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El Materialismo Histórico (Fyodor Vasilyevich Konstantinov)

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El Materialismo Histórico
AutorFyodor Vasilyevich Konstantinov
EditoraEditorial Grijalbo
Publicado por primera vez1951
Ciudad de México
Edición1966
TipoLibro
ISBN968-419-269-X
Fuentehttps://archive.org/details/konstantinov.-el-materialismo-historico-ocr-1957/mode/1up

Prólogo a la segunda edición rusa

La primera edición del libro que ofrecemos a la consideración del lector vió la luz en 1951. Los doscientos mil ejemplares que se tiraron de la obra se agotaron rápidamente. Ello atestiguaba la creciente necesidad de un manual de estudio en el que se expusieran sistemáticamente los fundamentos del materialismo histórico, de la ciencia marxista de las leyes generales de desarrollo de la sociedad.

La primera edición del libro fué sometida a la crítica de prensa y a discusiones especiales en las cátedras de las escuelas superiores de humanidades y en reuniones de profesores de filosofía marxista y de los fundamentos del marxismo, en las que tomaron parte, además, historiadores, economistas y juristas.

En esta segunda edición de la obra, los autores han procurado tener en cuenta todos los valiosos y acertados juicios críticos y observaciones apuntados en los artículos aparecidos sobre la primera edición y en las reuniones de profesores y personal científico. En algunos de aquellos juicios se expresó la conveniencia científica y pedagógica de modificar la estructura del libro, precisar más la exposición en torno a algunos problemas y reducir la extensión de la obra, sin atentar a la claridad del texto, de tal modo que ésta fuera asequible para todos los lectores. Hemos procurado tener en cuenta estos deseos y, en consonancia con ellos, se ha reducido el número de capítulos y el volumen de la obra.

Los autores, a la par que ponen de manifiesto la acción de las leyes sociológicas generales, han procurado mostrar en cada capítulo el carácter peculiar de las leyes y fuerzas motrices inherentes a la sociedad socialista, en la que no existen ya relaciones de producción antagónicas y en la que no se dan la anarquía de la producción, el antagonismo de clases ni la opresión de las naciones. El estudio general de estas leyes y fuerzas motrices peculiares de la sociedad socialista se contiene en los capítulos XI y XII: "Las fuerzas motrices del desarrollo de la sociedad socialista" y "Las leyes del paso del socialismo al comunismo".

El presente libro sobre El materialismo histórico ha sido escrito por un grupo de autores del Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S. Los capítulos I, II, III, IX y X, los cuatro primeros apartados del capítulo VI y los tres primeros del capítulo XI fueron redactados por F. V. Konstantinov, miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S. El capítulo V, los apartados 5 a 9 del VI y el apartado 4 del capítulo XI los escribió el doctor en Ciencias filosóficas G. E. Gleserman. Los capítulos IV y VIII son obra del profesor Kammari, miembro correspondiente e la Academia de Ciencias de la U.R.S.S. El capítulo VII ha sido redactado por el profesor G. M. Gak, y el capítulo XII por el doctor en Ciencias filosóficas T. A. Stepanian.

La experiencia de la redacción de otros libros didácticos y manuales sobre diversas disciplinas científicas demuestra que esta clase de libros van plasmándose, mejorándose y perfeccionándose a lo largo de los años, de edición en edición. Al preparar la segunda de esta obra como manual para la enseñanza y el estudio, los autores han procurado corregir los defectos, las insuficiencias y algunos errores contenidos en la primera.

Rogamos a los lectores que envíen sus observaciones críticas en la presente edición de la obra al Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S (Voljonka 14, Moscú).

Los autores


Moscú, marzo de 1954


Capítulo I. La ciencia del materialismo histórico

1. Objeto del materialismo histórico.

Toda ciencia tiene su objeto propio de investigación. La Economía política, por ejemplo, estudia las leyes que rigen el desarrollo de las relaciones sociales de producción, es decir, de las relaciones económicas; la ciencia jurídica recae sobre el desarrollo de determinadas formas históricas del Estado y el derecho; la lingüística estudia el lenguaje como fenómeno social específico, las leyes de su desarrollo, su función en la vida social, etc. Pues bien, ¿cuál es el objeto sobre que versa el materialismo histórico?

El materialismo histórico es la ciencia de las leyes generales que rigen el desarrollo de la sociedad. Las ciencias sociales más arriba citadas (la Economía política, la ciencia jurídica, la lingüística) estudian el desarrollo de ciertos aspectos de la vida social por separado, de determinadas manifestaciones y modalidades de las relaciones sociales. A diferencia de estas ciencias, el materialismo histórico versa sobre las leyes del desarrollo de la sociedad en su conjunto sobre las relaciones mutuas entre todos los aspectos de la vida social. Da respuesta a las preguntas de qué es lo que determina el carácter del régimen social, de cómo se halla condicionado el desarrollo de la sociedad, de cómo se pasa de un régimen social a otro, por ejemplo, del capitalismo al socialismo.

El materialismo histórico investiga las leyes generales del proceso histórico, y esto es lo que distingue su propósito del de las ciencias sociales especiales y del que persigue la historia política, la cual está llamada también a estudiar todos los aspectos de la historia de la sociedad, pero en sus manifestaciones concretas y en su sucesión cronológica, en los distintos países y a lo largo de las distintas épocas.

El materialismo histórico da la única solución certera, científica, a los problemas teóricos y metodológicos más generales, más cardinales, de la ciencia social, sin cuyo esclarecimiento sería imposible explicar acertadamente el desarrollo de la vida social en su conjunto o el de cualquiera de sus aspectos por separado.

En la vida social, nos encontramos con fenómenos económicos, políticos e ideológicos. ¿Existen entre ellos algunos nexos, y cuál es su carácter? ¿Hay, en medio de la abigarrada, multiforme, compleja y contradictoria sucesión de los acontecimientos históricos, en todo el curso del desarrollo de la sociedad, algún nexo interno y necesario, alguna sujeción a leyes o, por el contrario, debemos admitir que en la vida social, a diferencia de lo que ocurre en la naturaleza, reinan el azar, el caos y la arbitrariedad? He aquí uno de los problemas cardinales que nos plantea la ciencia de la sociedad.

La humanidad ha recorrido una larga y compleja trayectoria, que va desde el régimen de la comunidad primitiva, pasando por la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo, hasta el socialismo, instaurado ya en la sexta parte del planeta, en la U.R.S.S., y en vías de construcción en los países de democracia popular. Pues bien, ¿cuáles son las fuerzas motrices fundamentales de esta trayectoria progresiva?

La solución científica a estos problemas la ofrece por vez primera el materialismo histórico, la teoría que señala el camino hacia el conocimiento de la historia de la sociedad como un proceso único regido por leyes, considerado en toda su multiformidad y en sus contradicciones, y que nos permite llegar a comprender certeramente el presente y a prever el futuro.

El materialismo histórico constituye una teoría científica coherente y armónica, que explica el desarrollo de la sociedad, el paso de un régimen social a otro. Es, además, el único método científico, certero, para estudiar todos los fenómenos sociales y la historia de cada país de por sí y de los pueblos en su conjunto. El materialismo histórico suministra el método científico para el estudio de todas las ramas de la ciencia social. El economista, el jurista, el investigador del arte, el historiador, no podrán orientarse por entre la multiformidad de los fenómenos de la vida social, en medio de la maraña de los sucesos de la historia, más que apoyándose en la teoría y en el método del materialismo histórico; sólo así alcanzarán a descubrir las leyes históricas que prevalecen sobre lo casual, descubrirán el todo detrás de las partes, el bosque que los árboles ocultan. El materialismo histórico brinda al investigador el hilo conductor de sus indagaciones, que le permite avanzar libre y conscientemente por entre el embrollado laberinto de los hechos históricos.

El materialismo histórico, la ciencia de las leyes generales de desarrollo de la sociedad, forma parte integrante del marxismo-leninismo, es el fundamento científico-histórico sobre que descansa el comunismo, la base teórica de la política, la estrategia y la táctica de la clase obrera y de su vanguardia revolucionaria, el Partido comunista. El materialismo histórico no es un esquema, no es un conjunto de tesis o principios abstractos que baste con aprenderse de memoria; es, por el contrario, una teoría social perennemente viva y en constante desarrollo creador y, a la par con ello, un método para el conocimiento de la vida social y una guía para la acción.

Para poder participar conscientemente en la gran lucha histórica por la paz, la democracia y el comunismo, hay que conocer las causas reales y las fuerzas motrices de los acontecimientos históricos, hay que conocer las leyes del desarrollo social. El materialismo histórico nos enseña las leyes generales del desarrollo de la sociedad y nos permite orientarnos certeramente en medio de los acontecimientos históricos que van sucediendo, comprender su sentido, percatarnos claramente de la orientación del desarrollo social, tener una perspectiva histórica.

2. La creación del materialismo histórico, la más grandiosa revolución operada en la ciencia.

El materialismo histórico nació en la década del cuarenta del siglo XIX. Fué creado por Marx y Engels, grandes sabios y pensadores, maestros y guías de la clase obrera. La aparición del materialismo dialéctico e histórico representó la más grandiosa revolución operada en la ciencia.

El materialismo histórico, como el marxismo en general, no podía surgir en cualquier momento ni bajo cualesquiera condiciones. Nació con arreglo a leyes, al calor de las necesidades del desarrollo de la vida material de la sociedad y como resultado de toda la trayectoria anterior de la ciencia, incluyendo la filosofía. ¿Cuáles fueron las condiciones históricas que condujeron al nacimiento del marxismo?

En primer lugar, a mediados del siglo XIX, alcanzaron un alto grado de intensidad las contradicciones del capitalismo. Testimonio de ello era, no sólo las crisis periódicas industriales de superproducción en los países capitalistas, sino también la agudización de la lucha de clases. Las fuerzas productivas de la sociedad capitalista entraban en contradicción con las relaciones de producción del capitalismo y las exigencias cada vez más apremiantes del desarrollo de la vida material de la sociedad reclamaban la abolición de las relaciones capitalistas de producción y su sustitución por las relaciones de producción socialistas.

En segundo lugar, con le régimen capitalista de producción surgió también la nueva clase de vanguardia, el proletariado. En los años cuarenta del siglo XIX, apareció en la palestra histórica el proletariado como poderosa fuerza política de vanguardia.

Mientras que bajo el feudalismo las relaciones de clase se ocultaban bajo el manto de las relaciones corporativas, el capitalismo vino a simplificar las relaciones de clase y a ponerlas al desnudo. La lucha de clases hacíase cada vez más patente, y ello permitía ver científicamente en esta lucha la fuerza motriz de la historia y explicar cómo las clases y la lucha ente ellas condicionan el régimen económico de la sociedad. Federico Engels escribía: "Mientras que en todos los períodos anteriores la investigación de estas causas propulsoras de la historia era punto menos que imposible —por lo compleja y velada que era la trabazón de aquellas causas con sus efectos—, en la actualidad esta trabazón está ya lo suficientemente simplificada para que el enigma pueda descifrarse. Desde la implantación de la gran industria, es decir, por lo menos desde la paz europea de 1815, ya para nadie en Inglaterra era un secreto que allí la lucha política giraba toda en torno a las pretensiones de dominación de dos clases: la aristocracia terrateniente (landed aristocracy) y la burguesía (middle class). En Francia se hizo patente este mismo hecho con el retorno de los Borbones; los historiadores del período de la Restauración, desde Thierry hasta Guizot, Mignet, y Thiers, lo proclaman constantemente como el hecho que da la clave para entender la historia de Francia desde la Edad Media. Y desde 1830, en ambos países se reconoce como tercer beligerante, en la lucha por el Poder, a la clase obrera, al proletariado. Las condiciones se habían simplificado hast tal punto, que había que cerrar intencionalmente los ojos para no ver en la lucha de estas tres grandes clases y en el choque de sus intereses la fuerza propulsora de la historia moderna, por lo menos en los dos países más avanzados".[1]

Las exigencias materiales cada vez más apremiantes del paso de la sociedad del capitalismo al socialismo, las exigencias de la lucha de clases del proletariado, hicieron nacer el marxismo. Pero ¿por qué la cuna del marxismo, y en particular del materialismo histórico, fué precisamente la Alemania de la década del cuarenta del siglo XIX? Porque la revolución democrático-burguesa que en aquel tiempo estaba gestándose en Alemania hubo de pasar por las contradicciones del capitalismo en una fase más alta que la que había conocido el proceso análogo de la revolución en Inglaterra y Francia. La Alemania de mediados del siglo XIX era un país bastante más maduro desde el punto de vista del capitalismo que la Inglaterra del siglo XVII y la Francia del XVIII. En Alemania, habíase formado ya un proletariado que aspiraba legítimamente a desempeñar un papel histórico independiente en la lucha de clases y en la revolución que avanzaba. Las tareas que el proletariado de Alemania tenía ante sí reclamaban insistentemente el planteamiento y la solución de los problemas de la teoría y la táctica revolucionarias, el esclarecimiento del papel histórico de la clase obrera tanto en la revolución burguesa como en la revolución socialista,. Y a ello se debió precisamente el que Alemania fuese la cuna del materialismo histórico y del marxismo en general y el que los guías del proletariado alemán, Marx y Engels, se revelasen como los creadores de la ciencia social.

No es, en modo alguno, un hecho casual, sino que, por el contrario, responde a sus leyes, el que los creadores de la ciencia de la sociedad fuesen los ideólogos de la clase obrera. La explicación de ello está en que, mientras el descubrimiento de las leyes de la naturaleza se desliza, en general, sin grandes obstáculos, ya que no choca con los intereses de las clases reaccionarias, la cosa es muy distinta cuando se trata del descubrimiento de las leyes del desarrollo de la sociedad, pues muchas de estas leyes se enfrentan con los intereses de las fuerzas de la reacción. Esto explica por qué las fuerzas reaccionarias oponen una furiosa resistencia al descubrimiento y, más todavía, a la aplicación de las leyes del desarrollo social que chocan con sus intereses.

Sólo la clase avanzada, personificada por sus ideólogos, aquella clase que no se halla interesada en perpetuar el régimen social viejo y caduco, que mira audazmente al porvenir, puede ser la iniciadora y abanderada del descubrimiento de las leyes del desarrollo de la sociedad. La ciencia social sólo podían crearla y la crearon los ideólogos del proletariado, de la clase consecuentemente revolucionaria, revolucionaria hasta el fin, interesada en acabar con todas las formas de explotación del hombre por el hombre. Esto explica por qué la auténtica ciencia de las leyes del desarrollo de la sociedad no podía ser creada por los ideólogos de la burguesía, y menos aún por los de la esclavitud o el feudalismo.

La comparación entre los resultados del desarrollo de las ciencias naturales y de la ciencia de la sociedad, en el momento en que apareció el marxismo, confirma plenamente lo que acabamos de decir. No cabe duda de que las ciencias naturales, a mediados del siglo XIX, habían alcanzado enormes éxitos. La ciencia había ido desalojando al idealismo y a la religión de un campo tras otro, en los dominios de las ciencias naturales. El materialismo filosófico de los siglos XVII y XVIII, basándose en los datos de las ciencias naturales, brindaba una explicación materialista de la naturaleza, partiendo de la naturaleza misma.

En cambio, en las ciencias sociales, históricas, hasta que vino Marx, siguió prevaleciendo de un modo absoluto el idealismo. Sin hablar del idealismo filosófico y de la religión imperantes en la sociedad capitalista, hasta los pensadores que en su tiempo ocupaban una posición avanzada, como los materialistas ingleses y franceses de los siglos XVII y XVIII o el materialista alemán de los años cuarenta del siglo XIX, Ludwig Feuerbach, seguía abrazando los puntos de vista del idealismo, cuando se trataba de explicar los fenómenos de la vida social, la historia de la sociedad. Teólogos y filósofos idealistas, sociólogos e historiadores burgueses, todos los ideólogos de la aristocracia feudal y de la grande y la pequeña burguesía, veían en la conciencia, la razón, las ideas políticas, morales, religiosas y las demás ideas y principios, la fuerza motriz fundamental y determinante en el desarrollo de la sociedad.

En la naturaleza actúan, como es sabido, las fuerzas ciegas y elementales. En la sociedad actúan los hombres, dotados de razón, de conciencia y de voluntad. De este hecho extraen los idealistas una conclusión falsa, al afirmar que mientras que en la naturaleza rigen las leyes y la necesidad, en la historia de la sociedad impera, por el contrario, al parecer, el libre arbitrio del hombre; si los cambios del día y la noche, el transcurso del tiempo; las alteraciones del clima y otros fenómenos de la naturaleza no dependen de la voluntad y la conciencia de los hombres, en cambio los acontecimientos de la historia se determinan, según este modo de concebir, por la actividad consciente y la voluntad de los individuos, de los personajes históricos, de los caudillos, los héroes, los generales, los gobernantes y los reyes. Son las ideas, a juicio de los ideólogos burgueses, las que gobiernan el curso de la historia.

A los ojos de los historiadores y sociólogos idealistas, la historia de la sociedad humana se tornaba en una cadena de sucesos contingentes, en un caos de errores, de violencias irracionales y aberraciones. Estos ideólogos veían en épocas históricas enteras, por ejemplo en la Edad Media, el resultado del extravío de la razón, la consecuencia del odio y la superstición de los hombres, o el fruto de las torpes costumbres de las gentes o de la ceguera del legislador. En vez de explicar las ideas sociales, las concepciones y teorías políticas y las instituciones sociales a la luz del desarrollo de las condiciones materiales de vida de la sociedad, los idealistas exponen toda la historia de la sociedad partiendo de la conciencia de los hombres, de su ideas y teorías filosóficas, políticas, etc. Los idealistas consideran que no es la existencia social, que no es la vida material de la sociedad lo que engendra una determinada conciencia social, sino, por el contrario, la conciencia social la que alumbra y condiciona de por sí la vida social, la existencia social.

Para poder crear una concepción científica de la historia, de la vida social, era necesario someter al idealismo a una crítica a fondo, en todos y cada uno de sus aspectos, y expulsarlo de su último refugio, es decir, del campo de la historia. Y esto fue, en efecto, lo que hicieron Marx y Engels.

Los vicios radicales de la concepción idealista de la vida social, de la historia, consisten en lo siguiente.

En primer lugar, los historiadores y soció logos idealistas, al estudiar la historia, la vida social, se fijan solamente en los motivos ideales que guían la actividad de los hombres, sin pararse a investigar qué es lo que engendra y determina estos motivos. Los idealistas se detienen, por tanto, en la apariencia de los fenómenos de la vida social, en la superficie del proceso histórico, sin penetrar en su esencia, sin descubrir las causas materiales profundas de los fenómenos estudiados.

En segundo lugar, los idealistas contraponen metafísicamente la sociedad a la naturaleza, como si entre una y otra mediara un abismo. Ignoran el hecho de que la sociedad, aunque tenga sus características propias, es, sin embargo, parte de la naturaleza, de que los fenómenos sociales, como los de la naturaleza, se hallan sometidos a la acción de leyes objetivas, que no dependen de la conciencia ni de la voluntad de los hombres.

Los historiadores y los sociólogos, hasta Marx, veían y exponían solamente los nexos fortuitos, externos, entre los acontecimientos históricos, entre los fenómenos sociales. En el mejor de los casos, alcanzaban a trazar un cuadro de determinados aspectos del proceso histórico, a reunir una serie de datos y hechos sueltos, inconexos, pero sin llegar a ofrecer nunca una auténtica ciencia de la sociedad y de las leyes de su desarrollo.

En tercer lugar, la sociología y la historiografía premarxistas caracterizábanse por ignorar el papel decisivo de las masas populares en la historia, reduciendo la historia de la sociedad a la historia de los grandes hombres, los emperadores, los reyes y los caudillos. Los idealistas adoptaban ante las masas, ante el pueblo, una actitud de desprecio; las consideraban como una "materia" pasiva, sumisa, inerte, a la que infundía vida y movimiento, según ellos, la acción del "espíritu", de las ideas, la acción de las grandes personalidades.

Las falaces concepciones idealistas de la sociedad y de la historia mantenidas en vigor hasta la aparición del materialismo histórico obedecían a la situación de clase, a la limitación de los horizontes de clase de los sociólogos e historiadores. Los ideólogos burgueses, expresando los intereses de su clase, desorientan a las masas por medio de sus ardides idealistas. Pintan un cuadro deformado de la vida social, una imagen invertida de la realidad, de la miseria y las calamidades en que se debaten los trabajadores de los países capitalistas.

Manifestándose en contra de la lucha de clase del proletariado por cambiar las condiciones econó micas y políticas de vida de la sociedad, los idealistas se esfuerzan en sembrar la creencia ilusoria de que es posible llegar a cambiar estas condiciones de vida por medio del propio perfeccionamiento moral del hombre. El idealismo sirve a las clases explotadoras, al condenar a la pasividad política a las fuerzas progresivas de la sociedad, a los trabajadores, a la clase obrera. La crítica demoledora del idealismo en todos y cada uno de sus aspectos era, pues, condición necesaria para llevar a cabo la revolución operada en la ciencia por Marx y Engels.

