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Biblioteca:Historia de Cuba 1492 - 1898. Formación y liberación de la nación/El espacio, el hombre, el tiempo

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Geografía y ecosistema

La presencia del hombre en Cuba se inicia hace aproximadamente diez mil años, cuando las primeras migraciones llegaron a nuestro archipiélago. De ellos sólo algo más de quinientos han sido inscritos como historia al tomarse el arribo de Cristóbal Colón como la fecha de su inicio. El escenario natural de nuestra historia es el archipiélago cubano y los mares que lo rodean. Por su posición geográfica, y por las características de sus costas y suelos ha sido, también, zona estratégica en las comunicaciones intercontinentales y decisivo escenario en las batallas entre los grandes imperios por el dominio de América.

Situado entre el Mar de Las Antillas o Mar Caribe, el Golfo de México y las aguas atlánticas, el archipiélago cubano está compuesto por la isla de Cuba, la mayor de Las Antillas y el Caribe y la que le da nombre al conjunto, la Isla de Pinos (actualmente Isla de la Juventud) y unas 1 600 pequeñas islas y cayos. Su superficie total es de 110 922 km2 , de los cuales le corresponden a la isla de Cuba 105 007, a la Isla de Pinos 2 200 y al resto de las isletas y cayos 3 715 km2.[1] La isla de Cuba se caracteriza por su configuración larga y estrecha, extendiéndose longitudinalmente 1 250 km, desde Punta de Quemados, en su extremo oriental hasta su extremo occidental, el Cabo de San Antonio. Su anchura media no llega a los 100 km: su amplitud máxima alcanza, 191 km, mientras que sólo tiene 31 km en la más estrecha.

Su posición geográfica resulta estratégica en el conjunto americano, que la coloca en el entrecruzamiento de diversas culturas. Al norte, el Estrecho de La Florida (180 km) la separa de la península del mismo nombre perteneciente al actual territorio de los Estados Unidos y el Canal Viejo de Bahamas (entre 50 y 130 km) de las islas del mismo nombre. Al oeste, el Estrecho o Canal de Yucatán la distancia 210 km de la península de esta denominación en territorio mexicano. El Estrecho de Colón coloca a Jamaica a 140 km al sur de Cuba, mientras que el Paso de los Vientos, al este, sólo la separa 77 km de Haití.

Por su configuración geográfica, la isla de Cuba presenta un extenso litoral de 5 746 km (3 209 en la costa norte y 2 537 en la sur), en el que se encuentran más de dos centenares de bahías y ensenadas, muchas de las cuales son de las llamadas "de bolsa" por poseer una entrada estrecha que, luego de un pequeño canal, se abre interiormente en un amplio espacio de mar de excelentes condiciones para la protección de navíos de las fuertes tormentas y, durante siglos, se usaron para proteger las armadas y barcos comerciales de posibles ataques enemigos. Entre las bahías de mayor interés geográfico e histórico, se encuentran, en la costa norte, las de La Habana, Matanzas, Nuevitas y Nipe y en la costa sur las de Guantánamo, Santiago de Cuba y Cienfuegos. Los golfos más apreciables se encuentran en la costa sur (Guacanayabo, Ana María y Batabanó).

Los archipiélagos en que se agrupan las islas y cayos que rodean las costas de las islas de Cuba y de Pinos son cuatro: el de los Colorados, el Sabana-Camagüey o de los Jardines del Rey, el de los Jardines de la Reina y el de los Canarreos.

En el territorio cubano predominan las llanuras, que abarcan cerca de las dos terceras partes de la Isla. Los grupos montañosos están aislados por las amplias llanuras y sólo forman el 25 % del área total. Los de mayor altura se encuentran en la región oriental y comprenden las sierras de Nipe-Sagua-Baracoa, con su cota más elevada, el Pico Cristal (1 231 m) y la Sierra Maestra, donde están ubicadas las cotas más altas del archipiélago, el Pico Turquino (1 972 m) y el Cuba (1 872 m). Un extenso peniplano (Florida-Camagüey-Tunas) se expande hacia el oeste -–con alturas remanentes como el grupo de Maniabón (459 m) y la Sierra de Cubitas (330 m)–- hasta la zona central del país donde se levanta otro de los conjuntos montañosos más importantes, la Sierra del Escambray (o de Guamuhaya). Este conjunto está integrado por dos grupos montañosos: las Alturas de Trinidad y las de Sancti Spíritus, cuya elevación máxima, el Pico de San Juan mide 1 140 m. En el litoral norte del occidente, extendiéndose de este a oeste, se encuentran las pequeñas elevaciones Habana-Matanzas (38 m) y más al centro, casi paralelas a las anteriores, las de Bejucal-Madruga-Coliseo. En el extremo occidental de la Isla se encuentra el cuarto importante grupo montañoso, la Cordillera de Guaniguanico, compuesta por la Sierra de los Órganos y por la Sierra del Rosario, a la que pertenece el Pan de Guajaibón (699 m), la cota más alta de la región occidental.

La configuración geográfica de la isla de Cuba hace que sus ríos no sean extensos por lo que sus caudales están sujetos al régimen de precipitaciones. La Isla tiene dos vertientes hidrográficas, la norte y la sur, y es en esta última donde desaguan los principales ríos. Los más importantes, por su extensión, son el Cauto (343 km), el Zaza (145 km), el Sagua la Grande (144 km), el Caonao (132 km), el Agabama (118 km) y el Mayarí (107 km).

La calidad, variedad y abundancia de la producción agrícola cubana se debe, entre otros factores, a la presencia de muy variados y fértiles tipos de suelos. Esta característica es el resultado, por una parte, de la complicada constitución geológica de la Isla y, por otra, de la incidencia de factores climáticos como humedad, lluvia y temperatura. Notables son los suelos rojos arcillosos que cubren amplias zonas de la región occidental (la llanura roja Habana-Matanzas) y áreas llanas del centro-oriente, por su considerable profundidad y extrema fertilidad. Los suelos negros -–aluviales–- se encuentran en la cuenca del Cauto-Guacanayabo y también en áreas del centro y centro-este del país.

