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Biblioteca:Filosofía, ciencia y valor. (Crítica del althusserianismo y de algunas variantes neoalthusserianas en Latinoamérica)/Un tema abierto al debate: a manera de introducción

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En las investigaciones marxistas actuales no se pone en duda el hecho de que el surgimiento y desarrollo de la dialéctica materialista representa una revolución sin precedentes en la historia del pensamiento filosófico de la humanidad. La valoración que de este viraje revolucionario se hace en la literatura marxista contemporánea puede resumirse en dos ideas fundamentales. En primer lugar, se hace referencia al nuevo modelo filosófico, propio de la forma histórica que adopta el sistema filosófico marxista, y que difiere radicalmente de su concepción tradicional. Ésta idea recoge los cambios operados por la filosofía marxista tanto en el objeto de la investigación filosófica, como en sus funciones sociales y sus objetivos práctico-revolucionarios. En segundo lugar, se insiste en la vigencia de esta ruptura respecto al pensamiento filosófico burgués contemporáneo, con lo que se extiende el valor revolucionario de los contenidos teóricos y de los fines prácticos de la dialéctica materialista hasta nuestros días. Sin embargo, estas ideas requieren un examen más detenido.

A la hora de realizar un análisis integral de la ruptura que introduce la filosofía marxista en el curso del pensamiento filosófico de la humanidad es preciso entenderla no como un simple viraje que abre las puertas a una corriente filosófica más, sino como una revolución que cambia de modo esencial el contenido y funciones del conocimiento filosófico en general. La dimensión de esa revolución teórica justifica la periodización de la historia universal de la filosofía en tres grandes momentos: el período del pensamiento filosófico premarxista, el de la filosofía marxista-leninista y el del pensamiento filosófico burgués contemporáneo. Por lo tanto, hablar de semejante revolución en la instancia o nivel de la filosofía, entraña reconocer que el destino y proyecciones de la actividad filosófica se transforman sustancialmente no sólo en relación con su pasado filosófico sino, también, con su presente y futuro filosóficos. Así, la formación y desarrollo de la filosofía marxista constituye de por sí un indicador fundamental que da a conocer la dirección y el sentido del movimiento progresivo del conocimiento filosófico; y en virtud de ello, permite delimitar entre un período ya caduco del quehacer filosófico y otro, cuyas pretensiones renovadoras son falsas e ilusorias.

En otras palabras, al calificar de revolucionario el período que se inaugura con el surgimiento de la filosofía marxista, ya de hecho se niegan las perspectivas de desarrollo ulterior del período premarxista, y simultáneamente se rechazan las posibilidades creadoras y progresivas de la filosofía burguesa contemporánea en sus diferentes corrientes y tendencias. En este sentido puede afirmarse que al hablar de revolución marxista de la filosofía se define a la vez la crisis del período precedente, superado por esa revolución, y del posterior, que se desarrolla como alternativa frente a esa revolución. Ahora bien ¿en qué sentido es revolucionario el pensamiento filosófico marxista referido al pensamiento filosófico tradicional, y en qué sentido lo es respecto a la filosofía burguesa contemporánea? O lo que es lo mismo: ¿cómo definir la crisis de la filosofía premarxista y de la filosofía burguesa contemporánea en relación con la filosofía marxista-leninista?

El surgimiento de la filosofía marxista, como es sabido, coincide con la crisis por la que atraviesa, durante la primera mitad del siglo XIX, el pensamiento filosófico tradicional, concebido como un saber eminentemente contemplativo y como una «ciencia suprema» o «ciencia de las ciencias». La expresión más cabal del concepto tradicional de la filosofía está contenida en el sistema filosófico hegeliano, que resume del modo más grandioso toda la trayectoria precedente del quehacer filosófico de la humanidad. Esto explica que F. Engels en su obra Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana señale que «con Hegel termina, en general, la filosofía».[Notas bibliográficas 1]

Esta crisis del modelo filosófico tradicional responde al descrédito del viejo método metafísico de pensar, incapaz ya de dar respuesta a los problemas que plantea, por un lado, la práctica político-social y el nuevo sistema de valores procedente de la ideología en formación del proletariado revolucionario, y por otro, el nivel teórico de las ciencias naturales y sociales. De este modo, en el pensamiento teórico de la época se recogen y traducen las contradicciones y exigencias de un nivel superior del desarrollo de la práctica social.

