Biblioteca:Historia de Cuba. La Colonia. Tomo I, Primera Parte Evolución socioeconómica y formación nacional de los orígenes hasta 1867/Conquista y colonización de la isla de Cuba (1492-1553)
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La Europa de la época del descubrimiento
En los años finales del siglo XV, cuando los europeos llegan al Nuevo Mundo, se está produciendo en el viejo continente la disolución de la formación económico-social feudal.
Desde el siglo XI, ese sistema había comenzado a debilitarse cuando comenzó la decadencia de los señores feudales, agobiados por los enormes gastos que les habían ocasionado las Cruzadas. A esta situación se sumaron, durante los siglos XIII y XIV, las luchas intestinas entre los dueños de los diferentes feudos y las sublevaciones de los campesinos que vivían en la miseria.
En el siglo XV los reyes, señores feudales por excelencia, se oponen a la fragmentación feudal y comienzan a centralizar el poder a través del control de la justicia, del establecimiento del sistema de impuesto y de la protección del comercio. Durante este proceso la burguesía —beneficiada por las medidas que se adoptaban—, se convirtió en un poderoso aliado de los monarcas.
Paulatinamente la economía comercial fue permeando y transformando el sistema feudal. Los señores feudales, necesitados de dinero para sus crecientes gastos, transitaron de la renta en trabajo y en especie a la renta en dinero y poco a poco se fueron convirtiendo en modernos terratenientes. A partir de entonces se produjo una alianza coyuntural entre los reyes, los nuevos terratenientes y la burguesía para compartir los beneficios del poder político centralizado.
El siglo XV europeo se caracterizó por el desarrollo sistemático de la producción agraria que incrementó el excedente de producción destinado al intercambio. De igual forma se desarrollaron y adquirieron carácter permanente las rutas comerciales y las ferias para la exposición y venta de productos, lo que propició alianzas y tratados pero también guerras y rivalidades entre las diversas regiones europeas inmersas en el proceso de su definición como estados o naciones.
En ese lapso adquirieron fisonomía propia los burgos, característicos de las ciudades emergentes de la Edad Media tardía. Paulatinamente se fueron incrementando los oficios con cierto detrimento de la agricultura y la consecuente concentración de los artesanos en las ciudades que se desarrollaron como centros de relaciones comerciales.
Si bien la mayoría de la población no abandonaba absolutamente las labores agrícolas por el ejercicio de algún oficio o el comercio menor, estos iban requiriendo más dedicación a medida que aumentaba la demanda. En los oficios fueron evidenciándose diferencias económicas y sociales cuando los maestros, debido al inicio de la descomposición de los gremios, ocuparon posiciones más importantes que los oficiales y los aprendices, quienes, en muchas ocasiones, quedaron en la condición permanente de asalariados.
En las ciudades, ubicadas al inicio en cruces de caminos importantes, se practicaba el comercio. En algunos casos este era de mercancías caras y exóticas provenientes del Oriente, pero igualmente se intercambiaban productos locales, tanto agropecuarios como artesanales.
En los burgos y ciudades no solo se incrementó la producción artesanal en medio de la evidente contradicción entre los gremios y cofradías y aquellos que intentaban romper sus leyes y organización, sino que se desarrollaron los sistemas usurarios y los núcleos de comerciantes, de forma tal que comenzó a definirse un tipo de burguesía caracterizado por realizar su acumulación dineraria sobre la base de la usura y el comercio. Esta nueva clase social fue el germen disolvente de la tradicional estructura medieval europea. En sus afanes comerciales financió empresas y contribuyó decididamente a sentar las bases de los futuros mercados nacionales con moneda única y sin barreras arancelarias, y a definir fronteras y estados supeditados hasta entonces a los grandes señores feudales, al prestar su apoyo al surgimiento de monarquías centralizadas de las cuales fue una aliada circunstancial.
Si bien durante este siglo se mantuvieron las grandes hambrunas, las epidemias generalizadas y las guerras de corte feudal, también es cierto que disminuyeron en relación con los siglos anteriores. Las guerras en el Mediterráneo o en los mares del norte se caracterizaron por la búsqueda del predominio comercial. Las republiquetas italianas como Génova, Venecia y Florencia rivalizaron entre sí por el dominio del Mediterráneo; también se esforzó en esa dirección la zona catalana de la península Ibérica. Los más atrevidos viajes fuera de Europa no estuvieron encubiertos por motivos eminentemente religiosos sino por las más claras intenciones de buscar rutas comerciales. La rivalidad europea con los otomanos se vinculó con el dominio de los caminos hacia los productos del Lejano Oriente. La caída de Constantinopla si bien no suprimió totalmente el comercio con esa región sí lo encareció.
La nueva cultura ciudadana, impulsada por el activo desarrollo de la burguesía usurero-mercantil, implicó profundos cambios en las concepciones sobre la sociedad, la política y la ciencia. Desiderio Erasmo colocó al individuo como centro de preocupación intelectual con lo que sentó las bases del humanismo renacentista; el sacerdote franciscano Guillermo de Ocam se opuso a la teoría tomista de los Universales al colocar el conocimiento en lo particular y experimental y enfrentarse a la autoridad papal en lo relativo a las cuestiones terrenales; Nicolás Maquiavelo recepcionó la experiencia política de finales del siglo XV y legó al siglo siguiente una nueva concepción de la práctica política; los mercaderes retornaban a Europa con una visión real del mundo asiático.
Mientras tanto, el papado se sumergía en una profunda crisis durante la cual la silla de San Pedro fue disputada por diversos países europeos que aspiraban a colocar en ella a sus partidarios. El desmembramiento del sacro imperio romano-germánico, la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, la ruptura de la concepción de integridad de la cristiandad y el desarrollo del individualismo en el plano conceptual, sentaron las bases para una nueva visión del mundo, que se apoyó en el desarrollo de nuevas técnicas y concepciones en las múltiples esferas del conocimiento.
A fines del siglo XV, se empiezan a articular en Europa, a través de monarquías centralizadas, estados capaces de integrar sus diferentes grupos étnicos a partir de una misma estructura administrativa muy superior a la detentada hasta entonces por las ciudades estado italianas, que fueron progresivamente superadas por una nueva organización político-estatal. A este proceso evolutivo se incorporaron Castilla, Portugal, Francia e Inglaterra que lograron, gracias a la organización de sus monarquías, acaparar mayores recursos económicos como consecuencia de la aplicación de la teoría mercantilista, de un rígido derecho sucesorio y de la integración de la nobleza a su séquito al hacerle abandonar sus feudos ancestrales e incorporarse a la nueva política.
En contraposición con el surgimiento de las monarquías centralizadas en Europa occidental, en las orientales se mantuvo la estructura anterior aunque influida por las demandas y posibilidades que el mercantilismo llevaba a otras zonas del mundo. Estos fueron los casos de los ducados de Varsovia y Moscovia. Las monarquías centralizadas, no obstante, no lograron imponerse en amplias zonas de Europa donde, a pesar del desarrollo de fuertes burguesías usurero-mercantiles, la especificidad de sus territorios y economías no propiciaba aún esa integración. En ellas, las estructuras imperiales, poco efectivas para el control regional, o las republiquetas, ciudades de amplio control comercial pero no territorial, se mantuvieron. Ejemplo de esta tendencia fueron Alemania e Italia.
Las nuevas posibilidades de las monarquías centralizadas quedaron demostradas con el hecho de que los portugueses primero y los españoles después, estuvieran en condiciones de vencer los límites que, para la navegación, el comercio y la expansión en general, representaba el Atlántico. Ello se pudo realizar mediante la aplicación de nuevas técnicas y el avance científico de la época.
La España que arribó al Nuevo Mundo
En el transcurso de los siglos XI al XV, se fueron desarrollando y afianzando en Castilla instituciones de importancia. Esta región resultó la promotora en las zonas central y oriental de la península Ibérica, junto con Portugal, del proceso de centralización que permitió emprender las exploraciones oceánicas y las conquistas ulteriores. Ambas poseían los recursos materiales y técnicos y los conocimientos científicos necesarios para realizar tales empresas.
A pesar de que en algunas zonas de España comenzaban a desarrollarse relaciones económicas que se correspondían con el capitalismo comercial y se iniciaba una lenta evolución en torno a la mesta[1] y a las actividades marítimas realizadas por los gallegos, vascos y andaluces, la base de su economía era esencialmente agropecuaria. Su insuficiencia para producir mercancías capaces de permitir el intercambio con el Oriente la obligaba a realizar pagos directos en oro y plata, circunstancia que provocaba una gran demanda de estos metales a la vez que acrecentaba el afán de buscar fuentes que le permitiera abastecerse de ellos.
La posibilidad para el desarrollo de una política de intercambio comercial y de ocupación territorial a favor de una metrópoli estuvo vinculada en España a las nuevas condiciones surgidas a partir de 1474 y 1479, fechas en que Isabel y Fernando, casados desde 1469, detentaron respectivamente las coronas de Castilla y Aragón. De esta forma se establecieron las bases para una política de gobierno unitaria en la que influyeron concepciones feudales y modernas, de las cuales se desprendieron muchas de las definiciones y variantes de la colonización hispánica en los territorios americanos.
Si bien el gobierno de los llamados Reyes Católicos[2] implicó formalmente un triunfo de la nobleza y el clero frente a la naciente burguesía citadina y a las capas y sectores medios, este se desarrolló sobre la base de una lucha de clases diferente al fortalecerse las posiciones de los comerciantes en las ciudades a la vez que se reorganizaban las finanzas y las rentas reales. Los monarcas también estimularon el proceso de renovación que se venía gestando en el seno de la nobleza castellana al elevar a altos cargos a personas de nuevo linaje, vinculadas a los intereses mercantilistas, a la vez que relegaban a la antigua nobleza.
Esta situación exacerbó las luchas internas entre los diferentes componentes de la aristocracia y entre esta y los municipios, y propició el triunfo de las fuerzas centralizadoras.
La nueva monarquía centralizada promovió la paulatina formación de un clero comprometido con sus intereses políticos y no con los de Roma, creó las instituciones comunes para Castilla y Aragón, aunque sin lograr una administración unitaria; estableció una estrategia encaminada a reducir los beneficios alcanzados por Portugal en el Atlántico, y revitalizó en el Mediterráneo una política expansiva sobre la base de una estrategia defendida por la burguesía y los nuevos linajes, que fue el resultado de un equilibrio de fuerzas cuyas modificaciones influyeron, como tendencia, en la política que se empezó a formar durante el reinado de los Reyes Católicos.
Paralelamente a este proceso, durante los siglos XI al XV, España desarrolló su Guerra de Reconquista contra los moros. La centralización de recursos, su uso más racional y la apertura de nuevas fuentes de ingreso, facilitaron a los Reyes Católicos poner fin a la Reconquista con la toma de Granada en enero de 1492. Al finalizar esta larga guerra, quedaron sin empleo millares de hidalgos —especie de nobleza menor que despreciaba el trabajo por su condición social—, cuya única profesión era la de las armas. Estos hombres, como postulaba un refrán de la época, solo tenían tres vías para ganarse la vida: Iglesia, mar o casa real. Sentían un particular desprecio por la vida propia y mucho más por la ajena y deseaban ansiosamente poseer tierras que les permitieran alcanzar el nivel social de los primogénitos de sus familias. Las expediciones a ultramar les significarían una nueva vía para actividades militares.[3]
Se inició entonces la expansión comercial y la colonización de varias islas del archipiélago canario,[4] empresa en la que se destacó Castilla a través del fuerte espíritu guerrero que muchos de sus hombres, deseosos de adquirir tierras sin exponerse a las contrariedades que implicaba su validación por parte de la Corona, habían adquirido durante la Reconquista.
La expansión hacia las Islas Canarias, concluida en 1496, implicó el fortalecimiento de los intereses mercantiles y la apertura hacia el Atlántico, antecedente de la ruta hacia el Occidente utilizada por la Corona y por Cristóbal Colón a partir de las Capitulaciones de Santa Fé. Como expresa Morison, aquella empresa fue el "ensayo general" de la conquista de América.[5]
Las monarquías centralizadas de España y Portugal fueron las promotoras, tras la crisis del siglo XIV, del hallazgo de una vía para el comercio directo con el Oriente que, al eliminar a los intermediarios árabes, estableciese las bases para una participación de sectores más amplios en el consumo de azúcar, especias y otras mercancías que hasta ese momento solo podían obtenerse a través de las ciudades italianas. La expansión de este intercambio y la llegada del oro a la península, africano primero y americano después, convirtieron a estos dos reinos en las sedes receptivas e intermediarias de la recién iniciada acumulación originaria del capital en Europa.
La empresa colombina
Tras el largo período de la Edad Media, durante el cual la cultura y los conocimientos científicos eran exclusivos de algunos eclesiásticos y de escasos laicos provenientes de la clase dominante, durante el siglo XV, en Europa comenzaron a ampliarse los horizontes de la filosofía, las ciencias y las artes. Los hombres despertaban de un letargo secular y se interesaban por renovar y transformar el mundo en que vivían.
Mientras que en Europa, sobre todo en las ciudades italianas, florecían la economía y la cultura, los turcos se ocupaban de expandirse hacia dicho continente. Este proceso llegó a su punto culminante con la toma de Constantinopla en 1453, que implicó la ruina de los venecianos, genoveses, florentinos y todos aquellos que vivían del comercio de las especias. El enorme consumo europeo de productos provenientes del Asia a través del Mediterráneo quedó en manos de los turcos.
El comercio con el Oriente era una pieza clave en la fase usurero-mercantil del emergente desarrollo capitalista que se producía en Europa, razón por la cual resultaba de imperiosa necesidad la localización de una nueva ruta que, eludiendo la mediación turca, permitiese comerciar directamente con los territorios asiáticos.
Comerciantes, marinos, banqueros y hombres de ciencia, sobre la base de los relativos conocimientos que existían de las rutas marítimas y los recientes descubrimientos científicos, se dedicaron a encontrar una nueva vía que los condujera al Oriente. Uno de estos hombres fue Cristóbal Colón, quien hizo todo lo posible por demostrar que la idea de llegar al Asia cruzando el Atlántico no era un sueño. Para esto debía conseguir que su proyecto fuera financiado.[6]
A fines de 1483 y principios de 1484, Colón presentó su proyecto al rey Juan II de Portugal. Este fue rechazado, pues los sectores gobernantes del país se inclinaban a buscar el camino hacia las Indias mediante la circunnavegación del continente africano, criterio que la historia demostró era acertado. El futuro almirante partió entonces hacia el puerto de Palos acompañado por su hijo Diego.
Ya en España Colón se dirigió al convento de la Rábida donde se encontró con el padre Antonio de Marchena, cosmógrafo y astrólogo, quien lo apoyó decisivamente en sus gestiones ante la corte. El 20 de enero de 1486, el marino genovés fue recibido, por vez primera, por los soberanos españoles a los cuales, ante una junta de eruditos, expuso su proyecto y dio a conocer sus singulares teorías cosmográficas basadas en libros antiguos y textos sagrados, con el objetivo de impresionar a sus interlocutores. No obstante, la decisión fue negativa al considerarse el proyecto riesgoso e inseguro. La Corona, además, estimaba que el genovés aspiraba a un poder exagerado y pretendía reservarse una parte notable de las posibles ganancias.
El padre Marchena aconsejó a Colón permanecer en el territorio y le viabilizó la relación con el rico y poderoso duque de Medina Sidonia. Esta gestión también resultó infructuosa. Se dirigió entonces el marino al puerto de Santa María, donde expuso su proyecto al duque Luis de la Cerca Medinacelli quien simpatizó con sus ideas y le prometió ayuda. El duque intercedió en la corte y ofreció financiar la empresa. La reina aceptó recibir nuevamente a Colón, pero aclaró que de realizarse el proyecto el Consejo de Castilla dispondría de los gastos sobre la base de que este sería de la exclusiva competencia de sus soberanos.