Cuba disfruta de un clima tropical de fuerte influencia oceánica. Por estar ubicada en la zona intertropical -–cerca del Trópico de Cáncer–- en ella influyen corrientes aéreas y marítimas y diversos fenómenos meteorológicos típicos de la región como las acciones del Anticiclón del Atlántico, por una parte, y, por otra, las masas húmedas ecuatoriales asociadas a la alternancia de las temporadas de seca y lluvia. Sometida fundamentalmente al decurso de los vientos alisios del noreste en invierno y de este a sureste en verano, la temperatura media es de 25 °C, la humedad relativa alcanza un promedio anual alto, del 80 %, y el régimen de lluvias, una media de 1 375 mm al año. En el período invernal la Isla recibe los vientos remanentes de oleadas árticas, debilitados por su paso a través del continente y del Golfo de México. La Corriente del Golfo regula considerablemente las temperaturas frías del invierno, por lo que a Cuba llegan muy atenuadas. A estas oleadas de aire frío se les conoce con el nombre de "Nortes". En el archipiélago no se presentan cambios marcados en las estaciones del año, por lo cual su temperatura se mantiene entre 21 °C y 35 °C. El clima cubano se caracteriza por la alternancia de dos grandes períodos anuales: el de seca y el de lluvia, este último presenta mayor frecuencia de precipitaciones entre mayo y octubre. Durante los meses de junio a noviembre, el archipiélago está expuesto al paso de tormentas y huracanes, especialmente entre los meses de agosto y octubre -–conocido este período como "temporada ciclónica"-–, los cuales pueden ocasionar grandes pérdidas humanas y materiales cuando combinan fuertes vientos de más de 120 km/h con intensas lluvias. Las aguas superficiales que rodean el litoral cubano mantienen una temperatura de 26 °C a 30 °C debido a la influencia de las corrientes cálidas del Caribe que se sumergen en la Corriente del Golfo. En su conjunto, la situación climática favorece a más de una cosecha al año.

De suma importancia en la evolución histórica cubana han sido las corrientes marinas, que no sólo regulan el clima y el ecosistema sino que también influyen en el desarrollo de la sociedad y la economía desde antes de la navegación a vapor. La confluencia de las corrientes ecuatoriales del sur y del norte en Las Antillas Menores forman la Corriente del Caribe, que se dirige hacia el Estrecho de Yucatán. Aquí se bifurca en dos, una se orienta hacia el oeste y el noroeste, adentrándose en el golfo y la otra, especialmente poderosa, circula por el Estrecho de La Florida para penetrar en el Atlántico septentrional. Esta última recibe el nombre de Corriente del Golfo (Gulf Stream), y favoreció considerablemente, en los siglos coloniales, la comunicación entre la América hispana y Europa. La bahía de La Habana resultó el punto ideal para ese enlace intercontinental marítimo.

Corrientes aéreas y marítimas que facilitan el traslado de los aborígenes por el Caribe. A partir de la segunda mitad del siglo XVI convierten a La Habana en el obligado puerto-escala de la navegación entre América y Europa (Fuente: Instituto Cubano de Geodesia y Cartografía: Atlas Nacional de Cuba, La Habana, 1978)

Las características del suelo cubano, sedimentario, arcilloso, hacen muy fértiles sus tierras para el desarrollo de una vegetación diversa y frondosa. Se han enumerado más de ocho mil especies botánicas diferentes. En sus extensas sabanas crecen hierbas, arbustos y distintos tipos de palmas, de las cuales existen unas cincuenta variedades. La Palma Real tipifica el paisaje rural cubano, por ello, se considera un atributo nacional. La flora cubana también se beneficia considerablemente con las características climatológicas ya apuntadas. La amplia diversidad de árboles y arbustos frutales se presenta en todo el territorio, por lo que, históricamente, brindaron las facilidades de una recolección estacionaria. Entre los frutales que crecen espontáneamente, comunes a Las Antillas, están los guanábanos, piñales, mameyes, guayabos, papayos, caimitos, mamoncillos, tamarindos, corojos y parras cimarronas, entre otros. Árboles como el mango, aunque no son oriundos del país, presentan un alto grado de endemismo. Los pinares se extienden por amplias zonas de la provincia de Pinar del Río, Isla de Pinos y la región oriental. Aún existen diversas especies de árboles de maderas preciosas, antaño muy abundantes y actualmente escasas. Entre los más descollantes árboles maderables se encuentran: caoba, cedro, jiquí, ácana, guayacán, guásima, algarrobo, ébano real, ceiba, júcaro, majagua, jocuma, baria y yaba. Muchos de éstos sirvieron para la construcción de poderosos navíos de guerra y mercantes, así como en la decoración de notables palacios. El más famoso de ellos es El Escorial, en España.

El estudio del paisaje original cubano es tarea aún inconclusa. No obstante, corresponde al geógrafo alemán Leo Waibel (1943), el estudio, hasta ahora, más completo de reconstrucción de la vegetación primitiva de Cuba. En su estimado, el 64 % del territorio estaba ocupado por bosques. Su descripción es harto elocuente: "El paisaje original de Cuba consistía en una diversidad de formaciones vegetales, incluidos diversos tipos de bosques de madera dura, pinares, parques, donde se alternaban bosques de madera dura con las praderas, sabanas con palmas y pinos esparcidos; formaciones de cactus y arbustos espinosos, propios de un desierto; y ciénagas. Era tan inusitada la variedad en una Isla tan relativamente pequeña que, en lo que respecta a Cuba puede ser descrita como un Continente en miniatura [...] los bosques ocuparon originalmente alrededor de dos tercios de la superficie de la Isla; si se añaden los parques, la proporción se eleva a cuatro quintos".[2]

Estos criterios se ven confirmados por testimonios históricos. El padre Bartolomé de Las Casas se expresa de la siguiente manera: "Cuba es muy montuosa, cuasi se puede andar 300 leguas por debajo de árboles".[3] La destrucción del ecosistema original de Cuba, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII es un ejemplo del tratamiento indiscriminado de la naturaleza por parte del colonialismo económico.

Como en las demás Antillas Mayores, en las costas bajas y esteros cubanos se extienden amplios manglares que crean un ecosistema muy variado y hermoso.

Relacionada con la vegetación y el clima, la fauna cubana ha estado sometida a los efectos de la acción humana. Cuba se caracterizó por una gran abundancia de pequeños mamíferos, muchos de los cuales están en proceso de extinción. Entre estos se encuentran la jutía, el almiquí y los mamíferos acuáticos como la tonina, el manatí y la foca tropical. En las aguas proliferan distintos tipos de peces tanto de mar como de agua dulce. La gran variedad de caracoles, terrestres y marítimos, de tamaños diversos y gran belleza permitió a los primitivos habitantes de la Isla servirse de sus conchas para muy variados usos. De todos ellos el Strombus (conocido por cobo) fue el más generalizado entre los aborígenes.

Son abundantes los ostiones, moluscos y quelonios tales como caguamas, tortugas, jicoteas y careyes; y crustáceos conocidos por langostas y camarones. También hay gran variedad de lagartos como la iguana, pequeñas y diversas lagartijas y camaleones así como los cocodrilos, cuyo hábitat se localiza en la Ciénaga de Zapata. En cambio son pocas las variedades de reptiles, ninguna nociva al hombre. El más abundante es el majá de Santa María. A diferencia de éstos, proliferan las aves, algunas de extraordinaria belleza y vivos colores, como el flamenco, el tocororo, la garza, la grulla, el papagayo, el zunzún, el colibrí y otras hasta un aproximado de más de 200 especies.

