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Biblioteca:La agonía de Mariátegui. La polémica con la Komintern/Introducción

De ProleWiki, la enciclopedia proletaria

Si se tratara, al inicio de este ensayo, de resumir con palabras que quisieran ser breves y adecuadas las cuestiones sobre las que debatieron José Carlos Mariátegui y sus contemporáneos, tendríamos que referirnos a ese problema recurrente en las revoluciones contemporáneas que es la articulación entre el marxismo y la nación, lo que en otras palabras significa la confluencia entre un fenómeno generado inicialmente al interior de Occidente y una tradición cultural muchas veces distinta y quizá antagónica con respecto a Europa.

Las revoluciones victoriosas han exigido una adecuada solución a este problema como, de hecho, sucedió en China o Cuba, antes en Rusia y ahora en Nicaragua. Mariátegui no pudo desatender el problema.

Pero las revoluciones victoriosas son las excepciones. De igual manera, entre marxismo y nación, en la mayoría de los casos, se ha planteado una relación difícil que no ha podido evitar convertirse en una disyuntiva. La respuesta que Mariátegui fue encontrando al problema en el transcurso de su vida, pero especialmente entre 1923, fecha de su regreso de Europa, y 1930, se fue generando al compás de las polémicas y debates donde intervino y en contacto directo con la praxis política. No se elaboró pacientemente en un escritorio, sino al interior de la vida misma, es decir en la lucha y el conflicto, día a día. Por eso no podemos encontrar un texto, una cita, donde esté meridianamente clara la solución: hay que buscarla además tanto en la biografía de Mariátegui como en los acontecimientos que la rodean. Tal vez uno de los más significativos al respecto fue su polémica final con la Internacional Comunista: el tema de este ensayo.

El lector de Mariátegui debe comprender que marxismo y nación fueron un verdadero problema —en el sentido vital de la palabra— para el fundador del socialismo peruano. Esto nos remite a constatar, como trataremos de ilustrar en las páginas que siguen, una verdadera tensión que atraviesa sus escritos y su vida: algunas veces prima el marxismo, otras veces la nación, no siempre fue una relación armónica y en muchas ocasiones esa misma tensión se expresó en el contrapunteo entre el arte de vanguardia y el indigenismo, entre Occidente y el mundo andino, entre la reivindicación de la heterodoxia y la exaltación de la disciplina, entre lo nacional y lo internacional, entre México (el lado nativo de Latinoamérica) y Buenos Aires (el puerto hacia Europa). La tensión entre marxismo y nación que recorre los siete años finales de la vida de José Carlos Mariátegui es un acicate de su obra, pero también puede ser motivo de algunas contradicciones: no hace falta desconcertarse porque, como lo recuerda Ruggiero Romano con su agresividad característica, solo los imbéciles temen contradecirse y evidentemente Mariátegui no pertenecía a esa especie.[1]

Ese doble eje conformado por el marxismo y la nación hace que la vida de Mariátegui sea a la vez una página en la historia peruana y una página en la historia del socialismo. Fuera de la historia, sin relación con otros intelectuales peruanos, sin la presencia de la joven clase obrera limeña, sin los inicios del capitalismo en el país, imposible entenderlo. Pero ocurre que, precisamente a partir de su peculiar articulación entre marxismo y nación, Mariátegui acabó elaborando una manera específica —peruana, indoamericana, andina— de pensar a Marx y, como siempre, precisamente por ser más peruano se convirtió en universal; de manera que consiguió proponer un marxismo tan diferente como el de Gramsci y el de Lukács, y tan valioso como ambos, gracias a lo cual el Perú recién comenzó a figurar en la geografía del socialismo.

Pensar de esta manera a Mariátegui conduce a abolir una cierta imagen del marxismo que lo representa como una genealogía perfecta o una sucesión lineal, en la que luego de la prehistoria del socialismo utópico, Marx genera a Lenin, quien a su vez engendra a Stalin y de allí —por lo menos hasta hace poco tiempo— se deriva Mao. Las imágenes religiosas que enmarcan algunas reuniones de la izquierda peruana evocan repetidamente esta sucesión tan simple como falsa, porque además de anular el conflicto en el desarrollo del pensamiento marxista, acaba marginando y condenando al olvido a pensadores incómodos como todos esos heterodoxos que emergen en las primeras décadas del siglo XX: Gramsci en Italia, Pannekoek en Holanda, Lukács en Hungría, Korsch en Alemania… En realidad el marxismo más que a la imagen de un río, evoca una variedad de corrientes diferentes que así como se juntan y engruesan siguen también rutas nuevas y hasta divergentes. La imagen del marxismo sin fisuras, resumida en la fórmula «marxismo-leninismo», nació junto con el culto a Lenin, posterior a la muerte de este desde luego, y con la finalidad específica de proscribir a Trotsky del pensamiento marxista.

Lamentablemente, muchos trotskistas han tenido la torpeza de contraponerle la otra imagen igualmente adulterada del marxismo-leninismo-trotskismo.

