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Biblioteca:El Materialismo Histórico/Capitulo I

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Capítulo I. La ciencia del materialismo histórico

1. Objeto del materialismo histórico.

Toda ciencia tiene su objeto propio de investigación. La Economía política, por ejemplo, estudia las leyes que rigen el desarrollo de las relaciones sociales de producción, es decir, de las relaciones económicas; la ciencia jurídica recae sobre el desarrollo de determinadas formas históricas del Estado y el derecho; la lingüística estudia el lenguaje como fenómeno social específico, las leyes de su desarrollo, su función en la vida social, etc. Pues bien, ¿cuál es el objeto sobre que versa el materialismo histórico?

El materialismo histórico es la ciencia de las leyes generales que rigen el desarrollo de la sociedad. Las ciencias sociales más arriba citadas (la Economía política, la ciencia jurídica, la lingüística) estudian el desarrollo de ciertos aspectos de la vida social por separado, de determinadas manifestaciones y modalidades de las relaciones sociales. A diferencia de estas ciencias, el materialismo histórico versa sobre las leyes del desarrollo de la sociedad en su conjunto sobre las relaciones mutuas entre todos los aspectos de la vida social. Da respuesta a las preguntas de qué es lo que determina el carácter del régimen social, de cómo se halla condicionado el desarrollo de la sociedad, de cómo se pasa de un régimen social a otro, por ejemplo, del capitalismo al socialismo.

El materialismo histórico investiga las leyes generales del proceso histórico, y esto es lo que distingue su propósito del de las ciencias sociales especiales y del que persigue la historia política, la cual está llamada también a estudiar todos los aspectos de la historia de la sociedad, pero en sus manifestaciones concretas y en su sucesión cronológica, en los distintos países y a lo largo de las distintas épocas.

El materialismo histórico da la única solución certera, científica, a los problemas teóricos y metodológicos más generales, más cardinales, de la ciencia social, sin cuyo esclarecimiento sería imposible explicar acertadamente el desarrollo de la vida social en su conjunto o el de cualquiera de sus aspectos por separado.

En la vida social, nos encontramos con fenómenos económicos, políticos e ideológicos. ¿Existen entre ellos algunos nexos, y cuál es su carácter? ¿Hay, en medio de la abigarrada, multiforme, compleja y contradictoria sucesión de los acontecimientos históricos, en todo el curso del desarrollo de la sociedad, algún nexo interno y necesario, alguna sujeción a leyes o, por el contrario, debemos admitir que en la vida social, a diferencia de lo que ocurre en la naturaleza, reinan el azar, el caos y la arbitrariedad? He aquí uno de los problemas cardinales que nos plantea la ciencia de la sociedad.

La humanidad ha recorrido una larga y compleja trayectoria, que va desde el régimen de la comunidad primitiva, pasando por la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo, hasta el socialismo, instaurado ya en la sexta parte del planeta, en la U.R.S.S., y en vías de construcción en los países de democracia popular. Pues bien, ¿cuáles son las fuerzas motrices fundamentales de esta trayectoria progresiva?

La solución científica a estos problemas la ofrece por vez primera el materialismo histórico, la teoría que señala el camino hacia el conocimiento de la historia de la sociedad como un proceso único regido por leyes, considerado en toda su multiformidad y en sus contradicciones, y que nos permite llegar a comprender certeramente el presente y a prever el futuro.

El materialismo histórico constituye una teoría científica coherente y armónica, que explica el desarrollo de la sociedad, el paso de un régimen social a otro. Es, además, el único método científico, certero, para estudiar todos los fenómenos sociales y la historia de cada país de por sí y de los pueblos en su conjunto. El materialismo histórico suministra el método científico para el estudio de todas las ramas de la ciencia social. El economista, el jurista, el investigador del arte, el historiador, no podrán orientarse por entre la multiformidad de los fenómenos de la vida social, en medio de la maraña de los sucesos de la historia, más que apoyándose en la teoría y en el método del materialismo histórico; sólo así alcanzarán a descubrir las leyes históricas que prevalecen sobre lo casual, descubrirán el todo detrás de las partes, el bosque que los árboles ocultan. El materialismo histórico brinda al investigador el hilo conductor de sus indagaciones, que le permite avanzar libre y conscientemente por entre el embrollado laberinto de los hechos históricos.

