Aportes a la crítica del reformismo en la Argentina (John William Cooke)
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Aportes a la crítica del reformismo en la Argentina | |
|---|---|
| Autor | John William Cooke |
| Escrito en | 1961 |
Introducción a un inédito de Cooke
por Juan Carlos Portantiero
Estos apuntes -hasta hoy inéditos- fueron escritos en 1961. Un año después, John Wilham Cooke redactaba una breve introducción a los mismos (seguramente con la intención de publicarlos en ese momento) en la que, explicando su sentido, señalaba que se trataba de "un análisis de la posición del Partido Comunista argentino, preparado a mediados de 1961 para conocimiento del compañero Fidel Castro. Al no poder cumplir ese propósito y como su índole excluía toda difusión de su contenido, esto solo fue conocido por dos compañeros comunistas extranjeros a cuyo requerimiento fue redactado: la única copia existente la entregué al comandante Che Guevara. Allí están consignadas nuestras discrepancias fundamentales con el PCA y se exponen las razones de la línea que proponemos. El tiempo transcurrido y los acontecimientos posteriores en la Argentina [se refiere al golpe de estado que derrocó a Frondizi en marzo de 1962. N. de la R.] no quitan valor a ninguna de aquellas premisas, sino que, creemos, las reafirman. Por eso lo hemos dejado tal cual estaba."
El estímulo directo que generó estos apuntes consistió en la puesta en práctica, nuevamente en 1961, de la reiterada política de alianzas con sectores "progresistas" que constituye la médula de la política del PCA desde los tiempos del Frente Popular, en la década del 30. En este caso se trataba del apoyo prestado al ex vicepresidente de Frondizi, Alejandro Gómez, que se postulaba romo gobernador de la provincia de Santa Fe. El candidato "unitario" obtuvo en esa oportunidad cuarenta mil votos sobre un total de un millón, mientras el candidato peronista, apoyado por otras pequeñas fuerzas de izquierda, consiguió doscientos cuarenta mil.
Cooke recuerda en la introducción al texto que, como consecuencia de ese fracaso, el PCA decidió en marzo de 1962, para las elecciones que finalmente llevaron al derrocamiento de Frondizi, apoyar a los candidatos peronistas. "La decisión, comenta, fue en si misma auspiciosa y correcta. Pero la insistencia constante del partido comunista en plantear erróneamente la unidad dio motivo a que solo le quedase abierta esa forma de unidad, inorgánica, circunstancial. Paradójicamente el PC tuvo que decidirse por el movimiento de masas, pero en condiciones en que, dentro de éste, favorecía a los sectores más politiqueros y reaccionarios, recibiendo ataques de muchos de los candidatos que estaban obligados a votar, y agrega: "La batalla definitiva por la unidad se dará en el seno del peronismo, pero influirá la actitud de las fuerzas de izquierda, cuyos aciertos facilitarán la lucha de los elementos revolucionarios por el control del movimiento. Y, simultáneamente la unidad férrea y permanente sólo será factible en la medida en que gravite internamente el ala izquierda peronista".
Desde que este informe y la nota introductoria fueran escritos ha pasado más de una década. Ambos fueron redactados en La Habana, durante la estadía del dirigente revolucionario en Cuba, período en el que incorpora definitivamente a su pensamiento al materialismo histórico como guía para su accionar político en el movimiento de masas. El poderoso estímulo de la Revolución Cubana está presente en estas páginas, en las que se advierte la influencia directa de la teoría y la práctica del Che y de Fidel.
El tema central más allá de la polémica con los dirigentes del comunismo argentino, es el del papel de la violencia insurreccional y sus relaciones con la táctica electoral. El texto es, en ese sentido, un texto "guevarista", escrito en momentos muy particulares de la lucha social en el continente. Eran los años en que, al influjo de la recién nacida Revolución cubana, el camino de la lucha armada con bases rurales comenzaba a extenderse como consigna en la mayoría de los países del continente, provocando crisis y confrontaciones en casi todos los movimientos políticos latinoamericanos, fueran ellos de raíz marxista o nacionalista popular. Esa crisis habría de explicitarse poco después con la constitución de la OLAS -en cuya organización jugará Cooke un importante papel- pensada en su origen como una suerte de coordinadora continental de grupos y tendencias revolucionarias.
Pero lo que más importa de estas notas, las cuales, como ya ha quedado señalado, constituyen un informe reservado para Fidel y el Che, es desentrañar la utilidad que puedan mantener aun para el análisis de la actual situación argentina, más allá del hecho que, por sí mismas, constituyan un valioso material para el conocimiento de la historia de las organizaciones revolucionarias en América Latina.
En ese sentido, lucha armada y táctica electoral, organización militar y organización política del movimiento de masas, lucha revolucionaria directa y lucha por reformas, se especifican, dentro de este trabajo de Cooke, alrededor de las relaciones entre el peronismo y la izquierda, entre el nacionalismo popular y el marxismo revolucionario. Este tema estuvo, hasta su muerte en el centro de las preocupaciones de Cooke, como lo revelan los trabajos escritos entre 1964 y 1968, que han sido últimamente publicados en Buenos Aires o los últimos tramos de su correspondencia con Perón, cargados por una tensión, a menudo dramática, por encontrar vías de confluencia entre un gran movimiento nacional "invertebrado y miope" y los signos ideológicos de la revolución antiimperialista y anticapitalista, expresados por el materialismo histórico y malversados por los llamados partidos comunistas.
Cuba se le revelaba a Cooke como la síntesis perfecta y prefiguradora de un proceso inevitable: la fusión entre nacionalismo revolucionario y socialismo. "En los países periféricos -señala Cooke en estos apuntes- la liberación nacional y la revolución social son un proceso único, no desmembrable". Y agrega: "El camino hacia el socialismo pasa ahora por el de los movimientos de liberación nacional"
Quizás el aspecto en el que el paso del tiempo desactualiza más el trabajo de Cooke, es el que hace a la excesiva importancia que le otorga, para resolver esa continuidad entre nacionalismo y socialismo, a la acción que desarrolle el partido comunista. Cabe decir, sin embargo, que tal como lo subraya en el primer párrafo del informe, la centralidad que le adjudica al comportamiento de los comunistas argentinos no deriva de su gravitación "como agrupación política interna sino por su calidad de representante oficial del socialismo mundial", en este sentido, lo que vale destacar de la actitud de Cooke, como signo de ruptura con una dimensión estrechamente localista de la política, es que este texto plantea la discusión de una estrategia revolucionaria con el seudo marxismo desde el interior del proceso latinoamericano y desde la historia internacional del proletariado y de las fuerzas que dicen representar sus intereses.
Además, si es cierto que una discusión con Victorio Codovilla o con Gioldi puede resultar hoy un anacronismo, no lo es el fijar con respecto a temas tales como la relación entre la llamada revolución democrática burguesa y la revolución socialista, punto de discusión muy central en el momento presente cuando el peronismo ha retomado el poder y la dialéctica que vincula a las "etapas revolucionarias" no siempre aparece definida claramente. Es interesante ver cómo Cooke pone el énfasis no tanto en las características "programáticas" de cada momento revolucionario, sino en las formas políticas que se ofrecen para procesarlo. Así, si constituyen errores parejos tanto la "abstracción estratégica", que lleva al extremismo, cuanto la subestimación de las posibilidades del movimiento popular, que lleva a la pasividad, es también nefasto en la opinión de Cooke el proponer, junto con un programa que puede definirse como correcto, tácticas que tornan imposible su realización, tal ejemplo que utiliza para descalificar en este aspecto al PCA, es su postulación de una revolución agraria y antiimperialista (consigna que genéricamente puede ser adecuada) a través del camino de un "frente democrático" que lleve, por la "vía pacífica", a la constitución de un gobierno de coalición en el que el principio de la hegemonía obrera queda totalmente desteñido: proposición notoriamente parecida a la que se maneja actualmente acerca de las posibilidades que, para poner en marcha un proceso de transición al socialismo, podría tener una indefinida convocatoria a la "unidad nacional".
Cierto es que la salida insurreccionalista que propugna Cooke para ese dilema entre estrategia y táctica debe ser leída en el contexto político, latinoamericano y argentino, en el que fue producida. La carga circunstancial de "guevarismo" en su versión foquista, subyacente en este informe datado en 1961, no es asimilable mecánicamente a las condiciones en que se plantea la lucha social en 1973.
Cooke muere en setiembre de 1968. Es decir, no asiste a ese punto de inflexión en la historia de las masas que arranca en 1969 y que consolidará nuevas fuerzas en el peronismo, capaces de plantear la problemática de la revolución y del socialismo desde el interior de un movimiento político de masas, prolongando y enriqueciendo su herencia con datos de la vida que éste no podía tener en su poder. No hay forma mejor de corrección de un pensamiento revolucionario que la que producen las masas en movimiento. La prédica anticipadora de John William Cooke ya no es una voz casi solitaria: pertenece a los obreros de las grandes fábricas, a los villeros, a los campesinos de las ligas agrarias, a los estudiantes, a los intelectuales y a todos los militantes revolucionarios que se han apropiado de su mensaje y lo desarrollan día a día.
Aportes a la crítica del reformismo en la Argentina
por John William Cooke
Estos dos trabajos resumen nuestro planteo de la situación argentina. El primero es un análisis de la posición del Partido Comunista Argentino, preparado a mediados de 1961 para conocimiento del compañero Fidel Castro. Al no poder cumplir ese propósito, y como su índole excluía toda difusión de su contenido, esto sólo fue conocido por dos compañeros comunistas extranjeros a cuyo requerimiento fue redactado; la única copia existente la entregué al comandante Che Guevara. Allí están consignadas nuestras discrepancias fundamentales con el PCA y se exponen las razones de la línea que proponemos. El tiempo transcurrido y los acontecimientos posteriores en la Argentina no quitan valor a ninguna de aquellas premisas, sino que, creemos, las reafirman. Por eso lo hemos dejado tal cual estaba.
La conclusión general de ese trabajo era postular una política insurreccional, a la cual debían subordinarse todos los movimientos tácticos, incluidas las posiciones que se adoptasen frente a los comicios de fines del 61 y marzo del corriente año. Nuestro esceptismo sobre la posibilidad de llegar a la unidad por los caminos que proponía el PCA fue confirmado por el fiasco del candidato de la "unidad" en Santa Fe, Dr. Alejandro Gómez, que sólo obtuvo 40.000 votos sobre un total de casi 1 millón de sufragios. Pese a que el PCA quiso capitalizar para el Dr. Gómez el prestigio de la revolución cubana, los restantes movimientos fidelistas -PRAN (Peronismo Revolucionario de Acción Nacionalista), Partido Socialista Argentino de Vanguardia (Secret. Tieffemberg), Movimiento de Liberación Nacional (Ismael Viñas, Señora de Guevara)- constituyeron otro frente, que retiró sus candidatos y votó al candidato peronista, que obtuvo 240.000 votos. De ese episodio las fuerzas de izquierda salieron más divididas que antes, al punto que hubo un serio enfrentamiento entre comunistas y socialistas argentinos, que venían actuando en común.
No es de extrañar, así, que en los comicios de marzo último el PC tuviese que aceptar una unidad que consistió lisa y llanamente en su apoyo, lo mismo que los Socialistas de Vanguardia y demás partidos de izquierda a los candidatos peronistas. La decisión fue, en sí misma, auspiciosa y correcta. Pero la insistencia constante del PC en plantear erróneamente la unidad dio motivo a que sólo le quedase abierta esa forma de unidad, inorgánica, circunstancial. Paradójicamente el PC tuvo que decidirse por el movimiento de masas, pero en condiciones en que, dentro de éste, favorecía a los sectores más politiqueros y reaccionarios, recibiendo ataques de muchos de los candidatos que estaban obligados a votar.
