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Biblioteca:Historia de Cuba. Nivel Medio Superior/El período de reposo turbulento o tregua fecunda (1878-1895)

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Por Tregua Fecunda o Reposo Turbulento se identifica al período interguerras que duró diecisiete años; es decir, desde el Pacto del Zanjón hasta el reinicio de la Revolución el 24 de febrero de 1895. Se trata de un período de relativo descanso de las armas, en el que tampoco dejaron de existir intentos, fallidos pero no menos heroicos, para proseguir la batalla por la libertad. Al mismo tiempo, es un período de intenso aprendizaje de las experiencias que aportaron las luchas anteriores, de pasos importantes en pos de la unidad entre los patriotas, mientras se preparaba lo que José Martí llamó la "guerra necesaria", luminosa expresión de la continuidad de la Revolución en pos de la independencia de la patria.

Como es sabido, a partir de 1878, con el Pacto del Zanjón, Cuba no fue independiente, pero también muchas cosas no fueron nunca más como antes. Así, se producirían significativos cambios en los órdenes económico, social y político. Se apreciarían transformaciones en la economía; se decretó la abolición de la esclavitud; aparecerían nuevas legislaciones que autorizaban asociaciones entre los habitantes de la Isla; se fundarían partidos políticos; se permitiría la circulación de nuevos y diversos periódicos; se permitiría hablar de reformas, siempre y cuando, desde luego, se mantuviera la esencia del dominio colonial.

En el orden económico-social, estos cambios pueden explicarse como expresión del desarrollo del capitalismo como tendencia mundial en el que se insertaba la sociedad colonial aunque, como lo demostrarían los años venideros, el rumbo no sería hacia el desarrollo sino a la dependencia.

Las transformaciones económicas, sociales y políticas operadas en Cuba en este período

Las transformaciones en el orden económico

La concentración de la producción

Este es el proceso en virtud del cual surgen las grandes fábricas de azúcar —los centrales— en manos de los propietarios más poderosos (cubanos, españoles y norteamericanos) y los colonos que son productores de caña de azúcar que tributan esta materia prima al central.

La aceleración de esta transformación es más evidente a partir de las consecuencias de la guerra. En la región occidental del país y parte de la central, es decir, en los territorios que no fueron escenarios de la lucha armada, se dieron las condiciones para que los más ricos propietarios de ingenios azucareros pudieran dar importantes pasos para la modernización de sus industrias e introducir los cambios tecnológicos que les permitieran producir más y con mayor productividad. Este proceso tuvo sus antecedentes alrededor de 1840, cuando el sector más acaudalado de los propietarios de ingenios tuvo que decidirse por la introducción de innovaciones tecnológicas en sus fábricas para poder competir con la industria de azúcar de remolacha, principalmente la europea; proceso de tecnificación y ampliación que continuó a través de la segunda mitad del siglo XIX , incluso durante la Revolución de 1868. Por ejemplo, el central Narcisa establecido en 1871 en la zona de Yaguajay, absorbió a los antiguos ingenios Soberano, Océano, Encarnación, Aurora, Urbanza y Luisiana y fue capaz de producir más de lo que antes producían juntas estas seis pequeñas fábricas.

Ahora, después de diez años de guerra, este proceso de tecnificación y ampliación industrial toma un especial auge. Aquellos ricos propietarios cuyas haciendas e ingenios no sufrieron las consecuencias de los combates y de la tea incendiaria, disponían del suficiente capital para invertir en la construcción de nuevas fábricas de gran tamaño y dotarlas con la más moderna maquinaria a vapor de la época. Surgían así nuevos centrales que desplazaban a los pequeños y medianos ingenios y a sus propietarios quienes no podían competir ni con el nivel tecnológico, ni con el volumen de producción, ni con los niveles de productividad que estos nuevos gigantes alcanzaban, ni con la posibilidad de poseer los recursos del ferrocarril para el transporte del azúcar. ¿Cuál fue el destino de los propietarios de pequeños ingenios que por desventajas tecnológicas o por la destrucción de sus fábricas durante la guerra ya no podían competir en el negocio de fabricar azúcar? Convertirse en colonos, es decir, solo cosechar caña en sus tierras para venderlas como materia prima al gran central más cercano. De modo que el proceso de concentración de la producción azucarera determinó una división o dos campos muy bien definidos: el sector industrial —los dueños de los centrales— y el sector agrícola —los colonos.

Por supuesto que la existencia de estos sectores no excluía que a los ambiciosos y poderosos propietarios de centrales les obsesionara el comprar más y más cantidad de tierra para abastecerse de caña. Crecían en Cuba, como nunca antes, los latifundios cañeros. Para 1878, las fábricas de azúcar más grandes contaban con un promedio de 80 a 100 caballerías dedicadas al cultivo de la gramínea y eran excepciones las propiedades que excedían las 150 caballerías. Sin embargo, a partir de 1890 ya existen propietarios de centrales que cuentan con más de 300 caballerías.[1]

Es cierto que la guerra destruyó ingenios y cañaverales y que otras fábricas de azúcar pequeñas y medianas en territorios no devastados por la contienda desaparecieron al no resistir la competencia con los centrales; sin embargo, a medida que avanza el período 1878-1895 se registra un aumento de la producción con menos fábricas de azúcar, lo que puede apreciarse en la tabla siguiente:

Concentración de la producción azucarera y aumento de la productividad[2]
Año No. de ingenios Producción de azúcar en toneladas toneladas/ingenio
1867 1 365 597 000 437
1878 1 190 533 000 448
1891 850 819 000 964
1895 500 1 004 000 2008

El proceso de concentración de la producción azucarera no implicó una total desaparición de todos los pequeños ingenios. Sobrevivieron los más eficientes y desaparecieron los que no pudieron enfrentar una competencia tan fuerte. Pero, sin lugar a dudas, la concentración de la producción azucarera en manos de los más poderosos fue una característica de este período histórico y su símbolo por excelencia es el central (fig. 2.6).

Fig. 2.6 Imagen de central azucarero

Si bien el azúcar es el ejemplo más claro de este proceso de concentración de la producción, también este tuvo lugar en la industria tabacalera, ámbito donde el surgimiento de grandes fábricas, de manera marcada en la capital de la Isla, desplazó a pequeñas tabaquerías.

La penetración de capitales extranjeros en la economía de Cuba

Esta es otra de las características económicas del período. Los representantes del capital extranjero vienen atraídos por los valiosos recursos económicos de Cuba y porque saben que aquí existía una gran masa desposeída, necesitada y dispuesta a trabajar por salarios muy bajos. El capital extranjero aprovecha necesidades y debilidades; no es su objetivo contribuir al desarrollo; va allí, donde descubre posibilidades que otros no pueden ocupar por falta de poder económico. El capital inglés, por ejemplo, controló los ferrocarriles del occidente del país. El capital estadounidense encontró blanco seguro en la industria tabacalera y logró desplazar a capitales españoles y cubanos. Las compañías Henry Clay and Bock, después la Havana Cigar and Tobacco y ya, a fines del siglo, la Havana Comercial Co., son ejemplos de cómo la industria nativa comenzaba a perder terreno.

Pero, en este período, el énfasis de las inversiones norteamericanas estuvo dirigido hacia las industrias azucarera y minera. En la minería destacan las empresas Juraguá Iron Co. y la Spanish-American Iron Co. con sus inversiones en la zona oriental del país a partir de 1880 para la extracción de hierro y manganeso.

Una ojeada a las inversiones en la industria azucarera muestra el caso del ingenio Soledad en Cienfuegos que era propiedad de la familia Sarría, la cual no pudo pagar deudas contraídas con la firma E. Atkins y Compañía y tuvo que entregárselo en 1883. Este procedimiento de apoderarse de centrales al no poder pagar deudas sus dueños permitió que alrededor de diez de estas fábricas pasaran a manos estadounidenses. Otra expresión de la presencia del capital extranjero en la industria azucarera fue la fundación en 1888 en los Estados Unidos de la American Sugar Refining Co. por Henry Havemeyer quien maneja el trust para el negocio de refinar el azúcar crudo cubano. Así, para fines del siglo XIX , los norteamericanos tienen invertidos en Cuba unos 50 millones de dólares. No es esta una cifra significativa. Las inversiones de capital no tienen todavía un gran peso en la economía insular en este período. Este monto de capital invertido no puede considerarse todavía un significativo o relevante instrumento de dominación, pero esta presencia sí es anunciadora de lo que vendría. Esas inversiones estadounidenses, a medida que fueron creciendo, llegarían a ser un poderoso mecanismo de dominación ya entrado el siglo XX .

La concentración del mercado de azúcar cubano en los Estados Unidos

He aquí otra característica económica de este período que fue, sin duda, la más significativa con respecto a la presencia de los intereses norteamericanos en Cuba entre 1878 y 1895: el control del mercado.

Entre la isla de Cuba y los Estados Unidos existía una tradición de comercio que databa del siglo XVIII , desde los tiempos en que España autorizó las relaciones económicas con aquellas entonces trece colonias que luchaban contra la metrópoli inglesa. En los años siguientes, con sus altas y sus bajas, con más o menos obstáculos por parte de España, este comercio se mantuvo y aumentó a lo largo de todo el siglo XIX . La creciente industria norteamericana necesitaba de materias primas y de mercado para vender sus productos. El interés primordial yanqui era la compra de azúcar crudo, en calidad de materia prima para ser procesada por las refinerías del este de los Estados Unidos, a la vez que vendía a los comerciantes cubanos variados productos industriales y alimenticios. La Isla era un lugar excelente para esta relación comercial y el mercado norteamericano se convirtió en el principal destino de la producción azucarera de la mayor de las Antillas. Véase al respecto la tabla siguiente:

Exportaciones cubanas de azúcar[3]
Años EE.UU. España Inglaterra Otros
1840 17,16 % 10,60 % 9,59 % 62,25 %
1860 58,47 % 7,70 % 16,66 % 17,20 %
1880 81,58 % 2,90 % 5,49 % 10,03 %
1895 85,83 % 2,74 % 0,82 % 10,61 %

España, cuyo inferior desarrollo económico la ponía en una condición muy desfavorecida para competir con la nación del Norte, imponía fuertes impuestos a los productos de los Estados Unidos que entraban en Cuba para evitar que desplazaran a los de los comerciantes peninsulares.

La respuesta norteamericana no se haría esperar y en 1890 el Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley presentada por William McKinley, entonces miembro de la Cámara de Representantes y presidente de la Comisión de Medios y Arbitrios de ese órgano, documento que se conoce como la Ley McKinley (Bill McKinley) que establecía que los azúcares crudos entrarían en aquella nación libres de impuestos; pero esta Ley McKinley, estaba complementada por la también aprobada Enmienda Aldrich —propuesta por el senador Nelson W. Aldrich, de ahí su nombre—, que precisaba que el presidente de los Estados Unidos quedaba facultado para suprimir la liberación de impuestos si no existía una actitud recíproca por parte de los países que recibían mercancías norteamericanas.