Pero, la «eliminación» de la filosofía tradicional, su «fin» como saber contemplativo y especulativo, como «ciencia de las ciencias», en modo alguno significa la caducidad de toda forma de pensamiento filosófico, ni la «liberación» definitiva de las ciencias contemporáneas respecto a las construcciones filosóficas en general; sino exclusivamente la superación de un período histórico del desarrollo de la filosofía y, presupone, por lo tanto, la conservación de sus contenidos reales. Por eso, la tesis de Engels acerca del «fin» de la filosofía no tiene nada en común con la renuncia positivista de la filosofía en general, sino que se trata de una indicación metodológica de suma importancia: sustituir una forma histórica de pensamiento filosófico ya obsoleta, aquella que encierra al conocimiento en el laberinto de los sistemas especulativos, por otra forma histórica basada en el conocimiento de la historia del pensamiento y de sus conquistas.

De esto se deduce que el surgimiento y desarrollo de la filosofía marxista, nuevo período dentro de la historia del pensamiento filosófico de la humanidad, marca el tránsito revolucionario de las viejas construcciones especulativas de «la filosofía de la naturaleza y de la historia» hacia una filosofía de nuevo tipo, crítica y revolucionaría, como única opción para la constitución de una ciencia filosófica auténtica a la altura de las exigencias de la práctica social y de las ciencias contemporáneas. La idea acerca del «fin» de la filosofía tradicional y de su estructura metafísica, apresada en tres cuerpos teóricos absolutamente divorciados entre sí: ontología, lógica y gnoseología, plantea simultáneamente a Marx y Engels la necesidad insoslayable de reflexionar en torno a «lo que queda en pie de la anterior filosofía con existencia propia». Y este problema no es otro que el de la reformulación del objeto de la filosofía, concebida a partir de ahora como una ciencia específica, cuya región de estudio, una vez desahuciada de la naturaleza y de la historia, diría Engels, es el reino del pensamiento puro: la teoría de las leyes del propio pensar, la lógica y la dialéctica.[Notas bibliográficas 2]

De esta suerte, la descomposición del modelo filosófico premarxista tradicional, de una parte, y la creación de una forma histórica radicalmente nueva del conocimiento filosófico, de otra, conforman dos aspectos inseparables de un mismo proceso. Por eso, la crisis de la filosofía tradicional no constituye otra cosa que la antesala de la revolución filosófica introducida por el marxismo. Ambos momentos del proceso, crisis y revolución, son exponentes de los cambios profundos que sufre la instancia filosófica a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

Esta idea acerca de la relación crisis-revolución, que se establece entre la filosofía premarxista ya caduca y la nueva filosofía del marxismo, permitirá comprender a su vez el surgimiento de la filosofía burguesa contemporánea, no como una alternativa real frente a la crisis del modelo filosófico tradicional, sino como un resurgimiento de la crisis, pero ahora mediada, precedida y acompañada por la revolución. Por ello, la relación que se establece entre la filosofía premarxista y la filosofía burguesa contemporánea no puede comprenderse a partir de la fórmula crisis-revolución, sino a partir del esquema crisis-revolución-crisis, donde el lugar de la revolución lo ocupa en realidad la filosofía fundada por C. Marx y F. Engels, y desarrollada creadora mente por V. I. Lenin.

Y esto se explica porque la alternativa que ofrece la filosofía burguesa contemporánea es la del retorno a esquemas y formulaciones ya vencidos y superados revolucionariamente por la dialéctica materialista. Sin lugar a dudas, el pensamiento filosófico burgués contemporáneo surge como respuesta a la crisis del pensamiento filosófico tradicional, pero a diferencia de la filosofía marxista, esta forma histórica del pensamiento filosófico surge en la crisis y se mantiene en ella sin superarla. Y esto explica que no constituya una revolución auténtica de la filosofía. Todo lo contrario, la filosofía burguesa contemporánea se define como opción frente a la revolución marxista de la filosofía. De ahí que su divisa fundamental no pueda ser otra que la del retomo a los clásicos del pensamiento filosófico tradicional, vueltos a la vida en un sin fin de «neos»: neokantismo, neohegelianismo, neotomismo, neorrealismo, neopositivismo, etcétera.