Colón fue recibido nuevamente en el verano de 1489, pero se le planteó esperar hasta que concluyese la campaña contra los moros. Durante ese lapso se le permitía vivir en la corte.
Durante el otoño de 1491 el marino visitó nuevamente el convento de la Rábida. Allí conoció al padre Juan Pérez, quien había sido confesor de la reina. Este se entusiasmó con el proyecto colombino y prometió su ayuda partiendo hacia la corte, ubicada en ese momento en Santa Fé.
Los monjes de la Rábida encaminaron sus gestiones por vías paralelas, pero más seguras: la de los acaudalados comerciantes. Estos se presentaron ante la reina a fin de convencerla de las ventajas económicas del proyecto para el cual prometían un importante préstamo capaz de sufragar los gastos de la expedición.
El cambio de opinión de los reyes fue radical. Si a fines de 1491 habían participado del fallo negativo de la comisión que estudió la propuesta, ahora, a pesar de la decisión nuevamente negativa del Consejo de Castilla, prefirieron atender las razones de la burguesía comercial y usuraria y partiendo de los préstamos que esta ofrecía a la Corona, reconsideraron aceleradamente su fallo anterior. Para la empresa, Colón solo pedía a los soberanos 1 000 000 de maravedíes y a cambio prometía convertirlos en los reyes más poderosos de la cristiandad. El resto del dinero debía correr a cargo de banqueros y comerciantes genoveses, florentinos y hebreos. Ante estos nuevos elementos Fernando e Isabel hicieron regresar a Colón quien se encaminaba hacia la corte francesa para ofrecer su proyecto. Entre el fallo y su aceptación por la corte, solo mediaron cuatro meses. El 17 de abril de 1492, el rey y la reina habían aprobado el documento contractual que debían suscribir con Colón, conocido con la denominación de Capitulaciones de Santa Fé. El contrato fue firmado en la población de este nombre, frente a la ciudad de Granada y no pasaba de ser una minuta "de acuerdo mutuo".[7]
Aunque en las Capitulaciones[8] no se expresa cuáles eran las islas y tierras a las que navegaría Colón, esto se aclaró al entregarle un documento y cartas credenciales dirigidas al Gran Khan. El propio Colón lo confirmaría en su Diario[9] con continuas referencias a este personaje, y a localizaciones geográficas como Cipango, Kinsay, Mangi, etc., todas del Asia y el Pacífico.
El documento se expresa por sí mismo y de él se deduce claramente el objetivo fun damental del primer viaje: establecer nexos comerciales y económicos con países del Lejano Oriente, China e India principalmente, y no el de realizar operaciones militares de conquista ni ocupación permanente. Los elementos objetivos que llevan a esta conclusión, además de lo expresado en el texto de las Capitulaciones son el hecho de que la expedición traía un armamento débil y escasa tripulación, y que, como se conoce, en las carabelas viajaba un hebreo bautizado, como traductor, que por sus conocimientos del árabe podía entenderse con los habitantes de los países musulmanes. A pesar de eso, el contrato no excluye la posibilidad de que se pudieran adquirir nuevas tierras hasta entonces desconocidas.
No obstante la Corona consideró siempre que esta era una empresa riesgosa y lo que la decidió a participar en ella fue la presión ejercida por los prestamistas y la influyente Iglesia quienes, con su aporte económico y respaldo moral, aseguraron el éxito en las gestiones finales que Colón debía realizar ante la Corona. Resueltos los problemas financieros iniciales, comenzó la preparación práctica de la expedición, escasa en el aspecto pecuniario porque la Corona, a pesar de los préstamos recibidos, continuaba viéndola con bastante recelo inversionista.[10]
El aporte oficial alcanzó solamente para sufragar la armazón de dos naves, pero como en opinión de Colón era necesaria una tercera, cuyo apresto debía representar, aproximadamente, la octava parte de la inversión total, se vio obligado a gestionar por sí mismo más dinero. Diversos investigadores discrepan sobre la forma en que lo obtuvo: si las autoridades y pobladores de la villa de Palos aportaron algo o no; si Colón obtuvo financiamiento de la familia Pinzón, marinos influyentes y experimentados que tenían múltiples relaciones con mercaderes y banqueros sevillanos; o si lo logró de Juanoto Berardi, factor o agente en Sevilla de los Médici, quienes gobernaban en aquellos momentos en Florencia y cuyos intereses financieros se confundían con los de esa república italiana, lo cierto es que consiguió lo que necesitaba. Lo más lógico es pensar que, teniendo en cuenta las circunstancias, Colón no vacilara en aceptar cuanto aporte económico redundara en beneficio de sus proyectos. Finalmente la expedición se armó con tres naves —una nao y dos carabelas— la primera de poco más de 100 toneladas y otras dos que no rebasaban las 60 toneladas cada una, tripuladas por 87 hombres.
Según consta en los documentos de la época, las tripulaciones estaban integradas por experimentados marineros de la costa andaluza y algunos del mar Cantábrico. Además, por hombres libres pertenecientes a los estratos pobres ya mencionados, principalmente labriegos sin tierras e hidalgos. También embarcó para América otro discutido grupo: los sancionados a quienes se les amnistiaba o conmutaba la pena por la de destierro a Ultramar. Pero es preciso delimitar cuál es el verdadero alcance que tiene el concepto de "delincuente" en la España del siglo XV porque un error de apreciación puede llevar a confundir la verdadera índole de los delitos en aquella época[11] regida aún por arcaicos códigos medioevales como el Fuero Viejo de Castilla, promulgado en 1356.[12]
Con esta expedición, modesta y heterogénea, se hizo Colón a la vela en la villa de Palos el 3 de agosto de 1492 y, tras una escala de breves días en las Canarias, arribó el 12 de octubre del propio año a una isla del archipiélago de las actuales Bahamas llamada por sus habitantes Guanahaní y rebautizada por él como San Salvador. Actualmente la opinión generalizada es que se trata de la isla de Watling.
Son bien conocidos los incidentes surgidos con la tripulación durante el trayecto desde España hasta San Salvador, controlados trabajosamente por los jefes, principalmente Colón, por lo que no nos detendremos en ellos. Continuemos, pues, navegando entre las Bahamas, donde supo Colón de la existencia de una gran isla hacia el sur, nombrada Cuba, la que aparentemente asoció con Japón. Siguiendo las indicaciones de los lucayos que había incorporado a bordo, avistaron las costas de dicho territorio al anochecer del 27 de octubre.
La mañana siguiente fondeaba Colón en un puerto que denominó San Salvador, actual bahía de Bariay; y el día 29 zarpó rumbo al oeste, pasó ante la boca de Jururú (Río de Luna) y entró en Gibara llamándola Río de Mares[13] de donde salió el 30 hacia el noroeste, hasta divisar un "cabo lleno de palmas" por lo que lo designó como Cabo de Palmas, ahora punta de Uvero. Habiendo comenzado a soplar un norte, regresó el día 31 a Gibara, donde permaneció hasta el 12 de noviembre, carenando sus naves y reconociendo el interior del país.
En aquel momento Colón creía encontrarse en las costas de China, por lo que el 2 de noviembre despachó al intérprete de la expedición, el converso Luis de Torres, acompañado por el marinero Rodríguez de Jerez, con las credenciales que había recibido de los Reyes Católicos para el Gran Khan. Después de caminar 12 leguas, los "embajadores" llegaron a una aldea grande en la actual región de Holguín. El único resultado práctico de esa empresa fue, al parecer, el descubrimiento del tabaco por los europeos.
Colón salió de Gibara la mañana del 12 de noviembre, siguió la costa en un rumbo próximo al este y bautizó la boca de Samá como Río del Sol. Navegó hasta el crepúsculo, que los sorprendió frente a un cabo (el actual cabo Lucrecia), al que puso por nombre Cabo de Cuba. Al día siguiente reconoció punta de Mulas y el acceso de la extensa bahía de Nipe que, por su tamaño, le pareció un estrecho. Puso proa al este, en busca de una isla a la que llamaban Babeque, pero fue obligado por un fuerte viento del noroeste a buscar refugio; el día 14, viró hacia el sur, arribó cerca de cayo Moa; llegó a la bahía de Tánamo que llamó Mar de Nuestra Señora y a la rada que se encuentra junto a su boca, donde estuvo hasta el día 19 de noviembre en que se hizo a la vela en dirección noroeste, en busca de Babeque. Después de varias indecisiones y cambios de rumbos debidos probablemente a los vientos variables, en la mañana del 24 volvió a recalar en cayo Moa, que bautizó como Puerto de Santa Catalina, allí se mantuvo hasta el 26, que zarpó hacia el sureste. Después divisó otro saliente costero al que denominó Cabo de Campana (punta de Plata) junto al cual le anocheció y al amanecer estaba a 5 o 6 leguas al sureste de donde se había detenido la noche anterior. Retrocedió y avistó la costa entre punta Rama y punta Canas. En su recorrido por la costa, a partir de Cabo Campana, el ya Almirante reconoció varios entrantes y los ríos Toa y Duaba. Al sureste del último halló un poblado grande que parece haber estado situado cerca de la punta Duaba. Remontada esta, encontró la entrada al puerto de Baracoa, donde fondeó el propio 27 y, como acostumbraba, lo colmó de elogios, llamándolo Puerto Santo. Permaneció en él a causa del tiempo, hasta el 4 de diciembre, que siguió recorriendo la costa hacia el sureste donde avistó otros salientes y entrantes así como la bahía del Yumurí. Al amanecer del día 5, descubrió la punta de Fraile, más tarde las escalonadas terrazas de Maisí y la punta de este nombre, la que designó Cabo Alfa y Omega, "para indicar que era el principio o el fin del continente euroasiático, equivalente al Cabo de San Vicente en Europa".[14]
Dejando atrás Maisí, Colón intentó alcanzar Babeque y navegó hasta divisar las costas de Haití. En aguas haitianas encalló y perdió la nave Santa María la noche del 24 de diciembre; con sus maderos se construyó un fuerte, La Navidad, donde permanecieron, al regresar Colón a España, 39 voluntarios. Algunos historiadores estiman que en la permanencia de muchos influyó la circunstancia de que eran conversos, razón por la cual preferían quedarse en las nuevas tierras antes que enfrentarse a la Inquisición en España. Este es el primer lugar en que se establecieron los españoles en América.
El 16 de enero de 1493, emprendió Colón el viaje de regreso, pero en vez de hacerlo por la misma vía que lo trajo a las Antillas tomó otra ruta que lo condujo a la zona de los contralisios, vientos que le empujaron hacia el viejo continente. De haber regresado por la ruta inicial, el retorno habría sido probablemente imposible. Este modo de efectuar el regreso es uno de los principales argumentos que esgrimen los partidarios de la teoría del predescubrimiento.
La vuelta de Colón con algunas muestras de oro —se ignora la cantidad— tan escaso en aquella época y el pequeño grupo de "indios" con rasgos mongoloides que había secuestrado, unido a los optimistas relatos del Almirante, despertaron entusiasmo en la corte y rápidamente se organizó otra expedición. El documento que orientó el segundo viaje fue la Instrucción del Rey de la Reyna para Don Chist. Colón dado en Barcelona el 29 de mayo de 1493.[15] El proyecto contemplaba el establecimiento de una colonia en La Española que serviría de base para futuras exploraciones. Se armó una flota de 17 naves aproximadamente, animales de crianza, semillas, herramientas y víveres para seis meses. Ninguna nación europea había realizado, hasta entonces, una expedición colonizadora ultramarina de tal envergadura, que requería gran cantidad de dinero. Fue el florentino Berardi quien aportó gruesas sumas, dirigiéndose posiblemente al rey Fernando, en un memorial donde trazaba una política de colonización y comercio.
Colón partió de Cádiz el 25 de septiembre para un segundo viaje y luego de llegar a las Antillas Menores y Puerto Rico, arribó a las proximidades del fuerte La Navidad el 28 de noviembre, lo encontró destruido y muerta su guarnición. Posteriormente, fundó más al este la ciudad de La Isabela, de donde zarpó el 24 de abril de 1494 "para explorar la tierra firme de las Indias",[16] es decir, Cuba.
Tras reconocer la punta de Maisí y su Cabo de Alfa y Omega, Colón comenzó a navegar a lo largo de la costa sur y entró en la bahía de Guantánamo, que llamó Puerto Grande. A partir de ahí —como dice Morison al referirse a la fase occidental de este viaje— se hace difícil descubrir su ruta porque las dos obras en que los colombistas han basado su reconstrucción parecen ser apócrifas. La Historia de los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel, atribuida a un supuesto e identificado Andrés Bernáldez[17] y la Historia del Almirante Cristóbal Colón, achacada a su hijo Hernando[18] han resultado falsas fuentes que contienen inexactitudes y fábulas que impiden seguir con precisión la ruta del Almirante por la costa meridional de Cuba.
Podemos decir que navegó frente a las costas orientales, viró al sur y arribó a Jamaica; más tarde retornó a Cuba, divisó cabo Cruz el 14 de mayo; penetró en el golfo de Guacanayabo hasta la boca del Cauto y se internó en su cayería. Exploró el Laberinto de las Doce Leguas y al parecer, fondeó en cayo Caballones el 22 de mayo. Prosiguió rumbo y entró en la bahía de Jagua, la que bautizó como Puerto de Misas. Al abandonarla, el 29 de mayo, siguió la costa hasta la bahía de Cochinos, avistó punta Palmillas en el talón de la península de Zapata. Siguió al oeste por el golfo de Cazones, se adentró en la cayería al sur de la ciénaga y para escapar de ella, en busca de "la mar ancha" se desatracó de la costa y encontró la Isla de Pinos, que bautizó como Evangelista, el 3 de junio. Al dejar Isla de Pinos parece haber navegado hacia el noroeste, recalado por Guanímar, explorado posteriormente el golfo de Batabanó y la ensenada de la Broa, y tomado nuevamente hacia Occidente. Llegó a la actual ensenada de Cortés y vio que de ahí en adelante la costa iba hacia el mediodía por lo que creyó encontrarse en el fondo de un gran golfo, formado por Cuba e Isla de Pinos, como lo muestra el mapa de Juan de la Cosa, que participó en este viaje, en el que ambas islas aparecen unidas.
El hecho de que desde Maisí "su navegación pasaba de trescientas treinta y cinco leguas" le reafirmó a Colón la idea de que se encontraba frente a un continente que para él, partiendo de sus concepciones geográficas, solo podía ser Asia. El 12 de junio, hizo al escribano de a bordo levantar un acta, que debieron asentir las tripulaciones, en la que afirmaba que se encontraba en "la Tierra firme del comienzo de las Indias y fin a quien en estas partes quisiere venir de España por Tierra". El Almirante creía —o simulaba creer—que había arribado a las cercanías de la península de Malaca.[19] Al día siguiente iniciaba el viaje de retorno a La Española, con la desventaja de hacerlo contra viento y corriente, por lo que le tomó 25 días navegar 200 millas hacia barlovento, arribó a la bahía de Jagua el 7 de julio, de donde salió el día 8. Entrando en alta mar, reconoció el cabo Cruz el 18, desde donde puso proa hacia Jamaica con el propósito de bojearla, quizás pensando que esta isla era parte de su imaginado continente.
El Almirante no volvería a surcar aguas cubanas hasta su desastroso cuarto viaje en 1503, en que lo hizo en dos ocasiones. En la segunda de ellas insistiría en que Cuba era parte de Catay.
