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Honorable señor Presidente de la República; | Honorable señor Presidente de la República; |
Revisión del 19:49 10 oct 2024
Discurso frente a la tumba de Eduardo Chibás | |
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Autor | Fidel Castro |
Tipo | Discurso |
Fecha de pronunciamiento | 16 de enero de 1959 |
Lugar de pronunciamiento | Cementerio de Colón, La Habana, Cuba |
Fuente | http://www.fidelcastro.cu/es/discursos/palabras-pronunciadas-en-el-cementerio-de-colon-en-la-tumba-de-eduardo-chibas |
Honorable señor Presidente de la República;
Señores miembros del Consejo de Ministros; Compatriotas todos:
Fácil es comprender nuestra emoción en esta tarde. Aquí junto a esta tumba, que está llena de recuerdos para todos nosotros y que hoy no simboliza solo a aquel gran paladín que cayera cuando más lo necesitábamos, sino también a aquellos que cayeron en la lucha y que tanto los necesitamos hoy: Eduardo Chibás, Pelayo Cuervo Navarro y Juan Manuel Márquez. Ningún homenaje, pues, más sincero, más ferviente y más espontáneo.
Los sentimientos son encontrados. Muchas veces habíamos venido a esta tumba después del 16 de agosto de 1951. Todos los meses veníamos a esta tumba, antes y después del 10 de marzo, y por cuan diversas etapas hemos pasado: aquel 16 de agosto de 1951, la apoteosis del martirio; aquella muchedumbre inmensa que acompañó su féretro hasta este lugar, donde descansa desde entonces; aquellos meses que fueron de esperanza, porque aunque nos faltaba el líder nos había quedado su fuerza, su prestigio, su pueblo; y aquel 16 de marzo de 1952, seis días después del golpe traidor, cuando por segunda vez se reunió también ante esta tumba mucho pueblo.
Me parece estar presenciando aquella tarde: era la angustia mezclada con la indignación, la impotencia mezclada con el ansia de luchar. Me parece estar viendo aquella multitud que se movía, me parece recordar mi entrada aquella tarde en el cementerio en que, como una marea humana y tal vez porque había sido yo uno de los más cáusticos adversarios de los que habían tomado el poder, la multitud preocupándose por nosotros, casi deseando que no estuviésemos presentes, queriéndonos proteger también con sus brazos para evitar, en aquellos momentos de incertidumbre y de temor, cualquier agresión. Fue aquella tarde cuando repartimos el primer manifiesto revolucionario que se tituló “Revolución no, zarpazo”, escrito también en medio de la indignación y de la angustia, de la impotencia y del deseo de luchar, y desde entonces también continuamos viniendo a la tumba de Eduardo Chibás.
Veo aquí muchas caras conocidas, las mismas caras que fueron siempre leales a esta tumba, los mismos y las mismas que siempre mantuvieron flores frescas en este santuario de la dignidad cubana.
Pero a medida que transcurrían los meses, languidecía la presencia del pueblo. No sé si moría la fe en la impotencia, no sé si moría la fe en la amargura de aquellos días que no se podrán olvidar, por lo triste y lo duro; no sé si cundía el desaliento en las filas del pueblo, esperando, esperando y esperando que llegase al fin alguna solución. Y también recuerdo lo que decía un compañero, aquella presencia odiosa del primero de los esbirros de la tiranía aquel día —no sé si fue el primer 16 de agosto, fue el segundo 16 o el primer día 16 de marzo o el día 16 de abril— en que aquí tuvo la osadía de llegar con sus ametralladoras el odiado Salas Cañizares, vinieron como a hacer un alarde de sus fuerzas y hasta como para hacer un alarde de su bondad, puesto que el que no nos asesinara a todos parecía como una gracia del sanguinario esbirro.
Aquellas humillaciones, las que hubimos de soportar aquí, en la calle, en todas partes, aquellas agresiones dondequiera que se reunía un grupo de cubanos, aquí, en la universidad, en el local del Partido, en Prado 109, y en todas partes, porque cuantas veces se reunía el pueblo, era objeto de algún atropello, de alguna agresión. ¡Cómo no recordar aquellos días en que veíamos a los hombres, y sobre todo a las mujeres que siempre fueron las más leales en el recuerdo de Eduardo Chibás, porque eran siempre las mismas, las mismas de la CMQ, las mismas del cementerio, las mismas de Prado 109, golpeadas, perseguidas, insultadas y vejadas por los esbirros de la tiranía! Frescos están todavía en nuestra memoria aquellos días, porque lo que graba el dolor, como decía el Apóstol, no se olvida fácilmente.