Por esta razón, el espíritu de «retorno» del pensamiento burgués contemporáneo y su oposición a la revolución teórica marxista explican su carácter de «filosofía de la crisis», pero no como «antesala de la revolución, sino como su «traspatio». De ello se desprende que la naturaleza de la crisis del pensamiento filosófico burgués contemporáneo sea esencialmente diferente a la del pensamiento filosófico tradicional, lo que se evidencia en la grandeza de los sistemas filosóficos clásicos de la antigüedad, del renacimiento y de la época moderna en contraste con el pluralismo, decadencia y eclecticismo de las concepciones filosóficas burguesas contemporáneas.

Como intento frustrado de dar solución a la crisis del pensamiento filosófico premarxista y como opción, también frustrada, frente a la revolución filosófica marxista, la filosofía burguesa contemporánea se plantea, a su manera, el problema de la especificidad del conocimiento filosófico, ante el derrumbe del edificio tradicional de la «ciencia suprema». No es casual que Comte, Spencer, Kierkegaard, Nietzsche coincidan en su critica al hegelianismo, al valorarlo como última manifestación de un pensamiento especulativo y metafísico ya moribundo, al igual que lo hicieran Marx y Engels. No obstante, se trata de enfoques que no pueden sino ser opuestos ya que parten de posiciones gnoseológicas y clasistas irreconciliables. Por consiguiente, las opciones que brinda la filosofía burguesa contemporánea en sus diferentes variantes: cientificistas o irracionalistas, positivistas, antropológicas o místico-religiosas, no constituyen una solución científica al problema de la especificidad del conocimiento filosófico. En resumidas cuentas, se trata de un enfrentamiento de palabra y no de hecho a la vieja metafísica, de una simple sustitución de la especulación tradicional por nuevas fórmulas de especulación idealista. En la mayor parte de los casos el resultado de estas búsquedas conducen a soluciones negativas, a posiciones «suicidas» o «autodestructivas». Tal es la situación de la reducción positivista de la filosofía a las ciencias o de su disolución, en ocasiones irracionalistas, a formas vaIorativas de la conciencia social como son la moral, el arte, la política o la religión.

En suma, la época del surgimiento de la filosofía marxista y, por consiguiente, de un nuevo período en la historia del pensamiento filosófico de la humanidad, representa un momento de profundas transformaciones en la esfera o instancia filosófica. Las conmociones que sufre la esfera filosófica en este período, sintetizan los cambios que se operan en todo el pensamiento teórico y, por lo tanto, ellos tienen su repercusión en otras instancias: en la esfera ideológico-valorativa y en la de las ciencias. Por ende, las transformaciones del pensamiento teórico en este período son exponentes de un nuevo nivel del desarrollo de toda la práctica social. En la instancia filosófica estos profundos cambios dan lugar a la formación de un modelo esencialmente nuevo del pensamiento filosófico: la dialéctica materialista.

Las investigaciones filosóficas marxistas-leninistas actuales demuestran que el problema de la naturaleza particular del saber filosófico constituye un problema permanente del quehacer filosófico. Se trata de un problema que, aunque recibe en las obras de los clásicos del marxismo-leninismo un tratamiento científico, acorde con las exigencias del conocimiento y de la práctica social contemporáneos, noqueda resuelto definitivamente. Es éste un problema eterno,[Comentarios de la autora 1] un problema abierto sobre el que es preciso volver una y otra vez en la medida que lo filosófico se construye y modela, se enriquece y concreta de forma permanente, como resultado del vínculo de la filosofía con la actividad históricamente cambiante de la humanidad.

La actualidad teórica de este problema para la investigación filosófica marxista-leninista está dada, asimismo, por las diferentes posiciones e interpretaciones que hoy existen sobre las ideas de Marx, Engels y Lenin, lo que ha despertado una intensa polémica en la literatura filosófica contemporánea. Entre los problemas más debatidos cabe destacar las discusiones en torno a la región de estudio del conocimiento filosófico; a la naturaleza peculiar de las categorías filosóficas en comparación con los conceptos científico-particulares y generales; al lugar del problema fundamental de la filosofía y de la práctica en el sistema conceptual del materialismo dialéctico e histórico, etc. Estas temáticas tocan muy de cerca a otras de no menor importancia, a saber, la de la estructura categorial de la dialéctica marxista y la de las relaciones y unidad del materialismo dialéctico y del materialismo histórico.