La unidad, tal como la concibe el PC, es imposible e inaceptable; la unidad a que se llegó es la variante menos favorable a la izquierda. Entre uno y otro extremo hay una gama de gradaciones posibles y eficaces, que dependen no solamente de las circunstancias sino de la habilidad con que proceden los comunistas y los pequeños partidos que ellos controlan. La batalla definitiva por la unidad se dará en el seno del peronismo, pero influirá la actitud de las fuerzas de izquierda, cuyos aciertos facilitarán la lucha de los elementos revolucionarios por el control del movimiento. Y, simultáneamente, la unidad férrea y permanente solo será factible en la medida en que gravite internamente el ala izquierda peronista.
El segundo trabajo parte de que la estrategia del movimiento de masas debe ser insurreccional y entra en aspectos concretos de las tareas a desarrollar. No es un recetario de fórmulas infalibles para tomar el poder ni un plan que pretenda prever las varias etapas de lucha y la táctica adecuada a cada una de ellas. Pero sintetiza las bases de esa política revolucionaria y encara los pasos iniciales.
(1962)
Este trabajo es un análisis crítico tendiente a demostrar que la línea táctica del Partido Comunista Argentino no contempla las urgencias de esta hora dramática para la nación y decisiva para Latinoamérica. La revolución socialista en Cuba crea condiciones para la unidad y el avance de las fuerzas revolucionarias del continente; al mismo tiempo, agrava las consecuencias de ese error hasta un límite que no está determinado por la gravitación del partido comunista como agrupación política interna sino por su calidad de representante oficial del socialismo mundial.
Eso determina el sentido de nuestra crítica, despojándola de la virulencia y carácter público que tendría si enjuiciase actitudes similares de fuerzas circunscriptas al ámbito local; porque lo que nos interesa de los desaciertos que señalaremos no es que no favorezcan en la lucha por la dirección de las masas, sino que provengan del partido que, por su condición de socialismo "canónico", es obligado participante del proceso liberador y factor de su retardo o aceleramiento.
El razonamiento que expondremos supone, para fundamentar que el PCA propugna un curso de acción en pugna con la correcta aplicación de la teoría marxista, la mención de los antecedentes que lo originan y las causales de ese reiterado fallo metodológico.
¿Lucha legal o insurrección?
La táctica del PCA puede resumirse así: "formación de un amplio Frente Democrático Nacional, base de sustentación en un futuro próximo de un gobierno de amplia coalición democrática" (V. Codovilla, 5.5.61). Los medios de lucha implican la coalición electoral, apoyando a candidatos y/o partidos progresistas y la presión de masas contra la política proimperialista y antipopular del gobierno.
Está descartada, en cambio, la acción insurreccional, por no existir condiciones objetivas; sin perjuicio de que, si en el curso de la lucha por el pleno restablecimiento de las libertades públicas, dichas condiciones apareciesen, podría entonces recurrirse a formas violentas para tomar el poder; mientras eso no ocurra, la incitación a la violencia es provocación, que desata la saña persecutoria y disminuye el margen de legalidad. Así podrán solucionarse los problemas de la Nación, mediante la "revolución democrática, agraria y antimperialista" (V. Codovilla).
¿Están esos planteos de acuerdo con los intereses populares y nacionales en esta etapa histórica de la Argentina? Sostenemos que no.
Como el marxismo es una "guía para la acción" que debe aplicarse teniendo presentes las circunstancias de tiempo y lugar ninguna posición puede defenderse "ex nihilo" sino en relación con la condicionalidad histórica que se tiene en vista. Ese principio nunca lo olvidan los comunistas argentinos cuando se trata de enfriar los entusiasmos insurreccionales que despierta el triunfo de Fidel Castro. Y nosotros nos cuidaremos muy bien de no prescindir de él al fundamentar que la lucha insurreccional es la única salida para los problemas nacionales. En ninguna forma intentamos un trasplante mecánico de los procedimientos de Cuba, ni juzgamos nuestras condiciones por las que allí imperaron durante el proceso libertador. (Un artículo del comandante Guevara en Verde Olivo analiza a fondo la cuestión, deslindando lo que pueda ser particularismo cubano de aquello que constituye ejemplo para toda Latinoamérica.)
Partimos de que cada hecho histórico tiene un carácter distintivo, que autoriza a decir que es "único"; sabemos también que la actividad humana, por notable que sea, no puede exceder el marco del condicionamiento histórico-social. Intentamos eludir todo vestigio de mecanicismo del caso Cuba y toda deformación que nuestros sentimientos tiendan a introducir en el escrutinio de los factores en juego. En otras palabras: no admitimos que las tesis insurreccionales tengan origen pasional (queriendo significar que no resistirían el examen que las confronte con la actualidad del país).
Pero esa debilidad la encontramos, en cambio, en la posición del PCA, en la que vemos el arraigo a otras del pasado. El rasgo común de todas ellas es que provienen de esquemas teóricos en donde pretende encerrarse una realidad vivida y cambiante. Creen que los partidarios de la insurrección imitamos a Cuba simiescamente. Pero no reparan en que hace treinta años que los comunistas argentinos se copian a sí mismos.
El Frente de Amplia Coalición Democrática que desemboque en el Gobierno de Amplia Coalición Democrática es la táctica permanente que parece servir para todas las circunstancias. En el año 1936, la solución correspondía a la táctica de los frentes populares; desde entonces es una receta invariada, con pequeñas modificaciones de enunciado, con Dimítrov o sin Dimítrov, pero aplicable a cualquier fin que se persiga. En la práctica, los llevó a la alianza con las peores fuerzas y los alejó del pueblo en cada episodio decisivo.
Lenin, que captaba cada pequeña variante de la historia, decía: ''Ocurre con harta frecuencia que cuando la historia da un viraje brusco, hasta los partidos avanzados dejan pasar un tiempo más o menos largo antes de orientarse ante la nueva situación creada, repitiendo consignas que, si ayer eran exactas, hoy han perdido ya toda razón, tan súbitamente como súbito es el gran viraje de la historia". Desde 1935 hasta la fecha, la fisonomía de la Argentina cambió, se modificó su sistema productivo, la composición social de la población, la correlación de clases, etc, etc. Lo único que ha permanecido fijado atemporalmente es la consigna que comentamos, que no sufre el efecto ni de los "virajes violentos" ni de los virajes que ya tienen sobrada perspectiva histórica como para ser escrutados en todas sus consecuencias.
Esto es una crítica constructiva y no un memorial de agravios contra un adversario, así que nada que se diga lleva intención aviesa. Pero en la medida en que asignamos importancia a la función que debe cumplir el PCA en la lucha de liberación, debemos prescindir de los pasos de minué y plantear con claridad lo que consideramos sus errores.
Sería incompleta la afirmación de que el frente propuesto no toma en cuenta "las nuevas circunstancias": la verdad es que tampoco tuvo en cuenta las "anteriores" circunstancias. Si en alguna de las oportunidades propuestas pudo haber cumplido un fin útil, es materia de especulación literaria. Lo cierto es que cuando funcionó en alguna forma, el PCA estuvo en la vereda de enfrente de las masas.
Pero ahora ya es totalmente obsoleto Además de impracticable -cosa que nadie puede afirmar sin incurrir en cierto margen de agorería- es inocuo para los fines propuestos. Es demasiado amplio, demasiado vago, demasiado impreciso y no da solución a los problemas fundamentales. Carece, por lo demás, de atractivo para las masas: es un frente de superestructura que, de ser factible, sólo serviría para usufructo de políticos burgueses con veleidades progresistas.
Ese frente, ¿para qué sirve?
Admitamos que ese agrupamiento posea posibilidades mágicas que nuestra intuición no alcance a captar, y tenga perspectivas de constituirse. Entonces preguntamos: ¿un frente para qué? Y nos encontramos con el primer golpe de la realidad: las masas argentinas no se movilizarán detrás de soluciones electorales, en las que no creen.
Frondizi tuvo, al menos, el mérito de matar las ilusiones electoralistas. Todas las fuerzas "democráticas, populares y nacionales" lo votaron, en base a un programa de izquierda moderada. Mientras el peronismo, después del triunfo, negaba que Frondizi pudiese dar soluciones de fondo, aunque sí crear condiciones para cambios profundos en caso de cumplir el programa prometido, el PC proclamó que "con Frondizí, el pueblo entró a la Casa de Gobierno". Lo importante no es confrontar esa disparidad de apreciaciones (aunque es extraño que el partido mayoritario no tenga afecto por la legalidad que le aseguraría el poder), sino poner de relieve que la masa popular votó "contra el continuismo de Aramburu-Rojas". Y que cualquier esperanza remanente, se desvaneció un mes más tarde. Al ser declarados fuera de la ley al partido peronista y el comunista, se demostró que la oligarquía solamente daría "estado de derecho" hasta el límite en que no estuviesen en peligro sus privilegios. El pueblo lo sabe, los comunistas lo saben. ¿A qué entonces, ponernos a restablecer esperanzas en los comicios?
En la Capital Federal pudo darse el caso de que Alfredo Palacios, utilizando las banderas de la revolución cubana y de la libertad de los presos políticos, triunfase. Saquemos del episodio todo el dividendo propagandístico que podamos, pero no nos autoengañemos. En ese distrito, las fuerzas son más parejas entre los partidos: un vuelco en algunas barriadas peronistas, sumado al voto de los comunistas, permitió resucitar la momia. El resultado es que, mediante eso, se fortaleció el ala reaccionaria del Partido Socialista Argentino, que acaba de expulsar, por "pro soviéticos", a los grupos que dieron contenido popular a esa candidatura. Pero, electoralmente hablando, tengamos en cuenta: 1) que Palacios tiene simpatías entre la burguesía de la Capital, así que el aporte adicional de votos populares le dio el triunfo; en otros lugares, no se movilizarán las masas detrás de ningún mamarracho, aun cuando simule adhesión a causas simpáticas; 2) costó un gran esfuerzo evitar que Palacios repudiase el apoyo de los comunistas, que hicieron su campaña con el lema "Apoye a la Revolución Cubana votando a Palacios", en contra de la voluntad del candidato; 3) que sin que viniese a cuento, Palacios acababa de hacer una declaración "contra el imperialismo soviético", para demostrar que sigue siendo "democrático". Eso en cuanto a la elección en la Capital, que tuvo características especialísimas. Algún partido nuevo con plataforma "progresista" podrá obtener muchos votos. Pero en ningún caso arrastrarán a las masas. Cuando más sacarán algunos legisladores, y con eso no pasa nada.
Si por algo decimos que el pueblo trabajador argentino está "politizado" es porque no cree en las tonterías de la democracia "representativa". Los peronistas vivimos diez años inculcándoles esa idea, y otro tanto hicieron los marxistas. Y ahora que ese pueblo sabe que no puede esperar nada de los partidos burgueses ¿vamos a restablecerle la fe perdida y tratar de demostrarles que por medio de elecciones se alcanzarán los fines revolucionarios que terminen con la explotación y el imperialismo? ¿Es que acaso nosotros lo creemos?