La posición y las condiciones geográficas de Cuba, la exuberancia de su flora, la variedad y no agresividad de su fauna, la fertilidad de sus tierras, sus condiciones ambientales y climáticas, la practicabilidad del contacto con otras tierras y culturas y los beneficios de las corrientes marítimas, incluso para la navegación oceánica, conforman un ambiente natural propicio, en primera instancia, a las migraciones y, posteriormente, a la permanencia humana.

Una antigüedad que empieza a ser conocida

La visión que durante siglos se tuvo de los primitivos habitantes de Cuba fue la que transmitieron los conquistadores y los llamados Cronistas de Indias -–que acompañaban a los primeros o redactaron sus hechos desde la España de la época–- a partir de su contacto directo con ellos. Al leer estos relatos se deben tener presente las distorsiones, conscientes o no, que contienen al interpretar una realidad ajena con su prisma vivencial y cristiano e imponerle a sus análisis sus escalas de valores. Uno de estos cronistas, Bartolomé de Las Casas, distinguió tres tipos de culturas diferentes, las que llamó Guanahatabey, Siboney o Sibuney (ciboney) y Taína.[4] Esta clasificación en general perduró, aunque en el siglo XIX se produjo –-como parte del proceso de reafirmación del criollo–- una distorsión importante al asumir la literatura de la época el tema indigenista. Se generalizó entonces el término ciboney para todos los aborígenes de Cuba, desarrollando sobre ellos una visión idílica marcada por el romanticismo.[5] En realidad los conquistadores y cronistas sólo conocieron a los habitantes de la Isla en el momento del encuentro euroamericano. Toda la historia anterior quedó sumergida en el olvido y, dentro de ella, la de los primitivos habitantes de Cuba que no fueron conocidos por los españoles de la conquista. Ha sido en el último siglo, fundamentalmente en sus últimas cinco décadas, cuando los estudios arqueológicos, etnológicos, históricos, morfológicos, entre otros, han permitido un conocimiento mayor del hombre y su medio antes de la llegada de los europeos.

La configuración del archipiélago cubano ha variado a través del tiempo. Éste estuvo sometido, como toda la amplia región circuncaribeña, a importantes modificaciones geográficas que influyeron en los sistemas migratorios continentales. Tanto las islas de Las Antillas y el Caribe como el entorno costero continental sufrieron, alternativamente, ampliaciones o disminuciones según el ascenso o reflujo del nivel del mar durante siglos.[6]

Variación del litoral caribeño hasta su configuración actual (Fuente: Nuevo Atlas Geográfico de Cuba, La Habana, 1989)

Se ha establecido que hace unos dieciocho mil años se produjo una máxima congelación de los casquetes polares -–la cuarta glaciación que absorbió grandes masas de agua-–. Como consecuencia, el mar descendió unos 100 m por debajo del nivel actual. Hace alrededor de ocho mil años, la situación comenzó a variar lentamente con el incremento de los volúmenes de agua resultantes de la paulatina descongelación de los casquetes polares, hasta llegar a unos 18 m por debajo del nivel actual. En esta etapa se modificó toda el área del Caribe y Las Antillas. Las costas occidentales del Golfo de México penetraron unos 80 km en el mar. Por su parte, el actual archipiélago de las Bahamas quedó unificado en una gran isla que distaba sólo 70 km de la Península de La Florida. En la región centroamericana las costas de Honduras y Nicaragua avanzaron unos 200 km en el mar. Entre estas tierras y Las Antillas Mayores surgió un grupo de islas que no distaban entre sí más de 70 km y del cual hoy se mantienen, como remanentes, los dos grupos que conforman las islas del Caribe occidental. La isla de Jamaica, a su vez, aumentó, aproximadamente, un tercio por su parte sur. Haití sufrió pocos cambios. Las costas cubanas también fueron alteradas. Al norte emergieron territorios que redujeron su distancia de las Bahamas unos 18 km; en el sur, la Isla de Pinos quedó integrada a la de Cuba por la franja costera. Es en este período, hace unos diez mil años, que se establecieron los primeros pobladores del archipiélago cubano.

Rutas migratorias (Fuente: Lilian J. Moreira de Lima: La sociedad comunitaria de Cuba, Ed. Félix Varela, La Habana, 1999)

Las rutas migratorias fueron varias y, al parecer, utilizadas en diferentes y distanciadas etapas. La ruta migratoria de estos primeros grupos parece haber sido a través de Norteamérica hasta el litoral del Golfo de México. Estos grupos humanos eran cazadores paleolíticos, y su marcha hacia esta área debió estar motivada por la persecución a que sometían a las manadas trashumantes de grandes animales, con el objetivo de obtener alimentación y vestuario. Estos cazadores llegaron a la desembocadura del Mississippi y de allí se trasladaron a la Península de La Florida. La escasa distancia que por entonces mediaba entre ésta y la gran isla formada en las Bahamas así como la mayor cercanía de ésta a Cuba debió propiciar su llegada a las Bahamas, y de aquí a Cuba; también pudieron desplazarse directamente desde el litoral oeste de La Florida. Ya en territorio cubano, encontraron condiciones favorables. Por entonces Cuba estaba habitada por una fauna de mayor tamaño que la que existió posteriormente. En ésta se encontraban el perezoso gigante (Megalognus rodens) -–la especie de mayor tamaño y peso, cuyos restos han sido encontrados en Cuba–-, el manatí (Trichechus manatus) que habitaba zonas cenagosas y la desembocadura de los ríos mientras que en los mares especies como la foca tropical (Monachus tropicalis) propiciaban una buena pesca. Unido a ello, abundaban diversas especies de animales más pequeños como el nesophonte, el almiquí y la jutía.

Los rasgos típicos de estos grupos aborígenes eran los del indoamericano de origen mongoloide: cara ancha, pómulos prominentes, estatura media, sin deformaciones artificiales del cráneo –-como sucede con otros grupos culturales que posteriormente se establecieron-–. Dominaban el fuego y conocían la técnica para el tallado de la piedra de sílex que les servían para confeccionar sus útiles o herramientas. Sus actividades fundamentales eran la recolección y la pesca. Penetraron poco en el territorio de la Isla porque la existencia de bosques densos se presentó como una barrera insalvable para estos pequeños grupos dotados de herramientas insuficientes. Su hábitat, así como sus rutas de traslado, fueron las costas y los ríos. Vivían a cielo abierto y sólo utilizaron las cuevas eventualmente.

Entre siete y cinco mil años atrás la configuración del área circuncaribeña comenzó a variar. Como consecuencia del calentamiento general de la Tierra empezaron a derretirse parte de los casquetes polares por lo que el nivel del mar subió lentamente. Las tierras emergidas en el período anterior fueron nuevamente cubiertas por las aguas en un proceso que condujo a la configuración actual del área circuncaribeña y, con ella, del archipiélago cubano.