Y así transcurrió aquella otra etapa, desde el 10 de marzo al 26 de julio, en que no pudimos volver a la tumba de Chibás, sino hasta dos años después, la nueva etapa en que no pudimos venir a la tumba de Eduardo Chibás hasta dos años después.
Hoy es como el resumen de toda aquella historia, la historia de la Revolución, la historia del 26 de julio, que tan íntimamente ligada está a la historia de esta tumba, que tan íntimamente ligada está al recuerdo de quien descansa en esta tumba, que tan íntimamente ligada está a la ideología, a los sentimientos y a la prédica de quien descansa en esta tumba, porque debo decir aquí que sin la prédica de Eduardo Chibás, que sin lo que Eduardo Chibás hizo, que sin el civismo y la rebeldía que despertó en la juventud cubana, el 26 de julio no hubiera sido posible.
Entre los jóvenes que seguían a Chibás se reclutaron principalmente nuestros combatientes. Si no hubiese existido aquella juventud, si no hubiese existido aquella prédica, si no se hubiese sembrado aquella semilla, el 26 de julio no hubiese sido posible. El 26 de julio fue, pues, la continuación de la obra de Chibás, el cultivo de la semilla que él sembró en nuestro pueblo. Sin Eduardo Chibás no hubiese sido posible la Revolución Cubana. Nos faltó su presencia física, todos le echamos de menos, todos no decíamos más que una frase: “Si Eduardo Chibás estuviera vivo, si Eduardo Chibás estuviera junto a su pueblo” y lo decíamos con amargura, lo decíamos como si hubiésemos perdido la esperanza y, sin embargo, Eduardo Chibás no nos había abandonado, Eduardo Chibás estaba con el pueblo, Eduardo Chibás estaba presente, su obra estaba latente en el pueblo, y sobre esa base se edificó la Revolución triunfante que hoy está en el poder.
Justo es por eso el homenaje que venimos a rendirle aquí y el homenaje que con él rendimos a los dos paladines que también cayeron durante la lucha: Pelayo Cuervo Navarro y Juan Manuel Márquez. De ellos podremos decir también hoy: ¡Qué falta nos hacen! ¡Si estuvieran entre nosotros, qué útiles serían! Si Juan Manuel Márquez, si Pelayo Cuervo estuviesen entre nosotros, ¡cuántos servicios podrían prestarle a su patria en esta hora! Y, sin embargo, aunque físicamente no están presentes, también se encuentran entre nosotros. Aquí están sus ejemplos, aquí están sus prédicas y, sobre todo, aquí está su obra, porque esta Revolución triunfó sobre el sacrificio de los que cayeron. Físicamente podrán estar muertos, pero espiritualmente —y el espíritu es lo que ha demostrado triunfar, el espíritu es lo que ha demostrado fuerza, la razón es lo que ha demostrado fuerza, la justicia es lo que ha demostrado fuerza, más fuerza que la materia—, espiritualmente están entre nosotros. No es una frase de consuelo, es una gran verdad, porque si no, ¿sobre qué se ha edificado esta hermosa victoria de nuestro pueblo sino sobre la justicia, sobre la fe, sobre el fervor? Si no teníamos armas, si no teníamos ejército, si no teníamos recursos, ¿con qué se edificó la Revolución? ¡Con la vergüenza, con la fe, con la moral, con la razón, con la justicia!
Y hoy se vuelve a reunir el pueblo, aquel pueblo que tantas veces apalearon, que tantas veces disolvieron, que tantas veces humillaron. ¿Dónde están los que lo perseguían? ¿Dónde están los que lo apalearon? ¿Dónde están los que nos arrebataron nuestros derechos? O presos, o prófugos, o fusilados, o por fusilar (Aplausos). Presos están los que asesinaron a Juan Manuel Márquez, presos han de estar los que conocen del asesinato de Pelayo Cuervo.
