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Biblioteca:Historia de Cuba 1492 - 1898. Formación y liberación de la nación/La ruptura de la sociedad criolla: la sociedad esclavista

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La reforma desde arriba: Cuba, terreno de ensayos

El 6 de julio de 1763 tomaba posesión del gobierno de Cuba, en nombre del rey de las Españas, el teniente general Ambrosio de Funes y Villalpando, conde de Ricla. A cambio de la estratégica posición, se le entregaba a Gran Bretaña la Península de La Florida, hasta entonces parte integrante de la capitanía general de Cuba. España, a su vez, obtenía de Francia parte de la extensa zona de la Louisiana.

La toma de La Habana por los ingleses recrudeció la lucha por el dominio del Caribe; en consecuencia se produjo un cambio de estrategia por parte de España. Su aliada, Francia, había desaparecido como potencia americana al perder los extensos territorios de Quebec (Canadá) y la amplia región de la Louisiana. Ahora la frontera estaba entre el imperio anglosajón y el hispano pero sus límites eran imprecisos por constituir amplias regiones aún no ocupadas. Madrid comprendió la necesidad de fortalecer los centros estratégicos americanos, en particular la frontera marítima y terrestre entre los dos imperios cuyo epicentro estaba en el Caribe. Por su posición y recursos, Cuba era la principal base ante nuevos conflictos.

Las prioridades del conde de Ricla así como las de sus asesores y sucesores, estaban dirigidas al fortalecimiento militar de la Isla. Este objetivo debía cumplirse aplicando una nueva política que se basaba en la necesidad de crear una amplia base económica y ágiles mecanismos administrativos que permitieran que el sistema defensivo fuese lo más autónomo y potente posible.

En el breve período de 1763 a 1765, el gobernador y sus asesores inician el estudio de la sociedad cubana y dan los primeros pasos en los cambios necesarios para lograr sus objetivos. Su centro fue la modernización del sistema defensivo con fondos mexicanos, los llamados "situados". Para ello emprendieron una doble línea de acción. Por un lado se reconstruyen las fortalezas de El Morro, La Fuerza y La Punta; se edifican las de La Cabaña, Atarés y El Príncipe; los fortines de La Chorrera y Cojímar; las baterías de La Pastora (rehecha) y El Polvorín, y se moderniza la muralla de la ciudad habanera. Hacia 1774, el sistema se completó con la ampliación de los castillos de El Príncipe en La Habana, de San Severino en Matanzas y El Morro en Santiago de Cuba.

La segunda línea de acción se orientó hacia la reorganización de los cuerpos de defensa (los regimientos de fijos y las milicias), constituidos por los naturales del país. Se puso especial énfasis en la formación de jefes militares criollos. Bajo las concepciones prusiano-francesas del conde de O’'Reilly se crearon regimientos de blancos, pardos y morenos. La alta oficialidad pertenecía a la oligarquía criolla. La Isla fue considerada zona militar priorizada del imperio. Estas tropas criollas fueron las primeras reorganizadas para toda América y su reglamento sirvió de modelo a la de otras regiones, como es el caso de Filipinas, Venezuela y Perú.

La base de todo el sistema defensivo no era otra que la reorganización y reorientación de la economía de la Isla. Ésta es la causa por la cual se producen notables concesiones a la oligarquía de Cuba, a la que se consideraba, en la nueva estrategia, la aliada necesaria, no sólo para el mantenimiento de su dominio en la Isla sino, también, para cualquier estrategia continental.

A partir de estas conclusiones, Ricla concibió e inició la reforma del sistema colonial en Cuba. Esta política, de un modo u otro, se mantendría hasta 1808. Su coloración más fuerte se la dio la esclavitud. Entre las medidas iniciales tomadas por este gobernador estuvieron: la reorganización administrativa con la creación de la Real Intendencia General de Ejército y Hacienda; la supresión de los privilegios de la Real Compañía de Comercio de La Habana y la permisibilidad del libre comercio con extranjeros; la promulgación por la Corona de la nueva ley arancelaria; la liquidación del monopolio de Cádiz con la apertura al comercio de la Isla de otros puertos españoles; la ampliación del comercio con puertos cubanos (La Habana, Santiago de Cuba, Trinidad y Batabanó); la creación de un nuevo sistema de correos que colocó a La Habana en el centro de las comunicaciones postales; el dictado de medidas protectoras del artesanado; la ejecución de planes de desarrollo urbano y el reajuste de todo el sistema de impuestos con el objetivo de que, a corto plazo, cubriese los gastos administrativos y militares de la Isla.

Especial énfasis puso Ricla, así como sus continuadores, en cambiar los centros de poder en Cuba. De esta forma se estructuró una nueva organización política centralizada en el capitán general como jefe militar y gobernador superior como jefe político. En la base de esta estructura política estaban los capitanes de partidos que asumieron funciones civiles y militares en ciudades, villas y pueblos. Todo estuvo dirigido a restarles poder a los cabildos o ayuntamientos.

En realidad no se puede entender la reforma iniciada por Ricla sólo a través de las medidas dictadas. Fuerzas antirreformistas también actuaban en Madrid. Los comerciantes gaditanos, motivados por el deseo de mantener su monopolio sobre la Isla, se unieron en la resistencia a las reformas. Esta pugna ha sido presentada como entre productores criollos y comerciantes españoles; en realidad, en ambos bandos había criollos y españoles, también comerciantes y dueños de ingenios.

Otras medidas no tuvieron carácter oficial aunque la Corona las conocía. Sólo con el tiempo fueron legalizadas. En este sentido una decisión de Ricla sería fundamental en la vía de desarrollo esclavista y azucarero. Alegando razones militares, permitió la introducción masiva de esclavos en barcos extranjeros. Éste fue uno de los negocios principales en el enriquecimiento de los hombres que rodeaban al capitán general y del sector de la oligarquía criolla asociado a ellos. Una parte de los situados de México así como del dinero de la administración de Cuba fue desviado hacia estos negocios. La oligarquía criolla entrará en el siglo XIX recordando estos tiempos como "la época feliz", como los tiempos en que se había iniciado "la verdadera historia de Cuba".

Los sucesores de Ricla continuaron desarrollando esta política, en especial el gobernador Felipe Fondesviela y Ondeano, marqués de la Torre. Concluido en lo fundamental el sistema de fortalezas y organizado el sistema de hacienda y rentas, encontró una población que, bajo el seguro amparo de sus castillos y murallas y con un incremento de las actividades económicas y comerciales, empezaba a expresar el gusto urbano de las grandes ciudades. La Habana incrementó la pavimentación e inició el alumbrado de las calles, dispuso medidas sanitarias, e inició la construcción del primer paseo habanero, la Alameda de Paula; del primer teatro, El Principal; y del Palacio de los Capitanes Generales. Con el objetivo de poseer una amplia estadística de la situación poblacional y económica ordenó y llevó a cabo el censo de 1774, el primero realizado en la Isla. De la Torre dictó un bando prohibiendo las casas de guano en la ciudad, con lo que obligó a los pobres a refugiarse en barrios marginales como Jesús María y La Salud. La ciudad cambió de fisonomía y se impuso una nueva arquitectura de grandes y ostentosos palacios. En realidad, la concepción de la ciudad moderna se había iniciado con el conde de Ricla, quien la había dividido en barrios y había definido los espacios internos de lo que se empezó a llamar La Habana de intramuros.

La política del Despotismo Ilustrado en Cuba repercutió de modo diferente en las distintas clases y estamentos sociales. El sistema de fortificaciones en el que trabajaban miles de peones, en las más diversas condiciones y oficios, en su mayoría esclavos, permitió el desarrollo de numerosos oficios y artes, lo que siguió ampliando y fortaleciendo las bases de las capas medias sociales, de los trabajadores calificados y de la esclavitud.

El auge de la sociedad esclavista

Desde la década de 1760, y como consecuencia de la política de reformas, el movimiento de transformaciones estructurales acentuó las tendencias que darían auge a la sociedad esclavista. El período cubre de 1763 a 1846. El proceso demográfico de estos años es revelador. Es el más intenso de los siglos coloniales y, mundialmente, sólo lo supera el de los Estados Unidos. En 89 años la población se sextuplicó (en 1757 existían 145 877 personas; en 1846, se censaban unas 898 754). La densidad de población pasó de 1,4 habitantes por km2 a 8,4. Unido al proceso de crecimiento demográfico estuvieron sustanciales alteraciones en la composición de la población. En 1775, la población blanca era el 56,2 % (96 449 personas), la llamada "de color" el 44 % (75 203), y la esclava de un 26 % (44 528). Al final del período, en 1846, la relación se había invertido: la población blanca representaba el 47,4 % (425 767 personas); la de "color" el 52,6 % (472 985); mientras que la esclava llegaba al 36,1 % (323 759).

Las cifras anteriores demuestran que, aunque el crecimiento demográfico se produjo en todos los componentes poblacionales, fue más intenso en unos que en otros. Esta tendencia se expresa en las tasas de crecimiento: la más alta es la esclava, 3,8 %; le sigue la blanca, 2,7 %; y la más baja es la de negros y mulatos libres, 2,2 %. De continuar este proceso, la población llamada en los censos "de color", que ya era mayoría, seguiría incrementando su presencia. Otro aspecto importante se relaciona con los índices de reproducción. En 1846, la tasa de natalidad era de 41,3 por mil, mientras que la de mortalidad de 24,4. Aunque la tasa de reproducción es alta, la de mortalidad también lo es. En esta fecha sólo el 4 % de la población es mayor de 60 años. En particular, la mortalidad hacía estragos en la población esclava y, dentro de ésta, la que se encontraba en ingenios y cañaverales donde oscilaba entre un 10 % y un 20 % anual. El alto crecimiento demográfico en el período se debió a la fuerte inmigración. Ésta fue de dos tipos bien distintos: la forzada africana o trata negrera y la libre europea.

El comercio de esclavos se concibió como la vía para resolver la necesidad de fuerza de trabajo en las plantaciones azucareras y cafetaleras. En realidad, la esclavitud tuvo en Cuba múltiples destinos. Entre 1763 y 1845 se introducen en el país 636 465 esclavos; un año después esta población era de 473 055 personas. Teniendo en cuenta el bajo incremento de los negros libres, ello demuestra la alta mortalidad entre los esclavos. En el período pueden diferenciarse tres etapas del comercio de negros. La primera, de 1763 a 1788, se caracteriza por su actividad extraoficial, aunque permitida, con traficantes ingleses y de Norteamérica, lo que significó la ruptura de los límites hasta entonces establecidos.

La segunda etapa se extiende de 1789 a 1820. En ella la Corona promulgó diversas reales órdenes que le dieron carácter legal al comercio de negros. La real cédula de 22 de abril de 1804 liberó de impuestos a las maquinarias y utensilios traídos para los ingenios y eximió de pago por la producción de algodón, café, añil y azúcar. En estas circunstancias se intensificaron la guerra comercial de los azucareros británicos contra la producción cubana y el movimiento abolicionista en Gran Bretaña. En 1807 Inglaterra suprimió la trata de africanos. En 1811, los esclavistas de Cuba tuvieron que enfrentar la primera acción directa de los ingleses que concluyó con la firma del tratado hispano-británico de 1814. En él, España se comprometió a eliminar el comercio de esclavos sin perjudicar los intereses de sus posesiones. Su abierto incumplimiento llevó al gobierno inglés a acciones más decididas. Sometida España a una presión más directa, firmó, en 1817, un segundo tratado. En él se estipulaba la prohibición de la trata al norte del Ecuador a partir del 30 de mayo de 1820. Lo llamativo es que, en 1818, los ingleses suscribían otro con Portugal en el que aprobaban el comercio de esclavos entre África y Brasil donde tenían fuertes intereses económicos. Las consecuencias fueron un alejamiento de los grupos esclavistas y tratistas de Cuba de Gran Bretaña, lo que dificultó la penetración inglesa en la economía cubana e impulsó las relaciones con los Estados Unidos, en cuyo gobierno predominaban los esclavistas.

