupo notable de seguidores de Vicente García se integró a los soldados de Maceo. Los protestantes de Baraguá acordaron una Constitución diferente a la de Guáimaro, en la que el aparato militar no resultaba encerrado en la estructura civil, y eligieron un Gobierno provisional (integrado solo por militares de alta graduación) encabezado por el mayor general Manuel de Jesús Calvar, alzado desde el 10 de octubre. La concentración de tropas que en la zona realizó España, unida a la falta de recursos, determinó que la lucha no pudiera proseguir, no sin antes acordar los revolucionarios que Maceo no se acogiera al Pacto, para lo cual, con su anuencia, lo sacaron de Cuba. En junio de 1878, los últimos alzados de aquella zona abandonaron la manigua. La Protesta de Baraguá ha quedado en la historia nacional como un fiel testimonio de la firme decisión de los cubanos de hacer libre a la patria; sentó pauta como referente moral para futuros empeños en la lucha por la independencia; fue expresión de la intransigencia revolucionaria; demostró la capacidad de líder de Antonio Maceo y ratificó que los principios patrióticos no son negociables.

La Revolución del 68 no logró su objetivo fundamental, independizar a Cuba. Sin embargo, su importancia histórica es excepcional. Ella sintetizó las ansias patrióticas de los cubanos; ayudó grandemente a consolidar el sentimiento nacional; dio un acelerado paso en la abolición definitiva de la esclavitud; permitió avanzar en la integración de blancos y negros; dotó al país de dos símbolos fundamentales, la bandera y el himno; aportó la forma actual del escudo nacional; demostró a los revolucionarios que los intereses de los círculos de poder de los Estados Unidos eran contrapuestos con los de la independencia nacional cubana; preparó a cientos de cuadros militares y civiles para empeños futuros; con su rosario de mártires, sentó las bases de un patrimonio histórico diferente al español, de singular belleza; legó a la cultura nacional una fuente de inspiración de enorme trascendencia y una literatura de sólida hermosura, llamada "de campaña"; y demostró que, con una más sólida preparación y una muy firme unidad revolucionaria, el pueblo cubano lograría, en momentos posteriores, expulsar el colonialismo español de la mayor de las Antillas. Por las razones expuestas, y por muchas otras, la Guerra de los Diez Años constituye un hito fundamental dentro de las luchas por la independencia y la plena soberanía nacionales.

Actividades para el estudio independiente

1. Confecciona un resumen comparativo de las características principales que tuvieron los tres grandes alzamientos independentistas: el oriental, el camagüeyano y el villareño.

2. ¿Qué importancia tuvo la Constitución de Guáimaro?

3. Selecciona un patriota de la Revolución del 68 y escribe un párrafo que explique el porqué de tu selección.

4. A tu juicio, ¿qué méritos históricos excepcionales tiene Carlos Manuel de Céspedes?

5. El Padre de la Patria, en carta a José Manuel Mestre a mediados de 1870, dijo:

[...] Por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez estaré equivocado; pero en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y entretanto que no salga del dominio de España, siquiera sea para constituirse en poder independiente; este es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga o proponga sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces o desinteresados [...]

Y en esta carta al señor C. Sumner, presidente de la comisión de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos de América, fechada en las Tunas el 10 de agosto de 1871, le expresó:

Cerca de tres años cuenta la guerra y en ese intermedio España ha enviado a la Isla como 60 mil soldados y ha aumentado sus fuerzas navales hasta llegar a tener en ocasiones hasta 83 buques en las costas de Cuba operando en bloqueo, gracias en parte al auxilio sacado de ese país (U.S.A.) con la construcción, armamento y equipos de 30 cañoneros de vapor.

.......................................................................................

A la imparcial historia tocará juzgar si el gobierno de esa República ha estado a la altura de su pueblo y de la misión que representa en América; no ya permaneciendo simple espectador indiferente de las barbaries y crueldades ejecutadas a su propia vista por una potencia europea monárquica contra su colonia, que en uso de su derecho, rechaza la dominación de aquélla para entrar en la vida independiente, (siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos) sino prestando apoyo indirecto moral y material al opresor contra el oprimido, al fuerte contra el débil, a la Monarquía contra la República, a la Metrópoli europea contra la Colonia Americana, al esclavista recalcitrante contra el liberador de cientos de miles de esclavos.

.....................................................................................

Nuestro lema es y será siempre: Independencia o Muerte. Cuba no solo tiene que ser libre, sino que no puede ya volver a ser esclava.

A partir de estas ideas del iniciador de la Revolución Cubana, escribe tus comentarios.

6. Redacta un texto con elementos probatorios de la actuación de los círculos de poder de los Estados Unidos con respecto a Cuba durante la Revolución del 68.

7. ¿Por qué fracasó la Invasión a Las Villas de 1875?

8. Explica dos sucesos históricos de la guerra que dañaran la unidad revolucionaria.

9. Con los elementos que te aporta el texto, elabora una cronología de los principales acontecimientos de la Revolución del 68.

10. Indaga si en tu provincia o municipio ocurrieron hechos durante la Revolución del 68. Si así fue, ¿qué nombres de mambises de esa zona no debemos olvidar?

11. ¿Por qué Antonio Maceo tiene plenamente merecido en nuestra historia el sobrenombre El Titán de Bronce?

12. Al referirse a la Guerra de los Diez Años, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro señaló en su memorable discurso por el centenario de la Protesta de Baraguá: "[...] la guerra se comienza a perder años antes del Zanjón [...]" Argumenta esta afirmación con cuatro elementos estudiados en el texto.

13. Si tuvieras que organizar una revolución anticolonial, tiempo después de finalizada la Revolución del 68, ¿qué errores cometidos por nuestros mambises evitarías?

2.2 El período de reposo turbulento o tregua fecunda (1878-1895)

Por Tregua Fecunda o Reposo Turbulento se identifica al período interguerras que duró diecisiete años; es decir, desde el Pacto del Zanjón hasta el reinicio de la Revolución el 24 de febrero de 1895. Se trata de un período de relativo descanso de las armas, en el que tampoco dejaron de existir intentos, fallidos pero no menos heroicos, para proseguir la batalla por la libertad. Al mismo tiempo, es un período de intenso aprendizaje de las experiencias que aportaron las luchas anteriores, de pasos importantes en pos de la unidad entre los patriotas, mientras se preparaba lo que José Martí llamó la "guerra necesaria", luminosa expresión de la continuidad de la Revolución en pos de la independencia de la patria.

Como es sabido, a partir de 1878, con el Pacto del Zanjón, Cuba no fue independiente, pero también muchas cosas no fueron nunca más como antes. Así, se producirían significativos cambios en los órdenes económico, social y político. Se apreciarían transformaciones en la economía; se decretó la abolición de la esclavitud; aparecerían nuevas legislaciones que autorizaban asociaciones entre los habitantes de la Isla; se fundarían partidos políticos; se permitiría la circulación de nuevos y diversos periódicos; se permitiría hablar de reformas, siempre y cuando, desde luego, se mantuviera la esencia del dominio colonial.

En el orden económico-social, estos cambios pueden explicarse como expresión del desarrollo del capitalismo como tendencia mundial en el que se insertaba la sociedad colonial aunque, como lo demostrarían los años venideros, el rumbo no sería hacia el desarrollo sino a la dependencia.

2.2.1 Las transformaciones económicas, sociales y políticas operadas en Cuba en este período

Las transformaciones en el orden económico
La concentración de la producción

Este es el proceso en virtud del cual surgen las grandes fábricas de azúcar —los centrales— en manos de los propietarios más poderosos (cubanos, españoles y norteamericanos) y los colonos que son productores de caña de azúcar que tributan esta materia prima al central.

La aceleración de esta transformación es más evidente a partir de las consecuencias de la guerra. En la región occidental del país y parte de la central, es decir, en los territorios que no fueron escenarios de la lucha armada, se dieron las condiciones para que los más ricos propietarios de ingenios azucareros pudieran dar importantes pasos para la modernización de sus industrias e introducir los cambios tecnológicos que les permitieran producir más y con mayor productividad. Este proceso tuvo sus antecedentes alrededor de 1840, cuando el sector más acaudalado de los propietarios de ingenios tuvo que decidirse por la introducción de innovaciones tecnológicas en sus fábricas para poder competir con la industria de azúcar de remolacha, principalmente la europea; proceso de tecnificación y ampliación que continuó a través de la segunda mitad del siglo XIX , incluso durante la Revolución de 1868. Por ejemplo, el central Narcisa establecido en 1871 en la zona de Yaguajay, absorbió a los antiguos ingenios Soberano, Océano, Encarnación, Aurora, Urbanza y Luisiana y fue capaz de producir más de lo que antes producían juntas estas seis pequeñas fábricas.

Ahora, después de diez años de guerra, este proceso de tecnificación y ampliación industrial toma un especial auge. Aquellos ricos propietarios cuyas haciendas e ingenios no sufrieron las consecuencias de los combates y de la tea incendiaria, disponían del suficiente capital para invertir en la construcción de nuevas fábricas de gran tamaño y dotarlas con la más moderna maquinaria a vapor de la época. Surgían así nuevos centrales que desplazaban a los pequeños y medianos ingenios y a sus propietarios quienes no podían competir ni con el nivel tecnológico, ni con el volumen de producción, ni con los niveles de productividad que estos nuevos gigantes alcanzaban, ni con la posibilidad de poseer los recursos del ferrocarril para el transporte del azúcar. ¿Cuál fue el destino de los propietarios de pequeños ingenios que por desventajas tecnológicas o por la destrucción de sus fábricas durante la guerra ya no podían competir en el negocio de fabricar azúcar? Convertirse en colonos, es decir, solo cosechar caña en sus tierras para venderlas como materia prima al gran central más cercano. De modo que el proceso de concentración de la producción azucarera determinó una división o dos campos muy bien definidos: el sector industrial —los dueños de los centrales— y el sector agrícola —los colonos.

Por supuesto que la existencia de estos sectores no excluía que a los ambiciosos y poderosos propietarios de centrales les obsesionara el comprar más y más cantidad de tierra para abastecerse de caña. Crecían en Cuba, como nunca antes, los latifundios cañeros. Para 1878, las fábricas de azúcar más grandes contaban con un promedio de 80 a 100 caballerías dedicadas al cultivo de la gramínea y eran excepciones las propiedades que excedían las 150 caballerías. Sin embargo, a partir de 1890 ya existen propietarios de centrales que cuentan con más de 300 caballerías.[4]

Es cierto que la guerra destruyó ingenios y cañaverales y que otras fábricas de azúcar pequeñas y medianas en territorios no devastados por la contienda desaparecieron al no resistir la competencia con los centrales; sin embargo, a medida que avanza el período 1878-1895 se registra un aumento de la producción con menos fábricas de azúcar, lo que puede apreciarse en la tabla siguiente:

Concentración de la producción azucarera y aumento de la productividad[5]
Año No. de ingenios Producción de azúcar en toneladas toneladas/ingenio
1867 1 365 597 000 437
1878 1 190 533 000 448
1891 850 819 000 964
1895 500 1 004 000 2008

El proceso de concentración de la producción azucarera no implicó una total desaparición de todos los pequeños ingenios. Sobrevivieron los más eficientes y desaparecieron los que no pudieron enfrentar una competencia tan fuerte. Pero, sin lugar a dudas, la concentración de la producción azucarera en manos de los más poderosos fue una característica de este período histórico y su símbolo por excelencia es el central (fig. 2.6).

Fig. 2.6 Imagen de central azucarero

Si bien el azúcar es el ejemplo más claro de este proceso de concentración de la producción, también este tuvo lugar en la industria tabacalera, ámbito donde el surgimiento de grandes fábricas, de manera marcada en la capital de la Isla, desplazó a pequeñas tabaquerías.

La penetración de capitales extranjeros en la economía de Cuba

Esta es otra de las características económicas del período. Los representantes del capital extranjero vienen atraídos por los valiosos recursos económicos de Cuba y porque saben que aquí existía una gran masa desposeída, necesitada y dispuesta a trabajar por salarios muy bajos. El capital extranjero aprovecha necesidades y debilidades; no es su objetivo contribuir al desarrollo; va allí, donde descubre posibilidades que otros no pueden ocupar por falta de poder económico. El capital inglés, por ejemplo, controló los ferrocarriles del occidente del país. El capital estadounidense encontró blanco seguro en la industria tabacalera y logró desplazar a capitales españoles y cubanos. Las compañías Henry Clay and Bock, después la Havana Cigar and Tobacco y ya, a fines del siglo, la Havana Comercial Co., son ejemplos de cómo la industria nativa comenzaba a perder terreno.

Pero, en este período, el énfasis de las inversiones norteamericanas estuvo dirigido hacia las industrias azucarera y minera. En la minería destacan las empresas Juraguá Iron Co. y la Spanish-American Iron Co. con sus inversiones en la zona oriental del país a partir de 1880 para la extracción de hierro y manganeso.

Una ojeada a las inversiones en la industria azucarera muestra el caso del ingenio Soledad en Cienfuegos que era propiedad de la familia Sarría, la cual no pudo pagar deudas contraídas con la firma E. Atkins y Compañía y tuvo que entregárselo en 1883. Este procedimiento de apoderarse de centrales al no poder pagar deudas sus dueños permitió que alrededor de diez de estas fábricas pasaran a manos estadounidenses. Otra expresión de la presencia del capital extranjero en la industria azucarera fue la fundación en 1888 en los Estados Unidos de la American Sugar Refining Co. por Henry Havemeyer quien maneja el trust para el negocio de refinar el azúcar crudo cubano. Así, para fines del siglo XIX , los norteamericanos tienen invertidos en Cuba unos 50 millones de dólares. No es esta una cifra significativa. Las inversiones de capital no tienen todavía un gran peso en la economía insular en este período. Este monto de capital invertido no puede considerarse todavía un significativo o relevante instrumento de dominación, pero esta presencia sí es anunciadora de lo que vendría. Esas inversiones estadounidenses, a medida que fueron creciendo, llegarían a ser un poderoso mecanismo de dominación ya entrado el siglo XX .

La concentración del mercado de azúcar cubano en los Estados Unidos

He aquí otra característica económica de este período que fue, sin duda, la más significativa con respecto a la presencia de los intereses norteamericanos en Cuba entre 1878 y 1895: el control del mercado.

Entre la isla de Cuba y los Estados Unidos existía una tradición de comercio que databa del siglo XVIII , desde los tiempos en que España autorizó las relaciones económicas con aquellas entonces trece colonias que luchaban contra la metrópoli inglesa. En los años siguientes, con sus altas y sus bajas, con más o menos obstáculos por parte de España, este comercio se mantuvo y aumentó a lo largo de todo el siglo XIX . La creciente industria norteamericana necesitaba de materias primas y de mercado para vender sus productos. El interés primordial yanqui era la compra de azúcar crudo, en calidad de materia prima para ser procesada por las refinerías del este de los Estados Unidos, a la vez que vendía a los comerciantes cubanos variados productos industriales y alimenticios. La Isla era un lugar excelente para esta relación comercial y el mercado norteamericano se convirtió en el principal destino de la producción azucarera de la mayor de las Antillas. Véase al respecto la tabla siguiente:

Exportaciones cubanas de azúcar[6]
Años EE.UU. España Inglaterra Otros
1840 17,16 % 10,60 % 9,59 % 62,25 %
1860 58,47 % 7,70 % 16,66 % 17,20 %
1880 81,58 % 2,90 % 5,49 % 10,03 %
1895 85,83 % 2,74 % 0,82 % 10,61 %

España, cuyo inferior desarrollo económico la ponía en una condición muy desfavorecida para competir con la nación del Norte, imponía fuertes impuestos a los productos de los Estados Unidos que entraban en Cuba para evitar que desplazaran a los de los comerciantes peninsulares.

La respuesta norteamericana no se haría esperar y en 1890 el Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley presentada por William McKinley, entonces miembro de la Cámara de Representantes y presidente de la Comisión de Medios y Arbitrios de ese órgano, documento que se conoce como la Ley McKinley (Bill McKinley) que establecía que los azúcares crudos entrarían en aquella nación libres de impuestos; pero esta Ley McKinley, estaba complementada por la también aprobada Enmienda Aldrich —propuesta por el senador Nelson W. Aldrich, de ahí su nombre—, que precisaba que el presidente de los Estados Unidos quedaba facultado para suprimir la liberación de impuestos si no existía una actitud recíproca por parte de los países que recibían mercancías norteamericanas.

En virtud de esta legislación, de mantener España su tozuda actitud de imponer impuestos desmesurados sobre las mercancías estadounidenses, el azúcar, que era la principal línea de exportación cubana, sufriría un tratamiento arancelario muy desventajoso, es decir tener que pagar altos impuestos al entrar en territorio estadounidense.

Como es de suponer, esta situación afectaba los intereses de los grandes productores de azúcar de la Isla tanto cubanos como españoles, los que solicitaron a la metrópoli que se llegara a un acuerdo comercial con los Estados Unidos. Con ese fin, instituciones en las que tenían influencia los productores, como la Cámara del Comercio, Industria y Navegación; el Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba, la Unión de Fabricantes de Tabaco y la Sociedad Económica de Amigos del País, entre otras, fueron espacios de discusión y reclamo de aquella burguesía que veía en peligro sus intereses. Surgió así, en el propio año de 1890, el llamado Movimiento Económico, integrado por los ricos productores que clamaban por un acuerdo de aranceles con los Estados Unidos e hicieron llegar reiteradas peticiones a las autoridades del gobierno en Madrid, las que a la larga asumieron una posición más realista conscientes de los ingresos que les proporcionaría su colonia de Cuba, y así, en 1891, se firmó el acuerdo con los Estados Unidos: el Tratado Foster-Cánovas, en virtud del cual se normalizaron los intercambios comerciales y Estados Unidos siguió siendo el destino principal del azúcar cubano. Con posterioridad, el Movimiento Económico, cuyos integrantes no cejaban en el empeño de plantear otras demandas y reformas a la metrópoli, no navegó con mucha suerte, pues sufrió el enfrentamiento de los adversarios de cualquier reforma, además de que no fue bien visto por las autoridades coloniales españolas. El crecimiento de estas discrepancias y de otros conflictos, llevaron a la disolución de este Movimiento.

Pero el análisis fundamental es que la existencia de la creciente concentración del mercado cubano hacia la nación del Norte, era una prueba evidente de que ya, en el período 1878-1895, si bien España seguía siendo la metrópoli política de Cuba, la metrópoli económica eran los Estados Unidos. Una fuente norteamericana, el United States Consular Report, decía en 1881: "Comercialmente, Cuba se ha convertido en una dependencia de los Estados Unidos, aunque políticamente continúe dependiendo de España".[7]

Las transformaciones en el orden social

La abolición de la esclavitud fue el acontecimiento social más importante de este período. En el orden legal llegó tardíamente cuando a la metrópoli colonial no le quedaba otra alternativa que decretar su desaparición en una realidad donde esta obsoleta forma de explotación no era compatible con los intereses del desarrollo capitalista.

Recuérdese que uno de los primeros actos libertarios y de justicia de los mambises que se alzaron en armas para dar inicio a la Revolución de 1868 fue decretar que todos los habitantes de la República de Cuba eran libres. Independencia y abolición de la esclavitud fueron las dos grandes aspiraciones de los revolucionarios cubanos. En plena guerra, presionado por aquella decisión mambisa abolicionista, el gobierno colonial español decretó en 1870 la llamada Ley de Vientres Libres, en virtud de la cual se otorgaba la libertad a todo hijo de esclavo nacido en Cuba a partir de septiembre de 1868 y a los esclavos que hubiesen ayudado a las tropas españolas así como a aquellos que tuvieran cumplidos 60 años o arribaran a esa edad. En correspondencia con lo estipulado por el Convenio del Zanjón, en 1878, a la metrópoli no le quedó más remedio que otorgar la libertad a todos los esclavos y a los colonos asiáticos que habían combatido en el Ejército Libertador. Esta decisión generó una incómoda contradicción para el gobierno colonial. Resultaba que ahora se había concedido la libertad a los esclavos que fueron mambises mientras se les mantenía en aquella oprobiosa condición a los que habían permanecido fieles a España o al menos no se habían ido al monte y permanecían laborando como esclavos domésticos o en las plantaciones. Entonces el colonialismo dio un nuevo paso y decretó, en febrero de 1880, la Ley de Patronato que consistía en dar por terminada la condición de esclavos para todos, pero sin que fuese todavía una emancipación total, pues se disponía que los antiguos esclavos quedaban bajo el "patronato", o sea, el cuidado, de sus antiguos amos por un período de hasta ocho años. Esto fue, en la práctica, una continuación de servidumbre y falta de libertad. Defender la esclavitud se volvía cada vez más insostenible para la metrópoli. Pero al fin, en octubre de 1886, el gobierno español no tuvo otra alternativa que tomar la tardía decisión de decretar la total abolición de la esclavitud. Terminaban 350 años de la existencia de la más brutal e inhumana de las instituciones coloniales.