Los ideólogos de la burguesía no podían llegar a crear una auténtica ciencia de la sociedad. No obstante, y bajo la influencia del curso de los acontecimientos históricos, bajo la acción de los hechos históricos, los más profundos y perspicaces entre ellos viéronse obligados a adoptar una actitud crítica ante las concepciones simplistas y superficiales de los idealistas subjetivos. Los pensadores burgueses más avanzados y los socialistas utópicos de los siglos XVIII, y XIX expresaron una serie de tesis e hipótesis científicas en que podían apoyarse y se apoyaron Marx y Engels. Así, por ejemplo, Helvecio, el materialista de la Ilustración francesa del siglo XVIII, formuló la tesis de la importancia del medio circundante y de las circunstancias de lugar y tiempo en la educación del hombre. Rousseau expresó la conjetura genial de la influencia ejercida por las herramientas de hierro y la agricultura en los orígenes de la desigualdad entre los hombres. El socialista utópico Saint-Simon explicó la revolución francesa del siglo XVIII como resultado de la lucha de clases del tercer estado contra la nobleza feudal. Algunos historiadores franceses e ingleses del primer cuarto del siglo XIX, estudiando los acontecimientos de la época del feudalismo, la revolución inglesa del siglo XVII y la francesa del XVIII, intentaron explicados desde el punto de vista de la lucha de clases. Adam Smith y Ricardo trataron de analizar los fundamentos económicos de la división de clases reinante en la sociedad burguesa. El filósofo idealista alemán Hegel intentó exponer la historia de la humanidad como un proceso necesario, de desarrollo, progresivo y contradictorio, basado, según él, en el desarrollo de un "espíritu universal", fruto de su propia lucubración. Hegel suplantaba el nexo real entre los fenómenos históricos por un nexo sacado de su propia cabeza, extraído del arsenal de su propia filosofía, con lo cual mistificaba las leyes reales de la historia. No debe desconocerse, sin embargo, que este filósofo sometió a crítica las concepciones subjetivas en torno a la historia y se esforzó por descubrir bajo los acontecimientos históricos causas más profundas que las simples ideas, los designios y la voluntad de estas o las otras personalidades históricas.

Examinando el complejo proceso, sujeto a leyes, de la aparición de la ciencia social, escribe V. I. Lenin:

"Teniendo en cuenta que esta ciencia fue construida, en primer lugar, por los economistas clásicos, al descubrir la ley del valor y la fundamental división de la sociedad en clases; que fue enriquecida, además, y en relación con ello, por los pensadores ilustrados del siglos XVIII, mediante la lucha contra el feudalismo y el clericalismo, y que fue impulsada, pese a sus concepciones reaccionarias, por los historiadores y filósofos de comienzos del siglo XIX, esclareciendo todavía más el problema de la lucha de clases, desarrollando el método dialéctico y aplicándolo o comenzando a aplicarlo a la vida social, podemos decir que el marxismo, que avanzó con paso de gigante por este camino, representa el más alto desarrollo de toda la ciencia histórica, económica y filosófica de Europa".[2]

Hasta qué punto la creación de La concepción materialista de la historia respondía a las crecientes exigencias de la realidad lo demuestra el hecho de que los pensadores avanzados de Rusia de mediados del siglo XIX, los demó cratas revolucionarios Belinski, Herzen, Chernichevski y Dobroliubov, diesen, sin contacto alguno con Marx y Engels, pasos importantes hacia la elaboración de esta teoría. Dichos pensadores aportaron, en efecto, puntos de vista muy importantes orientados ya hacia la creación de la nueva ciencia social. Plantearon el problema de las leyes que rigen el proceso histó rico y criticaron el subjetivismo y el voluntarismo, avanzando hasta la certera formulación de problemas como el del papel de las masas populares y de la personalidad en la historia, ofreciendo una explicación materialista de diversos aspectos de la vida social, poniendo de manifiesto el carácter de clase de la filosofía, la literatura y el arte y esforzándose por esclarecer las ideas de los hombres a base de sus condiciones de vida. Subrayaron cómo la vida social cambia y se desarrolla a través de las contradicciones y la lucha entre las diversas fuerzas sociales, por medio de la revolución. No obstante, aun siendo materialistas en su explicación de la naturaleza, estos pensadores revolucionarios rusos seguían siendo, de un modo general y en su conjunto, idealistas en cuanto al modo de explicar la vida social, pese a sus atisbos geniales sueltos y a sus certeras tesis aisladas. Según ellos, el curso de la historia determiná base en última instancia por el progreso de la ciencia, por la difusión de la cultura entre el pueblo. Eran, en realidad, ideólogos de los campesinos revolucionarios, y ello no los colocaba en el camino de crear la ciencia de las leyes que presiden el desarrollo de la sociedad.

El materialismo histórico sólo podía crearse destruyendo el idealismo bajo todas sus formas y sobreponiéndose, al mismo tiempo, a la limitación de horizontes, a la unilateralidad, a la inconsecuencia y la actitud contemplativa del viejo materialismo premarxista, para construir una forma más alta y consecuentemente científica de materialismo, o sea el materialismo dialéctico. Y ésta fue, cabalmente, la gran obra llevada a cabo por Marx y Engels mediante la síntesis de todas las conquistas de las ciencias naturales y de la experiencia histórica universal de la humanidad, principalmente de la experiencia revolucionaria del proletariado.

Para crear el materialismo dialéctico, Marx y Engels se apoyaron en el viejo materialismo, especialmente en el materialismo de los franceses del siglo XVIII y de Feuerbach manteniendo en pie lo medular de estas doctrinas, o sea la solución materialista del problema de las relaciones entre el espíritu y la naturaleza, entre la conciencia y la materia. Marx y Engels, desarrollando los postulados del viejo materialismo, crearon una nueva teoría filosófica, el materialismo dialéctico, la concepción científica del mundo del partido marxista de la clase obrera. Marx y Engels crearon la dialéctica materialista, directamente opuesta a la dialéctica idealista de Hegel, extrayendo de ella la médula racional que en la dialéctica hegeliana se escondía bajo una envoltura mística. La dialéctica materialista, el método científico del marxismo, es crítica y revolucionaria hasta sus últimas consecuencias.

Marx y Engels extendieron las tesis del materialismo dialéctico al conocimiento de la sociedad, las aplicaron al estudio de la vida social, a la explicación de la historia de la sociedad, y crearon así el materialismo histórico. La extensión de las tesis del materialismo dialéctico al conocimiento de la sociedad permitió resolver acertadamente el fundamental problema de la ciencia social: el problema de las relaciones entre el ser social (es decir, la vida material de la sociedad y, ante todo, sus relaciones económicas) y la conciencia social, e hizo posible el esclarecimiento de la historia como un proceso rigurosamente sujeto a leyes.

Por oposición a todas las doctrinas idealistas, que explican el ser social por la conciencia social, el materialismo histórico explica la conciencia social por el ser social, por las condiciones materiales de vida de la sociedad. La existencia social determina la conciencia social: tal es el principio fundamental, la piedra angular del materialismo histórico. El modo dialéctico-materialista de abordar el estudio de la sociedad permite comprender los fenómenos sociales en sus nexos internos y en su interdependencia, en su dinámica y desarrollo contradictorios. El materialismo histórico permite comprender la historia de la humanidad como un proceso de desarrollo progresivo y de avance, que va desde las formas más bajas de la sociedad hasta las más altas, a través de una serie de contradicciones que surgen y se resuelven por medio de la lucha de las fuerzas sociales nuevas y avanzadas contra las fuerzas viejas, reaccionarias y caducas, por medio de las revoluciones sociales.

La creación del materialismo histórico por Marx y Engels fue la más grandiosa conquista del pensamiento científico, una verdadera revolución operada en la ciencia, en la comprensión de la historia de la sociedad. En el famoso "Prólogo" a su libro Contribución a la crítica de la Economía política caracteriza el propio Marx, de un modo genial, las tesis fundamentales del materialismo histórico. He aquí sus palabras:

"En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se erige una superestructura política y jurídica y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social el que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad sé propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización"[3]

3. Las leyes del desarrollo de la sociedad y su carácter objetivo.

Mientras los historiadores y los sociólogos buscaban la fundamental causa del desarrollo social en los cambios de las ideas y la actuación de tales o cuales personalidades destacadas, no fue posible descubrir la sujeción a leyes, los nexos internos necesarios, en el desarrollo de la vida social: la historia discurría, a los ojos de estos sociólogos e historiadores, simplemente como la manifestación de innumerables aspiraciones y acciones humanas, que se entrelazaban y chocaban las unas con las otras; en una palabra, como la manifestación de incontables contingencias. Pero la ciencia es enemiga del azar: la misión de la ciencia reside en descubrir por debajo de las innumerables manifestaciones fortuitas reales y aparentes los necesarios nexos internos, las leyes por las que se rigen los fenómenos.

Los pensadores de la Ilustración del siglo XVIII veían en el feudalismo una aberración histórica, un movimiento de retroceso con respecto a la antigüedad, porque abordaban el estudio del feudalismo de un modo metafísico, y no dialéctico, considerando el régimen feudal sin la menor conexión con las condiciones históricas objetivas que lo habían engendrado. Desde el punto de vista de las condiciones de Francia en el siglo XVIII o de las de Rusia en el XIX, el régimen de la servidumbre feudal era un régimen extemporáneo antinatural, "irracional". Pero, dentro de las condiciones de la Edad Media, para los pueblos de toda Europa, al igual que para otros pueblos del mundo, que se encontraban en esta fase de desarrollo, el feudalismo fue un régimen necesario, sujeto a leyes, progresivo y, por tanto, "racional".

Los sociólogos y políticos burgueses declararon fortuito y antinatural un acontecimiento tan sujeto a leyes y tan necesario desde el punto de vista histórico como la Gran Revolución Socialista de Octubre en Rusia. ¿En qué se basaban para negar la sujeción de este acontecimiento a leyes? Sencillamente, en que esta revolución y el régimen social y estatal socialista soviético instaurado por ella contradecían los intereses de la burguesía y los conceptos de sus ideólogos acerca del régimen "normal" y "natural" de la sociedad.

Acontecimientos tan adecuados a leyes como el triunfo de la revolución antiimperialista y antifeudal en China o como la instauración del régimen de democracia popular en una serie de países de Europa son considerados por los prohombres reaccionarios de los países capitalistas, incluyendo entre ellos a los dirigentes socialistas de derecha, como fenómenos "anormales", antinaturales. ¿Por qué? Sencillamente, porque estos grandes acontecimientos históricos han venido a descargar un nuevo golpe demoledor sobre el imperialismo y anuncian el hundimiento del régimen capitalista en todos los países. La causa de esta actitud hay que buscarla en la miopía de clase de los ideólogos de la burguesía, en su miedo al próximo hundimiento de todo el sistema capitalista y al triunfo del socialismo, en los intereses de clase de la burguesía, que se esfuerza por mantener a toda costa su dominación y por desacreditar y menoscabar la significación de todo lo nuevo, progresivo y revolucionario. Pero, por mucho que los ideólogos de la reacción imperialista se enfurezcan ante tales acontecimientos, el hundimiento del capitalismo y el triunfo del socialismo son algo tan inevitable y tan sujeto a leyes como el hecho de que tras la noche viene el amanecer y el invierno es seguido por la primavera y el verano.

El materialismo histórico nos enseña a considerar todo fenómeno social en relación con las condiciones en que ha surgido. Todo depende de las condiciones, del lugar y del tiempo.

"Todo el espíritu del marxismo, todo este sistema, exige que cada situación se considere a) solamente desde el punto de vista histórico; b) solamente en relación con otras; c) solamente en relación con la experiencia concreta de la historia".[4]

Sólo abordando los fenómenos sociales de un modo concreto, de un modo histórico, es posible comprender los nexos internos necesarios, las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad.

Los nexos entre los fenómenos son multiformes. Hay nexos externos, aislados, fortuitos, y hay nexos internos, generales y necesarios, constantes, reiterados, esenciales. Las leyes de la naturaleza y las leyes del desarrollo de la sociedad descubiertas por la ciencia expresan los nexos internos, necesarios, generales, reiterados y relativamente constantes y las relaciones de interdependencia entre los fenómenos, nexos y relaciones que brotan de la esencia misma, de la naturaleza de los fenómenos y procesos de que se trata.

Así, por ejemplo, la existencia en la sociedad capitalista de dos clases antagónicas y hostiles entre sí —el proletariado y la burguesía— y la lucha entre ellas, no constituye un fenómeno casual, sino necesario, inevitable, que responde a la propia esencia, a la naturaleza misma del régimen capitalista de producción. Es una ley del desarrollo del capitalismo. Del mismo modo que de la esencia, de la naturaleza del régimen socialista de producción se deriva la inexistencia en la sociedad socialista de clases hostiles entre sí. Las relaciones de amistad entre la clase obrera y los campesinos son una ley del desarrollo de la sociedad socialista.

La historia demuestra que la aparición y el desarrollo de los procesos sociales no están determinados por los nexos casuales, externos, entre estos fenómenos, sino por sus nexos internos y necesarios. Los movimientos de liberación nacional, las revoluciones sociales, la lucha de clases, las guerras, los cambios de unas formaciones sociales por otras, no son en modo alguno fenómenos casuales, como trata de presentarlos la sociología burguesa, sino fenómenos rigurosamente regidos por leyes y que responden al desarrollo de las condiciones de la vida material de la sociedad.

El capitalismo no desplazó al feudalismo de un modo casual, sino por un cambio necesario, sujeto a leyes. Su aparición fué impuesta necesariamente por determinadas condiciones materiales, por las condiciones del desarrollo económico. Del mismo modo que el socialismo no desplaza hoy al capitalismo de un modo casual, sino con arreglo a leyes, de un modo necesario.

La sociedad, tal como la consideran los sociólogos burgueses, constituye una suma mecánica de individuos. Pero esta concepción es falsa. La sociedad es el producto de las relaciones mutuas entre los hombres, un determinado sistema de relaciones entre los hombres y, principalmente, de sus relaciones de producción, que forman el fundamento de la sociedad, la base de ésta. Entre los fenómenos de la vida social existen nexos orgánicos. Estos nexos internos, necesarios, permanentes y el condicionamiento de los fenómenos de la vida social constituyen la sujeción a leyes de la vida social, la sujeción a leyes del desarrollo de la sociedad.

Las leyes del desarrollo social (al igual que las leyes de la naturaleza) expresan los nexos reales, objetivos, entre los fenómenos, nexos que existen independientemente de la voluntad y la conciencia de los hombres. Hasta ahora, hasta el socialismo, estas leyes actuaban principalmente de un modo espontáneo, como las leyes naturales. Así, por ejemplo, la ley del valor, en las sociedades en que los productos del trabajo revisten la forma de mercancías, actúa independientemente de que los hombres quieran o no quieran tenerla en cuenta. Bajo el capitalismo, la ley del valor, como las demás leyes económicas, ejerce su acción como una fuerza elemental.

El materialismo histórico considera el desarrollo social como un proceso histórico- natural. Lo cual significa, en primer lugar, que el desarrollo social es un desarrollo necesario, sujeto a leyes. Y, en segundo lugar, que las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad tienen una existencia real, objetiva, independiente de la voluntad y de la conciencia, y determinan la conciencia y la voluntad, así como también la vida social y la acción de los hombres. Los hombres no pueden abolir, destruir ni transformar las leyes de la naturaleza, ni tampoco las leyes del desarrollo de la sociedad. "Los hombres pueden descubrir estas leyes, llegar a conocerlas, estudiarlas, tomarlas en consideración al actuar y aprovecharlas en interés de la sociedad; pero no pueden modificarlas sin abolirlas. Y aún menos pueden formar o crear nuevas leyes de la ciencia".[5]

Ya se trate de la sociedad capitalista, cuyo desarrollo económico discurre de un modo espontáneo, o de la sociedad socialista, que se desarrolla con arreglo a un plan, el desarrollo se opera en ambos casos bajo la acción de leyes objetivas, independientes de la voluntad y la conciencia de los hombres. Así, por ejemplo, el carácter objetivo de las leyes económicas de la sociedad capitalista se deja sentir en las crisis periódicas de producción del capitalismo y en el desarrollo, el ahondamiento y la agudización de todas las contradicciones inherentes a este régimen. Los capitalistas querrían que todo fuese prosperidad, que no hubiese crisis, que no se agudizasen las contradicciones, pero estos fenómenos responden a una ley objetiva de la sociedad capitalista, ley independiente de su voluntad.

Para llevar a cabo la revolución socialista y construir el socialismo, la clase obrera de Rusia, bajo la dirección del Partido Comunista, se apoyó en leyes objetivas: en la ley económica de la obligada correspondencia de las relaciones de producción con el carácter de las fuerzas productivas y en las demás leyes del desarrollo económico, así como también en las leyes de la lucha de clases y de la revolución.

El conocimiento de las leyes objetivas permite prever los rumbos del desarrollo y actuar fructíferamente, con éxito, en interés de la sociedad.

Negar las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad es caer en el idealismo y equivale a renunciar a la ciencia social. Negar las leyes objetivas de los fenómenos sociales equivale, asimismo, a renunciar a la posibilidad de prever el curso de los acontecimientos, a negar la posibilidad de influir en la marcha de éstos sobre la base de la previsión científica, a negar la posibilidad de gobernar el curso de los acontecimientos mediante el dominio de las leyes de la ciencia.

La ignorancia de las leyes sociales por el hombre no queda nunca impune. Quien actúa en contra de las leyes objetivas, en contra de la orientación objetiva del desarrollo histórico, no alcanza sus fines y sale, a la postre, derrotado. Esa suerte corrieron en Rusia los mencheviques y social-revolucionarios, por empeñarse en negar la necesidad de la revolución proletaria y de la dictadura del proletariado. Y así les ocurrió a los trotskistas, por negar la posibilidad del triunfo del socialismo en la U.R.S.S. Por eso sufrieron un descalabro los imperialistas norteamericanos, ingleses, franceses y sus adláteres, en los años de 1918 a 1920, quienes se proponían estrangular a la Rusia Soviética. Y esa fué también la suerte que corrió el hitlerismo, cuando se empeñó en esclavizar o destruir a la Unión Soviética y en instaurar la dominación mundial de la Alemania fascista. Corno sufrirá inevitablemente un descalabro la política de aquellos círculos imperialistas que ambicionan implantar su dominación sobre el mundo y volver atrás la rueda de la historia.

La fuerza de los partidos marxistas estriba en que, en su actividad práctica, en la lucha por el comunismo, se basan en las leyes del desarrollo social, en el conocimiento de estas leyes y en su consciente utilización, al servicio de los intereses del pueblo.

Las leyes del desarrollo de la sociedad, al igual que las leyes de la naturaleza, expresan una relativa constancia en las relaciones entre los fenómenos, aquello que se repite con una cierta regularidad, con una necesaria consecuencia, en presencia de las condiciones objetivas dadas. La existencia de determinadas causas engendra inevitablemente determinados efectos. Por ejemplo, un determinado régimen económico produce necesariamente determinados fenómenos. El régimen económico capitalista engendra inevitablemente las crisis económicas, el paro forzoso, la miseria de las masas, las guerras. Para acabar con los efectos, es necesario acabar con las causas que los engendran. Para acabar con el paro forzoso, con la miseria de las masas, con la crisis de superproducción y las guerras imperialistas, hay que acabar con el capitalismo.

Los sociólogos e historiadores burgueses de la segunda mitad del siglo XIX y del XX —entre los que podemos citar a H. Rickert, W. Windelband, Max Weber, E. Meyer y H. Schultz, Bertrand Russell, C. Federn y G. Trevelyan en Inglaterra, y John Dewey, E. Bogardus y E. Ross en los Estados Unidos— negaban y niegan con fastidiosa insistencia la vigencia de leyes objetivas en la historia. Contraponen, de un modo metafísico e idealista, los acontecimientos histórico-sociales a los fenómenos de la naturaleza y afirman que mientras que éstos se repiten de un modo regular, los fenómenos sociales tienen un carácter específico e individual, que los sustrae a toda posibilidad de repetición. Las guerras greco-persas, la batalla de Austerlitz o la de Poltava, nos dicen estos sociólogos e historiadores, sucedieron una vez y no volverán a repetirse; de donde llegan a la conclusión de que no es posible hablar, en este campo, de leyes, toda vez que las leyes la expresión de algo general, de algo que se repite, de lo que sucede siempre y en todas partes, con una determinada secuencia.[6]

Los intentos de los sociólogos e historiadores burgueses de contraponer la sociedad a la naturaleza, con el fin de sostener la concepción idealista de la historia y de "fundamentar" la negación de las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad, son totalmente anticientíficos y reaccionarios. La sociedad constituye el eslabón más alto en la cadena general del desarrollo del mundo material. Es una parte específica del mundo material, con sus leyes propias y peculiares de desarrollo. Pero, aunque los fenómenos sociales tengan características cualitativas que los distinguen de los fenómenos de la naturaleza, se hallan sujetos también a leyes objetivas.

Tampoco en la naturaleza, como en la sociedad, existe una identidad absoluta entre los fenómenos. No encontraremos dos hojas de un árbol o dos animales de la misma especie absolutamente idénticos entre sí. Lo cual no impide que el naturalista los incluya en una determinada especie vegetal o animal. Lo mismo ocurre en la sociedad. Es claro que el capitalismo se ha desarrollado en los Estados Unidos con modalidades distintas que en Inglaterra, y en el Japón de un modo hasta cierto punto distinto que en Francia; cada país posee ciertos rasgos propios y peculiares, ciertas características, que responden a las diferentes condiciones históricas de su desarrollo. Pero, pese a estas características y peculiaridades, hay entre ellos, fundamental y radicalmente, algo general que justifica el que se los reduzca conjuntamente a una sola formación económico-social, a saber: la capitalista.