En virtud de esta legislación, de mantener España su tozuda actitud de imponer impuestos desmesurados sobre las mercancías estadounidenses, el azúcar, que era la principal línea de exportación cubana, sufriría un tratamiento arancelario muy desventajoso, es decir tener que pagar altos impuestos al entrar en territorio estadounidense.

Como es de suponer, esta situación afectaba los intereses de los grandes productores de azúcar de la Isla tanto cubanos como españoles, los que solicitaron a la metrópoli que se llegara a un acuerdo comercial con los Estados Unidos. Con ese fin, instituciones en las que tenían influencia los productores, como la Cámara del Comercio, Industria y Navegación; el Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba, la Unión de Fabricantes de Tabaco y la Sociedad Económica de Amigos del País, entre otras, fueron espacios de discusión y reclamo de aquella burguesía que veía en peligro sus intereses. Surgió así, en el propio año de 1890, el llamado Movimiento Económico, integrado por los ricos productores que clamaban por un acuerdo de aranceles con los Estados Unidos e hicieron llegar reiteradas peticiones a las autoridades del gobierno en Madrid, las que a la larga asumieron una posición más realista conscientes de los ingresos que les proporcionaría su colonia de Cuba, y así, en 1891, se firmó el acuerdo con los Estados Unidos: el Tratado Foster-Cánovas, en virtud del cual se normalizaron los intercambios comerciales y Estados Unidos siguió siendo el destino principal del azúcar cubano. Con posterioridad, el Movimiento Económico, cuyos integrantes no cejaban en el empeño de plantear otras demandas y reformas a la metrópoli, no navegó con mucha suerte, pues sufrió el enfrentamiento de los adversarios de cualquier reforma, además de que no fue bien visto por las autoridades coloniales españolas. El crecimiento de estas discrepancias y de otros conflictos, llevaron a la disolución de este Movimiento.

Pero el análisis fundamental es que la existencia de la creciente concentración del mercado cubano hacia la nación del Norte, era una prueba evidente de que ya, en el período 1878-1895, si bien España seguía siendo la metrópoli política de Cuba, la metrópoli económica eran los Estados Unidos. Una fuente norteamericana, el United States Consular Report, decía en 1881: "Comercialmente, Cuba se ha convertido en una dependencia de los Estados Unidos, aunque políticamente continúe dependiendo de España".[4]

Las transformaciones en el orden social

La abolición de la esclavitud fue el acontecimiento social más importante de este período. En el orden legal llegó tardíamente cuando a la metrópoli colonial no le quedaba otra alternativa que decretar su desaparición en una realidad donde esta obsoleta forma de explotación no era compatible con los intereses del desarrollo capitalista.

Recuérdese que uno de los primeros actos libertarios y de justicia de los mambises que se alzaron en armas para dar inicio a la Revolución de 1868 fue decretar que todos los habitantes de la República de Cuba eran libres. Independencia y abolición de la esclavitud fueron las dos grandes aspiraciones de los revolucionarios cubanos. En plena guerra, presionado por aquella decisión mambisa abolicionista, el gobierno colonial español decretó en 1870 la llamada Ley de Vientres Libres, en virtud de la cual se otorgaba la libertad a todo hijo de esclavo nacido en Cuba a partir de septiembre de 1868 y a los esclavos que hubiesen ayudado a las tropas españolas así como a aquellos que tuvieran cumplidos 60 años o arribaran a esa edad. En correspondencia con lo estipulado por el Convenio del Zanjón, en 1878, a la metrópoli no le quedó más remedio que otorgar la libertad a todos los esclavos y a los colonos asiáticos que habían combatido en el Ejército Libertador. Esta decisión generó una incómoda contradicción para el gobierno colonial. Resultaba que ahora se había concedido la libertad a los esclavos que fueron mambises mientras se les mantenía en aquella oprobiosa condición a los que habían permanecido fieles a España o al menos no se habían ido al monte y permanecían laborando como esclavos domésticos o en las plantaciones. Entonces el colonialismo dio un nuevo paso y decretó, en febrero de 1880, la Ley de Patronato que consistía en dar por terminada la condición de esclavos para todos, pero sin que fuese todavía una emancipación total, pues se disponía que los antiguos esclavos quedaban bajo el "patronato", o sea, el cuidado, de sus antiguos amos por un período de hasta ocho años. Esto fue, en la práctica, una continuación de servidumbre y falta de libertad. Defender la esclavitud se volvía cada vez más insostenible para la metrópoli. Pero al fin, en octubre de 1886, el gobierno español no tuvo otra alternativa que tomar la tardía decisión de decretar la total abolición de la esclavitud. Terminaban 350 años de la existencia de la más brutal e inhumana de las instituciones coloniales.

La abolición de la esclavitud tuvo como consecuencia directa el crecimiento de la mano de obra libre en Cuba; los antiguos esclavos se convirtieron en trabajadores asalariados, fundamentalmente en el sector agrícola; otros aprendieron oficios, laboraron en la artesanía, trataron de ganarse el pan con sus manos de hombres libres. Mas, si bien habían terminado tres siglos y medio de esclavitud, aquellos seres humanos continuarían siendo víctimas de la discriminación racial a cada paso de sus vidas, comenzando por los salarios y el trato que recibían. Se les pagaba menos que a los demás trabajadores y se les excluía del acceso a lugares; sus expresiones culturales y religiosas, su espiritualidad, también eran objeto de desconocimiento y exclusión. Seguían siendo mirados y considerados como personas de última categoría. Ya no existían los grilletes y el látigo, pero quedaban el racismo, los prejuicios, las mentalidades que arrastraban consigo formas de pensar y actitudes sociales que no se pueden cambiar como el texto de las leyes. ¡Qué lejos estaba todavía la verdadera justicia social! José Martí, años después, valoraría este problema con las palabras siguientes:

Pero institución como la de la esclavitud, es tan difícil desarraigarla de las costumbres como de la ley. Lo que se borra de la constitución escrita, queda por algún tiempo en las relaciones sociales [...] En la guerra, ante la muerte, descalzos todos y desnudos todos, se igualaron los negros y los blancos: se abrazaron y no se han vuelto a separar. En las ciudades, y entre aquéllos que no vivieron en el horno de la guerra, o pasaron por ella con más arrogancia que magnanimidad, la división en el trato de las dos razas continuaba subsistiendo, por el hecho brutal e inmediato de la posesión innegable del negro por el blanco, que de sí propio parecía argüir en aquél cierta inferioridad, por la preocupación común a todas las sociedades donde hubo esclavitud, fuese cualquiera el color de los siervos, y por la diferencia fatal y patente en la cultura, cuya igualdad, de influjo decisivo, es la única condición que iguala a los hombres; y no hay igualdad social posible sin igualdad de cultura.[5]

Como ya se dijo, la abolición de la esclavitud nutrió el crecimiento de la clase obrera. En este período objeto de estudio (1878-1895) el incipiente movimiento obrero cubano continuó su desarrollo y se dieron pasos que contribuyeron a su organización en el marco de la legislación colonial que lo permitía. En septiembre de 1878 se fundó el Gremio de Obreros del Ramo de Tabaquerías dirigido por Saturnino Martínez que tenía ideas reformistas, es decir, concebía la lucha de los obreros para obtener mejoras económicas de los patronos, sin proponerse metas de mayor alcance social y, de ninguna manera, la lucha por la independencia. En 1879 se fundó en la capital la Junta Central de Artesanos a la vez que aparecían organizaciones obreras en distintas ciudades de la Isla.

Para 1885 es creado el Círculo de Trabajadores de La Habana con el propósito de organizar y coordinar esfuerzos de los diferentes gremios de la capital además de proponerse el desarrollo de actividades para la superación educacional y cultural de sus miembros.

Hay que tener muy presente que estos años de 1878 a 1895, aun en las condiciones del régimen colonial, constituyeron un período de apertura en muchos aspectos de la vida del país, propiciado por las obligaciones contraídas por España con el Pacto del Zanjón, lo que explica el surgimiento de una cantidad de publicaciones periódicas nunca antes vista en la historia de Cuba. El movimiento obrero, por su parte, contó con periódicos que reflejaban la vida de los trabajadores y constituían instrumentos de educación para la clase obrera. Entre estas publicaciones que circularon en varias ciudades del territorio insular e incluso fuera de Cuba, se encontraban: Boletín Tipográfico (Habana, 1878), El Obrero (Cienfuegos, 1884), El Artesano, (Habana, 1885), El Productor (Habana, 1887), La Unión (Habana, 1888), La Tribuna del Trabajo (Cayo Hueso, 1889) donde escribía Carlos Baliño, El Acicate (Santiago de Cuba, 1891), entre otras.

Pero el movimiento obrero tenía que desarrollarse en condiciones muy difíciles. Como movimiento, todavía era incipiente; en su seno existían ideas y tendencias diferentes en los objetivos de lucha —reformismo, anarquismo—; se encontraba en una etapa de aprendizaje y no puede hablarse todavía de una fuerte unidad en sus filas. A esto hay que sumar un problema mayor: la alianza incondicional que existía entre los poderosos y adinerados propietarios que explotaban a los trabajadores y los representantes del gobierno colonial. Esto significaba que cualquier protesta, cualquier manifestación que clamara por reivindicaciones podía representar para sus promotores la más brutal represión, desde el encarcelamiento, las golpizas o la muerte. Tómese en consideración que por aquella época, además de las agotadoras jornadas laborales, estaban admitidos los castigos corporales como una práctica normal en nombre de la disciplina laboral. Es famoso el caso de un incendio que tuvo lugar en una fábrica de tabacos de La Habana, el 7 de enero de 1881, que después que fue sofocado se encontraron los cadáveres de dos aprendices que no pudieron correr y salvar sus vidas porque se encontraban en cepos de castigo, práctica usual en aquellos centros de trabajo que nos recuerda los tiempos de la esclavitud en las plantaciones.

Sin embargo, los obreros no cesaron en sus luchas y a través de las huelgas se enfrentaron a las injusticias que se cometían con ellos por parte de la patronal. Tal es el caso de la huelga que llevaron adelante por mejoras salariales y la reposición de unos trabajadores injustamente cesanteados en la fábrica de tabacos perteneciente a la firma Henry Clay and Bock. Lo significativo del caso fue que aquel movimiento huelguístico contó con la solidaridad de otros talleres e incluso de otros gremios obreros. Como era de esperar, no faltó la represión del gobierno colonial y la labor de zapa y vacilante de los reformistas, pero la firmeza de la mayoría de los trabajadores condujo a que la huelga triunfara y se obtuvieran las demandas.