En 1820 se inicia la tercera etapa o de la trata ilegal permitida. En un documento de la Corona a su intendente en La Habana, de 14 de mayo de 1820, se traza la política a seguir al entrar en vigor los acuerdos que prohíben el comercio de esclavos: "usando de toda la sagacidad y maña que le sugieran sus conocidos talentos, y experiencia, y exigen la delicada naturaleza de este negocio, procure V. I. disimular, y no impedir la entrada a ese Puerto a las embarcaciones empleadas legalmente en el trabajo de negros, esperando el Rey que en el desempeño de este cargo, se conducirá V. I. con el tino, pulso, y reserva que tanto interesan para evitar reclamaciones, y otras fatales resultas que podrían experimentarse con desdoro del Gobierno, si llega a hacerse pública esta disposición de S. M."[1]

La trata se incrementó en estos años gracias a la permisibilidad oficiosa; pero nuevos hechos la colocaron en una difícil encrucijada. El tratado entre Francia e Inglaterra (1833), la promulgación de la abolición de la esclavitud en las colonias inglesas (1833) y la guerra civil en España, crearon las condiciones para un nuevo tratado hispano-británico contra el comercio de esclavos (27 de junio de 1835). Si el nuevo acuerdo no provocó la disminución de la trata, la actitud inglesa, ahora mucho más agresiva, creó entre esclavistas y tratistas una mayor preocupación. Con sus altibajos, la trata logró mantenerse e, incluso, incrementarse en algunos años. El 2 de marzo de 1845 el gobierno español promulgaba la Ley de Represión del Tráfico Negrero. Ésta era la resultante de diversos intereses; por su artículo nueve le garantizó a la burguesía esclavista "que en ningún caso ni tiempo podrá procederse, ni inquietar en su posesión a los propietarios de esclavos con pretexto de su procedencia."[2]

Aunque la razón esgrimida para la introducción de esclavos era su necesidad en las plantaciones azucareras y cafetaleras, en realidad el destino de este tipo de población fue mucho más amplio. Tomando los datos del censo de 1841, sólo 23 % (unos 100 000) de los esclavos estaban en los ingenios y el 14 % (60 000) en los cafetales, mientras que el 45 % (196 202) eran dedicados a actividades doméstico-urbanas; y en sitios, estancias y vegas, se encontraba el 18 % (80 263).

Las cifras anteriores son un pálido reflejo de la complejidad del proceso esclavista cubano. A diferencia de Las Antillas inglesas y francesas, la mayoría de los esclavos no están en las plantaciones azucareras o cafetaleras. En realidad una gran parte de la población está, en esta época, vinculada, de un modo u otro, con la esclavitud. De aquí que éste sea el problema social más agudo de estos años. Por estas razones, la esclavitud cubana presenta tres problemas fundamentales. El primero es el grado de integración de los esclavos a la sociedad. En este sentido hay que distinguir al bozal –-africano que mantiene sus raíces culturales originarias y cuyo deseo es el retorno a su tierra de origen-–, al criollo -–nacido en Cuba y de cuya cultura forma parte pero que aún mantiene nexos patriarcales con su pasado transoceánico-–, y al rellollo -–hijo de criollo que forma parte integrada del proceso de formación nacional-–. El segundo es la diversidad étnica que obliga a un proceso de autoidentificación en la condición única en que todos están colocados en la sociedad que no sólo los explota sino que, además, los discrimina. El tercero lo crean los diferentes lugares que ocupan dentro de la sociedad. En este sentido existe una clara distinción entre los esclavos de plantaciones, los domésticos, los vinculados a la producción artesanal y los que realizan trabajos "de negro", en los muelles, construcción de caminos y canteras. La diferencia ocupacional de los esclavos implicará distintos niveles de recepción y comprensión de la problemática social, así como el mayor o menor grado de comunicabilidad entre ellos y el resto de la sociedad. La relación entre el esclavo de barracón con su medio está mediada por la explotación intensiva, el aislamiento y el celibato forzoso; el esclavo agrícola no plantacionista asimilará la cultura campesina; y del urbano surgirá un artesanado creativo e imaginativo que ya, para esta época, comienza a configurar una parte segregada de las capas medias sociales.

Desde el inicio de la introducción masiva de esclavos surgieron proyectos paralelos para promover la inmigración libre europea. Mientras los esclavos estaban destinados a las plantaciones, por lo menos como intención, la inmigración europea garantizaría el desarrollo de un campesinado, con dos objetivos: promover una economía complementaria a la de las plantaciones, y contrarrestar la influencia africana. La legislación española trató también de incentivar la "colonización blanca". La real cédula del 21 de octubre de 1817 le garantizó a todo extranjero los mismos derechos que a los españoles. Fueron numerosos los factores que incidieron a favor de esta inmigración. Desde las guerras europeas, los cambios de soberanía de territorios como La Florida y la Louisiana hasta las guerras de independencia de América Latina. Por estas razones su procedencia fue diversa. La más numerosa siguió siendo la hispano-europea.

La más destacada, después de la inmigración española en estos años fue la francesa. Unos 30 000 individuos de esta nacionalidad llegaron a Cuba en el período. Ellos fundaron importantes ciudades como Cienfuegos, introdujeron nuevas técnicas en el café, el cacao y el regaliz, y dejaron una profunda huella en la cultura cubana. La orquesta de la contradanza francesa será la base de la evolución de nuestras orquestas típicas; Juan Bautista Vermay será el primer director de la escuela de pintura de San Alejandro.

El hecho demográfico no es más que parte de un proceso mucho más amplio. En 1763 el espacio geográfico cubano apenas había sido modificado por el hombre, si se exceptúa el entorno de las escasas villas y ciudades. A su vez, el desarrollo de éstas fue desigual. Sus posibilidades estuvieron relacionadas con las rutas del comercio, ya fuese legal o de contrabando. Estos núcleos urbanos eran los puntos de irradiación del poblamiento y de la conversión de esos espacios vírgenes en regiones económicas. Para ello se requería de capital y no todos habían acumulado el suficiente para la necesaria inversión inicial. En algunas villas como Bayamo, la disminución del comercio ilegal antillano produjo un estancamiento que se reflejó en todos sus índices económicos y poblacionales. Será el avance azucarero el que impele al desmonte de bosques, a la creación de una red de pueblos, villas y ciudades, al desarrollo del campesinado -–montado todo ello sobre los hombros de los esclavos de las plantaciones–-, y a la introducción de nuevas y modernas maquinarias. El azúcar es quien va configurando una economía nacional y, como lógica consecuencia, un interés nacional.

Por la base, tanto humana como comercial y de capitalización que ya tenía creada, será Occidente la que iniciará con más fuerza la conquista del espacio cubano. Es el proceso productivo el que modifica constantemente la división política del país. No obstante, la incorporación de las tierras vírgenes a la producción continuará hasta muy avanzado el siglo XX . La interrelación interna de las producciones agrícolas y de la vida comercial de las ciudades, con sus puertos exportadores-importadores, constituyen los Complejos Económico-Sociales Regionales que, para esta época, son Occidente, Centro, Puerto Príncipe, Bayamo y Santiago de Cuba. El rasgo de dinamismo de un Complejo Económico-Social lo da su capacidad exportadora. Por esas razones son el azúcar, el café y el tabaco los centros inversionistas. Paralelamente se desarrollan en ellos otros tipos de producciones como la de ganado y productos alimenticios en el campo y surgen numerosos talleres y comercios en las ciudades. Los Complejos Económico-Sociales, a su vez, se subdividen en regiones que integran en sí mismas varias zonas productivas con ciudades cuyas bahías se transforman en importantes puertos como son los casos de Matanzas, Cárdenas y Cienfuegos. Cada región contiene un verdadero mosaico formado por las zonas de especialización productiva. En una misma región hay zonas especializadas en azúcar, en tabaco, en ganado y en productos alimenticios. En las zonas azucareras y cafetaleras la población es mayoritariamente esclava, entre un 58 % y un 67 % del total; en las de sitios de labor y estancias es sólo de un 30 %; y en las ganaderas y vegueras de un 14 %.

La sociedad esclavista cubana tuvo características propias. En primer lugar, la plantación esclavista se injerta en la sociedad criolla y en sus estructuras anteriores modificándolas. En segundo lugar, el capital invertido proviene de los propios hacendados y comerciantes establecidos en la Isla. En tercer lugar, los propietarios de hatos y corrales van a desarrollar tanto las plantaciones esclavistas como la explotación del campesinado, si bien de formas muy diferentes. En este período dividen sus tierras: unas las dedican al ganado, otras las reparten a campesinos bajo contrato, y otras las dedican a las plantaciones azucareras o cafetaleras. Un estudioso de esa época escribe: "La demolición de las haciendas montuosas, o su conversión de tierra de pastos, en tierra de labor, ha enriquecido las familias patricias, pues cuando completa su figura circular contiene el hato 1 600 caballerías, y el corral 400, y valiendo en estado de crianza desde 15 000 hasta 45 000 pesos repartidas a los labradores, aunque no sea más que a 300 pesos la caballería, se convierte el primero en un capital de 500 000 pesos más y el segundo, en otro de 120 000".[3]

Este núcleo oligárquico formado, en 1800, por unas 500 familias y 50 casas comerciales inicia un proceso de capitalización que los diferenciará de los terratenientes poseedores de grandes extensiones de tierras, sobre todo en el centro-oriente de la Isla. Sus tierras ahora adquieren un mayor valor y su producción es esencialmente mercantil. Una parte distribuida a los campesinos a censo y otra dedicada a ingenios azucareros. El costo de éstos fluctuaba entre 160 000 y 180 000 pesos (el equivalente a unos 500 000 dólares de 1958). Por tanto, el ingenio y sus cañaverales es una parte del conjunto productivo no una pieza independiente. Incluso, esta condición de grandes propietarios, les permitía, cuando se agotaban los suelos, trasladar el ingenio a nuevas tierras. Algunos de estos oligarcas tenían posesiones mayores que el territorio de islas como Granada o Martinica. Quizás les sorprendería que hoy se les llame plantadores -–derivado del término inglés planter–- cuando en el siglo XIX exhibían con orgullo el nombre de hacendados. Hacia 1792, para la oligarquía trabajaban unos 60 000 esclavos en plantaciones y 77 700 campesinos; a mediados del siglo XIX , la desproporción se mantenía, 365 000 labradores y 220 000 esclavos en plantaciones. Si el problema de la esclavitud era el más inmediato, el agrario seguiría marcando las luchas sociales hasta el triunfo de la Revolución en 1959.

El sistema de plantaciones, no obstante, cambió la mentalidad económica de estos hacendados. La concepción de estas unidades era absolutamente moderna. Una plantación de la época poseía las siguientes características:

1) es una unidad territorial enmarcada entre las 30 y 40 caballerías;

2) la explotación de la tierra es intensiva, no como la posesión feudal que mantiene improductivas o con bajos rendimientos una gran parte de su territorio;

3) sólo puede subsistir de acuerdo con su productividad por lo que su producción se reputa en ganancia, no como en el latifundio feudal que se basa en la renta, ya en especie, ya en dinero;

4) es, fundamentalmente, monoproductora de materia prima o productos de alta demanda para la industria y el consumo de los centros en desarrollo del capitalismo;

5) su producción es para la exportación lo que la vincula a los mercados capitalistas más importantes.

Este sistema creó una nueva mentalidad. Un movimiento científico se dedicó al estudio de las producciones tropicales, de las nuevas tecnologías –-en 1818 se introduce la máquina de vapor en los ingenios cubanos cuando aún no la poseían las industrias en España–- y de las enfermedades más comunes en el país. Quizás una de las expresiones más claras de este nuevo modo de pensar se manifestó en la lucha contra la Iglesia por deshacerse de los impuestos religiosos y, más a fondo, en una actitud laica de la que dejaron constancia al cambiar la costumbre de colocarles a sus ingenios nombres religiosos para adoptar los neoclásicos -–al puro estilo de la burguesía de la época–- como Anfitrite o La Ninfa, o los que expresaban su espíritu retador: Casualidad o Atrevido.[4]

Diferenciando este tipo de colonias de la clásica de explotación terrateniente feudal, Carlos Marx expresa: "En la segunda clase de colonias -–las plantaciones que fueron desde el momento de su nacimiento especulación comercial, centro de producción para el mercado mundial–- existe un modo de producción capitalista, aunque sólo de modo formal, puesto que la esclavitud de los negros excluye el libre trabajo asalariado, que es la base sobre la que descansa la producción capitalista. Son, sin embargo, capitalistas los que manejan el negocio de la trata de negros. El sistema de producción introducido por ellos no proviene de la esclavitud sino que se injerta en ella. En este caso el capitalista y el amo son una misma persona."[5] Después de aclarar que la esclavitud de los negros es una esclavitud puramente industrial, define: "El que los dueños de plantaciones en América no sólo los llamemos ahora capitalistas, sino que lo sean, se basa en el hecho de que ellos existen como anomalía dentro del mercado mundial basado en el trabajo libre.[6] Por estas razones, a esta oligarquía se le ha denominado burguesía esclavista.

La introducción masiva de esclavos y la fuerte inmigración europea, aún sin raíces en el medio social y cultural criollo, tendrán un profundo impacto en la evolución nacional cubana. Retrasa y a la vez enriquece el proceso de formación nacional, en el cual, reconocidos o no, participan todos; introduce barreras que dificultan la integración nacional. Formación e integración nacionales no marcharon al mismo ritmo. En el caso cubano, era más rígida la frontera racial –-que dividía a la sociedad en estamentos–- que la de clase, fragmentada ésta internamente por el problema racial.