La abolición de la esclavitud tuvo como consecuencia directa el crecimiento de la mano de obra libre en Cuba; los antiguos esclavos se convirtieron en trabajadores asalariados, fundamentalmente en el sector agrícola; otros aprendieron oficios, laboraron en la artesanía, trataron de ganarse el pan con sus manos de hombres libres. Mas, si bien habían terminado tres siglos y medio de esclavitud, aquellos seres humanos continuarían siendo víctimas de la discriminación racial a cada paso de sus vidas, comenzando por los salarios y el trato que recibían. Se les pagaba menos que a los demás trabajadores y se les excluía del acceso a lugares; sus expresiones culturales y religiosas, su espiritualidad, también eran objeto de desconocimiento y exclusión. Seguían siendo mirados y considerados como personas de última categoría. Ya no existían los grilletes y el látigo, pero quedaban el racismo, los prejuicios, las mentalidades que arrastraban consigo formas de pensar y actitudes sociales que no se pueden cambiar como el texto de las leyes. ¡Qué lejos estaba todavía la verdadera justicia social! José Martí, años después, valoraría este problema con las palabras siguientes:

Pero institución como la de la esclavitud, es tan difícil desarraigarla de las costumbres como de la ley. Lo que se borra de la constitución escrita, queda por algún tiempo en las relaciones sociales [...] En la guerra, ante la muerte, descalzos todos y desnudos todos, se igualaron los negros y los blancos: se abrazaron y no se han vuelto a separar. En las ciudades, y entre aquéllos que no vivieron en el horno de la guerra, o pasaron por ella con más arrogancia que magnanimidad, la división en el trato de las dos razas continuaba subsistiendo, por el hecho brutal e inmediato de la posesión innegable del negro por el blanco, que de sí propio parecía argüir en aquél cierta inferioridad, por la preocupación común a todas las sociedades donde hubo esclavitud, fuese cualquiera el color de los siervos, y por la diferencia fatal y patente en la cultura, cuya igualdad, de influjo decisivo, es la única condición que iguala a los hombres; y no hay igualdad social posible sin igualdad de cultura.[8]

Como ya se dijo, la abolición de la esclavitud nutrió el crecimiento de la clase obrera. En este período objeto de estudio (1878-1895) el incipiente movimiento obrero cubano continuó su desarrollo y se dieron pasos que contribuyeron a su organización en el marco de la legislación colonial que lo permitía. En septiembre de 1878 se fundó el Gremio de Obreros del Ramo de Tabaquerías dirigido por Saturnino Martínez que tenía ideas reformistas, es decir, concebía la lucha de los obreros para obtener mejoras económicas de los patronos, sin proponerse metas de mayor alcance social y, de ninguna manera, la lucha por la independencia. En 1879 se fundó en la capital la Junta Central de Artesanos a la vez que aparecían organizaciones obreras en distintas ciudades de la Isla.

Para 1885 es creado el Círculo de Trabajadores de La Habana con el propósito de organizar y coordinar esfuerzos de los diferentes gremios de la capital además de proponerse el desarrollo de actividades para la superación educacional y cultural de sus miembros.

Hay que tener muy presente que estos años de 1878 a 1895, aun en las condiciones del régimen colonial, constituyeron un período de apertura en muchos aspectos de la vida del país, propiciado por las obligaciones contraídas por España con el Pacto del Zanjón, lo que explica el surgimiento de una cantidad de publicaciones periódicas nunca antes vista en la historia de Cuba. El movimiento obrero, por su parte, contó con periódicos que reflejaban la vida de los trabajadores y constituían instrumentos de educación para la clase obrera. Entre estas publicaciones que circularon en varias ciudades del territorio insular e incluso fuera de Cuba, se encontraban: Boletín Tipográfico (Habana, 1878), El Obrero (Cienfuegos, 1884), El Artesano, (Habana, 1885), El Productor (Habana, 1887), La Unión (Habana, 1888), La Tribuna del Trabajo (Cayo Hueso, 1889) donde escribía Carlos Baliño, El Acicate (Santiago de Cuba, 1891), entre otras.

Pero el movimiento obrero tenía que desarrollarse en condiciones muy difíciles. Como movimiento, todavía era incipiente; en su seno existían ideas y tendencias diferentes en los objetivos de lucha —reformismo, anarquismo—; se encontraba en una etapa de aprendizaje y no puede hablarse todavía de una fuerte unidad en sus filas. A esto hay que sumar un problema mayor: la alianza incondicional que existía entre los poderosos y adinerados propietarios que explotaban a los trabajadores y los representantes del gobierno colonial. Esto significaba que cualquier protesta, cualquier manifestación que clamara por reivindicaciones podía representar para sus promotores la más brutal represión, desde el encarcelamiento, las golpizas o la muerte. Tómese en consideración que por aquella época, además de las agotadoras jornadas laborales, estaban admitidos los castigos corporales como una práctica normal en nombre de la disciplina laboral. Es famoso el caso de un incendio que tuvo lugar en una fábrica de tabacos de La Habana, el 7 de enero de 1881, que después que fue sofocado se encontraron los cadáveres de dos aprendices que no pudieron correr y salvar sus vidas porque se encontraban en cepos de castigo, práctica usual en aquellos centros de trabajo que nos recuerda los tiempos de la esclavitud en las plantaciones.

Sin embargo, los obreros no cesaron en sus luchas y a través de las huelgas se enfrentaron a las injusticias que se cometían con ellos por parte de la patronal. Tal es el caso de la huelga que llevaron adelante por mejoras salariales y la reposición de unos trabajadores injustamente cesanteados en la fábrica de tabacos perteneciente a la firma Henry Clay and Bock. Lo significativo del caso fue que aquel movimiento huelguístico contó con la solidaridad de otros talleres e incluso de otros gremios obreros. Como era de esperar, no faltó la represión del gobierno colonial y la labor de zapa y vacilante de los reformistas, pero la firmeza de la mayoría de los trabajadores condujo a que la huelga triunfara y se obtuvieran las demandas.

Esta huelga también mostró a los obreros la actitud conciliatoria y poco combativa de los elementos reformistas a diferencia de una posición más radical y consecuente por parte de los anarquistas. Esto llevó a una escisión en el movimiento obrero que dio lugar a dos organizaciones: La Alianza Obrera y la Unión Obrera. La primera contaba con dirigentes de orientación anarquista como Enrique Roig San Martín —la figura más importante de este período—, Enrique Crecci y Enrique Messonier. La Alianza Obrera contaba con el periódico El Productor, considerada la más importante publicación obrera en la etapa colonial, cuyo director fue Enrique Roig San Martín. Otra tendencia la representaba la Unión Obrera, bajo la inspiración ideológica del ya mencionado dirigente reformista Saturnino Martínez y bajo la presidencia de Dionisio Menéndez, quien era teniente del Cuerpo de Voluntarios. Contó con un órgano de divulgación, el periódico La Unión, cuyas ideas, más que contribuir a la unidad, favorecieron las divisiones.

Para 1880, ya el reformismo ha perdido terreno y son los anarquistas los que predominarán en la conducción del movimiento obrero. Algunos hechos significativos de esa década son la solidaridad de los trabajadores cubanos con los Mártires de Chicago y la celebración en la Isla del Primero de Mayo de 1890 como Día Internacional de los Trabajadores. Cuba fue pionera, junto con Argentina, en esa histórica celebración.

Los anarquistas (del griego a: sin y arché: autoridad), también llamados ácratas, (del griego a: sin, cratos: gobierno) desconocían la autoridad del Estado y estaban en contra de toda forma de gobierno; en su concepción de lucha, tradicionalmente habían sostenido que la misión de los obreros era la de emanciparse de la explotación a la que estaban sometidos por los patronos; que la clase obrera no tenía nada que ver en el conflicto entre la colonia y la metrópoli, que eso, en todo caso era asunto de la burguesía. De modo que ellos se declaraban ajenos a todo tipo de lucha política. Sin embargo, los ideales de independencia eran muy fuertes entre los cubanos y esa influencia patriótica fue penetrando en los trabajadores de la Isla como ocurrió en la emigración. Así, ya en el Primer Congreso Regional Obrero efectuado en La Habana entre el 16 y el 19 de enero de 1892, los trabajadores aprobaron una histórica moción que decía:

Primero: El Congreso reconoce que la clase trabajadora no se emancipará hasta tanto no abrace las ideas del socialismo revolucionario, y por tanto aconseja a los obreros de Cuba el estudio de dichas ideas, para que analizándolas puedan apreciar, como aprecia el Congreso, las inmensas ventajas que estas ideas proporcionarán a toda la humanidad al ser implantadas. Segundo: Que si bien hace la anterior afirmación en su sentido más absoluto, también declara que la introducción de esas ideas en la masa trabajadora de Cuba, no viene, no puede venir a ser un nuevo obstáculo para el triunfo de las aspiraciones de emancipación de este pueblo, por cuanto sería absurdo que el hombre que aspira a su libertad individual se opusiera a la libertad colectiva de un pueblo, aunque la libertad a que ese pueblo aspire sea esa libertad relativa que consiste en emanciparse de la tutela de otro pueblo.[9]

El Congreso Regional Obrero de 1892 tiene la significación histórica de haber marcado el momento en que el movimiento obrero cubano superó el tradicional apoliticismo preconizado por los anarquistas y abandonó sus posiciones de neutralidad y abstención con respecto al problema colonial para pronunciarse por el derecho a la emancipación.

Los valientes acuerdos del Congreso Regional Obrero de 1892 desataron la represión de las autoridades colonialistas; así, los firmantes de la moción fueron detenidos acusados de "provocación a la rebelión", a lo que siguió la orden de clausura del Círculo de Trabajadores. La persecución fue una constante así como prohibiciones y vigilancia sobre las reuniones.

Las transformaciones sociales que se operaron en este período (1878-1895), constituyeron un paso de avance en el largo camino del pueblo cubano en pos de la conquista de justicia.

Transformaciones que se operan en el orden político

"Descansó en el triste febrero la guerra de Cuba", dijo José Martí al referirse al Pacto del Zanjón. Es innegable que aquel fin de la Revolución de 1868 con la firma de aquella paz que no significó ni la independencia, ni la abolición de la esclavitud, fue un revés para los ideales de emancipación. Tristeza, frustración, desencanto, consternación, se instalaron en algunos cubanos; tuvo lugar un repliegue de las ideas independentistas y tomaron auge las reformistas.

El colonialismo español, a partir del Pacto del Zanjón, sigue en Cuba una política de "olvido de lo pasado" y propicia la implantación de reformas que alejaran la revolución. En virtud de estas reformas, entrarían en vigor ciertas flexibilidades en la vida política de la Isla, tales como: crear partidos políticos; permitir realizar propaganda política pacífica por medio de la prensa y la tribuna; elegir organismos locales de gobierno, como los ayuntamientos y las diputaciones provinciales, todo ello, desde luego, sin que fuera alterada la esencia del dominio colonialista por parte de España.

También en este año 1878, por Real Decreto del 9 de agosto, se implanta en Cuba una nueva división político-administrativa con la creación de seis provincias: Pinar del Río, Habana, Matanzas, Santa Clara, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba. Las tres últimas se denominarían más tarde Las Villas, Camagüey y Oriente. Cada provincia tendría un gobernador. El 29 de julio de 1878 se dispuso que Cuba siguiera siendo una capitanía general.

Esta división político-administrativa en seis provincias estuvo vigente por casi cien años más, hasta 1976 (fig. 2.7).

Con los vientos de reformas que soplaban a su favor, un grupo de cubanos que tradicionalmente militaron en las filas del reformismo, así como otros que abandonaron las filas del independentismo, amparados por las "libertades" derivadas del Pacto del Zanjón, fundan el Partido Liberal el 9 de agosto de 1878, que se llamaría Partido Liberal Autonomista a partir de 1881, debido a que la aspiración política principal de sus miembros era la autonomía como régimen para la Isla. La composición clasista de este partido la integran en lo esencial la pequeña y mediana burguesía (por ejemplo, propietarios de ingenios de segundo orden, colonos medianos), e intelectuales.

¿Qué se propusieron los autonomistas? Mejoras en la vida de la colonia como reformar la economía y la administración, modernizar el país y desarrollar la cultura.

Los propósitos de los autonomistas expresan intereses de un sector de la burguesía insular y de hombres de pensamiento que necesitaban una flexibilización de las formas y estilos del gobierno colonial. Este partido logró agrupar a brillantes intelectuales y figuras de prestigio que eran muy respetados en el país. Rafael Montoro, por ejemplo, hombre de vasta cultura y brillante orador fue su más destacado ideólogo; José María Gálvez, otro culto personaje, fue el presidente del Partido. También fueron relevantes figuras del autonomismo, entre otras: Eliseo Giberga, Antonio Govín, José Antonio Cortina, Raimundo Cabrera, Ricardo del Monte, Miguel Figueroa y Rafael Fernández de Castro. No fue un partido homogéneo en la composición de sus filas, pues en él militaron en determinados momentos cubanos que tuvieron ideas de independencia, junto a otros que eran enemigos de la misma; pero como tendencia predominante en el partido, y la que lo caracterizó, fue la aspiración a reformas y no la independencia.

La tribuna fue una indiscutible vía para la divulgación de las ideas autonomistas; pocos partidos políticos han contado en Cuba con una pléyade de oradores como la de los dirigentes autonomistas, los que dispusieron, además, de periódicos como El Triunfo, El País, La Discusión, La Lucha, cuyos artículos se caracterizaban por la argumentación, el carácter polémico y formas cultas para expresarse. Era una prensa de opinión y de invitación al debate.

El 16 de agosto de 1878 fue creado el Partido Unión Constitucional liderado por los representantes de la gran burguesía, o sea, de los sectores industrial y comercial, valga decir, poderosos propietarios de centrales y haciendas azucareras, adinerados comerciantes en los negocios de azúcar y tabaco, importantes almacenistas. A ese partido también se integran medianos propietarios españoles y empleados de comercio. Sus principales dirigentes fueron acaudaladas personalidades, algunas de las cuales poseían títulos nobiliarios: El conde José Eugenio Moré, Vicente Galarza, el marqués Julio de Apezteguía, el marqués de Balboa, el marqués de Pinar del Río y el marqués Duquesne.

En el Partido Unión Constitucional (PUC) se agrupó el sector más recalcitrante y más incondicional a los intereses de la monarquía española colonialista. Los constitucionalistas eran llamados también "integristas" porque defendían con marcado extremismo la "integridad" del sistema colonial, valga decir, el carácter inalterable que debía tener la condición de Cuba como colonia de España. También es cierto de que gozaban de la simpatía y el apoyo de los círculos de poder de la metrópoli, quienes favorecieron fraudes electorales y componendas políticas a favor de este partido de probada fidelidad a los intereses de la Corona.

Los órganos de prensa integristas como el Diario de la Marina, La Unión Constitucional y La Voz de Cuba, se caracterizaron por un estilo agresivo y virulento. Como regla, los trabajos eran defensores a ultranza del status colonial de la Isla y contra cualquier opinión que se considerara que pretendiera modificarlo.

Aunque entre integristas y autonomistas pueden apreciarse diferencias, ambos hicieron el juego político a España durante 20 años. Ambos partidos agruparon a convencidos enemigos de la independencia de Cuba y adversarios de los revolucionarios cubanos.

Entre las diferencias de matices en el enfoque de estas aspiraciones pueden mencionarse, a manera de ilustración, las siguientes: con respecto a la forma de gobierno que debía darse a Cuba, los autonomistas, por supuesto, aspiraban a que la metrópoli concediera a Cuba la autonomía, es decir, que la Isla se considerara como una región especial de España, regida por leyes también especiales, gobernada por un Capitán General, pero con una Cámara de Diputados de la Isla, con miembros electos desde Cuba así como con otros nombrados por la península. Por su parte los integristas o constitucionalistas aspiraban a lograr la asimilación, o sea, que Cuba fuera considerada una provincia más de España, regida por las mismas leyes que todas las provincias, pero que se mantuviera el régimen de explotación colonial.

En los asuntos económicos, con algunas diferencias de matices y apreciaciones, tanto los autonomistas como los integristas solicitaban la disminución o supresión de los impuestos sobre las mercancías que se importaran; la firma de tratados comerciales con naciones extranjeras, fundamentalmente con los Estados Unidos, así como se pronunciaron por una reforma arancelaria. Por supuesto, en el tema económico, los integristas tienen una posición extrema en cuanto a que España explote al máximo a la colonia para sufragar los gastos de la metrópoli.

Ante la abolición de la esclavitud, los autonomistas eran partidarios de la misma de forma gradual y mediante indemnización a los dueños de esclavos. No se olvide que en el Partido Liberal Autonomista se agrupaban los propietarios menos acaudalados, que veían en el pago de una indemnización por sus esclavos una vía más de financiamiento para sus negocios. Por su parte, los integristas, en cuyas filas, por lo regular estaban los propietarios más ricos, clamaban también por la abolición, pero no se pronunciaron por la indemnización, no les era apremiante por el capital que poseían, solo mostraron su interés por eliminar la esclavitud la que era considerada por todos como un freno al desarrollo capitalista. Así, aunque parezca paradójico, los autonomistas, ante el problema de la esclavitud, fueron más conservadores que el reaccionario Partido Unión Constitucional.

En relación con la inmigración, los autonomistas eran partidarios de estimular la inmigración blanca por familias, para propiciar el poblamiento insular con asentamientos estables que favorecieran el mercado interno. Los integristas, aunque estaban de acuerdo con la idea de la inmigración blanca, aspiraban a favorecer que vinieran inmigrantes individuales sin importarle mucho la etnia, pues lo que necesitaban era mucha fuerza de trabajo, el incremento de un proletariado agrícola que laborara en sus inmensas propiedades.

Ambos partidos coincidieron en cerrar filas para lograr que España firmara el tratado comercial con los Estados Unidos.

A partir de 1893, dentro del Partido Unión Constitucional se produjo una escisión cuando un proyecto de reformas para Cuba y Puerto Rico propuestas por Antonio Maura, Ministro de Ultramar, provocó enfrentamientos y fuertes discusiones entre extremistas y menos extremistas en el seno del partido, las que trajeron como resultado que un grupo se separara del PUC y creara un nuevo Partido: el Partido Reformista que estuvo dirigido por Ramón Herrera. Este partido, si bien asumió posiciones menos extremas y agresivas que los integristas, nunca dejó de hacer el juego político a la metrópoli a favor del mantenimiento del orden colonial en Cuba. Tampoco este partido se proponía cambios de esencia en los destinos de Cuba. La metrópoli menos, pues allá en España, los proyectos de reforma del ministro Maura nunca llegaron a ser aprobados y su lugar lo ocuparían otras ideas todavía menos avanzadas sobre la implantación de reformas.

Los matices de diferencia entre todos estos partidos —Autonomista, Unión Constitucional, Reformista— surgidos en este período, están dados por intereses de clase, por intereses económicos, por concepciones de la forma en que debía España gobernar a Cuba, pues, bajo todas las alternativas, todos coincidían en que la metrópoli era la que tenía que seguir gobernando.