¿Y qué es lo que piden los enemigos de la Revolución? Que los soltemos, que los perdonemos. Eso es lo que piden, eso es lo que piden los que no se compadecieron del pueblo, cuando los racimos de cadáveres aparecían por las calles; eso es lo que piden los que les mandaban bombas y cañones, y aviones y tanques a los asesinos; eso es lo que piden los que mandaban misiones militares a entrenar a los asesinos, los que no se compadecieron del pueblo, este pueblo que ha sacrificado más de 20 000 de sus hijos, que ha vivido bajo el terror durante siete largos e infinitos años, que ha visto golpeados y torturados a más de 100 000 compatriotas; este pueblo que ha sufrido en su corazón cada hombre asesinado, cada hombre torturado, cuyas madres no han tenido un minuto de descanso ni de tranquilidad, pensando que si ayer mataban al hijo de la amiga o de la vecina, hoy podían matar a su propio hijo.
Nadie se compadeció de este pueblo. Le mandaron tanques al dictador, le mandaron bombas al dictador con las que arrasaron nuestras ciudades, le mandaron aviones que ametrallaron sin piedad a las poblaciones indefensas. ¡Y ahora protestan de que el pueblo castigue a los asesinos!
Pero si nunca hubo justicia en Cuba, si el crimen quedó siempre impune, si los voluntarios en nuestras guerras libertadoras no recibieron el castigo que merecían, si los esbirros del machadato después los vimos vestidos otra vez de uniformes por las calles; si aquello fue la causa de la venganza y del asesinato, porque donde no hay justicia hay venganza, y los familiares y los amigos de las víctimas se sienten con derecho a tomar venganza con su propia mano; si no hubo justicia nunca, óigase bien, porque nunca triunfó nuestro pueblo plenamente, porque intereses extraños siempre vinieron a cortar nuestro paso, porque intereses extraños vinieron siempre a arrebatarnos la victoria de las manos, ¡esta vez habrá justicia! Por primera vez en nuestra historia, porque por primera vez en nuestra historia es libre el pueblo de Cuba; porque por primera vez en nuestra historia el Presidente de la República, los ministros y los líderes de la Revolución no reciben órdenes del extranjero.
¡Somos una nación pequeña, pero digna de respeto! ¡Somos una nación pequeña en tamaño, pero grande en dignidad! ¡Somos una nación pequeña en tamaño, pero a la que hay que respetar, sencillamente, porque el cubano ha demostrado que sabe morir; porque, sencillamente, el pueblo cubano ha demostrado que a pesar de los tanques, y los cañones y las bombas y los aviones y a pesar de los miles y miles de soldados, más miles de los que nos puedan mandar más nunca, supimos arrebatarles las armas de la mano, supimos conquistar a sangre y fuego nuestra libertad! ¿Que nos costó esta lucha 20 000 muertos? Bueno, ¡si de defender la soberanía y la dignidad y la libertad de la patria se trata, aunque nos cueste 6 millones de muertos! (Aplausos.) ¡Porque estoy dispuesto a morir aquí, y estoy dispuesto hasta que mi hijo muera en defensa de la dignidad de nuestro pueblo! ¡Y cuando un pueblo se yergue con sus virtudes, su valor y, sobre todo, su derecho, es un pueblo al que hay que respetar! (Aplausos.)
Hay campañas contra la Revolución Cubana, hay campañas internacionales contra la Revolución Cubana. ¿Por qué? Porque saben que la Revolución Cubana es ejemplo para la América, porque saben que la Revolución Cubana tiene la simpatía de América entera. Entonces, ¿qué hacen? Pues se dedican a utilizar los medios inalámbricos y los cables de que disponen para difundir toda clase de noticias calumniosas contra la Revolución, para restarnos el respaldo de la opinión pública de la América Latina. Es una campaña consciente y organizada. ¿Contra quién? ¡Contra el ejército más caballeroso que ha existido en la historia universal! No se ha dado todavía en el mundo la historia de un ejército, en ningún tiempo, que tenga el récord que tiene el Ejército Rebelde, de no haber golpeado jamás un prisionero, de no haber dejado abandonado jamás un herido, de no haber asesinado jamás a un hombre que rindiera sus armas. Ese récord es único en la historia del mundo.