La sociedad capitalista no ha surgido simultáneamente en los diversos países. Pero, al aparecer la burguesía, en todas partes, en todos los países se desplegó una lucha de clases entre la burguesía y la nobleza por el Poder político. Y en los países capitalistas más importantes, esta lucha de clases dio cima a la revolución antifeudal. Así sucedió en Inglaterra en el siglo XVII, en Francia en el XVIII y en Alemania en 1848. Cada una de estas revoluciones presenta rasgos peculiares que no se repiten. Pero todas ellas fueron revoluciones antifeudales, burguesas.

Dondequiera que surge el capitalismo crece inevitablemente la riqueza en uno de los polos y la miseria en el otro y se desarrolla inevitablemente la lucha de clase del proletariado contra la burguesía. Tal es la ley del capitalismo. Dondequiera que se agudizan las contradicciones entre el proletariado y la burguesía aumenta la influencia de las ideas del marxismo-leninismo, la influencia de los partidos marxistas, entre la clase obrera. "No se trata aquí del grado de desarrollo, más alto o más bajo, que alcanzan los antagonismos sociales engendrados por las leyes naturales de la producción capitalista. Se trata de las leyes mismas, de las tendencias mismas, que actúan y se imponen con una necesidad férrea".[7]

El marxismo enseña que los países económica y políticamente más desarrollados muestran a los países menos desarrollados la imagen de su futuro. En nuestra época, la U.R.S.S. y los países de democracia popular revelan el futuro de todos los países capitalista del mundo.

Por consiguiente, la reiteración, como uno de los rasgos más importantes de la acción de toda ley, incluyendo las leyes histórico-sociales, no se da solamente en la naturaleza, sino también en la vida social.

¿Quiere esto decir que no se den en la sociedad fenómenos irrepetibles, únicos, individuales? Claro está que no. Aristóteles es irrepetible. El arte griego antiguo, basado en la mitología, es irrepetible. Pero, por muy individuales y peculiares que sean, también la filosofía de Aristóteles y el arte griego antiguo se hallan sujetos a la acción de las leyes de desarrollo de la sociedad. Las concepciones filosóficas y político—sociales de Aristóteles fueron engendradas por las condiciones de su tiempo, por las relaciones sociales de su época. Y otro tanto podemos decir del arte griego antiguo, cuyas ideas fueron tomadas del arsenal ideológico de la mitología de la antigua Grecia: jamás habría podido surgir ese arte, digamos, en el siglo del vapor y la electricidad.

Vemos, pues, que, pese a la peculiaridad de los fenómenos histórico-sociales, comparados con los fenómenos naturales, también en la sociedad y en la historia, lo mismo que en la naturaleza, los fenómenos se hallan sujetos a leyes objetivas.

Los sociólogos, historiadores y publicistas burgueses niegan las leyes objetivas de la historia de la sociedad por miedo a la implacable necesidad histórica. ¿Cómo podrían los ideólogos de la burguesía reconocer la necesidad histórica del hundimiento del capitalismo y del triunfo del socialismo? Sus sofismas, encaminados a la negación de las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad, no persiguen otro fin que socavar la convicción de la clase obrera en el triunfo del socialismo, la convicción de que es posible prever el curso de los acontecimientos y transformar conscientemente la sociedad.

Pero si es inadmisible contraponer de un modo absoluto la sociedad a la naturaleza, como hacen los metafísicos y los idealistas, no es menos inadmisible identificar mecánicamente los fenómenos de la naturaleza y los de la sociedad. Y la sociología burguesa tan pronto contrapone metafísicamente la sociedad a la naturaleza como identifica, a la inversa, las leyes del desarrollo social con las leyes del desarrollo de la naturaleza, buscando la respuesta a los problemas sociales, históricos, en la naturaleza biológica del hombre, supuestamente invariable y eterna. Mientras que las teorías subjetivistas intentan aislar la sociedad de la naturaleza, abrir un abismo entre ellas, las teorías biológicas u otras teorías naturalistas tratan de identificar los fenómenos sociales con los naturales, con los fenómenos biológicos, físicos, mecánicos, de trasplantar a la sociedad las leyes de la biología, de la física y de la mecánica. Aspiran, con ello, a justificar el capitalismo y a presentar todas sus lacras y todos sus vicios —la miseria de los trabajadores, el paro forzoso, etc.— como el resultado inevitable de las leyes eternas de la naturaleza.

En la sociología y en la economía política burguesas reaccionarias de nuestro tiempo se hallan muy difundidas las doctrinas del llamado darwinismo social, del racismo y del neomalthusianismo. El darwinismo social trasplanta mecánicamente a la sociedad la fórmula darwinista de la "lucha por la existencia". Los darwinistas sociales y los racistas llaman "lucha por la existencia" a las guerras imperialistas y al yugo colonial y explican como resultado de una ley natural, biológica, la lucha de las razas "superiores" contra las "inferiores". Estas disparatadas y seudocientíficas teorías reaccionarias están tan alejadas de la ciencia como el cielo de la tierra.

Criticando a uno de los sostenedores de las teorías biológicas, Fr. A. Lange, autor de un libro sobre El problema obrero, escribía irónicamente Marx:

"El señor Lange ha hecho un gran descubrimiento. Según él, toda la historia puede reducirse a una gran ley natural. Esta ley naturales la frase (pues la fórmula darwinista se convierte, al aplicarla así, en una simple frase) de la struggle for life, la "luchar por la existencia", y el contenido de esta frase no es otro que la ley maltusiana de la población o, mejor dicho, de la superpoblación. Por tanto, en vez de analizar la struggle for life, tal como se presenta históricamente bajo formas sociales diferentes, no se encuentra nada mejor que encajar toda lucha concreta en la frase de la struggle for life y trasponer esta frase a la fantasía maltusiana de la población. Hay que reconocer que se trata de un método muy convincente para encubrir una ignorancia científica y una pereza mental verdaderamente enfáticas y grandilocuentes".[8]

La dinámica de la sociedad se halla sujeta a sus propias leyes, que no pueden reducirse a las leyes de la naturaleza. Los animales se encuentran ya dispuestos con lo que la naturaleza ha producido sin participación suya, y se aprovechan de ello. El hombre, por medio de su trabajo, transforma la naturaleza, la somete a su poder, produce lo que la naturaleza misma no crea. Los animales, en la lucha con la naturaleza que los rodea, se valen solamente de sus órganos naturales, mientras que el hombre utiliza instrumentos de producción que él mismo se encarga de crear. El desarrollo de los animales se reduce al de sus órganos naturales; en cambio, el de la sociedad humana se halla vinculado, ante todo, al desarrollo de las fuerzas productivas.

Por eso no es posible trasplantar a la sociedad las leyes de la naturaleza, aplicar a los fenómenos de la vida social los conceptos de la física y la biología, como han tratado de hacerlo, por ejemplo, Augusto Comte o Herbert Spencer y, siguiendo sus huellas, otros positivistas, idealistas y mecanicistas (entre ellos, A. A. Bogdánov).

El marxismo desenmascara como métodos reaccionarios y anticientíficos, encaminados a falsificar la ciencia de la sociedad, todos los intentos dirigidos a trasplantar al campo de las ciencias sociales los conceptos de las ciencias naturales. Lenin subrayaba que, "con ayuda de estos conceptos, no es posible realizar ninguna investigación de los fenómenos sociales, esclarecer de ningún modo el método de las ciencias sociales. Nada más fácil que poner el rótulo de "energético" o "biológico—sociológico" a fenómenos como las crisis, las revoluciones, la lucha de clases, etc., pero nada tampoco más estéril, más escolástico, más muerto, que semejante actividad"[9]

Estas dislocaciones escolásticas y reaccionarias, como las que encontramos en Spencer y en sus partidarios, lo mismo que en Bogdánov y en sus secuaces, proponíanse tergiversar la verdadera base material objetiva del desarrollo de la sociedad, que no es otra que el modo de producción de sus bienes materiales. El marxismo-leninismo ha echado por tierra tales teorías, poniendo de manifiesto su carácter anticientífico y reaccionario.

Al descubrir la base concreta del desarrollo social en el desarrollo de la producción de los bienes materiales necesarios para la vida de los hombres, Marx estableció el concepto de formación económico-social. La formación económico-social es una determinada fase de desarrollo de la sociedad que se caracteriza por su modo propio de producción y, consiguientemente, por relaciones de producción históricamente determinadas y por las relaciones políticas, ideológicas, etc., que surgen a base de ellas. Las relaciones de producción no agotan toda la riqueza de las relaciones sociales, pero son la base económica sobre la que surge la supraestructura a que esa base da vida y que se halla condicionada por ella, es decir, las concepciones políticas, jurídicas, morales, religiosas, artísticas y filosóficas, y las instituciones congruentes con ellas. El modo de producción determina el carácter y la estructura de toda formación económico-social.

La historia conoce cinco tipos de formaciones económico-sociales: el régimen de la comunidad primitiva, la sociedad esclavista, la feudal, la capitalista y la comunista, cuya primera fase, el socialismo, ha sido instaurada ya en la U.R.S.S.

Las leyes de desarrollo de la sociedad tienen un carácter histórico: entre ellas, unas se dan en todas las formaciones sociales, otras son propias de las formaciones antagónicas y otras, por último, son leyes de tipo específico, que sólo aparecen en determinadas formaciones económico-sociales.

"En su desarrollo económico, las diversas formaciones sociales —escribe J. V. Stalin— no só lo se subordinan a sus leyes económicas específicas, sino también a las leyes económicas comunes a todas las formaciones, por ejemplo, a leyes como la ley de la unidad de las fuerzas productivas y las relaciones de producción en una producción social única, como la ley de las relaciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, en el proceso de desarrollo de todas las formaciones sociales. Por consiguiente, las formaciones sociales no sólo están separadas entre sí por sus leyes económicas y específicas, sino ligadas entre sí por leyes económicas comunes a todas ellas".[10]

Entre las leyes más generales que rigen para todas las fases del desarrollo social, para todas las formaciones sociales, se cuentan, por ejemplo, las siguientes leyes sociológicas:

la ley de la acción determinante de la existencia social sobre la conciencia social;

la ley de la acción determinante del modo de producción de los bienes materiales sobre la estructura y el desarrollo de la sociedad;

la ley económica de la obligada correspondencia de las relaciones de producción con el carácter y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas;

la ley de la acción determinante de la base económica sobre la supraestructura social;

la ley de las revoluciones sociales en el paso de una formación social a otra, y algunas más.

Las leyes sociológicas más generales rigen para todas las fases del desarrollo social; lo único que cambia es su forma de manifestarse en las diferentes formas sociales, por virtud de las condiciones sociales en que actúan dentro de cada formación. Estas leyes generales se revelan mediante el análisis científico de las condiciones y relaciones generales que caracterizan la existencia y el desarrollo de todas las formaciones económico-sociales en general que desfilan a lo largo de la historia. A base de estas condiciones generales surgen y se manifiestan, en efecto, las leyes más generales de desarrollo de la sociedad.

Otras leyes, por ejemplo la de la lucha de clases, son propias y específicas de aquellas sociedades en que existen clases antagónicas. Estas leyes no rigieron durante los miles de años de existencia del régimen de la comunidad primitiva y dejan de regir al desaparecer las clases.

La lucha de clases pasa, además, por diversas fases de desarrollo histórico, en consonancia con el desarrollo y los cambios de los modos de producción. La lucha de clase del proletariado moderno se distingue, naturalmente, de la lucha de clase de los esclavos y de los campesinos feudales, tanto en lo que se refiere a sus objetivos como en cuanto a sus formas y a sus medios. Pero la lucha de clases es ley objetiva y fuerza motriz de desarrollo en todas las formas antagónicas de la sociedad, en particular en la sociedad burguesa y también en el período de transición del capitalismo al socialismo.

Entre las leyes específicas propias y específicas de cada formación social por separado tenemos, por ejemplo, la ley económica fundamental del capitalismo, la ley económica fundamental de la sociedad socialista, etc.

Muchos sociólogos y economistas burgueses erigen en leyes eternas e invariables las leyes históricamente limitadas de la sociedad burguesa. Ello responde a su falaz concepción de la sociedad capitalista como un régimen supuestamente natural, invariable y eterno, como el único régimen posible. Uno de los más grandes méritos de Marx y Engels es el haber puesto de relieve el carácter históricamente transitorio de la formación económico-social capitalista y de las leyes que en ella rigen.

El triunfo del socialismo en la U.R.S.S. ha hecho que en la nueva sociedad, junto a la vigencia de las leyes comunes a todas las formaciones, se afirmen nuevas leyes específicas y nuevas fuerzas motrices del desarrollo, propias y exclusivas de la sociedad socialista. Lo cual ha venido a confirmar la importantísima tesis del materialismo histórico de que cada formación económico-social, además de regirse por las leyes generales del desarrollo de la sociedad, vigentes para toda la historia de la sociedad en su conjunto, posee sus leyes propias de nacimiento y desarrollo, peculiares y exclusivas de ella.

4. Las leyes históricas y la actividad consciente del hombre. Libertad y necesidad.

Los críticos burgueses del marxismo afirman que el reconocimiento de las leyes objetivas y de la necesidad histórica conduce inevitablemente al fatalismo, a la negación de la actividad consciente del hombre. Los sociólogos burgueses intentan "convencer" al marxismo de inconsecuencia, de incurrir en contradicciones lógicas internas. Dicen que los marxistas reconocen la necesidad histórica del socialismo, pero organizan a la par con ello el partido de la revolución social, encargado de asegurar la implantación del régimen socialista. Según ellos, hay que optar por una de dos cosas: o por la necesidad histórica o por la acción revolucionaria.

El sociólogo burgués inglés Carl Federn, en un libro titulado La concepción materialista de la historia, repitiendo argumentos del neokantiano alemán Stammler, escribe: "Si el socialismo estuviese llamado a implantarse con sujeción a leyes, no sería necesario reclamarlo. Si el socialismo fuese realmente la siguiente fase inevitable en la evolución de la sociedad, no habría necesidad de una teoría socialista y, menos aún, de un partido socialista. Nada justificaría la existencia de un partido llamado a implantar la primavera y el verano".

No es difícil darse cuenta de que quienes así critican al marxismo tergiversan deliberadamente los términos del problema, mezclando y confundiendo procesos distintos. El advenimiento de la primavera y el verano no depende de la acción del hombre. Las estaciones del año se sucedían ya antes de existir la humanidad. En cambio, los acontecimientos históricos serían inconcebibles sin la participación del hombre, sin la acción de éste. La necesidad histórica no se impone al margen de la acción del hombre, sino por medio de ella.

La necesidad del cambio de régimen social, por ejemplo del régimen capitalista, significa que las condiciones mismas de su vida impulsan inevitablemente a las masas y con fuerza cada vez mayor a medida que transcurre el tiempo a luchar por la instauración del nuevo régimen. En el curso del desarrollo social, van cambiando las condiciones de la vida material de los hombres. Estos cambios hacen que el orden social, cuando sobrevive a su tiempo, resulte insostenible. Y entonces surge en las clases avanzadas, de un modo más o menos claro, la conciencia de que es necesario acabar con el viejo régimen e instaurar otro nuevo, basado en las condiciones materiales que han ido madurando a favor de él en el seno de la vieja sociedad.

Cuanto más se extienda en las masas la conciencia de la necesidad de acabar con el régimen capitalista, cuanto más enérgica sea la lucha encaminada a sustituirlo por otro régimen social nuevo y más alto, cuanto mayor sea el grado de cohesión y de organización de las masas, más rápidamente se producirá este cambio.

El reconocimiento de la necesidad histórica, de las leyes objetivas del desarrollo social, nada tiene que ver con el quietismo, con la pasividad, como falazmente afirman los críticos burgueses del materialismo histórico. Por el contrario, es precisamente la teoría social marxista, que considera el desarrollo social como un proceso rigurosamente sujeto a leyes, la que pone en movimiento histórico a la clase obrera, la que pone en pie a las fuerzas progresivas, movilizándolas y organizándolas para el cumplimiento consciente de su misión histórica creadora, para la lucha por la destrucción del capitalismo y la construcción del comunismo, a base de la aplicación consciente de las leyes conocidas.

El materialismo histórico es enemigo tanto del subjetivismo y el voluntarismo de los idealistas, que conduce en la práctica, en la política, al aventurerismo, como del materialismo vulgar, de la teoría de la espontaneidad, que condena a la clase obrera y a las fuerzas avanzadas de la sociedad a una actitud pasiva, a esperar que todo se desarrolle por sí mismo, a la manera como tras el invierno viene la primavera. El materialismo vulgar, al considerar la necesidad histórica de un modo abstracto, desvinculada de la acción de las masas populares, de la lucha de clases, condena a las masas a someterse servilmente a las leyes objetivas, convierte las leyes de la historia en fetiches, predica la pasividad. Este punto de vista guarda cierta relación con el fatalismo, cuyo principio es el de que "las cosas son así y no pueden cambiarse", y con la concepción religiosa según la cual "todo ha sido previsto y establecido por la divina providencia".

El materialismo histórico enseña que las leyes del desarrollo de la sociedad son leyes objetivas, que los hombres no pueden crear, modificar o abolir estas leyes, pero sí pueden tener conciencia de ellas, descubrirlas y aplicarlas con conocimiento de causa en interés de la sociedad y, de este modo dominadas, someter la acción de dichas leyes a su poder, hacerse dueños de ellas.

El materialismo histórico ha demostrado, y la experiencia histórica lo confirma plenamente, que la sociedad humana, pese a toda su complejidad, es susceptible de ser conocida, que es posible conocer y asimilarse conscientemente las leyes que rigen el desarrollo social. Los datos de la ciencia marxista acerca de las leyes del desarrollo de la sociedad son auténticos conocimientos, que encierran la significación de verdades objetivas. La ciencia de estas leyes, la ciencia de la historia de la sociedad, puede llegar a ser y es una ciencia tan exacta como la biología, por ejemplo. Los partidos comunistas, dominando esta ciencia, pueden aplicar y aplican con éxito las leyes del desarrollo social, en interés de los trabajadores y para la lucha revolucionaria contra el capitalismo, para la edificación de la sociedad comunista.

Cuando la clase obrera no está dirigida todavía por su partido marxista y, como consecuencia de ello, aún no conoce las leyes del desarrollo social, su movimiento presenta un carácter espontáneo, sufre con frecuencia derrotas, cae bajo la influencia de la ideología y la política burguesas, se mueve en las tinieblas. Otra cosa sucede cuando la clase obrera es dirigida por el partido marxista, cuando se halla pertrechada con el conocimiento de las leyes de la lucha de clases contra el capitalismo, pues esto la lleva por el camino más corto y con los menores sacrificios hacia su meta hacia el socialismo. Así lo ha demostrado la lucha victoriosa de la clase obrera rusa, el triunfo del socialismo en la U.R.S.S.

Con el paso del capitalismo al socialismo, se da el salto del reino de la necesidad ciega al reino de la libertad. Lo cual no debe interpretarse en el sentido de que el socialismo venga a "abolir" la vigencia de las leyes objetivas, la necesidad histórica. No, semejante cosa sería imposible. Las leyes objetivas regirán siempre, determinarán siempre el desarrollo social. Lo que ocurre es que, hasta el triunfo del socialismo, las leyes de la sociedad actuaban, en lo fundamental, de un modo ciego, espontáneo y, frecuentemente, con una fuerza destructora. Bajo el socialismo, en cambio, los hombres utilizan conscientemente las leyes del desarrollo social.

La necesidad es ciega mientras no se la conoce. La libertad es la conciencia de la necesidad y la posibilidad de someter la acción de ésta a los fines de los hombres. "La libertad no reside, pues, en una soñada independencia de las leyes naturales —escribe Engels—, sino en la conciencia de estas leyes y en la posibilidad que lleva aparejada de proyectarlas racionalmente sobre determinados fines".[11] Lo cual puede aplicarse, no sólo a las leyes de la naturaleza, sino también a las leyes del desarrollo social.

"Las fuerzas activas de la sociedad obran, mientras no las conocemos y contamos con ellas, exactamente lo mismo que las fuerzas de la naturaleza: de un modo ciego, violento, perturbador. Pero, una vez conocidas, tan pronto como hemos sabido comprender su acción, su tendencia y sus efectos, está en nuestras manos el supeditarlas cada vez más de lleno a nuestra voluntad y alcanzar por medio de ellas los fines propuestos. Tal es lo que ocurre, muy señaladamente, con las gigantescas fuerzas modernas de la producción. Tan pronto como penetremos en su verdadero carácter, esas fuerzas, puestas en manos de los productores asociados, se convertiran de demonios tiránicos en sumisos servidores. Es la misma diferencia que hay entre el poder maléfico de la electricidad en la tormenta y el poder benéfico de la fuerza eléctrica subyugada en el telégrafo y en el arco voltaico; la diferencia que hay entre el incendio destructor y el fuego puesto al servicio del hombre".[12]

Bajo el socialismo, el desarrollo de la producción y de toda la sociedad deja de tener un carácter elemental. El desarrollo de la producción social y de toda la sociedad socialista se halla sometido a los planes generales del Estado y a la política, científicamente establecida, del Partido Comunista y el Estado socialista. Los planes de la economía nacional del Estado socialista y la política del Partido Comunista se basan en la conciencia de las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad y, principalmente, de las leyes económicas.

