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Biblioteca:Simón Bolívar y nuestra independencia. Una mirada latinoamericana: Sociedad colonial y resistencia de nuestra América

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Sociedad colonial y resistencia de nuestra América

La feroz y salvaje conquista europea de América

No se puede recuperar la identidad histórica de los pueblos de Nuestra América sin dar cuenta de la feroz conquista europea a la que fuimos sometidos.

En su ensayo El grito de independencia o la concreción del sueño del Libertador Jesús Santrich señala: "Al llegar los invasores europeos a Nuestra América comenzó la negación y el aniquilamiento de los pueblos y culturas raizales aplicando los peores inhumanos métodos de opresión, expolio y muerte".

Tratando de encontrarle una lógica a ese proceso Karl Marx escribe: "El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, el exterminio, la esclavización y el sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: tales son los hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria. Tras ellos, pisando sus huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, con el planeta entero por escenario" (Karl Marx: El Capital. Capítulo 24: "La llamada acumulación originaria").

Los llamados "civilizadores" europeos (en realidad criminales feroces y lúmpenes sin piedad ni cultura que ya venían explotando a sus propios pueblos en Europa) obedecían a un proyecto de expansión colonialista que ejerció el sometimiento y el expolio, la esclavitud y la servidumbre, robos, asesinatos, violaciones, masacres, ruptura del desarrollo social y un espantoso genocidio de varias decenas de millones de habitantes amerindios originarios de Nuestra América, sin parangón en la historia de la humanidad, al cual sumaron el extermino de una no menor cantidad de población negra descendiente del continente africano. Como nos recuerda Eduardo Galeano: "Los indios de la América sumaban no menos de setenta millones, y quizás más, cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían reducido, en total, a solo tres millones y medio. Según el marqués de Barinas, entre Lima y Paita, donde habían vivido más de dos millones de indios, no quedaban más que cuatro mil familias indígenas en 1685. El arzobispo Liñana y Cisneros negaba el aniquilamiento de los indios: «Es que se ocultan —decía— para no pagar tributos, abusando de la libertad de que gozan y que no tenían en la época de los incas»". (Eduardo Galeano: Las venas abiertas de América Latina).

La crueldad y la avaricia del Dios europeo

La criminal conquista del "Nuevo Mundo" se realizó con la espada y con la cruz, con la violencia salvaje de los invasores legitimada por la religión europea (católica apostólica romana en toda América Latina y protestante en el norte del continente). La destrucción sistemática de las culturas originarias —tanto de América como de los esclavos de origen africano—, su sometimiento a sangre y fuego, más la evangelización, fueron movidas por la avaricia sin límites de la acumulación capitalista. El verdadero Dios que guió ese genocidio nauseabundo fue... el oro. Según los estudios económicos de Ernest Mandel (revolucionario europeo ácidamente crítico de la burguesía europea): "La suma total de todos estos robos sistemáticos, realizados entre 1500 y 1750, alcanza la siguiente cifra: más de mil millones (1.000.000.000) de libras esterlinas oro. Es decir, ¡más que todo el capital reunido por todas las empresas industriales movidas a vapor que existían en toda Europa hacia el año 1.800!".

El monstruoso impacto de la conquista aplastó y exterminó civilizaciones originarias de enorme cultura y gran desarrollo social (que contaban con un importante conocimiento científico, como el astronómico). Además de humillar y negar el carácter humano de las víctimas en nombre de sospechosos textos religiosos y elucubraciones teológicas europeas, ese proceso de incomparable violencia dejó contra los sobrevivientes la herencia de la segregación racista y clasista de las aristocracias y burguesías criollas. Éstas sustituyeron a España y Portugal, prolongando el maltrato a los "hijos de la chingada", mestizos empobrecidos y pueblos originarios de un continente moreno bien distinto a los modelos rubios de ojos celestes y dientes de plástico de las películas de Hollywood.

Las mujeres como botín de guerra del colonialismo europeo

Los colonialistas europeos que nos trajeron "la civilización" protagonizaron, según el Papa del Vaticano romano y la película norteamericana infantil «Pocahontas» (1995) de la empresa Disney, un pacífico y dulce "encuentro de dos mundos". Como parte de ese encantador "encuentro cultural" deben computarse las violaciones masivas de las mujeres indígenas, convertidas en botín de guerra por las tropas europeas, españolas y portuguesas; inglesas, francesas y holandesas. Según nos recuerda Fernando Mires en La rebelión permanente, las mujeres indígenas "siendo al igual que los hombres, víctimas de los repartos, de la mita, de los obrajes, etc., fueron también, desde el mismo comienzo de la conquista, víctimas de la explotación sexual de los conquistadores. Paralelamente a los repartimientos de indios existían, por ejemplo, los repartimientos de mujeres, aceptadas tácitamente como parte del botín de guerra. Los jefes conquistadores se ufanaban de ser magnánimos repartidores de mujeres entre los soldados. [...] Las violaciones de mujeres eran un hecho cotidiano, un derecho «natural » del vencedor. Incluso muchos sacerdotes tenían las casas parroquiales atestadas de concubinas". De allí nacerá el insulto, muy común en México, "hijo de la chingada" que significa ni más ni menos que hijo de la mujer violada. Eso explicaría, según Mires, que las mujeres hayan sido las más radicales en los movimientos de rebelión anticolonial — toma como ejemplo la influencia radical de Micaela Bastidas por sobre la mayor moderación de José Gabriel Condorcanqui (Tupac Amaru II). Además de la feroz opresión colonial, compartida por todo el pueblo, las mujeres de Nuestra América tenían (tienen) cuentas pendientes con los colonialistas por sus abusos sexuales, legitimados por la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana como algo "natural".