Aproximadamente 4 500 años antes de la actualidad, y ya en las nuevas condiciones, se produce una segunda corriente migratoria. A diferencia de la primera, ésta procedía de Centro y Suramérica (de los territorios actuales de Nicaragua y Honduras y de Venezuela). Sus integrantes se establecieron en la costa sur de Cuba (Ciénaga de Zapata y Península de Guanahacabibes) y en la Isla de Pinos. Con posterioridad, y siguiendo las costas, se desplazaron hasta llegar a las zonas orientales del archipiélago. Para entonces, los grandes animales que habían servido para la alimentación de los cazadores paleolíticos, en su primera fase, estaban en extinción, aunque abundaban los animales pequeños y una exuberante vegetación. En las regiones cenagosas donde se establecieron, proliferaban los moluscos, crustáceos y aves.

Estas nuevas culturas se caracterizaron por tener como actividades fundamentales la pesca de plataforma y la recolección litoral. Su hábitat fueron tanto las cuevas y abrigos rocosos como los espacios a cielo abierto, y, aunque algunos grupos penetraron hasta 5 km en el interior del territorio, los caracteriza el asentarse en el litoral.

Los rasgos somáticos de estos hombres fueron semejantes a los de los grupos anteriormente establecidos, es decir, los del indoamericano de procedencia mongoloide. Tampoco practicaban la deformación del cráneo. Algunos grupos parecen haber permanecido largo tiempo en un mismo lugar. Así lo indica la existencia de grandes residuarios. A diferencia de los grupos anteriores, en éstos no era notable el trabajo de la piedra. Las piezas macrolíticas de sus antecesores y su variedad son sustituidas por pequeños y toscos instrumentos como lascas filosas que servían de cuchillo para cortar carnes, raíces y otros alimentos, percutores, morteros (para triturar semillas, raíces o colorantes) y perforadores. En cambio, fueron estos grupos quienes introdujeron y desarrollaron las técnicas para confeccionar instrumentos con la concha marina. Su ajuar, término con el que se designa el conjunto de útiles de una comunidad, estaba dotado de piezas resultado del trabajo de la concha: picos de mano, raspadores, gubias y vasijas.

Estos grupos se sustentaron en relaciones gentilicias y matriarcales y poseían una marcada división del trabajo por sexo y edades. En lo referente a sus ritos funerarios existen evidencias que hacen pensar en el culto a los antepasados y en la creencia en una vida después de la muerte. Enterraban a sus muertos más de una vez. En el enterramiento "primario" se orientaba a los muertos con el cráneo hacia el este, a veces en posición horizontal, a veces en posición fetal. Después procedían a desenterrarlos para volverlos a sepultar -–enterramientos "secundarios"-–. Recubrían los huesos de polvo de ocre rojo, por lo que se ha supuesto que lo utilizaban como un sustituto de la sangre que poseen los cuerpos en vida.

Se calcula que hacia el 500 a.n.e. las migraciones caribeñas se incrementaron llegando a Cuba tres tipos diferentes de pobladores. Procedente de la Península de La Florida y del valle del Mississippi, llegó uno de ellos. Su ubicación se encuentra en la costa norte de Matanzas, de donde se extendieron tanto al oeste como al este. Otro grupo, procedente de Las Antillas comenzó su establecimiento por la región oriental de Cuba (fundamentalmente en Banes) en el siglo VI de n.e. y al que se le atribuye haber introducido en Cuba importantes cultivos como el maíz, la yuca y el tabaco. Mucho después, probablemente en la primera mitad del siglo XV de n.e., llegó el cuarto núcleo migratorio. Éste utilizó la misma ruta migratoria que el anterior. También comenzó su asentamiento por la región oriental (en la zona de Mayarí). Estos dos últimos grupos se extendieron hasta las regiones occidentales de La Habana y Matanzas.

Las comunidades aborígenes cubanas

Hacia el año 1000 a.n.e. se observa en territorio cubano la presencia de una cultura más evolucionada. Sus actividades fundamentales siguieron siendo la pesca y la recolección pero, ahora, con nuevas técnicas, a lo que se añade un mayor desarrollo de la caza, tanto de animales terrestres como de aves. Su economía siguió siendo de apropiación pero, al poseer una técnica mejor y una mayor diversidad de instrumentos, pudieron no sólo lograr obtener lo necesario sino, además, un sobrante natural que mejoró sus condiciones de vida y alimentación. Por tales razones estas comunidades fueron bastante estables. Sus residuarios, aunque varían de tamaño, presentan, en el caso de los más grandes, montículos de varios metros.

El hábitat de estos grupos fue el litoral de ambas costas de la isla de Cuba, encontrándose su presencia tanto en la región occidental como en la oriental, y en las islas y cayos cercanos al litoral. Especiales concentraciones de estos grupos se situaron en las cayerías norte y sur de Camagüey y en el Golfo de Guacanayabo. El territorio costero que escogían era de ciénagas y manglares y, preferentemente, cerca de ríos o lagunas que les facilitaran agua potable.

Entre sus actividades económicas, la pesca continuó ocupando un lugar preferente. Para ella usaron una nueva variedad de anzuelos conocida como "atragantador" e introdujeron el uso de la red, lo que mejoró los rendimientos. De igual forma, los hallazgos arqueológicos demuestran que mantuvieron la recolección y captura de moluscos. La caza, en particular de la jutía, fue una actividad complementaria que adquirió bastante importancia. En este aspecto muestran otro desarrollo importante, la construcción de trampas para mamíferos y roedores pequeños. También construyeron trampas para la captura de aves y distintos tipos de reptiles que complementaban su alimentación. Entre sus instrumentos está el tallado de las piedras en formas pequeñas y el de la concha, contándose más de 40 tipos de artefactos de este origen, como vasijas, platos, cuchillos, etc. Trabajaron también la madera, entre cuyos objetos más curiosos está el "bastón de mando", de 61 cm de longitud, se desconoce su verdadera utilización. Las canoas o balsas eran el resultado del trabajo con madera y el empleo del fuego. Este último cumplió diversas funciones, desde ayudar en la elaboración del ajuar y en la preparación de alimentos, hasta para ahuyentar mosquitos y jejenes.

En esencia, estas comunidades mantuvieron el nexo gentilicio y una división, quizás más acentuada, del trabajo por sexo y edades. Los nexos gentilicios fueron muy flexibles. Sus enterramientos eran colectivos. Los cuerpos eran depositados con el cráneo hacia el este y en diferentes posiciones: fetal, decúbito supino y decúbito prono. Entre las ofrendas –-las más llamativas y las que parecen estar acorde con la jerarquía de los muertos–- son los gladiolitos (o dagas líticas); las esferolitas (o bolas líticas) parecen estar relacionadas con la edad del difunto.