Pero hay otro récord: es la primera Revolución en el mundo en que no se arrastra a nadie. Los esbirros fueron detenidos por nuestras fuerzas y el pueblo, confiado, esperó la justicia; mas no se abalanzó sobre ellos para despedazarlos, esperó paciente, confiado y civilizadamente por la justicia de la Revolución. No hubo un solo arrastrado y es el primer ejemplo en el mundo; no hubo un solo golpe contra esbirros que, incluso, habían asesinado a más de 100 compatriotas. ¡No hay ejemplo igual en la historia del mundo!
Y ahí están. Ninguno ha sido torturado para arrancarle un secreto o una declaración importante; ninguno ha sido golpeado, ninguno ha sido humillado. Y ahí están, esperando solo una cosa: no la venganza, no el crimen, no el odio, sino la justicia que llega.
Y, sin embargo, todos los que han sido condenados o van a ser condenados a fusilamientos, todos juntos, no ascienden a la cantidad de los que la dictadura asesinó en una sola aldea: las Minas de Bueycito. Y un senador o representante yanki (Se escucha una voz: “¡Un borracho más!”), un borracho más posiblemente, ha tenido la insolencia de decir en la Cámara, defendiendo Dios sabe qué interés, qué sociedad anónima, pagado Dios sabe por quién, ha tenido la insolencia de decir que Estados Unidos debe intervenir antes de que yo despueble a Cuba (Risas). Nosotros, que hemos venido a salvar a Cuba del genocidio; nosotros, que hemos venido a salvar a Cuba de las garras de la pandilla de asesinos más grande que ha padecido ningún pueblo de América; nosotros, que hemos venido a derrocar una tiranía que asesinó a más de 20 000 compatriotas, y que sí hubiera despoblado al pueblo de Cuba.
Sin embargo allá, allá en aquel Senado de intereses y de hipócritas, porque era como para que se hubiera levantado allí otro senador a decir lo que pasó en Cuba durante siete años, era para que se hubiera levantado otro senador a denunciar los crímenes de Batista y a decir la verdad, y a decir quién era el que estaba despoblando al pueblo de Cuba. Claro que ellos no vivieron en La Habana bajo Ventura, o bajo Pilar García, bajo Irenaldo García Báez y bajo la pandilla de asesinos. Ellos no. Se paran allá cómodamente a hablar de intervenir, ¿de intervenir dónde y por qué? (Aplausos.) Nosotros nunca hablamos de que vamos a intervenir en La Florida, ni en un estado de la Unión, a nadie se le ocurre hablar de eso, porque tenemos por descontado que no tenemos ningún derecho a intervenir en ninguna parte. ¿Por qué tienen ellos que estar hablando de que si intervienen? Incluso, cuando dicen que no van a intervenir nos están ofendiendo, porque ellos no tienen ningún derecho a intervenir aquí, en absoluto, porque la soberanía y la libertad es un derecho esencial de las naciones y reconocido por todos los pueblos del mundo. Y mientras más poderoso sea un país, más obligado está a respetar a los pueblos pequeños que no nos hemos metido con ellos.
Y lo que tienen que hacer no es estar declarando contra la justicia que pide el pueblo entero. Lo que tienen que hacer es encarcelar a Ventura, a Masferrer, a Pilar García y a todos los asesinos. Porque nuestra respuesta, nuestra respuesta a través del Ministro de Estado —que es precisamente quien mereciera una vez nuestra confianza y nuestra selección como candidato a la Presidencia de la República, el doctor Roberto Agramonte— (Aplausos), será demandar del Departamento de Estado Americano que nos entregue a los criminales de guerra que se han refugiado en Estados Unidos. Y no solo que nos entregue a los criminales de guerra, sino que nos entreguen los millones de pesos que se han llevado.