Esta huelga también mostró a los obreros la actitud conciliatoria y poco combativa de los elementos reformistas a diferencia de una posición más radical y consecuente por parte de los anarquistas. Esto llevó a una escisión en el movimiento obrero que dio lugar a dos organizaciones: La Alianza Obrera y la Unión Obrera. La primera contaba con dirigentes de orientación anarquista como Enrique Roig San Martín —la figura más importante de este período—, Enrique Crecci y Enrique Messonier. La Alianza Obrera contaba con el periódico El Productor, considerada la más importante publicación obrera en la etapa colonial, cuyo director fue Enrique Roig San Martín. Otra tendencia la representaba la Unión Obrera, bajo la inspiración ideológica del ya mencionado dirigente reformista Saturnino Martínez y bajo la presidencia de Dionisio Menéndez, quien era teniente del Cuerpo de Voluntarios. Contó con un órgano de divulgación, el periódico La Unión, cuyas ideas, más que contribuir a la unidad, favorecieron las divisiones.

Para 1880, ya el reformismo ha perdido terreno y son los anarquistas los que predominarán en la conducción del movimiento obrero. Algunos hechos significativos de esa década son la solidaridad de los trabajadores cubanos con los Mártires de Chicago y la celebración en la Isla del Primero de Mayo de 1890 como Día Internacional de los Trabajadores. Cuba fue pionera, junto con Argentina, en esa histórica celebración.

Los anarquistas (del griego a: sin y arché: autoridad), también llamados ácratas, (del griego a: sin, cratos: gobierno) desconocían la autoridad del Estado y estaban en contra de toda forma de gobierno; en su concepción de lucha, tradicionalmente habían sostenido que la misión de los obreros era la de emanciparse de la explotación a la que estaban sometidos por los patronos; que la clase obrera no tenía nada que ver en el conflicto entre la colonia y la metrópoli, que eso, en todo caso era asunto de la burguesía. De modo que ellos se declaraban ajenos a todo tipo de lucha política. Sin embargo, los ideales de independencia eran muy fuertes entre los cubanos y esa influencia patriótica fue penetrando en los trabajadores de la Isla como ocurrió en la emigración. Así, ya en el Primer Congreso Regional Obrero efectuado en La Habana entre el 16 y el 19 de enero de 1892, los trabajadores aprobaron una histórica moción que decía:

Primero: El Congreso reconoce que la clase trabajadora no se emancipará hasta tanto no abrace las ideas del socialismo revolucionario, y por tanto aconseja a los obreros de Cuba el estudio de dichas ideas, para que analizándolas puedan apreciar, como aprecia el Congreso, las inmensas ventajas que estas ideas proporcionarán a toda la humanidad al ser implantadas. Segundo: Que si bien hace la anterior afirmación en su sentido más absoluto, también declara que la introducción de esas ideas en la masa trabajadora de Cuba, no viene, no puede venir a ser un nuevo obstáculo para el triunfo de las aspiraciones de emancipación de este pueblo, por cuanto sería absurdo que el hombre que aspira a su libertad individual se opusiera a la libertad colectiva de un pueblo, aunque la libertad a que ese pueblo aspire sea esa libertad relativa que consiste en emanciparse de la tutela de otro pueblo.[6]

El Congreso Regional Obrero de 1892 tiene la significación histórica de haber marcado el momento en que el movimiento obrero cubano superó el tradicional apoliticismo preconizado por los anarquistas y abandonó sus posiciones de neutralidad y abstención con respecto al problema colonial para pronunciarse por el derecho a la emancipación.

Los valientes acuerdos del Congreso Regional Obrero de 1892 desataron la represión de las autoridades colonialistas; así, los firmantes de la moción fueron detenidos acusados de "provocación a la rebelión", a lo que siguió la orden de clausura del Círculo de Trabajadores. La persecución fue una constante así como prohibiciones y vigilancia sobre las reuniones.

Las transformaciones sociales que se operaron en este período (1878-1895), constituyeron un paso de avance en el largo camino del pueblo cubano en pos de la conquista de justicia.

Transformaciones que se operan en el orden político

"Descansó en el triste febrero la guerra de Cuba", dijo José Martí al referirse al Pacto del Zanjón. Es innegable que aquel fin de la Revolución de 1868 con la firma de aquella paz que no significó ni la independencia, ni la abolición de la esclavitud, fue un revés para los ideales de emancipación. Tristeza, frustración, desencanto, consternación, se instalaron en algunos cubanos; tuvo lugar un repliegue de las ideas independentistas y tomaron auge las reformistas.

El colonialismo español, a partir del Pacto del Zanjón, sigue en Cuba una política de "olvido de lo pasado" y propicia la implantación de reformas que alejaran la revolución. En virtud de estas reformas, entrarían en vigor ciertas flexibilidades en la vida política de la Isla, tales como: crear partidos políticos; permitir realizar propaganda política pacífica por medio de la prensa y la tribuna; elegir organismos locales de gobierno, como los ayuntamientos y las diputaciones provinciales, todo ello, desde luego, sin que fuera alterada la esencia del dominio colonialista por parte de España.

También en este año 1878, por Real Decreto del 9 de agosto, se implanta en Cuba una nueva división político-administrativa con la creación de seis provincias: Pinar del Río, Habana, Matanzas, Santa Clara, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba. Las tres últimas se denominarían más tarde Las Villas, Camagüey y Oriente. Cada provincia tendría un gobernador. El 29 de julio de 1878 se dispuso que Cuba siguiera siendo una capitanía general.

Esta división político-administrativa en seis provincias estuvo vigente por casi cien años más, hasta 1976 (fig. 2.7).

Con los vientos de reformas que soplaban a su favor, un grupo de cubanos que tradicionalmente militaron en las filas del reformismo, así como otros que abandonaron las filas del independentismo, amparados por las "libertades" derivadas del Pacto del Zanjón, fundan el Partido Liberal el 9 de agosto de 1878, que se llamaría Partido Liberal Autonomista a partir de 1881, debido a que la aspiración política principal de sus miembros era la autonomía como régimen para la Isla. La composición clasista de este partido la integran en lo esencial la pequeña y mediana burguesía (por ejemplo, propietarios de ingenios de segundo orden, colonos medianos), e intelectuales.

¿Qué se propusieron los autonomistas? Mejoras en la vida de la colonia como reformar la economía y la administración, modernizar el país y desarrollar la cultura.

Los propósitos de los autonomistas expresan intereses de un sector de la burguesía insular y de hombres de pensamiento que necesitaban una flexibilización de las formas y estilos del gobierno colonial. Este partido logró agrupar a brillantes intelectuales y figuras de prestigio que eran muy respetados en el país. Rafael Montoro, por ejemplo, hombre de vasta cultura y brillante orador fue su más destacado ideólogo; José María Gálvez, otro culto personaje, fue el presidente del Partido. También fueron relevantes figuras del autonomismo, entre otras: Eliseo Giberga, Antonio Govín, José Antonio Cortina, Raimundo Cabrera, Ricardo del Monte, Miguel Figueroa y Rafael Fernández de Castro. No fue un partido homogéneo en la composición de sus filas, pues en él militaron en determinados momentos cubanos que tuvieron ideas de independencia, junto a otros que eran enemigos de la misma; pero como tendencia predominante en el partido, y la que lo caracterizó, fue la aspiración a reformas y no la independencia.

La tribuna fue una indiscutible vía para la divulgación de las ideas autonomistas; pocos partidos políticos han contado en Cuba con una pléyade de oradores como la de los dirigentes autonomistas, los que dispusieron, además, de periódicos como El Triunfo, El País, La Discusión, La Lucha, cuyos artículos se caracterizaban por la argumentación, el carácter polémico y formas cultas para expresarse. Era una prensa de opinión y de invitación al debate.

El 16 de agosto de 1878 fue creado el Partido Unión Constitucional liderado por los representantes de la gran burguesía, o sea, de los sectores industrial y comercial, valga decir, poderosos propietarios de centrales y haciendas azucareras, adinerados comerciantes en los negocios de azúcar y tabaco, importantes almacenistas. A ese partido también se integran medianos propietarios españoles y empleados de comercio. Sus principales dirigentes fueron acaudaladas personalidades, algunas de las cuales poseían títulos nobiliarios: El conde José Eugenio Moré, Vicente Galarza, el marqués Julio de Apezteguía, el marqués de Balboa, el marqués de Pinar del Río y el marqués Duquesne.

En el Partido Unión Constitucional (PUC) se agrupó el sector más recalcitrante y más incondicional a los intereses de la monarquía española colonialista. Los constitucionalistas eran llamados también "integristas" porque defendían con marcado extremismo la "integridad" del sistema colonial, valga decir, el carácter inalterable que debía tener la condición de Cuba como colonia de España. También es cierto de que gozaban de la simpatía y el apoyo de los círculos de poder de la metrópoli, quienes favorecieron fraudes electorales y componendas políticas a favor de este partido de probada fidelidad a los intereses de la Corona.

Los órganos de prensa integristas como el Diario de la Marina, La Unión Constitucional y La Voz de Cuba, se caracterizaron por un estilo agresivo y virulento. Como regla, los trabajos eran defensores a ultranza del status colonial de la Isla y contra cualquier opinión que se considerara que pretendiera modificarlo.

Aunque entre integristas y autonomistas pueden apreciarse diferencias, ambos hicieron el juego político a España durante 20 años. Ambos partidos agruparon a convencidos enemigos de la independencia de Cuba y adversarios de los revolucionarios cubanos.

Entre las diferencias de matices en el enfoque de estas aspiraciones pueden mencionarse, a manera de ilustración, las siguientes: con respecto a la forma de gobierno que debía darse a Cuba, los autonomistas, por supuesto, aspiraban a que la metrópoli concediera a Cuba la autonomía, es decir, que la Isla se considerara como una región especial de España, regida por leyes también especiales, gobernada por un Capitán General, pero con una Cámara de Diputados de la Isla, con miembros electos desde Cuba así como con otros nombrados por la península. Por su parte los integristas o constitucionalistas aspiraban a lograr la asimilación, o sea, que Cuba fuera considerada una provincia más de España, regida por las mismas leyes que todas las provincias, pero que se mantuviera el régimen de explotación colonial.

En los asuntos económicos, con algunas diferencias de matices y apreciaciones, tanto los autonomistas como los integristas solicitaban la disminución o supresión de los impuestos sobre las mercancías que se importaran; la firma de tratados comerciales con naciones extranjeras, fundamentalmente con los Estados Unidos, así como se pronunciaron por una reforma arancelaria. Por supuesto, en el tema económico, los integristas tienen una posición extrema en cuanto a que España explote al máximo a la colonia para sufragar los gastos de la metrópoli.