Una muestra de ello es lo expresado en un documento de la Junta Central del Partido Autonomista en 1880 en el que se puede leer lo siguiente:

Queremos la paz a la sombra de la bandera de España, porque de otra forma no concebimos que Cuba continúe siendo sociedad civilizada. [...] pero sí creemos con profunda e invencible convicción, hija de un conocimiento íntimo de las diversas corrientes de las opiniones y de las necesidades de Cuba, que una política hábil y sinceramente liberal formaría el vacío a la idea de la independencia, y desde ese momento pierden toda su importancia, y sí la tienen, las personalidades de Calixto García, Salvador Cisneros, Máximo Gómez, Antonio Maceo y de cuantos acarician la idea de la separación política.[10]

En resumen, sobre los partidos políticos que surgen en la isla de Cuba en este período puede afirmarse lo siguiente:

  • Ninguno fue un partido de masas.
  • Integristas, reformistas y autonomistas están en el mismo bando: el de los enemigos de la independencia. Sus concepciones políticas expresaban su falta de confianza en la capacidad del pueblo de Cuba para constituir el Estado nacional y gobernarse.
  • Al examinar la existencia y el ideario de estos diversos partidos, se puede afirmar que en el período de 1878 a 1892 tuvo lugar en Cuba el surgimiento del pluripartidismo y este ¡nació antimambí!
Actividades para el estudio independiente

1. Elabora un esquema en el que representes el proceso de concentración de producción en la industria azucarera.

2. ¿Por qué las características de la concentración del mercado azucarero cubano hacia Estados Unidos en este período anuncian una relación típica del subdesarrollo y la dependencia?

3. ¿Por qué se plantea que en este período de 1878-1895 los Estados Unidos ya son metrópoli económica de Cuba?

4. Elabora un párrafo en el que expliques que las transformaciones económicas y sociales operadas en Cuba entre 1878-1895 evidencian el desarrollo de las relaciones capitalistas dentro de la colonia.

5. La concentración de la industria azucarera, el latifundio y el control del mercado cubano por los Estados Unidos sobre la base de exportar azúcar e importar diversos productos elaborados, lejos de contribuir al desarrollo económico de Cuba, mantenía a la Isla en una estructura económica de carácter colonial, cada vez más dependiente y deformada. Argumenta la afirmación anterior con dos elementos probatorios.

6. ¿Cuál es la relación que existe entre la abolición de la esclavitud y el desarrollo del capitalismo?

7. Elabora un breve texto en el que caracterices al movimiento obrero en Cuba entre 1878 y 1895.

8. Elabora una tabla comparativa entre integristas y autonomistas en la que dejes bien definidas semejanzas y diferencias.

9. Los partidos Liberal Autonomista, Unión Constitucional y Reformista muestran que en Cuba, entre 1878 y 1895, surgió el pluripartidismo y este ¡nació antimambí! Argumenta esta afirmación con dos elementos probatorios.

10. Caracteriza con tres elementos: Congreso Regional Obrero de 1892.

2.2.2 Esfuerzos armados por dar continuidad a la Revolución en este período

La Guerra Chiquita

Después del Pacto del Zanjón, de la misma manera que la frustración y el desencanto se adueñaron de una parte de los cubanos, otros no flaquearon nunca en la voluntad de trabajar por la independencia. Tal es el caso de la mayoría de los jefes mambises que marcharon a la emigración para dar continuidad a la lucha, o se mantuvieron en Cuba con sus convicciones independentistas sin hacerle el juego a los que hablaban de evolución para evitar la revolución.

En la emigración, con los ecos de la Protesta de Baraguá se habían efectuado reuniones patrióticas y no faltó la creación de comités encargados de organizar actividades para dar continuidad a la lucha, proceso que tuvo un momento culminante cuando llega a New York el mayor general Calixto García Íñiguez (fig. 2.8), que había salido de la prisión española en junio de 1878 en virtud del indulto contemplado por la paz del Zanjón. Los patriotas reciben al general y ponen en sus manos la organización que tenían y lo seleccionan como presidente del Comité Revolucionario que tendría la responsabilidad de organizar y llevar a vías de hecho acciones armadas en Cuba, proceso que se conoce en nuestra historia como la Guerra Chiquita ocurrida entre los años 1879 y 1880.

Fig. 2.8 Calixto García Íñiguez

El Comité Revolucionario articulaba con clubes secretos, concentrados en su mayoría en el Occidente de Cuba y algunos en Las Villas. Por otra parte, sin conexión con este Comité Revolucionario de Nueva York, en el Oriente del país se establecieron contactos con mambises de aquella región en nombre de Antonio Maceo, quien se encontraba en Jamaica. Como se apreciará, nacían estos preparativos con la unidad lesionada, con la ausencia de una eficaz coordinación entre los revolucionarios. Máximo Gómez, no se comprometió a participar, consideró que las condiciones no eran propicias. La valoración que le dio a Maceo fue premonitoria: toda empresa grande necesita tiempo para ser segura.[11]

En Oriente, donde no existieron clubes ni relación con el Comité Revolucionario de Nueva York, la efervescencia revolucionaria era evidente e intensa, como lo era también la vigilancia española que logró descubrir planes conspirativos y encarcelar y deportar a presidios de ultramar a patriotas como Pedro Martínez Freire, Flor Crombet y Pablo Beola.

A pesar de todos los problemas y vicisitudes organizativas y de coordinación, la guerra estalla el 24 de agosto de 1879, con el alzamiento de 200 combatientes al mando del general de brigada Belisario Grave de Peralta en las inmediaciones del río Rioja cerca de la ciudad de Holguín, alzamiento que se extiende después a Gibara. El valeroso general Guillermón Moncada se alza en Santiago de Cuba. Pero estos tres puntos, Holguín, Gibara y Santiago de Cuba no lograban pasar de la fase de supervivencia. Oriente contó además con la acción revolucionaria armada de combatientes al mando de José y Rafael Maceo, José M. Cartagena, José Ríos, Pedro Duvergel, Mateo Sánchez y Venancio Borrero. En la zona de Baracoa combatía Limbano Sánchez al frente de su tropa.

El 9 de noviembre de 1879 se levantaban en armas los mambises villareños en Remedios, Sancti Spíritus, Sagua la Grande y otras comarcas (fig. 2.9).

Occidente no logró producir alzamientos. La falta de organización y unidad entre los clubes revolucionarios, la labor del espionaje español y la represión armada colonialista condujeron al fracaso. José Martí, quien se encontraba viviendo en La Habana, participó de inmediato en la conspiración revolucionaria con el seudónimo de Anáhuac, pero el competente servicio de inteligencia español detectó los movimientos de él y de otros revolucionarios que acopiaban armas y recursos para un futuro alzamiento en la zona de Güines. El arresto no se hizo esperar y Martí fue deportado por segunda vez a España, de donde logró escapar y llegar a los Estados Unidos en enero de 1880 donde se unió en Nueva York a los trabajos del Comité Revolucionario y se convirtió en un eficiente colaborador del general Calixto García, quien contaba además con el apoyo de Carlos Roloff, Pío Rosado y José Francisco Lamadrid, entre otros patriotas (fig. 2.10).

El mayor general Vicente García trató de ayudar en este esfuerzo independentista. Embarcó desde Venezuela hacia Puerto Rico con su batallón Cazadores de Hatuey, pero él y sus hombres tuvieron que regresar ante el bloqueo naval español a las costas de Cuba y haber recibido el aviso de que eran esperados en alta mar para ser hundidos.[12]

No marchaba nada bien esta guerra que nació marcada por la falta de unidad. A ello hay que sumar la contrarrevolucionaria campaña ideológica llevada por el gobierno colonial en complicidad con los autonomistas acerca de que aquellos alzamientos formaban parte de una "guerra de razas" con la intención de tomar el poder contra los blancos. Supieron manipular habilidosamente la fuerte presencia de jefes negros en el Oriente y lograron confundir y desunir, al extremo que el propio Calixto García vaciló en enviar a Maceo en la primera expedición y decidió que en su lugar fuera el brigadier Gregorio Benítez. Con esta labor divisionista, los autonomistas demostraron una vez más su posición contraria a la lucha por la independencia e hicieron el juego al colonialismo. No por casualidad "[...] el capitán general declaró que el Partido Liberal había cooperado más, para mantener a la Isla en manos españolas, que si se hubiesen empleado veinte batallones de soldados ibéricos".[13]

Maceo nunca pudo llegar a Cuba desde Jamaica por impedimentos de todo tipo. Calixto García, decide salir para Cuba; deja a José Martí como presidente interino del Comité Revolucionario y, con sacrificios sin nombre, logró desembarcar en la Isla en mayo de 1880. Enfermo, sin contacto con otros grupos sublevados tanto en Oriente como en Las Villas, comprendió que el movimiento estaba fracasado y en agosto se acogió al indulto decretado por Madrid y decidió esperar tiempos mejores para el movimiento revolucionario.

Esta desarticulación se comportó de forma similar en todos los frentes de combate. Al indulto se acogieron los jefes en Oriente ya mencionados. En Las Villas decidieron igualmente no continuar una guerra que no tenía la más mínima perspectiva de lograr sus objetivos, el mayor general Ángel Maestre, el mayor general Serafín Sánchez, el general Francisco Carrillo, Rafael Río Entero, Plutarco Estrada y Medián. El general Cecilio González Blanco había caído en combate.

El último de los mambises en armas al frente de cien hombres, el coronel Emilio Núñez, le consultó a José Martí qué decisión debía tomar ante aquellas circunstancias. Martí le aconsejó en memorable carta, que preservara su vida para futuras oportunidades de lucha con condiciones creadas y se acogiera al indulto. Martí, quien no veía en esos momentos posibilidades de triunfo para aquella guerra, asumía con esa comunicación al último jefe mambí que se mantenía con tropa en el campo de batalla, la responsabilidad histórica de poner fin a la Guerra Chiquita. Este patriótico y heroico esfuerzo bélico en el que según el mando español participaron 8 000 cubanos, terminó el 3 de diciembre de 1880 con la presentación de los últimos combatientes.

Entre las causas de su fracaso deben tomarse en consideración: la falta de unidad en todo su proceso organizativo y de conducción; la falta de simultaneidad en los alzamientos y la desvinculación entre los mismos; la ausencia de Antonio Maceo; la tardía llegada de Calixto García; la ausencia de alzamientos en Occidente y Camagüey; la falta de ayuda exterior; la utilización del racismo por el enemigo como factor de desunión y confusión y la permanente falta de recursos.

Aunque con el amargo sabor de la derrota militar, la Guerra Chiquita tuvo una provechosa significación histórica por las enseñanzas que aportó, pues:

  • Demostró que la continuidad de la lucha no se había perdido en la voluntad del pueblo de Cuba.
  • Enseñó, una vez más, el carácter imprescindible de lograr unidad en la organización y conducción del movimiento revolucionario.
  • Descaracterizó ante las masas la actitud y procedimientos de los autonomistas en contra del independentismo mientras prestaban un triste servicio al colonialismo español.
  • Reveló las cualidades de José Martí como dirigente revolucionario quien fortaleció convicciones del camino organizativo e ideológico que habría que seguir en los futuros empeños de la Revolución.
Otras acciones armadas

En este período los intentos armados independentistas no cesaron.

A continuación se verán, de forma panorámica, algunas de las acciones mambisas que si bien no condujeron a la victoria, fueron expresión de la voluntad de dar continuidad a la lucha.

En los últimos meses de 1880, coincidiendo con la agonía de la Guerra Chiquita, las autoridades coloniales del Departamento Oriental descubrieron una conspiración llamada La Liga Antillana que tuvo su centro en Santiago de Cuba y tuvo ramificaciones en Sagua de Tánamo, El Cobre, El Caney, Ramón de las Yaguas, Alto Songo, Palma Soriano, San Luis, Guantánamo, Guaso, Palmar, Casiaba, Cauto Abajo, Loma del Gato y otras localidades. El plan consistía en un levantamiento en armas para apoyar un desembarco que traería al frente a Antonio Maceo y Salvador Rosado. Los servicios de inteligencia colonialistas conocieron del movimiento de los conspiradores que fueron perseguidos y reprimidos en una operación que duró siete semanas hasta liquidar la actividad en todo el territorio. Una vez más, la acusación a los conspiradores de querer fomentar una "guerra de razas" caracterizó al proceso que tuvo como resultado 300 deportados entre los acusados negros y mulatos. Mientras, con la intención de acentuar divisiones, el gobierno colonial tomó la decisión de dejar en libertad a todos los blancos que habían sido arrestados. Esta conspiración estuvo asociada a la idea de la liberación antillana y existen evidencias de la relación de Maceo con el general dominicano Gregorio Luperón. Pero tanto Maceo como sus compañeros, nunca pudieron llegar de Jamaica a Cuba, ni para incorporarse a la Guerra Chiquita, ni para realizar hechos de armas a partir de esta conspiración.

En 1884 tuvo lugar la llegada de la expedición al mando del brigadier Carlos Agüero Fundora, la que desembarcó por Cárdenas y se internó en el sur de Matanzas donde sostuvo varios combates. Pero el aislamiento, la falta de recursos, así como condiciones muy adversas fueron deteriorando las perspectivas de aquel esfuerzo. Lejos de sumársele hombres a estos mambises, se les reducían progresivamente y tuvieron que refugiarse en la Ciénaga de Zapata. Al fracaso de la expedición hay que añadir la muerte del brigadier Agüero, ocurrida en 1885, sobre la cual, todavía en la actualidad existen diversas versiones.

También en 1884 desembarca por el sur de Oriente la expedición al mando del brigadier Ramón Leocadio Bonachea quien fue apresado durante el desembarco el 2 de diciembre. Fue conducido a Santiago de Cuba, juzgado por un tribunal militar y condenado a muerte por fusilamiento, sentencia que fue cumplida el 7 de marzo de 1885 junto a cuatro de sus compañeros de expedición. Bonachea había sido el último mambí en deponer las armas en la Revolución del 68, en la que había alcanzado los grados de coronel y en la que protagonizó la Protesta del Jarao o de Hornos de Cal (Sancti Spíritus) el 15 de abril de 1879 para dejar constancia de que no aceptaba el Pacto del Zanjón. Fue combatiente de la Guerra Chiquita donde alcanzó los grados de brigadier.

El 16 de marzo de 1885 desembarca por Playa Caleta en Baracoa una expedición con doce integrantes al mando del brigadier Limbano Sánchez. Cercados y perseguidos por tropas españolas muy superiores en número fueron dispersados. Limbano Sánchez, con el enemigo pisándole los talones, se dirigió a la zona de Mayarí junto al también brigadier Ramón González y se refugió en una finca propiedad de su compadre, quien los traicionó y les brindó un café envenenado. El traidor avisó a las tropas españolas quienes sacaron los cadáveres del rancho y los lanzaron al camino para simular que habían caído en combate. Otras fuentes históricas exponen que sí cayó combatiendo contra una guerrilla española. Limbano Sánchez fue combatiente de la Guerra de los Diez Años en la que alcanzó los grados de coronel. Participó en la Guerra Chiquita donde peleó en la zona de Baracoa. Al comprender que aquella contienda estaba fracasada, se presentó a las autoridades colonialistas a las que expuso un pliego de demandas para condicionar su rendición y depuso las armas en 1880. Engañado, fue arrestado y enviado a las prisiones de Chafarinas en Marruecos. Con posterioridad fue trasladado a España de donde logró escapar hacia Nueva York en junio de 1884. De allí fue a Panamá donde formó parte de un grupo de 23 mambises mandado por Francisco —Panchín— Varona que intentó secuestrar infructuosamente el vapor español San Jacinto que transportaba pertrechos de guerra. Aquella acción fracasó y los revolucionarios fueron arrestados. Después de su liberación, Limbano Sánchez se trasladó a la República Dominicana donde logró armar la pequeña expedición con la que vino a Cuba en 1885, acción libertaria en la que perdió la vida.

Entre los años 1884 y 1886, se animó un proyecto para la lucha independentista concebido por el general Máximo Gómez, que tuvo como jefe máximo al gran dominicano y como segundo jefe al Héroe de Baraguá. Este plan se conoce en la historia como el Programa Revolucionario de San Pedro Sula, nombre de la ciudad de Honduras en que fue redactado; también se le ha llamado indistintamente Plan Gómez y Plan Gómez-Maceo. Sus bases contemplaban el establecimiento de una Junta Gubernativa de cinco miembros, el uso de la propaganda patriótica, el apoyo en clubes revolucionarios —experiencia que Martí tomaría en cuenta en la futura Revolución—, así como la prohibición de cualquier organización civil en el movimiento, definición esta última que evidenciaba el rechazo que tenían los jefes militares hacia todo lo que les recordara a la dirección de la Cámara de Representantes cuando la Guerra de los Diez Años. Importantes personalidades quedaron vinculadas al plan como Carlos Roloff, Serafín Sánchez, Flor Crombet y Eusebio Hernández. José Martí también se incorporó en los inicios de los preparativos. La idea era organizar y armar expediciones para ir a Cuba a pelear por la independencia.

Pero el plan nació acompañado por problemas de diversa índole, como, desde sus inicios, el incumplimiento de la palabra empeñada con Maceo por un individuo que se había comprometido a aportar el dinero para la compra de los recursos de las expediciones y llegado el momento, les dijo a Gómez y al Titán de Bronce que le era imposible ayudarlos porque en esos momentos se encontraba en el proceso de recuperar unas propiedades que tenía en Cuba en un litigio por embargo y no quería que las autoridades de la Isla lo vincularan con actividades independentistas. Ante este revés, que dejaba sin recursos económicos al proyecto, Gómez decidió enviar a los jefes principales a un recorrido por América Central, los Estados Unidos, las Antillas y Francia para intentar recaudar fondos. Los resultados de esta gestión fueron muy poco estimulantes pues la cantidad recaudada estaba muy por debajo de las necesidades elementales para la compra del avituallamiento de las expediciones. Por lo general los cubanos adinerados no contribuían y las recaudaciones de los sectores más humildes de la emigración no alcanzaban para dar respuesta a lo que se necesitaba.

A finales de este año se produciría un nuevo problema: la extrema y cerrada centralización que Máximo Gómez dio a la jefatura del plan en su persona fue un estilo de dirección con el que José Martí no estuvo de acuerdo y que, lamentablemente, provocó fricciones, falta de entendimiento y ruptura entre estas dos personalidades, como lo refleja la contundente carta que Martí enviara a Gómez el 20 de octubre de 1884 en la que le dice: "Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento [...]"[14]

Los años 1885 y 1886 muestran una progresiva complicación de las dificultades, tales como: la falta de solución a las necesidades económicas esenciales para concretar las expediciones; el surgimiento de discrepancias e inculpaciones mutuas entre los comprometidos por la falta de avance en los planes; la falta de coordinación con otras pequeñas expediciones; el permanente apoyo del gobierno de los Estados Unidos a España y su sostenida vigilancia y bloqueo de acciones mambisas que se preparaban, a lo que hay que añadir la falta de unidad entre los emigrados cubanos.

Lamentablemente, no se pudieron cumplir los objetivos propuestos con el plan; incluso se dio el caso de que un alijo de armas que Maceo y sus compañeros habían logrado obtener con grandes esfuerzos, terminó en el fondo del mar por los temores del capitán de la embarcación que lo transportaba. La terca realidad mostraba un estancamiento del proyecto pues el tiempo transcurría y no se operaban avances. Ante tal estado de cosas, Máximo Gómez, con su gigantesca autoridad moral y su indiscutible liderazgo entre los mambises, reunió entonces a los jefes y les comunicó que se daban por terminados aquellos preparativos del plan y se procedió a la redacción de un manifiesto (1887) para informar a toda la emigración y, pese a las condiciones adversas, ratificar el compromiso de continuar al servicio de la lucha por la independencia de Cuba.

El Programa de San Pedro Sula, si bien no pudo lograr sus objetivos, aportó experiencias para el futuro de la la Revolución: ratificó la importancia de contar con un jefe supremo en las acciones militares, experiencia que reafirmó a Gómez como la figura cimera del brazo armado de la lucha por la independencia; la necesidad de garantizar alzamientos simultáneos en lugar de acciones aisladas; demostró que sin respaldo interno, sin coordinación entre el exterior y la Isla, los planes insurreccionales podían estar condenados al fracaso; confirmó, una vez más, la importancia de superar divisiones y desuniones entre los cubanos tanto de la emigración como de la Isla. Concluía sin éxito un nuevo intento independentista, pero la decisión de lucha se mantendría para futuros empeños. La historia se encargaría de demostrarlo.