Se dice, como argumento, que un gran triunfo electoral promovería la acción de los grupos más reaccionarios del ejército, con la contrapartida del descontento general que podría llegar hasta desembocar en condiciones para otro tipo de lucha. Ese razonamiento es demasiado tortuoso para nosotros. Porque significa aceptar que la proscripción del partido mayoritario y del partido comunista, la persecución a los obreros, las torturas, el Plan Conintes (Represión política y sindical), etc. no bastan para estimular la rebeldía y demostrar que "dentro del régimen" el pueblo no puede llegar al poder: parecería que el pueblo recién se enardecerá cuando perjudiquen y hagan trampa a los burgueses. ¿Así que tenemos que tratar de restaurarle la confianza en las elecciones, hacerle aceptar candidatos más o menos burgueses para que, en caso de triunfar, se sienta otra vez burlado y busque salidas no pacíficas? Esa sutileza escapa a nuestra percepción: es como si para demostrarle a un ateo que la idea de la trascendencia es falsa le inculcamos la fe católica y después lo ponemos en contacto con los prelados para que vea que son servidores de las malas causas y se desilusione. Siempre tendremos lo mismo que en el primer momento: un ateo (pero tal vez un poco más cansado).
Hay un razonamiento supremo en abono de la coalición electoral: como las elecciones son inevitables, y la gente tiene que votar y está cansada del voto en blanco, hay que procurar que no se fortalezcan las fuerzas más reaccionarias, y triunfen candidatos que merezcan más confianza. No creemos que sea tan sólido el razonamiento. En primer lugar, porque cómo vote la gente carece de importancia: ese sufragio desganado no expresa una voluntad combativa. Luego, porque en muchas partes la única manera de triunfar será optando entre los dos radicalismos que son otras tantas variantes de la infamia. Les daremos consagración de "populares" a los politiqueros, siempre rápidos en defender verbalmente las buenas causas que arrastran votos.
La objeción fundamental es que iremos al juego de la oligarquía allí en el terreno donde es más fuerte y tiene los resortes a su servicio. Los partidos "tradicionales" nos harán la ofrenda de protestar por las libertades de que los peronistas y comunistas estamos privados, pero seguirán felices con esa maravillosa situación de vicarios en el mundo feliz de las estructuras intocadas. Si en algunos lugares podemos imponer partidos nuevos con planteos progresistas, suministraremos, a elementos que pueden ser útiles, el declive hedónico de las "oposiciones legales".
En ningún caso haríamos triunfar las buenas causas: en todo caso, haríamos triunfar a la legalidad. Pero en versión muy restringida. Porque si se considera que el paso ineludible en una aproximación a la revolución antimperialista es "el restablecimiento pleno de las libertades públicas", nuestro disentimiento sigue siendo válido. Las libertades públicas no se conquistan, hoy en día, por mayoría de sufragios: que nosotros sepamos, los coroneles, generales y almirantes no se eligen por sufragio popular.
Frondizi sacó 4 millones y medio de votos, representativos de una amplia coincidencia nacional a su programa nacionalista. Pero al mes ya estaba cumpliendo el programa que solamente se había atrevido a postular un partidito que no llegó a 30.000 votos. Salvo que caigamos en el burdo inaniqueísmo de los partidos burgueses cuando están en la oposición, no pensaremos que esto es producto de la "maldad" de Frondizi. Pero extraigamos, si no lo sabíamos, la lección de que hay un poder real que predomina sobre la ficción de poder encarnada en los mandatos políticos.
En épocas normales, esa violencia está cristalizada en las instituciones del orden jurídico liberal burgués. Cuando toma caracteres tan concretos y se presenta sin ropaje, indica un estado avanzado en la descomposición del régimen. Las formas facistoides indican una fase desintegrativa y no la invulnerabilidad del régimen.
Como hay que ser cuidadoso en las citas de los grandes marxistas (para evitar caer en lo que precisamente criticamos: la selección caprichosa de textos escritos para situaciones que pueden o no tener real similitud con la situación a que se aplican), prevengo que la que ahora transcribiré era un ataque de Rosa Luxemburg a los revisionistas. Pero expone razones que pueden perfectamente aplicarse al caso argentino, en lo que tienen de esenciales.
"Para el revisionismo, las actuales erupciones reaccionarias son simple mente 'convulsiones'; que considera pasajeras y casuales y que no impiden establecer una regla general para las luchas obreras. Según Bernstein, la democracia se presenta, por ejemplo, como un paso ineludible en el desarrollo de la sociedad moderna: para él, exactamente igual que para los teóricos burgueses del liberalismo, la democracia es la gran ley fundamental del desarrollo histórico en su conjunto y todas las fuerzas políticas activas han de contribuir a su desenvolvimiento. Mas, planteado en esa forma absoluta, es radicalmente falso, y nada más que una esquematización demasiado superficial y pequeño-burguesa de los resultados obtenidos en un pequeño apéndice del desarrollo burgués en los últimos veinticinco años. Si contemplamos más de cerca la evolución de la democracia en la Historia y, a la par, la historia política del capitalismo, obtendremos entonces resultados esencialmente distintos." "El progreso ininterrumpido de la democracia se presenta, tanto para nuestro revisionismo como para el liberalismo burgués, como la gran ley básica de la historia.
El problema de las condiciones objetivas
La base de nuestra argumentación es que el frente electoral no es una actividad "hasta tanto se den condiciones para otra clase de lucha", o que se combine con otro tipo de lucha. Significa canalizar las energías y la rebeldía popular hacia vías electorales, haciendo concebir falsas esperanzas si se tiene éxito o dando sensación de debilidad del movimiento popular en caso contrario. En cualquier caso, se retrasa la lucha insurreccional y se aparta de ella a los elementos más capaces y combativos del proletariado. Eludir el dilema entre revolución o compromiso con la burguesía es simple escapismo.
Sería admisible la posición si el planteo fuese insurreccional, y dentro de él se adoptase, como acción táctica eventual, un determinado apoyo electoral. Pero la táctica de PC es netamente electoralista. Las oportunidades para tomar el poder no caen llovidas del cielo, sino que hay que crearlas; y centrar el esfuerzo en las elecciones es conspirar contra la creación de condiciones insurreccionales, si es que no existen.
Lo cual nos lleva al primer problema de fondo: analizar si hay condiciones. Y con esto, tanto como el análisis científico, entran a jugar las aptitudes personales de los grupos dirigentes revolucionarios y la capacidad para captar los sentimientos de la masa, sus aspiraciones, el grado de arraigo que tiene la ideología liberal, el residuo de prejuicios que conspiran contra soluciones radicales, etc. Los esquemas se someten ahora a prueba por contacto con la realidad, y los dirigentes pueden fracasar por estar rezagados con respecto al nivel revolucionario de la masa o por haberlo sobrestimado.
Las decisiones quietistas implican menos riesgos, desde que nada arriesgan y sometidas a críticas pueden ser defendidas escolásticamente con un manejo adecuado de citas marxistas; en las decisiones violentas, en cambio, el precio del error suele ser el desastre. Por eso inspira menos miedo la posibilidad de ser acusado de "reaccionario" que de "provocador". Pero América latina pasa por un período crítico, como todo el mundo subdesarrollado, y no es posible eludir un pronunciamiento, corriendo todos los riesgos que rodean a cada decisión histórica. Esa responsabilidad debemos asumirla, comenzando por plantear correctamente el asunto de debate.
Es decir, comenzando por no confundir "condiciones" con "oportunidades". Demostrar que el poder represivo de la oligarquía gobernante es inmenso, que el imperialismo acudirá en su ayuda, que la fuerza revolucionaria es el proletariado urbano desarmado y no la gente de campo, todo eso tiene que ver con los métodos insurreccionales y no con las condiciones. Incluso admitimos que, dadas las "condiciones", pueden las clases populares pasar mucho tiempo sin encontrar las tácticas adecuadas. Pero hay que empezar por no confundir la estrategia con la táctica. Y, sobre todo, con no seguir tácticas que, lejos de aprovechar las condiciones, si existen, o contribuir a crearlas en caso contrario, impiden que éstas se desarrollen. La concentración de poderío bélico en manos de los sectores reaccionarios implica la necesidad de un análisis exhaustivo de la oportunidad en que se den las batallas decisivas; en forma alguna puede inferirse, en cambio, que constituyen el argumento para descalificar la insurrección. ¿Es que acaso el poder del estado no ha sido siempre el dispositivo de defensa de las clases dominantes? ¿Es que acaso las FF.AA. de Argentina permitirán un avance por medios democráticos o de cualquier índole, que ponga en peligro el "orden de Occidente" del cual son custodios en el país?
Las condiciones jamás se presentarán formando un haz, completas, sin que falte nada. Hay que descubrirlas escrutando algo tumultuoso, turbio y complicado como es la realidad económico-social. De lo contrario, las revoluciones serían perfectas: estallarían exactamente en el punto histórico de incidencia, ni un minuto antes ni un minuto después. Y la vanguardia no necesitaría más que estar atenta a ese llamado, que le indicaría que puede proceder a instalar la dictadura del proletariado en un medio donde la razón no dejaba ningún estrato en la penumbra.
En la Argentina de hoy, si nos atenemos a una estimación más modesta de las posibilidades de que las condiciones aparezcan configuradas nítidamente, éstas están dadas con exceso: empobrecimiento de la clase trabajadora y desconocimiento de sus derechos como tal, proscripción política de los partidos peronista y comunista, concentración de riqueza en los sectores agropecuarios e industriales vinculados al imperialismo, inmoralidad administrativa, resentimiento nacional ante el sometimiento de las potencias anglosajonas, falta de confianza en los partidos tradicionales, estímulo del "caso Cuba", quiebra del orden institucional por las continuas interferencias del Ejército, etc. Todo lo cual configura un cuadro propicio para las soluciones revolucionarias, que cuentan con el elemento básico de un proletariado numeroso, combativo y antiliberal y una clase media políticamente desilusionada en su parte conservadora y entusiasmada por la gestación cubana en sus sectores más avanzados. Estas son, aun superficialmente enumeradas, las condiciones que objetivamente autorizan la licitud del planteo insurreccional. La función de la vanguardia es incrementarlas, dar cohesión al esfuerzo popular, ofrecerle una salida, buscarle los medios de dar la lucha. Que se acierte o no en esa labor, es otra cosa.
Que pueda decirse que no hay condiciones para un alzamiento no es argumento para afirmar que tampoco existen para la tarea insurreccional. Cuya tarea es la que dará lugar a las restantes condiciones. No podrá imputársenos el pecado de mecanicismo si traemos una cita del caso cubano. Fidel Castro vio claramente lo que el resto de los políticos no veían y con el seudónimo de "Alejandro" afirmó en una publicación clandestina: "El movimiento es revolucionario y no político. A un partido revolucionario debe corresponder una dirigencia revolucionaria, de origen popular, que salve a Cuba". Y debemos convenir en que había entonces, aparentemente, muchas menos condiciones, y la realidad cubana ofrecía escasos indicios para semejante afirmación. La historia es cruel y no hay otra manera de demostrar que se tiene razón triunfando: Fidel Castro es el líder de la liberación americana; de lo contrario, hubiese sido un "provocador".
Decir que la tesis de la insurrección de América latina (los Andes serán la Sierra Maestra del continente) es un injerto trotskista, es no decir nada. En primer lugar, porque casi todas las sectas realmente trotskistas tampoco creen que existan las famosas "condiciones". Y luego, porque el debate sobre el tema no es una discusión en el seno del partido, donde la imputación basta por sí sola para desprestigiar la tesis incriminada. Aplicar el calificativo es una forma de ahorrarse la demostración de que el enfoque propio es correcto, inventando al contradictor un aporte teórico ficticio que oculte la real coincidencia con los más destacados líderes de la ortodoxia marxista-leninista (entre ellos, claro está, Mao y también Jruschov: "Por eso sólo con la lucha, comprendida la lucha armada, es como pueden los pueblos conquistar su libertad e independencia. ¿Pueden tener lugar en el futuro guerras como ésa? Sí, pueden. ¿Pueden tener lugar insurrecciones como ésa? Sí, pueden. Pero son precisamente guerras o insurrecciones populares. ¿Pueden crearse en otros países condiciones en las que el pueblo, agotada La paciencia, se levante con las armas en la mano? Sí, pueden crearse. ¿Cuál es la actitud de los marxistas hacia esas insurrecciones? La más positiva. Los comunistas apoyan en todo, esas guerras justas y marchan en las primeras filas de los pueblos que sostienen una lucha de liberación").
