Glosas al pensamiento de José Martí (Julio Antonio Mella)

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Glosas al pensamiento de José Martí
AutorJulio Antonio Mella
Escrito endiciembre de 1926
EditoraEdiciones La Memoria. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau
Publicado por primera vez2017
La Habana
Fuentehttps://www.marxists.org/espanol/mella/mella-textos-escogidos-tomo1.pdf


Un libro que debe escribirse

Hace mucho tiempo que llevo en el pensamiento un libro sobre José Martí, libro que anhelaría poner en letras de imprenta. Puedo decir que ya está ese libro en mi memoria. Tanto lo he pensado, tanto lo he amado, que me parece un viejo libro leído en la adolescencia. Dos cosas han impedido realizar el ensueño. Primero: la falta de tiempo para las cosas del pensamiento. Se vive una época que hace considerar todo el tiempo corto para hacer. Todos los días parece que mañana será «el día...», el día ansiado de las transformaciones sociales. Segunda razón: tengo temores de no hacer lo que la memoria del Apóstol y la necesidad imponen. Bien lejos de todo patriotismo, cuando hablo de José Martí, siento la misma emoción, el mismo temor, que se siente ante las cosas sobrenaturales. Bien lejos de todo patriotismo, digo, porque es la misma emoción que siento ante otras grandes figuras de otros pueblos.

Pero, de todas maneras, ese libro se hará. Es una necesidad, no ya un deber para con la época. Lo hará esta pluma en una prisión, sobre el puente de un barco, en el vagón de tercera de un ferrocarril, o en la cama de un hospital, convaleciente de cualquier enfermedad. Son los momentos de descanso que más incitan a trabajar con el pensamiento. U otro hará el libro, cualquiera de mis compañeros, hermanos en ideales, más hechos para el estudio que para la acción. Pero, hay que afirmarlo definitivamente, el libro se hará... Es necesario que se haga. Es imprescindible que una voz de la nueva generación, libre de prejuicios y compenetrada con la clase revolucionaria de hoy, escriba ese libro. Es necesario dar un alto, y, si no quieren obedecer, un bofetón a tanto canalla, tanto mercachifle, tanto patriota, tanto adulón, tanto hipócrita... que escribe o habla sobre José Martí.

Ora es el político crapuloso y tirano —crapuloso con los fuertes, tirano con el pueblo— quien habla de Martí. Ora es el literato barato, el orador de piedras falsas y cascabeles de circo, el que utiliza a José Martí para llenar simultáneamente el estómago de su vanidad y el de su cuerpo. Ora es, también, el «iberoamericanista», el propagandista de la resurrección de la vieja dominación española, el agente intelectual de los que buscan nuevamente los mercados de la India, el que acomete la obra de «descubrirnos» a José Martí...

Ya da náuseas tanto asco intelectual. ¡Basta! Martí —su obra— necesita un crítico serio, desvinculado de los intereses de la burguesía cubana, ya retardataria, que diga el valor de su obra revolucionaria considerándola en el momento histórico en que actuó. Mas hay que decirlo, no con el fetichismo de quien gusta de adorar el pasado estérilmente, sino de quien sabe apreciar los hechos históricos y su importancia para el porvenir, es decir, para hoy.

Hay dos tendencias para aquilatar los acontecimientos históricos. Una, que Blasco Ibáñez noveliza en Los muertos mandan, la de aquellos que sienten sobre sí el peso de todas las generaciones pasadas. Para estos, el acontecimiento de ayer, es el acontecimiento supremo. Son los que en política aman, como única panacea, la Revolución Francesa de 1789. Las tumbas de las generaciones pasadas pesan sobre sus espaldas como el cadáver del equilibrista sobre las de Zaratustra. Estos son los conservadores, los patriotas oficiales, los reaccionarios, los estériles emuladores de la mujer de Lot. Hay otra tendencia. Es fantástica y ridícula. Gusta de militar en las extremas izquierdas de las izquierdas revolucionarias. Estos pedazos de lava ambulantes no nacieron de madre alguna. Ellos son toda la historia. Su acción —que rara vez sobresale de su cuarto de soñar— es la definitiva. Estos ignoran, o pretenden ignorar, todo el pasado. No hay valores de ayer. Son los disolventes, los inútiles, los egoístas, los antisociales. Hay una tercera forma de interpretación histórica. Debe ser la cierta. Lo es, sin duda alguna. Consiste, en el caso de Martí y de la revolución, tomados únicamente como ejemplos, en ver el interés económico-social que «creó» al apóstol, sus poemas de rebeldía, su acción continental y revolucionaria; estudiar el juego fatal de las fuerzas históricas, el rompimiento de un antiguo equilibrio de fuerzas sociales; desentrañar el misterio del programa ultrademocrático del Partido Revolucionario, el milagro —así parece hoy— de la cooperación estrecha entre el elemento proletario de los talleres de la Florida y la burguesía nacional; la razón de la existencia de anarquistas y socialistas en las filas del Partido Revolucionario, etcétera, etcétera.