En 1887 tiene lugar otro proyecto armado a favor de la independencia de Cuba: el del brigadier Juan Fernández Ruz, mambí que había acompañado a Céspedes en el alzamiento del ingenio Demajagua y que después del Pacto del Zanjón se había radicado en Barcelona. Desde aquella ciudad le escribió a José Martí proponiendo un proyecto expedicionario. El Maestro le invitó a que se reunieran en Nueva York para trabajar sobre la idea. Un elemento nuevo distingue a estos preparativos y es la creación de una Comisión Ejecutiva presidida por José Martí, la cual constituye un antecedente de imprimir a este tipo de acciones una etapa organizativa básica. Martí consideraba que por primera vez se unían "con una tendencia clara y decidida los que antes trabajaban en grupos dispersos y a veces hostiles"[15] y propuso trabajar, una vez más, a favor de la unidad. Pero esa unidad todavía no llegó a ser una realidad. El brigadier Fernández Ruz tuvo discrepancias tanto con jefes mambises como con otros representantes de la emigración con respecto al problema de la recaudación de fondos y otros aspectos organizativos; al no contar con la aprobación para su plan cometió el error político de hacer pública su inconformidad y juicios críticos en un manifiesto del que se hizo eco la prensa colonialista de La Habana, hecho que lesionaba a la revolución. Acentuadas las discrepancias, Fernández Ruz se retiró del plan y volvió a Barcelona. No obstante, al estallar la Revolución del 95 vendría a combatir por la independencia de su Patria, lucha en la que llegó a alcanzar el grado de general de división. Ya con la salud resquebrajada, murió de una afección pulmonar en su campamento de Raíz del Jobo, Jagüey Grande, en 1896.

En 1890 tuvo lugar un intento conspirativo con la presencia de Antonio Maceo en Cuba. Aquella visita del Titán de Bronce a la Isla fue un acontecimiento inolvidable. No había lugar de la capital por el que pasara o visitara en el que no estuviera rodeado por los jóvenes y el pueblo que lo admiraba. Incluso, los militares españoles cuando se cruzaban con él en la calle lo saludaban con respeto. Maceo se trasladó a Santiago de Cuba con la intención de contactar con los revolucionarios y viejos compañeros de lucha. Su presencia en aquella ciudad fue objeto de expresiones de admiración y agasajos. Uno de ellos fue un banquete que se ofreció en su honor el 29 de junio en el restaurant La Venus. Siempre se recordará que después de los brindis patrióticos, ya en las conversaciones de sobremesa, uno de los asistentes comentó que Cuba podría llegar a ser, fatalmente, "una estrella más en la gran constelación norteamericana" a lo que Maceo respondió de manera pausada y desde sus más profundas convicciones: "Creo, joven, aunque me parece imposible, que ese sería el único caso, en que tal vez estaría yo al lado de los españoles".[16]

Con mucha discreción y siguiendo su plan en Santiago de Cuba, el Titán de Bronce, mantuvo contactos con sus compañeros de lucha, entre ellos, Flor Crombet, Quintín Bandera, Victoriano Garzón, Demetrio Castillo Duany y Guillermón Moncada en quien pensó como su principal apoyo para los planes conspirativos y la preparación de un alzamiento para el 8 de septiembre de 1890, Día de la Caridad. Para el espionaje español y para el propio capitán general Camilo Polavieja era muy evidente que ese recorrido de Maceo no tenía nada de ingenuo y se ordenó de inmediato su salida de la Isla, lo que dio al traste con los planes conspirativos. Sin Maceo, el movimiento abortó, con la excepción de algunas pequeñas escaramuzas con pequeñas partidas que se lanzaron al campo el día convenido. A este revés hay que añadir el retraimiento que ya habían tenido del movimiento cubanos propietarios y trabajadores de las minas de manganeso de la región, por la intensa y próspera actividad que se presentó debido a los altos precios del mineral con destino al mercado norteamericano. Ninguno de los propietarios quería ver arruinado sus negocios por la guerra y muchos trabajadores no querían perder sus empleos. Por eso, a este nuevo intento insurreccional que también terminó sin éxito se le conoce en la historia como la Conspiración de la Paz del Manganeso.

Todas estas expediciones y proyectos de acciones armadas, a los que se pudieran añadir la de Ángel Maestre Corrales —apresado en 1885 por las autoridades mexicanas al tratar de venir con una expedición desde ese país hasta Pinar del Río— y la de Manuel García Ponce —quien desembarcó por Bacunayagua, Matanzas, el 6 de septiembre de 1887—, ejemplifican la certera denominación martiana de "reposo turbulento" que tiene este período. Estos combatientes, muchos de los cuales entregaron sus vidas en el empeño, serán siempre recordados con respeto y admiración aunque no les acompañara el éxito. Entre las causas de estos fracasos se encuentran: la falta de unidad entre los revolucionarios, la ausencia de un programa político, la falta de coordinación entre la emigración y la Isla; la escasez de recursos, rencillas entre los jefes, la equivocada creencia de que la revolución podía venir a Cuba "desde afuera" y no tomar en consideración el establecimiento de las condiciones previas en la Isla para lograr coordinación. A todo esto hay que añadir una característica común a todas estas acciones frustradas: una concepción exagerada del papel del mando militar en la conducción de la lucha por la independencia. Desde luego que ese error tiene una explicación: como se ha estudiado, durante la Revolución del 68, los jefes militares mambises sufrieron con amargura e impotencia las consecuencias del aparato de dirección acordado en la Asamblea de Guáimaro, es decir, las facultades de la Cámara de Representantes para intervenir en todo, para dirigir la guerra y en la práctica interferir en las decisiones que eran competencia de los mandos militares. Los generales mambises veían en aquellas intromisiones "civiles" el germen de las causas que llevaron al fracaso de aquellos diez años de guerra y a la firma del Pacto del Zanjón. Este rechazo a la presencia de la dirección "civil" estaba en la mentalidad de buena parte de los veteranos del 68 y les acompañaba en sus nobles acciones para dar continuidad a la lucha por la independencia.

José Martí, al constatar estos reveses, fortalecía su convicción de que el camino no podía ser la existencia de acciones militares aisladas o espontáneas al margen de un plan de conjunto y del aseguramiento ideológico y organizativo que aportara unidad y eficacia al movimiento revolucionario. Comprendía la gravedad que representaban acciones que se anticiparan a la existencia de una organización consolidada para la Revolución. A propósito de este peligro, diría en una carta circular redactada por él, por encargo de los cubanos de Nueva York dirigida al general Máximo Gómez el 16 de diciembre de 1887: "[...] en Cuba mira el Gobierno de España, como su salvación única, la probabilidad de interrumpir en su desarrollo espontáneo la nueva guerra, de forzarla a estallar antes de que tenga juntos sus elementos, y de estimular a invasiones aisladas a los jefes cubanos [...]"[17]

Correspondería al magisterio político de José Martí —como se estudiará después— dotar al movimiento revolucionario de una concepción, de un basamento ideológico y político que rectificara errores históricos en cuanto a su organización, estructuración y dirección.

Actividades para el estudio independiente

1. Al referirse a la Guerra Chiquita, José Martí dijo en carta a Fernando Figueredo en 1892: "[...] se desvaneció, por su desorden interior [...] porque no hubo modo de ordenarla [...]" Argumenta con tres elementos probatorios esta aseveración martiana.

2. ¿Por qué Martí le dice a Gómez en la carta del 20 de octubre de 1884: "Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento [...]"?

3. Elabora una cronología con las acciones mambisas que intentaron dar continuidad a la lucha por la independencia en este período.

4. Caracteriza con tres elementos: Limbano Sánchez, Plan Gómez-Maceo y, Conspiración de la Paz del Manganeso.

5. Escribe una relación de las causas que llevaron al fracaso a los intentos de acciones armadas independentistas estudiadas.

2.2.3 José Martí, ideario político y labor revolucionaria

Tuvo José Martí la histórica misión de aunar voluntades para transformar sustancialmente en el orden cualitativo el proceso de preparación de la continuidad de la Revolución. Las enseñanzas de los fallidos esfuerzos anteriores, su profundo conocimiento de la realidad de Cuba, su gran cultura y visión de los problemas de su tiempo le permitieron fortalecer la convicción de que el camino de la Revolución pasaba por una profunda preparación político-ideológica y organizativa de la misma. A esa tarea consagraría sus quince años de estancia en los Estados Unidos, es decir, de 1880 a 1895, descontando el tiempo que pasó en Venezuela del 20 de enero al 28 de julio de 1881. De manera febril e incansable, Martí, se dedicó a sembrar ideas, a llegar a todos los cubanos de la emigración, a explicar lo que había que hacer para forjar una revolución victoriosa. Unir era la palabra de orden. El 24 de enero de 1880 —en tiempos de la Guerra Chiquita— se estrenaría como orientador revolucionario al pronunciar su famoso discurso conocido como la "Lectura en Steck Hall" en el que analizó en profundidad las experiencias de la Guerra de los Diez Años, destacó sus glorias a la vez que expuso razones que llevaron a su fracaso, dignificó la labor de los patriotas cubanos, calificó de "tregua provechosa" la etapa en que se encontraban y destacó, entre otros elementos, que esta no era solo la revolución de la cólera sino también de la reflexión, a la vez que sentenció que los déspotas ignoran, que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones. "La Lectura en Steck Hall" termina con una brillante imagen que expresa una inconmovible posición de principios: "¡Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patria, se unirá el mar del Sur al mar del Norte, y nacerá una serpiente de un huevo de águila".[18]

José Martí recorrió todas las zonas de la emigración; pronunció inolvidables discursos; enfatizó en la importancia de aprender de las glorias y de los errores pasados; favoreció el enlace de ideario y acción de los veteranos combatientes de las contiendas anteriores con la nueva generación revolucionaria; limó asperezas; educó en la eliminación de discordias; propició la vinculación de la labor revolucionaria de la emigración y de la Isla; trabajó para eliminar prejuicios raciales; cerró filas junto con los obreros de la emigración los que fueron un sostén de la preparación de la futura lucha por la independencia; demostró —él, que era un hombre de paz y de la cultura— la inevitabilidad de la guerra como vía única para lograr la independencia, por ello habló de la "guerra necesaria"; explicó que la guerra no era contra el español sino contra el colonialismo; escribió magníficos artículos que constituyeron fuentes de educación patriótica. Y en el centro de su esfuerzo: la lucha por lograr la unidad, porque la falta de unidad había sido hasta el momento una regularidad contra el logro de los objetivos revolucionarios. Víctor Muñoz, cubano que fue testigo de la labor de la emigración por aquellos tiempos, dejó el testimonio siguiente:

En 1891 era yo uno de los más modestos emigrados de Key West cuando se supo allí de los proyectos de Martí, de su visita a Tampa, que fue el paso preliminar de la guerra de 1895, y puedo dar testimonio de que en aquellos centros de emigrados, es cierto que había santo y puro patriotismo, y románticos e inextinguibles deseos de ver la estrella solitaria sobre el Morro; que muchos estaban allí siempre dispuestos a ofrendar su sangre por la causa sagrada de Cuba irredenta, pero faltaba la energía, el genio de un hombre que uniese los elementos dispersos, que enardeciese a los tibios, que entusiasmase a los escépticos, y en eso que consiguió Martí con relativa facilidad, otro, cualquier otro, lo digo así rotundamente, porque estoy completamente convencido de ello, habría fracasado.

Dividían a los emigrados, a pesar de que todos suspirábamos por la independencia de nuestro país, diferencias de clases y hasta de edades y de provincias. Los viejos nos echaban en cara a los jóvenes la flojedad de nuestro ánimo, la tibieza de nuestro amor a la patria, que no nos permitía hacer lo que ellos hicieron. Los camagüeyanos motejaban a los habaneros por la cortedad de nuestro esfuerzo en el 68. Los fabricantes de tabacos, los escogedores y los tabaqueros se miraban con recelo.

[...]

Entre los mil incidentes de aquella obra del Apóstol que retiene mi memoria, hay uno que puede compendiarlos todos. En Tampa empezó a notarse cierta fricción entre blancos y negros, que advertida por quienes sabían la magnitud del mal de aquellas desavenencias, todavía incipientes, podrían ocasionar, fue puesta en conocimiento del Maestro. Poco tiempo después, el necesario para el viaje, llegó Martí a Ibor City, procedente de New York; llamó a la puerta, siempre abierta para él, de Paulina Pedroso, la negra ilustre por su patriotismo, y saludando a los asombrados transeúntes con aquella su sonrisa de iluminado, y aquel su irresistible y amable gesto ante el cual todos los orgullos se abatían y todos los rencores del odio se esfumaban, la paseó del brazo por las calles principales, poniendo fin, de aquella sutil manera, sin decir una palabra por lo que la había impulsado a hacerlo, a lo que pudo ser obstáculo infranqueable en el camino que había emprendido. Los patriotas blancos y negros lo comprendieron. No tuvo que decir palabra.[19]

Esta brillante labor de José Martí sería coronada por su obra cumbre a favor de la unidad revolucionaria y la preparación de la lucha por la liberación nacional: el Partido Revolucionario Cubano, fruto de su experiencia, talento político y organizativo, así como de un largo proceso de maduración que llevó años.

Un momento culminante de aquel largo proceso tuvo lugar el 25 de noviembre de 1891 cuando el Maestro llega a Tampa, invitado por los patriotas que integraban la colonia cubana del lugar. Al día siguiente, el 26 de noviembre, el Apóstol se reúne con los representantes de los clubes locales y discuten y aprueban un documento de clara redacción martiana, conocido como las Resoluciones, que se proclama en el nombre de los emigrados de Tampa y donde se expresa la urgente necesidad de reunir en acción común republicana y libre a todos los elementos revolucionarios honrados; las características que deberá tener la acción revolucionaria común así como lo que deberá observar y respetar la organización revolucionaria. Esa noche, en el Liceo Cubano, pronunció el discurso conocido como "Con todos y para el bien de todos" con el que expuso la idea de la república por la que se luchaba con la unidad revolucionaria como premisa a la vez que expresaba que la ley primera de aquella república soñada debía ser el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. El día 27, a propósito de la conmemoración del fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina en 1871, tiene lugar otra memorable pieza oratoria martiana, el discurso conocido como "Los pinos nuevos", en el que expresa, entre otras ideas, la unión de la nueva generación de patriotas con la herencia y acción de los veteranos combatientes. El 28 de noviembre, en la despedida que los patriotas de Tampa hacen al Maestro en el Liceo, se dan a conocer las Resoluciones ya mencionadas, las que son ratificadas por todos los congregados allí.

Con posterioridad, el 3 de enero de 1892, en Cayo Hueso, Martí presenta a los dirigentes de la emigración patriótica del lugar un esbozo de los documentos que regirían el futuro Partido Revolucionario Cubano, es decir, las Bases y los Estatutos Secretos, contenidos que se discuten y quedan listos para su redacción. En la noche del día 4 presenta los documentos redactados ante un grupo de representantes de los clubes revolucionarios del Cayo. Ya el 5 de enero, el Apóstol preside, en su calidad de representante de las agrupaciones patrióticas de Nueva York, una importante reunión también en Cayo Hueso a la que asisten representantes de los clubes revolucionarios del lugar y de Tampa, así como personalidades de la emigración. Allí se discutieron con amplitud las Bases y los Estatutos Secretos del futuro Partido Revolucionario Cubano, los que fueron aprobados en principio, a la vez que se acordó que se desarrollara un proceso de presentación y discusión de estos documentos en todos los clubes revolucionarios. Al día siguiente participa en una fiesta patriótica con la que lo agasajan y despiden los revolucionarios del Cayo. Allí se dio lectura a las Bases del Partido y él pronunció el discurso final. En los meses siguientes, se dio continuidad al democrático proceso de consulta y análisis de las Bases y los Estatutos por los integrantes de los clubes de diferentes localidades. El 8 de abril, José Martí es elegido Delegado del Partido Revolucionario Cubano y el 10 de abril de 1892 es proclamado el PRC en Cayo Hueso, Tampa y Nueva York.

La Revolución contaba, a partir de ese momento con un instrumento político encargado de organizar, unir, educar y orientar para la "guerra necesaria" y coordinar los esfuerzos de los patriotas de la emigración con los de la Isla.

¿Qué características, fines y estructura tuvo el PRC?

No fue un partido concebido con fines electorales como los partidos políticos de entonces; fue el partido único para la lucha por la independencia. En él se conjugaban la democracia más amplia con la más exigente disciplina. Sus fines eran la conquista de la independencia de Cuba y auxiliar la de Puerto Rico; el establecimiento de las bases de una república democrática, sin la cual la independencia carecería de sentido. Su estructura fue muy simple y funcional de acuerdo con lo establecido en sus Estatutos Secretos:

  • En la base, los clubes, que estaban integrados por todos los patriotas que aceptaran el programa, cumplieran sus deberes y realizaran los aportes sistemáticos para la preparación de la guerra y después su mantenimiento cuando estallara.
  • En los niveles intermedios: los Cuerpos de Consejo que estaban formados en cada lugar por los presidentes de los clubes o asociaciones de base.
  • En la cima: un Delegado y un Tesorero que se sometían a elección anual. Martí no concibió nunca el cargo de presidente del Partido, sino el de Delegado, es decir, la persona en quienes los que lo elegían depositaban su confianza y a quienes se debía y rendía cuentas (fig. 2.11).

La labor del PRC se desarrolló no solo en la emigración, sino también en la Isla, a la cual llegaron comisionados clandestinos enviados por Martí para contactar con los patriotas en diferentes lugares de Cuba, los que recibían orientaciones de carácter organizativo e ideológico. En la labor encubierta del PRC en la Isla desempeñó un papel muy importante el revolucionario Juan Gualberto Gómez, culto periodista y compañero de lucha de José Martí y su entrañable amigo.

El 14 de marzo de 1892 había visto la luz Patria, el periódico fundado por Martí como un instrumento más para combatir en las "trincheras de ideas". Puede afirmarse que existió una unidad ideológica entre el pensamiento del Apóstol, la labor del PRC y el contenido de lo que se publicaba en Patria. En las páginas de este periódico (fig. 2.12), el Maestro escribió inolvidables trabajos dirigidos a la educación histórica y patriótica de los cubanos, entre los que se destacan: "José de la Luz", "El General Gómez", "Antonio Maceo", "La madre de los Maceo", "El 10 de Abril", "Conversación con un hombre de la guerra". Asimismo, de la pluma del Apóstol salieron medulares trabajos para este periódico, dedicados a explicar la razón de las ideas independentistas así como el enfrentamiento ideológico con los autonomistas y anexionistas; ejemplos de estos trabajos son "Autonomismo e independencia"; "El remedio anexionista"; "Política insuficiente"; "Ciegos y desleales"; "¿Conque consejos, y promesas de autonomía?", entre otros. Especial significación ideológica con respecto a la proyección de la Revolución tendrían los artículos martianos "Nuestras ideas" y "El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América".

Patria es un soldado, dijo Martí al valorar el papel que le concedía a esta publicación en la lucha que se preparaba. Y también señaló:

Nace este periódico, por la voluntad y con los recursos de los cubanos y puertorriqueños independientes de New York, para contribuir, sin premura y sin descanso, a la organización de los hombres libres de Cuba y Puerto Rico [...] para mantener la amistad entrañable que une, y debe unir, a las agrupaciones independientes entre sí, y a los hombres buenos y útiles de todas las que persistan en el sacrificio de la emancipación [...] a fin de que el conocimiento de nuestras deficiencias y errores, y de nuestros peligros, asegure la obra a que no bastaría la fe romántica y desordenada de nuestro patriotismo; y para fomentar y proclamar la virtud donde quiera que se la encuentre. Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico.

[...]

Nace este periódico, a la hora del peligro, para velar por la libertad, para contribuir a que sus fuerzas sean invencibles por la unión, y para evitar que el enemigo nos vuelva a vencer por nuestro desorden.[20]

Otro de los pasos decisivos en el camino a la unidad y destino de la Revolución fue el proceso de elección del general en jefe, mediante el voto de los oficiales mambises de la emigración. A la consulta: ¿Cuál debe ser a su juicio el jefe superior con quien la Delegación debe entenderse, para poner en sus manos, dentro del plan general, la ordenación militar del Partido?, la respuesta fue contundente: Máximo Gómez; electo, al decir de Martí, por mayoría que raya en unanimidad.