Ante la abolición de la esclavitud, los autonomistas eran partidarios de la misma de forma gradual y mediante indemnización a los dueños de esclavos. No se olvide que en el Partido Liberal Autonomista se agrupaban los propietarios menos acaudalados, que veían en el pago de una indemnización por sus esclavos una vía más de financiamiento para sus negocios. Por su parte, los integristas, en cuyas filas, por lo regular estaban los propietarios más ricos, clamaban también por la abolición, pero no se pronunciaron por la indemnización, no les era apremiante por el capital que poseían, solo mostraron su interés por eliminar la esclavitud la que era considerada por todos como un freno al desarrollo capitalista. Así, aunque parezca paradójico, los autonomistas, ante el problema de la esclavitud, fueron más conservadores que el reaccionario Partido Unión Constitucional.

En relación con la inmigración, los autonomistas eran partidarios de estimular la inmigración blanca por familias, para propiciar el poblamiento insular con asentamientos estables que favorecieran el mercado interno. Los integristas, aunque estaban de acuerdo con la idea de la inmigración blanca, aspiraban a favorecer que vinieran inmigrantes individuales sin importarle mucho la etnia, pues lo que necesitaban era mucha fuerza de trabajo, el incremento de un proletariado agrícola que laborara en sus inmensas propiedades.

Ambos partidos coincidieron en cerrar filas para lograr que España firmara el tratado comercial con los Estados Unidos.

A partir de 1893, dentro del Partido Unión Constitucional se produjo una escisión cuando un proyecto de reformas para Cuba y Puerto Rico propuestas por Antonio Maura, Ministro de Ultramar, provocó enfrentamientos y fuertes discusiones entre extremistas y menos extremistas en el seno del partido, las que trajeron como resultado que un grupo se separara del PUC y creara un nuevo Partido: el Partido Reformista que estuvo dirigido por Ramón Herrera. Este partido, si bien asumió posiciones menos extremas y agresivas que los integristas, nunca dejó de hacer el juego político a la metrópoli a favor del mantenimiento del orden colonial en Cuba. Tampoco este partido se proponía cambios de esencia en los destinos de Cuba. La metrópoli menos, pues allá en España, los proyectos de reforma del ministro Maura nunca llegaron a ser aprobados y su lugar lo ocuparían otras ideas todavía menos avanzadas sobre la implantación de reformas.

Los matices de diferencia entre todos estos partidos —Autonomista, Unión Constitucional, Reformista— surgidos en este período, están dados por intereses de clase, por intereses económicos, por concepciones de la forma en que debía España gobernar a Cuba, pues, bajo todas las alternativas, todos coincidían en que la metrópoli era la que tenía que seguir gobernando.

Una muestra de ello es lo expresado en un documento de la Junta Central del Partido Autonomista en 1880 en el que se puede leer lo siguiente:

Queremos la paz a la sombra de la bandera de España, porque de otra forma no concebimos que Cuba continúe siendo sociedad civilizada. [...] pero sí creemos con profunda e invencible convicción, hija de un conocimiento íntimo de las diversas corrientes de las opiniones y de las necesidades de Cuba, que una política hábil y sinceramente liberal formaría el vacío a la idea de la independencia, y desde ese momento pierden toda su importancia, y sí la tienen, las personalidades de Calixto García, Salvador Cisneros, Máximo Gómez, Antonio Maceo y de cuantos acarician la idea de la separación política.[7]

En resumen, sobre los partidos políticos que surgen en la isla de Cuba en este período puede afirmarse lo siguiente:

  • Ninguno fue un partido de masas.
  • Integristas, reformistas y autonomistas están en el mismo bando: el de los enemigos de la independencia. Sus concepciones políticas expresaban su falta de confianza en la capacidad del pueblo de Cuba para constituir el Estado nacional y gobernarse.
  • Al examinar la existencia y el ideario de estos diversos partidos, se puede afirmar que en el período de 1878 a 1892 tuvo lugar en Cuba el surgimiento del pluripartidismo y este ¡nació antimambí!

Esfuerzos armados por dar continuidad a la Revolución en este período

La Guerra Chiquita

Después del Pacto del Zanjón, de la misma manera que la frustración y el desencanto se adueñaron de una parte de los cubanos, otros no flaquearon nunca en la voluntad de trabajar por la independencia. Tal es el caso de la mayoría de los jefes mambises que marcharon a la emigración para dar continuidad a la lucha, o se mantuvieron en Cuba con sus convicciones independentistas sin hacerle el juego a los que hablaban de evolución para evitar la revolución.

En la emigración, con los ecos de la Protesta de Baraguá se habían efectuado reuniones patrióticas y no faltó la creación de comités encargados de organizar actividades para dar continuidad a la lucha, proceso que tuvo un momento culminante cuando llega a New York el mayor general Calixto García Íñiguez (fig. 2.8), que había salido de la prisión española en junio de 1878 en virtud del indulto contemplado por la paz del Zanjón. Los patriotas reciben al general y ponen en sus manos la organización que tenían y lo seleccionan como presidente del Comité Revolucionario que tendría la responsabilidad de organizar y llevar a vías de hecho acciones armadas en Cuba, proceso que se conoce en nuestra historia como la Guerra Chiquita ocurrida entre los años 1879 y 1880.

Fig. 2.8 Calixto García Íñiguez

El Comité Revolucionario articulaba con clubes secretos, concentrados en su mayoría en el Occidente de Cuba y algunos en Las Villas. Por otra parte, sin conexión con este Comité Revolucionario de Nueva York, en el Oriente del país se establecieron contactos con mambises de aquella región en nombre de Antonio Maceo, quien se encontraba en Jamaica. Como se apreciará, nacían estos preparativos con la unidad lesionada, con la ausencia de una eficaz coordinación entre los revolucionarios. Máximo Gómez, no se comprometió a participar, consideró que las condiciones no eran propicias. La valoración que le dio a Maceo fue premonitoria: toda empresa grande necesita tiempo para ser segura.[8]

En Oriente, donde no existieron clubes ni relación con el Comité Revolucionario de Nueva York, la efervescencia revolucionaria era evidente e intensa, como lo era también la vigilancia española que logró descubrir planes conspirativos y encarcelar y deportar a presidios de ultramar a patriotas como Pedro Martínez Freire, Flor Crombet y Pablo Beola.

A pesar de todos los problemas y vicisitudes organizativas y de coordinación, la guerra estalla el 24 de agosto de 1879, con el alzamiento de 200 combatientes al mando del general de brigada Belisario Grave de Peralta en las inmediaciones del río Rioja cerca de la ciudad de Holguín, alzamiento que se extiende después a Gibara. El valeroso general Guillermón Moncada se alza en Santiago de Cuba. Pero estos tres puntos, Holguín, Gibara y Santiago de Cuba no lograban pasar de la fase de supervivencia. Oriente contó además con la acción revolucionaria armada de combatientes al mando de José y Rafael Maceo, José M. Cartagena, José Ríos, Pedro Duvergel, Mateo Sánchez y Venancio Borrero. En la zona de Baracoa combatía Limbano Sánchez al frente de su tropa.

El 9 de noviembre de 1879 se levantaban en armas los mambises villareños en Remedios, Sancti Spíritus, Sagua la Grande y otras comarcas (fig. 2.9).

Occidente no logró producir alzamientos. La falta de organización y unidad entre los clubes revolucionarios, la labor del espionaje español y la represión armada colonialista condujeron al fracaso. José Martí, quien se encontraba viviendo en La Habana, participó de inmediato en la conspiración revolucionaria con el seudónimo de Anáhuac, pero el competente servicio de inteligencia español detectó los movimientos de él y de otros revolucionarios que acopiaban armas y recursos para un futuro alzamiento en la zona de Güines. El arresto no se hizo esperar y Martí fue deportado por segunda vez a España, de donde logró escapar y llegar a los Estados Unidos en enero de 1880 donde se unió en Nueva York a los trabajos del Comité Revolucionario y se convirtió en un eficiente colaborador del general Calixto García, quien contaba además con el apoyo de Carlos Roloff, Pío Rosado y José Francisco Lamadrid, entre otros patriotas (fig. 2.10).

El mayor general Vicente García trató de ayudar en este esfuerzo independentista. Embarcó desde Venezuela hacia Puerto Rico con su batallón Cazadores de Hatuey, pero él y sus hombres tuvieron que regresar ante el bloqueo naval español a las costas de Cuba y haber recibido el aviso de que eran esperados en alta mar para ser hundidos.[9]

No marchaba nada bien esta guerra que nació marcada por la falta de unidad. A ello hay que sumar la contrarrevolucionaria campaña ideológica llevada por el gobierno colonial en complicidad con los autonomistas acerca de que aquellos alzamientos formaban parte de una "guerra de razas" con la intención de tomar el poder contra los blancos. Supieron manipular habilidosamente la fuerte presencia de jefes negros en el Oriente y lograron confundir y desunir, al extremo que el propio Calixto García vaciló en enviar a Maceo en la primera expedición y decidió que en su lugar fuera el brigadier Gregorio Benítez. Con esta labor divisionista, los autonomistas demostraron una vez más su posición contraria a la lucha por la independencia e hicieron el juego al colonialismo. No por casualidad "[...] el capitán general declaró que el Partido Liberal había cooperado más, para mantener a la Isla en manos españolas, que si se hubiesen empleado veinte batallones de soldados ibéricos".[10]

Maceo nunca pudo llegar a Cuba desde Jamaica por impedimentos de todo tipo. Calixto García, decide salir para Cuba; deja a José Martí como presidente interino del Comité Revolucionario y, con sacrificios sin nombre, logró desembarcar en la Isla en mayo de 1880. Enfermo, sin contacto con otros grupos sublevados tanto en Oriente como en Las Villas, comprendió que el movimiento estaba fracasado y en agosto se acogió al indulto decretado por Madrid y decidió esperar tiempos mejores para el movimiento revolucionario.

Esta desarticulación se comportó de forma similar en todos los frentes de combate. Al indulto se acogieron los jefes en Oriente ya mencionados. En Las Villas decidieron igualmente no continuar una guerra que no tenía la más mínima perspectiva de lograr sus objetivos, el mayor general Ángel Maestre, el mayor general Serafín Sánchez, el general Francisco Carrillo, Rafael Río Entero, Plutarco Estrada y Medián. El general Cecilio González Blanco había caído en combate.