Porque esa es nuestra respuesta lejos de amilanarnos, porque nosotros sí somos demócratas, porque nosotros sí que nunca hemos mandado tanques ni aviones a ningún dictador, porque nosotros sí que nunca hemos mandado misiones militares a entrenar asesinos, porque nosotros sí sabemos respetar los derechos humanos, porque nunca en nuestra patria, ni en ningún pueblo del mundo ha existido el respeto, la libertad y la paz que hay en nuestra patria. Una libertad tan grande que yo invito a todos los periodistas de Estados Unidos a que vengan a Cuba para destruir la campaña falsa y malintencionada, les digo que vengan a Cuba a todos los periodistas, aquí donde no hay censura, donde hay libertad de prensa; que la recorran, que vean los lugares bombardeados y que vayan a los cementerios, y que vayan a los lugares donde están enterrados cientos de compatriotas. Y que vengan a ver lo que el pueblo quiere, y que vengan a ver la verdad de lo hay en Cuba, a ver si es que estamos despoblando a la nación cubana. Que vengan, porque si no vienen a ver lo que está ocurriendo aquí, no tienen derecho a hablar. En cuanto a las compañías inalámbricas que están difundiendo noticias calumniosas, las están difundiendo porque la Revolución ha conquistado la libertad y ha abolido la censura. Bajo Batista no podían, siquiera, hacer nada de eso.
Pero no nos importa, porque sabemos pelear en el campo de la razón y de la palabra, y sabremos invocar el respaldo de todos los hombres libres y de todos los hombres demócratas, y de todos los hombres de sentimiento de la América Latina y del mundo entero, y si hay cables que no difunden más que mentiras sobre lo que nosotros estamos haciendo aquí, nosotros organizaremos entonces, también, líneas inalámbricas para difundir nuestra verdad en todas partes del mundo, y agencias cablegráficas también. Que digan ellos su mentira, ¡que nosotros diremos nuestra verdad! Lo que tienen que saber es que aquí hay gente que está dispuesta a defender su derecho y que sabe defender su derecho.
Porque nos sentimos agredidos injustamente, porque nos sentimos ofendidos de que se levante cualquier borracho en el Senado de Estados Unidos, a hablar de intervención aquí, en los asuntos internos de Cuba; porque nos sentimos indignados de que se ultraje y se amenace nuestra soberanía, porque es una ofensa a la que no tiene derecho nadie contra nuestro pueblo, que ha sabido respetar los derechos de los demás pueblos, y que no ha hecho más que luchar heroicamente por su libertad, por sus derechos humanos, y por su soberanía.
¿Qué han ganado con esa campaña? Al pedir clemencia para los asesinos, han ofendido el sentimiento de todo el pueblo, lo han hecho más revolucionario. Al hablar de intervenciones y cuestiones de esa índole, han unido más al pueblo cubano, porque han ofendido su soberanía. Resultado: que en vez de debilitar la Revolución, la han hecho más fuerte.
Están cometiendo, simplemente, errores tras errores, y con eso, la próxima vez, en vez de huevos podridos le van a tirar piedras cuando vengan (Exclamaciones), porque en vez de rectificar, en vez de rectificar los errores que están cometiendo con la América Latina, y los abusos y las injusticias, y los desprecios que están cometiendo con la América Latina, lo que la están ofendiendo más, y ahondando más. Y esta es la verdad. Lo digo aquí, todo el mundo sabe nuestros sentimientos, todo el mundo sabe que nosotros no somos comunistas, todo el mundo sabe cuál es nuestro sentimiento democrático, que nuestra Revolución es genuinamente cubana, que nuestra ideología es genuinamente cubana. ¡Ah!, pero también sabemos pararnos y decirle la verdad a quien tengamos que decirla, y defender nuestra nación contra quien tengamos que defenderla, porque aquí estamos representando, en estos instantes, no solo a los caídos de nuestra generación, estamos defendiendo los postulados de los que cayeron en el 68, de los que cayeron en el 95, de los que cayeron en el 30, y de los que cayeron ahora. Los postulados desde Ignacio Agramonte, de Antonio Maceo, de Martí y de Máximo Gómez, de Guiteras, de Eduardo Chibás, de Pelayo Cuervo, de Juan Manuel Márquez, de José Antonio Echevarría, de Frank País y de toda la legión interminable de héroes, que supieron morir de la misma manera que sabe morir cualquier ciudadano cubano, porque si ellos cayeron cumpliendo el deber, si ellos supieron morir y dar su vida, ¿quién no sabe morir aquí, y quién no sabe dar su vida aquí? ¡Hombres, mujeres, ancianos y niños!
