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Carta sobre la amnistía  (Fidel Castro)

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Carta sobre la amnistía
AutorFidel Castro
Escrito en1 de marzo de 1955
Editora empleadaRevista Bohemia
Fuentehttp://www.fidelcastro.cu/es/correspondencia/carta-sobre-la-amnistia

Carta publicada por la Revista Bohemia, el 27 de marzo de 1955.

Dr. Luis Conte Agüero[1]

Presente

Mi entrañable amigo:

Estar preso es estar condenado al silencio forzoso; a escuchar y leer cuanto se habla y escribe sin poder opinar; a soportar los ataques de los cobardes que se aprovechan de las circunstancias para combatir a quienes no pueden defenderse y hacen planteamientos que de no encontrarnos imposibilitados materialmente merecían nuestra inmediata réplica.

Todo esto sabemos que hay que sufrirlo con estoicismo, serenidad y valor, como parte del sacrificio y de la amargura que todo ideal exige. Pero hay veces en que es preciso vencer todos los obstáculos porque resulta imposible guardar silencio sin que la dignidad se sienta lastimada. No redacto estas líneas para buscar el aplauso que tantas veces se otorga con exceso al mérito aparente, al gesto teatral y se niega a los que saben cumplir el deber sencilla y naturalmente. Lo hago por rectitud de conciencia, por la consideración, respeto y lealtad que al pueblo debo. Y al dirigirme al pueblo de Cuba para expresar mi opinión (que no debo reservarme por ninguna razón de conveniencia), sobre un problema que a nosotros nos atañe directamente y que ocupa gran parte de la atención pública: la amnistía política; quiero hacerlo a través de tu personalidad, de hermano más que de amigo, y tu cívica “Tribuna Libre” rogándote las hagas extensiva a otros órganos igualmente dignos, de la prensa radial y escrita.

El interés que una inmensa parte de la ciudadanía ha mostrado a favor de nuestra libertad, nace del sentido innato de la justicia en las masas y de un sentimiento profundamente humano en un pueblo que no es ni puede ser indiferente. Alrededor de este sentimiento, ya incontenible, se ha levantado una orgía de demagogia de hipocresía, de oportunismo y mala fe. Saber qué pensamos los presos políticos de todo esto es quizás la pregunta que se han formulado millares de ciudadanos y tal vez no pocos personeros del régimen. Crece el interés si, como en este caso, se trata de los del Moncada, los excluidos de todas las amnistías, el objeto de todos los ensañamientos, el punto  clave de todo el problema. ¡No sé si los más odiados o los más temidos!...

Algunos voceros han dicho ya que “hasta los del Moncada serán incluidos”. No se nos puede mencionar sin un “hasta” un “incluidos” o un “excluidos”. Dudan, vacilan, saben a ciencia cierta que si hacen un survey, el 99 por ciento del pueblo lo pediría porque al pueblo no se le engaña fácilmente, ni se le pueden ocultar las verdades, pero no están seguros de lo que piensa el uno por ciento vestido de uniforme, temen disgustarlo y temen con razón porque han estado envenenando interesadamente el alma de los militares contra nosotros, falseando hechos, imponiendo la censura previa durante noventa días y la Ley de Orden Público para que no se supiera nunca lo que allí pasó, ni quienes fueron humanos en el combate y quienes realizaron actos que algún día la historia recordará con espanto.

¡Cuán extraña conducta ha seguido el régimen con nosotros! En público nos llama asesinos, en privado nos califican de caballeros. En público nos combaten con encono, en privado vienen a conocernos. Un día es un coronel del ejército con su plana mayor, me obsequia un tabaco, me ofrece un libro, todos muy corteses. Otro día se aparecen tres ministros, risueños, amables, respetuosos. Uno de ellos expresa: “no te preocupes, esto pasa, yo puse muchas bombas y le estuve preparando a Machado un atentado en el Country Club, yo también fui preso político”.    