El último de los mambises en armas al frente de cien hombres, el coronel Emilio Núñez, le consultó a José Martí qué decisión debía tomar ante aquellas circunstancias. Martí le aconsejó en memorable carta, que preservara su vida para futuras oportunidades de lucha con condiciones creadas y se acogiera al indulto. Martí, quien no veía en esos momentos posibilidades de triunfo para aquella guerra, asumía con esa comunicación al último jefe mambí que se mantenía con tropa en el campo de batalla, la responsabilidad histórica de poner fin a la Guerra Chiquita. Este patriótico y heroico esfuerzo bélico en el que según el mando español participaron 8 000 cubanos, terminó el 3 de diciembre de 1880 con la presentación de los últimos combatientes.

Entre las causas de su fracaso deben tomarse en consideración: la falta de unidad en todo su proceso organizativo y de conducción; la falta de simultaneidad en los alzamientos y la desvinculación entre los mismos; la ausencia de Antonio Maceo; la tardía llegada de Calixto García; la ausencia de alzamientos en Occidente y Camagüey; la falta de ayuda exterior; la utilización del racismo por el enemigo como factor de desunión y confusión y la permanente falta de recursos.

Aunque con el amargo sabor de la derrota militar, la Guerra Chiquita tuvo una provechosa significación histórica por las enseñanzas que aportó, pues:

  • Demostró que la continuidad de la lucha no se había perdido en la voluntad del pueblo de Cuba.
  • Enseñó, una vez más, el carácter imprescindible de lograr unidad en la organización y conducción del movimiento revolucionario.
  • Descaracterizó ante las masas la actitud y procedimientos de los autonomistas en contra del independentismo mientras prestaban un triste servicio al colonialismo español.
  • Reveló las cualidades de José Martí como dirigente revolucionario quien fortaleció convicciones del camino organizativo e ideológico que habría que seguir en los futuros empeños de la Revolución.

Otras acciones armadas

En este período los intentos armados independentistas no cesaron.

A continuación se verán, de forma panorámica, algunas de las acciones mambisas que si bien no condujeron a la victoria, fueron expresión de la voluntad de dar continuidad a la lucha.

En los últimos meses de 1880, coincidiendo con la agonía de la Guerra Chiquita, las autoridades coloniales del Departamento Oriental descubrieron una conspiración llamada La Liga Antillana que tuvo su centro en Santiago de Cuba y tuvo ramificaciones en Sagua de Tánamo, El Cobre, El Caney, Ramón de las Yaguas, Alto Songo, Palma Soriano, San Luis, Guantánamo, Guaso, Palmar, Casiaba, Cauto Abajo, Loma del Gato y otras localidades. El plan consistía en un levantamiento en armas para apoyar un desembarco que traería al frente a Antonio Maceo y Salvador Rosado. Los servicios de inteligencia colonialistas conocieron del movimiento de los conspiradores que fueron perseguidos y reprimidos en una operación que duró siete semanas hasta liquidar la actividad en todo el territorio. Una vez más, la acusación a los conspiradores de querer fomentar una "guerra de razas" caracterizó al proceso que tuvo como resultado 300 deportados entre los acusados negros y mulatos. Mientras, con la intención de acentuar divisiones, el gobierno colonial tomó la decisión de dejar en libertad a todos los blancos que habían sido arrestados. Esta conspiración estuvo asociada a la idea de la liberación antillana y existen evidencias de la relación de Maceo con el general dominicano Gregorio Luperón. Pero tanto Maceo como sus compañeros, nunca pudieron llegar de Jamaica a Cuba, ni para incorporarse a la Guerra Chiquita, ni para realizar hechos de armas a partir de esta conspiración.

En 1884 tuvo lugar la llegada de la expedición al mando del brigadier Carlos Agüero Fundora, la que desembarcó por Cárdenas y se internó en el sur de Matanzas donde sostuvo varios combates. Pero el aislamiento, la falta de recursos, así como condiciones muy adversas fueron deteriorando las perspectivas de aquel esfuerzo. Lejos de sumársele hombres a estos mambises, se les reducían progresivamente y tuvieron que refugiarse en la Ciénaga de Zapata. Al fracaso de la expedición hay que añadir la muerte del brigadier Agüero, ocurrida en 1885, sobre la cual, todavía en la actualidad existen diversas versiones.

También en 1884 desembarca por el sur de Oriente la expedición al mando del brigadier Ramón Leocadio Bonachea quien fue apresado durante el desembarco el 2 de diciembre. Fue conducido a Santiago de Cuba, juzgado por un tribunal militar y condenado a muerte por fusilamiento, sentencia que fue cumplida el 7 de marzo de 1885 junto a cuatro de sus compañeros de expedición. Bonachea había sido el último mambí en deponer las armas en la Revolución del 68, en la que había alcanzado los grados de coronel y en la que protagonizó la Protesta del Jarao o de Hornos de Cal (Sancti Spíritus) el 15 de abril de 1879 para dejar constancia de que no aceptaba el Pacto del Zanjón. Fue combatiente de la Guerra Chiquita donde alcanzó los grados de brigadier.

El 16 de marzo de 1885 desembarca por Playa Caleta en Baracoa una expedición con doce integrantes al mando del brigadier Limbano Sánchez. Cercados y perseguidos por tropas españolas muy superiores en número fueron dispersados. Limbano Sánchez, con el enemigo pisándole los talones, se dirigió a la zona de Mayarí junto al también brigadier Ramón González y se refugió en una finca propiedad de su compadre, quien los traicionó y les brindó un café envenenado. El traidor avisó a las tropas españolas quienes sacaron los cadáveres del rancho y los lanzaron al camino para simular que habían caído en combate. Otras fuentes históricas exponen que sí cayó combatiendo contra una guerrilla española. Limbano Sánchez fue combatiente de la Guerra de los Diez Años en la que alcanzó los grados de coronel. Participó en la Guerra Chiquita donde peleó en la zona de Baracoa. Al comprender que aquella contienda estaba fracasada, se presentó a las autoridades colonialistas a las que expuso un pliego de demandas para condicionar su rendición y depuso las armas en 1880. Engañado, fue arrestado y enviado a las prisiones de Chafarinas en Marruecos. Con posterioridad fue trasladado a España de donde logró escapar hacia Nueva York en junio de 1884. De allí fue a Panamá donde formó parte de un grupo de 23 mambises mandado por Francisco —Panchín— Varona que intentó secuestrar infructuosamente el vapor español San Jacinto que transportaba pertrechos de guerra. Aquella acción fracasó y los revolucionarios fueron arrestados. Después de su liberación, Limbano Sánchez se trasladó a la República Dominicana donde logró armar la pequeña expedición con la que vino a Cuba en 1885, acción libertaria en la que perdió la vida.

Entre los años 1884 y 1886, se animó un proyecto para la lucha independentista concebido por el general Máximo Gómez, que tuvo como jefe máximo al gran dominicano y como segundo jefe al Héroe de Baraguá. Este plan se conoce en la historia como el Programa Revolucionario de San Pedro Sula, nombre de la ciudad de Honduras en que fue redactado; también se le ha llamado indistintamente Plan Gómez y Plan Gómez-Maceo. Sus bases contemplaban el establecimiento de una Junta Gubernativa de cinco miembros, el uso de la propaganda patriótica, el apoyo en clubes revolucionarios —experiencia que Martí tomaría en cuenta en la futura Revolución—, así como la prohibición de cualquier organización civil en el movimiento, definición esta última que evidenciaba el rechazo que tenían los jefes militares hacia todo lo que les recordara a la dirección de la Cámara de Representantes cuando la Guerra de los Diez Años. Importantes personalidades quedaron vinculadas al plan como Carlos Roloff, Serafín Sánchez, Flor Crombet y Eusebio Hernández. José Martí también se incorporó en los inicios de los preparativos. La idea era organizar y armar expediciones para ir a Cuba a pelear por la independencia.

Pero el plan nació acompañado por problemas de diversa índole, como, desde sus inicios, el incumplimiento de la palabra empeñada con Maceo por un individuo que se había comprometido a aportar el dinero para la compra de los recursos de las expediciones y llegado el momento, les dijo a Gómez y al Titán de Bronce que le era imposible ayudarlos porque en esos momentos se encontraba en el proceso de recuperar unas propiedades que tenía en Cuba en un litigio por embargo y no quería que las autoridades de la Isla lo vincularan con actividades independentistas. Ante este revés, que dejaba sin recursos económicos al proyecto, Gómez decidió enviar a los jefes principales a un recorrido por América Central, los Estados Unidos, las Antillas y Francia para intentar recaudar fondos. Los resultados de esta gestión fueron muy poco estimulantes pues la cantidad recaudada estaba muy por debajo de las necesidades elementales para la compra del avituallamiento de las expediciones. Por lo general los cubanos adinerados no contribuían y las recaudaciones de los sectores más humildes de la emigración no alcanzaban para dar respuesta a lo que se necesitaba.

A finales de este año se produciría un nuevo problema: la extrema y cerrada centralización que Máximo Gómez dio a la jefatura del plan en su persona fue un estilo de dirección con el que José Martí no estuvo de acuerdo y que, lamentablemente, provocó fricciones, falta de entendimiento y ruptura entre estas dos personalidades, como lo refleja la contundente carta que Martí enviara a Gómez el 20 de octubre de 1884 en la que le dice: "Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento [...]"[11]

Los años 1885 y 1886 muestran una progresiva complicación de las dificultades, tales como: la falta de solución a las necesidades económicas esenciales para concretar las expediciones; el surgimiento de discrepancias e inculpaciones mutuas entre los comprometidos por la falta de avance en los planes; la falta de coordinación con otras pequeñas expediciones; el permanente apoyo del gobierno de los Estados Unidos a España y su sostenida vigilancia y bloqueo de acciones mambisas que se preparaban, a lo que hay que añadir la falta de unidad entre los emigrados cubanos.

Lamentablemente, no se pudieron cumplir los objetivos propuestos con el plan; incluso se dio el caso de que un alijo de armas que Maceo y sus compañeros habían logrado obtener con grandes esfuerzos, terminó en el fondo del mar por los temores del capitán de la embarcación que lo transportaba. La terca realidad mostraba un estancamiento del proyecto pues el tiempo transcurría y no se operaban avances. Ante tal estado de cosas, Máximo Gómez, con su gigantesca autoridad moral y su indiscutible liderazgo entre los mambises, reunió entonces a los jefes y les comunicó que se daban por terminados aquellos preparativos del plan y se procedió a la redacción de un manifiesto (1887) para informar a toda la emigración y, pese a las condiciones adversas, ratificar el compromiso de continuar al servicio de la lucha por la independencia de Cuba.