Mariátegui pensó que entre el marxismo y el pensamiento crítico existía una indispensable confluencia. De manera tal que nunca se encerró en los estrechos límites de una sola tradición socialista y de allí que al lado de referencias a Marx o Lenin, aparezcan citas —después no comprendidas por algunos exégetas— de Georges Sorel, un personaje con el que simpatizó poco Lenin, o de Piero Gobetti. Esta actitud siempre crítica, siempre libre, nunca de acatamiento reverente que Mariátegui tuvo frente a la historia anterior del socialismo, hay que tratar de repetirla al momento de pensar al propio Mariátegui. Es fácil suponer que no le desagradaría.

La agonía de Mariátegui: el título de este ensayo exige algunas explicaciones porque con el verbo «agonizar» no se quiere aludir al hecho obvio del final de una existencia, sino más bien al sentido unamuniano de lucha por la vida. La agonía del cristianismo fue un libro fervorosamente comentado por Mariátegui en el primer número de Amauta, aprovechando la ocasión para establecer algunos paralelos entre cristianismo y marxismo: en ambos casos lo que cuenta es la fuerza para encarnarse en las masas, la doctrina deja lugar a la vida, entendida a su vez como lucha y combate, es decir, agonía. Esta imagen del marxismo se resistía a la repetición rutinaria de los dogmas y por el contrario fomentaba las herejías, al estilo de Georges Sorel, como único camino posible para renovar y hacer avanzar el pensamiento de Marx. Por eso Mariátegui confiesa identificarse con aquellos «en quienes el marxismo es lucha, es agonía».[2] Agonía significa también afán polémico, no para «epatar»[3] a los burgueses rutinarios, sino para intercambiar ideas, para dialogar, para discutir: más adelante nos referiremos in extenso a la importancia de la polémica y la discusión en el pensamiento de Mariátegui. Agonía es sinónimo de conflicto interior: corrientes encontradas que generan una tensión íntima, como lo ilustra Mariátegui recurriendo al ejemplo de las dos almas contemporáneas, la revolución y la decadencia, coexistiendo ambas en los mismos individuos de manera «agonal».[4]

La reflexión de Miguel de Unamuno recogida por Mariátegui remite a esa concepción del marxismo definido como el mito o la religión de nuestro tiempo. La validez del marxismo solo puede ser testimoniada por las masas porque, a su vez, el criterio de verdad por excelencia es la capacidad para movilizar a las multitudes. El marxismo es una fe, sin confundir evidentemente «la fe ficticia, intelectual, pragmática de los que encuentran su equilibrio en los dogmas y el orden antiguo, con la fe apasionada, riesgosa, heroica de los que combaten peligrosamente por la victoria de un orden nuevo».[5] Estas palabras fueron publicadas faltando apenas dieciocho días para la muerte de Mariátegui. Agonía es pasión, fe, élan. Agonía se confunde finalmente con esa esperanza que define en la política y en la vida cotidiana el derrotero de Mariátegui: la confianza en el futuro que no reposa en las leyes de la dialéctica, ni en los condicionamientos de la economía, sino en las voluntades colectivas. En otras palabras, se trata del voluntarismo y el espontaneísmo que emergen en diversos pasajes de su pensamiento.

De esta manera el verbo «agonizar» es una especie de «llave» del mariateguismo: nos abre al mundo de su tensión interna —al que hicimos alusión párrafos atrás— y nos aproxima a las polémicas que enmarcan su biografía: por ambos senderos terminaremos aproximándonos a la imagen de un marxismo elaborado lejos de cualquier academicismo, envuelto por los acontecimientos, sumergido en la vida cotidiana, vástago de esas mismas calles y multitudes que alentaron el oficio periodístico del joven Mariátegui: «La calle, o sea, el vulgo; o sea, la muchedumbre. La calle, cauce proceloso de la vida, del dolor, del placer, del bien y del mal».[6]

  1. Cfr. José Aricó, «Mariátegui y la formación del Partido Socialista del Perú», ponencia presentada en el Coloquio Internacional «Mariátegui y la revolución latinoamericana» organizado por la Universidad Autónoma de Sinaloa, Culiacán, México, del 14 al 18 de abril de 1980. De ese mismo coloquio recogemos especialmente las intervenciones de Robert Paris y los comentarios de Oscar Terán y José Carlos Chiaramonte.
  2. «“La Agonía del Cristianismo” de Don Miguel de Unamuno», en Amauta, Lima, 1, 1926. También en Signos y obras, Lima, Empresa Editora Amauta, 1959, p. 120.
  3. Del fr. épater 'deslumbrar'. tr. Producir asombro o admiración. U. t. c. intr. Sin.: admirar, asombrar, deslumbrar, alucinar, maravillar, encandilar, impactar, pasmar, sorprender, apantallar, acalambrar. (Diccionario de la RAE)
  4. «Arte, revolución y decadencia», en Amauta, Lima, 3, noviembre de 1926. También en El artista y la época, Lima, Empresa Editora Amauta, 1959, p. 18.
  5. «¿Existe una inquietud propia de nuestra época?», en Mundial, Lima, 29 de marzo de 1930. También en El artista y la época, ed. cit., p. 30.
  6. «La torre de marfil», en Mundial, Lima, 7 de noviembre de 1924. (Ha sido incluido en El artista y la época, ed. cit., cita en la p. 29 [MM]).