Celebra el usurpador una entrevista de prensa en Santiago de Cuba: declara que no existe opinión pública a favor de nosotros. Días después se produce un hecho insólito: el pueblo oriental en masa, en un acto de un partido al que no pertenecemos, la más grande movilización de la campana según los cronistas, grita incesantemente nuestros nombres y clama por nuestra libertad, ¡Formidable respuesta de un pueblo bizarro y leal que sabe bien la historia del Mocada!       

Ahora nos corresponde a nosotros responder también con civismo el emplazamiento moral que el régimen nos hace al declarar que habrá amnistía si los presos y exiliados cejan en su actitud, si hay un compromiso tácito o expreso de acatamiento al gobierno.

Una vez los fariseos le preguntaron a Cristo si debía o no pagar tributo al César. Sin respuesta debía hacerlo quedar mal con el César o con el pueblo. Los fariseos de todas las épocas conocen ese ardid. Así hoy se pretende desmoralizarnos ante el pueblo o encontrar un pretexto para dejarnos en prisión.

No me interesa en absoluto demostrarle al régimen que deba dictar esa amnistía, ello me tiene sin cuidado alguno; lo que me interesa es demostrar la falsedad de sus planteamientos, in insinceridad de sus palabras, la maniobra ruin y cobarde que se está llevando a cabo con los hombres que están en prisión por combatirlo.

Han dicho que son generosos porque se sienten fuertes, pero son rencorosos porque se sienten débiles. Han dicho que no albergan odios y, sin embargo, lo han ejercido sobre nosotros como no se ejerció jamás contra un grupo de cubanos.

Habrá amnistía cuando haya paz. ¿Con qué moral pueden hacer semejante planteamiento hombres que se han pasado tres años pregonando que dieron un golpe de estado para traer la paz a la República? Entonces no hay paz; luego el golpe de estado no trajo la paz; por tanto el gobierno reconoce su mentira después de tres años de dictadura; confiesa al fin que falta la paz en Cuba desde el mismo día que asaltaron el poder.

“La mejor prueba de que no existe dictadura es que no hay presos políticos”, dijeron durante muchos meses; hoy que la cárcel y el exilio están repletos no pueden, pues, decir que vivimos en un régimen democrático- Constitucional. Sus propias palabras los condenan.

Para que haya amnistía es necesario que los adversarios del régimen cejen en su actitud. Es decir, que se comete un crimen contra el derecho de gentes, se nos convierte en rehenes, se hace con nosotros lo mismo que los nazis en los países ocupados. Por eso mismo hoy, más que presos políticos, los rehenes de la dictadura.

Para que haya amnistía es preciso un previo compromiso de acatamiento al régimen. Los miserables que sugieren tal cosa suponen que los que llevamos veinte meses desterrados y presos, en esta Isla hemos perdido la entereza bajo el exceso de rigor que nos ha impuesto. Desde sus jugosas y cómodas posiciones oficiales, donde quisieran vivir eternamente, tienen la ruindad de hablar en esos términos hacia quienes, mil veces más honorables que ellos, están enterrados en las galeras de presidio. Quien escribe estas líneas ha sumado dieciséis meses aislado en una celda, pero se siente con energías suficientes para responder con dignidad. Nuestra prisión es injusta; no veo por qué puedan tener la razón los que asaltan los cuarteles para derrocar la legítima Constitución, que se dio el pueblo, y no los que quisieron hacerla respetar; ni que hayan de tenerla los que ha ese pueblo arrebataron su soberanía y libertad  y no los que lucharon por devolvérselas; ni por qué hayan de tener ellos el derecho a gobernar la República contra su voluntad mientras que nosotros por lealtad a sus principios nos consumimos en las prisiones. Búsquese las vidas de los que mandan y las encontrarán llenas de turbias actuaciones, fraudes y fortunas las habidas, compáreselas con las de los que murieron en Santiago de Cuba y los que estamos aquí presos, sin mácula ni deshonra. Nuestra libertad personal es un derecho inalienable que nos corresponde como ciudadanos nacidos en una Patria que no reconoce amos de ninguna clase; por la fuerza se nos puede privar de esos derechos y todos los demás, pero jamás logrará nadie que aceptemos disfrutarlos mediante un compromiso indigno. A cambio de nuestra libertad no daremos, pues, ni un átomo de nuestro honor.