La pictografía que se observa en localidades cercanas a sus asentamientos se le atribuye a estas comunidades. Son preponderantemente de carácter abstracto, tienen diversas formas geométricas y están realizadas en negro y rojo. Se les supone un contenido mágico-religioso.[7]

Hacia el 500 a.n.e. ya aparecen establecidas en Cuba las comunidades mesolíticas tardías, aunque no se ha podido aclarar su procedencia y ruta migratoria. Para algunos arqueólogos, provienen del oeste de la Península de La Florida. Estos grupos aparecen localizados en la costa norte de La Habana, Matanzas y Villa Clara. Con ligeras variantes en sus instrumentos, también se encuentran en lugares tan diversos como el sur de Guanahacabibes, el sur de Camagüey y en la costa de Baracoa. Estas comunidades sobrevivieron hasta la llegada de los españoles y han recibido, además, el nombre de "protoagrícolas". Vivieron en zonas costeras, terrenos más bien bajos, de abundante vegetación y cercanos a ríos y manglares, aunque existen localidades en el interior del territorio que presentan sus huellas. Eran de baja estatura, tipo mongoloide y no practicaban la deformación craneana. Las actividades que desarrollaban eran similares a las de los grupos precedentes: pesca, recolección y captura y caza de pequeños animales. Su dieta estaba compuesta, fundamentalmente, de caracoles marinos y de agua dulce. El ostión constituyó uno de sus principales alimentos. Lo más llamativo del Mesolítico tardío es la aparición, aunque escasa, de piezas de cerámica y, además, la posibilidad de ciertas formas incipientes de agricultura. También trabajaron la piedra, la concha y la madera. En sus residuos se observa el uso de la concha no sólo como el instrumento más diversificado sino también el más desarrollado. La presencia de la cerámica tiene las características propias de la alfarería temprana. También es posible que hayan "domesticado" algunas plantas y animales.

En su organización social no parecen diferenciarse de las comunidades mesolíticas anteriores. La jefatura de la comunidad se basa en las funciones, experiencias, prestigio y edad. Están en estudio sus creencias mágico-religiosas. Se han encontrado dibujos rupestres hechos con colorantes vegetales y minerales.

Comunidades aborígenes cubanas (Fuente: Atlas Demográfico de Cuba, La Habana, 1999)

Hacia el 500 de n.e. comenzó a asentarse en territorio cubano una nueva cultura cuya presencia, extendida y ampliada durante siglos, conformaba el más notable ámbito humano del archipiélago a la llegada de los españoles. Estos aborígenes y su cultura constituyen el amplio espectro del indocubano transmitido por los cronistas de la conquista, quienes fijaron su imagen indeleble en la historia del país. Estos grupos humanos eran mucho más evolucionados que los anteriores. Aunque se han distinguido dos fases de su establecimiento en Cuba –-la primera o temprana del 500 al 1000 de n.e. y la segunda o tardía, del 1000 de n.e. hasta comienzos del siglo XVI- –, la unidad etnolingüística y las huellas comunes de su cultura material llevan a considerarla como un único complejo cultural. Éstos son los taínos a los que hacía referencia el padre Las Casas.

Los grupos del Neolítico cubano forman parte de una de las más extendidas familias aborígenes americanas, los aruacos -–también llamados arauacos o arawaks–- de origen suramericano. Estudios recientes expresan que grupos aruacos, en su peregrinar continental, transitaron hacia el norte por un afluente del Amazonas y llegaron a la cuenca del Orinoco. Por este último río descendieron hasta las costas caribeñas de Venezuela y Guayanas. Las vías fluviales eran las únicas para circular debido a la impenetrabilidad de los espesos y densos bosques para grupos humanos pequeños y de instrumentos inadecuados; pero, a la vez, estas prácticas los formó como buenos navegantes, excelentes constructores de canoas y no menos destacados pescadores. Todo ello los colocó en condiciones privilegiadas para su asentamiento en Las Antillas. Una vez en la desembocadura del Orinoco y en las costas de Venezuela y Guayanas, la corriente impetuosa de este río, que se adentra profundamente en el Caribe, les facilitó llegar al arco de Las Antillas Menores y, a través de éste, a Las Mayores, incluida Cuba. Son numerosos los elementos que demuestran la pertenencia aruaca de los grupos neolíticos de Cuba. Entre ellos, la actividad agrícola –fundamentalmente la siembra de la yuca–, la elaboración del casabe o pan de yuca, la utilización de hamacas tejidas de algodón y el uso del tabaco, entre otros. De igual forma los elementos morfológicos y lingüísticos confirman esta pertenencia. En su conjunto a estos grupos antillanos se les denominó taínos,[8] más como un complejo cultural y étnico que como unidad sociopolítica. Por esas razones el complejo cultural taíno es antillano, y no se circunscribe sólo a nuestra Isla.

Como otros aruacos, eran de baja estatura -–1,58 m los hombres y 1,48 m las mujeres–- aunque esta idea de estatura es por comparación con la del hombre moderno de los países desarrollados; en realidad, el español de la época no parece haber sido mucho más alto (el propio Carlos V medía 1,58 m); tenían rasgos faciales típicos del mongoloide americano y practicaban -–se ha supuesto que por razones estéticas-– la deformación del cráneo. Un fresco del aspecto de estos aborígenes, nos lo ofrece el propio Cristóbal Colón: "Ellos andan todos desnudos como su madre los parió; y también las mujeres aunque no vi más de una farto moza, y todos a los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años; muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos, y muy buenas caras: los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de caballos, é cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detras que traen largos, que jamás cortan: dellos se pintan de prieto, y dellos son de la color de los canarios [se refiere a los naturales de las Islas Canarias], ni negros ni blancos..."[9] A lo que agrega Fernández de Oviedo que no tenían barbas.

Estos grupos del Neolítico cubano hablaban la lengua del tronco lingüístico aruaco, en una modalidad que se ha dado en llamar aruaco insular, que, según los cronistas, estaba extendida por todas Las Antillas. Su huella está, aún hoy, en numerosos vocablos de uso frecuente en Cuba. La toponimia del país está llena de ellos (Cuba, Habana, Baracoa, Camagüey, Jagua, Bayamo, entre otros); también son frecuentes en los nombres de árboles y frutas (aguacate, ají, anón, guayaba, guanábana, güira); y en el de objetos y cosas (batey, bohío, huracán por sólo citar ejemplos).