Como vemos, también en la sociedad socialista rigen leyes objetivas. También bajo el socialismo, la nueva generación de hombres que surge a la vida se encuentra ya con fuerzas productivas y relaciones de producción existentes, no creadas por ellos. Para poder seguir desarrollando estas fuerzas productivas, cada nueva generación tiene que partir de lo que han creado ya las generaciones que la han precedido. Cada nuevo paso en el desarrollo de la sociedad se halla determinado por el nivel ya alcanzado en la producción socialista y en la productividad del trabajo. Así, la sociedad socialista no puede saltar de golpe y porrazo, a su antojo y por obra de la voluntad de los hombres, de la primera a la segunda fase del comunismo. El paso gradual al comunismo depende, en último resultado, del incremento de las fuerzas productivas y del consiguiente desarrollo de las relaciones de producción. Y el desarrollo de la producción socialista no se opera espontáneamente, sino que se regula por la acción consciente de la sociedad; a base del conocimiento de las leyes económicas objetivas.

Nunca hasta hoy, en la historia de la sociedad, ha desempeñado un papel tan importante y tan decisivo, tan movilizador, organizador y transformador, como bajo las condiciones de la sociedad socialista, la acción consciente de los hombres, de las ideas avanzadas y las instituciones políticas. El paso gradual del socialismo al comunismo lo asegura el trabajo creador de las masas populares, dirigidas, orientadas y organizadas por la acción del Estado socialista y del Partido comunista, por su política, basada en el conocimiento científico de las leyes objetivas del desarrollo social, de las leyes de la edificación del comunismo y en la aplicación consciente y audaz de estas leyes.

La práctica es el único criterio auténtico para contrastar la veracidad de una teoría. El triunfo de la Gran Revolución de Octubre, de la revolución socialista y la construcción del socialismo en la U.R.S.S., la instauración y el fortalecimiento del régimen de democracia popular en una serie de países de la Europa central y sudoriental y de Asia, constituyen el más grandioso triunfo y la confirmación práctica del materialismo histórico y del marxismo en general. Y, al mismo tiempo, el desarrollo de la sociedad en la época contemporánea ofrece la base para el ulterior desarrollo creador del materialismo histórico y de toda la teoría marxista.

5. El espíritu de partido del materialismo histórico y su carácter creador.

Los sociólogos burgueses no se cansan de ensalzar lo que llaman la objetividad de la ciencia, situada, según nos dicen, "al margen de las clases" y "por encima de los partidos". Ellos no pueden, naturalmente, reconocer abiertamente el carácter partidista burgués de su "ciencia", pues eso equivaldría a reconocer sin tapujos que sirve a la minoría explotadora de la sociedad en contra de la mayoría trabajadora. Pero el triunfo del socialismo en la U.R.S.S., los éxitos de la construcción del socialismo en los países de democracia popular de Europa, el triunfo de la revolución popular en China y la agudización de las contradicciones de clase entre el proletariado y la burguesía, en los países capitalistas, y entre el campo del socialismo y el campo del imperialismo, obligan a los sociólogos burgueses y a los dirigentes de los socialistas de derecha a manifestarse abiertamente en favor del capitalismo y en contra del socialismo, Con lo cual estos ideólogos de la burguesía ponen al descubierto a los ojos de todos su pretendida "objetividad" y demuestran bien a las claras que son incapaces de dar un solo paso como no sea en interés de la burguesía y del capitalismo.

Marx, Engels, Lenin y Stalin jamás ocultaron el espíritu de partido del marxismo-leninismo. Y, desde el primer momento, crearon y desarrollaron el materialismo histórico como una ciencia profundamente de partido como el fundamento teórico del comunismo y el arma teórica de la clase obrera y de su Partido Comunista. Marx, Engels, Lenin y Stalin, y el Partido Comunista de la Unión Soviética, han librado siempre una lucha intransigente e implacable contra todos los enemigos del marxismo, contra cualquiera desviación del marxismo, por pequeña que ella sea, a favor del idealismo o del materialismo vulgar. Detrás de los subterfugios verbales, de los sofismas y la escolástica de los enemigos del marxismo, han descubierto siempre claramente la lucha de los partidos en la filosofía, lucha que expresa, en última instancia, la tendencia, la ideología y los intereses de las clases enemigas en el seno de la sociedad. "La novísima filosofía —escribía Lenin— está tan penetrada del espíritu de partido como la de hace dos mil años. En realidad —una realidad velada por nuevos rótulos seudocientíficos y charlatanescos, o bajo una mediocre no pertenencia a ningún partido—, los dos partidos en lucha son el materialismo y el idealismo".[13]

La marcha del desarrollo histórico contradice a los intereses fundamentales de la moderna burguesía. Y la burguesía y sus ideólogos se dan cada vez más clara cuenta de ello; por eso, movidos por sus intereses egoístas y en el empeño de apuntalar el tambaleante capitalismo, deforman descaradamente la realidad, involucran los hechos. El partidismo burgués conduce al subjetivismo y a la arbitrariedad en la ciencia histórica y en la sociología, a la deformación de los hechos, a la renuncia al rigor científico.

Por el contrario, el espíritu proletario de partido, las ideas comunistas, aseguran la más profunda y la más objetiva, la más desapasionada y completa comprensión de la realidad y de las leyes de la vida social. Pues sólo la clase obrera, cuyos intereses coinciden con el curso objetivo del desarrollo histórico y que es la clase consecuentemente revolucionaria, se halla interesada en el conocimiento objetivo, es decir, veraz, de los hechos. He ahí por qué la cientificidad y el espíritu comunista de partido coinciden plenamente.

Marx, Engels, Lenin y Stalin han defendido siempre el materialismo consecuente, el único que puede proporcionarnos un conocimiento veraz, el más exacto y el más profundo, tanto de la naturaleza como de la vida social, de la historia de la sociedad. Oponiendo al objetivismo burgués de un Struve el materialismo marxista, escribía Lenin:

"El objetivista nos habla de la necesidad de un determinado proceso histórico; el materialista registra con exactitud una determinada formación económico-social y las relaciones antagónicas engendradas por ella. El objetivista, mostrándonos la necesidad de una determinada serie de hechos, se expone siempre a abrazar el punto de vista de la apología de estos hechos; el materialista descubre las contradicciones de clase y determina con ello su propio punto de vista. El objetivista habla de las "tendencias históricas inexorables"; el materialista habla de la clase que "regenta" el orden económico de que se trata, creando las formas de resistencia de las otras clases. De este modo, el materialista es, de una parte, más consecuente que el objetivista y mantiene su objetivismo de un modo más profundo y más completo que éste. No se limita a señalar la necesidad del proceso, sino que explica qué formación económico-social concreta da contenido a ese proceso y qué clase concreta determina esa necesidad... De otra parte, el materialismo lleva consigo, por decirlo así, una actitud de partido y obliga a situarse, en cualquier enjuiciamiento de los acontecimientos, abierta y directamente en el punto de vista de un determinado grupo social”.[14]

En las condiciones actuales, en que el mundo se halla dividido en dos campos —el campo de la paz, la democracia y el socialismo, encabezado por la Unión Soviética, y el campo de la reacción imperialista—, el espíritu proletario, comunista, de partido y los intereses de la auténtica ciencia exigen que al estudiar los fenómenos sociales, se los enfoque desde el punto de vista de la lucha de los trabajadores por la paz, la democracia y el comunismo.

El materialismo histórico permite a los partidos marxistas arrancar todas las caretas con que tratan de ocultar su faz los enemigos de la clase obrera, los enemigos de la paz, la democracia y el socialismo, para poner al desnudo, por debajo del ropaje fraseológico, de la escolástica "sociológica" seudocientífica, los verdaderos intereses y las miras egoístas de la burguesía.

La unidad de la ciencia y de la acción práctica, la conexión de la teoría y la práctica, es la estrella polar de todos los partidos marxistas. En esto reside su gran superioridad sobre sus enemigos. La ciencia marxista-leninista de las leyes del desarrollo social, el materialismo histórico, permite comprender, no sólo lo que sucede hoy, sino también lo que ocurrirá mañana, permite prever científicamente la marcha de los acontecimientos, la dirección en que éstos habrán de desarrollarse, y actuar, así, de una manera fecunda y cabal.

De la ciencia marxista-leninista de la sociedad extraen los partidos comunistas la certeza del triunfo del trabajo sobre El Capital, la necesaria claridad de perspectivas; en ella encuentran el arma teórica para la lucha por la liberación de los trabajadores de toda explotación y opresión, por el triunfo del comunismo.

La grandeza de los descubrimientos científicos de Marx, Engels, Lenin y Stalin, la grandeza del partido marxista, basado en el materialismo histórico, consiste en haber hecho despertar, en haber infundido conciencia, en haber organizado y puesto en movimiento a la nueva fuerza histórica gigantesca, vanguardia de todos los trabajadores y oprimidos, a la clase obrera, llamada a encabezar el derrocamiento del capitalismo y la edificación del comunismo en todos los países. El proletariado revolucionario, aliado a los campesinos trabajadores y bajo la dirección de los partidos comunistas, pertrechados con el marxismo, ha triunfado en la U.R.S.S. y en los países de democracia popular.

El materialismo histórico, como el marxismo en general, constituyen una teoría científica y un método de conocimiento científico y de acción revolucionaria. La teoría científica y el método no pueden permanecer estacionarios, tienen necesariamente que desarrollarse y enriquecerse con los nuevos descubrimientos, las concepciones generales y las conclusiones extraídas de la nueva situación, de las nuevas condiciones de la vida social, que inevitablemente van surgiendo en el proceso de desarrollo ininterrumpido de la sociedad. La ciencia marxista se desarrolla incesantemente. Y en este desarrollo y enriquecimiento consiste precisamente el carácter creador del marxismo y, en particular, del materialismo histórico.

Al igual que el materialismo filosófico, que cobra nuevas modalidades con cada descubrimiento aportado por, la época, incluso en el campo de la historia natural (sin hablar de la historia de la humanidad), el materialismo histórico no permanece invariable, sino que se desarrolla y se enriquece con la nueva experiencia de la lucha de clases y de la construcción del comunismo. Los grandes acontecimientos histórico-mundiales de nuestra época, la acción de las nuevas leyes del desarrollo social encuentran su expresión y su síntesis científicas en las decisiones del Partido Comunista de la Unión Soviética y en los geniales trabajos de Lenin y Stalin. y estas síntesis representan una nueva y más alta etapa en el desarrollo del marxismo en general y del materialismo histórico en particular.

Para formarse un juicio completo y cabal de la gran obra realizada por Lenin en el desarrollo del materialismo histórico, hay que tener presente que entre la época de Marx y Engels y la de Lenin medió el período de dominación de la Segunda Internacional sobre el movimiento obrero, el período del revisionismo y el oportunismo.

En los años noventa del siglo XIX, el marxismo triunfó decididamente en el movimiento obrero sobre las diferentes teorías del socialismo premarxista, así como también sobre la abigarrada mezcolanza de tendencias idealistas en la filosofía, la sociología y la historiografía. Hasta los enemigos de la clase obrera se pusieron, en vista de ello, a coquetear con el marxismo, haciendo juegos malabares y adornándose con la terminología marxista, pero teniendo buen cuidado en castrar al marxismo de lo fundamental, a saber: de la teoría de la revolución socialista y de la dictadura del proletariado. Exponente de esta especie de epidemia extendida por aquel entonces entre los intelectuales burgueses fué el llamado socialismo de cátedra (Sombart y otros en Alemania, Struve, Bulgakov y los "marxistas legales" en Rusia). Esta corriente burguesa, que reconocía de palabra la doctrina económica y las concepciones histórico—sociales de Marx, las desvirtuaba en su raíz, para adaptar el marxismo a los gustos y las conveniencias de la burguesía. El desarrollo social, concebido a la manera de los "socialistas de cátedra", en un proceso liso y llano, evolutivo elemental, de sustitución de unas formas políticas por otras. Estos señores descartan del proceso histórico la lucha de clases y la iniciativa histórica revolucionaria de las masas, como algo "anormal", "morboso", "contrario a ley". El espíritu del fatalismo del objetivismo burgués empapa la médula misma de las concepciones de los "socialistas de cátedra".

Reflejo de las influencias de la burguesía sobre el movimiento obrero fueron el bernsteinianismo en Alemania y el "economismo" y el menchevismo en Rusia, tendencias encaminadas a revisar el marxismo y enemigas de él. Los revisionistas alemanes, rusos y de otros países manifestábanse en contra de los fundamentos científico-filosóficos del marxismo, en contra del materialismo dialéctico, al igual que en contra de sus fundamentos científico-históricos, en contra del materialismo histórico. Estos enemigos del marxismo veían en la dialéctica marxista una filosofía hegeliana y rompían los nexos entre la teoría de Marx y sus fundamentos filosóficos, contenidos en el materialismo dialéctico. La lucha de los revisionistas contra la dialéctica materialista era, al mismo tiempo, la lucha contra la esencia revolucionaria de la teoría social de Marx.

Marchando a la zaga de Bernstein y de su tristemente célebre consigna: "el movimiento lo es todo, la meta no significa nada", los revisionistas alemanes y rusos del marxismo comenzaron a predicar la teoría de la espontaneidad en el movimiento obrero. En vez de impulsar la acción revolucionaria consciente de las masas proletarias, que son las que crean activamente la historia, bajo la dirección de su vanguardia, el partido marxista, los oportunistas predicaban la renuncia a la teoría revolucionaria, a la misión revolucionaria del partido, a la dirección consciente del movimiento obrero hacia su meta final, la renuncia a la lucha por la dictadura del proletariado y por el socialismo.

Esta falsificación del marxismo no tenía otra mira que desarmar y desorientar al, proletariado, precisamente en la época en que el capitalismo se convertía en el imperialismo, entraba en la fase de su desarrollo declinante, en que la revolución proletaria se colocaba a la orden del día y en que el derrocamiento del capitalismo y la victoria del socialismo comenzaban a depender del grado de conciencia socialista, del grado de organización, cohesión y actividad revolucionaria del proletariado.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX, la clase obrera de Rusia tenía ante sí las tareas más revolucionarias. Esto explica por qué pesaba de un modo preferente sobre los marxistas rusos, encabezados por Lenin, la misión de seguir elaborando la teoría revolucionaria, y en particular el materialismo histórico. Y por qué Rusia se convirtió en la cuna del leninismo, el marxismo de la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias.

En la lucha por la teoría, la estrategia y la táctica de la clase obrera, los marxistas rusos, dirigidos por Lenin, hubieron de librar una intensa lucha teórica contra las tendencias ideológicas hostiles al marxismo. Lucha que fué necesario sostener en dos frentes: en uno, contra el subjetivismo de los populistas, los social-revolucionarios, los anarquistas, los trotskistas, los "otsovistas", con su voluntarismo teórico y su aventurerismo político; en el otro, contra la teoría oportunista de la espontaneidad en el movimiento obrero, contra la idea mendaz de la evolución pacífica del capitalismo hacia el socialismo, contra la teoría del automatismo, que tiende a rebajar la acción transformadora revolucionaria, creadora y consciente del Partido Comunista y de las masas de la clase obrera.

En la lucha contra las teorías subjetivistas y voluntaristas burguesas y pequeñoburguesas, Lenin, apoyándose en los nuevos elementos y en los nuevos hechos y acontecimientos históricos de su tiempo, defendió y desarrolló los principios del materialismo histórico acerca del carácter objetivo de las leyes del desarrollo social, acerca de la necesidad de tener en cuenta juiciosamente las condiciones objetivas y la correlación de las fuerzas de clase en cada etapa de desarrollo de la lucha de clases y las condiciones reales de la vida material, como las fuerzas determinantes del desarrollo de la sociedad.

En su lucha contra la teoría de la espontaneidad de los "economistas", los mencheviques y demás oportunistas, Lenin, defendiendo los fundamentos filosóficos, dialéctico-materialistas, de la teoría social de Marx, concentró su atención en la solución de problemas del materialismo histórico como el de la fundamentación en todos sus aspectos de la acción revolucionaria y la iniciativa histórica de las masas populares, el esclarecimiento del papel del factor subjetivo en la historia, del papel de la conciencia y la organización socialista del proletariado, la función de las ideas avanzadas, y en particular de la teoría marxista, el cometido de las instituciones políticas y de otras instituciones sociales progresivas en el desarrollo de la sociedad, y muy especialmente la grandiosa misión del partido marxista del proletariado y del Estado proletario. En su artículo Contra el boicot, caracterizando la superioridad, la vitalidad y la fuerza del materialismo histórico, escribía Lenin:

"El marxismo se distingue de todas las demás teorías socialistas en que sabe combinar de un modo notable una perfecta cordura científica en el análisis de la situación objetiva de las cosas y del curso objetivo de la evolución con el más decidido reconocimiento de la importancia de la energía revolucionaria, de la potencialidad revolucionaria creadora, de la iniciativa revolucionaria de las masas, así como también, por supuesto, de las personalidades sueltas, grupos, organizaciones y partidos capaces de sondear y establecer los nexos con unas u otras clases".[15]

Sintetizando la nueva experiencia histórica, la experiencia del movimiento obrero internacional en la época del imperialismo y, sobre todo, la experiencia de la clase obrera rusa y del Partido Comunista de la Unión Soviética, experiencia verdaderamente excepcional por su riqueza y por su importancia histórica internacional, Lenin enriqueció creadoramente el materialismo histórico, lo impulsó y lo desarrolló , lo elevó a una etapa nueva y superior. Lenin descubrió las nuevas leyes que rigen el desarrollo del capitalismo en la época imperialista, lo que le permitió crear y fundamentar en todos sus aspectos la nueva teoría de la revolución socialista: la doctrina de la transformación gradual de la revolución democrático burguesa en revolución socialista, la doctrina de la hegemonía del proletariado en la revolución, la de los aliados del proletariado y la de la posibilidad de que el socialismo comenzara triunfando en un solo país, por separado. En los geniales trabajos de Lenin y de su discípulo y continuador de su obra Stalin, encontró el materialismo histórico un desarrollo extensivo a todos sus aspectos, en estrecha relación con las tareas de la clase obrera en la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias, en la época del triunfo del socialismo en la sexta parte de la tierra. En estos trabajos se contiene la teoría del desarrollo de la sociedad socialista soviética y se exponen las leyes y fuerzas motrices de su desarrollo, las leyes y las condiciones del paso gradual del socialismo al comunismo. Ni un solo problema del materialismo histórico dejó de ser estudiado y desarrollado en los trabajos de Lenin, Stalin y sus colaboradores.

El materialismo histórico tiene más de cien años de vida. Ha sido probado en el fuego de grandes combates de clases, en la lucha de los trabajadores por la paz, la democracia y el socialismo. Ha sido y es el arma teórica segura de los partidos marxistas que encabezan la lucha de los trabajadores, de las masas oprimidas y explotadas, contra el imperialismo. Basándose en la teoría del materialismo histórico, el Partido comunista de la U.R.S.S. y su Comité Central dirigen con éxito la solución de los grandes problemas de la edificación del comunismo, llevada a cabo por el pueblo soviético. El materialismo histórico demuestra científicamente que todos los caminos de la humanidad conducen hoy al comunismo.

6. La bancarrota de la sociología burguesa.

Al cobrar la lucha de clases del proletariado formas amenazadoras para el capitalismo y la burguesía —escribe Marx—, sonó la campana funeral de la economía científica burguesa. "Ya no se trataba de si tal o cual teorema era verdadero o falso, sino de si era beneficioso o funesto, cómodo o molesto para él" [para el capitalismo], "de si infringía o no las ordenanzas de policía. Los investigadores desinteresados fueron sustituidos por espadachines a sueldo, los estudios científicos imparciales dejaron el puesto a la conciencia turbia y a las perversas intenciones de la apologética".[16]

Estas palabras pueden aplicarse en su integridad a toda la sociología burguesa contemporánea. Los sociólogos burgueses de la época actual —incluyendo entre ellos a los del campo de los socialistas de derecha— son unos lamentables sofistas y sicofantes, servidores de la clase capitalista, enemigos jurados de la clase obrera y del socialismo.

Todas las teorías sociológicas burguesas en boga se proponen como meta fundamental y tienen por principal contenido la defensa del capitalismo y de la política imperialista de la burguesía en su lucha contra la clase obrera revolucionaria y las demás fuerzas avanzadas de nuestro tiempo, contra los países del socialismo y la democracia popular. El sentido político y teórico fundamental de todos los tratados "teóricos" de los "sabios" burgueses se reduce a negar que sea una ley de la historia el desarrollo progresivo de la sociedad, a empeñarse en demostrar que el capitalismo es un régimen inmutable y eterno, a justificar los más grandes crímenes del capitalismo, las guerras imperialistas y la opresión colonial, a predicar, el odio contra la humanidad, el exclusivismo nacional y de raza, la mística y otras formas de oscurantismo, a defender la barbarie fascista y otras fechorías de la reacción imperialista.