El Programa de San Pedro Sula, si bien no pudo lograr sus objetivos, aportó experiencias para el futuro de la la Revolución: ratificó la importancia de contar con un jefe supremo en las acciones militares, experiencia que reafirmó a Gómez como la figura cimera del brazo armado de la lucha por la independencia; la necesidad de garantizar alzamientos simultáneos en lugar de acciones aisladas; demostró que sin respaldo interno, sin coordinación entre el exterior y la Isla, los planes insurreccionales podían estar condenados al fracaso; confirmó, una vez más, la importancia de superar divisiones y desuniones entre los cubanos tanto de la emigración como de la Isla. Concluía sin éxito un nuevo intento independentista, pero la decisión de lucha se mantendría para futuros empeños. La historia se encargaría de demostrarlo.

En 1887 tiene lugar otro proyecto armado a favor de la independencia de Cuba: el del brigadier Juan Fernández Ruz, mambí que había acompañado a Céspedes en el alzamiento del ingenio Demajagua y que después del Pacto del Zanjón se había radicado en Barcelona. Desde aquella ciudad le escribió a José Martí proponiendo un proyecto expedicionario. El Maestro le invitó a que se reunieran en Nueva York para trabajar sobre la idea. Un elemento nuevo distingue a estos preparativos y es la creación de una Comisión Ejecutiva presidida por José Martí, la cual constituye un antecedente de imprimir a este tipo de acciones una etapa organizativa básica. Martí consideraba que por primera vez se unían "con una tendencia clara y decidida los que antes trabajaban en grupos dispersos y a veces hostiles"[12] y propuso trabajar, una vez más, a favor de la unidad. Pero esa unidad todavía no llegó a ser una realidad. El brigadier Fernández Ruz tuvo discrepancias tanto con jefes mambises como con otros representantes de la emigración con respecto al problema de la recaudación de fondos y otros aspectos organizativos; al no contar con la aprobación para su plan cometió el error político de hacer pública su inconformidad y juicios críticos en un manifiesto del que se hizo eco la prensa colonialista de La Habana, hecho que lesionaba a la revolución. Acentuadas las discrepancias, Fernández Ruz se retiró del plan y volvió a Barcelona. No obstante, al estallar la Revolución del 95 vendría a combatir por la independencia de su Patria, lucha en la que llegó a alcanzar el grado de general de división. Ya con la salud resquebrajada, murió de una afección pulmonar en su campamento de Raíz del Jobo, Jagüey Grande, en 1896.

En 1890 tuvo lugar un intento conspirativo con la presencia de Antonio Maceo en Cuba. Aquella visita del Titán de Bronce a la Isla fue un acontecimiento inolvidable. No había lugar de la capital por el que pasara o visitara en el que no estuviera rodeado por los jóvenes y el pueblo que lo admiraba. Incluso, los militares españoles cuando se cruzaban con él en la calle lo saludaban con respeto. Maceo se trasladó a Santiago de Cuba con la intención de contactar con los revolucionarios y viejos compañeros de lucha. Su presencia en aquella ciudad fue objeto de expresiones de admiración y agasajos. Uno de ellos fue un banquete que se ofreció en su honor el 29 de junio en el restaurant La Venus. Siempre se recordará que después de los brindis patrióticos, ya en las conversaciones de sobremesa, uno de los asistentes comentó que Cuba podría llegar a ser, fatalmente, "una estrella más en la gran constelación norteamericana" a lo que Maceo respondió de manera pausada y desde sus más profundas convicciones: "Creo, joven, aunque me parece imposible, que ese sería el único caso, en que tal vez estaría yo al lado de los españoles".[13]

Con mucha discreción y siguiendo su plan en Santiago de Cuba, el Titán de Bronce, mantuvo contactos con sus compañeros de lucha, entre ellos, Flor Crombet, Quintín Bandera, Victoriano Garzón, Demetrio Castillo Duany y Guillermón Moncada en quien pensó como su principal apoyo para los planes conspirativos y la preparación de un alzamiento para el 8 de septiembre de 1890, Día de la Caridad. Para el espionaje español y para el propio capitán general Camilo Polavieja era muy evidente que ese recorrido de Maceo no tenía nada de ingenuo y se ordenó de inmediato su salida de la Isla, lo que dio al traste con los planes conspirativos. Sin Maceo, el movimiento abortó, con la excepción de algunas pequeñas escaramuzas con pequeñas partidas que se lanzaron al campo el día convenido. A este revés hay que añadir el retraimiento que ya habían tenido del movimiento cubanos propietarios y trabajadores de las minas de manganeso de la región, por la intensa y próspera actividad que se presentó debido a los altos precios del mineral con destino al mercado norteamericano. Ninguno de los propietarios quería ver arruinado sus negocios por la guerra y muchos trabajadores no querían perder sus empleos. Por eso, a este nuevo intento insurreccional que también terminó sin éxito se le conoce en la historia como la Conspiración de la Paz del Manganeso.

Todas estas expediciones y proyectos de acciones armadas, a los que se pudieran añadir la de Ángel Maestre Corrales —apresado en 1885 por las autoridades mexicanas al tratar de venir con una expedición desde ese país hasta Pinar del Río— y la de Manuel García Ponce —quien desembarcó por Bacunayagua, Matanzas, el 6 de septiembre de 1887—, ejemplifican la certera denominación martiana de "reposo turbulento" que tiene este período. Estos combatientes, muchos de los cuales entregaron sus vidas en el empeño, serán siempre recordados con respeto y admiración aunque no les acompañara el éxito. Entre las causas de estos fracasos se encuentran: la falta de unidad entre los revolucionarios, la ausencia de un programa político, la falta de coordinación entre la emigración y la Isla; la escasez de recursos, rencillas entre los jefes, la equivocada creencia de que la revolución podía venir a Cuba "desde afuera" y no tomar en consideración el establecimiento de las condiciones previas en la Isla para lograr coordinación. A todo esto hay que añadir una característica común a todas estas acciones frustradas: una concepción exagerada del papel del mando militar en la conducción de la lucha por la independencia. Desde luego que ese error tiene una explicación: como se ha estudiado, durante la Revolución del 68, los jefes militares mambises sufrieron con amargura e impotencia las consecuencias del aparato de dirección acordado en la Asamblea de Guáimaro, es decir, las facultades de la Cámara de Representantes para intervenir en todo, para dirigir la guerra y en la práctica interferir en las decisiones que eran competencia de los mandos militares. Los generales mambises veían en aquellas intromisiones "civiles" el germen de las causas que llevaron al fracaso de aquellos diez años de guerra y a la firma del Pacto del Zanjón. Este rechazo a la presencia de la dirección "civil" estaba en la mentalidad de buena parte de los veteranos del 68 y les acompañaba en sus nobles acciones para dar continuidad a la lucha por la independencia.

José Martí, al constatar estos reveses, fortalecía su convicción de que el camino no podía ser la existencia de acciones militares aisladas o espontáneas al margen de un plan de conjunto y del aseguramiento ideológico y organizativo que aportara unidad y eficacia al movimiento revolucionario. Comprendía la gravedad que representaban acciones que se anticiparan a la existencia de una organización consolidada para la Revolución. A propósito de este peligro, diría en una carta circular redactada por él, por encargo de los cubanos de Nueva York dirigida al general Máximo Gómez el 16 de diciembre de 1887: "[...] en Cuba mira el Gobierno de España, como su salvación única, la probabilidad de interrumpir en su desarrollo espontáneo la nueva guerra, de forzarla a estallar antes de que tenga juntos sus elementos, y de estimular a invasiones aisladas a los jefes cubanos [...]"[14]

Correspondería al magisterio político de José Martí —como se estudiará después— dotar al movimiento revolucionario de una concepción, de un basamento ideológico y político que rectificara errores históricos en cuanto a su organización, estructuración y dirección.

José Martí, ideario político y labor revolucionaria

Tuvo José Martí la histórica misión de aunar voluntades para transformar sustancialmente en el orden cualitativo el proceso de preparación de la continuidad de la Revolución. Las enseñanzas de los fallidos esfuerzos anteriores, su profundo conocimiento de la realidad de Cuba, su gran cultura y visión de los problemas de su tiempo le permitieron fortalecer la convicción de que el camino de la Revolución pasaba por una profunda preparación político-ideológica y organizativa de la misma. A esa tarea consagraría sus quince años de estancia en los Estados Unidos, es decir, de 1880 a 1895, descontando el tiempo que pasó en Venezuela del 20 de enero al 28 de julio de 1881. De manera febril e incansable, Martí, se dedicó a sembrar ideas, a llegar a todos los cubanos de la emigración, a explicar lo que había que hacer para forjar una revolución victoriosa. Unir era la palabra de orden. El 24 de enero de 1880 —en tiempos de la Guerra Chiquita— se estrenaría como orientador revolucionario al pronunciar su famoso discurso conocido como la "Lectura en Steck Hall" en el que analizó en profundidad las experiencias de la Guerra de los Diez Años, destacó sus glorias a la vez que expuso razones que llevaron a su fracaso, dignificó la labor de los patriotas cubanos, calificó de "tregua provechosa" la etapa en que se encontraban y destacó, entre otros elementos, que esta no era solo la revolución de la cólera sino también de la reflexión, a la vez que sentenció que los déspotas ignoran, que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones. "La Lectura en Steck Hall" termina con una brillante imagen que expresa una inconmovible posición de principios: "¡Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patria, se unirá el mar del Sur al mar del Norte, y nacerá una serpiente de un huevo de águila".[15]

José Martí recorrió todas las zonas de la emigración; pronunció inolvidables discursos; enfatizó en la importancia de aprender de las glorias y de los errores pasados; favoreció el enlace de ideario y acción de los veteranos combatientes de las contiendas anteriores con la nueva generación revolucionaria; limó asperezas; educó en la eliminación de discordias; propició la vinculación de la labor revolucionaria de la emigración y de la Isla; trabajó para eliminar prejuicios raciales; cerró filas junto con los obreros de la emigración los que fueron un sostén de la preparación de la futura lucha por la independencia; demostró —él, que era un hombre de paz y de la cultura— la inevitabilidad de la guerra como vía única para lograr la independencia, por ello habló de la "guerra necesaria"; explicó que la guerra no era contra el español sino contra el colonialismo; escribió magníficos artículos que constituyeron fuentes de educación patriótica. Y en el centro de su esfuerzo: la lucha por lograr la unidad, porque la falta de unidad había sido hasta el momento una regularidad contra el logro de los objetivos revolucionarios. Víctor Muñoz, cubano que fue testigo de la labor de la emigración por aquellos tiempos, dejó el testimonio siguiente:

En 1891 era yo uno de los más modestos emigrados de Key West cuando se supo allí de los proyectos de Martí, de su visita a Tampa, que fue el paso preliminar de la guerra de 1895, y puedo dar testimonio de que en aquellos centros de emigrados, es cierto que había santo y puro patriotismo, y románticos e inextinguibles deseos de ver la estrella solitaria sobre el Morro; que muchos estaban allí siempre dispuestos a ofrendar su sangre por la causa sagrada de Cuba irredenta, pero faltaba la energía, el genio de un hombre que uniese los elementos dispersos, que enardeciese a los tibios, que entusiasmase a los escépticos, y en eso que consiguió Martí con relativa facilidad, otro, cualquier otro, lo digo así rotundamente, porque estoy completamente convencido de ello, habría fracasado.