El materialismo histórico, la ciencia de las leyes generales de desarrollo de la sociedad, forma parte integrante del marxismo-leninismo, es el fundamento científico-histórico sobre que descansa el comunismo, la base teórica de la política, la estrategia y la táctica de la clase obrera y de su vanguardia revolucionaria, el Partido comunista. El materialismo histórico no es un esquema, no es un conjunto de tesis o principios abstractos que baste con aprenderse de memoria; es, por el contrario, una teoría social perennemente viva y en constante desarrollo creador y, a la par con ello, un método para el conocimiento de la vida social y una guía para la acción.

Para poder participar conscientemente en la gran lucha histórica por la paz, la democracia y el comunismo, hay que conocer las causas reales y las fuerzas motrices de los acontecimientos históricos, hay que conocer las leyes del desarrollo social. El materialismo histórico nos enseña las leyes generales del desarrollo de la sociedad y nos permite orientarnos certeramente en medio de los acontecimientos históricos que van sucediendo, comprender su sentido, percatarnos claramente de la orientación del desarrollo social, tener una perspectiva histórica.

2. La creación del materialismo histórico, la más grandiosa revolución operada en la ciencia

El materialismo histórico nació en la década del cuarenta del siglo XIX. Fué creado por Marx y Engels, grandes sabios y pensadores, maestros y guías de la clase obrera. La aparición del materialismo dialéctico e histórico representó la más grandiosa revolución operada en la ciencia.

El materialismo histórico, como el marxismo en general, no podía surgir en cualquier momento ni bajo cualesquiera condiciones. Nació con arreglo a leyes, al calor de las necesidades del desarrollo de la vida material de la sociedad y como resultado de toda la trayectoria anterior de la ciencia, incluyendo la filosofía. ¿Cuáles fueron las condiciones históricas que condujeron al nacimiento del marxismo?

En primer lugar, a mediados del siglo XIX, alcanzaron un alto grado de intensidad las contradicciones del capitalismo. Testimonio de ello era, no sólo las crisis periódicas industriales de superproducción en los países capitalistas, sino también la agudización de la lucha de clases. Las fuerzas productivas de la sociedad capitalista entraban en contradicción con las relaciones de producción del capitalismo y las exigencias cada vez más apremiantes del desarrollo de la vida material de la sociedad reclamaban la abolición de las relaciones capitalistas de producción y su sustitución por las relaciones de producción socialistas.

En segundo lugar, con le régimen capitalista de producción surgió también la nueva clase de vanguardia, el proletariado. En los años cuarenta del siglo XIX, apareció en la palestra histórica el proletariado como poderosa fuerza política de vanguardia.

Mientras que bajo el feudalismo las relaciones de clase se ocultaban bajo el manto de las relaciones corporativas, el capitalismo vino a simplificar las relaciones de clase y a ponerlas al desnudo. La lucha de clases hacíase cada vez más patente, y ello permitía ver científicamente en esta lucha la fuerza motriz de la historia y explicar cómo las clases y la lucha ente ellas condicionan el régimen económico de la sociedad. Federico Engels escribía: "Mientras que en todos los períodos anteriores la investigación de estas causas propulsoras de la historia era punto menos que imposible —por lo compleja y velada que era la trabazón de aquellas causas con sus efectos—, en la actualidad esta trabazón está ya lo suficientemente simplificada para que el enigma pueda descifrarse. Desde la implantación de la gran industria, es decir, por lo menos desde la paz europea de 1815, ya para nadie en Inglaterra era un secreto que allí la lucha política giraba toda en torno a las pretensiones de dominación de dos clases: la aristocracia terrateniente (landed aristocracy) y la burguesía (middle class). En Francia se hizo patente este mismo hecho con el retorno de los Borbones; los historiadores del período de la Restauración, desde Thierry hasta Guizot, Mignet, y Thiers, lo proclaman constantemente como el hecho que da la clave para entender la historia de Francia desde la Edad Media. Y desde 1830, en ambos países se reconoce como tercer beligerante, en la lucha por el Poder, a la clase obrera, al proletariado. Las condiciones se habían simplificado hast tal punto, que había que cerrar intencionalmente los ojos para no ver en la lucha de estas tres grandes clases y en el choque de sus intereses la fuerza propulsora de la historia moderna, por lo menos en los dos países más avanzados".[1]