Podríamos señalar, como ejemplo de la más cínica justificación de las tropelías del imperialismo, las numerosas doctrinas racistas y neomaltusianas en boga hoy y que tratan de justificar y de razonar "teóricamente" la opresión nacional-colonial de los pueblos.

Todo el régimen capitalista, y en particular el del capitalismo monopolista o imperialismo, se basa en la desigualdad nacional y en la opresión de los pueblos. La ideología burguesa imperante en la sociedad capitalista se halla empapada de ideas de exclusivismo racial y nacional. Los sociólogos racistas de la burguesía reaccionaria Liapush, Gobineau, Letourneau, H. S. Chamberlain, Ammon, Woltmann, Gumplowicz y otros, en la segunda mitad del siglo XIX, y todo el tropel de sus continuadores contemporáneos en los EE.UU., Inglaterra, Alemania, Francia y el Japón, aspiraban y siguen aspirando a demostrar que los pueblos del mundo se dividen en razas "superiores" e "inferiores". Según los partidarios del racismo, la clave para la comprensión de las vicisitudes históricas de los pueblos hay que buscarla en las características "raciales" de los pueblos y las naciones.

¿A qué se debe el que muchos pueblos de Asia y África se hallen a un nivel de desarrollo técnico—económico inferior al de los pueblos de Europa y Norteamérica? Según los racistas, a las condiciones raciales de unos y otros pueblos. Unos pueblos son, según ellos, por factores de raza, incapaces de alcanzar un desarrollo económico, político y cultural independiente, lo que vale tanto como decir que la propia naturaleza los condena a la situación de esclavos coloniales. En cambio, otros están llamados a dominar, gracias a las cualidades de raza que, según los racistas, les son inherentes. Los fascistas alemanes sostenían que Alemania, es decir, la burguesía alemana, estaba destinada por obra de la naturaleza a ser la dueña y señora del mundo entero. Los racistas anglo-sajones (de los Estados Unidos e Inglaterra), por su parte, entienden que es la burguesía de las naciones de habla inglesa la llamada a dominar sobre todos los pueblos.

La fuerza motriz de la historia, según los racistas, no es la lucha de clases, sino la "lucha de razas". La ley perenne de la humanidad, según estas teorías, es la "lucha por la existencia" de unas razas contra otras, una guerra a muerte entre ellas.

Hace ya mucho tiempo que el marxismo—leninismo ha echado por tierra estos desvaríos de los sociólogos burgueses reaccionarios. La historia demuestra que pueblos (como, por ejemplo, los de China y la India) clasificados por los racistas entre las razas "inferiores" supieron crear culturas muy avanzadas cuando todavía los antecesores de los ingleses, norteamericanos, alemanes, franceses y japoneses no habían salido del estado de barbarie.

El atraso actual de los pueblos coloniales no se debe a causas biológicas, a la "inferioridad racial" inventada por los imperialistas, sino a la opresión del imperialismo y a la dominación de las relaciones feudales y capitalistas. Habiéndose liberado del yugo de los señores feudales y de los imperialistas extranjeros e instaurado su República popular, el gran pueblo chino ha comenzado a desarrollar con ritmo acelerado una economía y una cultura avanzadas. El pueblo chino muestra al mundo, actualmente, portentos de capacidad histórica creadora de nuevas formas de vida social. Y ahí tenemos también el caso de toda una serie de pueblos de Rusia, como los yakutes, los buriatos, los kasajos, los bahkires, los tadchikes y las pequeñas nacionalidades del norte, que, bajo el régimen zarista, no sólo vivían oprimidos, sino que se hallaban condenados a desaparecer. Pues bien, bajo las condiciones del socialismo, estos pueblos conocen un florecimiento nunca visto en la historia. Todo lo cual viene a echar por tierra irremediablemente las reaccionarias teorías del racismo.

Las teorías del exclusivismo racial y nacional son anticientíficas y archirreaccionarias. Están tomadas del arsenal de los ideólogos de la sociedad esclavista antigua y no persiguen otro fin que el de justificar la opresión de clase en el seno de los países capitalistas, la política imperialista de los anexionistas guerreros y la opresión nacional-colonial, lo mismo que en la sociedad esclavista servían para justificar la esclavitud.

Una teoría muy extendida entre la burguesía es la del reaccionario neomaltusianismo. El fundador de esta teoría fué un cura y economista reaccionario inglés llamado Malthus. Según él, la fuente del paro forzoso y de la miseria de las masas reside, no en el régimen social del capitalismo, sino en el acelerado crecimiento de la población. Malthus proclamó la "ley" según la cual la población crece en progresión geométrica, al paso que los medios de subsistencia aumentan solamente en progresión aritmética. "Ley" inventada por él para justificar la existencia del capitalismo y que trataba de hacer pasar por una ley natural.

Marx, en El Capital, sometió a una crítica demoledora la ignominiosa teoría maltusiana, demostrando, en primer lugar, que no existe tal ley biológica de crecimiento de la población y, en segundo lugar, que las fuerzas productivas y la producción de medios de sustento aumentan más rápidamente que la población, dejando muy atrás al ritmo de desarrollo de ésta; lo que ocurre es que, en virtud del carácter antagónico del régimen capitalista de producción, las riquezas producidas se las apropian quienes no producen, quienes no trabajan, mientras que quienes trabajan y producen todos los bienes de la vida se hallan condenados a la miseria y al hambre.

La teoría maltusiana, pulverizada por Marx, es elevada de nuevo sobre el pavés, actualmente, por los economistas y sociólogos reaccionarios, con el fin de justificar las contradicciones y las lacras del capitalismo. Los neomaltusianos de los Estados Unidos, como Pendell, Cook y otros, tratan de demostrar la necesidad de reducir de un modo tajante la población de todo el planeta. Los neomaltusianos norteamericanos predicen que hay que lanzarse a la "reducción", es decir, al exterminio de la población de los países de Asia y África, y también de los de Europa.

Los neomaltusianos ingleses Bertrand Russell y otros, al igual que sus cofrades norteamericanos, ven la fuente de la crisis del capitalismo, del paro forzoso y la miseria de las masas, en el "excesivo" crecimiento de la población. Russell (en su libro titulado Nuevas esperanzas para un mundo que cambia) señala la "amenaza" que representa, según él, el crecimiento de la población de la U.R.S.S., de los países de democracia popular y de los países de Asia en general, y preconiza la guerra de exterminio contra estos países y los mé todos coactivos de reducción de la población, de la natalidad.

El neomaltusianismo no descansa sobre el menor fundamento científico. Esta teoría, absurda del principio al fin, se da la mano con el racismo y sirve, en manos de la burguesía, para fines imperialistas, para justificar la guerra atómica y bacteriológica. Teorías como ésta atestiguan la total bancarrota política y moral de la burguesía. Los neomaltusianos, al clamar por el exterminio de los pueblos de las colonias y de otros países, se encargan de poner al desnudo el fondo salvajemente imperialista de su ideología.

La mejor refutación de la teoría neomaltusiana la tenemos en el hecho de que el crecimiento anual de la población de la U.R.S.S. exceda de tres millones, sin que ello conduzca, en el país del socialismo, al paro forzoso, a la miseria, a las guerras ni a los otros males característicos del capitalismo.

La fuente de la miseria de los trabajadores no está en el crecimiento de la población, sino en el propio régimen capitalista. La burguesía y sus ideólogos tratan de eximir al capitalismo de toda responsabilidad por el paro forzoso, la miseria de las masas y las guerras, atribuyendo estos hechos a supuestas "leyes" naturales. Y no menos falaz, infundada y anticientífica es la tercera de las teorías naturalistas preconizadas por el idealismo: la llamada tendencia geográfica de la sociología.

En la época del imperialismo, la teoría geográfica del desarrollo de la sociedad es sostenida por los políticos, los ideólogos y los círculos gobernantes de los países capitalistas. En la Alemania hitleriana, esta seudociencia fué elevada, bajo el nombre de "geopolítica", al rango de teoría del Estado y puesta al servicio de la política imperialista y de anexión del fascismo. El geopolítico Haushofer y otros intentaron justificar "científicamente" los desvaríos anexionistas imperialistas, los insensatos planes de "dominación mundial" y la guerra desencadenada por los hitlerianos bajo la consigna del "espacio vital" para la raza "superior" de los alemanes, y una propaganda parecida sostenían los imperialistas japoneses, tratando de justificar su política de anexiones en Asia y en la cuenca del Océano Pacífico.

Algunos ideólogos del imperialismo norteamericano tratan, actualmente, de "fundamentar" las absurdas pretensiones de dominación mundial de los círculos gobernantes de los Estados Unidos con argumentos racistas y geográficos.

Los geopolíticos norteamericanos se empeñan en rehacer el mapa del mundo. Sostienen que las fronteras de los Estados Unidos y sus intereses vitales se hallan en el Elba, en Turquía, en el Irán, en Taiwán, en Pakistán y en el Japón.

A los fines de justificación de la política imperialista sirve también esa tendencia idealista de la sociología burguesa que ve el factor fundamental y decisivo del desarrollo de la sociedad y de la política en la técnica y en la violencia imperialista basada en ella. Es la tendencia a que a veces se da el nombre de "sociología atómica". La "sociología atómica", lo mismo que el neomaltusianismo y la geopolítica, tienen partidarios entre los influyentes círculos imperialistas de los Estados Unidos e Inglaterra. La conversión en fetiche de la técnica en general, y en particular de la técnica de guerra y de la bomba atómica y de la fuerza armada basada en ellas, relegando a segundo plano el factor determinante del régimen económico y el papel decisivo de las masas populares en la historia, es el rasgo característico de esta reaccionaria teoría sociológica burguesa.

La técnica ejerce, sin duda, una influencia inmensa en la vida social, pero solamente en relación con los hombres. La técnica sin los hombres, sin las masas trabajadoras, es un factor muerto. Por muy destructora que sea la fuerza de la bomba atómica, no hay que perder de vista, en primer lugar, que ya los Estados Unidos no tienen el monopolio de ella y, en segundo lugar, que los pueblos son más fuertes que todas las bombas atómicas.

Siguen extendiéndose todavía hoy entre los sociólogos e historiadores burgueses las tendencias idealistas subjetivas de la psicología, el voluntarismo, etc., tendencias que niegan todas las leyes objetivas del desarrollo económico de la sociedad, tratando de reducir la historia de ésta a los actos de las grandes personalidades, de los magnates del capital, etc. Tal es la esencia de las ideas sociológicas del positivismo, del pragmatismo, de la semántica, del personalismo y de toda otra serie de tendencias de la filosofía burguesa. Estas escuelas sociológicas buscan la causa fundamental del desarrollo de la sociedad en la actividad de los hombres eminentes, de los gobernantes y los generales, en el "libre arbitrio" o en tales o cuales ideas y principios políticos, en la mentalidad de los hombres, y no pocas veces se inclinan directamente a la superstición religiosa, buscando la explicación de los fenómenos sociales en la voluntad divina.

Rasgo característico de toda la sociología burguesa de nuestro tiempo es el extremo eclecticismo, la contradicción interna. Pese a la abundancia de tendencias de la sociología burguesa, todas ellas tienen como exponente común el idealismo en la explicación de la historia de la sociedad, la negación de las leyes reales, objetivas, de su desarrollo, el empeño por reducir estos fenómenos a la conciencia, a la política y a la voluntad de los gobiernos, a los personajes políticos, como si aquí se encerrara la fuerza fundamental y determinante de la historia, de la vida social. Aunque muchas tendencias de la sociología burguesa (el racismo, la geopolítica, el neomaltusianismo, la teoría de la educación y de la técnica como la fuerza fundamental del desarrollo histórico, etc.) se disfrazan bajo un ropaje naturalista para presentarse de un modo más plausible ante la ciencia, no debe olvidarse que se trata de diversas modalidades del idealismo. El idealismo, batido y desalojado de sus posiciones por el marxismo, intenta levantar cabeza bajo nuevas formas, pero su esencia sigue siendo la misma; las diversas modalidades de la sociología burguesa distan tanto de la ciencia como el cielo de la tierra.

El extremado reaccionarismo, el eclecticismo, la carencia de principios y el odio son los rasgos característicos de los sociólogos burgueses contemporáneos y de la sociología burguesa en general. Los sociólogos burgueses no se proponen descubrir la acción real de las leyes y las fuerzas motrices del desarrollo social, sino negar la posibilidad de llegar a comprender la acción de las leyes sociales y la existencia misma de estas leyes.

Uno de los más prestigiosos historiadores ingleses, Trevelyan, se lamenta de que la vida humana sea insuficiente para llegar a comprender todos los hechos relacionados con la historia de la sociedad. Mientras no estemos en condiciones de conocer todos los hechos, la historia, dice, no podrá ser considerada como una ciencia. Es el mismo pensamiento que expresa otro "venerable" historiador inglés, Toynbee. Se expresa aquí la impotencia de los historiadores idealistas, embrollados entre los incontables hechos históricos, y el miedo a situarse ante la tarea de encontrar el nexo interno en que los acontecimientos se hallan engarzados. Los ideólogos de la burguesía actual sienten aversión a las leyes objetivas, sencillamente porque éstas anuncian a su clase el hundimiento inevitable que la aguarda.

Este mismo miedo empapa todo el libro, más arriba citado, del agnóstico y neokantiano inglés, enemigo del marxismo, Carl Federn, La concepción materialista de la historia (1939). "Si pudiésemos abarcar todos los hechos existentes y llegar a comprender todos los nexos causales en el presente y en el pasado —lo cual requeriría la razón divina—, estaríamos en condiciones de explicar todos los acontecimientos del pasado y de prever el futuro. Pero nuestro intelecto se halla demasiado poco desarrollado para ello; sólo podemos abarcar con la mente un número limitado de hechos y no alcanzamos a explicarnos ni siquiera lo que ha sucedido". Federn considera como simples ficciones, como vacuas palabras, conceptos científicos como los de "feudalismo", "capitalismo", "socialismo", "revolución", "leyes históricas", etc., y reduce la misión de la sociologíaa una descripción escueta de hechos, cayendo con ello en el más trivial subjetivismo.

Los mismos puntos de vista del subjetivismo son compartidos por gran parte de los sociólogos norteamericanos: John Dewey, E. Ross, E. Bó gardus, H. Bekker: por no citar a más, pertenecen todos a la llamada escuela semántica, encabezada por Chase y otros.

La desintegración de la sociología y la historiografía burguesas ha llegado al punto de que los más celosos defensores del idealismo subjetivo (B. Croce, R. Aron, R. Collingweod, Ch. Bird y otros) nieguen, no ya la objetividad de las leyes de la historia, sino incluso la objetividad del proceso histórico mismo y de los hechos históricos. Al negar la objetividad del pasado histórico, afirman que el proceso histórico lo crea la conciencia del historiador, que todos los hechos de la historia son fruto del "pensamiento histórico".

La tendencia reaccionaria y el subjetivismo de la sociología burguesa contemporánea se manifiestan en la negación del sentido progresivo, de los avances del proceso histórico. Los sociólogos e historiadores burgueses reaccionarios niegan que el progreso sea una ley del desarrollo de la sociedad. Reflejan con ello el miedo de la burguesía reaccionaria a la inevitable sustitución del capitalismo por un régimen social más alto, el socialismo.

La sociología burguesa trata de ocultar a las masas populares las lacras y las contradicciones del capitalismo. Para los sociólogos burgueses, la fuente de la crisis y la precariedad del capitalismo debe buscarse, no en el régimen capitalista de producción, sino en el desarrollo de la técnica, en la difusión del marxismo, en el crecimiento de la población, en la pérdida de "los valores espirituales de vigencia general", como los llama el sociólogo norteamericano Endgel.

La decadencia y degeneración de la sociología burguesa las revelan los propios títulos de muchas de sus obras. He aquí, por ejemplo, los de algunos libros de filosofía publicados últimamente en los Estados Unidos: Los Mesías y su misión civilizadora, por W. Watlis; La Iglesia y el progreso social, por M. Bowen; La Providencia y la Historia, por W. P. Kasserly, y por ahí adelante.

La sociología burguesa ha sido derrotada en toda la línea y se halla en total bancarrota, como una seudociencia reaccionaria de los pies a la cabeza. Bancarrota que se ven obligados a reconocer hasta sus propios corifeos. Poco antes de morir, escribía J. Dewey, en su libro Los problemas del hombre: "Hace unos quince años, digamos, ni las gentes más sagaces habrían podido prever el curso de los acontecimientos. Los hombres de una amplia concepción del mundo que acariciaban alguna esperanza han podido convencerse de que la marcha real de las cosas se desarrolla en dirección contraria".

No; a los ideólogos de la burguesía no les es dado prever la marcha de los acontecimientos. Ya lo decía el gran Lenin: "... No es posible calcular de un modo certero, cuando se marcha hacia la catástrofe".[17]

Ya en 1914, desenmascarando las concepciones positivistas de P. Struve, y sus ataques contra el marxismo, Lenin había descubierto genialmente los rasgos fundamentales de la bancarrota y el marasmo de la sociología burguesa: la desesperación en cuanto a la posibilidad de comprender el presente, la renuncia a la ciencia y a toda generalización, el empeño de eludir las leyes del desarrollo histórico, de descartar las leyes de la ciencia y suplantarlas por las leyes de la religión, la escolástica muerta y moribunda del escepticismo burgués en boga: todo ello es el fruto del miedo de la burguesía al hundimiento inevitable del capitalismo y de su obstinación en demostrar la imposibilidad del socialismo.[18]

Los ideólogos de la burguesía se empeñan en presentar la creciente crisis de todo el sistema del capitalismo y los incontenibles avances del movimiento comunista como "el ocaso de Europa", "el ocaso de la cultura". Los sociólogos burgueses tratan de mostrar el hundimiento del régimen capitalista agonizante como el hundimiento de toda cultura, y hablan de las "sombras del crepúsculo", del "derrumbamiento de las esperanzas". Incapaces de comprender y de explicar lo que ante sus ojos está sucediendo, recurren cada vez más a las analogías con el pasado. Se alzan ante su mirada las sombras y los fantasmas de la caída de la antigua Roma. El teórico del partido laborista inglés Harold Laski, en su libro La fe, la razón y la civilización (1944), copiando una idea del reaccionario Spengler, escribía que el mundo actual se estremece hasta en sus más profundos fundamentos: "Nuestros valores se hunden, casi lo mismo que en el ocaso del imperio romano. Las conquistas científicas, el progreso material, el inmenso ensanchamiento del horizonte, en relación con el desarrollo de nuestros conocimientos: todo ello en su conjunto no evoca ya en nosotros el sentimiento de confianza en el futuro".

Los servidores de la burguesía, Laski y otros como él, tratan de desviar a las masas trabajadoras del camino de la solución revolucionaria de los problemas históricos ya maduros para ser resueltos. Su mira, como la de toda la sociología burguesa, no es otra que salvar al capitalismo de su hundimiento, desorientar a las masas trabajadoras, apartarlas de la lucha revolucionaria contra el capitalismo agonizante.

Por oposición a la sociología burguesa, el materialismo histórico suministra el conocimiento de las leyes que rigen el desarrollo de la sociedad y señala a las masas trabajadoras el único camino certero, revolucionario, para resolver los problemas históricos que aguardan su solución. De todas las teorías sociológicas, sólo el materialismo histórico ha afrontado victoriosamente la prueba de la realidad, ha sido contrastado por la experiencia histórica universal. El curso de la historia, en los cien años largos que lleva de existencia el marxismo, ha venido a confirmar plenamente la veracidad de esta doctrina. La aplicación de este método a la investigación de los nuevos hechos, de los nuevos fenómenos sociales de la época contemporánea y a la dirección de la lucha revolucionaria de los trabajadores, se ha visto coronada por los más brillantes éxitos.

El triunfo del socialismo en la U.R.S.S., el ahondamiento y la agudización de la crisis general del capitalismo, la bancarrota de la ideología burguesa, los avances del movimiento de liberación de las masas oprimidas y explotadas, el constante crecimiento del número de militantes de los partidos marxistas y el fortalecimiento incesante de la influencia de la ideología marxista sobre las masas populares, la victoria de la democracia popular en una serie de países de Europa y Asia: todo ha venido a confirmar palmariamente los geniales pronósticos de los fundadores del marxismo-leninismo, pronósticos basados en las leyes formuladas por el materialismo histórico.

RESUMEN

El materialismo histórico es la ciencia de la sociedad, de las leyes generales de su desarrollo, la única teoría y el único método exactos de concepción de los fenómenos sociales y de dirección de la práctica revolucionaria. La creación del materialismo histórico por Marx y Engels vino a revolucionar la concepción de la historia, convirtiendo en una ciencia el estudio de la sociedad. El desarrollo de la sociedad con arreglo a leyes puede ahora ser plenamente comprendido y utilizado en interés de la propia sociedad. Por oposición al idealismo, que niega las leyes del desarrollo social, el materialismo histórico pone de manifiesto las leyes objetivas a que se ajusta el desarrollo de la sociedad.

Gracias al materialismo histórico, que sirve de fundamento histórico-científico al marxismo, la teoría del socialismo se ha convertido de una utopía en una ciencia. El Partido comunista, para la elaboración de su programa, de su estrategia y su táctica, para toda su acción, se basa en las leyes objetivas que rigen el desarrollo de la sociedad.