Dividían a los emigrados, a pesar de que todos suspirábamos por la independencia de nuestro país, diferencias de clases y hasta de edades y de provincias. Los viejos nos echaban en cara a los jóvenes la flojedad de nuestro ánimo, la tibieza de nuestro amor a la patria, que no nos permitía hacer lo que ellos hicieron. Los camagüeyanos motejaban a los habaneros por la cortedad de nuestro esfuerzo en el 68. Los fabricantes de tabacos, los escogedores y los tabaqueros se miraban con recelo.

[...]

Entre los mil incidentes de aquella obra del Apóstol que retiene mi memoria, hay uno que puede compendiarlos todos. En Tampa empezó a notarse cierta fricción entre blancos y negros, que advertida por quienes sabían la magnitud del mal de aquellas desavenencias, todavía incipientes, podrían ocasionar, fue puesta en conocimiento del Maestro. Poco tiempo después, el necesario para el viaje, llegó Martí a Ibor City, procedente de New York; llamó a la puerta, siempre abierta para él, de Paulina Pedroso, la negra ilustre por su patriotismo, y saludando a los asombrados transeúntes con aquella su sonrisa de iluminado, y aquel su irresistible y amable gesto ante el cual todos los orgullos se abatían y todos los rencores del odio se esfumaban, la paseó del brazo por las calles principales, poniendo fin, de aquella sutil manera, sin decir una palabra por lo que la había impulsado a hacerlo, a lo que pudo ser obstáculo infranqueable en el camino que había emprendido. Los patriotas blancos y negros lo comprendieron. No tuvo que decir palabra.[16]

Esta brillante labor de José Martí sería coronada por su obra cumbre a favor de la unidad revolucionaria y la preparación de la lucha por la liberación nacional: el Partido Revolucionario Cubano, fruto de su experiencia, talento político y organizativo, así como de un largo proceso de maduración que llevó años.

Un momento culminante de aquel largo proceso tuvo lugar el 25 de noviembre de 1891 cuando el Maestro llega a Tampa, invitado por los patriotas que integraban la colonia cubana del lugar. Al día siguiente, el 26 de noviembre, el Apóstol se reúne con los representantes de los clubes locales y discuten y aprueban un documento de clara redacción martiana, conocido como las Resoluciones, que se proclama en el nombre de los emigrados de Tampa y donde se expresa la urgente necesidad de reunir en acción común republicana y libre a todos los elementos revolucionarios honrados; las características que deberá tener la acción revolucionaria común así como lo que deberá observar y respetar la organización revolucionaria. Esa noche, en el Liceo Cubano, pronunció el discurso conocido como "Con todos y para el bien de todos" con el que expuso la idea de la república por la que se luchaba con la unidad revolucionaria como premisa a la vez que expresaba que la ley primera de aquella república soñada debía ser el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. El día 27, a propósito de la conmemoración del fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina en 1871, tiene lugar otra memorable pieza oratoria martiana, el discurso conocido como "Los pinos nuevos", en el que expresa, entre otras ideas, la unión de la nueva generación de patriotas con la herencia y acción de los veteranos combatientes. El 28 de noviembre, en la despedida que los patriotas de Tampa hacen al Maestro en el Liceo, se dan a conocer las Resoluciones ya mencionadas, las que son ratificadas por todos los congregados allí.

Con posterioridad, el 3 de enero de 1892, en Cayo Hueso, Martí presenta a los dirigentes de la emigración patriótica del lugar un esbozo de los documentos que regirían el futuro Partido Revolucionario Cubano, es decir, las Bases y los Estatutos Secretos, contenidos que se discuten y quedan listos para su redacción. En la noche del día 4 presenta los documentos redactados ante un grupo de representantes de los clubes revolucionarios del Cayo. Ya el 5 de enero, el Apóstol preside, en su calidad de representante de las agrupaciones patrióticas de Nueva York, una importante reunión también en Cayo Hueso a la que asisten representantes de los clubes revolucionarios del lugar y de Tampa, así como personalidades de la emigración. Allí se discutieron con amplitud las Bases y los Estatutos Secretos del futuro Partido Revolucionario Cubano, los que fueron aprobados en principio, a la vez que se acordó que se desarrollara un proceso de presentación y discusión de estos documentos en todos los clubes revolucionarios. Al día siguiente participa en una fiesta patriótica con la que lo agasajan y despiden los revolucionarios del Cayo. Allí se dio lectura a las Bases del Partido y él pronunció el discurso final. En los meses siguientes, se dio continuidad al democrático proceso de consulta y análisis de las Bases y los Estatutos por los integrantes de los clubes de diferentes localidades. El 8 de abril, José Martí es elegido Delegado del Partido Revolucionario Cubano y el 10 de abril de 1892 es proclamado el PRC en Cayo Hueso, Tampa y Nueva York.

La Revolución contaba, a partir de ese momento con un instrumento político encargado de organizar, unir, educar y orientar para la "guerra necesaria" y coordinar los esfuerzos de los patriotas de la emigración con los de la Isla.

¿Qué características, fines y estructura tuvo el PRC?

No fue un partido concebido con fines electorales como los partidos políticos de entonces; fue el partido único para la lucha por la independencia. En él se conjugaban la democracia más amplia con la más exigente disciplina. Sus fines eran la conquista de la independencia de Cuba y auxiliar la de Puerto Rico; el establecimiento de las bases de una república democrática, sin la cual la independencia carecería de sentido. Su estructura fue muy simple y funcional de acuerdo con lo establecido en sus Estatutos Secretos:

  • En la base, los clubes, que estaban integrados por todos los patriotas que aceptaran el programa, cumplieran sus deberes y realizaran los aportes sistemáticos para la preparación de la guerra y después su mantenimiento cuando estallara.
  • En los niveles intermedios: los Cuerpos de Consejo que estaban formados en cada lugar por los presidentes de los clubes o asociaciones de base.
  • En la cima: un Delegado y un Tesorero que se sometían a elección anual. Martí no concibió nunca el cargo de presidente del Partido, sino el de Delegado, es decir, la persona en quienes los que lo elegían depositaban su confianza y a quienes se debía y rendía cuentas (fig. 2.11).

La labor del PRC se desarrolló no solo en la emigración, sino también en la Isla, a la cual llegaron comisionados clandestinos enviados por Martí para contactar con los patriotas en diferentes lugares de Cuba, los que recibían orientaciones de carácter organizativo e ideológico. En la labor encubierta del PRC en la Isla desempeñó un papel muy importante el revolucionario Juan Gualberto Gómez, culto periodista y compañero de lucha de José Martí y su entrañable amigo.

El 14 de marzo de 1892 había visto la luz Patria, el periódico fundado por Martí como un instrumento más para combatir en las "trincheras de ideas". Puede afirmarse que existió una unidad ideológica entre el pensamiento del Apóstol, la labor del PRC y el contenido de lo que se publicaba en Patria. En las páginas de este periódico (fig. 2.12), el Maestro escribió inolvidables trabajos dirigidos a la educación histórica y patriótica de los cubanos, entre los que se destacan: "José de la Luz", "El General Gómez", "Antonio Maceo", "La madre de los Maceo", "El 10 de Abril", "Conversación con un hombre de la guerra". Asimismo, de la pluma del Apóstol salieron medulares trabajos para este periódico, dedicados a explicar la razón de las ideas independentistas así como el enfrentamiento ideológico con los autonomistas y anexionistas; ejemplos de estos trabajos son "Autonomismo e independencia"; "El remedio anexionista"; "Política insuficiente"; "Ciegos y desleales"; "¿Conque consejos, y promesas de autonomía?", entre otros. Especial significación ideológica con respecto a la proyección de la Revolución tendrían los artículos martianos "Nuestras ideas" y "El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América".

Patria es un soldado, dijo Martí al valorar el papel que le concedía a esta publicación en la lucha que se preparaba. Y también señaló:

Nace este periódico, por la voluntad y con los recursos de los cubanos y puertorriqueños independientes de New York, para contribuir, sin premura y sin descanso, a la organización de los hombres libres de Cuba y Puerto Rico [...] para mantener la amistad entrañable que une, y debe unir, a las agrupaciones independientes entre sí, y a los hombres buenos y útiles de todas las que persistan en el sacrificio de la emancipación [...] a fin de que el conocimiento de nuestras deficiencias y errores, y de nuestros peligros, asegure la obra a que no bastaría la fe romántica y desordenada de nuestro patriotismo; y para fomentar y proclamar la virtud donde quiera que se la encuentre. Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico.

[...]

Nace este periódico, a la hora del peligro, para velar por la libertad, para contribuir a que sus fuerzas sean invencibles por la unión, y para evitar que el enemigo nos vuelva a vencer por nuestro desorden.[17]

Otro de los pasos decisivos en el camino a la unidad y destino de la Revolución fue el proceso de elección del general en jefe, mediante el voto de los oficiales mambises de la emigración. A la consulta: ¿Cuál debe ser a su juicio el jefe superior con quien la Delegación debe entenderse, para poner en sus manos, dentro del plan general, la ordenación militar del Partido?, la respuesta fue contundente: Máximo Gómez; electo, al decir de Martí, por mayoría que raya en unanimidad.

Le correspondía al Delegado visitar al experimentado dominicano para comunicarle el resultado de la consulta y pedirle que aceptara ser el jefe del Ejército Libertador. Todavía en la memoria de muchos estaba aquel tremendo momento de ruptura y alejamiento entre ambos cuando se preparaba el Programa Revolucionario de San Pedro Sula (Plan Gómez) de 1884; pero la limpieza moral y el amor por Cuba del uno y del otro estaban por encima de aquellas diferencias que nunca fueron de principio, sino de método. El 11 de septiembre de 1892 llegó el Delegado del Partido Revolucionario Cubano a la finca "La Reforma", en la zona de Montecristi, República Dominicana, para encontrarse con Máximo Gómez. Después de magnífica acogida por el general y su familia, se iniciaron días de fructíferas conversaciones que se prolongaron hasta el día 15. El día 13, Martí se dirigió en compañía de Gómez a la ciudad de Santiago de los Caballeros. Allí le entregó una carta oficial a nombre del PRC donde le solicitaba que asumiera el mando militar supremo de la guerra:

Yo ofrezco a Vd., sin temor de negativa este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres.