Las exigencias materiales cada vez más apremiantes del paso de la sociedad del capitalismo al socialismo, las exigencias de la lucha de clases del proletariado, hicieron nacer el marxismo. Pero ¿por qué la cuna del marxismo, y en particular del materialismo histórico, fué precisamente la Alemania de la década del cuarenta del siglo XIX? Porque la revolución democrático-burguesa que en aquel tiempo estaba gestándose en Alemania hubo de pasar por las contradicciones del capitalismo en una fase más alta que la que había conocido el proceso análogo de la revolución en Inglaterra y Francia. La Alemania de mediados del siglo XIX era un país bastante más maduro desde el punto de vista del capitalismo que la Inglaterra del siglo XVII y la Francia del XVIII. En Alemania, habíase formado ya un proletariado que aspiraba legítimamente a desempeñar un papel histórico independiente en la lucha de clases y en la revolución que avanzaba. Las tareas que el proletariado de Alemania tenía ante sí reclamaban insistentemente el planteamiento y la solución de los problemas de la teoría y la táctica revolucionarias, el esclarecimiento del papel histórico de la clase obrera tanto en la revolución burguesa como en la revolución socialista,. Y a ello se debió precisamente el que Alemania fuese la cuna del materialismo histórico y del marxismo en general y el que los guías del proletariado alemán, Marx y Engels, se revelasen como los creadores de la ciencia social.

No es, en modo alguno, un hecho casual, sino que, por el contrario, responde a sus leyes, el que los creadores de la ciencia de la sociedad fuesen los ideólogos de la clase obrera. La explicación de ello está en que, mientras el descubrimiento de las leyes de la naturaleza se desliza, en general, sin grandes obstáculos, ya que no choca con los intereses de las clases reaccionarias, la cosa es muy distinta cuando se trata del descubrimiento de las leyes del desarrollo de la sociedad, pues muchas de estas leyes se enfrentan con los intereses de las fuerzas de la reacción. Esto explica por qué las fuerzas reaccionarias oponen una furiosa resistencia al descubrimiento y, más todavía, a la aplicación de las leyes del desarrollo social que chocan con sus intereses.

Sólo la clase avanzada, personificada por sus ideólogos, aquella clase que no se halla interesada en perpetuar el régimen social viejo y caduco, que mira audazmente al porvenir, puede ser la iniciadora y abanderada del descubrimiento de las leyes del desarrollo de la sociedad. La ciencia social sólo podían crearla y la crearon los ideólogos del proletariado, de la clase consecuentemente revolucionaria, revolucionaria hasta el fin, interesada en acabar con todas las formas de explotación del hombre por el hombre. Esto explica por qué la auténtica ciencia de las leyes del desarrollo de la sociedad no podía ser creada por lo ideólogos de la burguesía, y menos aún por los de la esclavitud o el feudalismo.

La comparación entre los resultados del desarrollo de las ciencias naturales y de la ciencia de la sociedad, en el momento en que apareció el marxismo, confirma plenamente lo que acabamos de decir. No cabe duda de que las ciencias naturales, a mediados del siglo XIX, habían alcanzado enormes éxitos. La ciencia había ido desalojando al idealismo y a la religión de un campo tras otro, en los dominios de las ciencias naturales. El materialismo filosófico de los siglos XVII y XVII, basándose en los datos de las ciencias naturales, brindaba una explicación materialista de la naturaleza, partiendo de la naturaleza misma.

En cambio, en las ciencias sociales, históricas, hasta que vino Marx, siguió prevaleciendo de un modo absoluto el idealismo. Sin hablar del idealismo filosófico y de la religión imperantes en la sociedad capitalista, hasta los pensadores que en su tiempo ocupaban una posición avanzada, como los materialistas ingleses y franceses de los siglos XVII y XVIII o el materialista alemán de los años cuarenta del siglo XIX, Ludwig Feuerbach, seguía abrazando los puntos de vista del idealismo, cuando se trataba de explicar los fenómenos de la vida social, la historia de la sociedad. Teólogos y filósofos idealistas, sociólogos e historiadores burgueses, todos los ideólogos de la aristocracia feudal y de la grande y la pequeña burguesía, veían en la conciencia, la razón, las ideas políticas, morales, religiosas y las demás ideas y principios, la fuerza motriz fundamental y determinante en el desarrollo de la sociedad.