El verdadero catalizador de todos los procesos ocurridos en la economía y la sociedad cubanas del período lo fue la creciente demanda de productos tropicales en los principales mercados del mundo. El azúcar y otros derivados de la caña se convirtieron, junto al café, el tabaco, el añil y el cacao, en los más cotizados. Un conjunto de factores internacionales hicieron que las ofertas no cubriesen las demandas: las guerras europeas, la revolución haitiana –-que hizo desaparecer del mercado al primer productor mundial de azúcar y uno de los principales de café y cacao–-, el crecimiento constante de los Estados Unidos, el desarrollo de las industrias y de las grandes urbes en las metrópolis y el mejoramiento de las redes de comunicación, entre otros factores, incrementaban el precio de estos productos que no satisfacían las necesidades de los mercados. La comprensión de esta situación es la que explica las reformas que se implantaron en Cuba. El proceso fue acelerado porque existían ya las bases para ello.

La relación del incremento del número de ingenios por Complejo Económico-Social es significativa:

1775 1792 1827 1862
Occidente 160 245 449 683
Centro 142 116 161 492
Puerto Príncipe 50 55 85 117
Oriente 126 113 305 239
Totales 478 529 1000 1531

Sin embargo, no es el número de ingenios el que da la verdadera dinámica azucarera. El porcentaje de la producción es el que lo expresa:

1827 1862
Occidente 88.2 66.1
Centro 7.0 26.1
Puerto Príncipe 0.3 1.6
Oriente 4.4 5.8

La desproporción se explica porque dentro del concepto de ingenio que se usa en las estadísticas, entran unidades productivas muy diferentes. En realidad, éstas se dividen en tres tipos:

1) el trapiche, "cuyo dueño pertenece a clases humildes [...] pues su eficiencia [...] reside precisamente en su tamaño minúsculo";[7] es una manufactura esencialmente pueblerina sin pretensiones exportadoras;

2) el ingenio semimecanizado que, aunque posee máquina de vapor su sistema de calderas está conectado a una misma boca de fuego;

3) el ingenio mecanizado que posee máquina de vapor y tren o sistema de calderas al vacío.

Desde 1818 se introduce la máquina de vapor y en la década del 30 el sistema de calderas al vacío. Es entonces que la tecnología se convierte en un factor decisivo para la competencia azucarera y ésta sólo está al alcance de los grandes capitales que se concentran, inicialmente en Occidente y, a partir de la década del 30 se expanden por el Complejo Económico-Social del Centro.

Otro aspecto es importante tener en cuenta en este período. Cuba no es ni un país monoproductor ni tiene la dependencia de un sólo mercado. No obstante, la tendencia perfila el predominio azucarero en la producción y al mercado norteamericano como su principal destino. Los porcentajes de las exportaciones se comportaron de la forma siguiente, de acuerdo con el monto de su valor:

Como puede observarse, el azúcar aumenta constantemente su porcentaje dentro de las exportaciones cubanas, tendencia que continuará en el resto del siglo XIX; el café, que llegó a constituir el segundo renglón en importancia, desaparece como producto exportador significativo; y otros productos, como las maderas preciosas, disminuyen sustancialmente.

Sólo el tabaco mantendrá cifras significativas. Aunque desde finales del siglo XVIII el mercado norteamericano es el más importante, Cuba exporta a los más diversos países y en sus puertos se pueden encontrar barcos de tan lejanos lugares como Rusia, Baviera o Polonia. En 1827, sólo el 22,4 % de los azúcares cubanos tiene como mercado los Estados Unidos. España ocupa el segundo lugar, Francia el tercero e Inglaterra el cuarto. Para la década del 30, Inglaterra ocupa el segundo lugar, mientras que España pasa a tercero. A partir de la década de los 50, los Estados Unidos reciben más del 40 % de la producción cubana y, diez años después más del 50 %, como media anual. España, a su vez, en el año de mayor exportación sólo recibe el 8,68 % y en el de menor, el 4,54 %. A pesar de estas cifras, el mercado español resultaba importante. Mientras los Estados Unidos, Inglaterra y Francia sólo compraban azúcar crudo, pues tenían sus refinerías, España era la única consumidora de nuestro azúcar refino.

La producción azucarera cubana, que en 1760 era sólo de 4 969 t, alcanzó, en 1827, las 76 669 t. Para esta fecha ya era el mayor productor mundial del dulce. Gracias a las nuevas tecnologías, en 1864, rebasaba el medio millón de toneladas.

De la vida cotidiana y otros temas

Las transformaciones que se operan en la esfera productiva del país, su amplio intercambio comercial con las más variadas naciones del mundo, la presencia multicultural dentro del núcleo de la hispanidad, la interrelación de hábitos y costumbres en el mosaico poliétnico de la Isla, la rígida estructura clasista-estamental y el proceso de expresión de las nuevas formas de la sociedad cubana, se reflejan en la vida cotidiana del país. Las tradiciones, hábitos y costumbres generados por la sociedad criolla de los siglos precedentes sufren un recambio importante que se refleja en los gustos, formas y tipos característicos de la naciente sociedad cubana. Ello no opera sólo como un cambio en las ideas y en las concepciones económicas, sino en todo el amplio mundo espiritual y material del hombre común.

Los límites sociales tienen una amplia expresión en los tipos de viviendas, ropas y alimentos. Los ricos poseen amplias y lujosas casas con numerosa servidumbre –-las de los comerciantes se caracterizan por ser también almacenes y comercios-–; visten a la europea, su comida es variada y abundante; a partir de la segunda mitad del siglo XVIII , sólo salen a la calle en calesas o volantas, pasan temporadas en Europa y gastan enormes fortunas en sus gustos y placeres. En el siglo XIX , crece la tendencia a viajar a los Estados Unidos. En las capas medias y pobres de las ciudades, las condiciones de vida son en general precarias; su alimentación se basa en el tasajo y el bacalao, guardan sus ropas en baúles, el mobiliario lo componen taburetes, butacas y otros muebles de construcción rústica; en las paredes cuelga, como único adorno, la imagen de algún santo. Los campesinos viven en el clásico bohío de palma, guano y piso de tierra, visten calzones largos y camisas de lienzo ordinario, los zapatos son altos de piel mal curtida, se protegen del sol con sombreros de paja y usan machete al cinto, con lo que ya aparece bastante definido el arquetipo del campesino cubano. Los esclavos de plantaciones viven en barracones, su comida es el clásico ajiaco criollo, están sometidos, en su mayoría, a un celibato forzoso y sus únicas fiestas las celebran dentro del batey del ingenio. Se calcula que en su mantenimiento sólo se invertía tres centavos diarios.

La vida cotidiana de las ciudades se caracterizaba por la animación popular. El crecimiento de La Habana rebasó los límites de la muralla. Pronto la urbe quedó dividida en intramuros y extramuros y su vida quedó marcada por la presencia de esa monumental obra. Los pobres son empujados a los barrios marginales de La Salud y Jesús María y a una zona de extramuros de humildes casuchas. Hacia la década de los años 20, la zona conocida como el Cerro se convierte en barriada de la aristocracia habanera caracterizada por las amplias quintas, casas rodeadas de jardines y frutales. El día comenzaba con un cañonazo que se disparaba en la fortaleza de San Carlos de La Cabaña a las cuatro y media de la madrugada. Era la señal para abrir las siete puertas de la muralla (las de la Punta, Luz, Colón, Monserrate, de la Tierra, Arsenal y Tenazas). Numerosos campesinos y vendedores entraban para dirigirse a los dos mercados de la ciudad: los de Cristina, y el Cristo en intramuros. En las décadas del 20 y 30 surgen los de Colón y del Vapor en extramuros. A las nueve de la noche, otro cañonazo indicaba el cierre de las puertas. Este último aún se escucha en las noches habaneras.

Caracterizaba el ambiente citadino en las primeras horas del día el pregoneo de los vendedores ambulantes. Toda la ciudad se llenaba de un intenso movimiento de trabajadores, la mayoría esclavos, en los muelles, de artesanos en sus talleres y de gran cantidad de muchachos pobres que limpiaban botas, repartían periódicos, hacían mandados, etc. Las campanas de las iglesias marcaban el ritmo de la vida habanera. Según el número y tipo de toques de campana se anunciaba la oración, la misa, un incendio, una catástrofe, las grandes festividades, la muerte, desde el amanecer hasta la tarde, cuando se oía el angelus. Los goces de la vida empezaban por la noche. La principal diversión era el baile pero con marcada separación clasista-estamental. Los paseos a la caída del sol es otra de las actividades practicadas. En La Habana se situaban, primero en la Alameda de Paula y la Plaza de Armas, y, desde la década del 30, en el paseo Extramuros y el de Tacón (San Luis Gonzaga). En las ciudades también se realizaban tertulias, bien en casa de algunos de sus integrantes, o en cafés donde se reunían separadamente diversos grupos y sectores sociales (la Lonja y la Paloma para las capas acomodadas, el Comercio para las capas medias) o en sociedades. Estas tertulias pasaron, en algunos casos, de las puras reuniones banales de amigos, a las famosas de carácter científico-literario, de las cuales, las más renombradas, en este período, fueron las que se efectuaban en la casa del obispo Espada y en la de Domingo del Monte. Las sociedades empezaron a desarrollarse sobre todo en la década del 40.

La asistencia al teatro constituía otro de los atractivos de la época. A finales del siglo XVIII se construyó el primero, El Principal o de la Ópera y en la década del 30, el Tacón, hoy Gran Teatro de La Habana. En ellos no sólo se representan comedias, sino también óperas, conciertos, sainetes, minués, etc. El juego tenía una gran difusión en todas las capas, en particular el de las cartas y los gallos. En las capas inferiores, segregadas de los placeres de las clases dominantes, los entretenimientos eran ver los volatineros que bailaban la cuerda floja, el capeo de novillos, los fuegos artificiales, las peleas de gallos; todo ello en las agitadas y bulliciosas plazas públicas. Además, eran muy populares las romerías a los pueblos cercanos los días de los santos patrones.

Cuba y la independencia de los Estados Unidos: una ayuda olvidada

En 1776, se dieron las condiciones para un nuevo enfrentamiento con Inglaterra. La causa del conflicto fue la sublevación de las Trece Colonias de Norteamérica contra su metrópoli. Para entonces los resultados de las reformas fructificaban.

El desarrollo de un complejo sistema de relaciones comerciales entre La Habana y las Trece Colonias había creado un nexo bilateral, al margen de los intereses de sus respectivas metrópolis. En la década del 1760-1770 las mieles cubanas encontraban en Rhode Island, treinta destilerías que anualmente producían, sólo para exportar al África, 1 400 bocoyes del ya famoso "ron antillano". A su vez, los traficantes entre las tres regiones, traían a Cuba importantes cargamentos de esclavos adquiridos, no pocas veces, con el ron fabricado en Norteamérica con la melaza de los ingenios cubanos. Pero justamente cuando más crecía este comercio, en 1764, Inglaterra pone en vigor la Sugar Duties Act, una de cuyas consecuencias era cortar el comercio de mieles con Las Antillas hispanas y francesas. De inmediato se inició el conflicto entre los productores norteamericanos de ron y el gobierno de Londres. Ésta fue una de las causas del movimiento separatista. Así lo reconoció John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos: "Yo no sé por qué nosotros deberíamos sonrojarnos para confesar que la melaza fue un ingrediente esencial en la independencia de América [Estados Unidos]".[8] Por otra parte, se resquebrajaba la anterior estructura comercial caribeña. El azúcar impulsaba la economía de Cuba hacia el norte y vaciaba el comercio hacia el sur.

Robert Morris, comerciante y traficante de negros del puerto de Filadelfia, a quien se le denominó el "cerebro financiero de la guerra de independencia de Estados Unidos", ya había creado estrechos nexos con Cuba a través del comerciante habanero Juan Miralles; este último fue el primer representante de España ante los rebeldes de Norteamérica. Fue tal la ayuda que Miralles prestó desde La Habana que George Washington, en cuya casa murió, expresó: "En este país se le quería universalmente y del mismo modo será lamentada su muerte".[9]

Miralles concretó con Morris la forma en que se efectuaría ese apoyo. A partir de entonces, y durante toda la guerra, La Habana se convirtió en centro del abastecimiento a las fuerzas independentistas norteamericanas. Lo hizo por dos vías diferentes. Por una parte, y a través de la Louisiana, la Isla enviaba los recursos de guerra que llegaban desde México y la Coruña y los de los propios arsenales de la ciudad. Por otra, Miralles y Morris crearon una flota comercial entre La Habana y Filadelfia. Se hizo más, se reparó, reartilló y abasteció la escuadrilla del comodoro insurrecto Alexander Gulon en el astillero y arsenal habaneros.