El materialismo histórico es una teoría creadora, que se desarrolla a base de sintetizar toda la experiencia social. El nexo indisoluble entre la teoría y la práctica es la fuente de que manan la veracidad, la fuerza y la invencibilidad del materialismo histórico.

Las condiciones de vida material de la sociedad

La vida material de la sociedad, el ser social, es lo primario, y la vida espiritual de la sociedad lo secundario, lo derivado. La vida ma- terial de la sociedad es la realidad objetiva: existe independientemente de la conciencia y la voluntad de los hombres. La vida espiritual de la socie- dad es el reflejo de esta realidad objetiva, el reflejo del ser.

La fuente de que emana la vida espiritual de la sociedad, la fuente de origen de las ideas y las teorías sociales, las concepciones políticas, jurí- dicas, religiosas, artísticas y filosóficas, y de las instituciones correspon- dientes, no se halla en la conciencia de los hombres, en las ideas, teorías, concepciones e instituciones, sino en el ser social, en las condiciones de la vida material de la sociedad.

Ahora bien, ¿cuáles son las condiciones de vida material de la socie- dad, que en última instancia determinan las ideas sociales, las instituciones políticas y de otra clase de la sociedad?

El medio geográfico

Entre “las condiciones de vida material de la sociedad” figura, ante todo, la naturaleza que rodea a la sociedad, el medio geográfico. El me- dio geográfico constituye una de las condiciones necesarias y permanentes de la vida material de la sociedad, que, indudablemente, influye sobre el desarrollo de ésta. El trabajo, según la definición de Marx, es “un pro- ceso que se opera entre el hombre y la naturaleza”. El medio geográfico que circunda la sociedad forma la base natural del proceso de producción de los bienes materiales.

El medio geográfico, sobre todo en las tempranas fases del desarrollo social, imprime su sello a los modos y las ramas de producción. Es obvio que, por ejemplo, no podía surgir la ganadería allí donde no exis- tían animales aptos para ser domesticados. La existencia en una deter- minada región de yacimientos minerales hace posible la creación de las correspondientes ramas de la industria extractiva. Claro está que, para que esta posibilidad llegara a convertirse en realidad, tenían que darse, además de las condiciones naturales, las condiciones sociales congruentes, tenía que darse un determinado nivel de desarrollo de las fuerzas pro- ductivas.

Las condiciones externas, naturales, de vida de la sociedad se dividen en las dos siguientes clases, con arreglo a la función que desempeñan en la vida material de la sociedad, a lo largo de las diversas fases de su desarrollo:

1) la riqueza natural de medios. de producción: la fertilidad natural del suelo, la abundancia de peces en las aguas, de caza en los bosques, etc.; 2) la riqueza natural de fuentes de medios de trabajo: saltos de agua;

ríos navegables, madera, metales, carbón de hulla, petróleo, etc.

En las fases inferiores de desarrollo de la sociedad predomina la impor- tancia de la primera clase de riquezas naturales para la vida material de la sociedad; en las fases superiores, la segunda.

En la sociedad primitiva, con sus medios rudimentarios de trabajo, los saltos de agua, los rios navegables, los yacimientos de hulla, de pe- tróleo, de manganeso o de cromo, no tenían una importancia vital, no influían en la producción material. Pero, en la fase actual de desarrollo de la sociedad, estas riquezas naturales han adquirido una importancia considerable y ejercen una influencia extraordinaria sobre la producción de los bienes materiales. La energía hidráulica del Dniéper, del Volga, del Angara, existieron durante miles y miles de años, sin que hasta la fase actual llegaran a convertirse en una base natural grandiosa para el des- arrollo de las fuerzas productivas. No cabe duda de que las condiciones geográficas favorables aceleran el desarrollo de la sociedad, mientras que las condiciones desfavorables lo entorpecen,

Ahora bien, ¿cuáles son las condiciones geográficas más favorables para el desarrollo de la sociedad? A primera vista, podría parecer que son las que se dan en los climas tropicales, donde es más generosa la naturaleza que rodea al hombre, donde éste puede obtener con menor in- versión de trabajo los medios de sustento que necesita. Pero ya decía Marx que una naturaleza excesivamente pródiga de sus bienes lleva al hombre de la mano, como a niño en andaderas. No le acucia a desarro- llarse bajo la presión de una necesidad natural,

La historia de la sociedad humana demuestra que el medio geográfico más favorable para el desarrollo social es aquel que se distingue por su mayor variedad. “La base natural de la división social del trabajo, que mediante los cambios de las condiciones naturales en que vive sirve al hombre de acicate de sus propias necesidades, capacidades, medios y modos de trabajo, no es la fertilidad absoluta del suelo, sino su diferenciación, la variedad de sus productos naturales”?

El medio geográfico no influye en el desarrollo de la sociedad sola- mente por medio de las posibilidades naturales más o menos favorables para el desarrollo de la producción social. Las condiciones geográficas, por ejemplo las cadenas montañosas que separan unas de otras las regio- nes del país, el contorno insular de éste, etc., pueden entorpecer o faci- litar.las comunicaciones entre los diversos pueblos, hacerlos más o menos asequibles para las agresiones guerreras desde el exterior, lo que, en fin de cuentas, influye en su desarrollo.

¿Quiere esto decir que las condiciones naturales, el medio geográfico sean el factor. determinante del que dependen en último resultado el des- arrollo de la sociedad, su estructura y la fisonomía de ésta?

Los partidarios de la tendencia geográfica en sociología y en historio- grafía sostienen erróneamente que es el medio geográfico (el clima, el suelo, el relieve de un país, el carácter de su fauna y su flora) lo que, directamente o a través de la alimentación o del género de ocupaciones, in- fluye en la fisiología y en la psicología de los hombres, lo que determina sus inclinaciones, su temperamento, su tenacidad, su resistencia, y lo que, por medio de estos rasgos del carácter, decide todo el régimen de la sociedad.

Un pensador de la Ilustración francesa del siglo xv111, Montesquieu, sostenía que las costumbres y las creencias religiosas de los hombres y el régimen social y político de los pueblos se determinan, fundamentalmente, por las condiciones del clima. En su obra titulada El espiritu de las leyes, escribía Montesquieu: “El calor excesivo mina las energías y abate el áni- mo... , los climas fríos infunden al cuerpo y al espiritu del hombre cierto vigor, que lo hace capaz de actos tenaces, difíciles, grandes y arriesgados”. “En los países del norte, el organismo es sano, reciamente constituído, pero desmañado y torpe, y se complace en cualquier género de actividad”. “En los pueblos de estos países, escasean los vicios y abundan las virtudes, la sinceridad y la rectitud”. “La pusilanimidad de los pueblos de los climas cálidos los ha conducido casi siempre a la esclavitud, al paso que la va- lentía de los pueblos de climas fríos los ha mantenido en el disfrute de su libertad”. Tales eran los juicios históricos de Montesquieu.

Pero ¿cómo explicarse, entonces, que en las mismas condiciones cli- máticas, en el mismo país, exista en épocas distintas un régimen social y político diferente? El clima de Italia apenas cambió desde el tiempo de los Gracos al de Bruto o al de Julio César, y, sin embargo, de una época a otra se produjeron en Roma y en Italia complejos cambios económicos y políticos. Montesquieu, dándose cuenta de que el clima no podía explicar fenómenos como éstos, se armaba un embrollo y recurría a la concepción idealista usual en su tiempo: los cambios políticos y otros cambios sociales hay que explicarlos, decía, por la influencia de la legislación, de la “libre actividad” del legislador.

El sociólogo inglés Buckle, en su libro Historia de la civilización en Inglaterra, a diferencia de Montesquieu, entendía que no era solamente el clima, sino, en particular, el suelo, la alimentación y el medio geográ- fico (la naturaleza circundante en general), lo que influía de un modo determinante en el carácter de los pueblos, en su psicología, en su modo de concebir el mundo y en su régimen social y político. Según él, la temible y grandiosa naturaleza de los países del trópico, con sus frecuentes terre- motos y erupciones volcánicas, con sus tormentas y sus lluvias torrencia- les, influye sobre la imaginación de los hombres y se manifiesta en la po- derosa influencia de los brujos (los sacerdotes) sobre la vida de la socie- dad. En cambio, la naturaleza de países como Grecia, Inglaterra, etc., contribuye, en opinión de Buckle, al desarrollo del pensamiento lógico y de la conciencia científica. Este autor atribuye la considerable influencia del clero y la difusión de las ideas supersticiosas en España e Italia a los movimientos sísmicos y a las erupciones: volcánicas.

Sin embargo, en Italia y bajo esas condiciones naturales de que se nos habla vivió en la antigiiedad el materialista Lucrecio y vivieron en la época del Renacimiento el genial Leonardo de Vinci, el ingenioso escritor anticlerical Boccaccio y el valeroso luchador en pro de la ciencia v en contra del oscurantismo católico Giordano Bruno, por no citar a otros. Inglaterra, que dió al mundo una pléyade de pensadores materialistas, tales como Bacon, Hobbes, Toland, Faraday y Darwin, se ve convertida hoy en refugio de oscurantismo y superstición, en hogar de las corriente filosóficas más desaforadamente idealistas. En la misma China donde un día imperó la ideología feudal que predicaba a las masas la sumisión y la resignación, ha triunfado hoy la ideología revolucionaria del marxismo- leninismo. ¿Cómo explicar, pues, las diferencias de ideas, de concepcio- nes del mundo, entre gentes que viven bajo las mismas condiciones geo- gráficas? Es evidente que desde el punto de vista de la tendencia geográ- fica de la sociología no sería posible encontrar una respuesta a esta pregunta.

Como tampoco sería posible explicar, con arreglo a esta tendencia, por qué en un mismo país y en una misma época existen clases contra- puestas, con diferente psicología y con ideales y modos de concebir el mundo antagónicos, Solamente el materialismo histórico da una respuesta científica a todas estas preguntas. |

El medio geográfico es una de las condiciones necesarias y permanen- tes de la vida material de la sociedad, pero sólo es relativamente perma- vente e invariable; sus cambios naturales se producen dentro de límites muy amplios, a lo largo de decenas de miles y millones de años, al paso que los cambios radicales del régimen social se llevan a cabo con un ritmo mucho más rápido, en el transcurso de miles o hasta de cientos de años. Por eso un factor relativamente invariable como el del medio geo- gráfico no puede ser considerado como causa determinante de los cambios y el desarrollo de la sociedad.

“En el transcurso de tres mil años, Europa —escribe J. V. Stalin— vió desaparecer tres regímenes sociales: el del comunismo primitivo, el de la esclavitud y el régimen feudal, y en la parte oriental de Europa, en la U.R.S.S,, fenecieron cuatro. Pues bien, durante este tiempo las con- diciones geográficas de Europa no sufrieron ningún cambio, y si sufrieron alguno, fué tan leve, que la geografía no cree que merece la pena regis- trarlo. Y se comprende que sea así. Para que el medio geográfico experi- mente cambios de cierta importancia, hacen falta millones de años, mien- tras que en unos cientos o en un par de miles de años pueden operarse incluso cambios de la mayor importancia en el régimen social.

De aquí se desprende que el medio geográfico no puede ser la causa fundamental, el factor determinante del desarrollo social, pues ¿cómo lo que permanece casi invariable a través de decenas de miles de años va a poder ser la causa fundamental a que obedezca el desarrollo de lo que en espacio de unos cuantos cientos de años experimenta cambios ra- dicales ?”?

Y es que los partidarios de la tendencia geográfica en sociología consi- deran la sociedad humana como algo pasivo, simplemente sujeto a la acción del medio geográfico. Esta concepción acerca de las mutuas relaciones entre la naturaleza y la sociedad es radicalmente falsa: las relaciones entre la sociedad y la naturaleza cambian históricamente con el desarrollo de las fuerzas productivas sociales.

A diferencia de los animales, el hombre social no sólo se adapta a la naturaleza, al medio geográfico, sino que, a través de la producción, adapta la naturaleza a sí mismo, a sus necesidades, obliga a las fuerzas naturales a servir a sus fines.

Al desarrollar la producción social, los hombres alteran la fertilidad natural del suelo, unen por medio de canales los ríos, mares y océanos, llevan de un continente a otro las especies vegetales y animales, cam- bian la fauna y la flora del planeta. La humanidad pasa del empleo de un tipo de energía a otro, somete a su poder nuevas fuerzas naturales. De la utilización de la energía motriz animal, la sociedad pasó a la fuerza motriz del viento, del agua, del vapor, de la electricidad. Y, hoy, la huma- nidad se halla en vísperas de una nueva y la más grandiosa de las revo- luciones técnicas: el empleo de la energía atómica para los fines de la producción.

Con el desarrollo de las fuerzas productivas, de los medios de comu- nicación y la división social del trabajo, con la aparición del mercado mundial, se han desplazado las fronteras del medio geográfico de estos o los otros pueblos, se ha atenuado la dependencia directa de la industria de unos u otros países con respecto a las fuentes locales de materias pri- mas, ha surgido la necesidad de importar primeras materias. Así, por ejemplo, la industria algodonera dé Inglaterra se desarrolló gracias al algodón importado de la India y Egipto; el mineral de hierro de España y Malasia se funde en los altos hornos ingleses. El petróleo de Indonesia, el Irak y el Irán se elabora y refina muy lejos de las fronteras de estos países por los imperialistas de los EE. UU., Inglaterra y Holanda.

El progreso técnico, al crear la posibilidad de producir caucho sin- tético, materiales plásticos y bencina a base del carbón de hulla, ha per- mitido ensanchar las fuentes de materias primas y reducir la anterior dependencia de la producción con respecto a condiciones naturales como la existencia de yacimientos petrolíferos, de plantas naturales de cau- cho, etc.

Las proporciones y el carácter de la acción de la sociedad sobre el medio geográfico cambian con arreglo al grado de desarrollo de las fuer- zas productivas y con arreglo al grado de desarrollo de la sociedad y al cafácter del régimen económico. La época del capitalismo representó un eigantesco paso de avance en el desarrollo de las fuerzas productivas, en la sumisión de las fuerzas elementales de la naturaleza a la sociedad. Pero la meta y la fuerza motriz de la producción capitalista es la acu- mulación de capital, el hambre de ganancias. El capitalismo lleva con- sigo, por tanto, una actitud rapaz ante las riquezas naturales, lo que conduce a la transformación de territorios un día florecientes en campos desolados y estériles.

“. Todos los progresos realizados por la agricultura capitalista —escri- bía Marx— no son solamente progresos en el arte de esquilmar al trabaja- dor, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fecundidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes pe- rennes que alimentan esta fecundidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya un país, como ocurre por ejemplo con los Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como hase de su


desarrollo.* Esta actitud rapaz de los capitalistas ante las riquezas naturales, la codicia que les lleva a extraer las mayores ganancias posibles ahora mismo

o en el plazo más corto, sin pararse a pensar en lo que ello pueda perju- dicar a la fertilidad del suelo en el futuro, ha conducido a terribles resul. tados en los Estados Unidos y en otros paises capitalistas. Según los datos del sabio norteamericano Bennett, la erosión y la aeración de la super- ficie labrantía han sustraído casi totalmente al cultivo, en aquel país, 282 millones de acres de tierras.

Solamente acabando con el capitalismo e implantando el socialismo será posible sustituir el rapaz despilfarro de las riquezas naturales por su aprovechamiento racional y planificado al servicio de las necesidades de los trabajadores.

Bajo el régimen del socialismo, se lleva a cabo el cambio racional del medio geográfico en interés de la sociedad: la transformación planificada del mundo vegetal y animal, del clima, de la fertilidad del suelo y hasta del curso de los rios y del relieve del suelo. Los hombres, a quienes el socialismo convierte en dueños y señores de sus relaciones sociales, pueden gobernar las poderosas fuerzas de la naturaleza. El florecimiento eco- nómico, político y cultural de las dieciséis repúblicas socialistas soviéticas agrupadas en la U. R. $, $. y situadas en las más diversas condiciones geo- gráficas, es la confirmación práctica palmaria de cuán absurdas y anti- científicas son das teorías burguesas reaccionarias que pretenden explicar la estructura y el desarrollo de la sociedad con arreglo a las condiciones del medio geográfico. |

No cabe duda de que la diversidad y la abundancia de riguezas natu- rales de la U. R. S. S. ha ejercido y ejerce una favorable influencia sobre el desarrollo de sus fuerzas productivas. Una de las condiciones para la rápida transformación de la U. R. S. S. de un país agrario en un país industrial ha sido la existencia en su seno de abundantes riquezas natu- rales: mineral de hierro, carbón, petróleo, etc. Sería falso, sin embargo, querer explicar el rápido ritmo de desarrollo de las fuerzas productivas de la U. R. S. S. solamente (o fundamentalmente) por las condiciones naturales favorables del país. Las mismas riquezas naturales existían en la vieja Rusia, antes de la revolución. Pero, no sólo no eran explotadas, sino que ni siquiera se conocían, ni siquiera se habían explorado. La exploración cientifica planificada y en gran escala del subsuclo del in- menso territorio de la U. R. $. S. se ha llevado a cabo por vez primera bajo las condiciones del régimen soviético. Solamente en la época sovié- tica han llegado a conocer los pueblos de la U. R. $. S, qué inagotables tesoros guarda la entraña de la tierra poblada por ellos. De por sí, las riquezas naturales de Rusia encerraban tan sólo la posibilidad para un rápido desarrollo económico. Pero, en las condiciones de la Rusia zarista, bajo el régimen de los terratenientes y capitalistas, esta posibilidad no podía llegar a convertirse en realidad. Para esto, fué necesario que se im- pusieran las condiciones del régimen socialista soviético.

La prensa y los libros burgueses siguen propagando ampliamente la tendencia geográfica de la sociología y la historiografía, a pesar de que hace ya mucho tiempo que esta teoría ha sido refutada por la ciencia y la experiencia. Los ideólogos de la burguesía reaccionaria, en la época del imperialismo, se valen de estas tendencias sociológicas e historio- gráficas para tratar de justificar la política anexionista del imperialismo.

Los partidarios de estas reaccionarias teorías geográficas intentan ex- plicar el atraso económico y cultural de una serie de países del Oriente asiático, de Africa y Sudamérica, por las características de su medio geográfico. Pero esto es una falacia. La verdadera causa del atraso y la miseria de la población de Turquía, el Pakistán, la India, Indonesia, Po- linesia, el Irán, Egipto, Túnez, Argelia y otros países no es otra que el yugo colonial y semicolonial, el despojo de estos países por los imperia- listas ingleses, norteamericanos y de otras nacionalidades.

“Dos circustancias —escribe Palme Dutt— caracterizan la actual si- tuación de la india. La primera es la riqueza del país, sus riquezas natu- rales, la abundancia de sus recursos, las posibilidades potenciales para asegurar plenamente la existencia de su actual población y aun de una población mayor que la actual. La segunda es la miseria de la India, la miseria de la inmensa mayoría de la población del país... .”* |

El progreso económico y cultural de los países capitalistas se obtiene a costa del sojuzgamiento y la bestial explotación de los pueblos y del rapaz despilfarro de las riquezas naturales de las colonias y los países dependientes. La explotación de las colonias sigue siendo una de las fuen- tes de enriquecimiento de los países imperialistas. Los imperialistas en- torpecen y frenan artificialmente el desarrollo de la industria, particular- mente la industria de construcción de maquinaria, en las colonias y en los países dependientes. Esto explica por qué la producción industrial elobal de estos países sólo representa el 5 por 100 de la del mundo capitalista, a pesar de que su población forma el 70 por 100 del censo total de la población de dicho mundo. Las potencias imperialistas convierten a las colonias y a los países dependientes en apéndices agrarios suyos y en fuentes de materias primas para su industria; para lo cual procuran fomentar en las colonias un sistema de relaciones económicas atrasadas y de instituciones políticas reaccionarias.

Cuando los pueblos de la India, Indonesia, Egipto, etc., hayan logrado sacudir definitivamente el yugo imperialista y conquistar su plena liber- tad económica, demostrarán al mundo qué nivel tan alto de desarrollo pueden alcanzar los países independientes, en las mismas condiciones geo- eráficas. Así lo atestigua ya'hoy el ejemplo de la China liberada, con el amplio despliegue de sus poderosas fuerzas. La China democrática libe- rada está desarrollando ya actualmente su edificación industrial socialista en enormes proporciones y llevando a cabo una serie de medidas extraor- dinariamente importantes para la transformación de la naturaleza: cons- trucción de potentes esclusas, sistemas de riego, estanques artificiales, etc.

Los sostenedores del punto de vista geográfico en la sociología y la historiografía pretenden infundir a los pueblos de las colonias la idea de que deben resignarse a su suerte de esclavos, condenarlos a la pasividad. Tratan de justificar la esclavitud colonial, de eximir a las potencias im- perialistas de su responsabilidad por el atraso de las colonias esquilmadas y arruinadas por ellas, descargando esta responsabilidad sobre la naturaleza, sobre el medio geográfico. |

El materialismo histórico pone de manifiesto la inconsistencia cien- tifica de la tendencia geográfica de la sociología y la historiografía y ofrece una explicación certera de la verdadera función del medio geográfico en el desarrollo de la sociedad. El medio geográfico es una de las condiciones necesarias y permanentes de la vida material de la sociedad. Acelera o amortigua el curso del desarrollo social. Pero no constituye ni puede constituir la fuerza determinante del desarrollo de la sociedad.