Siguiendo los análisis de El Capital de Marx, la investigadora feminista Silvia Federici demostró en su obra Caliban y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, que este proceso perverso y siniestro fue y es un producto del sistema capitalista. Según Federici, la acumulación originaria del capital estuvo marcada por: a) la conquista brutal y explotación de las colonias; b) la expropiación violenta y sanguinaria de las tierras comunales del campesinado y las comunidades rurales (dentro de Europa y fuera de Europa) y c) la represión, explotación y opresión contra las mujeres, salvajemente perseguidas y castigadas, violadas, quemadas y torturadas por... "brujería". La resistencia contra ese proceso capitalista, particularmente importante en la conquista y aplastamiento de Nuestra América, permite entender y explicar el papel revolucionario de las mujeres insurgentes ya que ellas no fueron únicamente víctimas. También supieron responder a sus opresores... como era necesario responder, con la violencia revolucionaria. No único, pero sí uno de los principales paradigmas de emancipación, ha sido Juana Azurduy, ya que ella pudo sintetizar con su liderazgo político-militar la alianza indestructible de indígenas, mestizos y criollos, hegemonizada por las clases populares, núcleo central de nuestra primera independencia y base de cualquier proyecto revolucionario para el siglo 21. Tanto Manuela Sáenz como el general Belgrano y Simón Bolívar reconocieron públicamente la centralidad de Juana Azurduy —y con ella de todas las mujeres combatientes y guerrilleras que la acompañaban— en la lucha popular nuestroamericana por la independencia. La mujer militante, combatiente y guerrillera sigue siendo absolutamente central en la lucha del siglo 21 por la segunda y definitiva independencia y el socialismo.

España y la esclavitud del capitalismo colonial

Luego de tres siglos de robos sistemáticos a las colonias de América, un grupo de ministros de ideología liberal (Leopoldo de Gregorio, el conde de Campomanes, Pablo de Olavide, Gaspar Jovellanos, José Miniño y Redonda), agrupado en torno al rey español Carlos III, comenzó a promover reformas económicas. Tanto en la metrópoli española como en sus colonias americanas ("indianas" en el lenguaje colonialista de la época). Esas reformas liberales de los reyes Borbones provocaron en América Latina un impulso al capitalismo dependiente y cierto "desarrollo" económico dentro del subdesarrollo.

Ese "desarrollo" colonial combinó reformas económicas en el comercio de ultramar con la introducción de negros esclavos, pueblos originarios de África arrancados por la fuerza del látigo y las cadenas, traídos para reemplazar a los ya diezmados pueblos originarios de América. Ambos —negros e indígenas— obligados con golpes de latigazos, vejaciones y tortura a consumir rápidamente sus vidas como fuerza de trabajo esclava en jornadas laborales demoledoras y extenuantes que llegaron a alcanzar las 20 ó incluso 22 horas diarias, aniquilando rápidamente la fuerza de trabajo. La esclavitud, que atravesó como un cáncer monstruoso toda la América colonial (tanto en la América latina como en la anglosajona), es hija legítima de la "culta" Europa y su capitalismo estrictamente moderno, bien distante de la esclavitud antigua de Egipto, (en África), de Grecia y de Roma (en Europa).

A pesar del abundante material empírico y estadístico consultado, resulta errónea y unilateral la caracterización del historiador alemán Manfred Kossok cuando afirma que "La colonización española fue un movimiento del feudalismo tardío, de expansión y colonización, que se volcó en diferentes oleadas sobre el continente americano [...] En la organización económica y social altamente desarrollada de los imperios inca y azteca, los colonizadores hallaron toda una serie de puntos de apoyo que facilitaron la transferencia del orden social feudal a los dominios de ultramar" (Manfred Kossok: El Virreinato del Río de la Plata. Su estructura económica-social). Más acertado resulta, en cambio, el análisis social del historiador Sergio Bagú cuando señala que "El régimen económico luso-hispano del período colonial no es feudalismo. Es capitalismo colonial [...] La esclavitud no tiene nada de feudal y sí todo de capitalista. [...] América y África —destiladas sus sangres por los alquimistas del comercio internacional— fueron indispensables para el deslumbrante florecimiento capitalista europeo" (Sergio Bagú: Economía de la sociedad colonial. Ensayo de historia comparada de América latina). Esa esclavitud colonial se asentaba muchas veces en la economía de plantación esclavista que con métodos brutales y sanguinarios producía para el mercado mundial, bien distinta de la hacienda patriarcal y señorial dirigida a la economía de subsistencia, la ostentación y al consumo suntuario y dispendioso (Jorge Ibarra Cuesta: Marx y los historiadores ante la hacienda y la plantación esclavistas).

Nuestra América: capitalismo dependiente en el sistema mundial

En la América colonial —después de 1492— no existe intercambio "libre" y salarial entre el hacendado y el trabajador, requisito para la relación social capitalista (un trabajador vende su capacidad de trabajar, un patrón paga salario, un trabajo impago es expropiado). Por el contrario, en la América colonial existen múltiples formas "extraeconómicas" de obligar al indígena, al esclavo negro o al mestizo empobrecido a trabajar por la fuerza y sin paga.