En la naturaleza actúan, como es sabido, las fuerzas ciegas y elementales. En la sociedad actúan los hombres, dotados de razón, de conciencia y de voluntad. De este hecho extraen los idealistas una conclusión falsa, al afirmar que mientras que en la naturaleza rigen las leyes y la necesidad, en la historia de la sociedad impera, por el contrario, al parecer, el libre arbitrio del hombre; si los cambios del día y la noche, el transcurso del tiempo; las alteraciones del clima y otros fenómenos de la naturaleza no dependen de la voluntad y la conciencia de los hombres, en cambio los acontecimientos de la historia se determinan, según este modo de concebir, por la actividad consciente y la voluntad de los individuos, de los personajes históricos, de los caudillos, los héroes, los generales, los gobernantes y los reyes. Son las ideas, a juicio de los ideólogos burgueses, las que gobiernan el curso de la historia.

A los ojos de los historiadores y sociólogos idealistas, la historia de la sociedad humana se tornaba en una cadena de sucesos contingentes, en un caos de errores, de violencias irracionales y aberraciones. Estos ideólogos veían en épocas históricas enteras, por ejemplo en la Edad Media, el resultado del extravío de la razón, la consecuencia del odio y la superstición de los hombres, o el fruto de las torpes costumbres de las gentes o de la ceguera del legislador. En vez de explicar las ideas sociales, las concepciones y teorías políticas y las instituciones sociales a la luz del desarrollo de las condiciones materiales de vida de la sociedad, los idealistas exponen toda la historia de la sociedad partiendo de la conciencia de los hombres, de su ideas y teorías filosóficas, políticas, etc. Los idealistas consideran que no es la existencia social, que no es la vida material de la sociedad lo que engendra una determinada conciencia social, sino, por el contrario, la conciencia social la que alumbra y condiciona de por sí la vida social, la existencia social.

Para poder crear una concepción científica de la historia, de la vida social, era necesario someter al idealismo a una crítica a fondo, en todos y cada uno de sus aspectos, y expulsarlo de su último refugio, es decir, del campo de la historia. Y esto fue, en efecto, lo que hicieron Marx y Engels.

Los vicios radicales de la concepción idealista de la vida social, de la historia, consisten en lo siguiente. En primer lugar, los historiadores y soció logos idealistas, al estudiar la historia, la vida social, se fijan solamente en los motivos ideales que guían la actividad de los hombres, sin pararse a investigar qué es lo que engendra y determina estos motivos. Los idealistas se detienen, por tanto, en la apariencia de los fenómenos de la vida social, en la superficie del proceso histórico, sin penetrar en su esencia, sin descubrir las causas materiales profundas de los fenómenos estudiados.

En segundo lugar, los idealistas contraponen metafísicamente la sociedad a la naturaleza, como si entre una y otra mediara un abismo. Ignoran el hecho de que la sociedad, aunque tenga sus características propias, es, sin embargo, parte de la naturaleza, de que los fenómenos sociales, como los de la naturaleza, se hallan sometidos a la acción de leyes objetivas, que no dependen de la conciencia ni de la voluntad de los hombres.

Los historiadores y los sociólogos, hasta Marx, veían y exponían solamente los nexos fortuitos, externos, entre los acontecimientos históricos, entre los fenómenos sociales. En el mejor de los casos, alcanzaban a trazar un cuadro de determinados aspectos del proceso histórico, a reunir una serie de datos y hechos sueltos, inconexos, pero sin llegar a ofrecer nunca una auténtica ciencia de la sociedad y de las leyes de su desarrollo.

En tercer lugar, la sociología y la historiografía premarxistas caracterizábanse por ignorar el papel decisivo de las masas populares en la historia, reduciendo la historia de la sociedad a la historia de los grandes hombres, los emperadores, los reyes y los caudillos. Los idealistas adoptaban ante las masas, ante el pueblo, una actitud de desprecio; las consideraban como una "materia" pasiva, sumisa, inerte, a la que infundía vida y movimiento, según ellos, la acción del "espíritu", de las ideas, la acción de las grandes personalidades.

Las falaces concepciones idealistas de la sociedad y de la historia mantenidas en vigor hasta la aparición del materialismo histórico obedecían a la situación de clase, a la limitación de los horizontes de clase de los sociólogos e historiadores. Los ideólogos burgueses, expresando los intereses de su clase, desorientan a las masas por medio de sus ardides idealistas. Pintan un cuadro deformado de la vida social, una imagen invertida de la realidad, de la miseria y las calamidades en que se debaten los trabajadores de los países capitalistas.