Dentro de una estrategia insurreccional, las combinaciones políticas o los apoyos electorales ante el hecho concreto de las elecciones, tienen un sentido que es muy diferente del que adquieren cuando el frentismo es un fin en sí mismo (al menos para toda una etapa). Porque en este último caso no solamente es ineficaz para los fines perseguidos, sino que anula los expedientes de la violencia. Si las "condiciones" no existen, la coalición del tipo de la propuesta no contribuirá por cierto a crearlas. Si la táctica es inocua, es una derrota de las fuerzas populares. Si llega a tener algunos éxitos desencadenará medidas represivas: y con eso no adelantaremos nada porque Lo que sobran son ejemplos de prepotencia oligárquica: estaremos a fojas uno.
Pero vamos a suponer lo que ninguna persona en su sano juicio puede aceptar como posible: que con la organización del PC y la fuerza numérica del peronismo comencemos a imponer candidatos que lleven planteos de izquierda, y que eso triunfe contra las maniobras del gobierno, los divisionismos fomentados desde los poderes públicos, el silencio de la prensa, la campaña de la iglesia contra el "avance rojo", etc.; y que las fuerzas armadas dejen que este proceso se desarrolle sin tomar medidas en defensa de la "democracia". Aun en ese supuesto idílico habríamos actuado como disolventes de la unidad que puede darnos el triunfo, que es una unidad dinámica, solamente forjable en una lucha trascendente, y no la unidad que consiste en la coincidencia comicial. Porque no son dos aspectos de una misma unidad, sino dos tipos de unidades, excluyentes entre sí. La unidad que nos interesa no es independiente ni de los fines perseguidos ni de las tácticas empleadas.
En la lucha insurreccional tanto en sus aspectos centrales como en las acciones marginales de agitación, propaganda, etc., únicamente el proletariado puede asumir el rol de vanguardia. En la táctica reformista, el proletariado deberá someterse a la burguesía, abandonarle la dirección, actuar en el terreno que ella fija, someterse a las reglas de juego que ella establece, quedarse dentro de los límites que ella admite. Es decir que los trabajadores se reducirán, en última instancia, a las tareas de "presión" sobre los aliados -la mayoría de los cuales serán circunstanciales — para que éstos a su vez "presionen" dentro del régimen.
Y todo este ajedrez tan complicado se termina apenas tres guarniciones se pongan de acuerdo por teléfono y resuelvan darle una patada al tablero so pena de frenar la "ola roja". Porque la presión de las capas populares, para ser efectiva, tiene que expresarse en formas que nada tienen que ver con elecciones.
Aunque mande algunos electos a representarlo en los cuerpos políticos, no son éstos los que constituyen sus fuerzas de presión: sería un optimismo infundado el que pensase que "cogobiernan", que integran el poder del estado. Compárese con dos casos en que realmente hubo cogobiemo. En 1917, frente al Gobierno Previsional de Lvov había un gobierno "suplementario, accesorio, de fiscalización", encarnado en el Soviet de los Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado "que se apoyaba directamente en la mayoría absoluta del pueblo, en los obreros y soldados armados" (Lenin). El otro caso es de la misma esencia; después del triunfo de la revolución cubana, durante varios meses coexistieron el gobierno de Urrutia y Miró Cardona con otro gobierno, formado por Fidel Castro como representante del pueblo. En los dos ejemplos citados, puede hablarse de un poder "compartido" -tecnicismos aparte-, pero con el gobierno popular apoyado en fuerzas que impedían que el gobierno reaccionario pudiese reprimirlo. Eso es jugar la presión de las masas; lo otro es plegarse al enemigo.
No nos engañemos; ningún partido ni grupo burgués quiere un proletariado político; todos aspiran a "representarlo" como tribunos de la plebe, con empleo de todo el lenguaje progresista y el cubanismo que aporte votos. Al llevar los trabajadores a votar por alguno de ellos, estamos fortaleciendo a los enemigos - confesando o no- de su ascenso al poder. Y estamos debilitando esa voluntad de poder que es uno de los ingredientes insustituibles de la revolución.
Los individuos que componen una clase tienen su visión del mundo y de los problemas derivados del papel que desempeña en la sociedad; pero solamente mediante la acción, actuando como clase, es que toman con-ciencia de ello. En épocas en que los sucesos son normales, en el proletariado conviven su visión particularísima con la ideología impuesta por la clase dominante. Mientras aquélla es inarticulada e inorgánica esta es coherente, orgánica por el machacar de las maquinarias educacionales y propagandísticas. Pero en los momentos decisivos esa ideología extraña a sus intereses entra en colisión con las necesidades del proletariado, que pasa a actuar con autonomía y asciende así a la autoconciencia. Por eso salvo en cierta capa minúscula, es imposible un desarrollo de la mentalidad revolucionaria a través de tácticas no-revolucionarias.
Si un mérito nadie le niega a Perón es el haber desarrollado en los trabajadores el sentido de clase y la conciencia de su fuerza. Sobre esa mentalidad así preparada, hay que actuar sembrando la ideología de la revolución. Lo que será imposible si se encara como mera difusión teórica, mientras se aconsejan políticas pragmáticas dentro del orden establecido. Esta dicotomía entre pensamiento y acción es factible para movimientos pequeños integrados por iniciados; es nefasta para un gran movimiento de masas, donde el ascenso al sentido de la libertad real se adquiere por la praxis y no en la difusión teórica. Los objetivos no pueden estar divorciados de los medios que se utilizan, porque los pueblos no asimilan las nuevas concepciones en abstracto, como pura teoría, sino combinadas con la acción. Los métodos revolucionarios "impregnan" a la masa con la teoría revolucionaria. (Y lo mismo ocurre, con signo inverso, con las tácticas reformistas.)
Un efecto secundario -pero en modo alguno omitible- de la aceptación de la tesis del partido comunista, sería el retroceso de los cuadros revolucionarios en el seno del peronismo, en beneficio de los elencos politiqueros y sumisos. Estos tendrían frente a la masa el argumento de que lo único que los separa del ala izquierda es el criterio para seleccionar los candidatos que merecen apoyo. Y hasta alegarán su mayor "ortodoxia", pues en lugar de combinaciones electorales, siempre sospechosa para mucha gente, ofrecerán partidos "neoperonistas", que el gobierno estimula para dividir el sufragio popular.
La revolución democrático-burguesa
En la discusión sobre la existencia o no existencia de condiciones, subyace tal vez otra discrepancia medular, concerniente a la necesidad de la insurrección. Porque bien pudiera ser que los problemas del país fuesen tales, que buscarles remedio por vía insurreccional resultase desproporcionado. Esto ocurría en cualquiera de los casos siguientes:
a) Si el estado actual de las relaciones de producción convirtiese los riesgos de la lucha armada en un precio demasiado caro en relación a los resultados que de ella pudiese obtenerse. (En esta hipótesis, el grado de limitación impuesto por las estructuras económicas al avance del proletariado daría la medida de su debilidad como clase en la etapa.)
b) Si las condiciones económico-sociales permiten formar un frente policlasista suficientemente amplio como para presionar con eficacia por el normal funcionamiento del orden institucional y realizar luego, dentro de ese ordenamiento jurídico, las transformaciones que exige esta etapa del desarrollo.
En circunstancias como esas, las tesis insurreccionales revelarían un izquierdismo extremista, incapaz de asimilar las lecciones de la historia, a pesar de la labor pedagógica del leninismo, que indicaría la necesidad de impulsar las reivindicaciones de la burguesía como paso ineludible hacia el socialismo.
No es necesario, para nuestra argumentación, entrar en la teoría de la revolución democrático-burguesa, que inclusive no es una denominación demasiado precisa, desde que se la utiliza para definir procesos que difieren entre sí. Lo importante es ver en qué consiste el objetivo que fija el PCA. Ya hemos mencionado cómo lo enuncia Victorio Codovilia. Una transcripción de Rodolfo Ghioldi nos aclara aún más las cosas, cuando describe los fines buscados: "La revolución democrático- burguesa argentina, o sea agraria y antimperialista, interesa a los obreros, a los campesinos, a la pequeña-burguesía "no compradora" y no "burocrática de la terminología china". "No cabe duda que la entrega del gobierno de Frondizi al imperialismo hará que nuevos sectores de la burguesía nacional emprendan el camino de la lucha antimperialista.
La revolución democrático-burguesa fue progresista en Europa, al romper los estamentos feudales y apresurar el desenvolvimiento económico y político de la sociedad, librándola de la estratificación medieval. Su desarrollo implicaba no solamente el fortalecimiento de la clase destinada a sustituir a la burguesía, sino también un ámbito institucional más favorable a la organización y la lucha de ese proletariado. Esa burguesía arrastraba a las demás clases, ya que era la clase más orgánica y consciente de sí. Pero en los países de periferia, y en esta etapa de la historia, esa revolución ya no representa progreso alguno, porque el desarrollo es de otra índole como consecuencia de la expansión imperialista.
Eso no lo ignoran, claro está, los compañeros del PCA así que cuando hablan de revolución democrático-burguesa entienden como premisa que ésta apareja la lucha antimperialista. "No es preciso probar que la eliminación de las trabas terratenientes al mercado interior y a la colocación de capitales en el campo, así como la expulsión de los monopolios extranjeros, abre posibilidades de desarrollo a la burguesía nacional", dice Rodolfo Ghioldi en relación con esto.
Dejemos de lado la discusión sobre las fases transicionales del camino del socialismo, la necesidad de una previa expansión de la burguesía nacional, etc. y aceptemos a libro cerrado la tesis del PCA. Aun así, hay una contradicción insalvable entre esa revolución democrático-burguesa que preconiza y los métodos que ofrece para poder realizarla.
La burguesía no tiene interés en ninguna reforma agraria seria. En primer lugar, porque un error en el que persisten los comunistas es el de creer que el campo argentino abunda "en restos semifeudales que pesan sobre la agricultura" (Rodolfo Ghioldi), cuando la verdad es que la subsistencia de latifundios no obsta a una explotación altamente capitalista de la tierra. Pero, de cualquier modo, la burguesía nacional argentina tiene muchos intereses comunes con los terratenientes, y lo común es que los industriales coloquen capitales en las sociedades anónimas dedicadas a la producción agropecuaria. Además, es una etapa en que el burgués está "territorializado", como decía Marx, a diferencia de la época del nacimiento del capitalismo, en que había una separación neta entre él y el proletariado feudal. Como sostuvo Lenin, "al burgués radical le falta coraje para atacar a la propiedad privada de la tierra en vista de un ataque socialista contra toda clase de propiedad privada".
Las contradicciones entre la burguesía nacional y aquella parte de la burguesía ligada al imperialismo, con ser agudas, no las desunen cuando está en peligro el ordenamiento capitalista. El imperialismo no deja ya margen para que la estructura que han levantado en la Argentina sufra sacudimientos por choques intercapitalistas.