Sin embargo, aunque el plantador criollo, el explotador minero y el patrón europeo se valían de formas de sujeción no económicas, el producto de esa explotación (cacao en Venezuela, azúcar en Brasil y Cuba, plata en Bolivia, carne salada de Argentina, café de América central) se vendía en el mercado mundial para obtener dinero a cambio. No se producía para el consumo. Señala Bagú "Lejos de revivir el ciclo feudal, América ingresó con sorprendente celeridad dentro del ciclo del capitalismo comercial, ya inaugurado en Europa. Más aún: América contribuyó a dar a ese ciclo un vigor colosal, haciendo posible la iniciación del período del capitalismo industrial, siglos más tarde" (Sergio Bagú: Economía de la sociedad colonial. Ensayo de historia comparada de América latina). En una dirección similar apunta Ruy Mauro Marini: "Forjada al calor de la expansión comercial promovida, en el siglo 16, por el capitalismo naciente, América Latina se desarrolla en estrecha consonancia con la dinámica del capital internacional. Colonia productora de metales preciosos y géneros exóticos, en un principio contribuyó al aumento del flujo de mercancías y a la expansión de los medios de pago, que, al tiempo que permitían el desarrollo del capital comercial y bancario en Europa, apuntalaron el sistema manufacturero europeo y allanaron el camino a la creación de la gran industria" (Ruy Mauro Marini: Dialéctica de la dependencia).

En la América colonial (y moderna), posterior a la conquista y la destrucción de los imperios comunales-tributarios de incas y aztecas, no hubo "feudalismo puro" ni "capitalismo puro". Se conformó un tipo de formación económico social que articulaba en forma desigual y combinada relaciones sociales características de modos de producción precapitalistas con una inserción capitalista dependiente en el mercado mundial. Dentro de esa combinación híbrida, unas predominaban sobre otras. Samir Amin sostiene "Desde sus orígenes las formaciones precolombinas fueron, bien destruidas, bien sometidas al capital mercantil del centro europeo naciente. [...] El capital mercantil, antepasado del capital acabado, se constituyó unos anexos en América [...] Las formas de esta explotación anexa podían ser diversas: pseudo feudales (la encomienda de América Latina), pseudoesclavistas (la explotación minera) o esclavistas (plantaciones del Brasil, las Antillas, o las colonias inglesas meridionales de América del Norte). No dejaban de estar al servicio del capitalismo europeo naciente y producían para el mercado, por lo cual no deben confundirse con los modos de producción feudales o esclavistas verdaderos" (Samir Amin: El desarrollo desigual). El nacimiento del capitalismo como sistema mundial siguió derroteros distintos y desiguales con una lógica polarizadora y asimétrica entre poderosas metrópolis y fragmentadas colonias, semicolonias y países dependientes. Lenin, por ejemplo, ubicaba a la Argentina entre los países capitalistas semicoloniales y dependientes (V.I. Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo). Mienten escuelas y Academias. El "despegue" de W.W.Rostow es un mito. Nunca hubo desarrollo capitalista plano, lineal, evolutivo, homogéneo y pacífico. Europa occidental no nació ombligo del mundo. Nuestra América ingresa —es ingresada— de modo violento al sistema capitalista mundial en formación combinando y articulando diversos tipos de relaciones sociales.

La sociedad de Venezuela en el siglo 18

Venezuela, cuna de Bolívar, experimentó durante el siglo 18 un gran desarrollo económico, en los marcos de la formación social capitalista colonial, a partir de la exportación de cacao y el trabajo esclavo. Los colonialistas clasificaban étnicamente a las personas en: blancos peninsulares, blancos canarios y blancos criollos; pardos, negros libres o manumisos, negros esclavos, negros cimarrones; indios tributarios, indios no tributarios y población indígena marginal.

Durante ese siglo surgió una clase criolla enriquecida y ennoblecida, propietaria de grandes extensiones y de numerosos esclavos. A esos nuevos ricos se los llamó "los grandes cacaos". Compartían el poder económico con la corona española y la compañía Guipuzcoana (fundada en 1728) que reemplazó a la anterior Casa de Contratación española, encargada de monopolizar el comercio exterior de Caracas.

Contra ese monopolio se pronunciaron en 1750 los grandes latifundistas locales que deseaban vender libremente su cacao en el exterior, los productores de caña y tabaco y los comerciantes canarios. Más tarde, el 24/2/1781, un grupo de latifundistas criollos (se los conoce como "mantuanos" por las mantillas utilizadas por las mujeres para ir a misa y por las capas de los caballeros de la oligarquía) le escribe a Francisco de Miranda una cartamanifiesto que condensa 80 años de "desarrollo" colonial. En ella le reclaman la necesidad de la independencia y le sugieren negociar con Inglaterra para desembarazarse del imperio español. Entre los mantuanos que firman esa carta programática se encuentra el padre de Simón Bolívar (este último nace 17 meses después de enviada la carta).

Jose Leonardo Chirino y las luchas insurgentes preindependencia

Ese "desarrollo" capitalista colonial potenció las contradicciones sociales que se venían incubando desde la conquista. Según recuerda Gonzalo Abella en su libro Bolívar: Independencia y lucha social en Nuestra América, durante 1795, en Venezuela hubo un levantamiento de esclavos que ocuparon tierras, con apoyo de pueblos originarios y bajo la dirección de José Leonardo Chirino [17541796], hijo de una mamá indígena con un papá negro esclavizado.