Área de la cultura arauco-caribeña a la que pertenecen los taínos de Cuba (Fuente: Lilian J. Moreira de Lima: La sociedad comunitaria en Cuba, Ed. Félix Varela, La Habana, 1999)

Los sitios de asentamiento de los grupos neolíticos cubrieron la Isla desde las zonas más orientales hasta las occidentales de La Habana y Matanzas. Los mismos se encuentran en disímiles localizaciones, tanto en la costa como en el interior; siempre junto o cercano a ríos, lagunas o zonas cenagosas. En estos lugares surgieron sus poblados cuyas dimensiones varían de acuerdo con el número de habitantes. El propio Colón refiere la existencia en algunos de hasta cincuenta casas. Aunque la tendencia era a una disposición circular, en torno a un espacio céntrico –-especie de plaza que los aborígenes llamaban batey–-[10] donde efectuaban sus fiestas, lo cierto es que no respondían a un ordenamiento ni distribución planificada. Las viviendas eran de madera de palma y techadas con pencas del mismo árbol. Las había de dos tipos. La más generalizada llevaba el nombre de caney, de estructura circular y techo en forma de campana en cuyo centro tenía una abertura para dejar escapar el humo. El otro tipo de vivienda era el bohío, de forma rectangular, techo a dos aguas y portal, destinado a los personajes principales. En lugares cenagosos o acuáticos, levantaban sus casas sobre pilotes que las colocaban sobre el nivel del agua o la ciénaga (palafitos).

Los utensilios y herramientas de los taínos muestran una diversidad, terminación y riqueza sólo propia de un notable desarrollo técnico y artístico producto de aguda observación, gran destreza y siglos de experiencia. El trabajo de la concha, como el de la piedra, adquiere ahora un mayor desarrollo. Los huesos de animales, así como los dientes y vértebras de pescado, sirven para confeccionar útiles muy variados. La madera tuvo una amplia utilización; con ella construían sus casas, sus asientos con figuras zoomorfas, sus armas como la macana -–especie de espada–- sus instrumentos de labranza como la coa o palo cavador, y canoas de diferentes tamaños. Un amplio ajuar se derivaba del procesamiento del algodón y de otras fibras vegetales. Entre las piezas de este tipo estaba la hamaca y las naguas -–especie de falda atada a la cintura–- usadas por mujeres casadas y cuyo largo expresaba el status social. Fue notable el desarrollo de la cerámica taína y ese exiguo remanente de ella que aún hoy se conserva es la constatación de lo que fue una hermosa cultura brutalmente extinguida. Sabían seleccionar el barro según su plasticidad y la presencia de componentes minerales que impedían la fractura. El fuego sirvió para cocinar sus alimentos, construir canoas, perfeccionar sus objetos y para preparar los campos que se iban a sembrar.

Lo que caracteriza a la economía de estos aborígenes es el paso de los sistemas de apropiación a los de producción social organizada, cuyo rasgo distintivo es la agricultura pero, paralelamente, mantuvieron y desarrollaron la pesca, la recolección y la caza.

La agricultura se caracterizó por la variedad de sus siembras: yuca agria y dulce, boniato, frijoles, calabaza, ají y maní, entre otros. No obstante, la yuca ocupó el lugar preferente en el trabajo y la alimentación. A partir de este tubérculo se desarrolló un amplio complejo cultural y productivo. En los cultivos -–realizados en sabanas o terrenos llanos–- se empleaban dos métodos diferentes. El primero, el más antiguo, conocido como de roza o azada, consistía en la quema del bosque y, posteriormente, en su siembra. Esta última se realizaba por parejas -–uno abría los hoyos con la coa y el otro depositaba las semillas–-. Este sistema, además de los daños ecológicos que causaba, tenía el inconveniente de agotar en poco tiempo los terrenos. El segundo método, llamado de montones, era mucho más eficiente. Se levantaban montículos de tierra de 2 o 3 m de diámetro y de una altura aproximada a la rodilla. Estos montones de tierra formaban hileras ordenadas y separadas entre sí por unos dos pasos. En cada montículo se sembraban varios pedazos del tallo de la planta -–cangres–- de la yuca. Este sistema permitía una alta producción y la conservación del producto por largo tiempo. Se ha afirmado que "Si los cálculos de Fernández de Oviedo, los padres Jerónimos y el padre Bartolomé de Las Casas son exactos, cosa que parece comprobada, las tierras mejor cultivadas de los taínos agroalfareros tenían una producción de 526 kg de yuca por ha, de la cual obtenían 132 kg de casabe. Puede afirmarse que Europa no conoció en la época un cultivo de rendimiento semejante hasta la importación de la papa de Suramérica".[11]

El complejo productivo de la yuca permitía a los taínos una amplia gama de productos. Según el cronista Fernández de Oviedo, la yuca proveía a los aborígenes de pan para sustentar la vida; licores de dulce y agrio que les servían de miel y vinagre; leña para el fuego, de las ramas de esta planta cuando les faltase otras; y veneno.[12] De todos estos productos, el más extendido fue el casabe o pan de yuca, que constituía la dieta básica y fue adoptado por españoles y criollos como sustituto del pan de trigo.

Al cultivo de la yuca se unieron el boniato o batata, la calabaza, los frijoles de distintas especies y los ajíes, especialmente el picante –-ingrediente básico en la condimentación taína–-. Se sabe también que procesaban el algodón.

En lo referente a la pesca, hubo comunidades especializadas. Lo más notable es lo variado de los métodos empleados para esta actividad. Usaron el sistema de vara, desarrollaron distintos tipos de anzuelos, redes y hierbas tóxicas que atontaban a los peces. Incluso, fabricaban presas donde los criaban. También domesticaron algunos animales como el llamado, por los españoles, perro mudo porque nunca lo oyeron ladrar. La recolección de frutos y moluscos completaba el cuadro de actividades económicas de las comunidades taínas de Cuba.

La economía agrícola tuvo efectos sensibles. El primero fue un notable crecimiento demográfico que superó, con creces, al de todas las comunidades precedentes; el segundo, una cierta estabilidad de los grupos en zonas propicias al cultivo; y, tercero, un desarrollo de la organización social.

El paso de la economía de apropiación a la de producción agrícola implicó la sedentarización de los grupos taínos. Estas condiciones permitieron no sólo desarrollar una producción suficiente para las necesidades del grupo sino que, además, posibilitó la existencia de un excedente. Éste fue la base para el desarrollo de nuevas funciones dentro de los colectivos humanos que, por una parte, hicieron más compleja la organización social y, por otra, permitieron el surgimiento del intercambio.

Tomando como fuentes las evidencias arqueológicas, los estudios comparativos y los relatos e informaciones de los cronistas, se puede afirmar que la organización social de estas comunidades estaba basada en lazos y relaciones gentilicias matrilineales y exógenas en una fase avanzada. La base de toda la organización es la familia y los lazos de consanguinidad por lo que las relaciones clánicas, tribales e intertribales descansaban en las alianzas matrimoniales y la exogamia –-prescripción de lazos matrimoniales fuera del propio grupo gentilicio–- que permitían la distribución interna de funciones y productos.