Hace quince años, una revolución democrático-burguesa era un paso lógico. Y eso fue el peronismo en términos generales. Había que nacionalizar el sistema bancario, los transportes, seguros, etc., o sea el mecanismo de comercialización dominado por los ingleses, y paralelamente, apoyar la industria nacional contra el avance del imperialismo yanki que buscaba remplazar al británico. Pero esa política, cuyos méritos o defectos no interesan ahora, se pudo hacer con un gran apoyo de masas que permitió concentrar el poder y crear un inmenso capitalismo de estado, mientras una redistribución de la renta y el monopolio del comercio exterior impulsaba la industrialización y elevaba el nivel de vida del pueblo. Era lo más que podía hacerse sin modificar la estructura básica de la propiedad privada. Vale decir que, si bien los industriales no pudieron explotar a los obreros porque la legislación social y el aparato del estado lo impedía, fueron beneficiarios directos de esa política de desarrollo. Sin embargo, allí está la diferencia entre esa ciase pujante que creó los estados y los afirmó como entidades nacionales, y la burguesía argentina: indecisa, embarullada, fluctuó entre el apoyo a una política que les aseguraba el florecimiento y el temor a las masas, sin las cuales esa política nacionalista no era posible. En el momento de crisis, se alió con el imperialismo y contribuyó a la caída del gobierno, para luego ser la primera víctima de los planes anti industrialistas implantados por presión de los imperios anglosajones.
Y si eso ocurrió entonces ¿Qué podemos esperar ahora, cuando las transformaciones tendrán que ser mucho más radicales y el imperialismo yanki controla inmensos sectores del aparato productivo? Admitido que la burguesía no ligada al imperialismo pueda contribuir a dar las soluciones, pero a condición de que el proletariado tenga- la dirección del proceso, ya que es la única clase antimperialista hasta el fin.
Los comunistas argentinos parecen reconocer esta necesidad (Rodolfo Ghioldi sostiene la "necesidad de la hegemonía de la clase obrera en la revolución democrático-burguesa"), pero propugnan una táctica que tienden a fortalecer a la burguesía desde que la lucha por la legalidad nada tiene de común con la lucha por la "revolución agraria y antimperialista".
Cualquier posibilidad de liberación nacional está fuera del marco de esa "legalidad", que actúa como chaleco de fuerza del desarrollo independiente y no como campo para el desenvolvimiento de las fuerzas productivas. O creemos que el proletariado uniéndose con los sectores rurales sometidos a la explotación y aliado con todos los sectores no imperialistas hará las transformaciones, pero sin abandonar la dirección, o de lo contrario pensamos que esas transformaciones no son posibles (y entonces podemos hablar de que "no hay condiciones").
La lucha revolucionaria es la única compatible con el programa propuesto, y esa lucha no pasa por la legalidad burguesa. La burguesía ya no cree en el "progreso indefinido" ni en las otras ilusiones que adornaban su filosofía primaveral. Es inevitable que siga pensándose como representación total del hombre, pero ya ha hecho su experiencia histórica y sabe cómo defender esa "libertad" que ahora tiene para ella contornos bien definidos que impiden que vaya a confundirla con la "libertad" de los otros. En América, como dijo un escritor, no hay clases "inocentes", porque el proceso en las potencias industriales despejó las incógnitas.
La condición previa para librarnos del imperialismo es un estado fuerte. Engels ya lo decía en su carta a Bebel: "El proletariado necesita el estado, no en interés de la libertad, sino en interés de la represión de sus adversarios". Lo cual no ha dejado de ser verdad, y es mucho más verdad aún en un país semicolonial, donde la lucha no será interna, sino que al poderío de la reacción se acumulará el del imperialismo.
Si es posible un paso más o menos rápido al socialismo, o es preciso la coexistencia por largo tiempo con formas capitalistas, cuáles sectores productivos es conveniente dejar a cargo de la burguesía nacional, y otras cuestiones similares, corresponden a la preocupación de los dirigentes revolucionarios, y son materia de otro orden de especulaciones que siempre tendrán un carácter estimativo, porque a los factores actuales se sumarán los que no pueden predecirse por emanar del ritmo vertiginoso del alumbramiento liberador. El planeamiento que exceda de ciertos análisis que permiten los datos obtenibles constituye una abstracción estratégica y lleva al extremismo. Pero igualmente nefasto es subestimar las posibilidades actuales del movimiento popular. O proponerle un programa junto con la táctica que lo toma imposible.
Entre la "revolución agraria y antimperialista" y la coalición democrática para luchar por la legalidad hay una antinomia que sólo es reconocida como operación de pensamiento y no en el terreno práctico. ¿Estaremos tal vez distorsionando el sentido del enunciado de la táctica propuesta? En modo alguno. En los numerosos "frentes" que ha propuesto el PCA a través de los años, no hay posibilidad de "hegemonía del movimiento obrero" ni de su acceso al poder. Y las propuestas concretas que ha formulado con relación al sistema institucional reflejan que no tiene en vista una posibilidad revolucionaria sino un predominio de la burguesía que considera invencible. Por ejemplo, se une a los otros partidos pequeños para exigir que las elecciones parlamentarias se hagan por "representación proporcional" tentativa que si tiene éxito permitirá tal vez que el PCA pueda elegir algún congresista, pero que atomiza el poder político (que es lo que buscan los intereses oligárquico-imperialistas, conocedores de que cuanto más fragmentado el mosaico político, más fácil la tarea de los poderes económicos, que actúan concentrados). Es muy posible que Frondizi otorgue la representación proporcional, para poder maniobrar mejor con la oposición. Dentro de ese orden de ideas está también la propuesta de Ghioldi, después de la caída de Perón de instaurar un gobierno parlamentario, o sea, el gobierno que no sirve para nada y menos aún en un país semicolonial.
Así que la táctica propuesta es parte de una línea que podrá, si acaso, traer algún beneficio para las actividades del partido, pero que ciertamente no facilita la revolución liberadora que el país necesita, ni tiene en cuenta la fuerza potencial de un proletariado numeroso y combatido. O se cree en la hegemonía del proletariado, o en la coalición para luchar por las libertades constitucionales (con desconocimiento de la composición real del poder). O hacemos la revolución agraria, o jugamos a la democracia burguesa (que no desea dejarnos participar). Pero no establezcamos un programa y patrocinemos actividades prácticas que son la mejor garantía contra su cumplimiento. En medio de la diversidad de proposiciones, vemos una constante que llamaríamos fijación táctica antidialéctica.
El apego a la legalidad
La debilidad del planteo actual es la culminación lógica de errores de análisis - seguidos de desastres tácticos- que arrancan de muchos años atrás. En alguna medida este aferramiento a formulaciones pulverizadas por la realidad puede ser orgullo intelectual o defensa de la propia actuación; pero, en cualquier caso, hay allí un signo de que el ideal de la sociedad sin clases está confinado a una esfera programática, sin una consecuente aplicación del marxismo que suministra la táctica correlativa. Este déficit los vuelve vulnerables a los vicios de pensamiento que caracterizan a la clase dirigente argentina -especialmente a su "intelligentsia"— y a los cuales es inmune el marxista consecuente: esquematismo en la caracterización de los fenómenos, aceptación inconsciente de abstracciones en remplazo de la realidad, impermeabilidad a las verdades del país que no se ajustan a las fórmulas iluministas inspiradas por la lectura de los textos fundamentales, resistencia a la autocrítica.
En el mundo concreto de la práctica política, eso se traduce en tácticas que resultan apuntalamientos del régimen liberal-burgués y de las cuales la que ahora consideramos es una invariante. Rodolfo Ghioldi condensó ese sentir en su frase: "es preferible el peor de los gobiernos legales a la mejor de las dictaduras" cuyo alcance hay que medirlo teniendo presente que, con excepción de los gobiernos de Irigoyen, Alvear y Perón, todos los demás fueron producto del fraude electoral realizado por los conservadores.
En los países industrializados, las formas democráticas nacieron como superestructuras del desarrollo capitalista, y luego se van transformando cuando se entra en la etapa de la desaparición de la competencia por la concentración monopólica; en los semicoloniales, en cambio, el capitalismo local no se desarrolla plenamente, ya que antes de que maduren las fuerzas productivas internas por el funcionamiento de un mercado competitivo real, la subordinación de la oligarquía al imperialismo hace que el proceso sea interferido por el capitalismo foráneo, ya concentrado. De ahí el desajuste entre las instituciones calcadas al constitucionalismo anglosajón y la realidad del país. Cuando en el seno de la semi colonia se dan condiciones para quebrar la dominación de los privilegios económicos, las masas rebalsan los partidos tradicionales, que están concebidos para moverse en el esquema de la legalidad importada.
La falla de los partidos de izquierda en la Argentina proviene de haber aceptado que esa "legalidad" de la democracia capitalista anglosajona respondía al país considerado en su conjunto. Si como táctica para no caer en infantilismos extremistas era aceptable una posición flexible frente a las instituciones del régimen, la verdad es que cometieron el pecado mortal de llegar más allá de eso: es a partir de esa legalidad democrático-burguesa que comenzaron a analizar los hechos nacionales. O sea, que se volvieron conservadores, aunque postulasen como objetivo final -en un remotísimo porvenir que en nada aparecía prefigurado en el presente— la sociedad socialista.
Es así como se plegaron a la teoría de la burguesía de que la "democracia está en crisis" frente a los grandes movimientos de masas del siglo en la Argentina, el irigoyenismo y el peronismo, sin comprender que no eran misterios estratosféricos caídos para violentar el encuadre, sino expresiones de fuerzas interiores que no podían seguir contrahechas dentro de él. En síntesis, creían implícitamente en ese encuadre, como si las formas superestructurales del capitalismo decadente se hubiesen cristalizado para constituir la única "legalidad" posible.
El desencuentro con las masas
Entonces el desencuentro con las masas no resultó inexplicable ya que, si hubiese sido prematuro postularles la dictadura del proletariado, resultaba inconcebible no acompañarlas, estimulando sus tendencias de progreso, en lugar de enfrentarlas como hacía la reacción.
Lo que ocurre ahora es secuela de ese desencuentro de 1945. Entonces, el PCA hizo de la defensa de los Aliados en la segunda guerra mundial el criterio inspirador de su conducta, mientras el pueblo puso en primer término el problema nacional, que requería aprovechar la coyuntura para liberarse del imperialismo inglés. Mientras que para las masas populares el lema era "Braden o Perón" (es decir, un dilema en el que el enemigo era el imperialismo y la oligarquía), los comunistas proclamaron la antinomia "democracia o fascismo" que no encerraba la contradicción real de esa hora y los ponía del lado de las fuerzas más reaccionarias. EL resultado de las elecciones demostró cuál era la verdadera voluntad del país.
Reincidieron en el error de 1930, en que el gobierno de Irigoyen, jaqueado por la oligarquía y por el imperialismo que necesitaba impedir la nacionalización del petróleo (la famosa revolución con olor a petróleo de que habló Waldo Frank), al PCA no se le ocurrió mejor cosa que tratarlo de. . . fascista. Irigoyen representó el ascenso de la clase media, de la primera generación de hijos de inmigrantes, rompiendo el cerco de la oligarquía terrateniente. Perón encarnó (dejemos de lado si estuvo o no a la altura de su papel) el ascenso del proletariado industrial y de las capas explotadas de la población campesina. Las formas escogidas para oponerse a uno y a otro, el alineamiento en ambos casos con las fuerzas reaccionarias, el desajuste en ambos casos entre los esquemas y la vivencia del hombre de la tierra, indican más que fallos aislados.