La noticia de la supuesta llegada de Colón al Asia, voló por Europa desde su primer viaje. Por distintas razones, gobernantes, humanistas y mercaderes se entusiasmaron ante aquella nueva. El Almirante había arribado a Lisboa el 6 de marzo de 1493 al regreso de su primer viaje y ya en la última semana de ese mes la Señoría de Florencia, aún en manos de los Médici, había sido informada de su regreso. La base de aquella conmoción fue una carta escrita por Colón a sus protectores Sánchez y Santágel, donde narraba con vivos colores y el estilo imaginativo que le caracterizaba, las asiáticas maravillas que había encontrado. Dicha carta fue impresa en breve tiempo en castellano, catalán y latín y publicada no solo en España e Italia, sino además fue repetida varias veces en París, Amberes y Basilea. Las más o menos abundantes muestras de oro que llevó Colón, unidas a sus exagerados relatos sobre ríos que arrastraban grandes cantidades de ese metal, encandilaron a Europa, ávida de metales, particularmente a sus hombres de negocios, siempre limitados por la escasez de metálico. Más tarde, las minas de La Española, Cuba y Castilla del Oro y el saqueo de México y Perú convirtieron los sueños en realidad y contribuyeron a acelerar el desarrollo de las sociedades europeas. Contradictoriamente, una de las primeras consecuencias políticas del "descubrimiento" en el ámbito europeo fue la caída de los Médici y el comienzo de la decadencia de su república. A pesar de que al inicio la casa bancaria de los Médici financió modestamente las empresas de Colón a través de Berardi, los genoveses, rivales económicos de los florentinos, ante el éxito del primer viaje, salieron de la inacción y además de continuar financiando las empresas portuguesas como antes, se trazaron una estrategia de alta política para precipitar la caída del banco florentino. La ocasión les fue propicia cuando comenzaba a prepararse el segundo viaje de Colón —todavía respaldado económicamente por Berardi— cuya sola organización ya dejaba utilidades. Esta situación coincidió con que el rey de Francia Carlos VIII pretendía invadir Italia con la intención de conquistar el reino de Nápoles. Pero él, como todos los monarcas europeos de aquella época, carecía de dinero y necesitaba gruesas sumas para reclutar un ejército. Los mercaderes genoveses se lo facilitaron con un interés del 42%[20] y posiblemente con algunas otras condiciones políticas y económicas pues el paso de las tropas francesas por la Toscana no solo provocó la caída de los Médici sino que además precipitó la de su banco y dejó la vía libre a sus rivales genoveses, que se adueñaron del comercio americano.
Viendo los viajes hacia América en un sentido más limitado, se observa que como consecuencia de ellos, surgieron para España nuevas complicaciones económicas en el ámbito internacional, las que a su vez repercutieron posteriormente en América. Algunos banqueros de Alemania y de Italia, que participaron en la empresa, fueron los que posterior y alternativamente se convirtieron en partícipes de las riquezas que personalmente llevaban a España los primeros conquistadores. La incapacidad económica de la metrópoli obraba en detrimento de sus colonias. Los cargamentos que arribaban a puerto español procedentes de América, comenzaron a ser revendidos en partidas menores a diversos mercaderes europeos quienes los transportaban a los más importantes mercados de Europa septentrional, especialmente a la rica ciudad de Amberes, en los Países Bajos, que se convirtió en el centro comercial de los tesoros que provenían de América en el siglo XVI temprano.
Las coronas francesa e inglesa, a pesar de que no eran el centro del comercio con América, se fortalecieron por ventajas indirectas de ese tráfico comercial. Obviamente también la Corona española. El resultado fue que rivalizaron entre sí y ello provocó costosas guerras que entablaron unos contra otros a todo lo largo del siglo XVI. Estos hechos repercutieron posteriormente en Cuba y se manifestaron, entre otros aspectos, en las actividades del corso, la piratería y el contrabando.
En Europa las monarquías pedían grandes sumas a las casas comerciales y bancarias para poder sufragar los gastos que ocasionaban los conflictos bélicos, préstamos que a menudo no podían pagar; llegó a establecerse un constante intercambio entre los monarcas deudores y los prestamistas acreedores en el que, por supuesto, se beneficiaban los últimos. Luego, como consecuencia del "descubrimiento" de América, se desarrollaron el comercio y la industria y también se organizó el crédito. Es decir, que a partir del inicial tráfico de las riquezas de América, en especial del oro y la plata, se enriquecieron comerciantes y banqueros.
También se acrecentó la circulación de mercancías y se desarrolló la relación mercancía-dinero. El colonialismo impulsó los sistemas de créditos comerciales y proteccionistas y el endeudamiento de las casas reinantes europeas, de modo que constituyó uno de los eslabones fundamentales en la acumulación originaria de capital en Europa occidental; en la creación de estructuras económicas que tendían a reducir la fragmentación regional, económica y social, al viabilizar formaciones nacionales; y en la creación de sistemas mundiales coloniales, bases sobre las que se desarrolló el sistema capitalista que se afianzó en Europa. Obviamente la situación internacional de Europa repercutió en Cuba por sus nexos con la metrópoli y sus consecuencias se hicieron evidentes para los posteriores contingentes de colonizadores.
El colonialismo, a través de la llegada de metales preciosos a Europa, intensificó las relaciones monetarias que favorecieron el desarrollo de las condiciones mercantiles propiciadas por la paulatina transición del feudalismo al capitalismo.
Se produjo otra consecuencia más: un alza repentina de los precios, ya que la ulterior afluencia de grandes cantidades de oro y plata extraídas de las minas americanas acarreó el abaratamiento de los metales preciosos y el alza de los precios de las mercancías, aun de los artículos de primera necesidad. El oro y la plata del continente americano convirtieron a España en el estado más poderoso de Europa en el siglo XVI desde los puntos de vista político y militar pero, paradójicamente, la hundieron en la pobreza, a consecuencia de la "revolución de los precios".[21] América significó un mercado en expansión para los productos europeos y al mismo tiempo, una fuente de materias primas, sustancias medicinales y productos alimenticios. Simultáneamente la introducción de distintas plantas americanas, como el ají o pimiento, el tomate, la calabaza, el aguacate, la papa y el maíz, particularmente estas dos últimas, contribuyeron a aminorar las periódicas hambrunas que azotaron a Europa durante la Edad Media y aceleraron el crecimiento demográfico.
La fase insular de la colonización española. Su primera etapa
Cuando Colón arribó a España, su confirmación de que había llegado al Oriente por una vía más corta a la practicada por los portugueses, determinó que los reyes se apresuraran a tomar medidas, antes que otros reinos obtuvieran el dominio exclusivo de la nueva ruta comercial y de los territorios a ella vinculados. Para esto emprendieron maniobras dilatorias con la corte de Portugal, obtuvieron nuevas bulas papales que, sobre la base del derecho canónigo, redistribuyeron los territorios descubiertos entre Portugal y Castilla,[22] y aceleraron la organización del segundo viaje colombino, destinado, entre otros objetivos, a convertir en una factoría el asentamiento de La Española.[23]
En los meses que mediaron entre el arribo de Colón a España el 15 de marzo de 1493 y su rápido retorno a América el 26 de noviembre del propio año, los reyes perfilaron, en lo esencial, la estrategia ideológica, política y económica que debía empezarse a aplicar en la etapa inicial de la colonización. Una de las decisiones que tomaron fue que a diferencia de lo ocurrido en Canaria —donde se había propiciado la eliminación de la población—, en los territorios conquistados o por conquistar, se pondrían en práctica los patrones establecidos en Granada para someter la comunidad no católica a partir de las concesiones que, para ese empeño, había establecido el Real Patronato Eclesiástico al permitir a la Corona de España proponer a los religiosos que desempeñarían los altos puestos eclesiásticos y disponer de los diezmos para el desarrollo de su política de conquista ideológica, justificación de su empresa asimiladora.[24] Los monarcas, por su parte, trabajaron con gran premura. Interrelacionaron las gestiones para la promulgación de las bulas alejandrinas con la organización de una embajada que iría a Lisboa. Esta trataría de demorar, a través de conversaciones dilatadas, una posible utilización de la ruta occidental por los portugueses. De forma paralela y apresurada prepararon una expedición de 16 navíos y 1 500 hombres con municiones, artillería, trigo, semillas, yeguas, caballos, herramientas y otras mercaderías que partiría hacia La Española para crear, bajo la dirección de Cristóbal Colón, la primera factoría española en América.
Para tal objetivo se contó con el concurso de hidalgos, campesinos, artesanos y funcionarios reales que dispondrían de un sueldo, fijado por la Corona con anterioridad, a fin de asegurar la supeditación de los intereses de los colonizadores a los de la monarquía y el Almirante.
Dicha proyección monopólica fue ratificada en la Instrucción de Barcelona de 20 de mayo de 1493, cuyo objetivo fue ganar precisión en todo lo relacionado con la nueva empresa mediante una ampliación de las Capitulaciones de Santa Fé. En lo pragmático, por tanto, se confirmaba la doble condición de esta factoría para, por un lado, lograr beneficios con los que resarcir a los reyes, a Colón y a sus acreedores, de los gastos en que habían incurrido y, por otro, priorizar los viajes de exploración que debían acelerar el arribo al Asia.
La demora en alcanzar esta vía de comercio, unida al escaso oro que se obtenía y a la ausencia de una producción mercantilizable minó rápidamente las bases sobre las que se fundamentaba la creación de una factoría, razón por la cual Colón intentó poner en práctica otras vías de ganancias mediante el envío de aborígenes a Europa (1494) para que fueran vendidos como esclavos.[25] Esta alternativa, aceptada en un principio por los reyes, fue posteriormente rechazada por Isabel que consideraba el procedimiento contrario al interés de la Corona, la cual, según había precisado en 1493, pretendía convertir a los pobladores de América en vasallos de la monarquía.
La agobiante situación económica volvió a ponerse de manifiesto al fracasar, algo después, el intento del Almirante por estabilizar en La Española una recaudación anual de unos 10 000 000 de maravedíes a partir de tributos en oro, algodón y productos de subsistencia. La imposibilidad de cobrar el total de las asignaciones, unida a la merma que ya empezaba a notarse entre la población aborigen y las consecuencias de la sublevación de una buena parte de los súbditos españoles capitaneados por Francisco Roldan, llevaron a Colón a intentar en 1498, una modificación sustancial de las bases sobre las que se sostenía la factoría; para esto ordenó —en contra de las anteriores instrucciones—, que se le entregasen tierras e indios a cada uno de los sublevados, con autorización para utilizarlos en las siembras y en la búsqueda de oro.
La violación de las regulaciones sobre las que se había erigido la factoría, implicaba un reconocimiento por parte del Almirante de la imposibilidad de aplicar este tipo de economía a la realidad del territorio insular americano. A partir de este momento se iniciaron transformaciones que, además de cambiar el carácter de la colonia, modificaban la exclusividad que a favor de la Corona y Colón se había establecido desde la promulgación de las Capitulaciones de Santa Fé en 1492. La Corona tuvo por tanto que abandonar su anterior estatismo intransigente y dar cauce a fórmulas capaces de permitir la participación de los particulares en la empresa, a partir del reconocimiento de la autoridad real, materializada en la potestad de esta para repartir minas, hombres y territorios, a través del cobro de un quinto de los beneficios obtenidos.
La liquidación oficial del proyecto de la factoría fue consumada en 1499, por el juez pesquisidor Francisco de Bobadilla, encargado de investigar los desórdenes de la colonia. Este aprovechó su condición como delegado de la autoridad real para enviar a Colón de regreso a España, preso y encadenado, y generalizar, simultáneamente, el sistema de repartimiento de indios y tierras que el Almirante había constreñido, hasta ese momento, a los complotados. Se iniciaba así el desarrollo de una concepción de explotación agro-ganadera y minera basada en una relación comercial entre las futuras colonias y la metrópoli.
Los cambios que desde 1499 se introdujeron, al darles participación a hidalgos, labriegos y representantes de los sectores medios en la empresa colonizadora, se extendieron rápidamente a las empresas de exploración, al permitirles a pilotos y capitanes que promovieran, con la debida autorización real, viajes para ensanchar el horizonte de las tierras conocidas por los españoles allende la "Mar Océana".
No obstante, el nuevo estilo de la colonia no logró imponerse ipsofacto al desconocer los reyes algunas de las disposiciones de su juez pesquisidor que, en ocasiones, actuó por iniciativa propia, lo que originó disturbios que no fueron del agrado de Isabel y Fernando. En 1501, se juzgó indispensable publicar una ordenanza especial que imponía severas sanciones a las personas que desde La Española, Gran Canaria o Sevilla intentaran, sin permiso especial, lanzarse a descubrir nuevas tierras. La estructuración de una nueva fórmula colonizadora no logró consolidarse hasta 1502 cuando, con ese objetivo, arribó a La Española Nicolás de Ovando, con las potestades que le otorgaba el recién creado cargo de gobernador a él conferido.[26]
Inicios de la colonia por poblamiento
El nuevo tipo de colonia por poblamiento, caracterizada por el traslado de un número importante de habitantes de la metrópoli a los territorios a ocupar, que se formó en Cuba a partir de 1510, se había estructurado previamente en La Española a partir de 1502, cuando Nicolás de Ovando llegó a la isla en una expedición de 30 naves y 1 200 hombres para dar una orientación definitiva a dicha colonia sobre la base de una supeditación de los intereses particulares a los específicos de la Corona. A tal efecto Ovando reguló las encomiendas y perfeccionó el funcionamiento de la Real Hacienda en consonancia con la creación de la Casa de Contratación de Sevilla, primera institución dirigida exclusivamente a los asuntos americanos.
La gestión de Ovando marcó el inicio de un tipo de colonización por poblamiento que resultó característico de la expansión española enmarcada en la etapa usurero-mercantil de la formación del capitalismo, en la que estaban presentes varias tendencias, y se destacaban entre ellas tanto el espíritu de la baja edad media española como los alientos metalistas presentes en el auge de las ciudades y en el equilibrio que, a partir de sus posibilidades, logró establecer la monarquía centralizada entre los intereses de la nueva nobleza y los comerciantes.
La colonia de poblamiento provocó cambios sustanciales en las formas de ocupación territorial que hasta ese momento se habían promovido en La Española. Al interés inicial de establecer pocas concentraciones de habitantes y un mayor número de fuertes, sucedió ahora una clara confirmación de la nueva tendencia al incremento en el número de villas que se elevaron de 4 a 14. A esto se unió la generalización del sistema imperante "de repartir indios a los españoles para que trabajen forzadamente para estos últimos en las minas y estancias, con la única condición de que (...) les enseñaran las cosas tocantes a la fe católica",[27] vertiente que se oficializó con el permiso otorgado en 1503 para que se extendiera el sistema de encomiendas. Este sistema caracterizó la forma de explotación de la fuerza de trabajo aborigen y se desplegó en medio de la contradicción entre los intereses de la Corona y los de los colonizadores. Caracterizaba a la encomienda la dualidad entre su formulación jurídica y la realidad. Desde el punto de vista legal era un mecanismo para cristianizar y para organizar el trabajo de la población aborigen. La intención de la Corona era, una vez cristianizados y convertidos a la cultura productiva española, transformarlos en vasallos. Pero en la práctica la encomienda fue un sistema de esclavización encubierta que dio apariencia legal a la más despiadada explotación de unos hombres por otros. A tenor de ella miles de indios fueron entregados a españoles cuyo interés no era cristianizar ni enseñar, sino utilizarlos en el trabajo de las minas, la agricultura y en otras labores.
La encomienda, como sistema de explotación de la fuerza de trabajo indígena, se formó debido a la imposibilidad de trasladar a los territorios ocupados las relaciones de producción feudales existentes en la metrópoli, no obstante, su implantación reforzó las características medievales de la mentalidad de los conquistadores, quienes pretendían adquirir y acumular riquezas sin trabajar, utilizando para ello a otros hombres que debían atar de una u otra forma a la tierra a fin de que se ocuparan de las labores agrícolas y mineras. De este modo la encomienda se convirtió en una especie de esclavización sui generis que mantenía la ficción legal de la libertad jurídica del indio, preconizada por la Corona, a la par que se correspondía con el esquema real que interesaba a los conquistadores. Las limitaciones de su concepción no solo se expresaron en el bajo nivel productivo logrado sino en su incapacidad para convertirse en un mecanismo permanente del sistema colonial. Los excesos cometidos con los aborígenes, constituyeron factores decisivos para su desaparición como grupo social en las Antillas.