Le correspondía al Delegado visitar al experimentado dominicano para comunicarle el resultado de la consulta y pedirle que aceptara ser el jefe del Ejército Libertador. Todavía en la memoria de muchos estaba aquel tremendo momento de ruptura y alejamiento entre ambos cuando se preparaba el Programa Revolucionario de San Pedro Sula (Plan Gómez) de 1884; pero la limpieza moral y el amor por Cuba del uno y del otro estaban por encima de aquellas diferencias que nunca fueron de principio, sino de método. El 11 de septiembre de 1892 llegó el Delegado del Partido Revolucionario Cubano a la finca "La Reforma", en la zona de Montecristi, República Dominicana, para encontrarse con Máximo Gómez. Después de magnífica acogida por el general y su familia, se iniciaron días de fructíferas conversaciones que se prolongaron hasta el día 15. El día 13, Martí se dirigió en compañía de Gómez a la ciudad de Santiago de los Caballeros. Allí le entregó una carta oficial a nombre del PRC donde le solicitaba que asumiera el mando militar supremo de la guerra:

Yo ofrezco a Vd., sin temor de negativa este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres.

Y pedía al general: "[...] la luz de su consejo, y su enérgico trabajo, a los cubanos que, con su misma alma de raíz, quieren asegurar la independencia amenazada de las Antillas y el equilibrio y porvenir de la familia de nuestros pueblos en América".[21]

El día 15, el general le responde de forma afirmativa. Ese día, Gómez consignó en su diario:

Día 15, continúa Martí para la capital de la República y yo regreso a "La Reforma" [...] Porque el triunfo de la Revolución de Cuba es obra de concordia, y a mi juicio los trabajos hechos hasta ahora por Martí, presentan bastante consistencia, porque va consiguiendo la unificación de los elementos discordantes; por cuya causa y no por ninguna otra, se enterró la Revolución de Yara en el "Zanjón".[22]

Quedaba sellado un compromiso ante el Partido Revolucionario Cubano entre dos grandes protagonistas de tiempos grandes.

Otro paso decisivo tendría como escenario a Costa Rica a inicios de julio de 1893. Es el encuentro de Martí con el general Antonio Maceo. Ahora, el Titán de Bronce, informado por el Delegado de los planes y del compromiso contraído por Gómez, expresa su total disposición de incorporarse a la lucha. Era un triunfo más de la unidad revolucionaria. El respaldo de dos figuras de la estatura histórica de Gómez y Maceo aportaba a la preparación de la revolución un inapreciable impulso e insuflaba confianza y seguridad en los viejos y nuevos mambises. Ello fue también un logro de José Martí quien, paso a paso, con su talento político y labor educativa, había sabido ganarse el respeto de todos para lograr la tan difícil unidad que la causa requería.

No le faltaban amenazas constantes a esa preciada unidad y a los trabajos organizativos del PRC. Así, entre los meses de abril y mayo de 1893, en Velasco y Purnio (Holguín) se produjeron alzamientos de pequeñas partidas donde se destacaron los hermanos Ricardo, Manuel y Miguel Sartorio Leal, intentos precipitados que terminaron en un fracaso y la presentación de casi todos los implicados. Con similares resultados fue el balance de los alzamientos que se produjeron en noviembre en Cruces, Lajas y Ranchuelo en los que participa, entre otros patriotas, Federico Zayas. Difícil situación para el Maestro, quien, de la misma manera que no puede condenar la actitud de estos patriotas, tampoco puede dejar de alertar sobre las consecuencias negativas que tienen para la causa de la independencia acciones aisladas, surgidas por la impaciencia o por instrucciones falsas generadas por las propias autoridades españolas, todas al margen de las orientaciones del PRC; acciones condenadas al fracaso y que, contribuían al desánimo porque los cubanos las veían vencidas por las tropas españolas. De modo que no bastaba con la voluntad patriótica y con la valentía de mambises que estuvieran dispuestos a combatir (Ricardo Sartorio Leal, por ejemplo, fue combatiente de las tres guerras y ya en la del 95 alcanzaría el grado de general de brigada). Era imprescindible, como insistía Martí, un plan coordinado y con un programa para llevar adelante la revolución y evitar que esta se precipitara.

Pero la idea martiana de la liberación nacional no se limitaba a lograr la independencia de Cuba y auxiliar la de Puerto Rico. Él vio un peligro mayor en las intenciones imperiales del Norte. A ese peligro se había referido en varios escritos desde décadas anteriores. Su estudio del problema y su práctica revolucionaria le revelaban ahora cómo el enfrentamiento a ese peligro tenía que ser asociado a su estrategia de liberación nacional. Así, en 1894 expone importantes ideas que constituyen claves para la comprensión de dicha estrategia. En el medular artículo titulado "El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América", dijo muy claro:

No son meramente dos islas floridas, de elementos aún disociados, lo que vamos a sacar a luz, sino a salvarlas [...] frente a la codicia posible de un vecino fuerte y desigual [...]

En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo [...] —mero fortín de la Roma americana; —y si libres— [...] serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada [...] Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son solo dos islas las que vamos a libertar.

Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos.[23]

En línea con esta idea diría en carta del 23 de julio de 1894 (fig. 2.13), dirigida al gobernante de México, general Porfirio Díaz, en ocasión de su última visita a ese país para recabar ayuda para la revolución: Señor:

Un cubano prudente [...] que no ve en la independencia de Cuba la simple emancipación política de la isla, sino la salvación, y nada menos, [...] la seguridad e independencia de todos los pueblos hispanoamericanos, y en especial de los de la parte norte del continente, ha venido a México [...] á explicar [...] la significación y el alcance de la revolución sagrada de independencia [...] ordenada y previsora, á que se dispone Cuba. Los cubanos no la hacen para Cuba sólo, sino para la América [...] van á batallar por el decoro y bienestar de sus compatriotas, y el equilibrio y seguridad de nuestra América. Trátase, por los cubanos independientes, de impedir que la isla corrompida en manos de la nación de que México se tuvo también que separar, caiga, para desventura suya y peligro grande de los pueblos de origen español en América, bajo un dominio funesto á los pueblos americanos. El ingreso de Cuba en una república opuesta y hostil, —fin fatal si se demora la independencia hoy posible y oportuna, — sería la amenaza, si no la pérdida, de la independencia de las repúblicas hispano-americanas de que parece guardián y parte por el peligro común, por los intereses, y por la misma naturaleza.[24]

Este texto constituye un antecedente histórico de su memorable carta inconclusa a Manuel Mercado el año siguiente.

Los finales de 1894, encuentran a Martí y sus colaboradores en febril actividad preparatoria del inminente estallido de la "guerra necesaria". El 8 de diciembre ya estaba elaborado el Plan de Alzamiento y, para el día 25 estaba prevista la salida de tres expediciones por el puerto de Fernandina en la Florida en los barcos Lagonda, Amadís y Baracoa. Pero, una vez más, las vicisitudes y dificultades aparecen. Un oficial mambí comprometido con la transportación de armas, propició que las autoridades estadounidenses conocieran de la existencia de aquellos pertrechos las que, siguiendo una práctica histórica de impedir la salida de expediciones, procedieron a ocupar dos de esas embarcaciones y buena parte del armamento, propinando así un duro golpe a los planes insurreccionales. Parecía que todo se venía abajo después de tantos esfuerzos y peligros.

La noticia de lo ocurrido en el puerto de Fernandina llegó a todas partes. El enemigo se alegró. En los patriotas hubo depresión en algunos y admiración en otros al conocer la dimensión del plan que se había preparado.

En España, donde residía, la patriota Ana Betancourt, la misma que había clamado por los derechos de la mujer en Guáimaro en 1869, conoció de aquel revés y le escribió a su sobrino Gonzalo de Quesada, discípulo y colaborador de Martí:

Te mandé un número del Heraldo para que leyeras el suelto en el cual se daba cuenta de que en la Florida habían cogido un contrabando de armas y de pertrechos q. según decían, iban para Cuba. ¿Será cierto? ¿Se habrá perdido? La mala suerte nos persigue y esos perros Yankees nos hacen todo el mal que pueden. Mas no hay que desalentarse por ello. Sigue impertérrito en la obra de independizar a Cuba. La sangre de los héroes que ha empapado nuestra tierra, la tierra de nuestros campos la fecunda. En el aire flotan los gérmenes que algún día darán abundantes frutos.[25]

Sobreponiéndose ante aquel duro revés, los patriotas, con el Apóstol al frente, apartaron lamentaciones y se dedicaron a reorganizar los planes a partir de los recursos con los que contaban y, bajo ninguna alternativa paralizaron el avance de la insurrección, que ahora tendría que llevarse a efecto en la Isla sin esperar aquellas expediciones. El día 29 de enero se firmó la Orden de Alzamiento. El reinicio de la revolución estaba en marcha.

Actividades para el estudio independiente

1. A partir de los conocimientos que te aporta tu libro de texto, escribe un párrafo con las ideas que te sugiere este fragmento del discurso de José Martí pronunciado el 10 de octubre de 1887 al advertir que una importante tarea patriótica consistía: "no en llevar a nuestra tierra invasiones ciegas [...] sino en amasar la levadura de república que hará falta mañana". Utiliza tres elementos probatorios en tu redacción.

2. El 10 de octubre de 1890, José Martí pronunció un importante discurso. Entre las valiosas ideas que allí expresó se encuentran:

a) Al referirse al período que se estaba viviendo en ese momento, es decir, después de 1878 y antes del reinicio de la Revolución, lo calificó como: "tregua más útil que el triunfo mismo, e indispensable acaso, para el triunfo".

b) Al evocar una causa fundamental que llevó al fracaso a la Guerra de los Diez Años, dijo: "Porque nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos".

c) Y como tarea imprescindible de los preparativos de la lucha revolucionaria que se avecinaba dejó bien claro que había que "ir poniendo en la mano tal firmeza que no volvamos a dejar caer la espada".

A partir de los conocimientos estudiados en tu libro de texto, argumenta con dos elementos probatorios cada una de estas tres ideas contenidas en los incisos a, b y c.

3. En su digno escrito "Vindicación de Cuba" (1889), José Martí expresó:

"[...] estamos atravesando aquel período de reposo turbulento, lleno de gérmenes de revuelta".

Escribe tus comentarios sobre esta afirmación. 4. Escribe un párrafo en el que valores la justeza histórica y la significación que para la unidad revolucionaria tienen los juicios martianos sobre los hombres del 68 contenidos en el discurso del Apóstol el 10 de octubre de 1891:

[...] Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre, y se trocaron en padres de nuestro pueblo [...] aquéllos son carne nuestra, y entrañas y orgullo nuestros, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón, y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia, y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencia y ternura. ¡Y todo el que sirvió, es sagrado! [...] ¡A todos los valientes, salud, y salud cien veces, aunque se hayan empequeñecido o equivocado! [...] Amamos, con todos sus pecados posibles, a los que, en la hora de arriesgarse o de temer, se fueron tras el honor, yarey al aire.

5. Elabora una llave cuyo título sea: Elementos que evidencian la labor organizativa e ideológica desarrollada por José Martí para la preparación de la Revolución de 1895.

6. ¿Por qué si José Martí era un hombre de ideas y que creía que el porvenir era la paz, convocó a lo que él llamó la "guerra necesaria"? Escribe un párrafo con tu punto de vista.

7. Escribe tus comentarios sobre las dificultades y avances que se dieron en el camino a la unidad revolucionaria en el período 1878-1895.

8. ¿Cómo te explicas que la mayoría de los cubanos abrazara la causa de Martí organizada en el exterior y dada a conocer de forma clandestina en la Isla y no la de los autonomistas que desplegaron su labor en el interior de Cuba desde 1878 sin obstáculos de las autoridades colonialistas y con amplias facilidades para divulgar sus ideas?

9. ¿Cómo se expresa la continuidad histórica de la Revolución Cubana en el período 1878-1895?

10. ¿Por qué podemos afirmar que el antiimperialismo está presente en la estrategia martiana para la liberación nacional? Incluye dos elementos probatorios en tu respuesta.

11. Redacta un breve texto a partir de la siguiente idea de José Martí expresada en su memorable trabajo sobre el maestro Manuel Barranco:

"[...] vino la tregua necesaria, para que la libertad fatigada recobrase las fuerzas [...]"

12. ¿Por qué al período 1878-1895 se le denomina, tregua fecunda y también reposo turbulento? Utiliza tres elementos probatorios en tu explicación.

2.3 La Revolución de 1895

2.3.1 El reinicio de la lucha por la liberación nacional. Organización civil y militar

La ardua tarea de José Martí para anudar la unidad revolucionaria dentro de los viejos combatientes de guerras anteriores comenzó a dar sus frutos a través del Partido Revolucionario Cubano. De ahí que el Maestro, de común acuerdo con el Generalísimo, Máximo Gómez, iniciase en la segunda mitad de 1894 la organización definitiva de la lucha anticolonial. Las concepciones de ambos se pueden resumir, de manera sencilla, como sigue a continuación: el plan de alzamiento implicaba la conjunción de factores internos y de factores externos. Por factores internos debe entenderse levantamientos armados simultáneos en la mayor cantidad de lugares posibles; un exhaustivo análisis de las condiciones existentes en Cuba demostró que esto era factible en las provincias de La Habana, Matanzas, Las Villas y Oriente. El factor externo debe interpretarse en el sentido de enviar a la Isla tres expediciones simultáneas, que trajesen a ella los jefes militares principales, a la par que reforzasen los alzamientos ya señalados. La guerra se extendería a Camagüey y Pinar del Río con la mayor celeridad posible.

Como se ha explicado, a pesar del secreto en que dicho plan trató de mantenerse, el incorrecto proceder de uno de los comprometidos hizo que las autoridades estadounidenses se enterasen del mismo, y apoyando plenamente a España se incautasen de los barcos, del armamento y de los recursos militares acopiados con tanto esfuerzo, en enero de 1895. Martí, con su energía característica, no se desesperó, y autorizó, como delegado del PRC, el inicio de la revolución cubana en el mes de febrero. Esto se plasmó en la Orden de Alzamiento firmada por él, por el coronel José María Rodríguez (Mayía) a nombre de Máximo Gómez y por el comandante Enrique Collazo, representante de los mambises en Cuba, el 29 de enero de 1895. Los futuros insurrectos en la Isla, merced a las consultas hechas por Juan Gualberto Gómez, acordaron la fecha del 24 de febrero como inicio de la insurrección armada. "[...] la emigración entusiasta y compacta tiene hoy la voluntad y capacidad de contribuir a que la guerra sea activa y breve",[26] escribiría el Apóstol en la orden de alzamiento.

El inicio del combate en Cuba tampoco se comportó como fue organizado. El jefe del alzamiento en La Habana, Julio Sanguily, fue sorprendido por el gobierno español el día 24 y cayó preso. Juan Gualberto Gómez, alzado en Ibarra, zona matancera, fue víctima de una desconexión que impidió apoyarlo, por lo que debió presentarse a las autoridades colonialistas, que lo enviaron a los presidios españoles africanos. Francisco Carrillo, en Las Villas, no se levantó en armas esperando la orden específica de Máximo Gómez. En Oriente, sin embargo, los alzamientos fueron múltiples, divididos en dos grandes grupos, uno en la zona más oriental bajo la dirección suprema de Guillermo Moncada y con varios jefes regionales, y otro en la parte occidental, animado por Bartolomé Masó. Lugares como La Lombriz, La Confianza, El Cobre, El Caney, Hatibonico, Jiguaní y Calicito, se convirtieron en nombres famosos. El levantamiento más conocido dio su nombre a la gloriosa fecha: "Grito de Baire". Pocos días después, el general Moncada, gravemente enfermo de tuberculosis, fallecería en la manigua.

Como toda revolución anticolonialista, la cubana estuvo conformada por un gran frente patriótico integrado por muy diversas clases y sectores sociales, de los cuales eran fundamentales los campesinos (blancos y negros), la pequeña burguesía urbana y rural, y los intelectuales revolucionarios. En la emigración, desempeñaron un papel fundamental los obreros. Ni la burguesía productora para la exportación o para el mercado interno, ni la burguesía comercial se situaron del lado de los insurrectos que luchaban por transformar la sociedad insular. Fueron los grupos más explotados los que se comprometieron con la expulsión del colonialismo español de Cuba. La burguesía en la Isla no asumió una actuación nacionalista.

Debe decirse que la actitud del Partido Autonomista, desde los comienzos del nuevo movimiento independentista (después de algunas discusiones internas), fue la de apoyar a España y al régimen colonial condenando los alzamientos, en espera de supuestas reformas que Madrid introduciría en Cuba. En su afán por sofocar la lucha armada, los autonomistas llegaron a enviar una comisión al general Masó para convencerlo de que depusiese las armas, comisión encabezada por el antiguo mambí Juan Bautista Spotorno. La energía patriótica de Masó dio al traste con los esfuerzos contrarios a la revolución del autonomismo que, no obstante, permaneció hasta el final de sus días como partido político apoyando al régimen madrileño, y sus integrantes hicieron manifestaciones públicas de regocijo cuando caían en combate destacadas figuras del campo revolucionario.

Una vez tomadas las disposiciones iniciales, Martí se trasladó a la República Dominicana junto a Máximo Gómez. Ambos jefes, valorando la existencia de la Revolución en la manigua, decidieron que era imprescindible incorporarse a ella. Antes redactaron un documento fundamental, el "Manifiesto de Montecristi", el 25 de marzo. Este escrito no solo explica al mundo las razones que tienen los cubanos para expulsar a España de la mayor de las Antillas, sino que sienta pautas determinantes para comprender la revolución. En él se declara que la guerra no es contra el español, sino contra el colonialismo; que la misma debe de ser "sana y vigorosa", que no está hecha para llevar al poder a un grupo particular, sino para independizar a Cuba; que no es una guerra de razas; que en el futuro patrio, el español tendrá un lugar al lado del cubano; que en ella se sentarán las bases de formas autóctonas de gobierno; y que se evitarán los errores de luchas pasadas. El Manifiesto constituye una cabal expresión del grado de madurez revolucionaria a la que había llegado Martí, y del apoyo sin reservas que le ofrecía constantemente Gómez. La sincera amistad entre ambos es prueba indudable de la unidad revolucionaria conseguida.

Desde Costa Rica, nación en donde residían Antonio Maceo y sus amigos y familiares más cercanos, Flor Crombet, de acuerdo con Martí y Gómez, organizó la expedición que conduciría a sus compañeros a playas cubanas. La expedición de la goleta Honor desembarcó el primero de abril por Duaba, zona del extremo oriental, y sus integrantes se dispersaron por los montes circundantes para eludir la fortísima persecución española. En los momentos iniciales de la lucha, hubo otra baja importante: el general Flor Crombet. Una vez en Cuba, Maceo asumió el mando de la región oriental.

Martí y Gómez, después de muchas vicisitudes, lograron pasar de la República Dominicana a Haití y eludir la persecución de los espías españoles. A bordo del Nordstram, en la noche borrascosa del 11 de abril llegaron a la Isla por Playita de Cajobabo, actual provincia de Guantánamo. Cuando por fin encontraron campesinos vinculados con la Revolución, los dos jefes se dedicaron a emitir diferentes circulares y órdenes que normaban la lucha anticolonial, y comenzaron a avanzar por la antigua provincia de Oriente en dirección a Camagüey, no sin antes, en un consejo de jefes, designar a Martí como mayor general del Ejército Mambí. Durante su estancia en Cuba, el Apóstol escribió un diario ("De Cabo Haitiano a Dos Ríos") que revela tanto el estado del combate en las primeras semanas, como la sensibilidad martiana ante la naturaleza, la amistad, la tierra patria.

La reunión de los tres grandes jefes revolucionarios, Martí, Gómez y Maceo, tuvo lugar en La Mejorana, el 5 de mayo. Allí se analizaron los diferentes criterios en cuanto a la estructura definitiva del combate anticolonial (los de Maceo, por un lado, y los de Martí y Gómez, por otro), así como la creación de un gobierno civil, y probablemente la necesidad de la invasión a Occidente. Pocos días más tarde la Revolución del 95 tuvo una pérdida invaluable: el 19 de mayo, en Dos Ríos, caía en combate José Martí. Su muerte resultó catastrófica para los destinos de Cuba. El Apóstol ya había llegado, en la maduración de su ideario político, a profundas reflexiones sobre los verdaderos intereses de Estados Unidos hacia América Latina, lo que dejó plasmado en la carta inconclusa del 18 de mayo a su amigo mexicano Manuel Mercado.

De la carta de José Martí a Manuel Mercado el 18 de mayo de 1895

[...] ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.

José Martí: "Carta a Manuel Mercado", Obras Completas, t. 4, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, p. 167.