La evidente y creciente colaboración española con los rebeldes de Norteamérica provocó la declaración de guerra. El 27 de agosto de 1779 inicia el general Bernardo Gálvez y Gallardo su avance sobre Las Floridas. Una parte de su ejército estaba compuesto por fuerzas criollas de Cuba. El 7 de septiembre obtiene la victoria de Manchac, poco después la de Panmure y el 21 del mismo mes, la de Baton Rouge. Después de recibir como refuerzos parte del regimiento de fijos de La Habana y de los batallones de pardos y morenos, ataca y toma Mobila el 12 de febrero de 1780. Un año después sitia Pensacola. En abril recibe el refuerzo del general natural de Cuba Juan Manuel Cajigal y Monserrate, quien con nuevas fuerzas habaneras es el primero en entrar en la ciudad.

Por sus méritos Cajigal fue nombrado gobernador de la Isla el 29 de mayo de 1781. Era el primer natural del país que asumía la máxima autoridad conjunta política y militar. Atacó y tomó las Bahamas. A su lado compartía todos los riesgos su hombre más allegado, el venezolano Francisco de Miranda. Los ingleses enviaron la escuadra del afamado almirante Rodney para sitiar y atacar La Habana. El jefe naval trató de repetir la historia de Albemarle pero La Habana de 1782 no era ya la de 1762. Sus poderosas defensas la hacían inexpugnable; sus fuerzas militares, ahora bien dirigidas, demostraban una combatividad y capacidad que asombraba a los rivales. Rodney se retiró a tiempo.

Las fuerzas de Gálvez y Cajigal lograron desalojar a los ingleses del control del cauce del río Mississippi, con lo que quedaba garantizada la ruta de abastecimientos a los rebeldes. De igual forma quedaron arruinados los planes ingleses de cercar los ejércitos independentistas por el oeste. Otros aspectos estratégicos tenían las victorias alcanzadas: lograron alimentar el enfrentamiento de las tribus indias contra los ingleses; se les desvertebró la ruta del Canal de las Bahamas; desaparecieron sus posesiones en la costa antillana de Norteamérica y del Golfo de México; y, al obligarles a emplear importantes fuerzas en estos enfrentamientos, se logró disminuir la capacidad operacional de sus fuerzas.

Quizás uno de los hechos más elocuentes del papel de Cuba en la independencia de las Trece Colonias fue el modo en que socorrió al general Washington cuando éste se quedó sin recursos.

El jefe independentista le hizo saber a Morris su situación; éste se dirigió a Cajigal. El gobernador envió a su más cercano colaborador, amigo íntimo y ayudante personal, el venezolano Francisco de Miranda, a ver a Washington, con una carta personal, para conocer la situación y ultimar los detalles para hacerle llegar la ayuda necesaria. De regreso el venezolano se dedicó a reunir los recursos que hacían falta. Se sacaron cantidades de los fondos de la Isla y se inició una recaudación pública en la cual las damas habaneras entregaron parte de sus joyas para contribuir a la causa independentista norteamericana. En total se reunió la cifra de 1 800 000 pesos de ocho reales. Esa suma le fue entregada en La Habana, al joven oficial francés Claudio Enrique de Saint-Simon -–el posterior célebre escritor y socialista utópico–-, por el no menos famoso Francisco de Miranda, quien sería iniciador del movimiento independentista latinoamericano. Pagadas las tropas, cubiertos los gastos y con el refuerzo de tropas habaneras y haitianas, inició Washington el avance contra las fuerzas del general británico Cornwallis en la región virginiana de Yorktown. Después de varios días de combate los británicos se rindieron.[10]

Aún después de la victoria de Yorktown, Cajigal continuó con sus acciones militares contra los ingleses pero tanto él como Miranda fueron detenidos. Enviado el primero a España, el segundo pudo escapar a los Estados Unidos. Envueltos en la acusación de contrabando, esto nunca se pudo probar. ¿Fue una conspiración contra dos criollos? Aún está por estudiar.

La guerra de independencia norteamericana cerraba, en América, no sólo con la pérdida para el imperio inglés de sus colonias de Norteamérica, sino también con un elemento decisivo en la historia del Caribe. Aquí los británicos no lograron lo que en Gibraltar; aquí, en el Mediterráneo americano, salvo algunas partes de las zonas periféricas de la región, fueron desplazados de todos los enclaves determinantes. En el Caribe la victoria fue hispana y particularmente cubana. La afrenta de 1762 había sido cobrada por los habaneros. Significativamente, era la primera vez que los naturales de Cuba luchaban por la independencia de otro país. Al margen de los intereses imperiales, surgía una nueva historia en la cual la relación Cuba-Estados Unidos pasaba a un creciente primer plano, mientras que la rivalidad anglo-hispana tomaba sus rumbos esencialmente europeos.

La entrada de los Estados Unidos en el escenario americano fue excepcionalmente comprendida por el conde de Aranda en los mismos momentos en que firmaba, a nombre de España, el acta de paz: "Acabo de ajustar y firmar un tratado de paz con la Inglaterra; en él ha quedado reconocida la independencia de las colonias inglesas [...] Esta república federal nació pigmea por decirlo así, y ha necesitado del apoyo de dos estados tan poderosos como España y Francia para conseguir la independencia. Llegará un día en que crezca y se torne gigante y aun coloso temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido de las dos potencias, y sólo pensará en su engrandecimiento [entonces] aspirará a la conquista de este Vasto Imperio".[11]

En los años finales de la década del 80, el entorno mundial comenzaba a cambiar bruscamente; la nueva situación iba a repercutir en la Isla. Cuba era ya un centro económico de consideración y su importancia militar empezó a pasar a un segundo plano. El tradicional conflicto entre los imperios español y británico, que tuvo en Cuba una particular forma de ser asumido por los criollos, dio paso al enfrentamiento generado por la lucha entre los partidarios del Antiguo Régimen -–el feudalismo, sus concepciones y su superestructura legal y política–- y los que promovían la creación de la nueva sociedad. El problema de la relación metrópoli-colonia ocupó, ahora, un lugar preferente.

Revolución en Europa; revolución en el Caribe

El período de 1789-1808 comienza, en el plano internacional, con el hecho político de mayor repercusión de todo el siglo: la Revolución Francesa. La tradicional alianza entre España y Francia quedó trunca y el ministro Floridablanca intentó, por todos los medios, cerrar el país a la influencia gala. En el Caribe la nueva época estuvo signada por la intensidad de la influencia revolucionaria y el cambio brusco en el carácter de los conflictos. Por una parte, la presencia de la nueva nación norteamericana y su forma demo-republicana no escapó al análisis de los criollos que tampoco dejaron de apreciar su carácter expansionista; por otra, la Revolución Haitiana implicó la necesaria reflexión sobre la relación entre las revoluciones europeas y las antiesclavistas y descolonizadoras. Los conflictos en el Caribe tendrán, ahora, un marcado acento político, social e ideológico.

Hacia 1790, la Corona continuaba desarrollando con cierto realismo, no exento de contradicciones, la política de estímulos a la producción cubana iniciada desde los tiempos de Carlos III. Ello se hizo especialmente visible cuando, en l790, nombró gobernador a don Luis de las Casas y Aragorri. Cuñado del general Alejandro O’Reilly vino a Cuba en 1763. Su familia se integró a la oligarquía criolla y, para esta época, su sobrino, Pedro Pablo O’Reilly y de las Casas era ya uno de los más poderosos propietarios azucareros cubanos. Poco antes la Intendencia de Hacienda había sido colocada en manos de José Pablo Valiente, quien fomentará junto con el criollo Francisco de Arango y Parreño, el ingenio La Ninfa. Ello explica que tanto las Casas como Valiente actuasen como propietarios azucareros que ejercían cargos de funcionarios coloniales.

Esta política puede argumentarse de la siguiente manera: fomento y apoyo de la trata africana que, a través de sucesivas reales cédulas, emitidas entre 1789 y 1804, provocaron el auge de la esclavitud en Cuba; disminución de los impuestos que frenaban el fomento de ingenios, cafetales y otras producciones agrícolas, en particular la supresión de impuestos a los ingenios que se fomentasen a partir de la Real Cédula de 1803; liberalización del comercio; introducción de la más moderna técnica; y ampliación y modernización del conjunto superestructural de la sociedad con la creación de instituciones como el Real Consulado y la Real Sociedad Económica de Amigos del País.

Este proceso de fomento acelerado de la economía cubana, sobre la base del incremento de la esclavitud y del reajuste de los mecanismos de explotación colonial y clasista, en detrimento de la liberalidad de la sociedad criolla precedente, tiene como inmediata consecuencia la agudización de los conflictos sociales. En 1795, es descubierta, en Bayamo, la conspiración promovida por el negro libre agricultor, de 56 años, Nicolás Morales, en la que participaban varios jóvenes blancos, entre ellos el cadete del batallón de milicias Gabriel José de Estrada, de 21 años. En esta conspiración se observa una radicalización y una interrelación social que es producto del rechazo al proyecto económico oligárquico-colonialista, porque éste implicaba la marginación o supeditación de otros sectores y capas sociales. Uno de los implicados declaró: "la supresión de las Alcabalas, que le diesen las tierras a los pobres porque todas se las tienen los ricos y que hicieran recoger á los Religiosos a sus conventos".[12]

Como resultado de la agudización de la explotación esclavista se produce un incremento en las manifestaciones de rebeldía de los esclavos. El cimarronaje –-ese modo individual de búsqueda de la libertad–-, se incrementa en esta etapa. Sólo entre el 18 de junio de 1798 y el 31 de diciembre de 1799 se contabilizaron en Occidente 1 045 negros fugitivos. Los palenques, comunidades de antiguos esclavos creadas en zonas montañosas o de difícil acceso, se convierten en un componente marginado de la sociedad cubana. Con especial violencia se presentan las insurrecciones de dotaciones de esclavos que consisten en simples estallidos contra la opresión inmediata de amos y mayorales y la búsqueda del escape individual, que en muchos bozales persiguen el retorno al África.

En este contexto hace su entrada en la escena histórica cubana un cerrado y brillante grupo de hombres de pensamiento, la Generación del 92 o la Ilustración Reformista Cubana. Nacidos casi todos en los años inmediatos posteriores a la toma de La Habana por los ingleses, pertenecientes a las más poderosas familias de la oligarquía criolla, educados dentro de las más modernas corrientes de pensamiento y formados bajo la experiencia mercantil y productora, se caracterizan por una amplia cultura enciclopédica, una coherente concepción socioeconómica, una activa participación en las esferas de poder tanto peninsulares como insulares y una pragmática proyección política. Esta Generación del 92 constituye la primera expresión totalizadora y original de un quehacer político, intelectual, científico, económico y militar cubano. Escogen como medio para el logro de sus fines la vía reformista, que tiene su sustento teórico en la Ilustración, la que les aporta la visión racionalista que los hace contraponerse a todas las viejas concepciones medievales y escolásticas. Sus fórmulas políticas se enmarcan en las vías expeditas del Despotismo Ilustrado. Esta concepción crea una necesaria dualidad: por una parte, se consideran integrantes de la hispanidad, concebida como unidad heterogénea de países; por otra, expresan y ponderan los intereses regionales cubanos a los cuales les inoculan personalidad propia dentro de la heterogeneidad española. Al introducirle al sentimiento diferenciador del criollo la racionalidad del pensamiento moderno, sientan las bases de una conciencia "en sí" de lo cubano.

En el quehacer intelectual y político, presentan una cierta especialización. Francisco de Arango y Parreño es el más brillante expositor del proyecto socioeconómico y el de mayor agudeza política; Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas se destaca por los estudios prácticos de colonización y fomento agrícola (es el primero en experimentar con la máquina de vapor en Cuba); José Agustín Caballero y Rodríguez de la Barrera es el promotor de los cambios culturales y el primero en buscar un rumbo propio a la filosofía; Tomás Romay y Chacón es el científico (entre otros méritos es el introductor de la vacuna antivariólica); Manuel Tiburcio de Zequeira y Arango, el poeta; Luis de Peñalver y Cárdenas, el obispo; Gonzalo O’Farrill y Herrera, el militar, quien ocuparía dos veces el Ministerio de la Guerra en España.

El proyecto económico-social de la Ilustración Reformista Cubana se encuentra expuesto en el "Discurso sobre la agricultura de La Habana y medios de fomentarla" de Francisco de Arango y Parreño (1792). Las principales proposiciones eran: libre comercio de esclavos; aumento de la esclavitud para resolver las necesidades de fuerza de trabajo y eliminación de todos los obstáculos que impiden su explotación intensiva; mejoramiento y perfeccionamiento en la utilización de las tierras y la aplicación de la más moderna técnica; desarrollo tecnológico de la manufactura azucarera; desarrollo científico del país; libertad de comercio no sólo con los puertos españoles sino también con los de otros países; disminución de gravámenes e impuestos a las exportaciones e importaciones cubanas; disminución del peso de la usura en los préstamos necesarios para incrementar la agricultura y la manufactura.