Con la estructuración definitiva de la colonia de poblamiento también tuvo lugar la formación del primer grupo social hegemónico gestado en esta parte del mundo. Su núcleo inicial estuvo integrado por los segundones —hidalgos— de la nobleza venidos a América y por miembros de los sectores medio de la sociedad castellana que, supeditados inicialmente a los rígidos moldes organizativos de la factoría, no habían podido lograr lo que a partir de la nueva etapa, por su propia gestión, comenzaban a procurarse: integrar el grupo primitivo de conquistadores encomenderos al resultar beneficiados por la entrega de tierras e indios.
Las posibilidades de una colonización semiestatal con la participación de los colonos hispanos residentes en América y los nuevos que vendrían de la península triunfó, al incrementarse en forma apreciable el monto del oro que se extraía de La Española, al punto de convertir en rentable una empresa que, hasta ese momento, poco o ningún beneficio había brindado a sus fundadores.[28]
El aumento de la producción por la generalización del sistema de encomiendas propició el decrecimiento de la población aborigen con el consecuente peligro de que se despoblara el enclave disponible para continuar la búsqueda de una nueva ruta a la tierra de las especias, dificultad que comenzó a ser resuelta mediante la organización de huestes destinadas a capturar indígenas en otras islas, a fin de sustituir a los que morían en los lavaderos de oro. Estas expediciones permitieron conocer mejor las regiones circundantes y establecer las bases de lo que más tarde serían las huestes conquistadoras, encargadas de expandir el dominio español por el resto de las Antillas Mayores y del continente.
Al principio la posibilidad de propagar la colonización estuvo frenada tanto por los reyes como por el propio Cristóbal Colón, interesados ambos en establecer una línea de comercio estable con el Oriente y no en extender un proceso de asentamiento que, en La Española, les había procurado relativos dividendos. No obstante, desde 1495 los Reyes Católicos, sin desconocer los privilegios fiscales del Almirante, autorizaron la participación de particulares en nuevos viajes de exploración y abrieron el acceso a nuevas tierras a todos aquellos que, sobre la base de su propio esfuerzo, intentaran poblarlas.
Los viajes tercero y cuarto de Colón, unidos a los llamados viajes menores de Juan Díaz de Solís, Vicente Yáñez Pinzón, Américo Vespucio, Pedro Alonso Niño y a las exploraciones portuguesas, permitieron, a partir de 1502, disponer de información suficiente para concluir que no se había llegado al Asia sino a un continente desconocido hasta entonces para los europeos, que debía ser sorteado para poder llegar a los reinos orientales. La aceptación de esta realidad propició un cambio en la táctica española, que alentó la expansión hacia otros territorios y se interesó en lograr el dominio de aquellos ubicados en la zona caribeña. Esta circunstancia dio inicio a un segundo momento en la fase insular de la colonización hispánica al propagarse esta a partir de su primitivo asentamiento en La Española, al resto de las Antillas Mayores y a una porción del continente vinculada al extremo suroccidental del mar Caribe.
Evidencias del interés colonial por Cuba. Bojeo y exploración de la isla
Desde 1504 y posteriormente en reiteradas ocasiones, el rey Fernando se había dirigido al gobernador de La Española, Nicolás de Ovando para expresarle su interés por Cuba a la vez que se preocupaba por su condición insular y sus posibilidades económicas. Incluso ordenó la exploración de la isla para conocer la realidad, pero esta orientación no fue cumplida hasta un lustro después cuando, ante la insistencia, el gobernador Ovando decidió enviar dos carabelas bajo el mando de Sebastián de Ocampo para recorrer sus costas.
No obstante, Cuba había sido objeto de varios reconocimientos con anterioridad. El primero en realizar este tipo de exploración había sido, como ya vimos, el propio Cristóbal Colón. Las penalidades por él sufridas y la configuración de la costa sur fueron la causa de que se extendiera la tesis de que el país estaba lleno de pantanos, de que era insalubre y no existía oro. Afirmaciones estas que posiblemente influyeron para que Cuba fuera la última de las grandes Antillas en ser conquistada.
A estas exploraciones se sumaron posteriormente las de otros navegantes; unos se dedicaron a la caza de aborígenes para venderlos en La Española, y otros arribaron forzosamente a las costas cubanas al perderse en el derrotero habitual de regreso a la primera colonia de América. Ejemplo de estas constantes visitas, muchas de ellas no registradas por los cronistas, fueron los viajes de Juan Caboto y de Vicente Yáñez Pinzón; en la nave de este último debió viajar Juan de la Cosa cuyo mapa muestra —como ya vimos— a Cuba como una isla y no como parte integrante del continente.
El bojeo de Cuba, aunque orientado, como ya se expresara, por el rey Fernando durante el mandato de Nicolás de Ovando, no llegó a realizarse hasta que Diego Colón ocupó la dignidad de virrey, en cumplimiento de las potestades concedidas a su familia en las Capitulaciones de Santa Fé. En 1509, Sebastián de Ocampo, con el concurso de dos carabelas, emprendió la circunnavegación del territorio para "tentar si por vía de paz se podría poblar de cristianos la isla de Cuba, y para sentir lo que se debía prever, si caso fuese que los indios pusiesen en resistencia".[29]
Según la opinión de Fernández de Oviedo, en los ocho meses que duró su periplo, Ocampo hizo muy poco salvo dejar constancia oficial de la insularidad de Cuba, y referirse a la buena calidad de su suelo, a la condición pacífica de sus habitantes y a las posibilidades de someterla, sin mayores complicaciones, a un proceso de conquista. Es realmente escasa la información que tenemos de su derrotero, excepción hecha de sus arribos a La Habana y Jagua. En la primera alabó la existencia de pez con la cual calafateó sus embarcaciones —de ahí la denominación inicial de puerto de Carenas— y, en la segunda, resaltó la buena acogida de que fue objeto por parte de los aborígenes. Su viaje se relaciona con la pronta organización de una expedición que, para la conquista de la isla, envió Diego Colón en 1510.
Segunda etapa de la fase insular de la colonización española
La política de expansión comercial y colonial definida por España en las Capitulaciones de Santa Fé y en las Instrucciones de Barcelona, empezó a variar desde 1508, debido a las dificultades para establecer una línea comercial con el Oriente por la vía occidental y la certeza cada vez mayor, de la inmensidad de las regiones descubiertas. La priorización de la búsqueda de un paso interoceánico que permitiera arribar a China y Japón (Catay y Cipango) provocó que la presencia hispánica, hasta ese momento constreñida a la isla de La Española se extendiera a todas las Antillas Mayores y a una porción de los actuales territorios de Colombia y Panamá, lo que dio inicio a un nuevo momento de la colonización española que, en sus perspectivas más generalizadoras, se extendió desde 1508 a 1522, etapa durante la cual Cuba fue incorporada al proceso de la conquista.
La expansión de la colonización a otros cinco espacios americanos, pese a supeditarse a los objetivos comerciales ya mencionados, tuvo para la metrópoli el inconveniente de generalizar el carácter semiestatal que había adquirido la empresa colonizadora desde 1502. La autorización para sojuzgar nuevos territorios, a partir fundamentalmente de los particulares y encomenderos de La Española, implicaba favorecer a estos grupos, capaces de articular objetivos diferentes a los propiciados por España. Para evitar el descubrimiento excesivo de estos, Fernando el Católico concibió un bien definido plan de prioridades, según el cual la conquista de nuevos territorios debía quedar limitada al área caribeña.[30] Por esa razón, el nuevo proceso de conquista que se inició en 1508 con el arribo de Juan Ponce de León a Puerto Rico, se extendió en 1509 a Veragua (Panamá), Nueva Andalucía (Colombia) y Jamaica, por intermedio de Diego de Nicuesa, Alonso de Ojeda y Antonio Esquivel, respectivamente, y culminó en 1510 con la llegada de Diego Velázquez de Cuéllar a Cuba, con la finalidad de dominar el arco noroccidental y sur del mar Caribe mediante la ocupación de las Antillas Mayores y de una porción del litoral caribeño de la América Central y del Sur.
La reina Isabel murió en 1504. Tras la regencia del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros en el reino de Castilla, Fernando de Aragón asumió el gobierno centralizado de España (1507) para el cual se auxilió fundamentalmente de consejeros aragoneses: el obispo Juan Rodríguez de Fonseca, el comendador Lope de Conchillos y el tesorero Manuel de Pasamonte. A partir de este momento la política colonial siguió otros derroteros.
El rey estableció un sistema de prioridades bien definido pero en la práctica este afrontó dificultades debido a la incapacidad de la estructura administrativa para asimilar el control de un mayor número de territorios eficientemente. Tampoco existían las definiciones programáticas capaces de integrar los cambios que se producían en una estrategia colonial. La necesidad de reorganizar los mecanismos administrativos de la Casa de Contratación, las aduanas y la Real Hacienda, de regular las encomiendas de forma más precisa y de crear una legislación capaz de garantizar la posición predominante de la Corona en América con respecto a los grupos y estamentos que empezaban a formarse en los nuevos territorios, se hizo evidente.
Pese a todas estas medidas la Corona recibía una retribución en oro que era insignificante en relación con lo que había invertido. Esto se evidenció aún más ante el éxito de los portugueses en el Oriente tras el regreso, en 1503, de la expedición de Vasco de Gama.
Se imponía pues establecer procedimientos que permitieran a la Corona ir sorteando las apetencias de los conquistadores encomenderos, a los que tácitamente había que contentar y al mismo tiempo frenar, controlando su principal fuente de riquezas: las encomiendas.
Con vista a resolver la situación se suscitaron en España amplios debates. Un primer resultado fue la promulgación en 1512 de las Leyes de Burgos, primer cuerpo legal destinado a regir en los territorios americanos y a normar en estos la actuación de los españoles.
Debido a lo dilatadas que resultaron las deliberaciones para la consecución de dichas leyes, la Corona debió tomar algunas medidas con anterioridad a su aprobación, por ejemplo, la relativa a la inmediata fundación de obispados en las diferentes poblaciones.[31] Tanto la creación de estos como la de la Audiencia, en La Española, iniciaron el desarrollo de aquellas instituciones destinadas a frenar el paulatino fortalecimiento de la tendencia a que la conquista de los nuevos territorios se desarrollase sobre la base de empresas particulares y a que incrementasen los gérmenes sociales autónomos capaces de fortalecer y de reproducir una vocación descentralizadora similar a la existente en España, tanto entre la nobleza como en las municipalidades. La enorme distancia entre la metrópoli y sus territorios coloniales hacía más peligrosa aún esta inclinación.
Es en este segundo momento de la colonización insular, que la Corona define la porción del territorio americano en que va a empezar a incidir directamente, por lo cual puede considerarse que es a partir de 1508 cuando comienza realmente el proceso de conquista. Los efectos de este se extendieron a Cuba en 1510, cuando el antiguo teniente del gobernador Ovando, Diego Velázquez de Cuéllar, organizó en la primera colonia de América la hueste que se encargaría de promover la ocupación del territorio de la isla de Cuba, con todas las consecuencias que de este hecho se derivaron.
La conquista de Cuba. Diego Velázquez y su hueste
La supervivencia de la unión dinástica entre Aragón y Castilla, una vez que Fernando recuperó en 1507 la regencia de los reinos hispanos de manos de su hija Juana,[32] permitió, como ya expresamos, que los asuntos americanos volviesen a reactivarse después de cierto período de pasividad.
No obstante haber revitalizado su política centralista, la Corona empezó a tener dificultades apenas reinstalado Fernando el Católico en la regencia de Castilla, debido a que Diego Colón presentó un recurso para que se cumplieran, en su beneficio, las cláusulas que en las Capitulaciones de Santa Fé contemplaban concesiones a favor de su familia, entre ellas, que se le concediera el cargo de virrey y gobernador perpetuo de las tierras "descubiertas" o por "descubrir" de las Indias, usar el oficio de almirante con la preeminencia y jurisdicción de que disfrutaban los almirantes de Castilla, recibir la décima de oro, plata, perlas y otras cosas de valor, así como que no se nombrasen jueces de apelación, porque esto iba en perjuicio del virreinato y de la superioridad que solo él debía tener.
La formulación de estas demandas fue presentada a la fiscalía, y el pleito se ventiló ante el Consejo de Castilla que reconoció el derecho que asistía a Diego Colón para detentar la gobernación y administración de justicia en esta parte del mundo. Aunque el fallo del Consejo fue determinante para el nombramiento del segundo almirante, el monarca logró limitar las prerrogativas del cargo. Sobre este particular se emitió una Real Cédula (Arévalo, agosto de 1508), en la que se deja constancia de que la Corona continuaría el pleito judicial al acceder de hecho y no de derecho a las pretensiones de Diego Colón. A fines de diciembre la cédula fue refrendada, y en julio de 1509 Colón sustituyó a Nicolás Ovando en la gobernación de La Española.[33]
Las disposiciones de Fernando el Católico no arredraron a Diego Colón, quien, una vez en el cargo, tomó medidas dirigidas a hacer valer todas sus potestades y acrecentar la importancia del virreinato. Para lograr este objetivo sustituyó a los que en su demarcación habían sido designados por Ovando, e incluso, por el propio rey, dando lugar a la formación de dos grupos antagónicos: el de los fernandistas, partidarios del rey y sus funcionarios y el de los seguidores de Diego Colón.
Una tirantez inusitada cobraron estas fuerzas cuando fue necesario organizar la expedición para la conquista de Cuba, a causa de las ventajas que pretendió obtener Diego Colón de todo lo relacionado con la empresa conquistadora. Con este objetivo apresuró el bojeo de la isla y promovió lo concerniente a la ocupación de sus tierras. Pero sus proyectos se estancaron a la hora de escoger a la persona encargada de organizar la hueste de conquistadores. Mientras el virrey propuso a su tío Bartolomé Colón, el tesorero Miguel de Pasamonte optó por Diego Velázquez.
La mediación real favoreció finalmente a Velázquez, por lo cual al virrey no le quedó otra alternativa que aceptarlo, pero simultáneamente nombró a Francisco de Morales, hombre de su confianza, como segundo jefe de la expedición.
La hueste velazquista, integrada por unos 300 individuos, partió de la villa de Salvatierra de la Sabana en un día no precisado de 1510, para arribar a Cuba por el puerto de la Palma, en las inmediaciones de la actual bahía de Guantánamo, con el objetivo de establecerse y crear un comercio de rescate con los aborígenes.
El uso y abuso sobre los recursos naturales y humanos, incrementó la resistencia armada de la población aborigen de Cuba y dificultó a Velázquez y sus seguidores la conquista del territorio. En ello tuvo un papel destacado un cacique de la zona de Guahabá en La Española, quien se trasladó a la zona de Maisí para alertar a sus hermanos; Hatuey o Yahatuey, calificado de prudente y esforzado por el clérigo Bartolomé de las Casas, disponía de informantes que desde Xaraguá le comunicaron con antelación la partida de los españoles. En Cuba organizó a grupos de aborígenes para enfrentar un posible desembarco por la zona en que se encontraban. A pesar de estar organizados, poco pudieron hacer contra la superioridad de la técnica, la organización y la cultura militar del español.
Tres meses después del desembarco, a los indígenas de Maisí no les quedó otra opción que replegarse ante sus pertinaces perseguidores. Los españoles consolidaron su triunfo inicial al apresar a Hatuey. Una vez en sus manos, y a manera de escarmiento, este cacique fue condenado a morir quemado vivo en la hoguera por haberse opuesto a los designios de su majestad el rey de España y haber presentado resistencia férrea e inclaudicable a la invasión europea. Hatuey quedó inscrito en los anales de nuestra historia como el primer héroe, el primer mártir y el primer organizador de la resistencia al colonialismo.