El hecho de la existencia en estas sociedades de un reparto de responsabilidades ha permitido que, en los estudios más recientes, se les denomine sociedades de prestigio y a su sistema como de obligaciones. De este modo parecen entenderse con mayor claridad las confusas observaciones de los españoles de los finales del siglo XV y principios del XVI. Los naborías, interpretados en la antigua versión como un grupo explotado y quizás proveniente de una cultura anterior subyugada, encargados de las labores agrícolas, serían explicados a partir del status personal que los colocaba -–transitoriamente, durante una parte del año y una etapa de la vida–- en esta obligación familiar de cooperación con el trabajo de la colectividad. Este trabajo como naborías sólo tendría lugar durante la niñez y la juventud. Con la adultez, el matrimonio y las nuevas responsabilidades, asumían otras obligaciones. Así se explicaría también la formación de los baquías o guerreros. Las jefaturas parecen asentarse rigurosamente en la consanguinidad, la edad, el sexo, la experiencia y el prestigio. Cada clan tenía un jefe que ostentaba la máxima autoridad. La presencia de un clan principal o de varios en el conjunto, relacionados por lazos de consanguinidad, pudiese explicar la existencia de los nitahínos, como ocupantes de un status diferente. De ellos, saldría el cacique, o jefe supremo. Este sistema estaba justificado sobre la base de una mitología que identificaba al cacique con las leyendas heroicas de sus antepasados. Según las crónicas de la conquista: "Porque con la continuación de tales cantos no se les olvidaban las hazañas y acontecimientos que han pasado y estos tales cantos les quedan en la memoria [...] y por esta razón recitaban las genealogías de sus caciques, reyes o señores".[13] Colocados también en una posición privilegiada se encontraban los behiques o chamanes, curanderos que conocían sobre ciertas plantas curativas y realizaban "comunicaciones" con los cemíes (sus divinidades); dirigían el ceremonial, así como otras actividades. Su sucesión se realizaba por dotes o aprendizaje.

A la llegada de los españoles, la tierra seguía siendo un bien común aunque ya se observaba que clanes y familias ostentaban ciertas prerrogativas sobre zonas favorables a la producción o a la apropiación. Acerca de un conjunto de costumbres taínas se ha especulado no poco. Lo generalizado entre ellos fue la monogamia pero se observa la presencia de la poligamia, especialmente entre los caciques. Fernández de Oviedo afirma que se realizaba el manicato (al efectuarse el matrimonio, los hombres del mismo rango social que el novio poseían a la desposada). Existen noticias de la práctica funeraria sati (entierro de las esposas con el muerto) para los caciques.

Las comunidades taínas tenían una amplia gama de creencias, mitos y prácticas mágico-religiosas vinculadas al proceso conocido como revolución neolítica, asociado al logro por el hombre de un cierto dominio de la naturaleza, la presencia de la agricultura y la creación de una cierta memoria histórica colectiva que encuentra en el mito sus formas de transmisión oral. Concebían el mundo que los rodeaba poblado de espíritus que incidían en todos los fenómenos de la naturaleza y la vida. Sin embargo, para el estudio de estos elementos vivos de una cultura muerta, sólo contamos, apenas para reconocerlos, con la visión y versión de los cronistas españoles de la conquista.

Muchos de los ritos, ídolos y mitos estaban relacionados con fenómenos de la naturaleza incomprensibles e incontrolados para ellos. Huracán, por ejemplo, era su ídolo de la tempestad. El culto a la fertilidad, vinculado al nacimiento de una economía agrícola, se manifiesta en los numerosos idolillos encontrados entre sus siembras, siempre femeninos y con el sexo bien definido; Vaybrama era el dios de la yuca. Entre sus mitos se encuentra el del origen del hombre, que, sintomáticamente, lo hacen surgir de una cueva ubicada en Haití (mito de Macocael) así como el de la génesis del sol y la luna que también brotaron de dos cavernas para iluminar a los hombres. Eran animistas y creían en la supervivencia del espíritu después de la muerte física. Según estas creencias, cuando el espíritu habitaba el cuerpo de los vivos se llamaba goiz; después de la muerte, opita. Se creía que durante la noche estos últimos se incorporaban al mundo de los vivos por lo que eran causantes de numerosos problemas. Para poderlos distinguir, creían que los opitas no tenían ombligo. Los muertos se recluían de día en un lugar que llamaban Coaybay -–cerca de la isla de Haití–- y por las noches salían a pasear.

Eran numerosos sus ídolos o cemíes y estaban relacionados con todas las actividades humanas -–cosecha, caza, pesca, embarazo, entre otros–-. Esto se ha interpretado como reflejo del control que empieza a ejercer el hombre sobre la naturaleza. A ello se añade que los cemíes manifestaban conductas humanas -–como necesidad de alimentos, temor al fuego y acostarse con las mujeres de los caciques–- así como poderes sobrenaturales que les permitía el dominio de la naturaleza. La complejidad de las prácticas mágico-religiosas requería de una persona capacitada para ello. Éste era el behique. Antes de los rituales, como en la cura de enfermos, guardaba ayuno y se autoprovocaba el vómito purificador. En el caso de la cura del enfermo, tenía que imitarlo. Si no curaba al paciente y éste moría, los parientes del fallecido podían golpear al behique hasta causarle la muerte. Asociada al nacimiento, y también con fines mágicos, estaba la práctica de la covada, consistente en que el hombre debía recibir los cuidados del parto e, incluso, permanecer en convalecencia mientras que la madre se incorporaba al trabajo cotidiano. Los adornos corporales y la forma en que se pintaban el cuerpo no sólo tenían fines estéticos sino que, además, cumplían alguna función mágico-religiosa.

Entre las costumbres de los taínos estaba un tipo de juego de pelota que realizaban en la plaza o batey. Consistía en el enfrentamiento de dos grupos de 20 a 30 personas que se intercambiaban una pelota confeccionada con resina de árboles -–llamada batos–- sin que pudiese ser tocada con las manos. Otra actividad era la fiesta colectiva y ceremonial o areito, consistente en bailes que podían durar toda la noche y cuyos movimientos rítmicos se efectuaban al compás de la música producida por instrumentos de percusión como el tambor mayohuacán -–hecho con tronco de árbol ahuecado–-, las maracas y las olivas sonoras, y por instrumentos de viento como la flauta. El baile era acompañado por letanías donde cantaban sus hazañas y genealogías como modo de preservar la memoria histórica del grupo por transmisión oral. De esas historias poco ha llegado hasta nosotros porque fueron borradas de las huellas del pasado antillano. Por último, merece nombrarse la ceremonia de la cohoba, en la que inhalaban el humo del tabaco, probablemente mezclado con polvos alucinógenos, por medio de una horqueta en forma de Y colocada en los orificios de la nariz, la cual era utilizada en las asambleas o a la hora de tomar importantes decisiones.