El crecimiento de la población

Entre las condiciones de vida material de la sociedad, figura también, junto al medio geográfico, el crecimiento de la población, la mayor o menor densidad de ésta. Los habitantes constituyen un elemento necc- sario de las condiciones de vida material de la sociedad. La vida de la sociedad sería imposible sin un mínimum de población.

No cabe duda de que el crecimiento de la población influye en el des- arrollo de la sociedad. Con arreglo a ciertas condiciones históricas con- cretas, el crecimiento de la población, la mayor o menor densidad «e ésta, pueden acelerar o amortiguar el desarrollo de la economía. De la mayor:o menor densidad y del ritmo de crecimiento de la población depen- den, hasta cierto punto, en igualdad de condiciones, la posibilidad de asimi- lación de nuevas tierras y hasta el ritmo de desarrollo de las fuerzas productivas. Para poder asimilarse, por ejemplo, las riquezas naturales de Siberia y el Lejano Oriente, es necesario que la población de estas regiones crezca considerablemente, que aumente su densidad de pobla- ción. Bajo las condiciones del régimen socialista, esto acelera todavia más el ritmo de desarrollo de las fuerzas productivas e incrementa la riqueza nacional del país.

Cabe, pues, preguntarse si no será el crecimiento de la población el factor fundamental que determina el carácter del régimen social y el desarrollo de la sociedad. El materialismo histórico contesta negativa- mente a esta pregunta. El crecimiento de la población facilita o entorpece el desarrollo social, pero no es, en modo alguno, el factor fundamental, determinante, del desarrollo de la sociedad.

El crecimiento de la población, de por sí, no puede explicar ni la estructura de la sociedad ni por qué, digamos, la sociedad feudal fué susti- tuída concretamente por la sociedad capitalista y no por otra cualquiera y por qué el capitalismo es desplazado precisamente por el socialismo, y no por otro régimen social,

“Si el crecimiento de la población fuese el factor determinante del desarrollo social, a una mayor densidad de población tendría que corres- ponder forzosamente, en la práctica, un tipo proporcionalmente más ele- vado de régimen social. Pero, en la realidad, no ocurre así”.3

Así, por ejemplo, la densidad de población de la India es mayor que la de los EE. UU., a pesar de lo cual los EE. UU, están por encima de la India, en cuanto al nivel de su desarrollo: la India es un país semifeudal, al paso que los EE. UU, se hallan en la última fase del capitalismo. La densidad de población de Bélgica es 19 veces mayor que la de los EE. UU. y 26 veces mayor que la de la U. R. $. $, y, sin embargo, los EE. UU. ocupan un nivel más alto que Bélgica desde el punto de vista del desarrollo social, y tanto los EE. UU. como Bélgica se hallan por debajo de la U. R.5. 5. en toda una época histórica, por cuanto que en ambos países sigue dominando el régimen capitalista, mientras que la U. R. S. S, ha liquidado ya el capitalismo e instaurado en su territorio el régimen so- cialista.

De donde se desprende que el crecimiento de la población no es ni puede ser el factor fundamental en el desarrollo de la sociedad, el factor que determina el carácter del régimen social, la fisonomía de la sociedad.

En consonancia con el carácter del régimen social, el crecimiento de la población puede influir de diverso modo sobre el desarrollo de la so- ciedad. En la U, R. S. S., donde no existen explotadores, el crecimiento de la población significa el aumento del número de trabajadores, de la fuerza básica de producción de la sociedad. Esto explica por qué el cre- cimiento de la población, en la U, R. S. S., acelera el desarrollo de la socie- dad. En cambio, bajo las condiciones del capitalismo, con su paro forzoso crónico, el crecimiento de la población no equivale, de por si, al incre- mento de las fuerzas productivas.

En contra de la opinión de los demógrafos y economistas burgueses, el marxismo ha demostrado que el crecimiento de la población no es, en modo alguno, independiente de las condiciones sociales del factor bioló- gico, sino que se acelera o se amortigua con arreglo al carácter del ré- gimen social y al grado de su desarrollo. Marx ha puesto de manifiesto, en El Capital, que a cada régimen históricamente determinado de produc- ción son inherentes sus leyes de población propias y especificas, El régimen capitalista de producción, con la explotación y la miseria de las masas que lleva consigo, con las crisis y el paro forzoso, especialmente bajo las condiciones del capitalismo contemporáneo, amortigua el crecimiento de la población, influye sobre ella en un sentido negativo.

El capitalismo se revela como un sistema reaccionario, como un freno para el desarrollo de la humanidad, ya por el mero hecho de oponer ba- rreras al crecimiento de la población. “La humanidad —escribía Engels— podría multiplicarse más rápidamente de lo que cabe exigir de la sociedad burguesa contemporánea. Lo cual es para nosotros una condición más para declarar que la sociedad burguesa constituye un obstáculo puesto al progreso y que debe ser eliminado”.*

Por el contrario, las condiciones del socialismo, en que crecen de un modo ininterrumpido las fuerzas productivas y el bienestar material de las masas trabajadoras, estimulan por todos los medios el crecimiento de la población. Según los datos de antes de la guerra, la Unión Soviética, con una población de 170 millones de habitantes, arrojaba un crecimiento natural de la población mayor que toda la Europa capitalista, cuyo censo de población ascendía a 399 millones de personas.

Como resultado del constante desarrollo del bienestar material de los trabajadores y de los éxitos de la sanidad pública en la U. R. S. $S., de 1913 a 1953 el coeficiente de mortalidad ha descendido en más. de tres veces. Y el descenso de la mortalidad infantil es mayor aún. Esto hace que el aumento anual medio de la población, en la U. R. S. $., sea ma- yor que antes de la guerra. Ello es el resultado del régimen socialista, que ha venido a liberar a los trabajadores de las crisis, el paro forzoso y la miseria.

Los sociólogos y economistas burgueses —partidarios de la tendencia biológica— tratan de encontrar en el crecimiento de la población la clave para la comprensión de las leyes y fuerzas motrices de la vida social. Algunos de ellos (por ejemplo, H. Spencer) ven en el crecimiento de la población la causa primordial que impulsa el desarrollo de la sociedad y hace marchar a ésta hacia adelante.

Otros sociólogos burgueses adscritos a la tendencia biológica conside- ran el crecimiento de la población, por el contrario, como la fuerza que frena el desarrollo de la sociedad, y tratan de explicar las guerras, el paro forzoso, el incremento de la miseria y otras lacras del capitalismo como consecuencias del crecimiento “desmedido” de la población.

Como hemos visto más arriba, Malthus, economista inglés de fines del siglo XvInr y comienzos del XIX, para justificar el régimen capitalista, inventó una “ley” según la cual el crecimiento de la población rebasa, según él, el incremento de la producción de medios de subsistencia. En esta inventada “discordancia” entre el crecimiento de la población y el de los medios de subsistencia ve Malthus la causa del hambre, de la miseria, del paro forzoso y de otras calamidades de los trabajadores bajo el capitalismo. Pero, en realidad, el desarrollo de los países capitalistas en los siglos XIX y XX atestigua que, en contra de la llamada “ley” de Malthus, las fuerzas productivas y la riqueza social crecen bastante más aprisa que la población. Lo que ocurre es que los frutos de la creciente productividad del trabajo no se los apropian los trabajadores, sino la burguesía y los demás explotadores.

Marx ha demostrado que, bajo el capitalismo, es la burguesía la que se aprovecha del progreso técnico en contra de los obreros, que el des- arrollo de las fuerzas productivas desaloja del proceso de producción a nuevos y nuevos grupos de obreros. Y, a consecuencia de esto, se forma una superpoblación relativa y crece el ejército de reserva del trabajo, el ejército de los parados. Los maltusianos tratan de presentar esta super- población relativa, engendrada por el régimen capitalista, como una super- población absoluta, inherente según ellos a toda sociedad y que responde a una “ley natural”. Pero el marxismo ha puesto de manifiesto que las causas del paro forzoso, de la miseria de las masas y del hambre no radican en las leyes de la naturaleza, sino en el sistema del capitalismo.

A pesar de que hace ya mucho tiempo que la ciencia y la misma vida social se han encargado de refutar la reacionaria teoría de Malthus, los ideólogos de la burguesía imperialista siguen defendiéndola y propagán- dola. Se valen de ella para justificar las contradicciones y las lacras del capitalismo y para fundamentar la política anexionista del imperialismo.

Winston Churchill, en un discurso pronunciado en octubre de 1951, trataba de explicar las dificultades de la Inglaterra capitalista y las cala- midades de su pueblo por la superpoblación del país. “En una isla capaz para alimentar a 30 millones —declaraba Churchill— viven 50 millones de personas”. De este modo, el dirigente político de la burguesía inglesa en el siglo xx busca la explicación a las contradicciones del capitalismo en la necedad inventada en el siglo XV1H por su inspirador, el cura Malthus.

Pero aún más cínicas y repulsivas que en Inglaterra son las formas que las teorias neomaltusianas adoptan en Norteamérica. En 1948 vio

la luz en los EE. UU, un libro del fascista Wilhelm Vogt titulado El camino de la salvación, en el que se dice: “La humanidad se encuentra en trance difícil. Debemos darnos cuenta de ello y dejar de lamentarnos de los sistemas económicos, del tiempo, del fracaso y de la insensibili- dad de los santos. Esto será el comienzo de la sabiduría y el primer paso por nuestro largo camino. El segundo consistirá en la limitación de la natalidad y en la restauración de los recursos”. Vogt declara que los recursos naturales son limitados y la natalidad es excesiva. Uno de los ca- pítulos de su libro se titula: “Demasiados norteamericanos”. Sobran, según él, 45 millones de norteamericanos. La fuente de las calamidades de los pueblos de las colonias y países dependientes se halla, según- Vogt y las gentes de su mentalidad, no en el yugo colonial imperialista, sino en la “superpoblación”. |

El neomaltusianismo postula la implantación coactiva de medidas en- caminadas a restringir la natalidad, a poner en práctica la esterilización. Y considera como los medios más apetecibles para restringir la natalidad la guerra y las epidemias. Estos monstruos reputan las malas cosechas, el hambre y las epidemias, no como azotes, sino como bendiciones. Para los neomaltusianos, la medicina y la sanidad pública no son un bien, sino un mal, por cuanto que reducen la mortalidad y contribuyen al cre- cimiento de la población. ¿No habrá demasiados niños?, es el título de un libro del neomaltusiano francés P. Rebou (París, 1951).

La burguesía imperialista se vale de las ideas seudocientíficas del maltusianismo, al igual que de los desvaríos de la “geopolítica”, en su po- lítica exterior, como medio para justificar su dominación sobre las colonias y cohonestar el atraso y la miseria escandalosas de los trabajadores. He aquí, por ejemplo, lo que escribe el experto en economía de la burguesía inglesa W, Ensti: “¿Dónde está el Malthus indio que se alce contra la aparición en masa de los niños hindúes que devastan el país?” En todos los escritos de los neomaltusianos, lo mismo que en las obras del propio Malthus, se falsifican los datos acerca del crecimiento de la población y de los medios de subsistencia.

En su libro La India de hoy, Palme Dutt, basándose en una cantidad inmensa de datos incontrovertibles, púlveriza los desvaríos neomaltusia- nos; difundidos para justificar la dominación de los imperialistas ingleses, norteamericanos y otros en los países de Asia, Africa y Sudamérica. En contra de lo que sostienen los neomaltusianos, el aumento de la produc- ción de medios de sustento, en la India y en todo el mundo, supera al crecimiento de la población; el mal está en que los víveres y otros bienes, .en los países capitalistas, no se hallan a disposición del pueblo, sino de los explotadores. Como consecuencia de la aterradora mortalidad, el cre- cimiento de la población en la India es considerablemente más bajo que en Inglaterra y Europa. Así, el censo de población de la India es de 389 millones de habitantes, en comparación con los 100 millones con que el país contaba en el siglo xvi. El crecimiento de la población, en término de tres siglos, ha sido, por tanto, solamente de 3,8 veces. La población de Inglaterra y País de Gales, que en 1700 era de 5,1 millones de habitantes, asciende actualmente a 40,4 millones," lo que quiere decir que ha aumentado en 8 veces, durante un período de dos siglos y medio. Así se derrumba la

leyenda del “desmedido” crecimiento de la población en la India. Y, con ella, la reaccionaria teoría neomaltusiana que atribuye al crecimiento de la población la miseria de las masas, el hambre y el paro forzoso engen- drados por el capitalismo.

Sólo el materialismo histórico nos ofrece una explicación científica del crecimiento de la población y de lo que significa en el desarrollo de la sociedad. El crecimiento de la población constituye una de las condicio- nes de la vida material de la sociedad, que influye en el desarrollo de ésta, pero que no determina ni puede determinar la estructura de la so- ciedad de que se trata ni su paso de una formación social a otra.

* Según las manifestaciones de Churchill más arriba citadas, a so millones.

El modo de producción, factor determinante del desarrollo social.

¿Cuál es, entonces, el factor determinante del desarrollo social, la causa. fundamental que determina la estructura de la sociedad y el paso de un régimen social a otro? El materialismo histórico enseña que el factor fundamental, determinante, del desarrollo de la sociedad es el modo de producción de los bienes materiales, del alimento, el vestido, el calzado, la vivienda, el combustible y los instrumentos de producción, necesarios para que la sociedad pueda vivir y desarrollarse.

Para vivir, los hombres necesitan alimento, vestido, calzado, tienen que disponer de un techo y de combustible, etc. Para llegar a poseer estos bienes que su vida hace indispensables, necesitan producirlos. Y la produc- ción de bienes materiales requiere, a su vez, instrumentos de producción y la capacidad necesaria para crearlos y utilizarlos en la lucha con la naturaleza. La producción de bienes materiales constituye la base perma- nente e imprescindible de vida de la sociedad. Si la producción cesase, la sociedad desaparecería,

El hombre se remontó sobre el mundo animal y comenzó a ser hombre gracias a la producción. En este sentido, dice Engels que el trabajo creó al hombre mismo. Los animales se comportan pasivamente con la natu- raleza exterior. Dependen totalmente, en su existencia y desarrollo, de lo que la naturaleza circundante les brinda. La sociedad humana, por el contrario, mantiene una lucha activa con la naturaleza y, por medio de los instrumentos de producción, la hace servir a sus propias necesidades. Valiéndose de las fuerzas y los objetos de la naturaleza exterior, la socie- dad crea los productos, los bienes materiales necesarios para su existen- cia, que la naturaleza no le ofrece ya acabados. | Al producir los medios necesarios para su vida, los hombres producen también, simultáneamente, su propia vida material. De aquí que la exis- tencia y el desarrollo de la sociedad humana dependan integramente de la producción de los bienes materiales, del desarrollo de la producción. La producción es condición permanente de existencia del hombre, una ne- cesidad natural eterna; sin producción, sería imposible el intercambio de materias entre el hombre y la naturaleza, es decir, sería imposible la misma vida humana.

Marx define el proceso de producción, considerado bajo su forma ge- neral y común a todas las fases de desarrollo de la sociedad, como la actividad del hombre encaminada a un fin y que crea los valores de uso, como el proceso con que el hombre, mediante su actividad, facilita, regula y controla el intercambio de materias entre él mismo y la naturaleza. “El hombre pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporei- dad, los brazos y las piernas, la cabeza y las manos, para de ese modo asi- milarse, bajo una forma útil para su propiá vida, las materias que la natu- raleza le brinda, y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollan- do las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina”.*

A diferencia de los actos instintivos de los animales, el trabajo. hu- mano es una actividad encaminada a un fin. Como tal, el trabajo es pro- pio y exclusivo del hombre. La araña, escribe Marx, realiza operaciones parecidas a las del telar, y la abeja, al construir sus panales, podría servir de ejemplo a muchos arquitectos. “Pero hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la peor abeja, y es el hecho de que, an- tes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del pro- ceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso exis- tía ya en la mente del obrero, es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que al mismo tiempo realiza con ello su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al cual tiene necesariamente que supeditar su voluntad”.*

_ El trabajo humano, en cuanto actividad encaminada a un fin, en cuan- to proceso de acción activa sobre la naturaleza, presupone como condición necesaria la creación y el empleo de instrumentos de producción.

Todo proceso de trabajo, todo proceso de producción, incluye los tres factores siguientes: 1) una actividad del hombre encaminada a un fin, que es el trabajo; 2) un objeto sobre el que el trabajo recae; 3) instru- mentos de producción con ayuda de los cuales actúa el hombre.

El proceso de producción surge cuando el hombre comienza a crear instrumentos de producción. Ántes de crear instrumentos de producción, siquiera fuesen lós más primitivos, a la manera de la piedra afilada o del palo con ayuda de los cuales atacaba a las fieras o derribaba los frutos del árbol, el mono antropoide antepasado del hombre no llezó a destacarse todavía del reino animal. El mono antropoide remontóse sobre el mundo animal y se transformó en el hombre a partir del momento en que comenzó a crear instrumentos de producción. Con ayuda de éstos —de sus órganos artificiales— prolongó, por así decirlo, las proporciones naturales de su cuerpo y comenzó a someter a su poder la naturaleza. La producción y el empleo de medios de producción “caracterizan el proceso de trabajo especificamente humano”.*

También el mono antropoide emplea, a veces, el palo y la piedra como medios de defensa o de ataque. Pero ningún mono, ningún animal, llega a producir ni el más rudimentario instrumento de trabajo. Los animales de todas las especies, hasta las más altas, se limitan a utilizar lo que la naturaleza les ofrece. El único que crea sus instrumentos de producción es el hombre.

La creación y el empleo por el hombre de instrumentos de trabajo, la aparición de la producción, marca el comienzo de un nuevo tipo de des- arrollo, el paso del reino animal a la sociedad humana. Esta se caracteriza por la vigencia de nuevas leyes específicas y nuevas formas de desarrollo, radicalmente distintas de las biológicas.

En el proceso del trabajo se transforma, no sólo la naturaleza, sino también el propio hombre: se perfeccionan sus órganos naturales, se refina su inteligencia, el hombre adquiere destreza y perspicacia. Gracias al tra- bajo y a la producción, van progresando a lo largo de los milenios, de generación en generación, los dos principales órganos naturales del hom- bre, la mano y el cerebro. Por virtud principalmente del trabajo, la mano humana alcanza tal perfección, que es capaz de crear obras inmortales de la pintura como los cuadros de Rafael, de Tiziano, de Surikov, de Repin, de Chishkin y de Levitán, o grandiosos monumentos arquitectóni- cos, como las severas y esbeltas torres del Kremlin de Moscú.

El trabajo fué la condición decisiva para la aparición y el desarrollo de la lengua, del lenguaje articulado. Sólo gracias al trabajo pudo la in- teligencia del hombre alcanzar un grado tal de desarrollo que le permi- tiera llegar a descifrar las innumerables cualidades de la materia, des: cubrir los nexos internos entre los fenómenos de la naturaleza, penetrar en sus leyes y, basándose en ellas, dominar las fuerzas naturales y obli- garlas a actuar las unas sobre las otras, en consonancia con los fines, las necesidades y las aspiraciones de la sociedad,

“Paralelamente con el desarrollo de la mano, paso a paso, fué des- arrollándose también la cabeza; surgió, primeramente, la conciencia de las condiciones de resultados útiles de carácter práctico, y posteriormente, a base de esto, en los pueblos que se encontraban en una situación más favo- rable, el hombre llegó a comprender las leyes de la naturaleza que las hacian posibles. Y, a la par con la comprensión sin cesar creciente de las leyes naturales, se desarrollaron, a su vez, los medios para actuar sobre la natu- raleza. Por medio de la mano solamente, jamás habría llegado el hombre a inventar la máquina de vapor, si a la vez que la mano, paralelamente con ella, y en parte gracias también a ella, no se hubiese desarrollado, asimismo, congruentemente, el cerebro del hombre”.**

La experiencia, la destreza y la perspicacia acumiladas en el proceso de trabajo fueron plasmadas por el hombre en los instrumentos de pro- ducción.

Instrumentos de producción son el objeto o el conjunto de objetos de que el hombre trabajador se vale para actuar sobre el objeto del trabajo. El hombre pone a contribución, en el proceso de trabajo, las propiedades mecánicas, físicas y químicas de los cuerpos, para obligar a unos *cuerpos a actuar sobre otros, en consonancia con el fin perseguido. Entre los ins- trumentos de producción incluye Marx, ante todo, los medios mecánicos de trabajo, el conjunto de los cuales llama “el sistema óseo y muscular de la producción”. Estos medios de trabajo eran, en la época del feudalismo, el arado con reja de hierro, el molino de viento y una serie de instrumentos manuales, tales como el telar de mano y otros. Bajo el capitalismo, encuentran la máxima difusión toda clase de máquinas y sistemas de máquinas.