Fundación de Baracoa
La ocupación militar de la zona de Maisí por parte de los españoles no significó, de hecho, el fin de la resistencia indígena ni la solución de los problemas estratégico-económicos que afrontaba el grupo guerrero para consolidar su presencia en el área. Prueba de ello fue lo tardía que resultó la fundación de la villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, en el asentamiento escogido por Velázquez. Este emplazamiento estaba situado en un punto de la costa norte, favorecido por la presencia de los ríos Miel y Macaguanigua, y por la proximidad de un cerro que permitía su más eficaz defensa en caso de un ataque por tierra. Su fácil comunicación con La Española y la localización de lavaderos de oro en las inmediaciones, completaban el conjunto de condicionantes que influyeron en el teniente de gobernador para escoger esa zona como la más propicia para el primer establecimiento de los hispanos en Cuba.
Aunque la elección del sitio data de finales de 1510, o principios de 1511, su transformación en villa —con todas las regulaciones que para ello existían— se produjo algo después, debido, entre otras razones, al plan estratégico concebido por Velázquez para estos años. La dispersión de la mayor parte de los indígenas de la zona de Maisí, la falta de autoridad del teniente de gobernador para emprender la inmediata distribución de los aborígenes entre los conquistadores y, sobre todo, el temor a que la organización del trabajo forzado produjera la fuga de los pocos indígenas que permanecían en el territorio, determinaron que el hábil castellano demorara la conversión de Baracoa en villa, hasta tanto sus tenientes Francisco de Morales y Pánfilo de Narváez lograran la "pacificación" de los cacicazgos de Maniabón y Bayamo y, con ello, el retorno de los aborígenes que, procedentes de Maisí, permanecían en esas tierras.
Mientras, en Baracoa, Velázquez comenzó a tomar las medidas organizativas de acuerdo con el esquema habitual para empresas de esa naturaleza.[34] Desde allí preparó la segunda campaña de ocupación, dirigida ahora a otros dos objetivos militares muy importantes porque constituían las zonas más densamente pobladas de Cuba: al norte, las regiones llamadas por los aborígenes Baní, Maniabón y Barajagua; al sur las de Macaca, Guacanayabo y Bayamo. Todas estaban situadas en la región más oriental de Cuba.[35]
La primera columna iba al mando de Francisco de Morales quien, como ya expusimos, respondía a los intereses de Colón; la segunda, al de Pánfilo de Narváez. La resistencia indígena en ambas zonas fue duramente sofocada pero el ensañamiento y las indisciplinas de Morales sirvieron de pretexto a Velázquez para librarse de un subordinado hostil a quien envió preso para La Española. En su sustitución designó como segundo a su adepto Narváez.
El interés de la metrópoli por culminar con rapidez la conquista de Cuba se relaciona estrechamente con su objetivo de controlar la ruta marítima que se empezaba a definir. Para esto era imprescindible evitar que otra potencia, ignorando las bulas papales, pudiese ocupar el territorio. Paralelamente la Corona mantenía el interés por incrementar las remesas de oro a partir de los posibles lavaderos de la isla. La interrelación entre estos objetivos y los de los conquistadores aceleró la fundación de villas capaces de asegurar la permanencia en la localidad y sus contornos de todos aquellos que desearan obtener beneficios.
Estos objetivos fueron favorecidos en 1513 por la decisión del Consejo de Castilla de desestimar los reclamos de Diego Colón. Como resultado el rey obtuvo la autoridad exclusiva sobre los aborígenes y pudo conceder a Diego Velázquez el cargo de repartidor de indios. Entre 1513 y 1515, el Adelantado estuvo en condiciones de elaborar planes más ambiciosos y de expandir a todo el territorio de Cuba el esquema de dominio puesto en práctica en Maisí, Maniabón y parte de Bayamo, mediante la fundación de nuevas villas. Para este fin decidió obtener información antes de fundar enclave alguno.
La difícil tarea fue encargada a Pánfilo de Narváez, quien tuvo a Juan de Grijalva como segundo y al clérigo Bartolomé de las Casas como asesor. Cien españoles y más de 1 000 aborígenes partieron del valle del Cauto con la misión de reconocer los sitios favorables para la proliferación de lavaderos de oro y ganar el compromiso de lealtad al rey de España de todas las tribus y comunidades diseminadas en las zonas a que se extendiera su desplazamiento. La hueste, a la que posteriormente se unieron 52 soldados, tenía la orden de Velázquez de que el reconocimiento de la autoridad de los españoles debía ser por métodos pacíficos. Esta orientación se debía a la concepción de que la mayor riqueza de la isla era la masa de indios que producía los artículos necesarios y debía ser convertida en fuerza de trabajo para los lavaderos de oro y para el cultivo de la tierra, en tanto los españoles no constituían fuerza productiva alguna, sino que solo eran usufructuarios de los beneficios obtenidos.
No obstante, la limitada comprensión de estos objetivos por parte de las fuerzas enviadas a adentrarse en el territorio de Cuba, produjo efectos diferentes. En primer lugar los conquistadores no los respetaron y comenzaron a cometer violaciones, asesinatos y todo tipo de desmanes por medio de la fuerza, sin establecer distinciones entre los grupos que les ofrecían resistencia y aquellos que los recibían pacíficamente. Ejemplo de ello fue lo ocurrido en Camagüey, donde los españoles abusaron de las mujeres y tomaron por la fuerza bienes y alimentos. Ante tales abusos, capaces de dar al traste con la misión encomendada, Narváez aceptó poner en práctica la sugerencia de Las Casas de crear un destacamento de vanguardia, que adelantándose al grueso de la tropa lograra, mediante métodos persuasivos, evitar la resistencia de los naturales y los excesos de los conquistadores. Tales precauciones resultaron infructuosas y en el poblado de Caonao, por ejemplo, los conquistadores arremetieron contra unos 2 000 aborígenes sin que mediara causa justificada alguna, y perpetraron un verdadero genocidio que ha quedado grabado en nuestra historia.
Estos acontecimientos ocasionaron en la zona centro-occidental de Cuba los mismos efectos que en Oriente provocó la ejecución de Hatuey. El homicidio de Caguax y la mayor parte de sus hombres, suscitó la dispersión de los pobladores que huyeron hacia el mar para refugiarse en unas pequeñas islas. Esta acción punitiva allanó el camino para el rápido avance de los hombres de Narváez sobre la base de la superioridad de las armas españolas, aunque no impidió que los aborígenes implantaran nuevos métodos de resistencia a la hueste que avanzó por la costa hacia el occidente y centro de Cuba. En este periplo se hizo un alto en las inmediaciones de Caibarién donde encontraron algún oro y fueron informados de que más al sur, en las elevaciones del Escambray, podrían encontrar mayor cantidad del precioso metal. Durante su estancia en la zona, Las Casas envió mensajeros indígenas a La Habana con el fin de rescatar a varios españoles que permanecían cautivos. De regreso fueron entregadas al clérigo dos mujeres, sobrevivientes de una expedición de 27 personas, eliminadas en el puerto que, debido a este hecho, se conoce como Matanzas.
Una vez concluido su itinerario costero, este grupo llegó a La Habana, donde fueron recibidos con alimentos por los principales jefes de las tribus del territorio. Debido a la cercanía de las costas norte y sur, los españoles organizaron correrías por uno y otro litoral sin que encontraran evidencias apreciables de oro. Ocupados en esa labor recibieron noticias de que en la actual bahía de La Habana había recalado un bergantín, cuya tripulación les informó que debían interrumpir su ya casi finalizada exploración y trasladarse a Jagua, donde debían reunirse con Diego Velázquez.
Fundación de las siete primeras villas
En octubre de 1513, Velázquez abandonó Baracoa para consolidar la labor iniciada por Narváez mediante la fundación de nuevas villas. Con la unión de las fuerzas de ambos jefes en Jagua, se dieron por concluidas, en lo esencial, las exploraciones desarrolladas por este último. La fundación de seis nuevas villas se extendió hasta el verano de 1515 y estableció las bases para una dominación que, con modalidades distintas, perduró hasta finales del siglo XIX.
Las sabanas y los bosques cercanos a las costas, fueron los dos paisajes geográficos escogidos por los españoles para erigir sus primeras villas. En la selección de esos lugares tuvieron en cuenta diversos factores, entre los que se destacan: la facilidad para una rápida comunicación con La Española, Nueva Andalucía y Veragua; las peculiaridades estratégicas que permitieran evitar, con la ocupación total de la isla, el posible arraigo de una población extranjera; la presencia de minerales preciosos, en especial del oro; y la existencia de fuerza de trabajo abundante para poner en explotación los recursos naturales y asegurar la estabilidad del asentamiento.[36]
Siguiendo los criterios apuntados partió Velázquez de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa el 4 de octubre de 1513. El primer lugar escogido fue Bayamo, situado en una zona de fuerte asentamiento indígena que permitiría a los conquistadores dominar la importante cuenca del Cauto y, a través de ella, un extenso territorio. Además resultaba propicia para el desarrollo de actividades económicas debido a la existencia de lavaderos de oro y suelos favorables para la cría de ganado y la siembra de cultivos de subsistencia.[37]
En el momento en que Velázquez fundó Baracoa poseía, como expresamos anteriormente, la autoridad para repartir directamente los indios, sin necesidad de recurrir al subterfugio del sistema de demora antes utilizado, que permitía ocuparlos en el trabajo durante cierto tiempo. Gracias a un conjunto de provisiones reales las concesiones de Velázquez tenían el rango de encomiendas. Esta facultad fue utilizada profusamente en la fundación de los restantes enclaves. En enero de 1514, los conquistadores iniciaron la fundación de la villa de la Santísima Trinidad en una de las riberas del río Arimao, zona de oro y buenos suelos. Aun sin concluir las labores correspondientes al establecimiento permanente de una población en la primitiva Trinidad (Jagua), dos grupos de hombres salieron de la demarcación con el objetivo de establecer nuevas villas. Uno, al mando de Narváez, se dirigió hacia el occidente. El otro grupo, supeditado directamente a Velázquez, se dirigió a la parte central del país.
Entre abril y mayo de 1514, ambas expediciones habían materializado sus objetivos. Narváez fundó la villa de San Cristóbal de La Habana y, casi simultáneamente, Velázquez estableció la de Sancti Spíritus. No ha podido precisarse cuál de ellas fue la primera en erigirse.
Con respecto a la fundación de La Habana existen contradicciones en relación con el primer lugar de su emplazamiento en la costa sur. El asentamiento se realizó junto a un río o su desembocadura y no quedaron restos de este. Años más tarde, alrededor de 1519, surgieron otras motivaciones estratégicas y económicas y la villa de San Cristóbal de La Habana se trasladó a la costa norte, para esto se tuvo en cuenta la necesidad de disponer de un asentamiento español en la dilatada región que mediaba entre la villa de Trinidad y el cabo de San Antonio, y se prefirió para ello una porción del territorio al que arribaban constantemente embarcaciones procedentes de Castilla del Oro que, al desviarse de su ruta, encallaban en esta costa. La ubicación de La Habana permitiría utilizarla como frontera o zona de expansión para extender la colonización hacia las regiones aledañas al golfo de México.[38]
Después de las fundaciones de La Habana y Sancti Spíritus, el proceso de establecimiento de nuevas poblaciones sufrió una interrupción de un año.
Entre junio y julio de 1515, se recibió la orden del monarca de erigir la villa de Santa María del Puerto del Príncipe en la norteña y bien ubicada rada de Nuevitas. Con esta decisión fue posible disponer de un enclave más propicio que el de Baracoa para la recalada de los buques que, usando la ruta del Paso de los Vientos, se dirigían al Canal Viejo de Bahamas para emprender el camino de regreso a España.
En julio de 1515, Velázquez se dirigió a la zona oriental de la isla donde, a finales de agosto, en un lugar aún no precisado, fundó la séptima y última villa, Santiago de Cuba, que fue escogida como sede del gobierno y del quintado del oro. De esta forma culminó el proceso de conquista del territorio que se había iniciado en octubre de 1513.
Posteriormente, algunas de las villas fundadas fueron trasladadas de su ubicación geográfica inicial, solo Santiago de Cuba y Baracoa permanecieron, aproximadamente, en los sitios donde fueron fundadas. Las restantes cambiaron de lugar en diversas ocasiones, bien para aproximarse a las minas, bien para hacerlo a concentraciones de población aborigen, o para mejorar su posición geográfica.
Poco tiempo después, comenzó a surgir al norte de la actual provincia de Villa Clara otro centro poblacional, El Cayo o la Zavana, que más tarde se convirtió en la villa de Remedios.
Estos ocho núcleos poblacionales crearon sus zonas de cultivo en los terrenos circundantes y fueron constituyendo, paulatinamente, puntos de irradiación que en un largo proceso convirtieron el espacio geográfico de la isla en diversos complejos regionales socioeconómicos.
A estos asentamientos españoles debe añadirse la permanencia de asentamientos aborígenes que, con otro estadio evolutivo y diferentes características, dieron origen a otras poblaciones, según muestran recientes hallazgos arqueológicos realizados por la Academia de Ciencias de Cuba.[39]
Características socioeconómicas de la etapa: villas, vecindades y repartimientos de tierras
Los procesos de conquista y colonización efectuados en América tuvieron peculiaridades que se manifestaron en la forma en que se produjo la apropiación de la tierra, en el régimen de trabajo que se aplicó a la población aborigen y en la estrategia poblacional. A diferencia de lo ocurrido durante el proceso de la Reconquista en España, durante el cual los hombres y las tierras arrebatados a los moros eran repartidos entre los nobles acorde con la concepción feudal que aún predominaba, en América los monarcas fueron más cautelosos; si bien Cristóbal Colón distribuyó en La Española solares y capellanías de tierras entre sus hombres, no incluyó el reparto de aborígenes pues estos estaban supeditados a la autoridad real.
En 1496, en un acto de rebeldía, los sobrevivientes del heterogéneo grupo de individuos que acompañó a Colón en su segundo viaje, lidereados por el hidalgo Francisco Roldán, propiciaron esquemas de ocupación territorial y de utilización de la fuerza de trabajo aborigen en la zona de Jaraguá en La Española, diferentes a los que hasta ese momento se aplicaban. Esta nueva forma de repartimientos de tierras e indios se basaba en los sistemas de vecindad y de encomiendas. Según las regulaciones establecidas, la entrega de tierras e indios dependía de la permanencia en ese lugar del español que por esta razón adquiría la condición de vecino. Esta modalidad de colonización, que ha sido llamada de poblamiento, se generalizó también entre los hombres que llegaron con el Adelantado Bartolomé Colón. Para acabar con las violaciones, los reyes enviaron en 1502 a Nicolás de Ovando, pero él y sus seguidores, lejos de modificar la situación, incrementaron los repartimientos sobre la base de la vecindad al extender la presencia española a toda la isla y entregar los indios que aún no habían sido consignados. Ovando justificó su actitud ante los monarcas sobre la base del reconocimiento de que si los aborígenes no eran obligados a trabajar para los españoles la colonia se despoblaría. En 1503, los reyes se decidieron a legalizar el sistema de encomienda, que quedó supeditado a la permanencia de los conquistadores en las villas. Estos enclaves constituyeron las bases fundamentales para la expansión y asentamiento del dominio colonial.
Al producirse la conquista de Cuba. Diego Velázquez, quien había aplicado el sistema de vecindad en La Española, lo trasladó a Cuba según las instrucciones de Ovando. Esta es la razón por la cual el modo de ocupación territorial se basó en la creación de villas, estratégicamente ubicadas en zonas aledañas a la costa. Estas pequeñas unidades poblacionales constituyeron los centros para el inicio de la penetración en los espacios geográficos circunterrestres, para el nexo comercial y como puntos de partida para la exploración y conquista de otras regiones americanas.