Gómez, que había llegado a quererlo entrañablemente, expresó: "¡Qué guerra esta! Pensaba yo por la noche; que al lado de un instante de ligero placer, aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento [...]"[27] Con la muerte del Maestro, se perdía al ideólogo popular más radical del siglo XIX en Latinoamérica, y al estratega fundamental de la Revolución Cubana. Ahora tocaba a sus compañeros, Gómez y Maceo, crecerse ante tan terrible realidad.

Y así lo hicieron. Maceo quedaría en la provincia para desplegar la Campaña de Oriente, efectuada hasta octubre de 1895. Los principales hitos de la misma fueron los combates de Jobito (15 de mayo), Peralejo (13 de julio) y Sao del Indio (31 de agosto) que constituyeron grandes victorias del Titán de Bronce. A su vez, Gómez llegó a territorio camagüeyano el 6 de junio, donde fue recibido por Salvador Cisneros Betancourt y un minúsculo grupo de jóvenes, y empezó con rapidez a foguear tropas bisoñas mediante su Campaña Circular, en torno a la capital provincial. En esta murió en combate el general Francisco Borrero, combatiente del 68. Altagracia, el 14 de junio; la toma de San Jerónimo, el 22 del propio mes; y el ataque a Cascorro, el 5 de julio, fueron momentos relevantes. El arribo en julio de la expedición Sánchez-Roloff por el sur de Las Villas consolidó el proceso de combate, y amplió notablemente el territorio insurrecto. Una vez llegado agosto, el general en jefe se dedicó a crear las condiciones necesarias para que se efectuase una asamblea que diese paso a una constitución, y por ende, a un régimen republicano en la manigua.

Esta Asamblea se efectuó en el mes de septiembre de 1895 en Jimaguayú, potrero camagüeyano. A ella concurrieron representantes de todas las regiones cubanas, que como es lógico, eran portadores de muy diversas tendencias. El patriotismo se impuso, y la ley suprema —acordada la Constitución de Jimaguayú— trató de reflejar las necesidades de una guerra anticolonial, a la vez que recogía los principios fundamentales del independentismo cubano. Se estableció como sistema gubernamental un Consejo de Gobierno compuesto por seis personas, con funciones ejecutivas y legislativas, y un aparato militar con un general en jefe al frente, en apariencia independiente del órgano civil, que no debería intervenir en las operaciones militares. Salvador Cisneros fue electo presidente del Consejo, Bartolomé Masó sería el vicepresidente, y Gómez y Maceo fueron ratificados en sus cargos de general en jefe y Lugarteniente por la Asamblea.

Tomás Estrada Palma fue designado delegado plenipotenciario en el exterior, con lo que se cometió un grave error, pues este mambí, a la muerte de Martí, había sido electo Delegado del PRC. Así Estrada unía funciones puramente administrativas con la supervisión y orientación ideológica del trabajo con los emigrados. Rápidamente, el maestro bayamés haría usos simultáneos de sus diversas funciones, según los intereses del grupo conservador de emigrados al cual representaba. Bajo su dirección, el PRC perdió las cualidades ideológicas que lo caracterizaron en los tiempos martianos, y se nutrió de figuras apenas salidas del autonomismo o de proyecciones poco radicales dentro del espectro revolucionario. La sección Puerto Rico (fundamental para Martí) fue poco atendida, y el periódico Patria comenzó a publicar noticias y debates de alto vuelo intelectual, innecesarios en los marcos de una prensa patriótica anticolonial.

2.3.2 Desarrollo de la Revolución

El paso siguiente de los revolucionarios sería extender la lucha a las zonas que aun no combatían, es decir, realizar la Invasión a Occidente. El 22 de octubre salió la columna comandada por Maceo desde Mangos de Baraguá, mientras Gómez pasaría a Las Villas directamente desde Camagüey. A diferencia de la invasión de 1875, con sus tres objetivos, esta nueva invasión debía, fundamentalmente, cumplir dos: ampliar el teatro de operaciones militares (extender la guerra) y destruir toda la riqueza que, al pagar impuestos, le proporcionaba ganancias a España, es decir, aplicar la tea incendiaria. Enrique Loynaz y Dositeo Aguilera compusieron la letra y la música del Himno Invasor. El 30 de noviembre, revistando las tropas, Gómez diría: "Yo le auguro a Martínez Campos un fracaso cabal, que ya empezó para él en la sabana de Peralejo, pronóstico que habrá de cumplirse al llegar los invasores a las puertas de La Habana, con la bandera victoria, entre el fuego rojizo del incendio y el estrépito de la fusilería".[28]

Los mambises realizaron con la Invasión la campaña militar más fuerte de todo el combate contra el colonialismo en Latinoamérica. Apenas 4 000 insurrectos se enfrentaron a más de 100 000 soldados regulares de España, en un territorio repleto de pueblos y ciudades, de caminos y fincas bien custodiadas, y de solo 105 000 km 2 de extensión. No se podía permanecer dos días en el mismo campamento. Avanzar hacia el Occidente, sin detenerse jamás, era la consigna militar impartida por Gómez. Avanzar quemando, destruyendo la riqueza que sostenía a Madrid. Hubo días en que el mambisado, después de agotador combate, caminaban muchas leguas sin ingerir apenas alimentos,[29] siempre perseguidos por el ejército enemigo. En solo 90 días los soldados cubanos lograron llegar a Mantua, en Pinar del Río, en donde se levantó un acta demostrativa del éxito obtenido (fig. 2.14).

De entre los muchos encuentros militares habidos entre cubanos y españoles a lo largo de la Invasión, merecen destacarse los siguientes: el combate de Iguará, el 3 de diciembre; el combate de Mal Tiempo, el 15 de diciembre; el de Coliseo, el 23 de diciembre; el llamado Lazo de la Invasión, en Matanzas-Las Villas, el propio mes, maniobra dirigida a engañar al alto mando militar español; y el combate de Calimete, el 29 de diciembre. A comienzos de enero de 1896, los mambises ya estaban en La Habana. Aquí, de común acuerdo los máximos jefes militares del pueblo cubano, analizando las perspectivas de la lucha, se decidió que Maceo pasase a Pinar del Río a culminar la invasión, y que Gómez permaneciese en La Habana, donde desplegó su genial campaña militar conocida como La Lanzadera. La invasión demostró la solidez del independentismo del soldado mambí, así como la fabulosa capacidad militar de sus jefes principales.

Arsenio Martínez Campos, capitán general español, en la imposibilidad de sofocar la revolución debido a las acciones militares exitosas de Gómez y Maceo reiteró su petición de relevo, que ya había solicitado a raíz de su derrota en Peralejo, el 13 de julio del año anterior, y recomendó a Valeriano Weyler como sustituto. Este llegó a Cuba ya entrado 1896 con una consigna titulada A sangre, fuego y exterminio, e implantó un nuevo procedimiento políticomilitar que ha sido llamado de "reconcentración", por el cual todos los habitantes rurales eran concentrados en zonas urbanas, con lo que se pretendía evitar el apoyo que los campesinos daban a los mambises. La reconcentración fue muy dura para los cubanos. El campesinado, falto de ayuda en los pueblos a donde lo llevaron, comenzó a fallecer de manera masiva, lo que potenció al máximo las epidemias urbanas en las condiciones de pésima salud de aquellos tiempos. Por otra parte, como los sembrados eran destruidos, y los animales sacrificados o incautados, el hambre y la miseria hicieron su aparición con fuerza notable. El genocidio que representó la reconcentración implicó una enorme baja de la natalidad, que se haría sentir en el siglo XX . Cálculos conservadores estiman que cerca de 150 000 personas fallecieron en el período 1896-1898 como consecuencia de la reconcentración, pero tal política no logró que los combatientes anticolonialistas abandonaran la lucha; antes bien, muchos jóvenes campesinos, en lugar de ir a morir reconcentrados en pueblos, se incorporaron al ejército mambí.

La culminación de la Invasión a Occidente exacerbó ciertas contradicciones que desde tiempo atrás se presentaban entre el Consejo de Gobierno y el aparato militar, especialmente el general en jefe. El órgano civil revolucionario, celoso en alguna medida de los éxitos del ejército (máxima representación de las ansias populares independentistas y de las proyecciones político-ideológicas de mayor radicalidad dentro del mambisado) empezó a tomar disposiciones que afectaban los derechos militares, y que no eran consecuentes con acuerdos establecidos a raíz de la creación de la República. Así se permitió el comercio con el enemigo, lo que estaba tajantemente prohibido por Gómez; se distrajeron tropas que debían ser empleadas en reforzar a los invasores en combates innecesarios, de poco éxito militar; se autorizó, haciendo caso a solicitudes de Estrada Palma (en consonancia con sus funciones en la emigración), la molienda a fincas azucareras de prominentes miembros de la burguesía, poco identificados con la independencia; y se llegó a otorgar grados militares sin el permiso y la firma del jefe correspondiente, tal y como normaba la Ley de Organización Militar. A esto habría que agregar los problemas derivados de los enfrentamientos entre el Consejo y el general José Maceo, en el Departamento Oriental, y que habían llevado a dicho general a presentar su renuncia.

Ante estas atribuciones indebidas, que no solo afectaban la jurisdicción militar, sino que atentaban contra la verticalidad ideológica de la Revolución, Gómez reaccionó, como era de esperar, de manera airada. Escribió cartas muy duras al Consejo, en particular al secretario del interior, impidió la molienda, y anuló los grados militares no concedidos de acuerdo con los estatutos que regían en el ejército. El Consejo consideró que el viejo general se extralimitaba en sus funciones, y decidió deponerlo de su cargo. A su vez, el jefe de los mambises, cansado de aquella situación nada provechosa para la revolución, creyó conveniente presentar su renuncia. Por ello, después de informar a Maceo de lo que pensaba hacer, abandonó su región para trasladarse a los predios del aparato civil insurrecto.

El lugarteniente, alarmado ante los acontecimientos descritos, salió de Pinar del Río rumbo a La Habana, atravesó la Trocha de Mariel a Majana, paralizó la Campaña de Occidente que venía desplegando, y en un combate contra fuerzas españolas, encontró la muerte el 7 de diciembre de 1896 en San Pedro. Con él falleció Francisco Gómez Toro, hijo varón mayor del Generalísimo. Su muerte dejó un lugar imposible de ser llenado, por su prestigio, sus excepcionales capacidades militares, y su radicalidad ideológica. El ejército mambí perdió con él al "primero de sus generales", según expresión de Gómez.[30] Y su falta se hizo sentir en los tiempos posteriores. Aun cuando su muerte fue, después de la de Martí, la de mayor importancia para la Revolución, a los casi dos años de combate otros generales muy valiosos también habían desaparecido. Descontando a Moncada y Crombet, ya mencionados, debe señalarse que José Maceo había muerto en Loma del Gato y Serafín Sánchez en el Paso de las Damas, ambos en 1896. La desaparición de Antonio Maceo trajo el ascenso a lugarteniente general del ejército libertador del mayor general Calixto García Íñiguez, de amplia experiencia militar y antigüedad dentro del aparato bélico mambí (fig. 2.15).

Fig. 2.15 Serafín Sánchez Valdivia

Tanto el Consejo de gobierno como el general en jefe, ante la cruenta noticia de la muerte de Maceo depusieron sus criterios para mantener la unidad revolucionaria, en momentos imprescindibles. Si bien el entendimiento no fue absoluto, el interés de liberar a la patria se impuso, facilitando que el Consejo no depusiese al general, y que este retirase su renuncia. Solo, como él expresó, sin muchos de sus compañeros del 68, el supremo jefe mambí se propuso evitar la bala que según el gobierno español le estaba destinada, para llevar a cabo la tarea a la que había dedicado su vida: independizar a Cuba.

Es necesario destacar que la burguesía en Cuba, grandemente asustada por los éxitos del mambisado, en particular por la invasión, mantuvo su apoyo a España, mientras maniobraba cerca de los círculos de poder de los Estados Unidos solicitando de estos la intervención en la contienda cubano-española. Al mismo tiempo, deseosos de estar en el carro de los triunfadores, no pocos jóvenes profesionales salieron de las filas del autonomismo y se integraron a la Revolución, en la que fueron acreedores a grados militares de importancia, sin transformar apenas sus concepciones político-ideológicas. Cierto número de ellos se convertirían, en momentos posteriores, en promotores y colaboradores de los intereses norteamericanos expansionistas, tanto a finales del siglo XIX como en las primeras décadas del XX , aprovechando su participación en la guerra mambisa.

Con su conocimiento exhaustivo de las regiones cubanas, Máximo Gómez se ubicó, desde los inicios de 1897, en la zona de La Reforma (actuales provincias de Sancti Spíritus y Ciego de Ávila), para desarrollar una de sus más brillantes campañas. En la selección de la zona influyó el hecho de su ubicación en el centro de la Isla, lo que permitía al jefe mambí disponer de tres cuerpos de ejército al este, y tres al oeste. Militarmente conocida con el nombre de Campaña de La Reforma, consistió en desgastar la mayor cantidad posible de soldados españoles con la menor cantidad de insurrectos cubanos. Dejándose perseguir a través de los pantanos de la zona, el general en jefe obligó a las tropas colonialistas a caerle detrás a un grupo mambí que siempre se le escurría, mientras los mosquitos, la lluvia, la falta de sueño y reposo aniquilaban al ejército español. Al cabo de varios meses, España presentaba alrededor de 40000 bajas, frente a poquísimas cubanas. En una entrevista, Gómez confesó que sus mejores generales eran junio, julio y agosto, en clara referencia a los estragos que la estación de lluvia en el verano hacía en las tropas ibéricas.

Por su parte Calixto García, con el apoyo de valiosos generales de antigua y nueva promoción tales como Agustín Cebreco, Luis de Feria Garayalde y Mario García Menocal, desplegó la Campaña de Oriente a todo lo largo del año 97. García se destacó por su gran capacidad en el empleo de la artillería, y sobre todo, en la toma de pueblos y ciudades, a los cuales ponía sitio. Su dominio sobre los caminos que enlazaban los diferentes agrupamientos urbanos orientales garantizaban la seguridad en el traslado de las tropas insurrectas, a la par que impedía los contactos e intercambios militares de los españoles.

Debe señalarse que desde el punto de vista militar la Revolución se encontraba en 1897 en las condiciones de una guerra de desgaste. En el Occidente, España mantenía en cierta medida la ofensiva, mientras en el Centro-Oriente los mambises poseían mayor fuerza. Esto equilibraba la situación bélica, y hacía difícil prever el final de la contienda. Por lógica, y por razones históricas, la correlación de fuerzas se rompería, en mayor o menor tiempo, a favor de los mambises, quienes luchaban por un ideal —crear el estado nacional— sin recursos, sin armamentos, y apenas sin provisiones; mientras el soldado español había venido a Cuba a pelear obligado por las quintas (reclutamientos) que se hacían en la Península. A España se le iba acabando el crédito económico que le facilitaban otras naciones de Europa, a lo cual deben unirse las protestas de la sociedad española (en particular, las madres) por la cantidad de muertos que costaba la inútil guerra de Cuba. Escasez de recursos y resistencia mambisa se darían la mano, con perspectiva histórica, para que el triunfo definitivo fuera de los insurrectos cubanos. Pero en 1897, según los criterios del propio Máximo Gómez, la guerra de desgaste se imponía.

Para cumplimentar uno de los artículos de la Constitución de Jimaguayú, en el mes de septiembre de 1897 se convocó a una asamblea que tendría por objetivo principal redactar una nueva constitución. Tal reunión se efectuó en octubre del propio año, en La Yaya, Camagüey, y en ella se aprobó la Constitución de igual nombre. Esta constitución reflejó dos aspectos fundamentales. Por una parte, algunos de sus artículos iban dirigidos a que el aparato civil revolucionario pudiese controlar e intervenir en las decisiones militares (lo que revela la presencia de criterios muy semejantes a los sostenidos por la estructura gubernativa en los años 95 y 96), y por la otra, una lectura cuidadosa del texto aprobado pone de manifiesto la incertidumbre de los legisladores ante los sucesos de los últimos tiempos, referidos a las presiones que el gobierno norteamericano ya había empezado a hacer sobre la monarquía española, en relación con la guerra de Cuba. Bartolomé Masó fue electo presidente del Consejo de Gobierno y Domingo Méndez Capote ocupó el cargo de vicepresidente. La constitución, en aquellos momentos tan difíciles, no hace referencia al cargo de general en jefe (fig. 2.16).

Fig. 2.16 Bartolomé Masó

Grover Cleveland, presidente norteamericano, mantuvo la tradicional política de apoyo a España durante los primeros meses de la guerra. Pero el éxito de la invasión, que implicaba la posibilidad de que Cuba se independizase rápidamente, y la seguridad obtenida de Gran Bretaña de que esta nación no defendería el dominio español sobre la Isla, hicieron que los círculos de poder estadounidenses, en 1896, comenzaran a presionar a Madrid para encontrar soluciones favorables a sus intereses expansionistas. Debe señalarse que dentro del Congreso del Norte los criterios en relación con el futuro de Cuba eran divergentes. La llegada al poder a principios de 1897 de William McKinley, representante de las más agresivas tendencias, aceleraría las presiones.

Los periódicos norteamericanos, deseosos de aumentar sus tiradas, aprovecharon los efectos en la Isla de la reconcentración para exigir la intervención de su gobierno en la guerra entre Cuba y España, con el pretexto de "ayudar" al sufrido pueblo cubano; con esta actitud, reforzaron la labor de los grupos expansionistas, a lo que debe unirse la real simpatía que el simple ciudadano norteamericano sentía por la lucha anticolonial cubana. Con la prensa y la nación de su parte, el gobierno de McKinley exigió de España en el mes de septiembre el cese de la reconcentración y la implantación de un régimen autonómico en Cuba. El gobierno de la Península, en actitud contemporizadora, anunció el fin de la reconcentración, relevó a Weyler y lo sustituyó con Ramón Blanco y declaró que en 1898 la autonomía sería realidad. Se trató así de evitar una guerra entre las dos naciones. Los combatientes anticolonialistas en Cuba empezaron a darse cuenta de que intereses extranjeros muy poderosos podían mediatizar la anhelada independencia, sin que por ello dejaran de enfrentar con éxito al ejército español. El año 97 terminó con tales incertidumbres.

2.3.3 Intervención del gobierno norteamericano en la contienda cubano-española

España, para cumplimentar lo prometido, implantó en Cuba un régimen autonómico a partir de 1898. Tal gobierno se inscribe dentro de los esfuerzos de Madrid por evitar la guerra con los Estados Unidos, no en los presupuestos políticos españoles sobre cómo gobernar a la colonia. Una Constitución poco avanzada, una Cámara de Representantes, un Consejo de Administración y varias secretarías eran los pilares de la nueva situación, en la que primaba, por supuesto, el capitán general designado siempre por la monarquía. Las funciones del gobierno eran en realidad pocas, como que no estaba concebido en sí para gobernar. El Partido Autonomista, con un mínimo de discusión interna, se prestó a semejante juego, al entender que era un paso de avance en el autogobierno insular y participó en las menguadas elecciones que se llevaron a cabo. José María Gálvez, abogado y hacendado, resultó electo presidente, si bien el equipo gubernamental era animado por el ideólogo Rafael Montoro. Los integristas, por supuesto, no tuvieron asiento en el gobierno, al que combatieron rudamente desde mucho antes de su proclamación.

Tanto el supremo órgano civil revolucionario —el Consejo de Gobierno— como el ejército mambí con su general en jefe al frente, repudiaron enérgicamente la autonomía. No cabe duda de que en las condiciones históricas cubanas de 1898, después de tres años de fieros combates, la solución idónea a los problemas nacionales solo podía ser la independencia absoluta. Miles de mártires así lo reclamaban. Los mambises, de manera abrumadora, rechazaron una autonomía fuera de tiempo y lugar, que no era la culminación de sus afanes a lo largo ya de treinta arduos años. Máximo Gómez, con su proverbial energía, condenó todo intento de acercamiento de los autonomistas a las estructuras de la Revolución para "promover" su solución antirrevolucionaria. Y declaró que el combate continuaría hasta expulsar a España de Cuba e implantar una república que barriera con las lacras seculares del colonialismo. Para el pueblo cubano, considerado de manera global, un régimen autonómico no podía equipararse con la independencia anhelada por Céspedes y Martí.