El proyecto, sin embargo, no se reduce a un contenido oligárquico-esclavista-plantacionista. Lo más significativo es la elaboración de un amplio campo de medidas que contrarresten los efectos de la esclavitud. A ello se une el criterio del carácter transicional de esa institución en Cuba porque la aspiración es convertir a la Isla en la Albión de América. No cree Arango que los sucesos de Haití se puedan reproducir en Cuba. Espaciosas razones le permiten sostener que no existen las mismas condiciones. Uno de los puntos más importantes en su concepción es el fomento de la colonización blanca que permita la creación de poblados en todo el interior de la Isla, "que situados convenientemente serían un poderoso freno para las ideas sediciosas de los esclavos campestres".[13] Esta última medida tenía otros dos objetivos: el aumento del campesinado que produce otros renglones agrícolas no plantacionistas y crear las bases de la mezcla de razas que debía "borrar, llegado el momento, la memoria de la esclavitud".[14] Un año después del discurso de Arango, el padre Agustín Caballero escribía su Filosofía electiva. El título es ya revelador. Se trataba de los tanteos de una nueva actitud intelectual que es resultado del cambio de mentalidad y de la autoevaluación de las capacidades propias del criollo.

Hacia 1802, comienza a observarse otra corriente en la Ilustración Reformista Cubana. El movimiento se aglutina alrededor del obispo de La Habana, Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa y tiene dos centros de proyección colocados bajo la dirección de aquel: el Real y Conciliar Colegio Seminario de San Carlos y la Real Sociedad Económica de Amigos del País. La actividad de este nuevo grupo se dirige más a la esfera social y a la del pensamiento que a la económica. Su marco de acción es más amplio que el de la elite del 92. Desde el punto de vista social atacan todas las viejas instituciones medievales; las remodelan o crean otras nuevas. Éste es el caso de los entierros en las iglesias y la creación de cementerios. En el plano de las ideas promueven la introducción de los nuevos métodos pedagógicos, el cambio en las concepciones del derecho, el desarrollo de la física experimental, la implantación de un nuevo gusto neoclásico y, sobre todo, el cambio de las concepciones teóricas. Desde el punto de vista político, el movimiento no es homogéneo aunque todos sus integrantes muestran la adhesión a las ideas políticas modernas, una tendencia descentralizadora y autonómica y la ponderación de lo cubano en formación en cuyo proceso quieren incidir. Espada es antitratista, antiesclavista, antilatifundista, crítico de la oligarquía y asume un proyecto de desarrollo sobre la base de la pequeña propiedad agraria. En esta última corriente se formaron y proyectaron inicialmente Félix Varela, José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero, Felipe Poey y Domingo del Monte, la pentarquía creadora.

En 1808, se inicia la crisis del Antiguo Régimen (monarquía absoluta) en España y sus posesiones. En marzo de ese año se produce el motín de Aranjuez, por el cual es destronado Carlos IV y se proclama a su hijo Fernando VII nuevo monarca. En estos acontecimientos actuaba uno de los más representativos miembros de la oligarquía cubana, Gozalo O'’Farrill, quien se desempeñaba como ministro de la Guerra. Aprovechando esta pugna, Napoleón nombró a su hermano José rey de España. El 2 de mayo, se produce el levantamiento popular de Madrid contra las fuerzas francesas. En él participa otro destacado miembro de la oligarquía cubana, Rafael de Arango, sobrino de Francisco. Por su parte, O'’Farrill acepta mantener la cartera de la Guerra en el gobierno de José Bonaparte.

La sublevación se extendió por toda España. Como consecuencia del vacío de poder, ante la negativa de acatar al rey impuesto, surgieron las juntas provinciales que actuaron con carácter soberano, regional y autónomo. El movimiento juntista se extendió a América. Por primera vez en la historia de España y sus posesiones se actuaba sin la monarquía absoluta. En América el disfrute de plenos poderes por las oligarquías regionales, a través de las juntas, las llevaría a la negación de toda nueva subordinación política.

El 24 de septiembre de 1810 se inician las Cortes extraordinarias que el 19 de marzo de 1812 aprobaron la primera Constitución de la historia de España. En ellas actuaron dos cubanos, Andrés de Jáuregui y Juan Bernardo O'’Gavan, firmante de la Carta Magna. Al calor de esta constitución, las Cortes iniciaron una verdadera apertura hacia el mundo moderno: la libertad de imprenta, la abolición de las torturas, la eliminación de la Santa Inquisición, la supresión de los señoríos jurisdiccionales, los decretos de desamortización de las tierras y las leyes de enajenación de los bienes de las órdenes religiosas, constituyen un conjunto de medidas encaminadas a promover un profundo cambio estructural en España.

El crecimiento económico de Cuba en el período anterior fue sustentado por capitales criollos o de españoles que se acriollaban. Esta situación no repercutía en beneficio de la burguesía mercantil española. La oligarquía cubana gozaba de un verdadero poder político y económico que le permitía un alto grado de independencia en sus gestiones. La metrópoli se limitaba, a través de una política tributaria, a usufructuar parte de las riquezas de la Isla, no para promover el desarrollo de las estructuras económicas metropolitanas sino para los lujos y gustos cortesanos. Esto último impedía el desarrollo de relaciones de dominación capitalistas. Por ello, la acción del movimiento liberal español era especialmente contraria a esta oligarquía colonial. La batalla se dio desde el principio.

En 1808 se produjo el primer enfrentamiento. La oligarquía cubana intentó crear una junta al estilo de las españolas pero encontró la oposición de la burguesía comercial española y de la burocracia. Como solución al conflicto, el gobernador Someruelos asumió plenos poderes asesorado por un Consejo.

En la Península, la política trazada hacia Cuba resultaba contradictoria. Poco a poco se abrió paso la tendencia de supeditar la economía cubana a sus intereses. Esta política se manifestó en el sistema de elección de los delegados a Cortes. Se crearon fórmulas diferentes para la Península y para América. La agudeza política de la oligarquía cubana le permitió entender cómo se daban los primeros pasos para un cambio en las relaciones metrópoli-colonia. Arango y Parreño expuso el ideario político de su clase en el cual no se aceptaba la condición colonial de Cuba: "Somos españoles [...] Nuestros amados monarcas [...] dieron a estas poblaciones desde su nacimiento, la misma Constitución, el mismo orden de gobierno y los mismos goces que tienen en general las demás de la Península [...] esperamos recibir el lugar que nos tocare en la representación nacional".[15]

La supresión de la real orden que autorizaba la libertad de comercio era el evidente triunfo de la burguesía metropolitana. Las diferencias metrópoli-colonia se agudizaban sensiblemente. Un paso más se dio cuando en las Cortes se intentó promover la supresión de la trata de esclavos. Para la oligarquía cubana ya no quedaban dudas. Tanto Arango como el padre Agustín Caballero elaboraron el plan de autonomía de Cuba.

En esta etapa se observa el surgimiento de opciones políticas que no se corresponden con la orientación fundamental del sector preponderante de la clase dominante. Uno de los medios por los cuales se unieron y discutieron sus ideas los que simpatizaban con las vías revolucionarias fueron las logias masónicas. La más notable de estas organizaciones fue El Templo de las Virtudes Teologales, fundada en La Habana el 17 de diciembre de 1804. Ante las dificultades políticas que creaba el poder central, un grupo de miembros de esta logia inicia una conspiración con fines no muy claros. Los más destacados eran Román de la Luz, acaudalado hacendado habanero; Luis Francisco Bassave, capitán de carabineros y joven perteneciente a otra acaudalada familia habanera, al que se le acusa de tener grandes simpatías en los barrios pobres, en particular de los negros de La Habana, que frecuentaba con regularidad; José Joaquín Infante, abogado bayamés; y el celador de la logia citada, Manuel Ramírez. A través de Bassave, los conspiradores habían captado a importantes elementos del Batallón de Pardos y Morenos como los sargentos Ramón Espinosa y José González y el cabo Buenaventura Cervantes.

Descubierta la conspiración en 1811, sólo Joaquín Infante pudo escapar. En 1812, justo el año en que se aprobaba la Constitución de Cádiz en España, publicaba en Venezuela una Carta Magna para una Cuba independiente. Ésta coloca a los naturales blancos en la supremacía política, acepta la igualdad de derechos pero mantiene la desigualdad social, expresa la concepción del mantenimiento de la esclavitud "mientras fuere precisa para la agricultura", y elimina la vieja concepción de la nobleza hereditaria. Lo novedoso del documento es su fuerte americanismo y su contenido no oligárquico. Ello es especialmente visible en el escudo que se propone: una india (lo americano) y una hoja de tabaco (la pequeña propiedad agraria).

El mismo año en que Infante publicaba su constitución se descubría en La Habana otra conspiración. Al frente de la cual aparecía el negro libre, carpintero tallador, José Antonio Aponte, quien gozaba de especial prestigio entre los negros y mulatos libres de la ciudad por pertenecer al cabildo Shangó Tedum. Poseedor de una cultura autodidacta, Aponte había seguido los acontecimientos de Haití con los cuales simpatizaba. Lo más significativo de esta conspiración es que no fue regional. A ella estaban vinculados hombres de Puerto Príncipe, Bayamo y Remedios. Los objetivos eran la abolición de la esclavitud, la supresión de la trata, el derrocamiento de la tiranía colonial y la creación de una sociedad sin discriminaciones. El 7 de abril de 1812 fueron ahorcados Aponte y sus más cercanos colaboradores. La cabeza de Aponte fue exhibida en una jaula de hierro a la entrada de La Habana. Contrasta la implacable acción descrita con la suavidad con que se actuó contra la conspiración de Román de la Luz. Ello se explica porque mientras la de Román de la Luz era anticolonial, sin un ataque al orden social, la de Aponte era, ante todo, una conspiración que pretendía subvertir la estructura social.

Otro factor resultó de sumo peligro para Cuba. Los Estados Unidos, aprovechando la crisis europea, reiniciaron sus acciones expansionistas sobre la América hispana. En especial el presidente Jefferson concentró sus esfuerzos sobre Las Floridas y Cuba. Agentes norteamericanos promueven, entre 1808 y 1810, un movimiento en La Florida occidental que termina con su ocupación por los Estados Unidos. El embajador español, Luis de Onis, escribía ante estos hechos: "los medios que se adoptan para preparar la ejecución de este plan son los mismos que Bonaparte y la república romana adoptaron para todas sus conquistas: la seducción, la intriga, los emisarios, sembrar y alimentar las disensiones [...] favorecer la guerra civil, y dar auxilio en armas y municiones a los insurgentes [...] y verificado esto, hicieron entrar tropas bajo el pretexto de que nosotros no estábamos en estado de apaciguarlos, y se apoderaron de parte de aquella provincia".[16] Ahora La Florida apuntaba como un dedo amenazador hacia Cuba. A la Isla fueron enviados agentes secretos como James Wilkinson y William Shaler.

La derrota de los ejércitos franceses en Europa permitió el retorno del rey Fernando VII el 22 de marzo de 1814. En Viena se reunieron las potencias vencedoras que poco después firmaban la Santa Alianza. Tratábase de la unión de las fuerzas de los antiguos regímenes, temporalmente triunfantes, contra los movimientos revolucionarios, nacionalistas o liberales bajo un nuevo reparto de Europa. La Santa Alianza legitimaba el dominio de las pequeñas naciones, los límites de los grandes imperios y las concepciones monárquico-absolutistas, todo ello unido a la defensa de las religiones oficiales que justificaban el derecho divino de los reyes. Apoyado en esta fuerza, Fernando VII derogó la Constitución el 4 de mayo y anuló todas las medidas proclamadas por las Cortes de Cádiz. El monarca inició la represión contra los partidarios de las libertades constitucionales, que por estas razones empezaron a ser llamados liberales. En América Latina las medidas tomadas por el régimen restaurado de Fernando VII, abrieron paso al desencadenamiento del movimiento independentista.

En Cuba la situación tuvo características peculiares. Desde los primeros momentos del ascenso de Fernando VII al poder, reimplantó el pacto de poder con la oligarquía dominante en ella. El nombramiento de Francisco de Arango y Parreño como consejero de Indias del monarca es expresión de esta alianza. No obstante, en toda la Isla surgieron sociedades secretas de variadas tendencias políticas.