La rectificación de la postura anti-irigoyenista carece de importancia: el irigoyenismo es ya material folklórico. Importante hubiese sido un estudio en perspectiva, que hubiese facilitado la comprensión de lo que vino después. Y repitieron el error con el peronismo.
Durante la campaña electoral de 1946, tuvieron que tratar de "grandes demócratas" a los integrantes de la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural, la Unión Industrial, el Jockey Club, el Partido Conservador, etc., convertidos a la santidad por su belicismo aliadófilo. En cambio, todos los neutralistas (y el PCA había sido neutralista hasta el ataque a la URSS) recibieron el tilde de "fascistas". Como el pueblo era antifascista y neutralista, es de imaginarse cómo reaccionó, ante la satisfacción de los grupitos simpatizantes de los nazis, a quienes la calificación aplicada gratuitamente a todo el mundo les permitió pasar inadvertidos y, de paso, hacer campaña anticomunista diciendo que los comunistas eran cipayos, en nada diferentes de los cipayos adictos a los yankis e ingleses.
El mérito del nuevo movimiento era hacer del imperialismo el problema central, cosa que nunca había planteado ningún partido político y era tema reservado a pequeños núcleos sin gravitación. Pero el PCA vio un cómplice del totalitarismo en cada anti imperialista. Como Perón planteaba el asunto en momentos en que las izquierdas negaban que existiese, no era de extrañar que el aporte teórico viniese en gran parte del nacionalismo de derecha, que coincidía en el repudio del liberalismo.
Del triunfo peronista surgía una enseñanza bien cristalina: las ideologías no expresaban las necesidades del país, ni los términos de las contradicciones fundamentales. Eran expresiones del pensar "culto", donde "izquierda" y "derecha" aparecían como categoría del pensamiento y no como pautas de conductas divergentes. O sea, que la "izquierda" era también un epifenómeno del movimiento ideológico europeo, sin haberse conectado con la convulsión de las capas humildes que asomaban a la vida política rebelándose contra el statu quo vigente, El "izquierdismo" podía entonces ser retrógrado y algunas posiciones de "derecha" progresistas.
La magnitud del fenómeno podía pasar inadvertida para el ideologismo idealista de los partidos pequeño-burgueses, pero no para una conciencia política medianamente alerta. Sin embargo, mientras en el partido radical triunfaba una tendencia pseudo-izquierdista que ofrecía un programa calcado del que las masas habían impuesto, el PCA siguió impertérrito, como si estuviese en presencia de un episodio normal de política cotidiana.
El peronismo, como correspondía a su esencia, fue dinámico, cambiante, agitado por profundas contradicciones entre un ejército nacionalista en materia económica pero incapaz de captar el problema social y el movimiento obrero que por primera vez participaba en el gobierno; entre los intereses de una burguesía miope que quería crecer sin que le tocasen la plusvalía y una organización sindical que presionaba por mayores conquistas; entre direcciones político sindicales burocráticas y las bases, donde el sentir revolucionario impulsaba a los cambios de estructuras; entre elencos que sostenían la necesidad de "afianzar las conquistas obtenidas" y un ala izquierda que buscaba impulsar el proceso hasta sus últimas consecuencias; entre núcleos apegados a un paternalismo "por encima de las clases" y Eva Perón, que fomentaba el odio a la oligarquía y actuaba como agitadora de la lucha de clases; entre restos del nacionalismo católico que creían que las inocuas encíclicas papales encerraban el secreto del problema social, y los grupos marxistas que veían al justicialismo como etapa previa del pasaje a la economía socializada. Pero, como hemos dicho, el PCA había hecho una clasificación y se atuvo a ella, como si se encontrase frente a una mariposa pinchada con un alfiler. La falta de método lo volvió a cegar: creyó que al pensarlo como estático, el proceso se convertía en estático.
Había dicho que era fascismo, y eso bastaba porque como en el sector militar que había participado en el golpe militar junto con Perón había simpatizantes del totalitarismo, se atribuyó esa ideología al justicialismo; cuando ese sector fue desplazado, se persistió en el calificativo; cuando esos desplazados comenzaron a conspirar contra el régimen, empavorecidos por el ascenso del movimiento obrero, tampoco hubo cambios de la etiqueta. Con lo que, de paso, quitaron validez a la significación del "fascismo", que es una expresión terrorista de la burguesía ante el avance del proletariado que amenaza quebrantar las instituciones que resguardan sus privilegios. En la Argentina, nada de eso ocurría, porque no había un movimiento sindical que reclamase participación política ni estuviese en condiciones de hacerlo; el peronismo fue el que agitó las masas, el que organizó el proletariado. (La Confederación General del Trabajo, que no llegaba a 200.000 afiliados en la época pre-peronista, y estaba dividida en dos centrales irreconciliables, pasó luego a tener 4.000.000 de cotizantes.) Rodolfo Ghioldi aceptaba la definición de Dimitróv sobre fascismo -"la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas, más imperialistas del capital financiero"- y lo aplicó a un movimiento de un país semicolonial, tal como hacía la maquinaria de propaganda imperialista anglo- yanki con ese y con cualquier movimiento de liberación nacional, por tímido que fuese.
Si siempre se encontraban en la misma trinchera de las fuerzas con-servadoras, no era extraño que las clases populares se negasen a admitir distingos entre ellos y los representantes de la reacción, aunque la coincidencia se justificase con profundos e inéditos trabajos de doctrina. Aspirando a ser el partido de la clase trabajadora, ésta los rechazaba por contrarrevolucionarios. Eso conspiraba también contra las tendencias de izquierda que pugnaban en el seno del peronismo, porque los anticomunistas no necesitaban apelar a ninguna imagen tremebunda del "espectro rojo": les bastaba señalar que la "izquierda" se identificaba, objetivamente, con las fuerzas de la oligarquía.
Un análisis de la esencia del movimiento de masas, hecho con buen método, hubiese demostrado que el ataque frontal sólo podía darse desde la derecha, como se demostró cuando a la caída del peronismo vinieron dos gobiernos que hicieron olvidar sus errores y redujeron sus mayores culpas a peccata minuta (error o falta leve), al desatar el odio clasista y abrir las puertas de par en par al imperialismo. Desde la izquierda, la oposición, sin dejar de ser crítica, nunca hubiese llegado a extravíos explicables en la historia de una oligarquía desplazada (por ejemplo, llamar lumpen a los obreros peronistas, es decir a casi todos los obreros), o a incurrir en equivocaciones como confundir la afluencia de la gente del campo a la ciudad, donde la industrialización y las leyes sociales aseguraban altos salarios, con el "éxodo de las masas campesinas víctimas de la explotación por causa del gobierno", etc. La desconfianza y el rencor de la masa para con el PCA no proviene, entonces, de la prédica anticomunista reaccionaria, sino una actividad de indiscriminada hostilidad, de la incomprensión demostrada hacia un movimiento que ellos aceptaban como el suyo y del cual habían obtenido mejoras sustanciales. Y eso no se puede legitimar con una cortina de citas de los clásicos del marxismo, que sirven para espantar a los izquierdistas inmaduros, que han oído hablar de los peligros del dogmatismo, pero no saben distinguirlo cuando lo tienen delante.
El peronismo no era la maravilla que creían sus prosélitos, pero tampoco era lo que el PC afirmaba. Criticaba a un movimiento que no existía, creado literariamente; el resultado era que cuando atacaba con justicia algún aspecto de la política oficial, la gente no les creía. Si el balance que hacen del peronismo fuese exacto, gran parte de la culpa recaería sobre ellos, que pudieron haber contribuido al afianzamiento de sus tendencias de progreso a poco que hubiesen dejado la autosuficiencia libresca para acercarse a él con el amor que merece un movimiento de masas, y con la comprensión y la tolerancia a que los obligaba su mayor preparación teórica.
Terminada la lucha electoral en el año 1946, la curiosidad científica, por lo menos, podría haberlos volcado hacia lo nuevo que hacía eclosión. Pero en lugar de eso, se parapetaron en sus esquemas, para demostrar que no eran ellos sino el pueblo el equivocado. Han pasado 16 años y la clase trabajadora argentina sigue pensando en esa hora como la de su apoteosis, mientras en los cuadros del PCA ha quedado la nostalgia -no confesada sino en la intimidad amistosa- de la oportunidad perdida. Terminada la luna de miel con las fuerzas oligárquicas, de la UD, el PCA buscó retomar los principios que teóricamente eran suyos, y de los cuales se había apartado para defender la "democracia". Ayudar a llevar esas banderas victoriosas era posible: tratar de disputárselas al movimiento popular con el arma de las excelencias doctrinales fue otra prueba de ceguera intelectualista. Más todavía si en la implacabilidad del juez asomaba la furia del converso. Porque la ductilidad llegaba hasta defender hoy una postura como si hasta ayer no se hubiese estado sosteniendo lo contrario, pero con el movimiento nuevo aplicaba el rigorismo más cruel y siempre terminaba condenándolo. Es que no lo juzgaba en relación con lo real-posible, sino con el cartabón de las perfecciones teóricas.
Durante la campaña, no solamente negaron la licitud de plantear el problema antimperialista, sino que llegaron a decir cosas como éstas: "Por otra parte, cada vez que los sectores democráticos del Gobierno de los Estados Unidos manifiestan su repudio a la dictadura nazi-peronista, posición que se refleja a través de los discursos de algunos diplomáticos norteamericanos. . . etc.", defendiendo la intromisión del embajador Braden como coordinador de la Unión Democrática (Codovilla); "En lo internacional, la república exige[. . .] el desarrollo nacional; mejorarla radicalmente con los Estados Unidos, partiendo de la línea de "buena voluntad", retomada ahora por el Secretario Bymes y ratificada con tanto calor por Mister Braden" (Ghioldi); "Inglaterra y EE.UU han remplazado la vieja política reaccionaria e imperialista por una política democrática y progresista. . . etc"; "Las naciones de gran desarrollo industrial ayudarán con su potencialidad económica, financiera y científica a reconstruir la vida de los pueblos víctimas de la agresión fascista y a desarrollar la economía nacional de los pueblos atrasados sobre nuevas bases que impulsarán (Codovilla). "Para la realización de estos fines [es decir, la reconstrucción y desarrollo de la economía de los países atrasados] se están creando los organismos internacionales correspondientes, como el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento" (Codovilla); proponía el P.C.: "atraer capitales extranjeros, asegurándoles una utilidad razonable"; "El interés de los EE.UU. e Inglaterra está en apoyarse y apoyar gobiernos verdaderamente democráticos, que reúnan en su seno a todos los sectores progresistas, desde la burguesía hasta el proletariado, desde los conservadores hasta los comunistas, para asegurar el orden democrático" (Codovilla). Es decir que entonces el amplio frente de coalición democrática se hacía con la bendición del imperialismo y con la ayuda que nos prestaría desde el Fondo Monetario Internacional y demás organismos filantrópicos similares.
Súbitamente, el imperialismo dejó de ser la etapa final del capitalismo, y la historia había derogado las leyes del socialismo científico. Pero vino la "guerra fría" y el PC se acordó del imperialismo. Pero como no podía abandonar la infalibilidad, entonces se dedicó a "demostrar" que el gobierno era pro- imperialista. En un mundo donde no había bloque neutralista y recién emergía de entre las ruinas el mundo socialista, el nuevo régimen maniobraba, explotaba las fricciones anti imperialistas, aprovechaba la ayuda de la URSS cuando ésta lo ayudaba a pasar un momento difícil. Pero el PC en lugar de tener en vista esa lucha y sus dificultades, y de criticar las desviaciones o errores que se cometiesen, estaba atento a cada episodio, a cada hecho aislado, a cada frase que le permitiese aportar un indicio refirmando su tesis del gobierno pro- imperialista. El no haber suscripto los acuerdos de Bretton Woods (poniéndonos a cubierto de los "beneficios" del FMI y del Banco Internacional, que quería Codovilla), el negarse a firmar el tratado bilateral de ayuda militar, el voto en favor de la autodeterminación de los pueblos, el no plegarse a la Moción de Foster Dulles contra Guatemala, nada de esto lo tenían en cuenta.