Y pedía al general: "[...] la luz de su consejo, y su enérgico trabajo, a los cubanos que, con su misma alma de raíz, quieren asegurar la independencia amenazada de las Antillas y el equilibrio y porvenir de la familia de nuestros pueblos en América".[18]

El día 15, el general le responde de forma afirmativa. Ese día, Gómez consignó en su diario:

Día 15, continúa Martí para la capital de la República y yo regreso a "La Reforma" [...] Porque el triunfo de la Revolución de Cuba es obra de concordia, y a mi juicio los trabajos hechos hasta ahora por Martí, presentan bastante consistencia, porque va consiguiendo la unificación de los elementos discordantes; por cuya causa y no por ninguna otra, se enterró la Revolución de Yara en el "Zanjón".[19]

Quedaba sellado un compromiso ante el Partido Revolucionario Cubano entre dos grandes protagonistas de tiempos grandes.

Otro paso decisivo tendría como escenario a Costa Rica a inicios de julio de 1893. Es el encuentro de Martí con el general Antonio Maceo. Ahora, el Titán de Bronce, informado por el Delegado de los planes y del compromiso contraído por Gómez, expresa su total disposición de incorporarse a la lucha. Era un triunfo más de la unidad revolucionaria. El respaldo de dos figuras de la estatura histórica de Gómez y Maceo aportaba a la preparación de la revolución un inapreciable impulso e insuflaba confianza y seguridad en los viejos y nuevos mambises. Ello fue también un logro de José Martí quien, paso a paso, con su talento político y labor educativa, había sabido ganarse el respeto de todos para lograr la tan difícil unidad que la causa requería.

No le faltaban amenazas constantes a esa preciada unidad y a los trabajos organizativos del PRC. Así, entre los meses de abril y mayo de 1893, en Velasco y Purnio (Holguín) se produjeron alzamientos de pequeñas partidas donde se destacaron los hermanos Ricardo, Manuel y Miguel Sartorio Leal, intentos precipitados que terminaron en un fracaso y la presentación de casi todos los implicados. Con similares resultados fue el balance de los alzamientos que se produjeron en noviembre en Cruces, Lajas y Ranchuelo en los que participa, entre otros patriotas, Federico Zayas. Difícil situación para el Maestro, quien, de la misma manera que no puede condenar la actitud de estos patriotas, tampoco puede dejar de alertar sobre las consecuencias negativas que tienen para la causa de la independencia acciones aisladas, surgidas por la impaciencia o por instrucciones falsas generadas por las propias autoridades españolas, todas al margen de las orientaciones del PRC; acciones condenadas al fracaso y que, contribuían al desánimo porque los cubanos las veían vencidas por las tropas españolas. De modo que no bastaba con la voluntad patriótica y con la valentía de mambises que estuvieran dispuestos a combatir (Ricardo Sartorio Leal, por ejemplo, fue combatiente de las tres guerras y ya en la del 95 alcanzaría el grado de general de brigada). Era imprescindible, como insistía Martí, un plan coordinado y con un programa para llevar adelante la revolución y evitar que esta se precipitara.

Pero la idea martiana de la liberación nacional no se limitaba a lograr la independencia de Cuba y auxiliar la de Puerto Rico. Él vio un peligro mayor en las intenciones imperiales del Norte. A ese peligro se había referido en varios escritos desde décadas anteriores. Su estudio del problema y su práctica revolucionaria le revelaban ahora cómo el enfrentamiento a ese peligro tenía que ser asociado a su estrategia de liberación nacional. Así, en 1894 expone importantes ideas que constituyen claves para la comprensión de dicha estrategia. En el medular artículo titulado "El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América", dijo muy claro:

No son meramente dos islas floridas, de elementos aún disociados, lo que vamos a sacar a luz, sino a salvarlas [...] frente a la codicia posible de un vecino fuerte y desigual [...]

En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo [...] —mero fortín de la Roma americana; —y si libres— [...] serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada [...] Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son solo dos islas las que vamos a libertar.

Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos.[20]

En línea con esta idea diría en carta del 23 de julio de 1894 (fig. 2.13), dirigida al gobernante de México, general Porfirio Díaz, en ocasión de su última visita a ese país para recabar ayuda para la revolución: Señor:

Un cubano prudente [...] que no ve en la independencia de Cuba la simple emancipación política de la isla, sino la salvación, y nada menos, [...] la seguridad e independencia de todos los pueblos hispanoamericanos, y en especial de los de la parte norte del continente, ha venido a México [...] á explicar [...] la significación y el alcance de la revolución sagrada de independencia [...] ordenada y previsora, á que se dispone Cuba. Los cubanos no la hacen para Cuba sólo, sino para la América [...] van á batallar por el decoro y bienestar de sus compatriotas, y el equilibrio y seguridad de nuestra América. Trátase, por los cubanos independientes, de impedir que la isla corrompida en manos de la nación de que México se tuvo también que separar, caiga, para desventura suya y peligro grande de los pueblos de origen español en América, bajo un dominio funesto á los pueblos americanos. El ingreso de Cuba en una república opuesta y hostil, —fin fatal si se demora la independencia hoy posible y oportuna, — sería la amenaza, si no la pérdida, de la independencia de las repúblicas hispano-americanas de que parece guardián y parte por el peligro común, por los intereses, y por la misma naturaleza.[21]

Este texto constituye un antecedente histórico de su memorable carta inconclusa a Manuel Mercado el año siguiente.

Los finales de 1894, encuentran a Martí y sus colaboradores en febril actividad preparatoria del inminente estallido de la "guerra necesaria". El 8 de diciembre ya estaba elaborado el Plan de Alzamiento y, para el día 25 estaba prevista la salida de tres expediciones por el puerto de Fernandina en la Florida en los barcos Lagonda, Amadís y Baracoa. Pero, una vez más, las vicisitudes y dificultades aparecen. Un oficial mambí comprometido con la transportación de armas, propició que las autoridades estadounidenses conocieran de la existencia de aquellos pertrechos las que, siguiendo una práctica histórica de impedir la salida de expediciones, procedieron a ocupar dos de esas embarcaciones y buena parte del armamento, propinando así un duro golpe a los planes insurreccionales. Parecía que todo se venía abajo después de tantos esfuerzos y peligros.

La noticia de lo ocurrido en el puerto de Fernandina llegó a todas partes. El enemigo se alegró. En los patriotas hubo depresión en algunos y admiración en otros al conocer la dimensión del plan que se había preparado.

En España, donde residía, la patriota Ana Betancourt, la misma que había clamado por los derechos de la mujer en Guáimaro en 1869, conoció de aquel revés y le escribió a su sobrino Gonzalo de Quesada, discípulo y colaborador de Martí:

Te mandé un número del Heraldo para que leyeras el suelto en el cual se daba cuenta de que en la Florida habían cogido un contrabando de armas y de pertrechos q. según decían, iban para Cuba. ¿Será cierto? ¿Se habrá perdido? La mala suerte nos persigue y esos perros Yankees nos hacen todo el mal que pueden. Mas no hay que desalentarse por ello. Sigue impertérrito en la obra de independizar a Cuba. La sangre de los héroes que ha empapado nuestra tierra, la tierra de nuestros campos la fecunda. En el aire flotan los gérmenes que algún día darán abundantes frutos.[22]

Sobreponiéndose ante aquel duro revés, los patriotas, con el Apóstol al frente, apartaron lamentaciones y se dedicaron a reorganizar los planes a partir de los recursos con los que contaban y, bajo ninguna alternativa paralizaron el avance de la insurrección, que ahora tendría que llevarse a efecto en la Isla sin esperar aquellas expediciones. El día 29 de enero se firmó la Orden de Alzamiento. El reinicio de la revolución estaba en marcha.

Notas

  1. Julio Le Riverend y otros autores: Historia de Cuba 2, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1974, p. 190.
  2. Fuente: Julio Le Riverend y otros autores: Historia de Cuba 2, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1974, pp. 185 y 188. (Última columna añadida por ProleWiki)
  3. Fuente: Cuba y su historia, Ed. Gente Nueva, La Habana, 1998, p. 87. Los datos han sido elaborados por el profesor Oscar Loyola Vega a partir de los ofrecidos por Manuel Moreno Fraginals en su obra El Ingenio, t. III, publicada en La Habana por la Ed. de Ciencias Sociales, 1978.
  4. Leland H. Jenks: Nuestra colonia de Cuba, Edición Revolucionaria, La Habana, 1966, p. 49.
  5. José Martí: "El plato de lentejas", Obras Escogidas en tres tomos, t. III, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, p. 319.
  6. Fernando Portuondo del Prado: Historia de Cuba, Ed. Pueblo y Educación, La Habana, 1974, p. 496.
  7. Mildred de la Torre Molina: "Máximo Gómez y Antonio Maceo desde el prisma de la reacción", Máximo Gómez en perspectiva, Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 2007, p. 50.
  8. Eduardo Torres-Cuevas y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba 1492-1898. Formación y liberación de la nación, p. 326.
  9. Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales. 1868-1898, p. 375.
  10. Eduardo Torres-Cuevas y Oscar Loyola Vega: Historia de Cuba 1492-1898. Formación y liberación de la nación, p. 329.
  11. Rafael Ramírez García y Nadia García Estrada (Comp. y notas): Correspondencia José Martí-Máximo Gómez, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2005, p. 29.
  12. Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1868-1898, p. 361.
  13. José Luciano Franco: Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, t. I, Ed. de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973, p. 363.
  14. Rafael Ramírez García y Nadia García Estrada (Comp. y notas): Correspondencia José Martí-Máximo Gómez, p. 43.
  15. José Martí: "Lectura en Steck Hall", Obras Completas, t. 4, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 211.
  16. Yo conocí a Martí, Selección y prólogo de Carmen Suárez León, Ediciones Capiro, Santa Clara, 1998, pp. 129-131.
  17. José Martí: "Nuestras ideas", Obras Escogidas en tres tomos, t. III, pp. 64 y 70.
  18. Rafael Ramírez García y Nadia García Estrada (Comp. y notas): Correspondencia José Martí-Máximo Gómez, p. 49.
  19. Máximo Gómez: Diario de campaña, Centenario 1868, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 264.
  20. José Martí: "El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América", Obras Escogidas en tres tomos, t. III, pp. 361-362.
  21. Anuario del Centro de Estudios Martianos, no. 14, La Habana, 1991, pp. 13-14.
  22. Francisca López Civeira: Tallar en nubes, Ed. Gente Nueva, La Habana, 2007, pp. 56-57.