Manifestándose en contra de la lucha de clase del proletariado por cambiar las condiciones econó micas y políticas de vida de la sociedad, los idealistas se esfuerzan en sembrar la creencia ilusoria de que es posible llegar a cambiar estas condiciones de vida por medio del propio perfeccionamiento moral del hombre. El idealismo sirve a las clases explotadoras, al condenar a la pasividad política a las fuerzas progresivas de la sociedad, a los trabajadores, a la clase obrera. La crítica demoledora del idealismo en todos y cada uno de sus aspectos era, pues, condición necesaria para llevar a cabo la revolución operada en la ciencia por Marx y Engels.

Los ideólogos de la burguesía no podían llegar a crear una auténtica ciencia de la sociedad. No obstante, y bajo la influencia del curso de los acontecimientos históricos, bajo la acción de los hechos históricos, los más profundos y perspicaces entre ellos viéronse obligados a adoptar una actitud crítica ante las concepciones simplistas y superficiales de los idealistas subjetivos. Los pensadores burgueses más avanzados y los socialistas utópicos de los siglos XVIII, y XIX expresaron una serie de tesis e hipótesis científicas en que podían apoyarse y se apoyaron Marx y Engels. Así, por ejemplo, Helvecio, el materialista de la Ilustración francesa del siglo XVIII, formuló la tesis de la importancia del medio circundante y de las circunstancias de lugar y tiempo en la educación del hombre. Rousseau expresó la conjetura genial de la influencia ejercida por las herramientas de hierro y la agricultura en los orígenes de la desigualdad entre los hombres. El socialista utópico Saint-Simon explicó la revolución francesa del siglo XVIII como resultado de la lucha de clases del tercer estado contra la nobleza feudal. Algunos historiadores franceses e ingleses del primer cuarto del siglo XIX, estudiando los acontecimientos de la época del feudalismo, la revolución inglesa del siglo XVII y la francesa del XVIII, intentaron explicados desde el punto de vista de la lucha de clases. Adam Smith y Ricardo trataron de analizar los fundamentos económicos de la división de clases reinante en la sociedad burguesa. El filósofo idealista alemán Hegel intentó exponer la historia de la humanidad como un proceso necesario, de desarrollo, progresivo y contradictorio, basado, según él, en el desarrollo de un "espíritu universal", fruto de su propia lucubración. Hegel suplantaba el nexo real entre los fenómenos históricos por un nexo sacado de su propia cabeza, extraído del arsenal de su propia filosofía, con lo cual mistificaba las leyes reales de la historia. No debe desconocerse, sin embargo, que este filósofo sometió a crítica las concepciones subjetivas en torno a la historia y se esforzó por descubrir bajo los acontecimientos históricos causas más profundas que las simples ideas, los designios y la voluntad de estas o las otras personalidades históricas.

Examinando el complejo proceso, sujeto a leyes, de la aparición de la ciencia social, escribe V. I. Lenin:

"Teniendo en cuenta que esta ciencia fue construida, en primer lugar, por los economistas clásicos, al descubrir la ley del valor y la fundamental división de la sociedad en clases; que fue enriquecida, además, y en relación con ello, por los pensadores ilustrados del siglos XVIII, mediante la lucha contra el feudalismo y el clericalismo, y que fue impulsada, pese a sus concepciones reaccionarias, por los historiadores y filósofos de comienzos del siglo XIX, esclareciendo todavía más el problema de la lucha de clases, desarrollando el método dialéctico y aplicándolo o comenzando a aplicarlo a la vida social, podemos decir que el marxismo, que avanzó con paso de gigante por este camino, representa el más alto desarrollo de toda la ciencia histórica, económica y filosófica de Europa".[2]

Hasta qué punto la creación de La concepción materialista de la historia respondía a las crecientes exigencias de la realidad lo demuestra el hecho de que los pensadores avanzados de Rusia de mediados del siglo XIX, los demó cratas revolucionarios Belinski, Herzen, Chernichevski y Dobroliubov, diesen, sin contacto alguno con Marx y Engels, pasos importantes hacia la elaboración de esta teoría. Dichos pensadores aportaron, en efecto, puntos de vista muy importantes orientados ya hacia la creación de la nueva ciencia social. Plantearon el problema de las leyes que rigen el proceso histó rico y criticaron el subjetivismo y el voluntarismo, avanzando hasta la certera formulación de problemas como el del papel de las masas populares y de la personalidad en la historia, ofreciendo una explicación materialista de diversos aspectos de la vida social, poniendo de manifiesto el carácter de clase de la filosofía, la literatura y el arte y esforzándose por esclarecer las ideas de los hombres a base de sus condiciones de vida. Subrayaron cómo la vida social cambia y se desarrolla a través de las contradicciones y la lucha entre las diversas fuerzas sociales, por medio de la revolución. No obstante, aun siendo materialistas en su explicación de la naturaleza, estos pensadores revolucionarios rusos seguían siendo, de un modo general y en su conjunto, idealistas en cuanto al modo de explicar la vida social, pese a sus atisbos geniales sueltos y a sus certeras tesis aisladas. Según ellos, el curso de la historia determiná base en última instancia por el progreso de la ciencia, por la difusión de la cultura entre el pueblo. Eran, en realidad, ideólogos de los campesinos revolucionarios, y ello no los colocaba en el camino de crear la ciencia de las leyes que presiden el desarrollo de la sociedad.

