Menú alternativo
Menú alternativo personal
No has accedido
Tu dirección IP será visible si haces alguna edición

Biblioteca:Historia de Cuba. Nivel Medio Superior/Aspiraciones expansionistas de los Estados Unidos hacia Cuba durante la primera mitad del siglo XIX

De ProleWiki, la enciclopedia proletaria
La versión para imprimir ya no se admite y puede contener errores de representación. Actualiza los marcadores del navegador y utiliza en su lugar la función de impresión predeterminada del navegador.


La posición de los círculos de poder de los Estados Unidos en contra de la independencia cubana se debía a su aspiración de anexarla a la Unión. Apoderarse de la Isla fue un deseo de la Federación estadounidense, antes de constituirse en un estado independiente. Por ejemplo, en 1767 Benjamín Franklin, uno de los fundadores de la nación estadounidense, expresó la necesidad de colonizar el valle del Mississippi para ser usado contra Cuba.[1]

El deseo de apoderarse de la Isla se fortaleció en los inicios del siglo XIX , se manifestó en la actividad desplegada por el presidente Thomas Jefferson. Este presidente, símbolo de la democracia norteamericana por los principios que dejó establecidos en la Declaración de Independencia de su país, fue un enemigo de la independencia de Cuba y un promotor de la anexión de la Isla a Estados Unidos. En noviembre de 1805 realizó la primera declaración oficial del deseo de apoderarse de Cuba al notificarle al ministro de Gran Bretaña en Washington que, en caso de guerra con España, Estados Unidos se apoderaría de la Isla.[2] Merry, el ministro inglés, trasladó la comunicación a su gobierno. Jefferson insistió en la misma idea en agosto de 1807.

En 1808 continuó ocupándose de la adquisición de Cuba. Con la invasión de España por las tropas napoleónicas se presentó la oportunidad de indagar en la Isla para conocer la opinión de las autoridades coloniales y los productores criollos sobre una posible anexión a los Estados Unidos. Con ese objetivo Jefferson envió a La Habana, en 1809, al general James Wilkinson. Este agente se entrevistó con el gobernador Salvador Muro Salazar, Marqués de Someruelos y en la conversación le expresó las simpatías de su país por España y además comentó que existía un abismo que separaba a la madre patria de sus colonias; sugirió que lo más conveniente a sus intereses sería el traspaso de la Isla a Estados Unidos. Someruelos no se dejó seducir y la misión de Wilkinson fracasó. En un informe del encargado de negocios español en Estados Unidos al Ministro de Estado en Madrid se expresaba la opinión de que la misión de Wilkinson formaba parte de un vasto proyecto para lograr “[...] la reunión del reino de México y las islas de Cuba y Puerto Rico bajo estos Estados Unidos”.[3]

En 1810 continuaron los planes anexionistas con un nuevo presidente, James Madison. Él indicó a su ministro en Londres, William Pickney, que hiciera saber a la administración inglesa que:

La posición de Cuba da a los Estados Unidos un interés tan profundo aun en el destino de esa isla, que aunque pudieran permanecer inactivos, no podrían ser espectadores satisfechos de su caída en poder de cualquier gobierno europeo que pudiera hacer de esa posición un punto de apoyo contra el comercio y la seguridad de Estados Unidos.[4]

Además nombró como cónsul en La Habana a William Shaler con las instrucciones de hacer saber que el gobierno de Estados Unidos no permitiría que ningún territorio español pasara a dominio de otra potencia extranjera. Simultáneamente debía explorar la disposición de los criollos hacia la anexión. Por sus actividades anexionistas fue arrestado en noviembre de 1811 y se le pidió que abandonara la Isla.

Las actividades de agentes norteamericanos para incentivar la anexión dentro de la Isla encontraron la resistencia de las autoridades coloniales y la oposición de Inglaterra y Francia, potencias rivales de Estados Unidos porque también ambicionaban la posesión de Cuba.

La ambición por Cuba la advirtieron tempranamente algunos criollos como Arango y Parreño en 1811 cuando expresó:

Vemos crecer [...], en el Septentrión de este mundo (en el norte), un coloso que se ha hecho de todas castas y lenguas y que amenaza ya tragarse, si no nuestra América entera, al menos la parte Norte; y en vez de tratar de darle fuerzas morales y físicas, y la voluntad que son precisas para resistir tal combate, en vez de adoptar el medio de escapar, que es crecer a la par de ese gigante, tomando su mismo alimento, seguimos en la idolatría de los errados principios que causan nuestra languidez, y creemos conjurar la terrible tempestad, quitando los ojos de ella.[5]

Arango denunció el peligro expansionista norteamericano y ofreció la solución. La metrópoli colonial debía propiciar el desarrollo económico de la Isla modificando su política colonial, garantizando la libertad comercial, la producción, el financiamiento, entre otros aspectos. El desarrollo económico de la Isla, fundado en las relaciones capitalistas que se abrían paso en el mundo, sería el freno a la voracidad estadounidense.

Cuando en 1823 los ejércitos franceses entraron de nuevo en España, en nombre de la Santa Alianza, para derrotar a los liberales españoles y restablecer el absolutismo, los círculos de poder de Estados Unidos analizaron la política a seguir con Cuba. Existían dos peligros: Francia podía exigir a España la entrega de la Isla a cambio de su apoyo militar y por otra parte, si los ingleses ayudaban a los liberales contra los absolutistas era posible que pidieran a Cuba como premio.