Nosotros vamos a esperar los acontecimientos y vamos a esperar si la campaña persiste, porque si la campaña persiste vamos a convocar a todo el pueblo al Parque Central; vamos a dar un acto gigantesco si persiste la campaña, donde acudan los trabajadores, los campesinos, los soldados revolucionarios, los estudiantes, los hombres, las mujeres, los ancianos, los niños, el pueblo entero, al Parque Central, en respaldo de la justicia revolucionaria, que es un derecho de nuestro pueblo, porque para eso han asesinado a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestras hermanas, a nuestros seres queridos.
Así, que si persisten en la campaña, la respuesta de nosotros será reunir a todo el pueblo para que vengan periodistas de todo el mundo y vean lo que quiere el pueblo de Cuba.
Así, en pie de lucha, defendiendo lo que hemos conquistado, y defendiendo lo que vamos a conquistar, venimos a rendirle tributo, a esos tres combatientes inolvidables que fueron Eduardo Chibás, Juan Manuel Márquez y Pelayo Cuervo Navarro.
Los sentimientos son encontrados: fíjense, a la tristeza se une la satisfacción del deber cumplido. Por primera vez, desde aquel 16 de agosto de 1951, tiene otro sabor y tiene otro sentido nuestra visita a la tumba de Eduardo Chibás; de nuevo se vuelve a reunir el pueblo en masa junto a las tumbas de sus héroes, y es que nuestros héroes están reviviendo con el triunfo de su pueblo. Por primera vez no son solamente lágrimas las que se derraman sobre la tumba del héroe, sobre las tumbas de los mártires; por primera vez desde aquel día doloroso, juntas con las flores se derraman también sonrisas, la sonrisa de un pueblo que está orgulloso de haber cumplido con su deber, la sonrisa de un pueblo que ha cumplido con su palabra, porque muchas veces nos hubimos de parar ante esta tumba, para decir: “Eduardo Chibás, seguiremos fieles a tus ideas; Eduardo Chibás, juramos cumplir tu obra; Eduardo Chibás, nunca te traicionaremos” (Aplausos).
Hoy podemos decirle: “Eduardo Chibás, tú combatías el peculado, y ya no hay peculado; Eduardo Chibás, tú combatías la politiquería, y ya no hay politiquería; Eduardo Chibás, tú combatías la corrupción administrativa, y ya no hay corrupción administrativa; Eduardo Chibás, tú combatías el vicio, la botella, el privilegio, el nepotismo, ya no hay vicio, ni botella, ni privilegio; Eduardo Chibás, tú combatías el crimen, y ya no hay crimen; Eduardo Chibás, tú combatías la fuerza, y ya no hay fuerza; Eduardo Chibás, tú combatías a Batista, y ya no hay Batista; Eduardo Chibás, por primera vez desde tu muerte, tu pueblo vuelve a estar alegre; Eduardo Chibás, por primera vez desde tu muerte, tu pueblo ha vuelto a ser feliz, con la obra que tú sembraste, con la Revolución que tú sembraste, que tú iniciaste, y que siguieron en tu camino tu compañero Pelayo Cuervo, tu compañero Juan Manuel Márquez, tu compañero Raúl de Aguiar, tus compañeros, que en número interminable, compañeros del Partido que tú fundaste, cayeron junto con hombres de otros partidos, porque tu causa, tu ideal, dejó de ser la causa y la idea de un Partido, para convertirse en la causa, en la idea y en la ilusión de todo un pueblo. Lo que se dijo aquí es verdad: tú y todos los mártires, tú, como Juan Manuel, como Echevarría, como Frank País, como Pelayo Cuervo, no pertenecen ni al 26, ni al Ortodoxo, ni a ningún Partido, pertenecen a la patria, pertenecen a Cuba.
Eduardo Chibás, Pelayo Cuervo Navarro, Juan Manuel Márquez, mártires todos de esta jornada gloriosa: hemos cumplido con nuestra promesa, y seguiremos cumpliendo con nuestro deber. Y lo mismo que ustedes supieron morir, desinteresadamente, desprendidamente, todo el pueblo sabrá morir también, si fuera necesario.
¡Eduardo Chibás, tu último aldabonazo ha resonado por fin!