El gobierno norteamericano debió esperar mejores momentos para desencadenar una guerra contra España. Los elementos más recalcitrantes del integrismo español en La Habana se lo proporcionaron. En efecto, varias decenas de voluntarios, soldados y beneficiarios del sistema colonial salieron en una pequeña manifestación por las calles de la ciudad vieja dando vivas a Weyler, gritando ofensas a Blanco y repudiando la autonomía. Cualquier habanero sabría que con ello no se establecía una situación de inseguridad en la capital, acostumbrada desde antaño a las voces insultantes del peor integrismo. Pero el cónsul norteamericano, Fitzhugh Lee, aprovechó al máximo la oportunidad y cablegrafió a su gobierno que era imprescindible el envío a la Isla de un acorazado que protegiera las vidas y las propiedades de los residentes estadounidenses, ya que la autonomía había fracasado. Fueron los propios españoles de La Habana, en su sector más recalcitrante, los que de esta manera viabilizaron una posible intervención norteamericana. El Ejecutivo del Norte decidió enviar a la capital antillana al Maine, barco muy bien pertrechado, que llegó a la misma a fines de enero de 1898.

La noche del 15 de febrero el Maine explotó en la bahía, lo que representó la muerte instantánea de alrededor de 266 hombres. Tanto España como los Estados Unidos se inculparon mutuamente por la explosión, sin que se lograse una conclusión definitiva. De hecho, el desastre benefició a los norteños, cuyo presidente solicitó del Congreso la autorización necesaria para declarar la guerra, tal y como estipulaba la legislación del país. McKinley, con la solicitud, no pretendía reconocer el estado de beligerancia del pueblo cubano. Antes bien, lo que los círculos de poder expansionistas deseaban era tener las manos libres para, sin cortapisas, diseñar el destino futuro de Cuba en función de sus intereses particulares, sin tomar en cuenta los criterios del mambisado mediante sus órganos representativos. Estrada Palma, desde la delegación del PRC, sí se hallaba muy al tanto de los acontecimientos, en no pocos de los cuales tuvo una participación destacada, que se alejaba de los firmes criterios de Martí relativos a no establecer compromisos con un vecino tan poderoso.

De común acuerdo los representantes y los senadores norteamericanos, el 18 de abril aprobaron la Resolución Conjunta, que facultaba al Ejecutivo para declarar la guerra a España y proceder en consecuencia. Esta Resolución no era la que McKinley esperaba, ya que limitaba las posibles maniobras del expansionismo estadounidense. Su primer artículo declaraba que "el pueblo de la isla de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente".[31] Una declaración tal resulta sorprendente si no se conoce que Estrada Palma, en labores de cabildeo cerca de los congresistas, había ofrecido bonos que se pagarían en la futura república cubana a aquellos de los legisladores que votaran un documento en apariencia favorable a la independencia, lo que se completó a través del artículo 4, que expresaba que los Estados Unidos no tenían interés en conservar a Cuba, ni ejercer soberanía sobre ella. Debe comprenderse que si bien el documento descrito no fue la máxima expresión de las ambiciones del gobierno del Norte, las maniobras de Estrada Palma —sin consultar a la dirección revolucionaria en la Isla— eran una negación ético-ideológica del programa martiano, dado que se pretendía obtener la independencia a través de una transacción nada patriótica, y no por el esfuerzo propio de los mambises. Junto a esto, la república de Cuba iba a nacer con una deuda internacional considerable, que de todas formas la ataría al poderoso país vecino.

William Shafter fue designado como máximo jefe del ejército norteamericano en Cuba, con tropas que superaban los 16 000 hombres, entre soldados y oficiales. Previamente, su gobierno había entrado en contacto con el lugarteniente Calixto García para desembarcar en Oriente por la zona de Siboney, al sur de la provincia, sin que esto implicase comunicar tal operación bélica a Bartolomé Masó o a Máximo Gómez. El desembarco se efectuó el 20 de junio, y fue garantizado distrayendo tropas enemigas por el excelente grupo de generales cubanos que dirigía Calixto, entre los cuales se encontraban Agustín Cebreco, José Manuel Capote, Luis de Feria, Jesús Sablón (Rabí), Carlos González Clavel, Carlos García Vélez y Demetrio Castillo. El decisivo apoyo que las tropas cubanas dieron al ejército norteamericano, con su excelente combatividad militar y su conocimiento profundo del teatro de operaciones, fue reconocido por muchos de los altos oficiales del Norte en escritos y cartas personales.

Los mambises diseñaron el cerco a la capital provincial, Santiago de Cuba, para lo cual fueron tomando los pequeños pueblos que se encontraban en los caminos de acceso a ella, como fueron El Caney, El Cobre y la loma de San Juan. El gobierno español ordenó a Pascual Cervera, jefe de la débil escuadra naval que se encontraba en la bahía santiaguera que saliese al mar Caribe, orden inaudita que solo se explica por el interés español en perder la guerra frente a los norteamericanos, y no frente a los cubanos. La flota de Washington destruyó con celeridad los maltrechos buques españoles, en lo que se ha dado en llamar la batalla Naval de Santiago. Poco después, sin aprovisionamientos, sin marina, ante la inutilidad de un combate totalmente desproporcionado y aun bajo los efectos de un fortísimo bombardeo del ejército contrario, los militares de la península aceptaban la rendición el día 16 de julio. Santiago pasaba a manos estadounidenses.

De la carta de José Martí a Manuel Mercado el 18 de mayo de 1895 en la que le habla de la entrevista que le hizo Eugene Bryson, periodista del New York Herald :

Bryson me contó su conversación con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender éste que sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos.

José Martí: "Carta a Manuel Mercado", Obras Completas, t. 4, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, p. 167.

Alrededor de mil muertos tuvieron los tres ejércitos en los acontecimientos militares relacionados con la batalla naval y el cerco a Santiago. Los soldados cubanos, muchos menos que los de las otras dos partes, murieron en cifra cercana a 100, la más alta de la contienda. Las capacidades tácticas de los oficiales mambises permitieron el despliegue y el desarrollo exitoso de la campaña, en momentos en que el clima —pleno verano— agobiaba a los soldados del Norte, quienes no estaban acostumbrados a una guerra como la que en Cuba se libraba. En situaciones en que el alto mando estadounidense valoraba abandonar determinada posición, la energía, el valor y la decisión de liberar a Cuba de los mambises garantizaba la permanencia. Y en no pocos casos, los cubanos eran los primeros en salir al combate.

Calixto García y los mambises que lo rodeaban no pudieron entrar en Santiago y celebrar allí la merecida victoria. El alto mando norteamericano, siguiendo instrucciones que le llegaron de Washington, prohibió que las tropas cubanas entraran en la vieja ciudad, con el pretexto de evitar represalias y venganzas. Esto motivó una digna respuesta de Calixto en carta a William Shafter, en la que el general mambí precisaba muy bien la calidad ético-patriótica de sus soldados, y el sentido del deber y la responsabilidad de los cubanos. La actitud del gobierno del Norte revela claramente los móviles de la intervención en la guerra del pueblo antillano, y sus intereses en relación con Cuba. Nuestra patria no fue el único teatro de operaciones, ya que los intereses expansionistas de los círculos de poder económico-políticos de Washington extendieron las operaciones militares a la hermana isla de Puerto Rico y al archipiélago de las Filipinas en la lejana Asia.

De la misma manera, no solo se mantuvo a españoles integristas en sus cargos dentro de la ciudad sino que fueron designados miembros del partido autonomista para las responsabilidades a cumplimentar. Los revolucionarios antillanos fueron así marginados de la celebración de la victoria por la que tanto habían luchado.

Al mes siguiente, el 12 de agosto, se firmó el cese al fuego entre España y los Estados Unidos, lo que implicó tácitamente, sin contar con el ejército mambí, el fin de las operaciones militares. Siguiendo su política, el Ejecutivo norteamericano dispuso la entrega de raciones alimentarias a los combatientes ibéricos, mientras los cubanos continuaron librados a su propia suerte, en circunstancias cada vez más difíciles. La escasez y el hambre se enseñorearon del ejército libertador.

El general Young, subordinado del mayor general Shafter, dijo sobre los mambises el 8 de octubre de 1898:

Los insurgentes son una banda de degenerados, absolutamente carentes de honor y gratitud. Son tan capaces de autogobernarse como los salvajes de África.

Javier Figuero y Carlos G. Santa Cecilia: La España del Desastre, Plaza y Janés Editores, S. A., Barcelona, 1997, p. 293.

En octubre del año 1898, y para dar cumplimiento a uno de los artículos de la constitución de La Yaya, el aparato civil de la Revolución convocó a una asamblea que se conoce como Asamblea de Santa Cruz del Sur, por el poblado camagüeyano en que se efectuó. Esta asamblea, que sustituiría al Consejo de Gobierno, pretendía hacerse cargo de la dirección suprema del pueblo cubano, y su objetivo primordial era defender la independencia absoluta frente a los acontecimientos que se avizoraban. Sus integrantes, en gran medida, fueron notables representantes de la tradición de lucha de los mambises. Pero también dentro de ella tuvieron cabida figuras susceptibles de convertirse en auxiliares del poder norteamericano, lo que se haría ostensible al año siguiente. La Asamblea, sucesivamente, se trasladó a Marianao (en la provincia de La Habana) y posteriormente al barrio de El Cerro, nombre con el que es más conocida.

París, la capital de Francia, fue la ciudad en que se firmó el cese definitivo de la guerra entre España y los Estados Unidos, el 10 de diciembre. A esta reunión, a la firma del Tratado de París, no fueron invitados los combatientes cubanos, ignorados una vez más por los dirigentes del Norte. El gobierno estadounidense, como vencedor, impuso la entrega no ya tan solo de Cuba, sino además, de Puerto Rico y Filipinas, posesiones españolas de antaño, a más de otros pequeños enclaves de valor estratégico. La suerte futura de la patria de Martí era imprecisa: ni libre ni independiente, al decir de Máximo Gómez. Para colmo de males, Estrada Palma, el 20 de diciembre, promulgó una Circular a todos los interesados mediante la cual se declaraba disuelto el Partido Revolucionario Cubano. Los Estados Unidos, tratando de soslayar la Resolución Conjunta, implantarían a partir del primero de enero de 1899 un régimen interventor, hasta tanto sus diversas tendencias políticas determinasen lo que les era más conveniente en relación con Cuba.

Ante los cubanos independentistas se abría ahora un período mucho más complejo, que auguraba ser de incesante batallar ideológico por la soberanía nacional. Era, ante todo, imprescindible la comprensión de que Cuba no podía ser anexada a la gran potencia vecina. La unidad entre los revolucionarios antillanos se imponía, para hacer frente a las ambiciones extranjeras. La tradición combativa del pueblo cubano, la cultura nacional generada durante más de cien años, y la firme decisión de constituirse en un estado nacional independiente, se tendrían que dar la mano para que la bandera de la estrella solitaria no pudiese ser arrinconada. Jamás podría serlo. "Nuestros muertos, alzando los brazos, ¡la sabrán defender todavía![32]

2.3.4 La mujer en la lucha por la independencia

El independentismo cubano puede sentirse realmente orgulloso de la participación femenina en su génesis y en su devenir, en la segunda mitad del siglo XIX . La mujer, integrante fundamental de la sociedad cubana, hizo suyas las ansias libertadoras de la nación, y desempeñó un rol trascendente en la batalla por la creación de la patria común. No se trata aquí de reducir la actuación femenina a citar algunos ejemplos connotados de la terrible situación por la que atravesaron las mambisas. De lo que se trata es de entender que, en la realidad histórica de la segunda mitad del siglo XIX , un movimiento nacional-liberador implicaba, para los habitantes no masculinos, cambiar radicalmente los hábitos, costumbres y modos de vida, por algo tan diferente como lanzarse a los montes intrincados del centro-oriente cubano, primero durante diez años, y, en los noventa, durante casi cuatro, convirtiéndose en soldados de la revolución y manteniendo, al mismo tiempo, la responsabilidad de velar por la sobrevivencia de los hijos, no ya tan solo pequeños sino, en muchísimos casos, nacidos en la manigua. Esto no constituía, en lo más mínimo, un papel "de retaguardia"; antes bien, se convertía en la garantía de la posibilidad de que el hombre, con las armas en la mano, combatiese al enemigo colonialista. No pocas de las principales batallas y combates que tuvieron lugar en los campos de Cuba Libre terminaban para los hombres con la derrota de las tropas españolas o el abandono por estas del territorio insurrecto. A esa hora comenzaba el trabajo patriótico de la mujer, en sus funciones de enfermera, madre, cocinera, lavandera, maestra y tantas otras ocupaciones imprescindibles para la prosecución de la labor revolucionaria.

En la emigración, en la diáspora que comienza a partir de 1869, la situación de la mujer fuera de Cuba no fue menos dramática. Es preciso entender que, en aquellos momentos, el trabajo femenino, salvo excepción, y la preparación de la mujer para asumirlo, apenas comenzaban en Latinoamérica. Una tradición de siglos y el poco avance de la formación económico-social capitalista, destinaban al sector femenino a permanecer dentro del hogar, sin posibilidades de una adecuada realización personal. Cuando la cubana debió salir de las condiciones en que habitualmente se había desenvuelto su vida, el choque con el mundo circundante se hizo brutal, máxime si se tiene en cuenta que los hombres, en su gigantesca mayoría se han quedado combatiendo en la manigua. La mujer debió entonces enfrentar el sostenimiento de los hijos y ancianos a su cargo, más el suyo propio; mantenerse muy al tanto de lo que acontece en la patria común; sortear la vigilancia española, que la perseguía en su calidad de cubana y mambisa; debió, en una palabra, sacar adelante a su familia, sin imaginar siquiera por cuánto tiempo. Según su extracción de clase y su preparación, la cubana fue cantante, maestra, cocinera, criada, costurera, planchadora, obrera cigarrera, jornalera agrícola y muchas otras cosas, en función de un sacrificio para el cual no había sido preparada en su infancia. A fuerza de coraje y patriotismo, la mujer de Cuba sentó una tradición de sacrificio y amor por su nación que llega a la contemporaneidad.

Mariana Grajales (fig. 2.17), Bernarda Toro, María Cabrales, Ana de Quesada, Lucía Íñiguez, Ana Betancourt, Amalia Simoni, Matilde Simoni, Ana Kindelán, Ángela Quirós, Dominga Moncada, María Josefa Pina, Luz Vázquez, Adriana del Castillo, Candelaria Figueredo, Clemencia Gómez, Isabel Rubio, Mercedes Varona, Rosa Castellanos, Manuela Cancino, Antonia Romero, María Escobar, Inocencia Martínez, Evangelina Cossío, Magdalena Peñarredonda, Isabel Valdivia, Adela Azcuy (capitana del Ejército Libertador) y Mercedes Sirvén (comandante) ejemplifican a esa pléyade de mujeres que abandonaron hogar, comodidades, seguridad familiar, para entregar lo mejor de sí a la redención de la patria sin exigir nada a cambio. Muchas fueron olvidadas; de ninguna se ocuparía la república instaurada en 1902; sus nombres ocupan un lugar muy inferior al que merecen en el panteón nacional. Pero su ejemplo permanece por más de cien años. La mujer cubana, en su doble función de ser social y generadora de vida, se convirtió a sí misma, en medio de los terribles avatares del proceso de liberación anticolonial, en portadora y trasmisora de la autoconciencia nacional, vale decir, del sentido de pertenencia y asunción consciente de la cubanía. Respondiendo a las necesidades históricas, la mujer en su condición de cubana y de mambisa, constituye el más hermoso ejemplo de la inquebrantable decisión de un pueblo de alcanzar su libertad.

Fig. 2.17 Mariana Grajales

Actividades para el estudio independiente

1. ¿En qué consistió el Plan de Fernandina?

2. Localiza en el mapa de los acontecimientos principales de la Revolución del 95 dónde quedan Duaba y Playita de Cajobabo. Encuentra ahora La Mejorana. ¿Qué opinas del recorrido de Martí por la provincia de Oriente?

3. Compara el gobierno establecido en la Constitución de Jimaguayú con el implantado en la Constitución de Guáimaro. ¿Cuál y por qué te parece más acorde con las condiciones de una guerra anticolonial?

4. ¿En qué campaña militar de Máximo Gómez te hubiera gustado participar? Explica las razones de tu selección.

5. Investiga hechos y nombres de patriotas que participaron en la Revolución de 1895 en tu localidad.

6. ¿En qué consistió la Reconcentración que implantó Valeriano Weyler?

7. Escribe en tu cuaderno tres consecuencias que para la Revolución tuvo la muerte en combate de Antonio Maceo.

8. A tu juicio, ¿cuál fue el acontecimiento más importante del año 1897? Argumenta tu respuesta con dos elementos.

9. ¿Qué intereses tenía el gobierno de Estados Unidos para intervenir en la guerra entre Cuba y España?

10. Los mandos norteamericanos desconocieron desde el inicio hasta el final de la guerra de 1898 a las autoridades cubanas y tuvieron, además, una actitud despreciativa hacia los mambises. Argumenta esta afirmación con tres ejemplos.

11. Ya has estudiado en su conjunto el período de la historia de Cuba comprendido entre 1868 y 1898. ¿Qué valoración histórica puedes hacer de El Generalísimo, Máximo Gómez? Emplea no menos de cinco elementos en tu valoración.

12. Redacta una composición de tres párrafos sobre la importancia que tiene la unidad revolucionaria en todos los procesos de enfrentamiento al enemigo de una nación.

13. ¿Te atreves a señalar tres elementos comunes en la vida y la trayectoria históricas de Carlos Manuel de Céspedes y José Martí?

14. "Morir por la patria es vivir", dice la letra de nuestro Himno Nacional. Menciona los nombres de cinco patriotas que hicieran realidad tan hermosa afirmación.

15. Escribe una valoración sobre el papel de la mujer en las luchas por la independencia.

2.4 Panorama de la cultura, la ciencia y la educación en Cuba durante la segunda mitad del siglo XIX[33]

La producción espiritual de un pueblo que no había cejado en el empeño de conquistar su independencia fue expresión de la voluntad de reflejar su propia identidad. Si bien no se puede negar que en artistas y autores existieron influencias de otros países, escuelas y estilos, poco a poco, en buena parte de aquella vanguardia artística, literaria y científica, lo cubano marcaría la esencia de sus obras. A la generalidad de los creadores que aportaron en todas las ramas del conocimiento, pudiera decirse que les caracterizó, en lo esencial, aquel rumbo que trazó José Martí en su luminoso ensayo "Nuestra América" cuando sentenció:

"[...] Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas".[34]

La segunda mitad del siglo XIX cubano está marcada por tres décadas de lucha por la independencia nacional. Este proceso, sin duda, deja una huella en nuestra cultura a través de la literatura de campaña, basada en testimonios o evocaciones de aquellos años heroicos, por hombres que formaron parte activa de la contienda armada o fueron testigos de primera línea en los acontecimientos sobre los que escribieron y legaron una preciosa información a las generaciones posteriores, aun cuando alguno de ellos abandonara las filas del independentismo. Son ejemplos de esta época: Antonio Zambrana con su obra La República de Cuba en 1873; Fermín Valdés Domínguez con Los Voluntarios de La Habana en el acontecimiento de los estudiantes de medicina en 1873; Máximo Gómez con su Convenio del Zanjón en 1878; Manuel de la Cruz con Episodios de la Revolución Cubana en 1890, Ramón Roa con A pie y descalzo en 1890; Serafín Sánchez con Los poetas de la guerra, en 1893 y Héroes Humildes en 1894; Enrique Collazo con Desde Yara hasta el Zanjón, en 1893; Fernando Figueredo Socarrás, con sus conferencias históricas a partir de 1884, compiladas después en el libro La Revolución de Yara y, por supuesto "La República Española ante la Revolución Cubana" de 1873 y la "Lectura en Steck Hall" en 1880, escritas por José Martí, aportes que, entre otros, alimentaron los ideales patrióticos de los cubanos y dejaron para la posteridad un cuerpo de ideas que preservaron la memoria histórica. Estas páginas, escritas por protagonistas de la historia, han pasado la severa prueba del tiempo, quien las ha convertido en textos clásicos, cualesquiera sean los nuevos matices de interpretación que puedan suscitar a medida que pasan los años y la ciencia histórica contribuya a perfeccionar saberes.