Esa rebelión se insertaba en la ola de rebeldías anticoloniales de alcance continental, curiosamente "olvidadas" por la historiografía eurocéntrica. Desde 1780 se habían producido los grandes levantamientos de Tupac Amaru y Micaela Bastidas en el Perú y los de Tupac Katari y Bartolina Sisa en lo que hoy es Bolivia. Más al sur, los mapuches seguían resistiendo —lo siguen haciendo hasta hoy— desde los tiempos del gran Toki Lautaro (Leftraru) y Guacolda en la Araucanía. En lo que hoy es Brasil, Zumbi, líder negro combatiente de la República de Palmares, desarrolló una insurgencia junto con sus hermanos y hermanas de los quilombos. Escapando de la esclavitud, habían hecho la guerra en Pernambuco contra el colonialismo portugués entre 1675 y su asesinato en 1695. También en Brasil, en Minas Gerais, en 1788-1789 se produce la conspiración minera y el levantamiento independentista (y republicano) del alférez Joaquim José da Silva Xavier, Tiradentes, contra la explotación humana y el saqueo del mineral de los colonialistas portugueses. Ese mismo año, 1789, estallaba la Inconfidencia Bahiana que postulaba una síntesis de libertad política e igualitarismo radical. Allí participaba, entre otros, el padre João Ribeiro, una síntesis criolla de Robespierre y Marat.

Más de tres décadas atrás, ya andaba François Mackandal, esclavo prófugo y rebelde, organizando guerra de guerrillas en la noche, por las montañas indómitas y las selvas de fuego de Haití, adelantándose a la gran rebelión de masas que explotará en la isla a partir de 1791 (este gran precursor de la rebelión antiesclavista haitiana será asesinado en la hoguera en 1758 por los "civilizados" colonialistas europeos).

Como señala Jesús Santrich en El grito de independencia o la concreción del sueño del libertador, muchísimo antes de todas esas resistencias épicas, ya en 1553, el negro Miguel se había alzado contra Diego Fernández de Cerpa y una veintena de españoles en Nueva Segovia de Barquisimeto (hoy Venezuela). Se internó en las montañas y fundó con indígenas y negros un pequeño ejército insurgente para enfrentar el sistema de explotación de los conquistadores. Luchó hasta caer en manos de las fuerzas conjuntas de Diego García Paredes y otros colonialistas. Todos sus seguidores fueron nuevamente reducidos a la esclavitud. Pero el español Diego García Paredes murió en una emboscada de indígenas insurgentes mientras viajaba hacia Popayán, donde había sido nombrado gobernador. Frente a la dominación colonial jamás desapareció la resistencia. Hay que esforzarse mucho, demasiado, para ocultarla o no verla.

Las fuerzas sociales en las guerras de emancipación

A inicios del siglo 19, en las formaciones económicosociales de Nuestra América coexisten y se enfrentan diversas fuerzas sociales. Por un lado, el poder colonial, clasista, racista y monárquico. Frente a él, dos fuerzas heterogéneas y no siempre bien definidas que convergerán en la lucha contra el colonialismo: las elites oligárquicas y burguesas criollas y las grandes mayorías excluidas. Estas dos últimas conformaron el partido americano, el partido de la independencia. Mientras que las oligarquías locales de las zonas rurales y las burguesías comerciales de las ciudades y puertos propugnaban una independencia formal de España (buscando liberar la exportación de materias primas y el comercio, principalmente con Inglaterra y otras potencias europeas), la fuerza social de las grandes mayorías pugnaba por demandas y transformaciones estructurales más profundas y radicales (abolición de la esclavitud colonial, el tributo y la servidumbre, prohibición de la tortura, reparto de tierras, etc). Dentro de esas mayorías populares convivían los esclavos negros de las plantaciones y los puertos, la peonada indígena de haciendas y minas, los gauchos y llaneros mestizos del mundo rural y una capa de artesanos urbanos y jóvenes intelectuales radicalizados (de inspiración jacobina u origen ilustrado) que tenían vocación de unirse a las otras clases explotadas, castas sometidas y comunidades rebeldes dentro de una gran alianza y un gran proyecto libertario de emancipación continental.

Esas grandes mayorías populares no sólo estaban bajo el yugo, la esclavitud y la servidumbre coloniales, también ocupaban zonas liberadas de todo control imperial en gran parte del continente. Millones de africanos prófugos en las selvas, las montañas y las vaquerías se refugiaban junto a los pueblos originarios, en las aldeas fortificadas de sus hermanos indígenas, o en el universo multiétnico de la gauchería y los llaneros, donde convivían los pueblos originarios, las negritudes y las pobrerías mestizas. Esas poblaciones desobedientes al poder colonial conformaron embriones de nuevas sociedades rebeldes y fraternas de pueblos armados. "Quilombos" en el nordeste brasileño, "palenques" de "cimarrones fugados" por el Virreinato de Nueva Granada, "esclavos fugados" en las yungas del altiplano boliviano o en las costas inexploradas del Perú. Como recuerda Gonzalo Abella, las redes solidarias afroamericanas, entremezcladas con los pueblos originarios rebeldes, iban desde el Caribe al Río de la Plata (habría que agregar también la Araucanía donde resistían los mapuches). Esas mayorías disponían de su producción comunitaria de valores de uso para la supervivencia, sus propios circuitos de trueque e incluso de "contrabando" hacia el mundo extra continental.