La villa empleó una concepción económica, política y administrativa cuyo modelo original se encuentra en la península Ibérica, pero su establecimiento en Cuba se desarrolló encubriendo las verdaderas intenciones de los colonizadores. Si bien la Corona desarrollaba una autoridad sobre este tipo de organización, la villa, a su vez, creaba un sistema de administración sobre la base de la relación entre los vecinos, los regidores y los alcaldes. La condición de vecino implicaba una permanencia en la zona, la cual se revertía en un conjunto de derechos que iban desde el repartimiento de indios y tierras hasta el de ser elegido o elegir a los regidores que formaban el cabildo —gobierno local— de la villa; estos últimos, a su vez, elegían al alcalde. De aquí que naciese, desde los orígenes de las villas, una dualidad en la cual cabildo y alcalde respondían a intereses locales, mientras que los funcionarios reales (gobernadores, oidores, etc.) debían velar por el cumplimiento de las disposiciones e intereses del rey. Las prerrogativas de las villas, constituidas por los vecinos, se vincularon con el proceso de repartimiento de indios, con la explotación minera y con la posesión de la tierra.
Aunque Velázquez no tenía autorización real para otorgar mercedes de tierras, debido a su condición de teniente gobernador del virrey Colón, repartió tierras e indios a los miembros de su hueste guerrera, hecho que resultó aprobado por Real Cédula de 21 de diciembre de 1516. Estos primeros repartimientos estuvieron marcados por el interés en la búsqueda de oro, por lo que la tierra tuvo un valor secundario: el de producir para la subsistencia de colonos, indios y otras personas. La riqueza y el poder de un colonizador se medía por el número de indios encomendados y no por la cantidad de tierras.
En los documentos relacionados con asignaciones de tierras a los primeros vecinos, se distinguen dos tipos complementarios de entregas: los solares, en las villas; y las tierras de labor en la periferia de estas. Dentro de la villa el solar determinó el lugar de vivienda, casi siempre acompañado de una huerta en su patio. Las tierras de labor dieron origen a las primitivas estancias. Las medidas originales de estas tierras debieron ser la caballería y la peonía en dependencia de la calidad del vecino, y no se ajustan a las definiciones tradicionales de esas medidas. Lo que sirvió para determinar qué era una caballería y qué una peonía, fue el cultivo indígena de los montones de yuca. Según los documentos de la época, una caballería es el espacio de tierra en el que se encuentran 200 000 montones de yuca. La peonía era el terreno ocupado por 100 000; de manera que una peonía era la mitad de una caballería.[40] Aunque es posible que la segunda se usara como medida agraria en los primeros tiempos de la colonización, es un hecho que tuvo poca vigencia. Lo cierto es que el término peón pronto se trasladó al indio y desapareció como medida agraria. Tiempo después se generalizaría para los trabajadores manuales. La caballería, en cambio, subsistió y evolucionó como medida para designar las extensiones de tierras en Cuba. Las tierras de labor, basadas en los montones de yuca, comenzaron a ser denominadas, casi simultáneamente, estancias, en la medida en que se dejó de cultivar yuca solamente y se amplió el número de productos cultivados.[41] De esta forma las estancias que crecían alrededor de las villas comenzaron a cultivar plantas traídas de Europa que se sembraban y cosechaban al estilo del Viejo Continente. De ahí que se le llamase conuco a los cultivos de origen indígena (por la forma de cono chico que tenían los montones), cultivados con técnica aborigen, y huerta a las siembras de productos europeos, cultivados en su estilo originario. Un lugar especial dentro de la estancia tuvieron los platanales. Estos constituían unidades mixtas por aglutinar cultivos tanto europeos como aborígenes; también existía en ellos ganado porcino y antes de 1520 ya se había introducido la caña de azúcar, que debido a las características del suelo y al clima se difundió con rapidez. Cultivos aborígenes como el tabaco y la yuca se mantuvieron dentro de la producción estanciera. Esta última sirvió de base para la producción del casabe o pan de la tierra que no solo sustituyó al pan de trigo que debía importarse de España sino que, además, se convirtió en el primer renglón comercializable producto de la agricultura de la isla.[42]
Al doble carácter de producción europea e indígena de la primitiva estancia se unió su condición mixta, agraria y ganadera. Desde el primer momento Velázquez y sus hombres introdujeron en Cuba animales de valor económico como toros, vacas, cabras, caballos, puercos, asnos, carneros y aves de corral. Las condiciones climáticas y de vegetación favorecieron la procreación de algunas de estas especies mientras que otras apenas se mantenían. En particular el ganado vacuno y porcino se reprodujo con rapidez.
Un porcentaje elevado escapaba de las estancias. Toros y vacas encontraron un habitat en las sabanas del interior de la isla mientras los puercos se refugiaron en los montes. Esta situación trajo como consecuencia la formación de un ganado cimarrón[43] que se multiplicó extraordinariamente en las primeras cuatro décadas de su establecimiento en Cuba y que, para la segunda mitad del siglo se convertiría en la principal riqueza del país. Un carácter particular presenta la estancia por el tipo de fuerza de trabajo que utiliza. En los repartimientos de indios, los españoles dedicaron una parte de ellos a la búsqueda y obtención del oro y otra a la producción de alimentos en las estancias. El sistema por el cual se distribuyó esa fuerza de trabajo es el conocido como por compañía, denominación que puede derivarse del hecho de poner unidos a los indios de un mismo cacique o pueblo en las labores productivas —según se desprende de la afirmación hecha por fray Bernandino de Manzaneda— o de la asociación de dos o más españoles, mediante la cual uno ponía los indios en la minería y otro en la producción de alimentos, según señalaban las Ordenanzas de Zaragoza de 1518.[44] Por esta razón la estancia implicó la convivencia de españoles e indios y su interrelación estrecha. Al introducirse nuevos cultivos, aparecieron los primeros negros; mientras el cultivo de la yuca siempre estuvo asociado al indio, el de la caña de azúcar lo estuvo al negro. Ello implicó una división interna del trabajo en la cual los europeos, como usufructuarios de la tierra, o como administradores o mayorales, dirigían, fiscalizaban y organizaban las actividades, los indios trabajaban en ciertos renglones productivos y los negros en otros. La presencia del español, el indio y el africano en una misma unidad productiva —sobre la base de sus respectivas experiencias productivas y una incipiente división del trabajo—, en un medio natural específico e impulsados por necesidades productivas y sociales nuevas, constituyeron la primera experiencia de un sincretismo económico-agrario y de una interacción socio-cultural estratificada. La estancia no fue la base del desarrollo de las estructuras latifundiarias en Cuba, cuyo origen está en el sistema de mercedación de tierras que empezó a desarrollarse a partir de la década de los años 30. No obstante, estos primeros intentos de explotación agro-ganadera en Cuba están marcados por la desposesión del indio, la destrucción de sus bases poblacionales, el traslado arbitrario a nuevas zonas y la apropiación forzada de los territorios.
Desde el punto de vista legal el problema de la tierra en Cuba fue el resultado de una rara combinación entre la utilización de la letra y el espíritu de las regulaciones españolas y su aplicación arbitraria a la realidad americana. Las concesiones de tierras se efectuaron dentro de una determinada relación jerárquica. Estas fueron concedidas a perpetuidad a los primeros conquistadores y vecinos. En ciertas ocasiones la vecindad continuada por espacio de cuatro años era requisito indispensable para adquirir la posesión de la tierra y, con esta, el derecho a enajenarla, es decir, hacer con ella lo que el vecino estimase, como venderla. Si de hecho la tierra era su propiedad, de derecho era solo su posesión. Jurídicamente el único propietario de la tierra era el rey, mientras que las personas que la recibían por merced del monarca a través del cabildo de la villa, eran solo sus usufructuarios. Así, en los inicios, cuando un vecino fallecía, era encarcelado, o sencillamente se ausentaba, los indios vacos (vacantes) eran entregados a otro vecino, el cual se veía obligado a comprar la merced abandonada. Durante años la Corona se resistió a entregar mercedes de tierras, por lo que hubo que apelar a otros sistemas que encontraran cierta justificación en la legislación peninsular.
Independientemente de las características de las primeras distribuciones de tierras, estas no tenían base legal pues su único origen era el uso de la violencia y el fraude. Por ello se hizo necesaria una justificación jurídica de la forma violenta con que había comenzado el reparto de tierras entre los colonizadores. Se alegó entonces que este se amparaba en un antiguo sistema español medieval surgido en los siglos IX y X: la presura.
El sistema de la presura consistía en el poblamiento o repoblamiento de tierras consideradas abandonadas o yermas. Había sido utilizado en los territorios del valle del Duero, en la península Ibérica, como complemento económico-social a la acción de la Reconquista española. En América, sin embargo, su objetivo fue totalmente distinto. En Europa se trataba de buscar la creación de comunidades agrícolas, pero en el Nuevo Mundo funcionó exclusivamente como un instrumento jurídico para justificar la desposesión inicial de los indios y la repartición de sus tierras.
Sobre la base de esta concepción que falseaba la realidad, pues la presura no se aplicaba a las tierras abandonadas sino a la desposesión del indio y a la violación de lo que establecían las propias leyes y tradiciones españolas en cuanto al derecho de las comunidades y del Estado, se justificaron los primeros repartimientos de tierras. Por ello, el origen de la propiedad agraria en Cuba fue fruto del fraude y la violencia.
La presencia de la villa como unidad fundamental de la colonización del territorio; la utilización de la concepción de la vecindad como vía y medio de efectuar esa ocupación; el sistema de encomiendas que permitió la utilización de fuerza de trabajo barata; el desarrollo de la minería como motivación para crear un interés en la permanencia en el territorio; y el surgimiento de la estancia en las tierras de labor, cierran un núcleo alrededor del cual se empieza a desarrollar la nueva colonia. Sus puntos débiles fueron el propio sistema de encomiendas y el hecho real de la inexistencia de importantes yacimientos de oro.
Evolución y características de la explotación aurífera
La búsqueda de yacimientos de oro caracterizó los primeros años de la colonización española en Cuba. Este mineral se encontraba, en nuestra isla, en forma de pepitas mezcladas con las arenas de algunos ríos, por lo que la explotación se hizo a través de los llamados lavaderos de oro. Eran estos lugares situados en las márgenes de ríos y arroyos o en placeres cercanos a ellos. Las arenas se recogían y eran lavadas, extrayéndose de esta forma el mineral. Las zonas conocidas donde se desarrollaron estas actividades fueron Baracoa, en las márgenes de los ríos Arimao y Agabama y la sabana de Guaracabuya; en la etapa de mayor producción se explotó la zona comprendida entre Puerto Príncipe y Bayamo donde la región de Jobabo (Cueiva) fue la más productiva. Existe constancia de que dichos lavaderos rindieron 50 000 pesos en los cinco primeros meses de laboreo. También se tienen referencias de la presencia de yacimientos en Guáimaro, Jibas y Holguín.
La producción aurífera se concentró, fundamentalmente, entre 1512 y 1542. En la segunda mitad del siglo los lavaderos estaban prácticamente extinguidos. Los años de máxima producción fueron 1517 y 1519 con 100 000 y 112 170 pesos respectivamente.
La caída de la producción aurífera se debió tanto al agotamiento de los lavaderos como a la rápida extinción de la población indígena que se ocupaba de estas faenas.
Una parte del oro obtenido correspondía a la Corona, esta variaba según fuese obtenida por esclavos o por indios encomendados. En el primer caso correspondía al rey la décima parte de lo encontrado y en el segundo la quinta. El primer funcionario real nombrado fue el fundidor y marcador de oro. Para este cargo fue designado Hernando de la Vega, en febrero de 1512. Este, a su vez, nombró al platero Cristóbal de Rojas para ejercer el cargo en Santiago de Cuba. Otro funcionario también importante fue el veedor de fundiciones que se encargaba de pesar, aquilatar, presenciar el acto de fundición, separar la parte correspondiente al rey así como de marcar y contraseñar las barras que permanecían en poder del colono.
Al parecer la primera fundición estuvo en Baracoa de donde pasó a Bayamo. Desde 1515, esta se ubicó en Santiago de Cuba. La fundición estaba centralizada y se efectuaba solo una vez al año, en tiempo de seca debido al mejor estado de los caminos por la escasez de lluvias y a que la navegación costera resultaba menos peligrosa en esa época del año. Todos los colonos estaban obligados a transportar su oro y pagar tanto estos gastos como los de la fundición; si la parte de que disponían era remitida a España debían costear los fletes y el seguro.[45]
La etapa terminal de los lavaderos de oro coincidió con el inicio de la explotación del cobre. La extracción de ese mineral difiere sustancialmente de la del oro. Mientras este último fue una empresa fundamentalmente de los colonizadores, aunque controlada a través de la fundición por la Corona, el cobre resultó —desde sus inicios—, una empresa del rey. En 1529 los conquistadores que buscaban oro enviaron muestras del mineral a España procedentes de las cercanías de Santiago de Cuba. Carlos I se interesaba en la producción minera debido al asesoramiento de los banqueros alemanes Fuggert y Welzer a quienes este rey les había entregado la producción minera de una parte de España y de importantes renglones de la economía americana. El interés del monarca por otros metales además del oro respondía a las crecientes necesidades españolas —sobre todo militares— que no podían ser cubiertas totalmente. El 15 de septiembre de 1530, los oficiales reales Lope Hurtado y Hernando de Castro, refirieron al rey el hallazgo de las minas de El Cobre, zona cerca de Santiago de Cuba, que desde entonces recibieron ese nombre, aunque más tarde también se les llamó de Santiago del Prado.[46]
Encomiendas, exterminio y rebeldía indígena. Iniciación de la explotación del negro
El desarrollo de la nueva colonia tenía como base la utilización de la fuerza de trabajo indígena. Una vez dominado el territorio y sus naturales, el conquistador inició su explotación.
El sistema utilizado para ello fue el ya descrito de las encomiendas. Una parte de la población aborigen fue asignada a los lavaderos de oro; la otra a la agricultura de subsistencia. La intensidad del trabajo a que fueron sometidos, para el cual no estaban preparados, fue uno de los factores fundamentales en su drástica reducción. Una reseña del régimen de trabajo a que fueron sometidos los indios la hace fray Bartolomé de las Casas, en uno de sus memoriales.[47] Según el sacerdote dominico, los indios iniciaban el trabajo al amanecer y cavaban la tierra o lavaban la arena, sin comer ni beber, hasta el mediodía. A esa hora ingerían algunos granos, casabe y agua, e inmediatamente continuaban trabajando hasta la noche sin descansar. Poco antes de acostarse, por lo general en el suelo, comían lo mismo que al mediodía. Debido a la escasez de bestias de carga y tiro, también tenían que acarrear los materiales, lo cual completaba el sistema de explotación a que eran sometidos. Era tal la fiebre de oro que los hacían trabajar los días de fiesta y los domingos. Estas condiciones de trabajo, a las que se añadían las dificultades de vivir a la intemperie casi sin ropa y bajo los efectos del clima, los mosquitos, etc., favorecieron la paulatina disminución de los aborígenes.
Muestra del exterminio a que fue sometida la población indígena son las cifras aportadas en 1544 por el obispo fray Diego Sarmiento y Castilla, según el cual por esa fecha solo quedaban en los poblados españoles 893 aborígenes.[48] Los cálculos sobre la población indígena existente en la isla al momento de la conquista oscilaban, como vimos en el primer capítulo, entre 60 000 y 500 000 individuos, pero fuese una u otra, el genocidio a que fue sometido este grupo humano es evidente.