Plantearse el problema de la naturaleza específica del conocimiento filosófico significa, ante todo, elucidar las particularidades de la filosofía como forma de la conciencia social. Y ello es posible si se establecen las distinciones pertinentes no sólo entre la filosofía y la ciencia, sino, también, entre la filosofía y el valor, esto es, entre la filosofía y las formas ideológico-valorativas de la conciencia social: ideología político-jurídica, moral, arte, religión. Aun cuando la filosofía constituye una ciencia y, a la vez, una forma ideológico-valorativa de la conciencia social, ella no puede ser reducida ni a una ciencia más, ni tampoco a una forma ideológica como las restantes. Si bien es cierto que el conocimiento filosófico se distingue del conocimiento aportado por las ciencias, esta distinción no se reduce simplemente a que la filosofía produce una generalización más amplia y una síntesis inmediata de los resultados del conocimiento científico. A su vez, el conocimiento filosófico posee un carácter eminentemente valoratívo e ideológico, pero la valoración filosófica debe diferenciarse cuidadosamente de la valoración política o moral, como es sabido. Esto último se evidencia con toda claridad en el problema de la naturaleza especifica del partidismo filosófico y de los partidos filosóficos fundamentales: materialismo e idealismo. La interpretación materialista o idealista de los resultados y procedimientos de las ciencias y de la práctica social responde por igual a raíces epistemológicas y clasistas; no obstante, ella no es equivalente ni a los resultados a los que llega por sus vías el científico ni a las posiciones ideológico-políticas, religiosas o ateas de las que parte.

En resumidas cuentas, el conocimiento filosófico es simultáneamente un saber informativo o de contenido y valorativo o de significación. Así, las verdades filosóficas son en esencia valorativas, a diferencia de las verdades contenidas en las investigaciones científico-naturales. La verdad filosófica es por definición de orden partidista. Ahora bien, el partidismo de la filosofía marxista-leninista es un partidismo objetivo en el sentido en que lo concibiera Lenin, es decir, no un partidismo fuera de la ciencia, sino desde la ciencia, que se construye en su interior. Esta argumentación es válida en principio para diferenciar el conocimiento filosófico del científico-natural, en virtud de que este último no lleva implícito en sus contenidos la valoración o el compromiso ideológico. Sin embargo, esto no ocurre así en las ciencias sociales que son eminentemente partidistas. Sólo la ciencia social marxista reúne los requisitos de un conocimiento auténticamente científico aun cuando responde a los intereses de una clase, la más revolucionaria de la historia de la humanidad: el proletariado, por cuanto sus intereses y necesidades coinciden por entero con los del progreso social debido a la posición que ocupa en el sistema de la producción social. De esta forma, la ciencia filosófica, al igual que las ciencias sociales, es de naturaleza partidista. No obstante, el partidismo filosófico tiene su especificidad y, por consiguiente, no debe confundirse tampoco con el partidismo de las investigaciones científico-sociales.

Ahora bien, para desentrañar la naturaleza valorativa específica del conocimiento filosófico es necesario profundizar en el análisis de las particularidades del reflejo filosófico de la realidad, tanto desde el punto de vista de su contenido como de su forma. Y esto sólo es posible si se utiliza un criterio que permita desentrañar simultáneamente las peculiaridades de lo que refleja el saber filosófico y de cómo lo refleja. Esta investigación en torno a la especificidad del saber filosófico sólo puede llevarse a cabo desde las posiciones de la filosofía marxista-leninista, ya que uno de sus rasgos distintivos consiste, precisamente, en la delimitación de su objeto y funciones.

Todas estas consideraciones sirven para argumentar el cambio sustancial que se produce en la naturaleza del conocimiento filosófico con la aparición y el desarrollo de la teoría marxista. Sin embargo, estas ideas no constituyen otra cosa que el punto de partida para el análisis de un problema teórico extremadamente complejo y en modo alguno agotado. Un examen más detenido y, por ende, más detallado de lo que en la actualidad puede comprenderse como «la revolución teórica operada por la filosofía marxista», indica que lejos de ser éste un tema concluido y una discusión zanjada, representa en realidad un tema abierto al debate y a la polémica científica. El debate acerca de la naturaleza específica del conocimiento filosófico marxista comienza precisamente allí donde se formulan los criterios y parámetros que permiten determinar la esencia de ese cambio sustancial y medir sus dimensiones y su profundidad.