Tupac Amaru y la resistencias populares frente al eurocentrismo

Aunque la rebelión de Tupac Amaru fue derrotada, en Haití triunfa la lucha. El ciclo de lucha anticolonial se extiende desde 1780 (Tupac Amaru) y 1791 (Haití) hasta 1824 (Ayacucho). Ese proceso político-militar independiza la mayoría del continente de los imperios europeos. Las revoluciones de la independencia y sus guerras de liberación formaron parte de un ciclo global, marcado por la reconfiguración de la hegemonía del capitalismo mundial (a través de revoluciones burguesas) y la emergencia de crecientes resistencias populares. Nuestros líderes independentistas actuaron en ese marco social local y dentro de ese horizonte internacional. En Nuestra América ese proceso se superpone sobre 300 años de combate de los pueblos originarios, 200 años de resistencia de los esclavos traídos por el látigo de África y 50 años de lucha de los criollos empobrecidos. La historia oficial desconoce, silencia u oculta esa resistencia indoafroamericana, remitiendo los antecedentes (y el desenlace) exclusivamente a Europa. Según el eurocentrismo la lucha independentista dependería únicamente "del conflicto interno español y del apresamiento de Fernando Séptimo". Bolívar habría triunfado porque "tenía tropas británicas". San Martín cruzó los Andes "siguiendo un plan escocés-inglés". Para ellos, los latinoamericanos seríamos incapaces hasta de luchar por nosotros mismos. Sintetizando estos relatos eurocéntricos, petulantes y altaneros, con un nivel de reinada y arrogante ignorancia que da vergüenza ajena, el académico francés Chaunu expresó: "La América española que no es sino una provincia de Europa, no inventa la Independencia, la recibe" (Pierre Chaunu: Interpretación de la Independencia de América Latina). Nuestra independencia sería producto de una guerra civil europea, no de una guerra de liberación anticolonial y nacional americana. El pasado de lucha se esfuma. Síntesis historiográfica, tristemente célebre, de prejuicios que repiten, como alumnos obedientes, historiadores criollos. Exagerando aún más a Chaunu, por ejemplo, el profesor Grínor Rojo llega al extremo de caracterizarla como "una gresca familiar entre caballeros cristianos, dueños de tierras y señores de vasallos". (Grínor Rojo: ¿Independencias? ¿Bicentenarios?). Nuestros pueblos habrían sido simples escuderos, pasivos y tontos (prácticamente sub-humanos) de esos caballeros.

Manuales, Academias, institutos militares y medios de comunicación, sólo ven las revoluciones burguesas de EEUU (1776) y Francia (1789). Sin sonrojarse "se olvidan" de las rebeliones de los pueblos originarios de Quito en 1765, Tupac Amaru y Tupac Katari, de los comuneros de Nueva Granada de José Antonio Galán, de la resistencia de los diaguitas en las guerras calchaquíes, de los comuneros del Paraguay, de la rebeldía de Manuela Beltrán, de la dignidad de los mapuches y los esclavos jacobinos negros en Haití. Para la mirada euroccidentalista los esclavos negros, mestizos empobrecidos, zambos, mulatos y pueblos indígenas carecen de humanidad. Son fantasmas invisibles. Si por casualidad algún historiador tradicional admite su existencia, los dibujan pasivos, impotentes, ciegos, sin perspectiva histórica (los "marxistas" liberales y eurocéntricos no son muy distintos cuando condenan estas resistencias "porque no tenían un programa para desarrollar las fuerzas productivas", haciendo suya, con jerga aparentemente "de izquierda", la mirada de los vencedores). En el relato euroccidentalista Nuestra América carece de cronología e identidad propia. La independencia habría sido un deshilachado coletazo de procesos europeos, sucedidos al otro lado del Atlántico, donde al parecer habitan Dios, la Cultura, la Civilización, el Progreso y Las Fuerzas Productivas. A contramano de estas apologías, la historia real de Bolívar, Moreno, Toussaint L’Ouverture, Artigas y San Martín, es bien distinta.

La historia latinoamericana y sus múltiples conflictos sociales

En Nuestra América, a inicios del siglo 19, la contradicción coloniaimperio se superpone y sobreimprime con la contradicción entre oprimidos y opresores. Entre los opresores se contaban las monarquías y los imperios europeos, sus administraciones y burocracias coloniales, sus ejércitos y el alto clero de la Iglesia oficial que los defendía, pero también las oligarquías criollas y las burguesías por42Una mirada latinoamericana tuarias que constituyeron la fracción continental generalmente antihispana y pro-británica. Entre estos últimos había terratenientes de ganado, dueños de cañaverales azucareros, grandes productores de café o de cacao, hacendados y plantadores, propietarios de minas y de esclavos.

En el campo de los oprimidos se encontraba el universo multicolor de las mayorías populares: pueblos originarios, esclavos en cautiverio o fugados y organizados en comunidades, grupos mestizos, llaneros, gauchos, comunidades originarias cristianizadas, multitudes de humildes inmigrantes y sus hijos criollos o mestizos, así como también jóvenes intelectuales criollos que no se resignaban a cambiar simplemente de amo o de tirano. La lucha nacionalcontinental (de la Patria Grande) por la Independencia anticolonial se amalgama, entremezcla y fusiona con la lucha de clases y la habitualmente ignorada lucha de los pueblos originarios por sus territorios y recursos naturales, la no documentada lucha de los humildes por la tierra y la "invisible" lucha de los afrodescendientes por sus derechos.

Independencia latinoamericana: ¿Fueron revoluciones?

Los relatos tradicionales basados en las viejas historias oficiales de las clases dominantes —liberales o conservadoras, siempre burguesas— ni siquiera se hacen preguntas sobre 1810. Para ellos, si a partir de entonces hubo modificaciones jurídico-institucionales en el status de las colonias, no dudan en caracterizarlas como revoluciones. Por reacción a esa mirada tradicional, otros relatos, menos ingenuos pero no menos eurocéntricos, han querido negar el carácter de revolución de esos procesos alegando que desde 1810 sólo hubo mutaciones políticas que no modificaron la estructura social. Desde este otro ángulo, una elite (las clases dominantes criollas) reemplazó a otra elite (las burocracias coloniales europeas), pero sin modificar las relaciones sociales de dominación.