No es suficiente explicar la casi total desaparición de una población tan alta, en aproximadamente 34 años, por el sistema de explotación intensiva a que fueron sometidos. Otros factores sociales, psicológicos, culturales y de otros géneros contribuyeron a la eliminación, como grupo social, de ese conglomerado humano. Matanzas indiscriminadas de indios, dispersión de sus poblados, traslado de lugares, separación de los grupos consanguíneos y de tribus, hambrunas provocadas por los rápidos desplazamientos hacia nuevas zonas de trabajo sin que previamente se crearan las bases de alimentación, la presencia de enfermedades llegadas de Europa o África como la viruela, el sarampión, el mal de pián y, fundamentalmente, las afecciones bronco-pulmonares, todas desconocidas en América y para las cuales el indio no tenía la necesaria inmunidad del europeo; el choque violento con una cultura que los humillaba y vejaba, que destruía sus ídolos y pisoteaba su religión, y la intensidad del trabajo sin la presencia de otros estímulos, hizo que no solo murieran masivamente sino que perdieran el interés por la vida y llegaran al suicidio.
La visión que cierta corriente historiográfica dio durante mucho tiempo de los aborígenes tendía a presentarlos como gentes mansas y dóciles. La documentación actual, sin embargo, contradice totalmente esa afirmación. Si bien el suicidio fue una forma de reacción ante la dominación, no es menos cierto que la resistencia y rebeldía se presentaron como otra de las manifestaciones más fuertes de oposición al colonizador. El proceso de conquista encontró en algunas regiones cierto enfrentamiento que fue sofocado por la fuerza; pero también el proceso de colonización y explotación encontró oposición. Numerosos grupos se refugiaron en los montes y desarrollaron palenques fuera del alcance de los colonizadores.[49]
Hacia 1525, era evidente que la población aborigen había decrecido notablemente y sus sobrevivientes apenas podían alcanzar una productividad mínima en el trabajo. Se inició entonces una apertura hacia formas directas de esclavitud provenientes de la importación forzada de mano de obra. Los primeros individuos traídos en esta condición fueron indios procedentes de otras islas, acusados de canibalismo. Sin embargo esta fuerza de trabajo supletoria no resolvió el problema por su escasez. La esclavitud del africano se presentaría como la solución del problema.
Los orígenes de la esclavitud negra en Cuba se remontan a los tiempos de la conquista de la isla. Durante aproximadamente cuatro siglos esta institución, con mayor o menor intensidad, incidió en la vida económica, política, social y cultural del país. La esclavitud africana existía, antes de la conquista de América, en Europa, en especial en Portugal y España. De ello se desprende que nada tuvo de extraño que los españoles adoptaran un sistema que si bien no estaba muy difundido en la península era conocido en ella.
Hacia 1501, empezó a tratarse el envío de esclavos negros al Nuevo Mundo. La idea tenía por base las relaciones que en materia de tráfico de esclavos existían en Portugal y España. Los portugueses ya habían desarrollado un activo comercio de esclavos africanos desde sus factorías en ese continente.
La instrucción hecha por los Reyes Católicos a Ovando, en 1501, autorizó la introducción en las Indias de esclavos negros u otros esclavos. Creada la esclavitud negra en el Nuevo Mundo resultó lógico que al conquistarse la isla de Cuba, su introducción fuese un resultado casi natural. José Antonio Saco afirma que muchos de los aventureros que acompañaron a Diego Velázquez a la conquista de la mayor de las Antillas, lo hicieron junto a sus esclavos.[50]
La Carta de Relación de 1ro. de agosto de 1515 dirigida "a su Alteza" por el gobernador y oficiales de la isla Fernandina (Cuba) constituye, hasta hora, el documento más antiguo en que se hace clara alusión a la introducción de esclavos en la isla.[51]
La primera característica de la esclavitud negra en Cuba fue la de ser una fuerza de trabajo manual y doméstica supletoria de la fuerza de trabajo indígena y complementaria en las actividades de los conquistadores y colonizadores. Esta fuerza laboral se empleó, inicialmente, en las construcciones y en los servicios. En los primeros tiempos los negros que llegaban eran, en gran medida, ladinos que conocían algún oficio o estaban disciplinados en el trabajo necesario dentro de la concepción de la civilización española, debido a que procedían, como ya se ha expresado, de España o de Portugal. Casi al mismo tiempo, empezaron a desarrollarse los sistemas de asientos y licencias[52] que permitieron introducir los primeros grupos provenientes directamente de África. Para distinguirlos de los ladinos se les llamó bozales por no conocer el español y presentar, por lo tanto, dificultades al hablarlo.
Los cambios en la política colonial y su incidencia en la conquista continental. Papel de Cuba
Entre fines de 1515 y principios de 1516, concluye en América —con la conquista de Cuba—, el proceso de ocupación y sojuzgamiento de las Antillas Mayores. Casi al unísono muere en España Fernando el Católico. A partir de ese momento comienza a ocupar un primer plano la penetración hispana en el continente a partir del mar Caribe y se manifiestan los matices de la nueva beligerancia que van adquiriendo los conquistadores en relación con los representantes de la Corona.
La correlación de fuerzas que había distinguido la etapa de la anterior alianza dinástica empezó a variar con la sustitución de la Casa reinante de Trastamara, a la cual pertenecían Fernando e Isabel, por la Casa de Austria o de los Habsburgos, representada por el nieto de los reyes españoles Carlos de Gante. Este, además de ser soberano de los Países Bajos, del Charolaix y del Franco Condado, había sido escogido para conservar en la familia Habsburgo el gobierno imperial de los principados alemanes cuando ocurriera el deceso de su abuelo paterno Maximiliano de Austria. El nuevo monarca asumió el imperio alemán con el nombre de Carlos V y las coronas hispánicas con el de Carlos I. Si bien en su figura se concretaba formalmente la unión dinástica española, sus concepciones imperiales impidieron la cohesión socioeconómica de la península y supeditaron las riquezas españolas y las del creciente mundo americano a las necesidades de sus enfrentamientos centroeuropeos, ajenos a la creación de las bases económicas para centralizar el Estado español.
Con el cambio de política se perdió también el cerrado esquema fernandino tendente a supeditar la ocupación de nuevos territorios en América al hallazgo de un paso interoceánico capaz de permitir a los hispanos comerciar con el Oriente a través de una nueva vía. A partir de este momento se fortalecería la condición del mar Caribe como punto de apoyo a la penetración española en el resto de América, y se revitalizaron las posibilidades de los conquistadores procedentes de las Antillas para la conquista del continente.[53]
Los cambios que empezó a introducir Carlos I a partir de 1517 estaban estrechamente vinculados al interés de establecer una política de dominio continental. Sus ideas en torno al papel desempeñado por la monarquía en su concepción imperial, no son ajenas a la estructuración de una estrategia mucho más definida en torno a los territorios americanos y a Cuba como parte de ellos. Esta política tuvo sus antecedentes en las medidas tomadas por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, durante su segunda regencia del reino de Castilla (1516-1517). Este, con sus 80 años de edad, había acumulado una gran experiencia en los asuntos de la corte y del Estado, incluyendo los relativos a la política colonial. La crítica situación americana fue objeto de su atención y trazó con respecto a esta una estrategia conocida generalmente como Plan Cisneros, que implicaba una reconsideración profunda de los lineamientos que, para el sojuzgamiento de los territorios americanos, estaban presentes en las Leyes de Burgos de 1512.
En 1516, confluyeron en la Corona española representantes de las diversas tendencias en torno a la conquista y colonización de América. El centro de las discusiones radicaba en el sistema de encomiendas y en la justificación teórica e ideológica de la explotación del indio. Por una parte se encontraban los sostenedores de la inferioridad de los aborígenes, que les permitía justificar su esclavización directa o encubierta, en esta dirección se manifestaba el primer obispo de Cuba fray Bernardo de Mesa, en representación de los intereses de aquellos que basaban sus riquezas en la explotación intensiva del indio en su propio beneficio. Por la otra se encontraban aquellos que consideraban que la encomienda y la esclavización de los aborígenes conducían al exterminio de la base productiva de las nuevas tierras y pretendían convertir al indio en vasallo de la Corona dentro de un sistema armónico de explotación colonial.
Independientemente de las razones morales y religiosas de algunos dominicos como Antón de Montesinos y Bartolomé de las Casas, sus ideas se correspondían con los intereses de la Corona y no con los de los colonizadores.[54]
Según las disposiciones del Plan Cisneros, los aborígenes debían ser tratados como hombres libres y cristianos, se les debía dar la oportunidad de demostrar ser capaces de vivir y trabajar como cristianos y en tal caso vivir sin tutela alguna siempre y cuando pagasen los tributos correspondientes a todo vasallo. Otra opción era la constitución de comunidades que debían erigirse en buenos suelos de labranza, próximas a ríos de pesca y a las minas y alejadas de los poblados españoles, bajo la dirección de un sacerdote.
Otra de las variantes proponía la constitución de poblaciones de españoles a partir de la inmigración de agricultores provenientes de la península.
Entre las transformaciones más importantes de ese plan estuvo la llamada a erradicar a los encomenderos asentistas, cuyas posesiones directas en haciendas e indios fueron repartidas entre los colonos, a fin de evitar el abandono y despoblamiento de las colonias. También se proponía organizar eficientemente algunas producciones como el azúcar, el jengibre, la ganadería, etcétera.
El Plan Cisneros, a la par que significaba un esfuerzo por promover nuevas vías de explotación económica en las Antillas, representó de forma colateral un rompimiento con el rígido esquema fernandino que impedía continuar la empresa conquistadora.[55]
Esta nueva concepción daba a Cuba una situación privilegiada por su ubicación geográfica para expandir la colonización española en América. Los colonos residentes en su territorio esperaban lograr, a partir de esta nueva política, beneficios particulares.
Pero esta debió adecuarse al peligro que significaba el despoblamiento de las Antillas Mayores, que pretendió atenuarse con el consentimiento de la trata de indios lucayos y caribes bajo la justificación de convertirlos al catolicismo. Significó además el inicio de una nueva etapa de la expansión colonial, caracterizada por la mayor autonomía de cada uno de los territorios. Con ella se ponía punto final a la denominada fase insular de la colonización española.
El fin de la colonización insular. Cuba en la conquista de México
Las expediciones que desde Cuba se organizaron para suplir o complementar la escasa fuerza de trabajo, sirvieron para capturar aborígenes que, bajo la justificación de ser caníbales, eran vendidos como esclavos, se inauguraba de esta forma una esclavitud directa y jurídicamente válida que difería de la encomendera. También permitieron iniciar una serie de empresas que culminaron con la conquista de México.
La primera de ellas, en 1517, fue la de Francisco Hernández de Córdoba, quien concertó una capitulación privada con Diego Velázquez a fin de explorar los territorios que se encontraban más allá de las islas Guanajas, organizar el intercambio de baratijas por oro y considerar la posibilidad de establecer un enclave costero que le permitiera, en un plazo breve, adentrarse en los territorios. En Yucatán los españoles debieron enfrentarse a grupos aborígenes más fuertes y mejor armados que hicieron fracasar la expedición. Herido de gravedad, Hernández de Córdoba regresó a Cuba donde murió. Su expedición permitió conocer que en la costa mexicana había objetos de oro y casas de cal y canto.
Conocedor de estas circunstancias, Velázquez priorizó de inmediato la exploración y el asentamiento en aquella zona. Para tal empresa necesitaba un apoyo oficial superior por lo cual solicitó a los comisarios jerónimos de La Española la autorización para organizar una nueva expedición mientras que reclamaba a la península su designación como Adelantado de los territorios a que había arribado Hernández de Córdoba.
Con la autorización de los padres jerónimos y en espera de su nombramiento como Adelantado, Velázquez continuó concertando capitulaciones privadas. Una de ellas fue la establecida con su sobrino, quien a la vez había sido el conquistador de Bayamo, Juan de Grijalva, al que entregó cuatro naves fletadas con su peculio. El 8 de abril de 1518, Grijalva y sus hombres partieron de Santiago de Cuba rumbo a Yucatán.
La nueva expedición reconoció las costas de esta península correspondientes al golfo de México; a pesar de haber sido atacados por los aborígenes, que les provocaron varias bajas e hirieron aproximadamente a la mitad de los hombres, extendieron su exploración hasta la región de Panuco, actual Veracruz, y obtuvieron noticias sobre Moctezuma y su imperio, al cual Grijalva denominó Nueva España. También lograron efectuar un beneficioso comercio de rescate ascendente a "más de quince mil pesos en joyezuelas de oro bajo".[56] Los conquistadores acordaron regresar a Cuba sin fundar ningún asentamiento.
Con la expedición de Grijalva se consolidó la intención colonialista que tenía su base en Cuba. La mayor parte de las riquezas obtenidas fue enviada a la corte. Velázquez pretendía afianzar, de esta forma, su posición ante el rey y obtener el preciado título de Adelantado de la Nueva España.
En 1519, Hernán Cortés, quien había sido seleccionado por Velázquez para alcalde de Santiago de Cuba, fue escogido por este para dirigir la nueva expedición, la mayor armada hasta entonces, a fin de establecer un asentamiento en la costa de la Nueva España.
Cortés no solo cumplió su misión sino que, desconociendo la autoridad de Diego Velázquez, emprendió la sujeción del vasto y poderoso imperio. En marzo de 1520, partió una nueva armada hacia México con el propósito de someter a la obediencia a Hernán Cortés. Estaba dirigida por Pánfilo de Narváez y contaba con 18 buques, 10 000 hombres, 12 cañones y 85 caballos. A pesar de su poderío fue vencida por Cortés, quien con las tropas, armas y caballos que habían dejado a Cuba sin hombres, defensa ni dinero, reforzó su prestigio y su poder.
Velázquez continuó sus gestiones en la corte pero Carlos I, de regreso en España tras su estancia en los principados alemanes, conocedor de que el obispo Rodríguez de Fonseca había encarcelado a varios hombres enviados por Cortés con cuantiosas riquezas, mandó formar una junta para oír a los representantes de ambas partes. Sus conclusiones se expresaron en los Reales Despachos del 15 de octubre de 1524, refrendados en Valladolid, por los cuales se nombraba a Hernán Cortés capitán general y gobernador de la Nueva España y se prohibía a Velázquez armar expediciones contra este. A mediados de junio de ese propio año, había muerto el primer gobernador de Cuba.
La confirmación de Cortés y sus seguidores como representantes del poder de la monarquía española en el territorio de la Nueva España, significó el fin del segundo proceso expansionista que, con distinto grado de éxito, se había empezado a gestionar en Cuba a fines de 1516. El término de la etapa insular se hizo manifiesto con el paulatino traslado desde 1519, del primitivo asentamiento de Nombre de Dios en la costa atlántica, a la villa de Panamá, ubicada en el Pacífico. Este proceso alcanzó auge con la promoción de expediciones hacia el centro y sur del continente y se consolidó en 1523, cuando Cortés convirtió a México en otro polo de expansión de la colonización, que se extendió por el sur hacia Guatemala, Honduras, Nicaragua y por el norte hacia la Florida y California.
Entre las Antillas Mayores fue Cuba la más afectada por este proceso. Su inicial prosperidad económica languideció bajo el doble efecto ocasionado por el éxodo de parte de su población española enrolada en las expediciones que marcharon al continente. La ya diezmada población aborigen disminuyó aún más, al ser utilizados los aborígenes como escuderos o cargadores; por otra parte estos fueron gravemente afectados por una epidemia de viruelas que se extendió por las Antillas en 1520. A esto se sumó la evidente pérdida de influencia política de Diego Velázquez.
Una Real Cédula de 1526 trató de detener el despoblamiento de Cuba amenazando con la pena de muerte y la pérdida de sus propiedades a los vecinos que la abandonaran, pero ya en esos momentos la isla estaba prácticamente despoblada.