Félix Varela y la emancipación cubana: el patriotismo

Desde 1816, el joven catedrático de filosofía del Seminario de San Carlos, Félix Varela, había cambiado radicalmente las concepciones e interpretaciones de la sociedad, del pensamiento y de las ciencias. A estos cambios José Antonio Saco los calificó como una revolución en el pensamiento cubano. José de la Luz y Caballero definió a Varela como "nuestro verdadero civilizador", y quien "nos enseñó primero en pensar". José Martí lo llamó "patriota entero". Esta cátedra, si bien se titulaba de Filosofía, tenía un alcance más abarcador. Enseñaba el joven catedrático que los cubanos debían estudiar lo más importante de la producción de ideas en el mundo pero que, para tener una capacidad propia de interpretación, tenían que tener como referente la realidad inmediata; tenían que estudiar su sociedad y su mundo seleccionando, eligiendo, lo que de verdad permitía conocer la realidad. El carácter electivo del pensamiento vareliano, basado en el arte de razonar y en la experiencia, permitió trazarle un rumbo propio al pensamiento cubano. Necesariamente esta actitud implicaba el desarrollo de una conciencia cubana, no porque existiese la nación sino por la aspiración a crearla. Su filosofía fue la del deber ser de la sociedad cubana en negación de lo que era, colonial y esclavista. Varela le inoculaba al sentimiento indefinido del criollo la racionalidad que explicase, desde la ciencia y la política, con una base ética, nuestra verdadera naturaleza. Liberó al pensamiento de las ataduras medievales y escolásticas y, desde esta liberación, sentó las bases para el pensamiento de la liberación de la patria, de la sociedad, del hombre, de América y de la humanidad, todo en un haz inseparable. Con él nacen los estudios científicos, sociales y políticos cubanos sobre la base de los principios éticos. Abre los caminos al desarrollo de una ciencia cubana tanto social como natural, que permitiese crear una "sophía cubana que fuese tan sophía y tan cubana como lo fue la griega para los griegos". Sienta como punto cierto de la acción política tres principios fundamentales: preferir el bien común al bien individual; hacer sólo lo que es posible hacer; y no hacer nada que vaya contra la unidad de la sociedad. El punto culminante de su reflexión está en el concepto y la acción patrióticos. Muchos después Martí diría que la Revolución Independentista sería el resultado de un siglo de labor patriótica; y ciertamente la enseñanza patriótica vareliana irradió a toda la sociedad cubana. Combatió la esclavitud, defendió la independencia de América e inició desde su periódico El Habanero la idea de que Cuba debía ser independiente de cualquier potencia y lograr ésta sin ayuda externa. Fue el más firme defensor del pueblo rompiendo con la visión oligárquica: "El pueblo no es tan ignorante como le suponen sus acusadores. Verdad es que carece de aquel sistema de conocimientos que forman las ciencias, pero no de las bases del saber social [...] Existe sí, existe el espíritu público y mucho más en los pueblos, cuyas circunstancias proporcionan pábulo a esta llama que destruye el crimen y acrisola la virtud."[17]

El despliegue de las opciones políticas (1820-1832)

El sábado 15 de abril de 1820 entraba en el puerto habanero el bergantín Monserrate. Preguntado desde El Morro qué cargo conducían sus tripulantes, contestaron: "¡Constitución!" De esta forma se supo en Cuba la reimplantación de la Constitución de 1812 en España. Ese mismo día los regimientos de Málaga y Cataluña, de tránsito en la Isla, se lanzaron a las calles y obligaron al gobernador Juan Manuel Cajigal y de la Vega a aceptar el régimen constitucional. Las corrientes políticas existentes brotaron a la luz pública y, mediante la edición de numerosos periódicos, contendieron violentamente.

El liberalismo era contrapuesto al Antiguo Régimen o monarquía absoluta. Mientras el conservadurismo se basó en la defensa de las estructuras y escala de valores del feudalismo (la monarquía, la Iglesia, la familia, la propiedad y el sistema de privilegios constituyen un legado divino que la autoridad debe defender sobre la base de las teorías del derecho histórico, del derecho divino, y del legitimismo), el liberalismo tuvo sus bases en los planteamientos de las revoluciones burguesas. Sus principios fundamentales, basados en las teorías del contrato social y del derecho natural, eran: el Estado constitucional; la soberanía como patrimonio de la nación y no del rey; la división de poderes del Estado, antes concentrados en el rey; la conversión de los vasallos del rey en los ciudadanos de la nación con derecho a elegir sus representantes (sufragio) o ser elegidos para un Parlamento o Congreso (llamado en España Cortes) que cumple la función legislativa y controla la acción del gobierno; y la defensa de las libertades individuales (de pensamiento, de religión, expresión, asociación). En el caso de España la única libertad no reconocida era la de religión. Estos derechos implican la igualdad jurídica pero no la económica ni la cultural; la limitación del poder eclesiástico a la esfera de la religión (secularización); y la concepción de que la sociedad es el resultado del libre juego de los intereses individuales (individualismo). En lo económico el modelo de este primer liberalismo se basa en los principios de la libertad económica de libre concurrencia, libre cambio y libre competencia que en su práctica absoluta generó la anarquía de la producción que se expresará en las crisis cíclicas del capitalismo.

Tanto el proyecto político como el económico del liberalismo implicaron un cambio sustancial en la concepción del colonialismo. De la explotación mercantilista y rentista se pasó a la creación de relaciones económicas integradas de dependencia entre la metrópoli industrial y la colonia, concebida ésta como productora de materias primas y productos alimenticios y como consumidora de la producción de la metrópoli. Ramón de la Sagra la expresó de la siguiente forma: "el destino natural de ambas regiones condiciona a las primeras [las colonias], a ser pueblos de agricultores o productores de materias primas para la subsistencia de la especie humana; la otra [la metrópoli] para ser manufacturera..."[18]

Estas concepciones del liberalismo peninsular estuvieron presentes en sus acciones políticas hacia Cuba y en sus objetivos económicos. Se hizo evidente, desde el principio, que el contenido nacionalista del liberalismo generaba el enfrentamiento entre la colonia y la metrópoli, al fundamentar, en cada caso, aspiraciones diferentes. Por tanto, el reajuste liberal significaba, en Cuba, el replanteo de tres problemas fundamentales: la relación económica metrópoli-colonia; las alternativas del régimen esclavista y el status político de la Isla. No obstante, entre 1820 y 1823 los liberales en el poder tomaron la actitud de no cambiar las cosas, por lo menos por el momento. Ello se explica porque tenían ante sí el triunfante movimiento independentista latinoamericano, el proceso expansionista norteamericano y la existencia de fuertes tendencias separatistas o, por lo menos, autonómicas en la Isla. Un último factor que afectaba al régimen liberal, explica esta política: su inestabilidad.

Ante las libertades otorgadas, en Cuba se manifestaron diferentes corrientes políticas. Las más notables fueron:

1) las que expresaban las tendencias políticas peninsulares agrupadas en las organizaciones comuneros, carbonarios y anilleros; en común tenían un ardiente liberalismo que contenía un fuerte colonialismo;

2) la corriente que reflejaba el independentismo latinoamericano, que se asociaba en sociedades secretas como los Soles y Rayos de Bolívar, la Cadena Triangular y los Caballeros Racionales. Esta corriente se extendió entre el campesinado, las capas medias urbanas y un sector de la juventud cubana. Un reflejo de ello lo constituyen las palabras del fiscal en el juicio por la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, Francisco Hernández de la Joya, cuando declaró que la mayoría de los implicados eran "jóvenes irreflexivos e incautos y candorosos campesinos";[19]

3) la que expresaba los intereses de la burguesía esclavista que tuvo su organización en la masonería del rito escocés bajo la presidencia del rico hacendado esclavista Pedro Pablo O’'Reilly. Este grupo, partidario del absolutismo, amenazaba con la autonomía o la anexión a los Estados Unidos en caso de que el movimiento liberal peninsular aplicase medidas económicas o políticas que los perjudicara.

El saldo más importante de estas luchas fue la definitiva diferenciación entre españoles y cubanos. Cierto que los naturales de Cuba no encontraban aún una clara definición de sí mismos. Ni siquiera era común aún la autodenominación de cubanos; pero ahora se hacía evidente no sólo la diferenciación del lugar de nacimiento sino también la de intereses y aspiraciones. En busca de una explicación de sus raíces, algunos se llamaron a sí mismos "yuquinos" (porque Cuba era, según ellos, una prolongación de Yucatán); otros rindieron el primer homenaje al cacique Hatuey "primera víctima de los españoles"; no faltaron los que, pese a su sangre hispana, se autoproclamaron "indios". Los contornos de la patria nacional no estaban claramente fijados y se desdibujaban dentro de otros dos más visibles: el continental, por lo que se consideraban, ante todo, americanos, contraposición al europeo y al angloamericano; y, a la vez, se identificaban, dentro de ese conjunto, según su patria local. No obstante, era el inicio de la búsqueda de la definición de la patria-nación, en la cual debían converger los valores de lo americano y de lo local.

Contra el régimen liberal español se unieron todas las fuerzas de la reacción monárquico-feudal europea. El 14 de diciembre de 1822, el Congreso de la Santa Alianza, reunido en Verona, Italia, acordó la intervención de un ejército francés, los Cien Mil Hijos de San Luis al mando del duque de Angulema, que, después de derrotar a los liberales, reinstauró el absolutismo fernandista. Se inició así el decenio absolutista caracterizado por la persecución a constitucionalistas y liberales. Fue derogada la Constitución y todas las medidas del gobierno liberal. El 7 de noviembre el rey negaba la soberanía del pueblo "con el fin de que desaparezca para siempre del suelo español hasta la más remota idea de que la soberanía reside en otra que en mi real persona".[20] Se reimplantaron los mayorazgos, los gremios, se suprimió todo tipo de organizaciones políticas y se dictó el otorgamiento de plenas facultades o Facultades Omnímodas a los jefes de plazas.

En Cuba la represión absolutista fue menos violenta que en la Península. Las razones por las que el gobernador Vives actuó con tanto cuidado se explican por la difícil coyuntura en que se encontraba la Isla. Si ciertamente la reacción conservadora triunfaba en el viejo continente, en América sucedía todo lo contrario. Desde 1821, eran cosa cierta las independencias de México, Centroamérica, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, que se añadían a las de Argentina y Chile. El 9 de diciembre de 1824, las fuerzas bolivarianas ponían fin, en la batalla de Ayacucho, al dominio español en el continente. El republicanismo y el constitucionalismo triunfaban en Hispanoamérica. Más aún, Bolívar proyectaba la confederación de estados latinoamericanos en su Gran Colombia. Por otra parte, Estados Unidos había consumado su expansión continental hacia el golfo de México y el Caribe al adquirir de las Cortes españolas, en 1821, La Florida oriental. Ahora sus alegatos expansionistas sobre Cuba se basaron en argumentos geopolíticos; particularmente, que desde La Habana se dominaba el puerto de Nueva Orleans, salida de los productos que llegaban a través del río Mississippi y su afluente el Missouri. Frenaba los intentos norteamericanos su desigualdad naval con respecto a Gran Bretaña que, celosa, cuidaba sus intereses caribeños y americanos.

En Cuba, la agitación política no tenía precedentes. Ante la inminente caída del régimen constitucional, los conatos de rebeldía aparecieron por todas partes, aun con objetivos diferentes. La Gran Logia Yorkina cursó una circular a sus logias afiliadas para conocer si estaban dispuestas "a declarar y sostener la Constitución en esta Isla en el caso probable de sucumbir en la Península".[21] Una logia habanera provocó un serio altercado y para dominar a la de Vereda Nueva, Vives tuvo que enviar a la famosa partida de Armona que disolvió a sus integrantes a planazos de machetes. Los yorkinos contaban con más de 25 logias y unos 4 000 afiliados.

De todas estas conspiraciones la que verdaderamente preocupó tanto al gobernador como a la burguesía esclavista cubana fue la de los Soles y Rayos de Bolívar. Aunque aún no son completamente conocidos sus nexos, se puede afirmar que ésta respondía a una amplia red vinculada directamente al movimiento bolivariano. Si bien se descubrió en La Habana –-cuya logia los Soles le dio nombre–-, tenía sus homólogas en varias ciudades del interior de la Isla, de las cuales se conocen dos: los Caballeros Racionales de Matanzas y la Cadena Triangular de Camagüey. Los orígenes de esta conspiración están en las actividades de destacados latinoamericanos residentes en Cuba desde antes de 1820. Sus organizadores fueron José Fernández la Madrid (quien había sido el último presidente de la primera república de Colombia en 1816), Vicente Rocafuerte (quien fuera con posterioridad, en 1835, el segundo presidente de Ecuador), Manuel Lorenzo Vidaurre (destacado escritor peruano) y José Antonio Miralla (argentino que murió en México preparando una expedición para invadir Cuba).

Cuando fue descubierta la conspiración se encontraba al frente de ella el cubano José Francisco Lemus, quien ostentaba el grado de coronel del ejército de Bolívar. Todo el movimiento descansaba en una acción recíproca entre la invasión de tropas bolivarianas a Cuba y el apoyo interno a ésta. De aquí su dependencia de las acciones externas.