Quienes tienen que comprometerse a acatar las leyes de la República son ellos, que la violaron ignominiosamente el 10 de marzo; quienes tienen que acatar la soberanía y la voluntad nacional son ellos que las burlaron escandalosamente el 1ro de noviembre; quienes tienen que propiciar un clima de sosiego y convivencia pacífica en el país son ellos que desde hace tres años lo mantienen en la inquietud y la zozobra. Sobre ellos pesa la responsabilidad; sin el 10 de marzo no hubiera sido necesario el combate del 26 de julio y ningún cubano estaría sufriendo la prisión política.

Nosotros no somos perturbadores de oficio, ni ciegos partidarios de la violencia si la Patria mejor que anhelamos se puede realizar con las armas de la razón y la inteligencia. Ningún pueblo seguiría al grupo de aventureros que pretendiese sumir al país en una contienda civil, allí donde la injusticia no predominase y las vías pacíficas y legales le franqueasen el camino a todos los ciudadanos en la contienda cívica de las ideas. Pensamos como Martí que “es criminal quien promueve en un país la guerra que se le puede evitar; y quien deja de promover la guerra inevitable”. Guerra civil que se puede evitar no nos verá nunca promoverla nación cubana, como reitero que cuantas veces en Cuba se presenten las circunstancias ignominiosas que siguieron al golpe artero del 10 de marzo será un crimen dejar de promover la rebeldía inevitable.

Si nosotros considerásemos que un cambio de circunstancias y un clima de positivas garantías constitucionales exigiesen un cambio de táctica en la lucha, lo haríamos solo como acatamiento a los intereses y anhelos de la nación, pero jamás en virtud de un compromiso, que sería cobarde y vergonzoso, con el gobierno. Y si ese compromiso se nos exige para concedernos la libertad decimos rotundamente que no.

No, no estamos cansados. Después de veinte meses nos sentimos firmes y enteros como el primer día. No queremos amnistía al precio de la deshonra. No pasaremos bajo las horcas caudinas de opresores innobles. ¡Mil años de cárcel antes que la humillación! ¡Mil años de cárcel antes que el sacrificio del decoro! Lo proclamamos serenamente, sin temor ni odio.

Si lo que hace falta en esta hora son cubanos que se sacrifiquen para salvar el pudor cívico de nuestro pueblo, nosotros nos ofrecemos gustosos. Somos jóvenes y no albergamos ambiciones bastardas. Nada teman, pues, de nosotros los politiqueros, que ya por distintas vías, más o menos disimuladas, se encaminan al carnaval de las aspiraciones personales, olvidados de las grandes injusticias que lastiman a la Patria.

Y no ya la amnistía, ni siquiera pediremos que nos mejoren el sistema de prisión por donde el régimen ha demostrado todo su odio y su saña hacia nosotros. “De nuestros enemigos –como dijera una vez Antonio Maceo– lo único que aceptaríamos gustosos sería el sangriento patíbulo que otros compañeros nuestros, más afortunados que nosotros, han sabido ir a él con la frente erguida y la tranquilidad de conciencia del que se sacrifica por la justa y santa causa de la libertad”.

Frente a la transigencia bochornosa de hoy, a los setenta y siete años de la protesta heroica, el Titán de Bronce tendrá en nosotros sus hijos espirituales.    

  1. Político ortodoxo que se hacía llamar "La voz más alta de Oriente". Abandonó el país al triunfo de la Revolución.