Esa descripción alternativa no deja de tener visos de realidad pues, como bien alertara José Carlos Mariátegui para el Perú, es cierto que a la crisis del lazo colonial no sucedió una modificación radical de la propiedad de la tierra en todo el continente. Oligarquías, plantadores y hacendados siguieron siendo propietarios de minas y latifundios, mientras las burguesías comerciales continuaron haciendo negocios, ya no con España sino con Inglaterra, mientras las mayorías populares —indígenas, negros, mulatos, zambos, mestizos, gauchos, llaneros, etc.— continuaron explotadas. Sin embargo, a partir de 1804 y hasta 1824 las modificaciones no fueron un elegante recambio de elites. Hubo lucha, confrontación, contradicciones agudas y guerras sangrientas que involucraron a las grandes masas provocando cambios sociales y de mentalidades. No sólo hubo batallas y cataclismos institucionales. También hubo inmensas movilizaciones sociales de cientos de miles (cuando no millones) de sujetos populares que dieron su vida en las guerras anticoloniales por la causa americana en una confrontación continental. Hacer caso omiso de ese innegable fenómeno social presupone en los historiadores —consciente o inconscientemente— concebir a los sujetos populares como pasivos, entenderlos únicamente como mera "base de maniobra", simples extras de una película completamente ajena. Una mirada de la historia que, aunque aspire a ejercer un ademán crítico, no deja de ser burguesa ya que se niega a reconocer el protagonismo de las masas populares. Los únicos protagonistas de la sociedad y de la historia serían, para esta otra mirada historiográfica, las clases dominantes, los poderosos, los millonarios, los propietarios, los hacendados y comerciantes. Los cientos de miles (o millones) de combatientes indígenas, negros, mulatos, zambos, mestizos y blancos criollos empobrecidos y explotados que primero protagonizaron las resistencias contra el colonialismo europeo y luego decidieron la contienda a favor de la independencia como pueblo en armas en los ejércitos patriotas de Bolívar, San Martín y otros revolucionarios anticoloniales habrían sido una masa ciega, gris, amorfa, completamente pasiva, "porque no tenían un programa para desarrollar el progreso de las fuerzas productivas". ¿Qué entendemos por "progreso" en la historia? ¿Cómo evaluar el progreso desde las masas populares resistentes y los pueblos del Tercer Mundo? Al negar el carácter de "revolución" a estos procesos sociales y combates de masas que con una cantidad enorme de muertos a lo largo de décadas lograron finalmente quebrar y vencer en todo el continente a los poderosos imperios europeos, ¿qué se entiende entonces por "revolución"? ¿El modelo político "puro" de la Revolución Francesa? ¿El modelo económico "puro" de la Revolución industrial en Inglaterra? ¿Fueron nuestras revoluciones de independencia y guerras de liberación "anomalías" y "desviaciones" frente a un tipo ideal basado en el modelo europeo "puro" de revolución democráticoburguesa que se supone —en las Academias, en la historia oficial, incluso en el progresismo eurocéntrico— falsamente universal?

Clases dominantes y revoluciones inconclusas

Una nueva mirada de la historia, latinoamericanista y no eurocéntrica, debería hoy dejar de lado esos falsos tipos ideales de modelos "puros" que jamás fueron universales. Nuestras guerras de independencia fueron revoluciones reales que aspiraron a cambios no sólo jurídicos e institucionales. No se trató de un simple recambio de elite burocrática. El contenido social del Plan revolucionario de operaciones de Mariano Moreno y los proyectos de Simón Bolívar posteriores a 1816 lo prueban. Lo mismo puede afirmarse de la Revolución Mexicana con gran contenido indígena y popular. Pero, eso sí, fueron revoluciones inconclusas. Aunque finalmente triunfaron sobre el colonialismo europeo, no pudieron terminar de realizarse por la inserción capitalista dependiente de nuestras formaciones sociales en el sistema mundial capitalista y además porque los líderes independentistas, que aspiraron a emancipar genuinamente a las clases populares (aboliendo la servidumbre indígena, eliminando la esclavitud negra, defendiendo el reparto de tierras, promoviendo la estatización de los recursos naturales y proyectando la industrialización propia), no contaron con burguesías nacionales pujantes sino con lúmpenes burguesías agrarias, exportadoras y comerciales, raquíticas y débiles, socias menores de la explotación neocolonial que se espantaron ante sus programas radicales, los abandonaron y obstaculizaron cualquier cambio social de fondo. Estas burguesías criollas dieron la espalda a los proyectos libertarios y emancipadores de Bolívar, San Martín, Moreno, Hidalgo, Morelos, Artigas y otros libertadores para construir pequeñas naciones y republiquetas con una institucionalidad, una liturgia falsamente patriotera y unos panteones legitimantes del orden establecido, ajeno e incluso impuesto por sobre y contra las clases populares y plebeyas que fueron las que históricamente ganaron las guerras de independencia anticolonial. Después de la independencia se produjo una reversión social, un retroceso, una frustración. No se logró la unidad continental. Además, los decretos abolicionistas —de servidumbre y esclavitud— se convirtieron en letra muerta. La tierra volvió a manos latifundistas. De allí en más "la nación" (patria chica y fragmentada) se convirtió en el nombre de un territorio y un orden jurídico dentro del cual cada burguesía vernácula ejerció su dominación doméstica, como socia menor y cómplice del sistema mundial capitalista neocolonial.