En consonancia con los cambios operados en los instrumentos de pro- ducción cambia también la fuerza de trabajo y cambian los hombres lla- mados a poner en acción aquellos instrumentos. De aquí que los instru- mentos de producción históricamente determinados sean la medida del grado de desarrollo de la fuerza de trabajo humana. La producción a base de máquinas de nuestros días presupone el correspondiente grado de des- arrollo de los hombres, de los trabajadores productores de bienes mate- riales y a quienes su experiencia productiva y sus hábitos de trabajo capacitan para producir estas máquinas y manejarlas. Al surgir nuevos instrumentos de producción, cambian también el carácter y el grado de desarrollo de la fuerza de trabajo. Primero, cambian los instrumentos de producción; después, y a tono con ello, cambian los hombres, los tra- bajadores que los ponen en movimiento. Mientras no existieron locomo- toras, no podía haber maquinistas. Los tractoristas y conductores de sega- doras-trilladoras surgieron al aparecer los tractores y la maquinaria agrí- cola.

Los instrumentos de producción no son solamente la medida y el cri- terio del grado de desarrollo de la fuerza de trabajo; son, además, el exponente del nivel de desarrollo económico alcanzado por la sociedad. “Y así como la estructura y armazón de los. restos de huesos tienen una gran importancia para reconstruir la organización de especies animales desapa- recidas, los vestigios de instrumentos de trabajo nos sirven para apreciar antiguas formaciones económicas de la sociedad ya sepultada”. “Lo que distingue a las épocas económicas unas de otras no es lo que se hace, sino el cómo se hace, con qué instrumentos de trabajo se hace”. Las épocas eco- nómicas no se distinguen solamente por lo que se produce, sino por el modo cómo se produce, por los medios de trabajo que para ello se em- plean”.*?

Pero, por muy grande que sea la importancia de los instrumentos de trabajo, en el proceso de producción de los bienes materiales y en el desarrollo de la sociedad, de por sí, desligados de los hombres, no consti- tuyen nunca la fuerza de producción social.

“Una máquina que no presta servicio en el proceso de trabajo es una máquina inútil. Y no sólo es inútil, sino que además cae bajo la acción destructora del intercambio natural de materias. El hierro se oxida, la madera se pudre. La hebra no tejida o devanada es algodón echado a perder. El trabajo vivo tiene que hacerse cargo de estas eosas, resucitarlas Je entre los muertos, convertirlas de valores de uso potenciales en valo- res de uso reales y activos”.1% |

Los instrumentos de producción los crean y ponen en movimiento los hombres, los productores de los bienes materiales. Las fuerzas productivas de la sociedad no consisten, por tanto, solamente en los instrumentos de producción, sino también, y sobre todo, en los hombres llamados a utilizarlos en los procesos productivos. La fuerza productiva más importante son los trabajadores. “Los obreros, los trabajadores, son la primordial fuerza productiva de toda la humanidad”.*

Las fuerzas productivas de la sociedad son, por tanto, los instrumentos de producción mediante los cuales se producen los bienes materiales, y los hombres que los ponen en movimiento, llevando a cabo la producción de dichos bienes, gracias a su experiencia y a sus hábitos de trabajo. Estos dos elementos, considerados en conjunto e integrando una unidad, forman las fuerzas productivas de la sociedad.

Ahora bien, las fuerzas productivas no son más que uno de los as- pectos del modo de producción. Constituyen la actitud activa de la socie- dad ante la naturaleza, ante los objetos y las fuerzas naturales de que la sociedad se vale para la producción de los bienes materiales.

El segundo aspecto necesario de todo modo de producción son las relaciones de producción entre los hombres. Los hombres dedicados a pro- ducir no mantienen determinadas relaciones solamente con la naturaleza, sino también los unos con los otros.

“En la producción —dice Marx—, los hombres no actúan solamente sobre la naturaleza, sino que actúan también los unos sobre los otros, No pueden producir sin asociarse de un cierto modo, para actuar en común y establecer un intercambio de actividades. Para producir, los hombres con- traen determinados vínculos y relaciones, y a través de estos vínculos y rela- ciones sociales, y sólo a través de ellos, es cómo se relacionan con la natu- raleza y cómo se efectúa la producción”.*5

La producción de los bienes materiales es siempre, en todas las fases de desarrollo de la humanidad, una producción social, El hombre es un ser social. No puede vivir al margen de la sociedad, al margen de las relaciones de producción con los demás hombres. Estos no pueden ocuparse de la producción aisladamente, de un modo individual, independiente- mente los unos de los otros. La figura y el mito de Robinson no son sino el fruto de la imaginación de los literatos y de los economistas burgueses. En la realidad, los hombres se han ocupado siempre de la producción y han librado la lucha con la naturaleza, no aisladamente, sino conjunta- mente, en grupos, en sociedades. Por eso, en la producción, los hombres establecen siempre entre sí determinadas relaciones de producción, inde- pendientes de su voluntad. Los mismos campesinos y artesanos, cuyo trabajo se basa en la propiedad privada sobre los medios de producción y que crean sus productos individualmente, por su cuenta y riesgo, se hallan enlazados, de hecho, con la producción social. Su producción tiene carác- ter social, porque se hallan vinculados con el resto de la sociedad, con los demás productores de bienes materiales, por medio de la división social del trabajo. Y, en particular, los instrumentos de producción empleados por los campesinos y los artesanos, no los han creado ellos mismos, sino otros hombres, los encargados de extraer el mineral de hierro, de con- vertirlo en hierro fundido y en acero, en arados, hoces y guadañas, en trilladoras, clavos, etc.

Las relaciones de producción forman, en cada sociedad, una red muy complicada de nexos y relaciones entre los hombres que toman parte en la producción. Tomemos como ejemplo la sociedad capitalista. En ella existen, ante todo, la propiedad capitalista sobre los medios de produc- ción y, a base de ella, las relaciones de explotación de los obreros por los capitalistas. Del campo de las relaciones de producción forman también parte las relaciones entre los hombres que se ocupar. en las diversas ramas de la producción. La división del trabajo entre la ciudad y el campo, la explotación capitalista de la aldea por la ciudad, caen también dentro del campo de las relaciones de producción. Como son, asimismo, rela- ciones económicas, de producción, todas las que forman la complicada red de las relaciones del mercado, las relaciones de la compraventa y la concurrencia. Entre todos estos tipos de relaciones de producción existe un nexo, una interdependencia,

Para poder comprender la vida social, hay que buscar la base sobre que descansa este complejo sistema de relaciones de producción. Esta base, que determina el carácter del modo de producción y la fisonomía de toda la sociedad, es la relación entre los hombres y los medios de produc- ción; dicho en otros términos, la forma de propiedad que sobre éstos recae.

“Si el estado de las fuerzas productivas responde a la pregunta de con qué instrumentos de producción crean los hombres los bienes mate- riales que les son necesarios, el estado de las relaciones de producción responde ya a otra pregunta: ¿en poder de quién están los medios de producción (la tierra, los bosques, las aguas, el subsuelo, las materias pri- mas, las herramientas y los edificios dedicados a la producción, las vías y medios de comunicación, etc.), a disposición de quién se hallan los me- dios de producción: a disposición de toda la sociedad, o a disposición de determinados individuos, grupos o clases, que los emplean para explotar a. otros individuos, grupos o clases ?”**

Las formas de propiedad sobre los medios de producción determinan todas las demás relaciones vigentes en la sociedad de que se trata; la situación de los distintos grupos sociales en el campo de la producción, sus relaciones mutuas, las formas de distribución de los productos: todas estas relaciones dependen íntegramente del carácter de la propiedad sobre los medios de producción.

La propiedad sobre los medios de producción no es, simplemente, una relación entre hombres y cosas: es una relación social entre hombres, que se expresa por intermedio de las cosas, a través de la relación con los medios de producción: la clase de los hombres a la que pertenecen los medios de producción (los capitalistas y terratenientes) domina a los hom- bres carentes total o parcialmente de medios de producción (a los proleta- rios y los campesinos). En la fábrica capitalista, por ejemplo, las relacio- nes entre el capitalista y el obrero es una relación de explotación, de dominación y de sometimiento.

Los economistas y sociólogos burgueses, al definir las relaciones eco- nómicas entre los hombres, destacan lo que aparece en la superficie, a saber: las relaciones de distribución de los productos. Tratan de esfumar, en cambio, lo esencial, lo fundamental: la forma de la propiedad, la relación con los medios de producción, que determina la situación y el lugar que en la producción ocupan los hombres, dentro de la sociedad.

Criticando la superficialidad de las concepciones burguesas acerca de las relaciones económicas entre los hombres, escribe Marx: “Antes de ser distribución de los productos, la distribución es: 1) distribución de los instrumentos de producción, y 2), lo que sólo representa una caracteriza- ción distinta de la relación anterior, distribución de los miembros de la sociedad entre los distintos tipos de producción (clasificación de los in- dividuos entre las relaciones de producción determinadas). La distribución de los productos no es, evidentemente, sino el resultado de esta distri- bución que va implícita en el proceso mismo de producción y que deter- mina la estructura de ésta”.*”

Así, pues, la forma de la propiedad sobre los medios de producción es lo principal, lo fundamental, lo que determina la naturaleza, el carác- ter de las relaciones de producción imperantes en la sociedad de que se trata.

Las relaciones de producción entre los hombres son relaciones mate- riales. A diferencia de las relaciones ideológicas, existen al margen de la conciencia e independientemente de la voluntad de los hombres.

Los falsificadores del marxismo, idealistas del tipo de Max Adler y A. Bogdanov, y sus continuadores, por el estilo de un E, Báse (en la Ale- mania occidental), tratan de presentar las relaciones de producción como relaciones psíquicas, espirituales, identificando el ser social con la con- ciencia social. Se basan para ello en el hecho de que los hombres inter- vienen en la producción como seres dotados de conciencia, de que la actividad productiva es una actividad consciente; de donde, según ellos, se deduce que también las relaciones creadas en el campo de la produc- ción se establecen por medio de la conciencia, son relaciones de carácter psíquico, espiritual.

Pero el hecho de que los hombres entren en relaciones los unos con los otros como seres conscientes no significa, ni mucho menos, que las relaciones de producción se identifiquen con la conciencia social, He aquí lo que acerca de esto dice Lenin: “Al entrar en relaciones, los hombres, en todas las formaciones sociales más o menos complejas —y, especial. mente, én la formación social capitalista—, no tienen conciencia de cuáles son las relaciones sociales que así se plasman, de las leyes con arre- elo a las cuales se desarrollan, etc.”?8

El granjero canadiense, por ejemplo, al vender su trigo, entra en determinadas relaciones de producción con los productores de trigo del mercado mundial, con los hacendados argentinos, los granjeros de los EE. UU., los de Dinamarca, etc., pero no tiene conciencia de ello, ni se apercibe de las relaciones sociales de producción que con este motivo se establecen.

Los revisionistas, al afirmar que las relaciones de producción tienen un carácter inmaterial, se remiten a la tesis de Marx de que las relacio- nes de valor son relaciones de producción, pero sin que el valor contenga ni un átomo de la materia de que están formadas las mercancías, Y así és, en efecto: el valor de la mercancía es distinto de la forma na- tural de ésta, Pero es una relación social de producción de carácter material, objetiva e independiente de la conciencia de los hombres. El concepto de “relación material” no se reduce a las relaciones entre cosas. También son relaciones materiales, existentes al margen de la conciencia, las relaciones creadas entre los hombres en el proceso de la producción. Y tienen como base las relaciones de propiedad sobre los medios de pro- ducción, sobre las fábricas e industrias, sobre la tierra; relaciones de cuya materialidad sólo pueden dudar quienes no estén en su sano juicio o se hallen prisioneros de la filosofía idealista burguesa.

Las relaciones de explotación del hombre por el hombre son también, evidentemente, relaciones objetivas, materiales: la clase obrera de los países capitalistas siente sobre sí, todos los días y a todas horas, el yugo de esta explotación. Ve y comprende la diferencia radical que existe en- tre la realidad de la explotación y los bienes ilusorios en el “otro mundo” que le prometen los ideólogos de la burguesía, los curas cristianos, los musulmanes, los socialdemócratas y otros.

Las relaciones de producción entre los hombres que históricamente han existido y las que existen pueden revestir una de dos formas: pueden ser relaciones de cooperación y ayuda mutua entre hombres libres de toda explotación, o relaciones de dominación y sometimiento. Así, bajo las condiciones de la esclavitud, del feudalismo y el capitalismo, las rela- ciones de producción revisten la forma de relaciones de dominación y sometimiento, de relaciones entre explotadores y explotados. Son relaciones de producción que se expresan en la dominación de una clase por otra, relaciones basadas en la propiedad privada sobre los medios de producción y en el divorcio entre los medios de producción y los productores directos.

Por el contrario, bajo las condiciones de la sociedad socialista, que destruye la propiedad privada sobre los medios de producción y acaba con la explotación del hombre por el hombre, las relaciones de producción en- tre los hombres son relaciones de fraternal cooperación y ayuda mutua so- cialista,

Las relaciones de producción revisten una forma u otra según a quién pertenezcan los medios de producción y, consiguientemente, con arreglo al modo como los medios de producción se enlacen con los productores directos. ?

“Cualesquiera que sean las formas sociales de la producción, sus facto- res son siempre los medios de producción y los obreros. Pero tanto unos como otros son solamente, mientras se hallan separados, factores potenciales de producción. Para poder producir en realidad, tienen que combinarse. Sus distintas combinaciones distinguen las diversas épocas económicas de la estructura social”.**

El modo capitalista de producción se caracteriza por el divorcio entre los productores directos, los obreros, y los medios de producción, por la transformación de los trabajadores en proletarios. Para poder existir, para no morirse de hambre, los obreros tienen que vender su fuerza de trabajo al capitalista, al propietario de los medios de producción. Por donde, bajo el régimen capitalista, la unión de los obreros con los medios de producción sólo puede llevarse a cabo mediante la venta de la fuerza de trabajo al capitalista.

En cambio, en la sociedad socialista, los trabajadores se unen directa- mente con los medios de producción. Bajo este régimen, los medios de producción pertenecen a los mismos trabajadores, razón por la cual no se conocen aquí las relaciones de dominación y sometimiento, la explo- tación del hombre por el hombre.

La historia nos habla también de ciertas relaciones de transición de una forma de relaciones de producción a otra. Una de estas formas de transición fueron, por ejemplo, las relaciones de producción creadas al desintegrarse el régimen de la comunidad primitiva. A esta fase de transición del régimen de la comunidad primitiva al régimen esclavista engendrado en su seno podemos referir, en particular, las relaciones eco- nómicas de la Grecia de Homero, cuya imagen nos transmite la Odisea. En la época de la instauración de la sociedad de clase, eran relaciones transitorias de producción las creadas en el seno de la comunidad agraria (la “marca”, entre los germanos, y el “mir” entre los eslavos), que vi- nieron a sustituir a la comunidad gentilicia. Rasgo característico de la comunidad agraria era la coexistencia en ella de las superviviencias de la propiedad comunal junto a la propiedad privada. Según la expresión de Marx, la comunidad rural fué “la fase de transición a la formación de segundo grado, es decir, el tránsito de la sociedad basada en la propie- dad colectiva a la sociedad basada en la propiedad privada”.*

También en el período de transición del capitalismo, con sus relaciones de dominación y sometimiento, al socialismo, en el que prevalecen las re- laciones de fraternal cooperación y ayuda mutua entre hombres libres de toda explotación, ocupan su lugar las relaciones transitorias de pro- ducción.

Las relaciones socialistas de producción no surgen de repente, bajo una forma acabada y definitiva. Estas nuevas formas de relaciones económicas entre los hombres van plasmándose, desarrollándose y afian- zándose a lo largo de todo el periodo de transición del capitalismo al socia- lismo. En la economía del período de transición del capitalismo al so- cialismo, según la definición de Lenin, se combinan los rasgos del régimen capitalista, ya liquidado, pero aún no destruído, y los del régimen socia- lista, que nace y va desarrollándose.?

Pero, cualquiera que sea el carácter de las relaciones de producción, éstas constituyen siempre, en todas y cada una de las fases de desarrollo de la sociedad, un elemento tan necesario de la producción como las fuerzas productivas. El modo de producción es la unidad de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, en el proceso de producción de los bienes materiales.

El modo de producción de los bienes materiales determina la estruc- tura de la sociedad. Al modo de producción imperante en la sociedad de que se trata, corresponde el régimen social. El modo de producción determina la presencia o la ausencia de las clases sociales, el carácter de las relaciones inutuas entre estas clases, el carácter de la ideología dominante y de las instituciones políticas y jurídicas vigentes.

Por ejemplo, el modo capitalista, basado en la propiedad privada sobre los medios de producción, determina la división de la sociedad en dos clases antagónicas, el proletariado y la burguesía, Todas las relaciones sociales de la sociedad capitalista, incluyendo las concepciones políticas, jurídicas, religiosas y artísticas, así como las instituciones sociales, polí- ticas, jurídicas y de otro tipo, se hallan condicionadas por el modo ca- pitalista de producción.

“El modo de producción de la vida material condiciona los procesos de la vida social, política y espiritual, en general”.?2 La estructura de la sociedad no. depende de los deseos ni las intenciones de los hombres, de las ideas o las teorías, de las forma del Estado y del derecho. El carácter y la estructura de toda sociedad se hallan determinados por el modo de producción imperante. Al cambiar el modo de producción, cambia tam- bién todo el régimen social, cambian las ideas políticas, jurídicas, reli- giosas, artísticas, filosóficas, y cambian las instituciones políticas, jurídicas, etc., de la sociedad.

Son los cambios operados en el modo de producción de los bienes materiales, y no las ideas y teorías, ni el medio geográfico, ni el creci- miento de la población, los que permiten explicar el carácter del régimen social, de sus ideas e instituciones, comprender por qué un régimen social es desplazado por otro, y por qué precisamente por éste y no por otro cualquiera; por qué, por ejemplo, el régimen social capitalista es des- plazado, concretamente, por el régimen socialista. La explicación cientí- fica, materialista, del desarrollo de la sociedad ha permitido establecer las leyes determinadas, objetivas, no dependientes de la voluntad de los hombres, que rigen el cambio de una formación social por otra, el cam- bio de las formaciones sociales inferiores por las superiores.

Resumen

Por tanto, la fuente de que nacen las ideas sociales, las concepcio- nes sociales, las teorías e instituciones políticas, debe buscarse en las condiciones de la vida material de la sociedad. Y, dentro del sis- tema de las condiciones de la vida material de la sociedad, el factor que determina la estructura y el desarrollo de ésta es el modo de pro- ducción de los bienes materiales. Ál modo de producción imperante en la sociedad de que se trata corresponden el tipo de sociedad, su estructura, y las clases existentes en la sociedad dada, sus ideas, sus concepciones y sus instituciones.

Para no equivocarse en política, el partido del proletariado debe atenerse, en su actuación, no a los principios abstractos dela razón humana, sino a las condiciones concretas de la vida material de la sociedad y, en particular, a las del desarrollo de los modos de pro- ducción, como factor determinante del desarrollo social. Los partidos políticos que hacen caso omiso de la función determinante de las condiciones de la vida material en el desarrollo de la sociedad, están irremisiblemente condenados a fracasar. La bancarrota de los socialistas utópicos, de los populistas, de los socialrevolucionarios y de los anar- quistas se explica por el hecho de que, volviéndose de espaldas al papel predominante de las condiciones de vida material de la sociedad, ca- yeron en el idealismo y basaron su actuación, no de acuerdo con las exigencias del desarrollo de la vida material de la sociedad, sino par- tiendo de proyectos y planes abstractos y arbitrarios, desconectados de la realidad. |

La grandiosa fuerza vital del partido marxista-leninista reside en que se basa siempre, para su actuación, en la comprensión cientifica de las exigencias del desarrollo de la vida material de la sociedad, sin apartarse jamás de la vida real, de los intereses de la clase obrera, de los intereses de las masas populares.

Notas

  1. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, 1952, t. II, p. 366.
  2. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XX, pág. 184
  3. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, ed. cit., t. I, págs. 332—333
  4. V. I. Lenin, Obras completas. ed. rusa, t. XXXV, pág. 200.
  5. J. Stalin, Problemas económicos del socialismo en la U.R.S.S., Ediciones "Nuestro Tiempo", México, 1952, pá g. 4.
  6. El historiador alemán Eduard Meyer escribe: "Hace mucho que vengo ocupándome del estudio de la Historia y nunca he encontrado una sola ley histórica, ni sé tampoco de nadie que la haya descubierto"
  7. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, ed. cit., t. I, pág. 417—418.
  8. Marx-Engels, Ausgewälte Briefe, Zurich, 1934, pág. 164.
  9. V. I. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XIV, pág. 314.
  10. J. Stalin, Problemas económicos del socialismo en la U.R.S.S., ed. cit., pág. 67.
  11. F. Engels, Anti-Dühring, trad. esp. de W. Roces, Madrid, 1932, pág. 113.
  12. Obra cit., pág. 306
  13. V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, trad. esp., Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú. 1948, pág. 415.
  14. V. I. Lenin. Obras completas. ed. rusa, t. I, págs. 380-381.
  15. V. I. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XIII, págs. 21-22.
  16. C. Marx, El Capital, Palabras finales a la 2ª edición, trad. española de W. Roces, México, 1945, tomo 1, pág. 13.
  17. V. I. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XXXIII, pág. 128.
  18. V. I. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XX, págs. 179, 182, 185.