El general Páez, una de las principales figuras de la independencia de Venezuela señala en sus Memorias el envío del agente Pedro Rojas "a fin de fomentar la revolución que en aquella isla se conoce con el nombre de Soles de Bolívar".[22] Descubierta la conspiración, Lemus y otros encartados fueron detenidos. Entre los que pudieron escapar estaban los camagüeyanos Francisco Agüero y Manuel Andrés Sánchez, quienes se unieron al ejército de la Gran Colombia como subtenientes de Marina. En 1826 retornaron a Cuba probablemente para rehacer la organización en Camagüey, pero denunciados, fueron ejecutados en la plaza mayor de esa ciudad el 16 de marzo de ese año. Otros, como José Aniceto Iznaga, Miguel Teurbe Tolón (creador del escudo nacional), Gaspar Betancourt Cisneros y José Agustín Arango iniciaron una larga serie de gestiones, tanto en los Estados Unidos como ante el propio Bolívar para conseguir la separación de Cuba de España. De todos los involucrados en esta conspiración, el que dejó un sello imperecedero con su obra poética fue José María Heredia: "Aunque viles traidores le sirvan / Del tirano es inútil la saña, / Que no en vano entre Cuba y España / tiende inmenso sus olas el mar."[23]

Otra conspiración se desarrolló basada en los planes de los generales mexicanos Guadalupe Victoria y Antonio López de Santa Ana: la Gran Legión del Águila Negra. Dependientes de la ayuda mexicana, llegaron a constituir una pequeña fuerza conspirativa en 1826. La pérdida del interés azteca por continuar fomentándola hizo que decreciera, y en 1829, cuando fue descubierta, apenas subsistía. Dos fuerzas fueron decisivas en la liquidación del movimiento separatista en estos años. Una externa: los Estados Unidos; otra interna: la burguesía esclavista cubana.

El papel que los Estados Unidos desempeñaron contra la independencia de Cuba se debió a su ya declarado deseo de anexarla. El propio general venezolano Páez, que tan de cerca había seguido los hilos de la conspiración y a quien Bolívar le encomendó los preparativos independentistas de la Isla, escribió en sus Memorias: "El gobierno de los Estados Unidos, y lo digo con dolor, impidió así la independencia de Cuba".[24] De hecho, el destino de la mayor de Las Antillas seguía debatiéndose entre Inglaterra y los Estados Unidos.

Los norteamericanos decidieron que "el primer deseo del gobierno [de los Estados Unidos] era la continuación de la unión política de la isla con España".[25] John Quincy Adams, entonces secretario de Estado, dejaba entrever el sentido de esta política: "Hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física, y así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, es incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana".[26] Esta teoría de la "fruta madura" expresaba la intención que sería definida como "la espera paciente". Sus bases eran sólo geopolíticas y no tenían en cuenta las profundas diferencias históricas, culturales y de otros tipos existentes entre ambos pueblos. El propio Adams declaraba que 2no hay comunidad de intereses ni de principios entre Norte y Sudamérica".[27]

La Doctrina Monroe, cuyo eje ha sido definido en el lema de "América para los americanos", si bien sentaba las aspiraciones hegemónicas norteamericanas con la intención de excluir a las potencias europeas del Nuevo Mundo, prefería, por el momento, una Cuba española hasta que "maduraran" las condiciones.

En el Congreso de Panamá, en el que se reunieron los países americanos (1826), el secretario de Estado norteamericano Henry Clay dejó claramente expuesta la posición de su gobierno: "Este país prefiere que Cuba y Puerto Rico continúen dependiendo de España. Este gobierno no desea ningún cambio político de la actual situación".[28] Se impuso así la política del statu quo. Detrás de ello se escondía otra aviesa intención. Si bien ellos no estaban en condiciones de invadir Cuba, ni aceptarían que otra potencia lo hiciese, sí podían fomentar una corriente anexionista dentro de la Isla que la declarase independiente primero y, después, la incorporase "voluntariamente" a la Unión. Según Adams los habitantes de Cuba y Texas "pueden ejercer sus primordiales derechos y solicitar su unión con nosotros".[29] Sobre los destinos de Cuba gravitaría, desde entonces, esta concepción norteamericana que en carta de Jefferson a Monroe se sintetizaba en las siguientes palabras: "Cándidamente confieso que siempre he mirado a Cuba como la adición más interesante que podría hacerse a nuestro sistema de Estados".[30]

En todos los análisis que en la época se hicieron, fue generalizada la idea de que si las conspiraciones no lograron sus objetivos fue por la abierta oposición de la clase dominante cubana. Conocido el programa abolicionista de Bolívar, y vistos los sucesos latinoamericanos, como antes la revolución de Haití, la oligarquía cubana sólo vio una conjuramentación contra sus intereses. Francisco de Arango y Parreño lo definiría de la siguiente forma: "contamos, no obstante, en todos casos y estados, con los grandes propietarios, con esos buenos vasallos y malísimos soldados. Y, ¿los demás? Los jóvenes, los aventureros, los descamisados, la gente de color, los esclavos... ¡Cuántos enemigos, si un ejército de revolucionarios enarbola en nuestras playas su bandera de recluta!"[31]

Ascenso y crisis del reformismo liberal (1832-1837)

Entre 1826 y 1832 se unían todas las fuerzas contra la independencia de Cuba. Los Estados Unidos e Inglaterra habían decidido, por distintas razones y por recelo mutuo, apoyar a España en Cuba; el gobierno español había dejado de fomentar sus aspiraciones de reconquistar Hispanoamérica y a cambio, México y Colombia habían dejado de fomentar la separación de Cuba de España. El sueño bolivariano de una gran confederación de estados latinoamericanos se deshacía en pedazos; primero, con la guerra civil entre Colombia y Venezuela, que terminó con la separación de ambas y la creación de las dos repúblicas independientes (1829); segundo, con la abolición de la constitución bolivariana en Perú; tercero, con la conversión de la provincia de Quito en república independiente; cuarto, con el asesinato del general Antonio José de Sucre, el Héroe de Ayacucho, y quinto, con la muerte del propio Bolívar, el 17 de diciembre de 1830.

En Cuba, la alianza entre el poder colonial y la burguesía esclavista –-personificada en el gobernador español Francisco Dionisio Vives y el intendente cubano Claudio Martínez de Pinillos–-, había logrado eliminar los principales focos de rebeldía. La tesis política era que no debían existir libertades en una isla donde existía una tan amplia masa de esclavos.

Este conjunto de factores internos y externos posibilitó un cambio en las vías políticas con el ascenso del reformismo liberal a primeros planos ante la imposibilidad de un movimiento separatista. Independentistas y reformistas se unieron en un nuevo movimiento; en unos casos, con un sentido táctico, y en otros, como una concepción estratégica. Desde sus inicios el movimiento tuvo un líder indiscutido en el alumno más destacado de Félix Varela y uno de sus más cercanos colaboradores, José Antonio Saco. Ahora la batalla fue esencialmente de ideas. La primera que se dio fue entre el español, por más señas protegido de Pinillos, Ramón de la Sagra, y el propio Saco, y tuvo su origen en los ataques que el peninsular lanzó contra la poesía de Heredia y las frases poco respetuosas que usó contra el padre Varela. Saco contraatacó y Sagra tuvo que batirse en retirada; ninguno de los dos bandos ignoraba que detrás de la polémica literaria estaba, como substrato, la polémica política entre españoles y criollos.

Los que se autotitulaban "jóvenes liberales o jóvenes ilustrados" iniciaron un movimiento para independizarse de la vieja guardia conservadora que ahora controlaba la Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP). Solicitaron la creación de la Academia Cubana de Literatura, la cual obtuvo su aprobación real el 25 de diciembre de 1833. José Antonio Saco fue nombrado director de la Revista Bimestre Cubana. Ésta, desde sus comienzos, atacó aspectos fundamentales de las concepciones de la clase dominante. Uno de sus disparos fue la publicación de un artículo de Félix Varela, "Espíritu Público", donde exponía una clara concepción popular y antioligárquica, pero lo que colmó la copa de la paciencia de la burguesía esclavista fue un artículo del propio Saco en el que, a pesar de sus intentos por encubrirlo, atacaba toda la concepción de la sociedad esclavista. El artículo expone los puntos básicos para sustituir la sociedad esclavista por la capitalista. Las tesis eran:

1) eliminación inmediata de la trata;

2) extinción gradual de la esclavitud teniendo en cuenta el interés de los propietarios y las necesidades del desarrollo azucarero;

3) inmigración blanca;

4) introducción del trabajo asalariado en sustitución del trabajo esclavo;

5) creación del colonato en la agricultura cañera;

6) concentración de la producción azucarera y de los capitales en busca de unidades productivas de mejor tecnología y mayor producción y productividad.

Conocedor de los puntos de vista de los editores de la revista, Juan Bernardo O’'Gavan, director de la SEAP y protegido de Pinillos, solicitó la renuncia de Saco. Éste no aceptó. Para colmo, la Academia Cubana de Literatura era un centro que, si bien se cubría con un manto literario, en realidad constituía la legalización y agrupamiento de los "jóvenes ilustrados". Las gestiones de Pinillos y O’'Gavan permitieron anular la creación de la Academia, y el artículo publicado por Saco en su defensa sirvió para que los dos influyentes personajes solicitasen al recién llegado capitán general Miguel Tacón y Rosique, su expulsión de La Habana. Ordenada la salida de Saco por Tacón, el primero partió de la Isla el 13 de septiembre de 1834. Años después, Tacón dejó claro el incidente cuando expresó: "De todo lo que he hecho en Cuba, lo que me pesará eternamente es el destierro de Saco; no por Saco, sino por el gusto que le di a ese perro [aludiendo a Pinillos] pues él fue quien me habló para que lo echase de Cuba".[32]

Estos conflictos, sin embargo, deben verse dentro de una época específica. El entorno político en España había cambiado. En 1830 triunfaba el movimiento revolucionario francés, caía la monarquía absoluta y asumía el poder Luis Felipe de Orleans, "el rey burgués". El 29 de septiembre de 1833, moría Fernando VII y asumía la regencia su viuda María Cristina de Borbón. Veintitrés días después, se producía el primer levantamiento carlista contra la regente; ésta, ante el apoyo de los conservadores a su rival, decidió llamar en su ayuda a los liberales moderados. Francisco Martínez de la Rosa constituyó el nuevo gabinete. Apenas iniciada su gestión, éste estaba condenado al fracaso. En esas circunstancias concibió el Estatuto Real de 1834. No obstante, la inconformidad creció agudizada por los reveses militares. El 15 de junio de 1835, Martínez de la Rosa cedía el gobierno a otro moderado, el conde de Toreno. La política de éste lo enemistó tanto con los conservadores como con los progresistas. Tres meses después le cedía el gobierno a Juan Álvarez de Mendizábal.

El nuevo gabinete tomó un grupo de medidas de carácter liberal como la subasta de las tierras de la Iglesia. Su política coloca a Mendizábal como la figura que intentó suprimir los obstáculos al desarrollo de las estructuras capitalistas en la Península. Una fuerte oposición de conservadores y moderados provocó su rápida caída.

Ante el predominio de los liberales en España, de nuevo se presentó el conflicto con Cuba, debido a sus intenciones de reajuste del sistema colonial. La primera señal de las nuevas intenciones colonialistas que movían a los liberales peninsulares se manifestó cuando éstos eliminaron las Facultades Omnímodas en la Península pero las mantuvieron en Cuba. Nada justificaba esta abierta diferenciación en el tratamiento de ambas partes. El segundo hecho que demostró las intenciones liberales fue el nombramiento del general Tacón como gobernador de Cuba y la política que éste implantó, que algunos autores han atribuido a la circunstancia de que éste era un general Ayacucho, es decir derrotado por las tropas bolivarianas, por lo que le tenía especial aversión a lo americano, pero, si esto es cierto, no es ello lo que explica la política de los "taconazos". La raíz del problema era el intento de favorecer a la burguesía comercial española y crear mecanismos administrativos que garantizasen la colocación de la economía cubana en función del desarrollo peninsular.

Alrededor del capitán general se unieron los comerciantes españoles, entre los cuales surgieron -fundamentalmente en el negocio de la trata de esclavos–- inmensas fortunas. Ellos constituyeron la llamada "camarilla palaciega". La forma en que el capitán general expulsó a los aristocráticos criollos miembros de la burguesía esclavista de Cuba del Palacio de los Capitanes Generales, lo que en esencia significaba el intento de separarlos del poder político, pretendía cambiar la histórica relación de poder en la Isla.

La existencia en Cuba de un poder quizás mayor que el del propio capitán general, pues era esencialmente económico, se hizo sentir contra las intenciones de los liberales peninsulares. Este poder se concentraba en la Superintendencia General de Hacienda de la isla de Cuba y en la Intendencia de La Habana que estaban en manos del cubano Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva. A su alrededor se unió el sector de la burguesía esclavista desplazado por Tacón, no tanto del poder real -–cosa que no podía lograr con medidas administrativas–- como de la administración política de la Isla. El hombre común contempló, con cierta ironía los alardes de fuerza de ambos grupos rivales. Si Pinillos acometía la construcción de un acueducto para la ciudad habanera, Tacón ordenaba la creación de fosas mauras en cada casa. El intendente desarrolló el ferrocarril y edificó una imponente terminal que, por supuesto, llevó su nombre, Villanueva; Tacón creó el Paseo Militar o Campo de Marte con la calzada que hasta entonces se había llamado de San Luis Gonzaga y que ahora también fue bautizada con su nombre. La pugna llegó hasta tal punto que cuando Tacón colocó una lujosa fuente de mármol, la Pila de Neptuno, Pinillos replicó con otra mucho mayor y más lujosa de sabor americano, la Fuente de la India. Un símbolo dejó Tacón de sus concepciones constructivas: la cárcel de La Habana que fue inaugurada como la mayor de América Latina.