La debilidad estructural de las sociedades postcoloniales (explicable por el papel de las burguesías comerciales y las oligarquías exportadoras) no invalida el carácter revolucionario de los proyectos emancipadores en las guerras de independencia. El abandono de San Martín y Simón Bolívar, los asesinatos de Sucre, Moreno, Monteagudo y Morazán, así como el exilio forzoso de Artigas o el enjuiciamiento de Castelli expresan el desprecio y odio visceral que estos líderes populares independentistas se fueron ganando por parte de las clases dominantes vernáculas. Odio que provenía no sólo del enemigo colonial europeo y sus feroces militares sino también de las clases dominantes criollas, que finalmente les dieron la espalda, los dejaron solos o incluso los enfrentaron pues pretendían simplemente reemplazar a las burocracias coloniales españolas y portuguesas por una clase dominante local, dejando intacta la estructura social y manteniéndose como socias subal ternas dentro de una relación dependiente y neocolonial con las grandes metrópolis del mercado mundial capitalista. Por eso en el siglo 21 aquellos proyectos revolucionarios inconclusos, reales y genuinamente emancipadores y radicales, se desplazan a las manos de nuevos sujetos populares, los únicos que podrán concretar la segunda y definitiva independencia a través de la revolución socialista continental.

Voluntades colectivas y violencia popular

¿Aquellas revoluciones de independencia y las guerras de liberación que las posibilitaron desde el río Bravo hasta la Patagonia se desarrollaron solas, de forma espontánea, con piloto automático? ¿Surgieron de la nada como una planta perdida en medio del campo cuando llueve? ¿Cómo se conforma una voluntad colectiva de alcance no sólo nacional sino incluso continental para lanzarse a la lucha a partir de un proceso política y socialmente tan ambicioso?Durante los últimos años, de la mano del posmodernis48Una mirada latinoamericana mo (y sus derivados), se ha puesto de moda cantar loas a la "pura espontaneidad" de las multitudes. Como si las revoluciones —y las grandes confrontaciones que duran décadas luchando contra un imperio— se pudieran desarrollar y concretar sin planes, sin proyectos, sin estrategias, sin cuadros políticos, sin orientaciones, en suma, sin ideología y sin organización. Ninguna revolución histórica se desarrolló de esa manera. Las revoluciones de independencia americana y nuestras guerras de liberación (que se extendieron entre 1780 y 1824) tampoco. No se puede combatir 44 años de forma casi ininterrumpida sin coordinación ni ideología ni planes. Esas guerras, rebeliones y revoluciones fueron posibles porque hubo planes, estrategias, organizaciones políticas (las "sociedades patrióticas y literarias" y sobre todo las logias operativas, por ejemplo, jugaban el rol de lo que actualmente consideramos como "partidos políticos", haciendo análisis de coyuntura, identificando enemigos y aliados, trazando planes tácticos y estratégicos de acción, estableciendo contactos, recolectando información, haciendo inteligencia, etc.) y también porque existían ideologías que convocaban a la desobediencia y a la revolución, legitimando el ejercicio de la violencia revolucionaria a escala continental y posibilitando la respuesta del campo patriota contra la violencia colonial, por entonces oficial y la única legal y permitida por el orden establecido. Los líderes independentistas sólo pasaron a ser llamados "héroes" y a tener estatuas de bronce en las escuelas y plazas después de triunfar. Antes... los llamaban "sediciosos", "revoltosos", "infieles", "jacobinos", "indianos", "insurgentes", "impuros", "indecentes", "locos", "subversivos". ¿Suena conocido?

Muchas impugnaciones de los últimos tiempos contra los revolucionarios independentistas de 1810 (que se horrorizan frente al lenguaje empleado por los patriotas, como cuando en el sur Mariano Moreno defiende la necesidad de "verter arroyos de sangre" de los jefes colonialistas o cuando Simón Bolívar, un poco más al norte, convoca a "exterminar a los tiranos"), en realidad están motivadas por el rechazo actual a la violencia popular, plebeya y revolucionaria. Estas voces oficiales —periodistas, historiadores académicos, novelistas, filósofos, abogados— que arremeten contra Moreno, contra Bolívar, contra Artigas, contra Túpac Katari o San Martín, en realidad tienen en mente a las fuerzas insurgentes y a los movimientos sociales rebeldes del siglo 21. Usan como pretexto la impugnación de los rebeldes más radicales de los siglos 18 y 19 para demonizar, satanizar y estigmatizar en realidad a los revolucionarios y a la insurgencia del siglo 21.

Bolívar, hijo de la rebeldía popular de Nuestra América

La gran lucidez de Simón Bolívar, Manuela Sáenz, José de San Martín, José Gervasio Artigas, Mariano Moreno, Miguel Hidalgo, José María Morelos entre muchos otros y otras precursores de las luchas continentales de liberación consiste en haber sabido superar y haberse elevado por sobre el inicial horizonte de clase (estrecho, limitado y mezquino) de las oligarquías y burguesías criollas — generalmente probritánicas—, recuperando las rebeldías indoamericanas y gestando un ambicioso proyecto de liberación continental y popular sobre la base de alianzas sociales con las clases, pueblos y grandes mayorías oprimidas de Nuestra América.

Sin la participación heroica y masiva de los pueblos originarios, las negritudes, los mulatos, los llaneros y los gauchos en aquellas luchas, la primera independencia americana nunca hubiera triunfado sobre los imponentes y poderosos colonialistas europeos. Sin apoyo popular, Simón Bolívar, San Martín, Artigas, etc., no serían hoy quienes son y representan para la clase trabajadora latinoamericana y la juventud rebelde del siglo 21. Los pueblos en armas que los apoyaron y les permitieron triunfar fueron los verdaderos sujetos —nunca pasivos— de la lucha. La historia no es sólo la historia de las clases dominantes. Ellos, los poderosos, las elites, las clases dominantes explotadoras, no son los únicos protagonistas del drama humano. Al mismo tiempo y en paralelo hay una historia de los de abajo, de las clases populares, de las clases subalternas, de las clases explotadas y de los pueblos oprimidos. Quien no enfoque su mirada hacia esta última terminará confundido, cantando alabanzas, consciente o inconscientemente, a los poderosos y a los (hasta ahora) vencedores. Para vencer hay que aprender —en el pasado, en el presente, en el futuro— a ver al pueblo actuando de pie, no sólo de rodillas, pasivo y como simple "base de maniobra".