Aquí no estaría terminada la obra. Habría que ver los antagonismos nacientes de las fuerzas sociales de ayer. La lucha de clases de hoy. El fracaso del programa del Partido Revolucionario y del Manifiesto de Montecristi, en la Cuba republicana, que «vuelve —al decir de Varona, y todos lo vemos— con firme empuje hacia la colonia».

El estudio debe terminar con un análisis de los principios generales revolucionarios de Martí, a la luz de los hechos de hoy. Él, orgánicamente revolucionario, fue el intérprete de una necesidad social de transformación en un momento dado. Hoy, igualmente revolucionario, habría sido quizás el intérprete de la necesidad social del momento. ¿Cuál es esta necesidad social? Preguntas tontas no se contestan, a menos de hacernos tontos. Martí comprendió bien el papel de la República cuando dijo a uno de sus camaradas de lucha —Baliño—, que era entonces socialista y que murió militando magníficamente en el Partido Comunista: «¿La revolución? La revolución no es la que vamos a iniciar en las maniguas, sino la que vamos a desarrollar en la República».

He aquí una interpretación fugaz de sus palabras.

Democracia, imperialismo...

¿Del tirano? Del tirano

Di todo, ¡di más!; y clava

Con furia de mano esclava

Sobre su oprobio al tirano.

¿Del error? Pues del error

Di el antro, di las veredas

Oscuras: di cuanto puedas

Del tirano y del error.

(Y, si después de haberlo dicho todo, apóstol y maestro, la palabra no basta, no es oída, ¿qué hacer?).

Martí cree posible la democracia pura, la igualdad de todas las clases sociales. Soñaba una República «con todos y para el bien de todos». No creía que tirano fuese solo el dominador español. Presagiaba que podían existir tiranos nacionales y, por esto, hizo sus versos: los mató antes de que nacieran. Conveniente sería que hubiese vivido hasta nuestros días. ¿Qué hubiera dicho y hecho ante el avance del imperialismo, ante el control de la vida política y económica por el imperialismo, ante las maniobras de este entre los nacionales, para salvaguardar sus intereses? Hubiera tenido que repetir su segunda estrofa sobre el error, ponerla en práctica: «no hay democracia política donde no hay justicia económica», hubiera tenido que afirmar.

«El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país». Puede ser. Pero donde no hay equilibrio, donde no hay «elementos naturales» —no lo es nunca el rico capitalista aburguesado y opresor, o su amo, el imperialismo—, donde no hay gobierno, donde no hay nada, es necesario eliminar los elementos no «naturales».

Él expresó más de una vez sus ideas sobre la desigualdad social, sobre el peligro del imperialismo y tópicos similares. En su lenguaje poético de siempre dijo:

«El pueblo más grande no es aquel en que una riqueza desigual y desenfrenada produce hombres crudos y sórdidos, y mujeres venales y egoístas...».

«...si es honrado y se nace pobre, no hay tiempo para ser sabio y rico».

No conozco otra manera mejor de llamarle a nuestros ricos, a los hijos del azúcar, lo que son: ¡Ladrones! ¡Ignorantes!

Sobre los EE. UU. decía:

«Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas:—y mi honda es la de David».

Respecto a lo que debía ser la política cubana:

«...ponerse en los labios todas las aspiraciones definidas y legítimas del país, bien que fuese entre murmullos de los timoratos, bien que fuese con la repugnancia de los acomodaticios, bien que fuese entre tempestades de rencores: si ha de ser más que la compensación de intereses mercantiles, la satisfacción de un grupo social amenazado y la redención tardía e incompleta de una raza. [la negra] [...] yo brindo por la política cubana...».

En 1879 ya reconocía Martí la existencia de una lucha de clases en la sociedad y gritaba por la liberación del negro.

En su bello trabajo sobre los mártires de Chicago nos habla de aquella república que «...por el culto desmedido a la riqueza, ha caído, sin ninguna de las trabas de la tradición, en la desigualdad, injusticia y violencia de los países monárquicos...».