No se olvide que los hombres que constituyeron la vanguardia de la Revolución Cubana fueron también hombres de sensibilidad y motivaciones culturales, como son los ejemplos de Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Perucho Figueredo, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Miguel Jerónimo Gutiérrez, Serafín Sánchez, Manuel Sanguily, Juan Gualberto Gómez, y José Martí, entre otros.

Pasaron 30 tremendos años de lucha y como saldo, en el alma cubana quedó el recuerdo de la epopeya, de los héroes, de los caídos; quedó la historia y la leyenda que acompañarían para siempre a cada relevo de generaciones.

Por otra parte, la música tiene su más significativo representante en el compositor y pianista Ignacio Cervantes, con una extensa obra de aliento nacionalista, dentro de la cual se destacan sus memorables Danzas Cubanas, muchas de ellas realizadas en el exilio. Destacan también Laureano Fuentes y José White, este último autor de La bella cubana (1853), así como los violinistas de prestigio mundial, que llenaron de gloria el nombre de Cuba, como Claudio Brindis de Salas y Rafael Díaz Albertini.

La canción trovadoresca nace en Santiago de Cuba con la obra de José Pepe Sánchez y Sindo Garay; mientras que La Bayamesa, con música de Céspedes y letra de Fornaris, realizada antes de 1868, se transformaría con posterioridad en canción patriótica.

Las expresiones del complejo de la rumba, creadas por los negros y mulatos más humildes, se tocan y se bailan en fiestas populares y son portadoras de una religiosidad sincrética en un camino del desarrollo cultural en el que la síntesis y el mestizaje dan auténtica personalidad a lo cubano. Fue la música una de las manifestaciones culturales que expresó lo popular de manera más lograda.

El teatro fue una de las expresiones culturales. Fue famoso el teatro Tacón donde se representaron obras y zarzuelas y donde actuó Sara Bernhardt en 1887; el Albizu, donde se representó en 1895 una obra emblemática del llamado género chico, La verbena de la paloma, la que había sido estrenada en el Teatro Apolo de Madrid un año antes. El Payret, inaugurado en 1877 y restaurado en la década de 1890 llegó a tener capacidad para 3 000 espectadores, por lo que fue el mayor teatro de La Habana. El teatro Irijoa —que en el siglo XX sería llamado Teatro Martí— con capacidad para 1 200 espectadores, fue famoso por sus representaciones de los bufos cubanos.

Con su picaresca expresión la guaracha se desarrolla fundamentalmente dentro del teatro bufo, que tuvo en 1868 importante sede en el teatro Cervantes, padre del Alhambra. Una memorable actuación de los bufos con trágicas consecuencias tuvo lugar en el teatro Villanueva, el 22 de enero de 1869. Se representaba la obra, Perro huevero, aunque le quemen el hocico, que no era de contenido político. Sin embargo, cuando en la puesta en escena uno de los actores dijo el parlamento siguiente: "No tiene vergüenza ni buena ni mala, el que no diga conmigo: ¡Viva la tierra que produce la caña!", en el público se produjo una reacción con vítores a Cuba libre, lo que dio lugar a la brutal represión por parte de los Voluntarios con un triste saldo de muertos y heridos. A partir de ese incidente se prohibió este tipo de teatro que resurgiría después del Pacto del Zanjón. El teatro bufo, aportó críticas sociales desde los personajes vernáculos típicos del negro, el gallego, la mulata, el guajiro o el chino. Por su parte, el teatro Alhambra, inaugurado en 1890, se caracterizó por presentar obras solo para hombres.

La literatura fue portadora de costumbrismo y de crítica social. En el primer caso, Leonela de Nicolás Heredia y en el segundo Sofía y La familia Unzuazu de Martín Morúa Delgado donde se aborda el problema de la discriminación social y en Mi tío el empleado de Ramón Meza que critica la sociedad de la época. Prestigian la literatura cubana en este período, entre otros, Enrique Piñeyro, Aniceto Valdivia, Nicolás Heredia, Ramón de Armas y Cárdenas, Cirilo Villaverde y José Martí.

La poesía estuvo representada de forma brillante, entre otros creadores, por Bonifacio Byrne, los hermanos Carlos Pío y Federico Uhrbach, Luisa Pérez de Zambrana, Juana Borrero, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Mercedes Matamoros, José Joaquín Palma, Julián del Casal y José Martí.

En la pintura predomina la tendencia academicista; incluye géneros como el retrato, el paisaje, temas históricos, mitológicos y bíblicos. Esteban Chartrand es el primero que pinta el campo cubano del natural aunque sin tomar mucho en consideración las características de la luz y la vegetación propias de la Isla; por su parte, Valentín Sanz Carta, de origen canario, capta y refleja, de forma más lograda, la luz del país. Miguel Melero, con El rapto de Dayanira ganó el concurso que le permitió obtener la dirección de la Academia San Alejandro. Melero es, además, retratista, como Guillermo Collazo, quien se dedica a pintar de forma excelente a damas de la aristocracia; en este sentido, su obra La siesta es una muestra significativa como documento social al que le imprime cierto hálito romántico.

Ya casi a las puertas del siglo XX Armando Menocal aporta impresionantes escenas de contenido histórico y Leopoldo Romañach pasa a la historia como un auténtico maestro del color.

Víctor Patricio de Landaluze, español e integrista, dominó muy bien el grabado en el que dejó cientos de escenas en las que caricaturizaba a los cubanos y captó los rasgos formales de personajes nacionales típicos.

La litografía, muy ligada a la industria tabacalera constituye una bella expresión de escenas costumbristas y alegorías.

En el movimiento de grabadores se destaca también Eduardo Laplante, autor, junto a Justo Germán Cantero del Libro de los Ingenios, publicado en 1858, así como de la serie Isla de Cuba pintoresca, en autoría con Eduardo Barañano desde 1856, la cual incluye vistas panorámicas de siete ciudades de Cuba.

En la escultura descuellan figuras como Miguel Melero, ya mencionado en la pintura, y a quien se debe una efigie de Santo Tomás en la capilla del Cementerio Cristóbal Colón; Guillermina Lázaro, que es la primera mujer dedicada al arte escultórico, también cultivó la pintura y José de Vilalta Saavedra, el más destacado escultor, autor de Las virtudes (fig. 2.18) (tres hermosas estatuas que representan las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad) que se encuentran en el pórtico del Cementerio Cristóbal Colón; también son de su autoría la estatua de Francisco de Albear (1893) y la estatua de José Martí que se instaló en el Parque Central de La Habana a inicios del siglo XX.

Fig. 2.18 Escultura de Vilalta Saavedra, Las virtudes

En la arquitectura impera el neoclasicismo, que se expande por toda la Isla. Es la época en que se construyen los teatros La Caridad de Santa Clara, el Sauto de Matanzas, el Terry de Cienfuegos (fig. 2.19), el Principal de Camagüey, así como algunos hospitales y escuelas. Se aprecian ciertos avances en el urbanismo: Aparece la calzada. En La Habana, se desarrollan barrios como El Cerro y se inicia la construcción de las primeras casas de madera de la calle Línea (llamada así por la línea del ferrocarril) en El Vedado.

Fig. 2.19 Teatro Terry de Cienfuegos

La oratoria aportó brillantes exponentes con el autonomista Rafael Montoro y, desde las filas independentistas, con José Martí y Manuel Sanguily. Los discursos constituyen fuentes fundamentales para el estudio de nuestra historia, la política y para la comprensión de la evolución de los estilos en un arte que siempre pondrá a prueba la cultura y las bellas maneras de decir de quien comunica ideas mediante la palabra oral.

El periodismo alcanza notables niveles, de manera marcada a partir de 1878, inicio de un interesante período de apertura dentro del status colonial en el que proliferaron publicaciones de diversa índole. Decenas de periódicos circularon en la capital y en el resto de la Isla. Dos símbolos ideológicos diametralmente opuestos en la historia de la prensa en Cuba serían el Diario de La Marina, representante del integrismo y las más reaccionarias ideas colonialistas y El Cubano Libre portador de la palabra impresa mambisa desde el campo de batalla. Patria, fundado por José Martí, quien escribía importantes artículos, fue un bastión de las ideas patrióticas, sobre todo en el proceso preparatorio de la Revolución de 1895.

Juan Gualberto Gómez dirige el periódico La Fraternidad y Úrsula Coimbra lo hace en la revista Minerva. Ambas publicaciones no solo defienden la cultura cubana, sino con ella y desde ella, el derecho de negros y mulatos a participar en la vida nacional frente a injustas discriminaciones.

Revistas de primera calidad por la hondura de sus escritos son Hojas Literarias bajo la dirección de Manuel Sanguily, La Revista Cubana de Enrique José Varona y la Revista de Cuba, de José Antonio Cortina.

En 1889 vería la luz la primera revista dirigida a los niños latinoamericanos: La Edad de Oro, escrita por José Martí, la cual constituye, aún en nuestros días, un tesoro de educación en valores.

El ensayo, desde diversas posiciones ideológicas, muestra magníficas credenciales con los escritos de Enrique José Varona, Rafael Montoro, José Manuel Cortina, Raimundo Cabrera, Calixto Bernal, Rafael María de Labra, Nicolás Azcárate y José Martí, nombre este último que es una presencia constante en la producción cultural.

La educación pública estuvo orientada desde los intereses oficiales, a tratar de alejar a los cubanos de las ideas independentistas, mantener el inmovilismo y legitimar la condición colonial a través de planes de estudio, programas y métodos de enseñanza y educación retrógrados destinados a formar sujetos dóciles, en cuya formación predominaba lo rutinario y lo memorístico. Pero, la lección de la vida cotidiana del país, las tradiciones patrióticas que se habían gestado en la lucha por la independencia y estaban de alguna manera en la familia cubana, no le permitieron a la educación colonialista obtener los frutos esperados. A contrapelo de aquella educación oficial, en esta segunda mitad del siglo XIX se ponen en evidencia los frutos de la obra educativa de ilustres pedagogos de la primera mitad del siglo, como es el caso de José de la Luz y Caballero, el "silencioso fundador" como le llamara Martí, cuyas enseñanzas patrióticas y morales influyeron en cubanos que fueron sus alumnos o habían cursado estudios en escuelas que estuvieron dirigidas por aquel gran maestro. Un ejemplo de estos alumnos que llegaron a ser figuras destacadas de la revolución y/o de la intelectualidad progresista fueron: Francisco Vicente Aguilera, Pedro Figueredo, Ignacio Agramonte, Manuel Sanguily, Antonio Zambrana, Luis de Ayesterán, José Guiteras, Juan Clemente Zenea, Antonio Angulo y Enrique Piñeyro, entre otros.[35]

Existieron también escuelas privadas, que por lo regular propiciaban una educación de más calidad que la escuela pública y era usual que las familias de buena posición económica enviaran a estudiar a sus hijos a los Estados Unidos y a Europa. Es de destacar la labor de instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País que estimulaban el desarrollo cultural y la divulgación de las investigaciones. No faltó tampoco la proyección de educadores de avanzada que frente a la adversidad pugnaban por métodos modernos de enseñanza, como son los casos, entre otros, de los hermanos Pedro José y Eusebio Guiteras, Enrique José Varona, Manuel Valdés Rodríguez, María Luisa Dolz y Arango, esta última con una destacada labor pedagógica ya entrado el siglo XX . En el año 1884, el Primer Congreso Pedagógico efectuado en Matanzas, abogó porque se convirtiese al maestro en "educador de hombres y no en entrenador de papagayos".[36]

La Real Orden del 7 de diciembre de 1880 autorizaba a establecer un Instituto de Segunda Enseñanza (preuniversitario) en cada capital de las seis provincias de Cuba. A esa enseñanza se refirió de manera muy crítica el eminente pedagogo cubano Enrique José Varona (fig. 2.20), quien decía en 1886:

Fig. 2.20 Enrique José Varona

Mala es nuestra enseñanza primaria, deficiente de un modo lastimoso la superior, pero buenas si se comparan con la segunda enseñanza. Esta es pésima en la forma, pésima en el espíritu, pésima en el conjunto [...] En cuanto a la manera de profesar las asignaturas unas están totalmente descuidadas como las matemáticas, otras se enseñan según se hubiera podido hacer a mediados del siglo anterior, por ejemplo la historia y la mal llamada filosofía [...][37]

A pesar de aquel deficiente sistema educacional colonialista, se destacaron prominentes científicos cubanos, la mayoría de los cuales habían estudiado en universidades europeas y norteamericanas. Con sentido creador, con pensamiento independiente, consagrados a la investigación, marcaron pautas en diferentes ramas del conocimiento. En las Ciencias Naturales se destaca Felipe Poey (fig. 2.21), a quien se debe el primer Tratado de Mineralogía, escrito en 1872, el primer Catálogo de fósiles cubanos publicado en 1876 y la Ictiología cubana premiada en la Exposición de Amsterdam en 1883; a Felipe Poey se debe también una Geografía Universal en la que rompió con el eurocentrismo. Álvaro Reinoso, por su parte, trazó pautas en las ciencias agrícolas. En la meteorología sobresalen Andrés Poey, director del Observatorio Físico-Meteorológico de La Habana, así como el sacerdote jesuíta español Benito Viñes del Observatorio del Colegio de Belén, quienes realizaron aportes al conocimiento de los huracanes.

Fig. 2.21 Felipe Poey Aloy

Gran prestigio tuvieron las publicaciones de ciencias médicas como la Crónica Médico Quirúrgica, revista mensual a partir de 1875 y la Revista de Medicina y Cirugía de La Habana fundada en 1896 por el doctor José Antonio Presno. La primera transfusión de sangre exitosa fue realizada por el doctor Claudio Delgado en 1880; en 1882, el doctor Francisco Cabrera Saavedra realizó la primera ovariotomía; en 1887; a solo dos años de fundado el Instituto Pasteur en París, los médicos cubanos Diego Tamayo y el doctor San Martín iniciaron en el país la fabricación de la vacuna contra la rabia en el laboratorio del doctor Juan Santos Fernández. Entre 1880 y 1890 el doctor Tomás Coronado estudió las fiebres palúdicas; en 1895 la difteria comenzó a ser tratada con el suero preparado por el médico Luis Martín y para 1897 el doctor Juan F. Dávalos hizo el primer diagnóstico bacteriológico de dicha enfermedad. El doctor Joaquín Albarrán hizo notables aportes a los estudios nefrológicos. Su obra, Los tumores de la vejiga, fue premiada por el Instituto de Francia. Carlos J. Finlay (fig. 2.22) descubrió que el agente transmisor de la mortífera fiebre amarilla era el mosquito culex (conocido en la actualidad como aedes aegypti). La contribución del doctor Finlay salvó la vida de cientos de miles de personas que habitaban en las zonas tropicales; el descubrimiento realizado por este ilustre camagüeyano trascendió las fronteras de Cuba y propició un aporte a la ciencia médica a nivel mundial.

Fig. 2.22 Carlos J. Finlay

Hasta aquí, algunos ejemplos del panorama cultural, ejemplos que como muchos otros, también forman parte de una historia de la que los cubanos se pueden sentir orgullosos.

De la continuidad de esa historia, de sus aspiraciones, logros y frustraciones, se tratará en el capítulo siguiente.

Actividades para el estudio independiente

1. ¿Qué significación histórica tiene la presencia de hombres cultos como figuras sobresalientes de la Revolución Cubana?

2. Durante la segunda mitad del siglo XIX se evidencia la labor creadora de los cubanos en la cultura artística y literaria, en la ciencia y en la educación. Argumenta con cuatro elementos probatorios esta afirmación.

3. ¿Por qué podemos afirmar que José Martí es figura cimera de nuestra cultura? Utiliza cuatro elementos probatorios en tu respuesta.

Notas y referencias

  1. José Martí: Poesía Completa, Edición Crítica, 2 t., t. II, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1993, pp. 10-11.
  2. Carlos Manuel de Céspedes: "Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la isla de Cuba", en Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, 5 t., t. I, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, pp. 358-363.
  3. Hortensia Pichardo: "Constitución de Guáimaro", Documentos para la Historia de Cuba, t. I, pp. 376-380.
  4. Julio Le Riverend y otros autores: Historia de Cuba 2, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1974, p. 190.
  5. Fuente: Julio Le Riverend y otros autores: Historia de Cuba 2, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1974, pp. 185 y 188. (Última columna añadida por ProleWiki)
  6. Fuente: Cuba y su historia, Ed. Gente Nueva, La Habana, 1998, p. 87. Los datos han sido elaborados por el profesor Oscar Loyola Vega a partir de los ofrecidos por Manuel Moreno Fraginals en su obra El Ingenio, t. III, publicada en La Habana por la Ed. de Ciencias Sociales, 1978.
  7. Leland H. Jenks: Nuestra colonia de Cuba, Edición Revolucionaria, La Habana, 1966, p. 49.
  8. José Martí: "El plato de lentejas", Obras Escogidas en tres tomos, t. III, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, p. 319.
  9. Fernando Portuondo del Prado: Historia de Cuba, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1974, p. 496.
  10. Mildred de la Torre Molina: "Máximo Gómez y Antonio Maceo desde el prisma de la reacción", Máximo Gómez en perspectiva, Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 2007, p. 50.
  11. Eduardo Torres-Cuevas y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba 1492-1898. Formación y liberación de la nación, p. 326.
  12. Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales. 1868-1898, p. 375.
  13. Eduardo Torres-Cuevas y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba 1492-1898. Formación y liberación de la nación, p. 329.
  14. Rafael Ramírez García y Nadia García Estrada (Comp. y notas): Correspondencia José Martí-Máximo Gómez, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2005, p. 29.
  15. Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1868-1898, p. 361.
  16. José Luciano Franco: Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, t. I, Ed. de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973, p. 363.
  17. Rafael Ramírez García y Nadia García Estrada (Comp. y notas): Correspondencia José Martí-Máximo Gómez, p. 43.
  18. José Martí: "Lectura en Steck Hall", Obras Completas, t. 4, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 211.
  19. Yo conocí a Martí, Selección y prólogo de Carmen Suárez León, Ediciones Capiro, Santa Clara, 1998, pp. 129-131.
  20. José Martí: "Nuestras ideas", Obras Escogidas en tres tomos, t. III, pp. 64 y 70.
  21. Rafael Ramírez García y Nadia García Estrada (Comp. y notas): Correspondencia José Martí-Máximo Gómez, p. 49.
  22. Máximo Gómez: Diario de campaña, Centenario 1868, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 264.
  23. José Martí: "El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América", Obras Escogidas en tres tomos, t. III, pp. 361-362.
  24. Anuario del Centro de Estudios Martianos, no. 14, La Habana, 1991, pp. 13-14.
  25. Francisca López Civeira: Tallar en nubes, Ed. Gente Nueva, La Habana, 2007, pp. 56-57.
  26. José Martí: "Orden de Alzamiento", Obras Escogidas en tres tomos, t. III, pp. 470-472.
  27. Máximo Gómez: Diario de campaña, p. 285.
  28. Máximo Gómez: "Arenga al ejército invasor del 30 de noviembre de 1895", en Emilio Roig: Ideario Cubano II. Máximo Gómez, Cuadernos de Historia Habanera no. 7, La Habana, 1936, pp. 45-46.
  29. La legua era una medida de extensión territorial que provenía del medioevo español. En el sistema métrico decimal, equivalía aproximadamente a cuatro kilómetros.
  30. Máximo Gómez: "Orden general sobre la muerte de Antonio Maceo, del 28 de diciembre de 1896", en Emilio Roig: Ideario Cubano II. Máximo Gómez, p. 63.
  31. Hortensia Pichardo: "Resolución Conjunta", Documentos para la Historia de Cuba, t. I, pp. 508-510.
  32. Bonifacio Byrne: "Mi bandera", Flor de la guerra. Poesía, Selección y prólogo de Julio Sánchez Chang, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 2000, p. 63.
  33. La redacción de este epígrafe ha tenido como fuentes fundamentales de información: María del Carmen Barcia: "La sociedad cubana en el ocaso colonial", Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1868-1898, Instituto de Historia de Cuba, Ed. Política, La Habana, 1996 y Oscar Loyola Vega: "La cultura, los intelectuales y la liberación nacional", Historia de Cuba 1492-1898. Formación y liberación de la nación, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 2001.
  34. José Martí: "Nuestra América", Obras Escogidas en tres tomos, p. 483.
  35. Jorge Ibarra: Varela, el Precursor. Un estudio de época, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 2004, p. 243.
  36. Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1868-1898, p. 311.
  37. Ídem.
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