El gobierno sufría el embate de la cadena mundial de propaganda imperialista, y el PC aportaba a esa campaña mundial proyectiles de aparente calibre marxista- leninista. De la negación del imperialismo, a un antiimperialismo inflexible de fiscales de biblioteca. En lugar de la liberación que se intentaba entre tropiezos, vacilaciones, avances y retrocesos, errores y aciertos —que así es todo lo que ocurre en la historia- el PC estaba fascinado ante la revolución perfecta e impoluta, desarrollada en el mundo sin fricciones de la teoría pura. El programa y propósitos del nuevo régimen eran muy revolucionarios para la época, y jamás había sido planteado nada de eso en el país. El PC que había adherido al programa ultraconservador de la UD,[1] ahora pasaba a un ataque tan artificial como el que había hecho desde posiciones totalmente diferentes.
Las posibles causas del error metodológico
Si nuestra crítica es correcta, estamos ante la paradoja de que el PCA, aliado indispensable por sus vinculaciones con el socialismo internacional y con el de Cuba en especial, adopta una línea de acción que retarda el avance e integración de las masas. O sea que el prestigio que automáticamente le agrega la radicalización de la revolución cubana, sirve para frenar las tendencias similares en el orden interno de la República Argentina.
Que esa conducta sólo puede depararle pequeños éxitos efímeros a costa de la desunión de las fuerzas populares, es una verdad que encuentra fundamento objetivo en los magros resultados obtenidos por uno de los partidos más ricos y mejor organizados. Como comunismo "oficial", ha sobrevivido a ese error reiterado, beneficiándose muy modestamente del progreso mundial del socialismo, pero sin asumir un rol de importancia en el movimiento popular argentino, no obstante, la caída del peronismo y la agudización de las contradicciones internas.
Hay en esa inmutabilidad, en esa resistencia a la autocrítica de fondo, mucho de autodefensa; el análisis no quedaría circunscripto al movimiento de masas, sino que en él estaría en tela de juicio la propia posición del partido. Esa actitud dio pasto a muchos ataques, en un país donde proliferan los grupos y escritores marxistas, cargados del enconado sectarismo que siempre tienen los enjuiciamientos inter- marxistas, y no es descabellado suponer que eso aumentó la resistencia al replanteo. Desde nuestro ángulo de crítica sin malevolencia, no interesa qué porcentaje de cálculo hay en esa actitud autodefensiva. De lo que no dudamos es de que está conectada con la deficiencia metodológica que motiva nuestra preocupación.
Claro que la afirmación de que incurren en error al manejar el método marxista es la que más los irritaría. Sin embargo, los grandes marxistas han demostrado lo fácil que es, sin que eso sea premeditado, quebrar la unidad de teoría y práctica. Gramsci ha prevenido sobre esto con argumentación contundente, y la historia política está llena de ejemplos al respecto. Las direcciones de los partidos avanzados, es decir, que actúan en función de un sistema teórico complicado como es el marxista, pueden muy fácilmente deslizarse detrás de sus propios errores iniciales. Como "vanguardia ilustrada", se les torna muy difícil quebrar cierto aislamiento que su condición les creó con respecto a la masa que aspiran a conducir. El político vulgar es puro pragmatismo, lo cual le facilita, si tiene intuición, captar el sentir del pueblo y llegar a gravitar sobre él. El político revolucionario tiene que combinar la ciencia con el arte, lo que es mucho más difícil.
Y como actúa sobre el presente, pero con la mirada puesta en el porvenir, está atento a un equilibrio inestable, que debe mantener en medio de un mundo fluido y dialéctico, para no caer en el oportunismo ni en la abstracción culturalista ¿No estará allí la clave de esta constante disparidad entre formulaciones generales revolucionarias y actitudes concretas, inocuas para la causa fundamental que busca servir el PCA?
La formación demográfica del país puede haber influido, como sostienen algunos escritores: los primeros movimientos sindicales fueron promovidos por obreros extranjeros, que ni siquiera hablaban la lengua del país al que habían llegado huyendo de la miseria; la intelectualidad pequeño-burguesa arrastraba, años más tarde, el peso de concepciones que sus padres habían traído de allende los mares, y no lograron hacer la síntesis de las ideologías europeas con la realidad nacional. La integración aluvional ha gravitado, sin duda; creó, al menos, sistemas de valoración muchas veces ajenos a la materia a que quería aplicárselos. Esos hábitos mentales no han desaparecido en la intelectualidad argentina demoliberal, y también siguen influyendo en muchos sectores de la izquierda. Pero mientras en los primeros fortalecen el idealismo burgués y contribuyen a la defensa de los privilegios económicos, en los segundos ya no coinciden con los intereses que se desean defender; O sea, que la oligarquía argentina se apega a una imagen deformada del país, porque esa imagen justifica la expoliación al país real. Mientras que las fuerzas de liberación sólo quebrarán los mecanismos de opresión a partir de la conciencia del país, tal cual es.
El error metodológico nace, no del desconocimiento del carácter superestructura de las ideologías, sino de creer que la interpretación propia de los fenómenos no sufre ese condicionamiento. Los dirigentes de izquierda no han perdido la característica pequeño-burguesa (y empleamos el término sin matices peyorativos) de pensarse a sí mismos como no influidos por la sociedad en que viven (extracción clasista, situación del país como semicolonial, sistema productivo, etc.) y por la situación social que ocupan dentro de él.
Esa falla origina una ruptura entre el ritmo del sentir popular y el del PCA, una dificultad permanente para aprehender la esencia de los cambios. Ven las cosas, pero no las relaciones entre las cosas. Como intelectuales de izquierda, están contra la burguesía; pero no pueden acertar en las formas de combatirla, porque el método es esencialmente burgués. Pero como las contradicciones existen, el proletariado les lleva ventajas, pues actúa sin que su acción se trabe por conciliaciones teóricas.
Dicho de otra manera: cuando el obrero lucha como clase, está luchando contra la persistencia de su misma clase; no puede liberarse sino subvirtiendo el sistema que lo reduce a clase desposeída. El intelectual de izquierda se encuentra apretado entre la acción y la idea, y esta última prevalece, en definitiva.
En definitiva, la "vanguardia ideológica" no es la vanguardia de la lucha popular, porque el progresismo de la concepción general no invalida el conservatismo de las acciones concretas. Como en toda construcción silogística, basta falsear la premisa inicial para que luego aparezcan como lógicos la serie de absurdos deducidos.
Podríamos, para corroborar estos puntos de vista, hacer un inventario de las contradicciones y garrafales equivocaciones que contienen los análisis del PCA. No lo hacemos porque llevaría mucho espacio, y también, porque la táctica que estamos cuestionando es, por sí misma, un compendio bastante claro de los vicios señalados. Pero si la propaganda anticomunista tiene éxito en la Argentina, gran parte del mismo cabe atribuirlo a que el partido tiene características que lo facilitan. El pueblo nota algo que lo lleva a alejarse de esos cuadros, a pesar de que son sufridos, luchadores, honestos, etcétera.
¿Por qué? Todo proviene de lo mismo. De ahí surgen la suficiencia, que lleva a querer enseñar a las masas, pero no a aprender de ellas; el hálito de irrealidad que invade su oratoria y su literatura política; la terquedad en distorsionar la realidad para que coincida con los esquemas, al punto de que trabajos científicos (sobre economía, por ejemplo) de alto mérito investigativo se transforman, por sus conclusiones, en obras de ficción.
Oscilan, así, entre el terrorismo ideológico y un "realismo" que es una simple manifestación de idealismo conformista. La filosofía materialista, deviene, entonces, en un platonismo donde las ideas puras andan sueltas hasta posarse en la cabeza de los elegidos.
El PCA confunde su propia incapacidad para llevar a cabo la liberación nacional, con la incapacidad del país. Objetiva como déficit de la realidad nacional lo que es su propio déficit. A falta de la revolución que algún día dice que hará, niega la que puede hacerse ahora, tal vez no tan perfecta, pero sí posible. Si el mundo marcha hacia el socialismo, esperar pacientemente a que la ola llegue a la Argentina, dedicados solamente a perfeccionar el aparato del partido y a pequeños avances sin consecuencia, es una actitud de "quietismo". Eso lo analizaba Gramsci así: "...pero el hecho es que en semejante punto de vista el acto de voluntad se convierte en travestismo, en acto de fe en la asegurada racionalidad de la historia. En sus formas, no es más que un empírico y primitivo tipo de fatalismo apasionado, que parece simplemente el sustituto de similares conceptos religiosos, como el de la predestinación';’. En tales casos, afirmaba Gramsci, se está actuando dentro de la "lógica de las cosas';’, pero la conciencia aparece "velada, contradictoria, sin impacto crítico".
El verdadero cambio
En el triunfo del peronismo de 1945 hay un aspecto del fenómeno que, por las razones enunciadas, no parece haber impresionado al PCA y que nada tiene que hacer con su inalterada valoración del movimiento en sí. El peronismo no surgió en el seno de un partido ni como un partido más. Nació como un incontenible movimiento policlasista en el que confluyeron las fuerzas sociales que tendían a emanciparse en ese momento de la historia, hasta formar la más grande marca de masas en nuestra vida política. Era la oposición del "país real" ahora con predominio del proletariado - al régimen de partidos que no podía representarlo. Fue una rebelión contra todos los partidos.
Para restaurar la "legalidad" burguesa fue necesario derrocarlo por las armas, y para mantenerla después, declararlo fuera de la ley, para limitar a la masa a una opción forzosa entre los diversos partidos "tradicionales". La oligarquía reniega de sus propios presupuestos ideológicos y emplea el aparato represivo para embretar al pueblo e impedirle que se dé formas propias de expresión política.
Los partidos tradicionales, a la pesca de los votos vacantes, los halagan protestando contra la proscripción, pero en realidad muy conformes de poder usufructuarla y prolongar artificialmente su papel de "representatividad". El idealismo burgués los lleva a atacar los "excesos" del régimen capitalista pero no al régimen en sí; como si se tratase de anomalías del sistema y no de sus inevitables consecuencias.
Las oligarquías siempre actúan por intermedio de los partidos pequeño burgueses, con el ejército como reserva para restaurar las cosas a su justo cauce en momentos imprevistos. Pensar que el mismo instrumento pueda servir al proletariado, es confundir las épocas históricas. El Frente de Coalición Democrática, cualesquiera sean sus enunciados, apuntala esta nueva fachada, hecha con los escombros de aquel armonioso edificio de los partidos que voló en pedazos y para siempre en 1945. Las continuas divisiones partidistas, la declaración de los cacatúas coloniales buscando impresionar con su "progresismo" a un pueblo que no los escucha, la campaña anticomunista y anticubana de los partidos tradicionales apoyados por todos los medios de la propaga coincidencia en señalar el "apoliticismo" como condición para el funcionamiento sindical (reduciendo a los obreros al sindicalismo puro, mientras los partidos toman las decisiones políticas), la proliferación de pequeños partidos que buscan su tajada de los votos proscriptos, el violento cubanismo y antimperialismo de los viejos políticos derrotados en la pugna interna de sus organizaciones (y que con esta carta sacada de la manga esperan recuperarse), la universidad "privada" donde el catolicismo prepara a sus elencos dirigentes, los prelados y los generales opinando sobre todo y por todo, en todo esto se configura un cuadro cuya duración no nos atrevemos a predecir, pero que terminará en desastre más tarde o más temprano.