A finales del siglo XV , en el panorama humano de Cuba predominaban los grupos neolíticos de origen aruaco, al que los españoles conocieron como taínos. Éstos se habían extendido por todo el territorio, avanzando de este a oeste por lo que las mayores concentraciones demográficas se localizaban en las zonas orientales. El proceso de asentamiento de culturas aborígenes fue particularizado por la unificación, la convivencia y la transculturación entre los grupos recién llegados y los asentados con anterioridad. Así se explica la existencia de poblaciones donde se encuentran mezclados ciboneyes y taínos. Estos últimos no esclavizaron a los primeros, como dejan entrever los cronistas, sino que más bien estaban en un proceso de transculturación. La permanencia de grupos marginados del Mesolítico, ubicados en las zonas más occidentales de la Isla explica la presencia de los llamados guanahatabeyes (es decir, salvajes). En los tiempos del encuentro euroamericano, una nueva cultura causaba estragos en Las Antillas. Por sus prácticas antropofágicas, de su nombre, caribes, surgió la palabra caníbal. Incursionaban esporádicamente contra las aldeas taínas. No se asentaron en el territorio cubano.

Para 1510, se ha calculado un monto demográfico en el archipiélago cubano de unos 112 000 habitantes, aunque esta cifra puede ser modificada por estudios posteriores. De ese total se calcula que el 90 % estaba compuesto por taínos y el resto por los demás grupos aislados, aunque los definidos dentro de los taínos podían ser también resultado de la unificación y transculturación. Se estima que esta población tenía una esperanza de vida entre 20 y 25 años y que se duplicaba cada 115 años. A los 32 años de establecido el dominio colonial, según las fuentes documentales, sólo quedaban 893 aborígenes; esto significa que el 99,21 % había desaparecido, cifra que pudiera considerarse más elevada si se tiene en cuenta la tasa de natalidad. Una cultura que llevaba diez siglos de evolución en Cuba -–su llegada en el tiempo coincide con la invasión bárbara visigoda de España y el fin del imperio romano occidental–- desapareció pocos años después de la llegada a América, a fines del siglo XV , de los descendientes de los visigodos, los españoles. Este hecho fue presentado como un choque entre civilización y barbarie pero, quizás, a los ojos de los taínos, los términos resultarían invertidos. Si se tiene en cuenta que aquella era una cultura antillano-caribeña presente en casi todas las islas y que de un cálculo de más de un millón y medio de personas apenas quedaban unos cientos hacia 1550, se entiende la magnitud del holocausto. Para ellos, que recibieron a los recién llegados con muestras de paz y amistad,[14] el encuentro de esos dos mundos no sería, como afirmaron algunos conquistadores, el acontecimiento más importante después de la creación sino, por el contrario, el cumplimiento de la última profecía bíblica: el armagedón pero sin sobrevivientes elegidos por Dios. Sería, en su realidad, el fin de la creación.

El estudio de todos estos siglos del hombre en Cuba sigue siendo sumamente insuficiente dadas las limitaciones de las fuentes: testimonios de los conquistadores y restos arqueológicos. Su mundo vivencial apenas nos llega a través de tenues rayos que se observan a trasluz; los tenues reflejos de una cultura muerta que ya no puede transmitir su intensidad.

Notas

  1. Instituto Cubano de Geodesia y Cartografía: Atlas Nacional de Cuba, La Habana, 1978. Ésta será la fuente utilizada para los datos geográficos.
  2. Leo Waibel: La Toponimia del paisaje cubano, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1984, pp. 32-33.
  3. Bartolomé de Las Casas: Historia de las Indias, t. II, Fondo de Cultura Económica, México, 1951, p. 510.
  4. En estos casos, como en otros muchos, la grafía de los nombres aborígenes es variada, debido a que los cronistas y los conquistadores españoles copiaban los sonidos cada uno como bien entendía, de los fonemas aruacos, muchos de los cuales no tenían similares en español.
  5. Según Juan Arrom, el término "ciboney", "sibuney"o "siboney" significa en el lenguaje de los taínos "hombre de piedra", con el sentido de que eran hombres que trabajaban la piedra. Les servía para designar comunidades antillanas diferentes a los taínos.
  6. Los aspectos que se desarrollan pueden ampliarse en: Ernesto Tabío: Introducción a la arqueología de Las Antillas, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1988; y Ramón Dacal Moure y Manuel Rivero de la Calle: Arqueología Aborigen de Cuba, Ed. Gente Nueva, La Habana,1986. La obra de síntesis más actual es la de Lilián J. Moreira de Lima: La sociedad comunitaria de Cuba, Ed. "Félix Varela", La Habana, 1999. También puede verse "Las comunidades aborígenes de Cuba", de Lourdes Domínguez, Jorge Febles y Alexis Rives en Instituto de Historia de Cuba: Historia de Cuba. La Colonia. Evolución socioeconómica y formación nacional, Ed. Política, La Habana, 1994.
  7. Antonio Núñez Jiménez: Dibujos Rupestres de Cuba, Ed. de Ciencias Sociales e Industria Gráfica S.S., La Habana-Perú, 1975.
  8. El cronista Pietro Martyr de Angleria fue el primero que intentó dar una explicación del significado de la palabra taíno. Según su versión, los aborígenes, al encontrarse con los españoles, pronunciaban esta palabra que quería decir buenos, o sea que ellos eran hombres buenos. De aquí que comenzaran a designarlos con este término. José J. Arrom afirma que el origen etimológico de la palabra deriva de tai, que significaba noble, bueno; y no, que es la forma del plural.
  9. Cristóbal Colón: Diario de Navegación, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1961, pp. 49-50.
  10. La palabra batey pasó al lenguaje del complejo económico-social cubano del azúcar para designar los pueblos, ubicados en los ingenios, y donde tienen sus casas los trabajadores. También tiene un uso más amplio: sirve para designar, en los campos cubanos, cualquier espacio rodeado de edificaciones.
  11. Manuel R. Moreno Fraginals, Manuel Rivero de la Calle y Ramón Dacal: "Apuntes para una historia económico-social de la cultura cubana: cultura indocubana", en Temas, No. 12, 1987.
  12. Gonzalo Fernández de Oviedo: Sumario de la Natural Historia de las Indias, F.C.E., México, 1950, pp. 96-97.
  13. Gonzalo Fernández de Oviedo: Historia General y Natural de las Indias, t. I, Guarania, Paraguay, 1944, p. 233.
  14. Son numerosos los relatos a este respecto. El propio Colón escribe: "... de lo que tienen luego lo dan por cualquier cosa que les den, sin decir ques poco [...] Vide una casa hermosa [...] y subió uno dellos arriba y me daba todo cuanto allí había..." (Cristóbal Colón: ob. cit., p.128).