Biblioteca:Engels contra Marx: el antiengelsianismo en el marxismo eurooccidental/Introducción
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Este trabajo surgió fuertemente condicionado- por la lectura del ensayo de Kolakowski, Le marxisme de Marx, le marxisme d'Engels. Me pareció que en él se condensaban, sin ocultaciones, las mil formas de antiengelsianismo manfiestas o implícitas en los principales debates que configuran la historia del marxismo filosófico, del «fin de la filosofía» a la «concepción de la historia», del «materialismo» a la «dialéctica», de la relación «Hegel-Marx» a la «ética marxista»...
Pero no solo se trataba de poner de relieve que, en el fondo, en la base de todas las polémicas filosóficas en el seno del marxismo se encontraba Engels, o mejor, las «Obras filosóficas» de Engels; ni siquiera se trataba de poner de relieve que en esas batallas filosóficas se jugaban otras cosas, estrategias y modelos socialistas, concepciones del Partido y concepciones de la revolución ... Ciertamente, todo esto quedaba claro en el trabajo de Kolakowski, quizás más claro de lo habitual, pero eran cosas conocidas. Se trataba de algo más: en Kolakowski aparecía sin rodeos una de las formas más importantes de combatir el marxismo, a saber, separando a Marx de Engels. O, al menos, así me lo parecía.
Por supuesto que aquí no me preocupan las diferencias entre ambos: me preocupa solamente el significado de su contraposición. Pues si desde fuera el marxismo, y su filosofía, han sido combatidos unitariamente, sin pararse a distinguir a Engles de Marx, o a Lenin de Mao, en el seno del marxismo -y en el «marxismo periférico»- los esfuerzos han tendido a establecer líneas de demarcación. Sin lugar a dudas que esta tarea analítica es teóricamente válida y justa, pero política e ideológicamente la cosa es más cuestionable. Pues los «efectos» de esa tarea de demarcación han sido debilitadores de la fuerza del marxismo para generar conciencia social y hegemonía. Y no se trata de señalar la contraposición entre el justo análisis científico y sus implicaciones político-ideológica, ni mucho menos. Si el efecto del análisis ha sido político-ideológicamente negativo para el marxismo, o mejor, para el campo socialista, se debe a la forma concreta que históricamente ha tomado esa tarea diferenciadora. O sea, los justos intentos para detectar lo específico de Marx, de Engels, de Lenin o de Gramsci cara a reconstruir las diversas posiciones que caben en el paradigma marxista, las distintas posiciones que se han adoptádo en su seno y las condiciones que las posibilitan y/o hacían necesarias... con frecuencia invertían su significado y se dirigían a la delimitación del «marxismo puro» por exclusión de todos sus lastres y contaminaciones. Pero ese «marxismo puro» era configurado en cada caso con elementos diversos, de modo que si adoptamos el juego de considerar el «marxismo puro» de cada crítico como un conjunto, la intersección común a todos ellos tiende al conjunto vacío a medida que ampliamos el número de críticos a tener en cuenta.
En otras palabras, la necesaria demarcación y especificación en el seno de la unidad se ha convertido frecuentemente en la delimitación absoluta, exclusiva. Había que separar a Marx de Engels, y a Marx de Lenin; y a Lenin de Gramsci... Estas separaciones no sólo minaban la fuerza ideológica de la teoría marxista, creando incluso la desorientación sobre lo que es el marxismo, sino que posibilitaban sofisticadas combinaciones y sustituciones que potenciaban la «crisis del marxismo», o la reducción del marxismo a una filosofía apropiada a determinadas estrategias. Así, separar a Engels de Marx favorecía la reducción de Marx al «joven Marx», al Marx humanista, y con ello la revolución perdía su carácter de clase y se reducía a «desalienación» o «recuperación de la Humanidad perdida». O, por ejemplo, dando por buena y cierta la identificación entre el engelsianismo y el diamat soviético, y contando con el descrédito teórico y político de éste, hacer más persuasiva la crítica a Engels.
Juegos de combinaciones y sustituciones semejantes han sido puestos en práctica con gran sofisticación. Romper la cadena filosófica Marx-Engels-Lenin-(Stalin)-Mao se convertía en una batalla política. Bastaría un mínimo esfuerzo de memorización para recordar, no hace tiempo, cómo esta cadena era afirmada por ciertos espacios socialistas «marxistas-leninistas-maoistas»; cómo otros espacios rompían la cadena excluyendo a Mao, y luego a Stalin... para llegar, incluso, a Lenin y quizás se siga.