Napoleón, un expansionismo colonial y burgués

¿Qué sucedía en Europa mientras se desarrollaban estas varias oleadas de rebeldías latinoamericanas injustamente olvidadas por la historia oficial? Tras acumular poder económico durante varios siglos, la burguesía (clase social que, según la investigación Mercaderes y banqueros en la Edad Media de Jacques Le Goff, aparece en la historia europea en el siglo 11 d.C) se lanza a conquistar el poder político. Después de numerosas revoluciones fallidas o detenidas a medio camino, la burguesía alcanza el poder completo en Francia en 1789. Allí, luego de avances y retrocesos, con medidas radicales (impulsadas por los jacobinos de Maximilien Robespierre y por los descamisados igualitaristas [sans culottes, sin calzones] de François-Noël "Graco" Babeuf) sucedidas por una contraofensiva conservadora (Directorio anti-jacobino), en el seno de la Revolución Francesa emerge el liderazgo militar del emperador plebeyo Napoleón Bonaparte.

En condiciones de competencia capitalista por mercados y colonias, Francia entra en guerra con Inglaterra. Napoleón llega a controlar militarmente Europa continental y bloquea por mar a Inglaterra. Ésta se une con las monarquías ibéricas y protege la evacuación del rey de Portugal y su familia en 1808 a Río de Janeiro, dejando de alentar por unos años la independencia sudamericana. Bonaparte presiona a España sobre Portugal para enfrentar a Inglaterra. Detrás de las tradicionales historias escolares de amoríos y dormitorios (que reducen la expansión francesa a una telenovela y un culebrón de las amantes de Napoleón), lo que ese expansionismo militar expresa es la necesidad burguesa de acabar con el antiguo régimen de la nobleza en toda Europa y competir con otras potencias capitalistas coloniales en el reparto del Tercer Mundo.

Napoleón y la monarquía española

Más allá de sus amantes, en cada país que Napoleón conquista lo primero que instalan sus tropas es un código de leyes que sanciona y legitima la propiedad privada burguesa. A través de ese expansionismo militar burgués, la Francia de Napoleón invade entre otros países a España (sin respetar los tratados firmados), entrando en Madrid en diciembre de 1808. Con la prisión de la casa real española (Fernando Séptimo estaba prisionero en Bayona) se abre así un marco de posibilidad para la desobediencia institucional de las colonias españolas de América, que ya venían conmocionadas por una larga cadena de rebeldías previas (desconocidas por la historia oficial eurocéntrica).

La caída del Rey español en manos de Napoleón, proporcionó a los pueblos latinoamericanos la ocasión para dar los primeros pasos concretos hacia la independencia formal. En 1808 ya no había gobiernos "legítimos" en España y Portugal. El rey de España estaba cautivo de Napoleón. El rey de Portugal y su familia pasarían largos años en sus colonias del Brasil. La amenaza de Napoleón colaboraba para que todos los monarcas (los depuestos, los exiliados y los sobrevivientes) se coaligaran contra él. Hasta 1810 casi nadie con cargo en la administración colonial (fuera criollo o español) dejaba de reclamar el regreso del rey español al trono. Detrás de la aparente pantalla de la supuesta "lealtad a Fernando Séptimo" (invocada como artilugio político), cautivo en manos francesas, se expresaba la desobediencia criolla a la débil legalidad colonial.

Diferencias entre Napoleón Bonaparte y Simón Bolívar

En disputa con otros colonialismos europeos (el inglés, el austríaco, el ruso, el español), Napoleón va invadiendo países para expandir la dominación burguesa y conquistar nuevos territorios y mercados de explotación colonial. En cambio Simón Bolívar, en sus campañas militares, expande la revolución en América con un objetivo bien distinto: emancipar un continente entero, liberando esclavos negros e indígenas, generando nuevas repúblicas e intentando conformar con ellas una gran nación latinoamericana para enfrentar a los amos de Estados Unidos y de Europa. Napoleón es apoyado con entusiasmo por la burguesía francesa y las clases dominantes que usufructúan sus nuevas conquistas, Bolívar es abandonado por la burguesía y repudiado por las clases dominantes de su propio país que le dan la espalda, lo llaman "loco", lo combaten e intentan asesinarlo (lo que finalmente consiguen).

El general y emperador francés emplea toda su vida y energía para expandir la dominación, el Libertador americano lo hace para alcanzar la emancipación. Uno actúa desde las metrópolis capitalistas, el otro desde las periferias coloniales y dependientes. Uno intenta consolidar el colonialismo, el otro terminar con él. Uno ordena invadir Haití (enviando a su cuñado el general Charles-Victoire-Emmanuel Lecrerc al frente de 25.000 hombres) para aplastar a sangre y fuego a los esclavos negros insurrectos, el otro se apoya en Haití para defender la independencia de Nuestra América y aprendiendo de Pétion y los negros rebeldes promueve la libertad de los esclavos. Uno garantiza sus invasiones ganando sus batallas con el recurso principal de la artillería, el otro se apoya centralmente en la lanza de las masas plebeyas, los llaneros, los negros y las clases populares insurrectas. Uno se encarama al poder del Estado desde una revolución que él no hizo ni dirigió, el otro encabeza la propia revolución y se transforma en su símbolo continental. Un abanico de diferencias más que notable entre Napoleón y Bolívar... donde claramente este último, a pesar de no tener el fabuloso, inigualable y mágico privilegio de ser europeo, descuella sobre el primero.