Ante las ausencias de Varela y Saco, la figura más significativa del movimiento reformista lo fue José de la Luz y Caballero. En 1836 se crearon las condiciones para una prueba de la fuerza de las tres tendencias en pugna. En ese año se produjo la convocatoria para las Cortes constituyentes. En La Habana, José de la Luz y Caballero y en Santiago de Cuba, Juan Bautista Sagarra, unieron sus esfuerzos y lograron la elección del desterrado José Antonio Saco como diputado de esta última ciudad a las Cortes. Pero cuando sus poderes le llegaron a Saco, ya éstas habían sido suprimidas. Dos meses después es nuevamente electo a Cortes pero tampoco puede tomar asiento ya que el Motín de la Granja obligó a la reina a abrogar el Estatuto Real y jurar la Constitución de 1812. En Cuba, la revuelta encuentra un rápido apoyo en el general Lorenzo, gobernador de Santiago de Cuba.

Era el general Manuel Lorenzo un líder progresista en la Península. Al conocer la implantación de la Constitución de 1812 hizo, con toda solemnidad, su proclamación en todo el distrito a su mando. Lorenzo ya se había ganado las simpatías del grupo de santiagueros reformista formados por Kindelán, Muñoz del Monte y Porfirio Valiente, entre otros, por las libertades dadas a la prensa oriental. Sus concepciones, diferentes a las de Tacón, habían creado ya serios problemas entre ambos. El capitán general destituyó a Lorenzo pero éste montó la artillería en los fuertes, armó las milicias orientales y ordenó el estado de defensa del departamento. Tacón decretó el bloqueo del puerto de Santiago por dos navíos de guerra -–la corbeta Cautivo y el bergantín Cubano–- y ordenó el avance de las tropas. El 18 de diciembre la guarnición se negó a obedecer las órdenes de Lorenzo. La milicia no mostró interés en sostener al jefe de la plaza, por lo que al general no le quedó más remedio que entregar el mando al coronel Fortún y partir, con los más comprometidos, hacia Jamaica.

En medio del movimiento de Lorenzo, Saco salió electo, por tercera vez, delegado a las Cortes constituyentes en octubre de ese año. Pero sucedió entonces uno de los hechos de mayor repercusión en el futuro de las relaciones España-Cuba. En las reuniones previas a la apertura de las Cortes se acordó que España era sólo el territorio peninsular e islas adyacentes, mientras que las hasta entonces provincias de ultramar –-Cuba, Puerto Rico y Filipinas–- no sólo quedaban sin representación en las Cortes -–por primera vez en su historia–-, sino que también quedaban excluidas de la jurisdicción constitucional. En ellas seguirían rigiendo las Facultades Omnímodas de los capitanes generales, que las colocaban al arbitrio de ellos y exentas de las mínimas libertades. Los constituyentes declaraban que para estos territorios se dictarían, con posterioridad, leyes especiales que, por lo menos en el caso de Cuba, nunca se llegaron a legislar. Sobre las causas de esta determinación, que segregó definitivamente a la Isla de la integridad española, se han afirmado varias tesis. En esencia, el hecho de que el domingo 16 de abril de 1837 se aprobaran estas determinaciones por 150 votos a favor y sólo dos en contra, lo que cambiaba el status histórico de Cuba, sólo es comprensible dentro de la línea colonialista del liberalismo español. Asombrosamente uno de los argumentos más usados era la insurrección del general Lorenzo en Santiago de Cuba, precisamente un movimiento protagonizado por un español liberal. Tacón, incluso, hizo llegar a las Cortes la acusación de que Saco representaba a los protagonistas del movimiento. Pinillos contribuyó decididamente haciendo llegar una carta firmada por más de cuatro mil propietarios de la Isla que se oponían a la presencia de los delegados cubanos y clamaban en contra de que se implantaran en Cuba las libertades constitucionales. Esta unión reaccionaria se sintetizó en las palabras de un diputado, nada menos que liberal progresista: "toda novedad política que allí se haga es un paso hacia la independencia, y todo paso que se dé hacia la independencia es un paso de exterminio y de ruina de los capitales y de las personas [...] La Isla de Cuba digo que si no es española es negra, necesariamente negra".[33] El argumento colonialista, racista y clasista desconocía el potencial popular que se estaba fraguando en las bases de la sociedad que, años después, los sorprendería.

La promulgación de la nueva Constitución liberal, menos radical que su antecesora, no cambió la situación existente en la Isla pero creó una sustancial diferencia jurídica, política e ideológica. Mientras la de 1812 declaraba "La nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios", ésta hacía exclusión absoluta de los americanos. Saco definió la nueva política con términos lapidarios: "Cuba ha pasado a ser de una provincia de ultramar una colonia esclavizada".[34]

El fracaso político de los liberales reformistas cubanos no pudo ser peor. El proyecto socioeconómico expuesto por Saco puede considerarse su programa mínimo pero justamente éste era el que suscitaba la oposición esclavista y colonial. A ello se añadía su idea de la descentralización política. Pese a los encendidos ataques de Saco de los años 1837 y 1838, ya la vía reformista quedaba excluida. Al menos por el momento. El desaliento cundió en las filas reformistas, las deserciones no faltaron –-no sólo del reformismo sino también del separatismo–-, e, incluso, se observó en las principales figuras del movimiento una evidente desorientación. Una enseñanza fundamental les había dejado todo aquello, y algunos no la perderían de vista. El pregonado liberalismo de los "partidarios de las libertades" en las metrópolis sólo se correspondía con sus necesidades a las cuales supeditaban las colonias. Para ello enarbolaban el nacionalismo, que implicaba la ponderación de sus factores nacionales, base del colonialismo que alimentaba sus riquezas y su espíritu de grandeza nacional. Esta contradicción fue evidente para los pensadores más penetrantes del mundo colonial (en el caso de Cuba desde Arango Parreño, Varela y Saco hasta José Martí).

Liquidado el movimiento reformista -–o al menos sus posibilidades–-, ocupó el primer lugar el ajuste entre la administración Tacón y la burguesía esclavista. En 1837, había llegado el momento de probar la fuerza de los dos sectores en pugna. Tacón sobrestimó las suyas. Por orientaciones de Madrid estableció una Junta de 16 notables que debían proponer los proyectos para las futuras leyes especiales. De ellos, 11 eran peninsulares. Según esta composición, la burguesía comercial española sería la que dictaría las leyes que regirían en Cuba. Tacón, además, tomó otra medida: la cancelación de los privilegios de la Compañía de Vapores de Regla, en la cual tenía importantes inversiones el propio Pinillos. La posición de este último se había reforzado en Madrid, fundamentalmente debido a la crisis económica peninsular. Cierto o no, era un rumor insistente que los ministros podían cobrar sus salarios gracias al intendente de La Habana. El rumor, por lo menos, reflejaba a qué niveles llegaban las influencias del intendente y las debilidades de los ministros que comenzaron a atemperar sus intenciones con respecto a Cuba. "Villanueva se había convertido, gracias a la prosperidad azucarera, en una potencia en la finanza internacional. La Banca Rothschild que de acuerdo con el gobierno de Londres prestaba apoyo a los cristinos, junto con otros banqueros internacionales, descontaba las libranzas que el Ministerio de Hacienda giraba contra las Cajas de La Habana bajo la garantía del Intendente".[35] En su pugna, tanto Tacón como Pinillos amenazaban a la Corte con su renuncia dejando entrever que con ella se perdería Cuba para España. Madrid pudo mantener el equilibrio durante cierto tiempo. Pero en 1837, Pinillos apretó todos sus resortes y, cuando Tacón volvió a amenazar con la renuncia, ésta le fue aceptada. Madrid no encontraba formas suficientes para complacer al intendente. Su mejor prueba de buena fe fue nombrar capitán general de la Isla a uno de los allegados de Pinillos, el mariscal de campo de los ejércitos españoles Joaquín de Ezpeleta y Enrile, cubano. La euforia de la clase dominante fue total. Lo más significativo fue que la preocupación sobre un posible movimiento independentista pasó a un segundo plano mientras que la lucha por la preservación de la esclavitud se convirtió en el centro mismo del quehacer político.

En las bases, sin embargo, se observaban cambios sustanciales. Pese a que las masas populares estaban fuera de la lucha política -–lucha de poder–- en ellas se extendieron sentimientos más definidos. El concepto de cubano se generalizó, comenzó a surgir un interés nacional patriótico. Por último, no puede escapar a una pupila aguda que la diferencia de intereses entre Cuba y España ya había alcanzado el nivel de diferencia política. La bonanza económica, la debilidad de la clase dominante atrapada en una estructura económica esclavista que la incapacitaba para sostener por sí misma su dominio, la correlación de fuerzas internacionales y la desunión de los factores internos, impedían la creación de una línea de acción independentista.

Notas

  1. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (España): "Tratados s. XIX , No. 35".
  2. Eduardo Torres-Cuevas y Eusebio Reyes: Esclavitud y sociedad, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1986, p. 212.
  3. Antonio del Valle Hernández: Sucinta noticia de la situación presente del estado de esta colonia. 1800, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, p. 75.
  4. Manuel Moreno Fraginals: El Ingenio. Complejo Económico-Social cubano del azúcar, t. I, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, pp. 27-28.
  5. Carlos Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, vol. I, Ed. Venceremos, La Habana, 1965, p. 469. (El subrayado es de E.T-C.)
  6. Carlos Marx: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, vol. I, Siglo XXI, México, 1971, p. 476. (El subrayado es de E. T-C.)
  7. Manuel Moreno Fraginals: ob. cit., p. 170.
  8. Hugh Thomas: Cuba: the pursuit of freedom, Harper & Row, New York, 1971, pp. 66-67.
  9. Herminio Portell Vilá: Juan de Miralles, un habanero amigo de Jorge Washington, La Habana, 1947, p. 3.
  10. Eduardo Torres-Cuevas: "Cuba y la independencia de Estados Unidos", en revista Casa de las Américas, La Habana, 2000.
  11. José Antonio Saco: Historia de la esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, t. IV, Ed. Alfa, La Habana, 1937, pp. 418-420.
  12. ANC: Fondo: Asuntos Políticos, Legajo No. 5, sig. 37.
  13. Francisco de Arango y Parreño: Obras, t. I, Publicaciones de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, La Habana, 1952, pp. 114-174.
  14. Ibídem, t. II, pp. 529-536.
  15. Francisco de Arango y Parreño: ob. cit., t. II, p. 113.
  16. José Luciano Franco: Política continental americana de España en Cuba, 1812-1830, Academia de Ciencias, La Habana, 1964, pp. 16-17.
  17. Félix Varela: "Espíritu Público", en Revista Bimestre Cubana. No. 9, 1 de enero de 1834, pp. 265-275.
  18. Ramón de la Sagra: Cuba: 1860, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1963, p. 189.
  19. Roque Garrigó: Historia documentada de la conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar, Imprenta El Siglo XX, La Habana, MCMXXIX, p. 243.
  20. Manuel Tuñón de Lara: La España del siglo XX, Club del Libro español, París, s/a, p. 46.
  21. Aurelio Miranda Álvarez: Historia documentada de la masonería en Cuba, Molina, La Habana, 1933, p. 34.
  22. José Antonio Páez: Autobiografía, Biblioteca Ayacucho, Madrid, s/a, p. 456.
  23. José María Chacón y Calvo: Las cien mejores poesías cubanas, Ed. Cultura Hispánica, Madrid, 1958, p. 28.
  24. José Antonio Páez : ob. cit., p. 459.
  25. Phillip S. Foner: Historia de Cuba y sus relaciones con los Estados Unidos, t. I, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 136.
  26. Ibídem, p. 57.
  27. Ibídem, p. 136.
  28. Ibídem, p. 169.
  29. Ibídem, p. 159.
  30. Ibídem, p. 182.
  31. Francisco de Arango y Parreño: ob. cit., p. 401.
  32. José Antonio Saco: Colección de Papeles Científicos, Históricos, Políticos, y de otros ramos ya publicados, ya inéditos, t. III, Ed. Nacional de Cuba, La Habana, 1963, pp. 87-88.
  33. España. Cortes Constituyentes: Diario de Sesiones..., t. I, Madrid, 1872, p. 2508.
  34. Domingo Figarola-Caneda: José Antonio Saco. Documentos para su vida, Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1921, p. 246.
  35. Correspondencia Reservada del Capitán General don Miguel Tacón, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963, p. 88.