Sin embargo, a la par que la isla veía disminuir su importancia económica, se acrecentaba su valor estratégico. Este factor, unido a la imposibilidad de establecer, tras el descubrimiento del paso interoceánico por Hernando de Magallanes, una línea de comercio directo con el Oriente, y a las grandes riquezas existentes en México y su traslado hacia España, comenzaron a convertir a la isla en un importante enclave estratégico.
Panorama de la situación de Cuba durante la fase continental de la conquista (1524-1555)
Características socioeconómicas de la etapa continental. El reparto de la tierra
Las rebeliones de los indios y los negros
La organización del gobierno colonial en España y Cuba
Notas
- ↑ La mesta era una asociación de grandes ganaderos de Castilla, León y Extremadura —particularmente ovejeros—, que pretendían el libre paso de sus rebaños a través de los campos de cultivo, y ejercía el derecho de justicia, pues tenía legislación propia y Gran Consejo. Como se comprenderá, estos privilegios eran sumamente perjudiciales para la agricultura. Fue muy favorecida por los Reyes Católicos con el fin de estimular la producción lanera, tanto con vista a la confección de paños de Castilla como para la exportación a Flandes e Inglaterra. Las recaudaciones por concepto de la mesta constituyeron, durante mucho tiempo, una de las principales fuentes de riqueza de los reyes.
- ↑ Este título les fue conferido por el papa Alejandro VI en 1496.
- ↑ Estrella E. Rey Betancourt: España en los finales del siglo XV; la época de los descubrimientos. (En prensa.)
- ↑ Las Islas Canarias eran conocidas desde la antigüedad clásica. En 1312 el genovés Lancelloto Melocello las "redescubrió", y se estableció en la que hoy día lleva su nombre: Lanzarote. En ese archipiélago habitaba el pueblo de los guanches, perteneciente al tronco bereber. En 1339 sus territorios se encontraban totalmente explorados y en 1402 un noble normando, Juan de Bethencourt, inició su conquista, y encontró una dura resistencia. Estas islas pasaron posteriormente a la familia Herrera, a la que, luego de reconocérsele sus derechos sobre el archipiélago, se le compró la participación en la conquista de Gran Canaria, Tenerife y Las Palmas.
- ↑ Samuel Elliot Morison: Admiral of the Ocean Sea. A life of Christopher Colombus, Sittle Brown, Boston, 1942, vol. 1, p. 114.
- ↑ Desde fines del siglo XV hasta nuestros días, algunos contemporáneos e historiadores de Colón han sostenido que este conocía la existencia de tierras al oeste del Atlántico y que había unas islas a 700 leguas marinas de la península Ibérica que él identificaba con la actual Indonesia. Se ha expresado que Colón obtuvo ese informe de un marino que, traído hasta las Antillas por una tormenta, pudo hallar la ruta de regreso y arribar moribundo. Se dice que antes de fallecer entregó a Colón el derrotero y la carta que había hecho. Juan Manzano: Colón y su secreto. El predescubrimiento. Editorial Culturas Hispánicas, Madrid, 1982.
- ↑ Estrella E. Rey Betancourt: Ob. cit.
- ↑ Hortensia Pichardo: Documentos para la historia de Cuba. Editorial Universitaria, La Habana, 1965, 1.1, p. 32.
- ↑ Martín Fernández de Navarrete: Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV. Editorial Guaranía, Buenos Aires, 1945, t. III, pp. 503-506.
- ↑ Estrella E. Rey Betancourt: Ob. cit.
- ↑ Ibídem.
- ↑ Antonio Ma. Fabié: Ensayo histórico de la legislación española en sus estados de Ultramar. Editorial Rivadeneyra, Madrid, 1896.
- ↑ Cristóbal Colón: Diario de navegación (1492-1506). Comisión Cubana de la UNESCO, La Habana, 1961.
- ↑ J. Van der Gucht y S. M. Parajón: Ruta de Cristóbal Colón por la costa norte de Cuba. La Habana, 1943, p. 362.
- ↑ Luis Torres y otros (editores): Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del Reino y muy especialmente del de Indias. Imprenta de I. M. Pérez, 42 vol., Madrid (1864-1884), Segunda Serie, t. V, Doc. Leg. I, p. XV.
- ↑ Samuel Elliot Morison: Ob. cit., p. 362.
- ↑ Filiberto Ramírez Corría: Excerta de una isla mágica o biografía de un latifundio. México D. F., 1959, pp. 76 y ss.
- ↑ Antonio Rumeo de Armas: Hernando Colón, historiador del descubridor de América. Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1973.
- ↑ Samuel Elliot Morison: Ob. cit., vol. II, p. 140.
- ↑ D. F. Young: The Medici. The Modern Library, New York, 1933, p. 229.
- ↑ Earl J. Hamilton: El tesoro americano y la revolución de los precios en España (1501-1650). Editorial Ariel, Barcelona, 1983.
- ↑ En el siglo XV el derecho canónigo debía ser reconocido por todos los reyes, y las bulas papales eran consideradas la máxima expresión de este. Martino V, Nicolás VI y Eugenio IV, en su condición de papas, hicieron sucesivas concesiones a los reyes de Portugal, por las cuales estos disponían con exclusividad de la vía de navegación hacia el Oriente por la costa africana. El descubrimiento de Colón obligó a los reyes de Castilla a gestionar un cambio en esa distribución. En 1492 ocupaba la silla pontificia el papa español Alejandro VI de la familia de los Borgia. Ese fue el origen de las bulas alejandrinas que fueron cinco: Primera Ínter Coetera, Examinae Devotionia, Segunda ínter Coetera, Piis Fidelium y Duduin Siquidem, emitidas entre mayo y septiembre de 1493. La circunstancia de que dos de estas bulas fuesen desconocidas durante cuatro siglos, condujo a los estudiosos del tema a diversas hipótesis, se destacan entre ellas la de Manuel Jiménez Fernández sobre la concesión sucesiva y la de Alfonso García Gallo sobre la simultánea. Por estas bulas se donaron, concedieron y asignaron "todas y cada una de las tierras e islas" desconocidas, no sujetas a dominio cristiano a Castilla y se estableció una nueva división del mundo en un norte castellano y un sur portugués, a través de una línea "desde el polo ártico que es el septemptrión, hasta el polo antártico que es el mediodía (...) la cual línea dista de las islas que vulgarmente llaman Azores y Cabo Verde cien leguas hacia el occidente y mediodía". Por ellas se daba a los reyes de España la exclusividad de las nuevas tierras con el compromiso de efectuar en ellas una campaña de evangelización. Eduardo Torres Cuevas: Los orígenes jurídicos de la Iglesia Católica en Cuba. (Inédito.)
- ↑ Al regresar a España después de su primer viaje. Colón dejó en La Española el fuerte La Navidad, a manera de centro desde donde iniciar futuras empresas, por lo cual esta fundación no se debió solamente a la simple casualidad de que zozobrara la Santa María. En su segundo viaje encontró el fuerte destruido y a sus hombres muertos, pero eso no aminoró el interés por establecer otra fundación, razón por la cual fundó La Isabela, que subsistió aproximadamente hasta 1500. Colón deseaba centralizar las riquezas que obtuviera y tener a la vez un punto de partida y regreso para futuros viajes exploratorios.
- ↑ Uno de los componentes del proceso de conquista y colonización fue el carácter de empresa que asumía la expansión de la cristianidad dentro de la concepción católica. En esta dirección los Reyes Católicos contaron con las reformas religiosas del cardenal Cisneros de la orden Franciscana, con el desarrollo de la orden teológica Dominica y con otras de fuerte presencia en ese territorio, como la de los Jerónimos y consiguieron, a través de un fuerte litigio con los papas, el Real Patronato sobre la Iglesia en América. Las concesiones obtenidas se manifiestan ya en las bulas de Alejandro VI, pero adquieren su fisonomía definitiva en las de Julio II. Por el Real Patronato los reyes proponían a aquellos que debían ocupar las altas jerarquías eclesiásticas, redistribuían los diezmos, establecían la demarcación de las diócesis y daban carácter legal a cualquier documento religioso que pasase a América. Eduardo Torres-Cuevas: Los orígenes del Real Patronato de la Iglesia Católica en América. (Inédito.)
- ↑ Otra motivación menos piadosa que movió los "descubrimientos" fue el deseo de adquirir esclavos, comercio ya muy lucrativo porque suministraba fuerza laboral barata. En Castilla la esclavitud parece haber tenido un peso económico superior al que generalmente se le atribuye. A pesar de lo expresado por los Reyes Católicos en las cédulas y órdenes reales en relación con la esclavitud, la realidad es que en esa época, tanto en Castilla como en el sur de la península, principalmente en Andalucía, proliferaban los esclavos entre los que había muchos negros. "En Castilla provenían de los moros comprados, cambiados u obtenidos como botín de guerra, pero en general procedían de la trata que ya tenían establecida los portugueses en la zona costera noratlántica del África desde los tiempos de Enrique el Navegante. Los cargamentos de esclavos que traían con destino a España eran descargados por Sevilla, principal mercado de esclavos negros en tiempo de los Reyes Católicos". Sabemos, por las interpretaciones de Azurara recogidas por Barrios y adicionadas por Las Casas, que los moriscos tenían esclavos negros a su servicio y que las aparentemente ingenuas expediciones portuguesas por las costas de África eran, en realidad, verdaderas cacerías de esclavos. Estos comenzaron a penetrar en España en pequeña escala y aumentaron gradualmente hasta alcanzar cifras considerables. Aunque la prioridad de este negocio estaba en manos de los portugueses, los españoles también lo realizaban en algunas costas africanas, pero sus pretensiones eran mucho más modestas, no precisamente por humanidad sino porque en opinión de Navarrete los Reyes Católicos decidieron no entrar a discutir ese mercado a Portugal cuando el Nuevo Mundo podía ser también fuente de suministro de esclavos. Estrella E. Rey Betancourt: Génesis del colonialismo español en Cuba. (Inédito.)
- ↑ Arturo Sorhegui D’Mares: Historia de Cuba I. (Inédito.)
- ↑ Frank Moya Pons: Manual de historia dominicana. Santo Domingo R. D., 1977.
- ↑ Eduardo Torres-Cuevas: Ob. cit.
- ↑ Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés: Historia general y natural de las Indias. Imprenta de la Real Academia de Historia, Madrid, 1851, p. 495.
- ↑ Eduardo Torres-Cuevas: Ob. cit.
- ↑ No era usual crear obispados en territorios de evangelización. Ello solo se explica por el interés de la Corona en establecer una presencia permanente en América y crear una estructura que garantizase la dependencia de estos de la corona de Castilla. En: Eduardo Torres-Cuevas: "El obispado de Cuba: génesis, primeros pobladores y estructura". Revista Santiago, No. 26-27, Universidad de Oriente. Santiago de Cuba, 1977, pp. 61-100.
- ↑ La unión dinástica entre los reinos de Castilla y Aragón, lograda a través del matrimonio de Fernando e Isabel, estuvo en peligro de romperse cuando Felipe el Hermoso y su esposa Juana, heredera legítima del trono de Castilla según el testamento de su madre, que data de 1504, se radicaron en España. Ante esa circunstancia y luego de perder su condición de regente, Fernando se trasladó a Aragón donde se casó con Germana de Foix, princesa francesa de la cual no tuvo descendencia. La prematura muerte de Felipe el Hermoso permitió que Fernando ocupase nuevamente la regencia de Castilla y se mantuviese la unión concertada entre esta y Aragón.
- ↑ Eduardo Torres-Cuevas: Ob. cit.
- ↑ Ibídem.
- ↑ Confirmado por trabajo arqueológico de campo realizado por la Academia de Ciencias de Cuba (ACC). Estrella E. Rey Betancourt: Ob. cit.
- ↑ Eduardo Torres-Cuevas: Ob. cit.
- ↑ Esta zona ha sido profusamente trabajada arqueológicamente y se ha confirmado la alta densidad poblacional. Estrella E. Rey Betancourt: Ob. cit.
- ↑ El lugar preciso del sur de La Habana donde se fundó la villa de este nombre está aún sin dilucidar, para una información más amplia se puede consultar la obra de Julio Le Riverend: La Habana, biografía de una provincia, Imprenta Siglo XX, La Habana, 1960, y el artículo de César García del Pino: "¿Dónde se fundó la villa de San Cristóbal?" Revista de la Biblioteca Nacional José Martí; No. 1, La Habana, 1979.
- ↑ En los lotes de piezas de la Academia de Ciencias de Cuba y de otras instituciones existen ejemplares arqueológicos de la etapa analizada que demuestran que los indios que sobrevivieron al primer impacto y los españoles que iban llegando, adoptaron recíprocamente conocimientos técnicos y elementos culturales que ya no eran ni los aborígenes ni los españoles. Esta situación puede apreciarse en las excavaciones realizadas en el sitio Pesquero, que al parecer fue utilizado por los españoles como lugar de escala y abastecimiento entre Bayamo y Holguín. En él se han encontrado gran cantidad de hachas petaloides, lo que coincide con la existencia de tierras muy quemadas en zonas aledañas, evidencia de un intenso uso por el sistema de zona. Igualmente se aprecian fragmentos de burenes marcados como si se quisieran diferenciar de otros. Los arqueólogos han podido observar que en los residuarios de contacto hay numerosos fragmentos de burenes. Esto permite inferir que hubo un notable incremento en la producción de casabe en esa época y en esos sitios. Estrella E. Rey Betancourt: Ob. cit.
- ↑ Se calcula que un montón de yuca tenía de 8 a 10 pies de diámetro. Teniendo en cuenta la opinión de Las Casas, de que tenían de 9 a 12 pies en cuadro y según el criterio de Pedrarias Dávila, de que una caballería contenía 200 000 montones, se puede llegar a la conclusión de que la medida de una caballería era de alrededor de 13,4 ha. Para información más completa ver Julio Le Riverend: "La organización agraria inicial". Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, No. 1, La Habana, 1984.
- ↑ En su Carta de Relación de 1514, Diego Velázquez utiliza el término estancia al hablar de las "labranzas hechas por los indios para el Rey en las márgenes del río Tuba". Este concepto no solo parece tener esa significación sino que también se usaba para hacer referencia al lugar de estar, es decir a la casa con huerta. Julio Le Riverend: Ob. cit.
- ↑ Estrella E. Rey Betancourt: Ob. cit.
- ↑ El término cimarrón fue sinónimo en Cuba de escapado o huido a los montes, se usaba indistintamente para el ganado y para los esclavos indios o africanos.
- ↑ Julio Le Riverend: Ob. cit.
- ↑ Estrella E. Rey Betancourt: Ob. cit.
- ↑ José L. Franco: Las minas de Santiago del Prado y la rebelión de los cobreros, 1530-1800. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 8.
- ↑ Hortensia Pichardo: Documentos. Cuadernos H, La Habana, 1972, pp. 57-66.
- ↑ Luis Torres y otros: Ob. cit., t. III, pp. 221-232.
- ↑ Estrella E. Rey Betancourt: Ob. cit.
- ↑ José A. Saco: Historia de la esclavitud de la raza africana en el Nuevo Mundo y en especial en los países américo-hispanos. Barcelona, 1879, t. I, p. 32.
- ↑ Estrella E. Rey Betancourt: Ob. cit., pp. 78-79.
- ↑ Las primeras autorizaciones para introducir negros esclavos en Cuba aparecen como licencias o asientos. Ambas eran entidades jurídicas pero mientras que la primera era un simple permiso concedido por el soberano para llevar uno o muchos negros a las Indias, el asiento era un contrato de derecho público sinalagmático (con un mismo objetivo y de mutuo acuerdo) por el cual un particular o compañía se obligaba a sustituir al gobierno en la administración del comercio de los esclavos. Fernando Ortiz: Los negros esclavos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 81.
- ↑ Eduardo Torres-Cuevas: Ob. cit.
- ↑ Estrella E. Rey Betancourt: Ob. cit.
- ↑ Eduardo Torres-Cuevas: Ob. cit.
- ↑ Ibídem.