Internacionalismo

A pesar de ser José Martí un patriota, es decir, un representante genuino de la revolución nacional tipo francesa de 1789, fue, como decía Lenin de Sun Yat-Sen, representante de una democrática burguesía capaz de hacer mucho, porque aún no había cumplido su misión histórica. Luchaba por Cuba porque era el último pedazo de tierra del continente que esperaba la revolución. Pero jamás ignoró el carácter internacional de la lucha revolucionaria. Se decía que era un hijo de la América. Cierto. Solo hay que leer «Madre América» y entonces podremos afirmar:

No ha habido otro revolucionario de los finales del siglo pasado que amase más al continente y que lo sirviese mejor con la pluma, la palabra y la espada. Siempre es la América lo que le obsesiona. Aún más, así como Cuba no es más que un pedazo del continente amado, este no es más que un laboratorio de la futura sociedad universal. Tuvo, sin duda alguna, el concepto del internacionalismo. No es necesario para ser internacionalista odiar el suelo en que se nace, olvidarlo, despreciarlo y atacarlo. Así afirman estúpidamente las plumas reaccionarias y mercenarias que somos los internacionalistas de hoy, los revolucionarios del prole­tariado. No. Internacionalismo significa, en primer término, liberación nacional del yugo extranjero imperialista y, con­ juntamente, solidaridad, unión estrecha con los oprimidos de las demás naciones. ¿Que solamente los socialistas puros pueden ser internacionalistas? No es nuestra culpa que el proletariado sea la clase revolucionaria y progresista en el mo­mento actual.

Martí y el proletariado

Esta es una de las más importantes facetas de la vida de José Martí. Debe ser el más curioso capítulo del libro que sobre él ha de escribirse. Como enemigo del feudalismo, José Martí fue amigo del negro —¡cuántas cosas grandes y nobles dijo de él!—, y como amigo de la revolución nacional contra el yugo del imperio español y contra todos los otros yugos imperialistas, amigo fue también del proletariado. Compren­dió las grandes fuerzas revolucionarias y constructivas que el proletariado tiene en sí. Por esta razón, durante su estancia en la Florida entre los tabaqueros de Tampa, no solo sació su hambre física con el óbolo que orgullosos 268daban los pro­letarios de la «chaveta», sino que su espíritu se asomó a ese gran paraíso del socialismo internacional...

«Los pueblos [...] son como los obreros a la vuelta del trabajo, por fuera cal y lodo, ¡pero en el corazón las virtudes respe­tables!». Aquí reconoce poéticamente —como siempre— que es la clase obrera quien más moral atesora por las mismas condiciones de la vida que lleva.

«¡La verdad se revela mejor a los pobres y a los que padecen!».

«...“¡para el revolucionario, dijo Saint-Just, no hay más des­canso que la tumba!”».

«Las universidades deben ser talle­res...». Así podría seguirse toda una búsqueda de su respeto y admiración por el proletariado.

Si la envidia de los roedores del genio no lo hubiese llevado a inmolarse prematuramente en Dos Ríos, él habría estado al lado de Diego Vicente Tejera en 1899 cuando fundó el Partido Socialista de Cuba, el primer partido que se fundó en Cuba, después de la dominación española, como Baliño y Eusebio Hernández están hoy con nosotros. Pero quede todo esto, y mucho más, para el futuro narrador, crítico y divul­gador de la personalidad de José Martí. Basta para un artículo fugaz esta insinuación y esta prueba de la necesidad de ese libro. Terminemos tomando unos cuantos pensamientos del apóstol y haciéndole una rápida glosa a manera de «letanía revolucionaria». Lo necesita el pueblo de Cuba en estos instantes. Puede no ser inútil un recordatorio e inter­pretación de algunas de sus sentencias.

«En la cruz murió el hombre un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días». «Todas las grandes ideas tienen su Naza­reno...».

¿Dónde están los ciudadanos que no aprendieron esto? Hoy tus compatriotas no mueren en las cruces. Pero sí clavan en ellas al pueblo.

«¡La tiranía no corrompe, sino prepara!».

El comentario es secreto. En nuestro interior se escucha el himno de las revoluciones y se ve el flamear de las banderas rojas. ¡Viva la justicia social!

«Las redenciones han venido siendo teóricas y formales: es necesario que sean efectivas y esenciales».

Esto lo repite diariamente el proletariado y por esas pala­bras sufre persecuciones, asesinatos y prisiones...

«Ver en calma un crimen es cometerlo».

¡Cuántos criminales hay en Cuba!

«Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado».

No piensan así en la República que tú fundaste.

«La palabra de un hombre es ley...».

Hoy se dice «La ley es la palabra del “hombre”».

«Juntarse: esta es la palabra del mundo».

Hoy, siguiendo tu orden, decimos concretamente: «¡Proleta­rios de todos los países, uníos!».

«Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra».

¡Que tus palabras se cumplan! ¡Aunque serían mejor ambas trincheras a la vez!