Sin lugar a dudas, en las obras de los clásicos del marxismo-leninismo encontramos indicaciones valiosas que sirven de sólidos principios metodológicos para encauzar la búsqueda de estos criterios. En particular, puede hacerse mención de la tesis, elaborada por Engels, acerca de la delimitación del objeto de estudio y procedimientos del conocimiento filosófico, y del consiguiente cambio de lugar de la filosofía en el sistema contemporáneo de las ciencias. Pero aun cuando se reconozca junto con Engels que la filosofía marxista elimina de sus contenidos todos aquellos dominios que se convierten en objeto de la investigación científico-particular, al igual que «toda la quincalla filosófica» de índole especulativa y metafísica, resta aún por determinar de modo positivo cuál es el dominio propio del saber filosófico y en qué reside la particularidad de la generalización filosófica. De modo semejante, puede señalarse, que aun cuando se retome la idea de Marx sobre el carácter crítico-revolucionario, y por ello, anticontemplativo de la dialéctica materialista, queda aún por definir con mayor precisión el sentido y la forma en que la filosofía marxista ejerce la fundamentación metodológica de la actividad científica y práctica contemporánea.

En otras palabras, el debate actual en tomo al problema de la naturaleza del conocimiento filosófico marxista se abre allí donde la investigación se esfuerza por comprender de manera creadora y por desarrollar de modo consecuente los principios elaborados por Marx, Engels y Lenin. Y ello no representa otra cosa, que reconocer la vigencia de estos principios para abordar los nuevos problemas que plantean los conocimientos científicos y la práctica revolucionaria a la investigación filosófica marxista actual.

La polémica en torno a la especificidad del conocimiento filosófico marxista cobra hoy día aún mayor importancia, si se tiene en cuenta que muchas construcciones neomarxistas y revisionistas contemporáneas pretenden ofrecer una solución «actualizada» de este problema, utilizando el camino de la «renovación» o «enmienda» del marxismo. Estos ensayos «renovadores» del marxismo por la vía de su complementación con principios y categorías tomadas del pensamiento burgués contemporáneo, conducen, de forma inevitable a la mixtificación y deformación de los contenidos revolucionarios de la dialéctica marxista. Pretender hacer de Marx nuestro contemporáneo por la vía del franco escamoteo y la burda desnaturalización de la esencia teórico-revolucionaria de su pensamiento filosófico, responde exclusivamente a las intenciones de una ideología con la que el marxismo ajustó definitivamente cuentas hace más de un siglo.

De este modo, el análisis actual de la naturaleza particular de la filosofía marxista exige necesariamente un retorno a las ideas fundamentales formuladas por Marx, Engels y Lenin, pero no con el fin de repetir hasta la saciedad las mismas frases consabidas, sino con el objetivo de su desarrollo consecuente y creador, en correspondencia con la esencia misma del único pensamiento científico-revolucionario de nuestra época.[Comentarios de la autora 2] En este sentido, se hace indispensable, por un lado, dejar claramente establecido el camino recorrido por los clásicos del marxismo-leninismo en la solución del problema de la especificidad del conocimiento filosófico, y por otro, delimitar aquellas tareas que quedan aún por resolver o que deben replantearse a la luz de la ciencia y la práctica social contemporáneas para su enriquecimiento y concreción, y que justifican plenamente la actualidad de la polémica y de la investigación científica en este terreno. Las repercusiones de orden teórico e ideológico que emanan de este esclarecimiento son insoslayables, ya que el conocimiento a fondo del camino andado por Marx, Engels y Lenin, conforma la premisa indispensable que permitirá discernir entre el verdadero camino que queda aún por andar y el riesgo que entraña desandar el camino andado.

Comentarios de la autora

  1. Utilizamos aquí el concepto de «problema filosófico eterno» en el sentido en que lo emplea T. I, Oizerman en su obra: Problemas de la ciencia histórico-filosófica (Editorial Misl, Moscú, 1972). Oizerman se refiere a problemas eternos, pero no en el sentido en que lo interpreta el metafísico o el agnóstico, ya que no hay problemas independientes de la historia, ni problema inmutables, así como irresolubles.
  2. «No se trata —como ha dicho Carlos Rafael Rodríguez— de repetir o glosar lo que Marx, Engels y Lenin dijeron en su tiempo, sino de usarlo al máximo del modo marxista-leninista, como instrumento de trabajo, como guía científica, para aplicarlo a las condiciones distintas y diferenciadas de nuestra propia época» (Véase, Carlos Rafael Rodríguez: Discurso de apertura en la Conferencia Teórica Internacional: «La estructura de clases en América Latina», en Memoria del Evento, La Habana, 1980, p. 5.)

Notas bibliográficas

  1. Federico Engels: «Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana», en: C. Marx y F. Engels: Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1978, t. III, p. 360.
  2. Ibid., p. 394.