Porque es un cuadro, además de todo, anacrónico. Ya no marca una etapa del desarrollo del régimen capitalista, sino una reimplantación tardía, que no envuelve ninguna firma nueva. La Coalición Democrática contribuiría a retardar su desastre, o sea, a darle una transfusión de sangre al enemigo herido de muerte. Es preferible que esa sangre la derramemos tratando de ultimarlo porque ningún esfuerzo, ninguna tentativa será perdida: en cuanto no triunfe, será una nueva crisis que tendrá que resolver el régimen, una exposición más de la debilidad intrínseca de toda la estructura levantada en definitiva, sobre las espadas.
El asalto al Moncada es un ejemplo de cómo aún la derrota parcial puede ser base del triunfo, cuando sirva para marcar el camino adecuado y demuestra una voluntad inflexible para seguirlo. Y si ese ejemplo puede ser incriminado de "mecanicismo cubanófilo" -ya que el PCA se niega ver en la revolución cubana toda enseñanza en materia de método de lucha— recordemos que la revolución de 1917 en Rusia, fue posible por otras revoluciones, aparentemente sin relaciones de causalidad con ella por el lapso transcurrido. Dice Lenin: "Sin los tres años, de 1905 a 1907, de las más grandes batallas de clase, y sin la energía revolucionaria del proletariado ruso, jamás habría sido posible una segunda revolución tan rápida. . .".
Además, el PCA parece olvidar que entre la caída del peronismo y ahora (1961), media una lucha popular por la violencia. El PCA no cree en el empleo de explosivos: pero, tenga razón o no, lo cierto es que las compañías yankis que explotan el petróleo; que cuando la dictadura militar no permitía ni la más leve expresión a la fuerza derrotada, ésta se hacía sentir con los atentados dinamiteros; que los jefes militares han sentido el terror sembrado por los atentados contra varios de ellos. De acuerdo en que esto estimula la represión: pero también da la sensación al pueblo de su fuerza, y provoca alteraciones en el régimen imperante, como en el caso de la elección de 1958, en que la pelea enardecida del pueblo fue causa fundamental de que se buscase una transición hacia formas constitucionales. Y son seis años de huelgas, muchas de ellas políticas que aumentan la fe en sí mismo del proletariado: en el año 1959, Argentina batió un récord, y encabezó la estadística mundial con 12 millones de jornadas perdidas por huelga. Todo lo cual algo significa.
Un razonamiento "realista" afirma que dentro de la normalidad por la que se nos propone luchar, las fuerzas revolucionarias ganarían libertad de acción para su prédica, posibilidades de organizarse, etc. Esto, en vista de lo que ocurre en la Argentina, nos parece un círculo vicioso: porque el "frente electoral" busca la vigencia de las libertades públicas, pero al mismo tiempo esa vigencia es una condición previa para que la coalición triunfe.
Intentar el aprovechamiento de la semilegalidad para buscar el triunfo por interposición de organizaciones políticas -tradicionales o no- que deroguen la legislación represiva, nos parece una esperanza demasiado tenue para justificar el acatamiento al "anden régime" (Antiguo Régimen). Al PC y al peronismo nos está vedado ponernos la piel de cordero. Las posibilidades de inducir en error a las fuerzas conservadoras ya han sido agotadas por Fidel Castro: éste es ahora un continente de ojos muy abiertos.
El PCA vive oponiéndose a toda violencia. Cuando llegó Eisenhower a la Argentina, y nosotros (lo mismo que la Juventud Socialista Argentina y grupos universitarios de otros partidos) preparábamos demostraciones procubanas de la mayor virulencia posible, el PCA con el argumento del "espíritu de Camp David", se opuso a cualquier alteración del orden. También estuvo en contra de cualquier acción violenta como protesta por la reciente invasión de mercenarios a Cuba. Pero esto, como la inocencia del programa que llevamos en una coalición electoral encabezada por gente que se una a nosotros de buena fe, no asegura ninguna garantía, porque la persecución al comunismo y otros "totalitarismos" no es problema de peligrosidad interna, sino de política internacional. Sin "peligro comunista" los dólares se vuelven más escasos. El señor Frondizi, que conoce la posición del PCA jamás deja de mencionarlo, sin embargo, cuando se refiere a actividades subversivas.
En definitiva, que nos moveríamos sin rozar la médula de los problemas. La astucia ayuda, previo planteo correcto de los medios a utilizar; caso contrario, no nos sirve para nada. El límite de los sectores que podemos incorporar a una lucha está determinado por la configuración actual del país. Claro que a mayor imprecisión y vaguedad del programa, más amplia la coalición. Pero cuando hipotéticamente el programa pueda congregar a una inmensa mayoría de la población, ya no servirá para nada. Digo "hipotéticamente" porque los frentes de ese tipo pueden integrarse cuando responden a necesidades imperativas de una circunstancia histórica, y ya no conmueve a nadie la meta de restaurar las libertades democráticas, supuesto caso de que se piense que ésta es manera de lograrlo. O legalidad constitucional —con todo el porcentaje de pureza que se quiera- o solución real para los problemas. O, lo que es igual, o programa para la burguesía y pequeña burguesía idealista y mitómana, o programa para la liberación nacional. La burguesía fue nacionalista en el siglo XIX; ahora sólo puede serlo en las formas agresivas imperiales: en los países periféricos, la liberación nacional y la revolución social son un proceso único, no desmembrable.
No hay necesidad de ser un experto marxista-leninista para comprender que si hace quince años saltó todo el armazón democrático- burgués ante el empuje de las fuerzas productivas en ascenso, éste de ahora está destinado a la misma suerte. El fenómeno, con el transcurso del tiempo, ha multiplicado su carga explosiva potencial. El mayor porcentaje de violencia que requiere atajar a las masas, es el mejor testimonio de que las contradicciones han crecido. ¿Cuál es nuestra misión? Pues contribuir a que esas energías no se diluyan en escaramuzas sin sentido o en dimensiones que la oligarquía puede fomentar.a
"Quien, al leer a Marx, no haya comprendido que, en la sociedad capitalista, en cada situación grave, en cada importante conflicto de clases, sólo es posible la dictadura de la burguesía o la dictadura del proletariado, no ha comprendido nada de la doctrina económica ni de la doctrina política de Marx", decía Lenin. Y desarmar moralmente al proletariado significa creer que el fenómeno manifestado hace 15 años era un capricho del azar. El juego de la política, tal como está encarrilado en la "legalidad" argentina, es simplemente la dictadura de la burguesía en sus diferentes formas.
Nuestra obligación es la unidad dinámica, en una lucha que incorpore a otros sectores sociales, pero no nos ponga a remolque de ellos; es darle al proletariado las variantes organizativas y las tácticas adecuadas; es impedir que las ideologías caducas perturben la expansión de las tesis libertadoras del país y del hombre argentino; es impulsar la autoconciencia de clase, única forma de que madure la teoría del proletariado construyendo la sociedad sin clases. En otras palabras: configurar la estrategia, la táctica y la teoría que reflejen el sentido del desarrollo nacional, en lugar de dar batallas en el nivel superestructural, donde la oligarquía y el imperialismo tienen montada su maquinaria.
La clase trabajadora argentina puede triunfar si encuentra los procedimientos para transformar en acciones concretas positivas su gran contenido revolucionario. Podemos tardar en hallar esos procedimientos, pero no hay excusa para relegarlos a la espera de "condiciones", aun suponiendo que éstas todavía no estén dadas por completo. Rosa Luxemburgo decía: "Así, pues, aquellas 'luchas prematuras'; del proletariado por la conquista del poder, se presentan incluso como momentos históricos e importantes que colaboran en la creación del momento del triunfo último. Desde este aspecto, la idea de una conquista 'prematura’ del poder político por la clase trabajadora se presenta como un contrasentido político, que tiene su origen en aceptar un desenvolvimiento mecánico de la sociedad y en suponer un momento determinado para el triunfo en la lucha de clases, pero al margen e independiente de esta lucha. Mas como el proletariado no puede conquistar el poder en otra forma, sino como algo 'demasiado prematuro’; o dicho en otras palabras, como quiera que lo ha de conquistar una o varias veces, pero sin que sepa cuántas; si bien, siempre en forma 'demasiado prematura';, para luego tomarla, al fin, con carácter permanente, la oposición a esta 'prematura’ conquista del poder no es más que la oposición, en general, a la tendencia del proletariado apoderarse del poder del estado".
El PCA emplea todo su esfuerzo en ir ganando adeptos para las causas que defiende, en un avance lento que descarta perspectivas inmediatas que no sean progresos simplemente "interiores" del régimen. La revolución del proletariado se producirá al margen de ese lento desarrollo de la labor comunista y su profundidad transformadora no será menos porque carezca del adoctrinamiento del PC. Pero la claridad doctrinaria puede apresurar el momento revolucionario y evitar, luego, los tanteos y aproximaciones. El marxismo da al proletariado el conocimiento de sí mismo como "hombre de la historia universal", como única clase capaz de realizar la libertad. La praxis recibe la luz del conocimiento, pero el conocimiento se aclara por la praxis. Sumidos en el conocimiento, derivando de allí la praxis que contempla las propias reflexiones y no la situación real de la masa, jamás se identifican con ésta.
La situación argentina, la de América Latina, la del mundo, todo indica que es el momento de intentar un juego grande, aprovechando que la "historia está polarizada". Ante un proletariado subvertido, no hay más posibilidad de progreso para el PCA que ayudarlo a buscar las salidas que desea. La vida es la mejor propagandista del marxismo, porque, a diferencia de las otras clases, el proletariado toma conciencia de su universalidad no por la abstracción, sino por la simple existencia; la solidaridad no es producto del pensamiento sino de la condición de su existencia, porque, mientras el burgués necesita despojarse mentalmente de su particularismo para "pensarse';'; como hombre, el obrero al tomar conciencia de sí, está tomando conciencia de clase.
El PCA tiene un gran papel que jugar en este instante. Pero no cerrándose en sus consignas de memoria clarividente, sino uniéndose al movimiento popular e impulsándolo. No postergando hacia el futuro indefinido la liquidación de la oligarquía y el imperialismo, sino asumiendo su parte en el esfuerzo inmediato. Nuestros compromisos no son con las generaciones futuras, sino con la que nos tiene por parte integrante. Esta quiere vivir en libertad, y solamente se da esa libertad por la violencia, por la lucha insurreccional. El aporte a Cuba y a los demás pueblos que tratan de lograr o preservar su autodeterminación. no puede quedar en la esfera agitativa, en la propaganda o solidaridades morales: hay que abrirle nuevos frentes al imperialismo, generalizar el combate para que no puedan concentrarse los elementos de represión. La cautela y el cálculo vienen a partir de esa estrategia: cómo golpearemos el aparato montado para asfixiar a nuestras masas, lo veremos más fácilmente si primero coincidimos en que el objetivo es destrozado. El camino hacia el socialismo pasa ahora por el de los movimientos de liberación nacional. Y la eficacia aportada a esa lucha abrirá el espíritu popular hacia los ideales del Partido Comunista Argentino.
- ↑ La Unión Democrática (UD) fue una alianza electoral argentina realizada en 1945 entre la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Demócrata Progresista para hacer frente a la fórmula Juan D. Perón- Hortensio Quijano en las elecciones presidenciales de Argentina de 1946.