Pues bien, la reflexión me llevó a abordar la relación Marx-Engels en un aspecto determinado, a saber, haciendo un recorrido histórico -sin duda restringido y selectivo- de las formas como esta relación ha sido tratada, señalando no simplemente las posiciones ante la misma sino los lugares donde se situaba la demarcación, a saber, unas veces en el tema del «materialismo» o de la «dialéctica», otras veces en el tema del «hombre-naturaleza», otras en torno a la «ciencia» o a la «praxis»...
El objetivo es modesto: dar algunos pasos cara a clarificar por qué el «engelsianismo» está presente en los principales debates del marxismo. Me preocupa más aclarar las formas de plantear la cuestión que no las formulaciones resultantes, pues creo que es en aquellas donde se decide el producto final.
En fin, quiero subrayar la principal importancia que he dado al tema de la «ciencia». Es de todos conocidos que, junto a la identificación engelsianismo-escolástica soviética, se ha dado la identificación marxismo ciencia-comunismo oficial. De ahí que en la revuelta contra la ciencia, y contra el marxismo-ciencia, Engels siempre esté de alguna manera en juego. El «milenarismo» que hoy se subraya como fuertemente arraigado -y en crecimiento-, y que de alguna manera expresa la impotencia revolucionaria, suele poner -a nivel teórico- a Engels como objetivo a batir, aunque se combata en otro lugar.
Pues bien, en la actual confrontación entre «marxismo ciencia» y «marxismo utopía» el engelsianismo juega, a mi entender, un papel importante: ideológicamente es incluido en aquél, y teóricamente lo está, pero políticamente, en el proyecto del «marxismo utopía», podría ser -al menos parcialmente- utilizado por éste. Es decir, si bien es cierto que en Engels se establece una dialéctica entre fuerzas productivas y relaciones de producción que puede justificar el programa stalinista, y que puede legitimar la marcha hacia una crisis de civilización sin alternativa, también es cierto -pues las filosofías nunca determinan biunívocamente una política- que en Engels se puede encontrar esa dialéctica entre naturaleza y sociedad que acabe con el individuo sujeto dominador-destructor de la «naturaleza» e imponga la necesidad de un equilibrio, de una intervención en la naturaleza que respete las leyes de ésta en los límites necesarios para garantizar su no destrucción.
No es la ciencia, ni la «racionalidad científica» la que amenaza de forma quizás irreversible el equilibrio sociedad-naturaleza; al contrario, es la ciencia la que está mostrando hoy con mayor fuerza y nitidez que nunca la necesidad de ese equilibrio y las amenazas a las que está sometido. El «naturalismo» engelsiano, tan denunciado por la filosofía «humanista» de la praxis está mucho más cerca del lenguaje actual de los ecologistas, que no habla de la «humanidad», sino de la «especie humana», que no del «humanismo» del sujeto reductor de la naturaleza a praxis social histórica.
Además, el «marxismo-ciencia» tiene mucho que ver con la concepción del Partido y la estrategia, así como con el «modelo» de socialismo. Sin tomar posición de forma radical cabe señalar que, al menos, vale la pena aclarar las cosas. Dicho de otra manera: quizás haya razones para combatir ciertas concepciones del Partido, o el «estrategismo» que en nombre de los tiempos de la revolución, marcados por las leyes objetivas, permite legitimar opciones varias, hasta la socialdemócrata; pero, aunque así fuera, ni es justo restablecer una relación de implicación fuerte entre filosofía y opción política ni, sobre todo, es justo combatir a Engels en el plano filosófico cuando, en realidad, se juegan opciones políticas (opciones, por otro lado, de discutible adecuación con el «engelsianismo»).
Para acabar, reconocer autocríticamente las grandes ausencias, la selección subjetiva de momentos y autores, y la consecuente discontinuidad o falta de unidad entre los capítulos. Como antes dije, no pretendo un estudio exhaustivo, sino una serie de reflexiones que sean pasos adelante y, sobre todo, que sirvan de modelos al objetivo inicial: en el antiengelsianismo se juegan muchas más cosas de las que aparecen en los textos.