Se debatió ampliamente la situación en el gobierno norteamericano, ahora presidido por James Monroe. El Secretario de Estado John Quincy Adams transmitió instrucciones muy precisas, en abril de 1823, a Hugh Nelson, nuevo ministro en España:

El traspaso de Cuba a Gran Bretaña sería un acontecimiento muy desfavorable a los intereses de esta Unión [...] La cuestión, tanto de nuestro derecho y de nuestro poder para evitarlo, si es necesario, por la fuerza, ya se plantea insistentemente en nuestros consejos, y si el gobierno se ve obligado en el cumplimiento de sus deberes hacia la Nación, por lo menos a emplear todos los medios a su alcance para estar en guardia contra él e impedirlo.[6]

En las instrucciones se detallaban las razones del interés norteamericano por Cuba y por su importancia se cita extensamente:

Puede darse por sentado que el dominio de España sobre los continentes americanos, septentrional y meridional (norte y sur), ha terminado irrevocablemente. Pero las islas de Cuba y Puerto Rico aun permanecen nominalmente, y hasta tal punto realmente, bajo su dependencia, que todavía goza aquella del poder de transferir a otros su dominio sobre ellas y, con éste, la posesión de las mismas. Estas islas por su posición local son apéndices naturales del continente norteamericano, y una de ellas (la isla de Cuba), casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser, por una multitud de razones, de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión. La dominante posición que posee en el Golfo de México y en el Mar de las Antillas, el carácter de la población, el lugar que ocupa en la mitad del camino entre nuestra costa meridional y la isla de Santo Domingo, su vasto y abrigado puerto de La Habana que hace frente a una larga línea de nuestras costas privadas de la misma ventaja, la naturaleza de sus producciones y la de sus necesidades propias; que sirven de base a un comercio inmensamente provechoso para ambas partes, todo se combina para darle tal importancia en la suma de nuestros intereses nacionales, que no hay ningún otro territorio extranjero que pueda comparársele, y que nuestras relaciones con ella sean casi idénticas a las que ligan unos con otros los diferentes Estados de nuestra Unión.

Son tales, en verdad, entre los intereses de aquella isla y los de este país, los vínculos geográficos, comerciales y políticos, formados por la naturaleza, fomentados y fortalecidos gradualmente con el transcurso del tiempo que, cuando se echa una mirada hacia el curso que tomarán probablemente los acontecimientos en los próximos cincuenta años, casi es imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable para la continuación de la Unión y el mantenimiento de su integridad [...]

Es obvio que para ese acontecimiento (la anexión de la Isla a Estados Unidos) no estamos todavía preparados, y que a primera vista se presentan numerosas y formidables objeciones contra la extensión de nuestros dominios dejando el mar por medio [...] Pero hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física, y así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento puede, aunque no quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, es incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana, y hacia ella exclusivamente, mientras que la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno.[7]

Es evidente que este documento expresa la esencia de la política estadounidense hacia Cuba, la decisión de apoderarse de la Isla pero esperarían el momento oportuno: la política de la fruta madura. Esta estrategia está contenida en el mensaje al Congreso del presidente James Monroe, en diciembre del propio año 1823, conocido como Doctrina Monroe.

La Doctrina Monroe declaraba que el continente americano no podía ser considerado como objeto de futura colonización por ninguna potencia extranjera, que Estados Unidos no intervendría en los asuntos europeos y que todo intento de las potencias europeas de apoderarse de cualquier porción de este hemisferio sería considerado por Estados Unidos como peligroso para su paz y seguridad.

Este instrumento geopolítico garantizaba el hegemonismo norteamericano en el continente americano cuando advertía a las potencias europeas, Inglaterra y Francia, que no aceptaría su intromisión en la América, esto solo quedaba reservado a la Unión. Aseguraba que Cuba permaneciera por el momento en manos españolas hasta tanto las condiciones les permitieran apoderarse de la Isla, siempre la anexión y no la independencia. La Doctrina Monroe mantenía la continuidad de las aspiraciones expansionistas que caracterizaron la política norteamericana.

En el Congreso de Panamá, en julio de 1826, Simón Bolívar tenía el objetivo de lograr el consenso para crear una fuerza militar que apoyara la independencia de Cuba y Puerto Rico. Este proyecto fue neutralizado por la fuerte oposición del gobierno norteamericano. El general José Antonio Páez expresó en sus memorias: “El gobierno de Washington, lo digo con pena, se opuso de todas veras a la independencia de Cuba (...) ninguna potencia, ni aun la misma España, tiene en todo sentido un interés tan alto como los Estados Unidos en la suerte futura de Cuba”.[8]

Entre los años 1830 y 1845 la acción contra Cuba declinó porque los gobiernos de esa etapa se concentraron en la expansión de su territorio con la anexión de Texas. En el gobierno de James K. Polk retornó la actividad hacia la Isla, en esta ocasión se ofreció a España, en 1848, la suma de cien millones de dólares por la posesión de Cuba pero no se aceptó por las autoridades del gobierno español. Se realizaron otros intentos de compra con los presidentes Franklin Pierce en 1853 y James Buchanan en 1857.

Nunca desistieron de apoderarse de la Isla por todos los medios posibles. Deben recordarse las palabras de Jefferson a Madison: “Cándidamente confieso que he mirado a Cuba como la adición más interesante que podría hacerse a nuestro sistema de estados”.[9]

  1. Colectivo de autores: El Diferendo Estados Unidos-Cuba, Ed. Félix Varela, La Habana, 1996, p. 8.
  2. Ramiro Guerra Sánchez: En el camino de la independencia, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, p. 25.
  3. Philip Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos, t. I, p. 135.
  4. Ibídem, p. 136.
  5. Hortensia Pichardo: Documentos para la Historia de Cuba, t. I, p. 241.
  6. Philip Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos, p. 155.
  7. Philip Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos, pp. 156-157.
  8. Colectivo de autores: El Diferendo Estados Unidos-Cuba, Ed. Félix Varela, La Habana, 1996, p. 19.
  9. Philip Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos, p. 159.