El materialismo histórico sólo podía crearse destruyendo el idealismo bajo todas sus formas y sobreponiéndose, al mismo tiempo, a la limitación de horizontes, a la unilateralidad, a la inconsecuencia y la actitud contemplativa del viejo materialismo premarxista, para construir una forma más alta y consecuentemente científica de materialismo, o sea el materialismo dialéctico. Y ésta fue, cabalmente, la gran obra llevada a cabo por Marx y Engels mediante la síntesis de todas las conquistas de las ciencias naturales y de la experiencia histórica universal de la humanidad, principalmente de la experiencia revolucionaria del proletariado.

Para crear el materialismo dialéctico, Marx y Engels se apoyaron en el viejo materialismo, especialmente en el materialismo de los franceses del siglo XVIII y de Feuerbach manteniendo en pie lo medular de estas doctrinas, o sea la solución materialista del problema de las relaciones entre el espíritu y la naturaleza, entre la conciencia y la materia. Marx y Engels, desarrollando los postulados del viejo materialismo, crearon una nueva teoría filosófica, el materialismo dialéctico, la concepción científica del mundo del partido marxista de la clase obrera. Marx y Engels crearon la dialéctica materialista, directamente opuesta a la dialéctica idealista de Hegel, extrayendo de ella la médula racional que en la dialéctica hegeliana se escondía bajo una envoltura mística. La dialéctica materialista, el método científico del marxismo, es crítica y revolucionaria hasta sus últimas consecuencias.

Marx y Engels extendieron las tesis del materialismo dialéctico al conocimiento de la sociedad, las aplicaron al estudio de la vida social, a la explicación de la historia de la sociedad, y crearon así el materialismo histórico. La extensión de las tesis del materialismo dialéctico al conocimiento de la sociedad permitió resolver acertadamente el fundamental problema de la ciencia social: el problema de las relaciones entre el ser social (es decir, la vida material de la sociedad y, ante todo, sus relaciones económicas) y la conciencia social, e hizo posible el esclarecimiento de la historia como un proceso rigurosamente sujeto a leyes.

Por oposición a todas las doctrinas idealistas, que explican el ser social por la conciencia social, el materialismo histórico explica la conciencia social por el ser social, por las condiciones materiales de vida de la sociedad. La existencia social determina la conciencia social: tal es el principio fundamental, la piedra angular del materialismo histórico. El modo dialéctico-materialista de abordar el estudio de la sociedad permite comprender los fenómenos sociales en sus nexos internos y en su interdependencia, en su dinámica y desarrollo contradictorios. El materialismo histórico permite comprender la historia de la humanidad como un proceso de desarrollo progresivo y de avance, que va desde las formas más bajas de la sociedad hasta las más altas, a través de una serie de contradicciones que surgen y se resuelven por medio de la lucha de las fuerzas sociales nuevas y avanzadas contra las fuerzas viejas, reaccionarias y caducas, por medio de las revoluciones sociales.

La creación del materialismo histórico por Marx y Engels fue la más grandiosa conquista del pensamiento científico, una verdadera revolución operada en la ciencia, en la comprensión de la historia de la sociedad. En el famoso "Prólogo" a su libro Contribución a la crítica de la Economía política caracteriza el propio Marx, de un modo genial, las tesis fundamentales del materialismo histórico. He aquí sus palabras:

"En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se erige una superestructura política y jurídica y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social el que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad sé propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización"[3]

  1. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, 1952, t. II, p. 366.
  2. Lenin, Obras completas, ed. rusa, t. XX, pág. 184
  3. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, ed. cit., t. I, págs. 332 — 333